Hola hola, después de no sé cuantos meses. Tenía esta capítulo a la mitad y no me había dado oportunidad de terminarlo entre la escuela y mi trabajo. Justo acabo de llegar a un punto en el que dije "creo que así es perfecto", o al menos es todo lo perfecto que puedo hacerlo. Honestamente no lo he revisado a profundidad y espero después no arrepentirme de decisiones que tomé para él. Pero en verdad estoy decidida a terminar con esto, así que, tal vez será lento pero insistiré.

Les dejo puesto, a ver qué les parece.

VII

Canapés

̶ Entonces, has trabajado para el chef Giorgio Sabattini. Platícame de eso.

Pregunto casualmente Jonouchi mientras observaba a la joven picar, freír y revolver diversas cosas a la vez. Se hallaban en la cocina de su trabajo. A su alrededor, todo el mundo se movía velozmente, se gritaban de un lado a otro y el calor era abrumador.

̶ Solamente durante un año, chef; en la cocina Piccolini.

̶ No te voy a preguntar por qué no continuaste ̶ dijo socarronamente ̶ . Sé de la fama de mal carácter que tiene el chef Sabattini, pero sí dime qué fue lo que más te gustaba de trabajar con él…

̶ Aprendí muchísimo, chef; Sabattini es un cocinero creativo e irreverente. Siempre tenía una solución para todo y era increíble improvisar con los ingredientes que llegaban cada mañana. El menú nunca era fijo, así que nos obligaba a reinventarnos todos los días.

El rubio soltó un silbido.

̶ ¡Vaya! Qué envidia. Quisiera yo mismo haber podido trabajar con él alguna vez ̶ comenzó sin contenerse.

A la chica le agradó mucho el comentario. No era muy usual encontrar gente con la humildad de admitir que tienen mucho por aprender en ese ámbito.

̶ Se ve que no tienes problemas en trabajar bajo presión y con eventos inesperados. Me gusta ̶ aseguró Jonou ̶ . ¿Cuál es la situación más tensa que has tenido que afrontar en la cocina?

̶ Si debo ser honesta, ha sido manejar mis emociones cuando he tenido rencillas con alguno de mis colegas en la cocina.

Ella seguía partiendo cosas y montando el platillo, atravesándose entre otros de los cocineros, como si esa fuera su cocina. Se adaptaba rápido.

̶ Hacer bien tu trabajo y ser cordial con el otro, cuando tienes que lidiar con todo su ego, que es tan común en este medio, ha sido complicado. Pero trabajo para hacerlo mejor cada día.

Ella le gustaba mucho; le encantaba por honesta. Era evidente, como ella misma había dicho cuando comenzó la prueba-entrevista, que no tenía aún mucha experiencia y eso mismo lo hacía querer darle la oportunidad. Sus movimientos eran buenos, bien medidos; tenía buena capacidad de adaptación y si había trabajado con Sabattini ¡rayos que debía tener nervios de acero!

̶ Me parece que con esto es suficiente, Vanya. Muy buen trabajo ̶. La elogió finalmente.

La chica suspiró aliviada mientras se estiraba y luego procedía a limpiar su área de trabajo. Jonouchi llamó a uno de sus ayudantes para que continuaran con la tarea mientras él se ausentaba un poco con la chica para terminar formalmente con todo.

̶ Como ya viste, hoy hay mucho trabajo y tengo que volver a la cocina, así que seré breve…

El cuerpo de la chica se tensó en espera de la continuación de esa frase.

̶ … estoy muy satisfecho con tu desempeño.

Tan pronto como el rubio concluyó, Vanya dejó caer hacia delante su cuerpo en un gesto que Jonou no supo si interpretar como una reverencia de agradecimiento o la simple laxitud que sigue a una situación de mucha tensión.

̶ Te enviaré esta noche por correo los documentos que contienen las especificaciones del trabajo y del contrato por evento. Éste último lo necesito firmado de vuelta lo antes que puedas. Puedes dejarlo aquí en una pasada que tengas por la zona o entregármelo en el ensayo de cocina que tendremos en cuatro días.

̶ Lo traeré mañana mismo. Muchas gracias por la oportunidad chef.

La chica volvió a inclinarse. Él sonrió.

̶ Nos vemos pronto, Vanya.

Salió de los vestidores y volvió al calor de la cocina.

Trabajar en la cocina de un restaurante no es nada sencillo. Es una labor muy demandante y sumamente agotadora. Sobre todo, cuando se trata de un restaurante que ya tiene renombre o, incluso, estrellas Michelin: la calidad debe ser constante, el servicio impecable. No hay espacio para las equivocaciones, porque un mínimo error en el día menos esperado, por ejemplo, en el que haya ido de visita un crítico o alguna personalidad, le puede costar caro a la reputación del restaurante y afectar a los trabajadores de él. Las historias de cocinas caídas en desgracia no eran pocas.

Jonouchi solía confiar mucho en sí mismo, en que de alguna manera haría las cosas funcionar, y lo hacía cada vez que se hallaba en una situación complicada. Al menos la cocina era algo que había logrado manejar sin problema. Aunque le había dicho a Kaiba que había entendido que no podía seguir confiando en su suerte, la verdad era que seguía haciéndolo. Pero este evento, este endemoniado evento sí que lo tenía con los pelos de punta.

Mal que bien ya había logrado completar la plantilla de cocineros; había conseguido también el servicio de meseros que requería, y el menú estaba a un máximo de dos degustaciones más de quedar terminado y aun así se sentía muy ansioso y preocupado de que algo saliera mal. Los días pasados le había dado muchas vueltas a ello y no entendía por qué.

Sacudió la cabeza y trató de no pensar más en ello. Justo esa noche debía verse con Kaiba para la degustación de los canapés y no quería lucir preocupado. Entró de vuelta a la cocina.

̶ ¿Cómo van los ravioli especiales?̶ Preguntó con un grito, para hacerse escuchar entre el ensordecedor ruido de la cocina, y se volvió a internar en las olas violentas del lugar.

Como siempre que llegaba de la oficina, luego de trabajar todas las horas extras de la vida, fue directo a darse una ducha. Frente al espejo se quitó sus lentes de contacto; los lavó y guardó en el estuche con cuidado. Luego, con la vista ligeramente borrosa, tiró en la cesta del baño la ropa que llevaba puesta y entró a la ducha. El agua caliente comenzó a recorrerle el cuerpo y casi pudo imaginarse cómo le lavaba las pesadumbres del día. Juntas, empleados incompetentes, discusiones con clientes, reuniones con empleados.

–Necesito unas vacaciones – murmuró para sí.

El entramado de azulejos le devolvió sus palabras y le sonaron tan extrañas. Él jamás necesitaba vacaciones.

Por lo general, prefería dejar que fuera Mokuba quien se encargara de organizar todo, pero en esa ocasión también había algo diferente. Tenía que admitir que él mismo no entendía bien por qué le había ofrecido el trabajo a Katsuya. ¡Claro que conocía muchos otros cocineros y empresas que se dedicaban a organizar banquetes! Con cualquiera de ellos habría podido desentenderse de todo el alboroto y monserga de organizar y supervisar el evento, como de hecho deseaba inicialmente. Era verdad que el servicio que había contratado en primera instancia le había quedado mal, pero él no habría tenido ningún problema en conseguir alguien más que se hiciera cargo. De hecho, estaba seguro que éstas agencias habrían peleado por conseguir un contrato con él.

Pero no.

Eligió arriesgarse con Katsuya, y eligió supervisar la labor él mismo.

Le estaba haciendo un favor, nada más. Al rubio le convenía echarse ese dinero a la bolsa y para él representaba un ahorro en el presupuesto para el evento. Un trato de ganar-ganar.

Salió del cuarto de baño y de inmediato se colocó sus anteojos de montura, para después enfundarse un pantalón de chándal azul marino y una playera blanca de algodón: su pijama. No se molestó en ponerse pantuflas ni en secar su cabello y así bajó, con una tableta de su propia empresa y se puso a leer, recostado en uno de los sillones, las noticias del día y uno que otro artículo de Forbes en lo que esperaba.

Cuando el timbre sonó ya había perdido la noción de cuánto tiempo había pasado desde que se había puesto a leer y se hallaba luchando contra la modorra.

La expresión de Jonouchi cuando lo vio fue peculiar. Una amalgama entre incredulidad y gracia que a él le provocó un poco de bochorno, pero no lo demostró.

– Te sienta ese look relajado y ¿siempre has usado lentes?

Atinó a preguntar, aunque en realidad se había fijado más en sus brazos y en su torso que en sus anteojos. Esa playera blanca se le pegaba bastante al cuerpo y revelaba un pecho bien trabajado. Si ese Seto Kaiba estaba muy bueno, a decir verdad.

Sonrió y atendió al gesto que lo invitaba a pasar.

– Siempre… desde que nos conocemos, sí – respondió incómodo y por supuesto, sin advertir la verdadera intención de su visitante.

Apenas apartó la mirada de él y echó un vistazo al departamento de Kaiba, el rubio se olvidó del gustito a la vista que acababa de llevarse y silbó sorprendido.

– ¡Pedazo de piso que tienes, niño rico! No esperaba menos tratándose de ti, pero igual es impresionante.

Sin pedir permiso, dejó en uno de los sillones el casco de su motocicleta y de inmediato se encaminó con sus bolsas a la cocina.

– Dime que sí usas esta monstruosa cocina. No juegues, viejo ¡es preciosa!

No dijo nada, pero pensó que la había usado más para tener sexo sobre ella que para cocinar, realmente. La verdad es que no sabía ni freír un huevo.

Pero Jonouchi estaba disfrutando bastante examinarla. Dejó sobre la barra las viandas que cargaba en las bolsas y se puso a observar con detenimiento el mármol del que estaban hechas las barras, a abrir y cerrar las puertas de las alacenas. Todo estaba vacío.

– ¡Una parrilla de inducción! – Volvió a silbar– ¿Al menos has hervido agua en ella?

– La cafetera lo hace sola– respondió encogiéndose de hombros.

– Es que es un pecado tener una cocina así y no usarla. Un día de estos te voy a cocinar algo en esta belleza – aseguró sin pensar mucho en sus palabras.

Luego se quedó en silencio, recapacitando en lo que acababa de decir. Por su parte, Kaiba tampoco reaccionó. El silencio incómodo se extendió por lo que a ambos les parecieron horas y al fin Jonou carraspeo.

– Bueno, vamos a meterle prisa a esto, que debes estar agotadísimo.

– Dudo que más que y tú – concedió. Después de todo, él no trabajaba 10 horas de pie.

El rubio resopló hacia su flequillo mientras contorsionaba su cara en una expresión de dolor.

– ¡Vaya día! – Comenzó a sacar las cajas y a buscar entre las alacenas unos platos para colocar los canapés–. Pero estoy contento: hoy contraté al último ayudante de cocina que necesitaba.

Kaiba fue a sentarse en uno de los bancos de la barra mientras observaba a Katsuya buscando y sacando cosas en su cocina como si fuera suya. De alguna manera no le resultó incómodo, sino que lo hizo sentir un cosquilleo que comenzó en la coronilla, caminó por su espalda y le causó una sensación de calor en el pecho.

– En unos días tendremos un ensayo en la cocina, para asegurarme de que todos conozcan bien lo que prepararemos; luego necesitaré que nos des acceso a las cocinas de tu mansión para el ensayo general con meseros y todo. Puede ser el mismo día que vayamos a dejar listo todo lo que puede prepararse con anticipación.

Parecía que hablaba solo, porque no lo miraba siquiera. Colocó en diferentes platos el contenido de las cajas y los acomodó en dos hileras entre él y el castaño. Luego se agachó y de una de las bolsas que había dejado en el suelo tomó un par de botellas.

– Ese mismo día irán a montar las mesas y demás, así que será perfecto para que los chicos se habitúen al espacio y no tengamos errores de logística – descorchó una botella tras otra y sirvió una copa de cada tipo.

Deslizó sobre la superficie de mármol negrísimo las dos copas que acababa de servir, hacia Kaiba. Tomo una tercera y escanció algo para él.

– De esta primera fila, estos cuatro – señaló – son canapés dulces; tienen frutas frescas y queso. Estos de aquí tienen frutos secos y los de acá, carnes frías y patés. Yo recomiendo estos vinos para acompañarlos. Puedes elegir entre otros (traigo otras dos botellas distintas)– habló atropelladamente.

Seto estaba admirado. Todo tenía muy buena pinta y justo se descubrió hambriento.

– También hay otras opciones de canapés, pero estos son mi sugerencia para que no choquen con los platillos del menú principal ni con esas cosas a las que algunos de tus invitados son alérgicos.

– Excelente.

Sólo esa expresión lo hizo relajarse. Suspiró discretamente y jaló uno de los banquitos para sentarse frente a Kaiba. No sentía ni tantita hambre. Eso de que cocinar te quita el apetito, era un hecho, así que se dedicó a darle sorbitos a su copa y a escrutar las expresiones del castaño.

De vez en cuando, éste le dirigía alguna pregunta sobre los ingredientes que contenía alguno de los pastelitos, y él le respondía con detalle.

– ¿Habría posibilidad de hacer una fusión entre este de frutos secos con este de selva negra?

– Sin problema. Sólo creo que sería importante elegir una mermelada, o algo similar, para que no sea tan seco. Se me ocurre mango o miel.

Los ojos de Kaiba estaban entrecerrados; intentaba imaginarse cómo sabría eso.

– De hecho – dijo arrastrando las palabras, mientras buscaba entre las bolsas – estoy seguro de que traía por aquí algo de un aderezo de fresa. No será lo mismo, porque la fresa es ácida, pero te dará una idea un poco más clara.

Tomó los canapés que Kaiba le había señalado y los desmontó, para hacer uno nuevo. Con una cucharita dejó caer sobre él unas cuantas gotitas del espeso líquido rosa pálido y se lo alcanzó.

Él lo tomó directamente con la mano y se lo llevó a la boca. De inmediato comenzó a asentir. Eso era bueno.

– La miel le daría un gusto más dulce, que balancearía lo ácido del queso de cabra y le daría más humedad a las nueces y el jamón – explicó el rubio.

– Perfecto; esto me gusta.

No pudo evitar sonreír complacido. Era una tontería, pero le daba un gran sentido de logro.

– Muy bien, vamos anotando este en la lista de aprobados. Este otro – le acercó el plato – pruébalo con el vino rosado. Verás que tiene un gusto muy diferente que con el blanco.

El castaño atendió a la sugerencia y así siguieron; uno haciendo comentarios y dando instrucciones, el otro comiendo, haciendo preguntas y asintiendo como respuesta.

– ¿Y cómo estuvo hoy la oficina? – Lanzó el rubio el anzuelo, luego de un rato, para poder tener una conversación casual, entre tanta charla de trabajo.

– Un poco como siempre. Estoy en negociaciones para comprar una compañía de teléfonos móviles que me interesa mucho. Pero el dueño se está poniendo difícil.

– Ah, ¿sí? ¿Cuál?

Kaiba negó con el dedo índice y la boca llena de comida. Luego tragó.

– No puedo decirlo hasta que sea un hecho.

– Claro – sonrió–. ¿Te están gustando?

– No están mal.

Eso era un sí en idioma Kaiba. ¡Qué alivio!

Más relajado, se desperezó descaradamente.

– Kaiba ¿podemos llevar todo a tu mesa de centro? Es que en serio ya no soporto la espalda.

Entre ambos cargaron con los platos que aún tenían comida, las copas y las botellas. Como un costal, Jonou se dejó caer en el mullido sillón, frente al castaño, y suspiró aliviado. Continuaron con la degustación y la charla a tiros y tirones.

– Me gusta mucho tu departamento, pero es muy frío – se le escapó distraídamente.

– Supongo que no tiene "calor de hogar" – comentó llevándose otro canapé a la boca el dueño del lugar–. Sólo lo uso para dormir, así que tampoco es que me preocupe mucho por cómo se ve o siente.

Tras esa respuesta, Jonou lamentó un poco su comentario, pero no se disculpó.

– El tuyo no está mal – declaró, pero antes de que el otro pudiera decir algo, cambió de tema–. Ya me decidí.

Le dictó la lista de los canapés que quería y los vinos que más le habían gustado y él tomó nota en su celular. Pensó en ponerse de pie y marcharse, pero Kaiba no hizo por despedirlo ni él sintió con ánimos de irse, así que rellenó su copa, la del castaño y siguieron bebiendo.

– ¿Tienes música? El silencio es abrumador– confesó animado por el alcohol.

¿Qué quieres escuchar?

¿Algo de grunge?

Con una sonrisa de lado y la ceja levantada Kaiba afirmó con un gesto.

– Misato…

Una voz robótica de mujer habló.

¿Qué necesita, amo Kaiba?

– ¿Desarrollaste tu propia IA? – preguntó entre risas Katsuya.

– Toca música grunge – terminó de dar la orden, pero sin desatender a la pregunta.

Tocando lista de reproducción "grunge". – pronunció la voz femenina robótica.

Alexa tiene muchas fallas para seguir los comandos y de Echo, ni hablemos. Si quieres algo bien hecho, hazlo tú mismo, así que hice a Misato; y les pondrá una paliza a las otras dos tontas.

Otra atronadora carcajada abandonó los pulmones del rubio.

– Eres increíble, Kaiba.

– Voy a tomarme eso como un halago– advirtió sin mirarlo, ocupado en tomar más bocaditos y tragos de vino.

– Debes. Eso fue– aseguró–. ¿Ya está a la venta?

– No. Ese es otro de mis negocios. Apenas estamos realizando las pruebas del prototipo. No va nada mal. Tal vez a principios de año podamos comenzar la campaña de venta.

– ¡Wow! Eres increíble – repitió.

Kaiba se encogió de hombros sin darle importancia. Miró todo lo que quedaba en los platos y resopló.

Preparaste mucho.

Ahora fue el turno de Jonou para encogerse de hombros.

– Tienes un enorme refrigerador vacío en el que puedes guardar todo esto. Tendrás comida para los siguientes días.

– No creo. Mañana vendrá Mokuba y seguro acabará con todo.

– ¡Rayos! No pensé en él. Debí mandarle en un UberEats.

Un ademán de Kaiba le indicó que se olvidará de eso.

– Sí está bien si me quedo un rato más ¿verdad? Todavía no me siento con humor de conducir a casa – y cerró la frase dando un trago más a su copa.

A decir verdad, se sentía muy cómodo ahora, y aparte estaba disfrutando mucho de, con todo el disimulo que era capaz de adoptar, comerse con los ojos al castaño.

– Hay mucho alcohol – respondió el otro, mirando las tres botellas a medias.

– Reto aceptado – dijo encantado.

Por ejemplo, había descubierto que, bajo el pantalón del pijama, Seto no llevaba nada, porque en uno de los movimientos que había realizado pudo distinguir el bulto de su miembro moviéndose libremente. Sería un soberano mentiroso si no admitiera que se la había antojado mucho ver y tocar bajo la ropa por allá. Pero trató de recomponerse. Sí bien se la vivía caliente, Kaiba era su cliente y él un profesional, sin mencionar que no veía viable ningún jugueteo entre ambos.

Permanecieron callados durante unos minutos en los que los últimos guitarrazos de Pearl Jam sonaban, camuflando su mutismo. Fue Jonuchi quien lo rompió por fin, ya bien libre de pensamientos lujuriosos.

– ¡Oh! – Saltó de repente – ¡Esa canción me encanta!

Sin vergüenza el rubio comenzó a mover sus pies y sacudir la cabeza al compás de la batería que sonaba.

Silent grieve, suffocates the rumor– cantó, con voz grave, pero no muy melodiosa– Feel my breathingspeed up at the thought of you. My inner voice, seems to want me dead

El hecho de no tener una linda voz no pareció cohibirlo, así que siguió cantando como si fuera el mismísimo Willian DuVall. Se contoneaba de un lado a otro sobre el sillón y muy metido en su papel fingía tocar una guitarra con la mano derecha mientras sostenía peligrosamente una copa en alto con la izquierda.

Never far away away I always see you…

– Tienes una voz espantosa – dijo alto Kaiba, sobre los berridos de Jonou, pero con un tono que denotaba mucha gracia.

Como toda respuesta, el rubio lo apuntó con el dedo y siguió cantando

When it all goes dark you light my way through

Se acercaba el estribillo y comenzó a animarlo con la mano para que se le uniera en el canto. Y para su sorpresa ¡lo hizo!

Never fade, I know you think you're someone I forgot. Never fade, I'm everything you really think I'm not. Never fade, I know you think you're someone I forgot. Never fade– cantaron a unísono.

A diferencia del histriónico Jonouchi, Kaiba era más discreto en su interpretación; movía la cabeza mucho más lento pero, indudablemente, una sonrisa curvaba sus labios.

– ¡Sí cantas! – Rio admirado, cuando se escucharon los últimos acordes de la canción.

No es muy difícil hacerlo mejor que tú – espetó presuntuoso y con una sonrisa de suficiencia el castaño.

Jonou se fingió ofendido y luego de formar con sus labios la palabra "cabrón" le arrojó uno de los cojines del sillón, que naturalmente, fue esquivado sin problema.

– Sabes, Kaiba, casi estoy feliz de que hayamos vuelto a coincidir– soltó de repente.

– ¿Por el trabajo?

– ¡No! O sea, sí está más que genial eso. Pero no es eso a lo que me refiero, si no a que… – frunció el ceño buscando las palabras correctas, y no creyó encontrarlas, pero eso no le impidió continuar –. Es que, durante mucho tiempo fuiste un dolor en el trasero, y de verdad te detesté mucho, y ahora, no sé… siento como que hice las paces con una parte muy fea de mi pasado. Sólo míranos: tú y yo bebiendo juntos, pasándola bien y sin insultarnos.

Tal vez era porque había bebido con el estómago vacío, o que de verdad no le importaba ya admitir ese tipo de cosas vergonzosas, pero lo dijo.

Por su parte, el castaño entendía bien lo que decía el otro y de alguna manera lo sentía también, sin embargo, no pronunció palabra alguna, sino que lo miró con atención.

Pero el otro no agregó nada más, sólo le sonrió bobaliconamente.

Siguieron bebiendo y cantando: el rubio a grito abierto; el castaño casi en susurros, pero disfrutando mucho de eso que jamás había hecho con nadie.

Al fin se acabó el alcohol y también estaban cansados, así que comenzaron a levantar todo el desorden que tenían en la mesa. Jonou se encaminó a la cocina para guardar todo lo que había quedado en las cajas y meterlo al refrigerador. Por su parte, el otro acomodaba las botellas en un lugar visible para que la persona que se encargaba de la limpieza supiera que eso ya era basura.

No era difícil encontrar espacio en el refrigerador, porque cuando dijo que estaba vacío, no había exagerado. Había unas cuantas cervezas, un cartón de leche (que, dicho sea de paso, estaba caducada) y agua embotellada. Sólo debía acomodar las cajas en un lugar que el frío tampoco estropeara el contenido.

Entonces, al ponerse de pie rápidamente, quedó de frente, a sólo un par de palmos de distancia del castaño. Se había sorprendido y por eso respiraba con una leve agitación. No se movió. La diferencia de estaturas era tan evidente así. Por alguna razón se quedó clavado en sus ojos, que jamás le habían parecido tan azules.

Y esos azulísimos ojos descendieron por un segundo a sus labios y él, como acto reflejo, se mordió el inferior.

Ambos lo sintieron. La tensión, de estar allí, frente a frente con una persona que te atrae y la espera para ver quién será el primero en dar el paso para acercarse.

Jonou no era un neófito en las artes de la seducción y sabía perfectamente que lo que veía en la profundidad de los ojos del otro era deseo. Y tampoco era de los que se mienten a sí mismos: se moría por comerle a besos esos petulantes y finos labios. Sabía que si se acercaba un poco más y lo besaba sería muy bien recibido.

Pero no podía. No podía, porque era muy profesional y no pensaba joder ese trabajo ni la relación de cordialidad, tal vez amistad, que estaba construyendo con Kaiba. No valía la pena tirar eso por un calentón. ¿Qué pensaría de él, de sucumbir a sus pasiones?

Entonces hizo una de tonterías propias del Jonouchi del pasado.

– Si me sigues viendo así voy a creer que te gusto, money bags – soltó burlón.

La tensión se rompió de inmediato. Lo directo del comentario descolocó a Kaiba por completo y un leve rubor le subió a las mejillas. Esto pasó desapercibido por el otro, que de inmediato había girado para guardar las cosas que había dejado en la isla de la cocina, por supuesto, buscando esconderse de la reacción del castaño. No sabía qué esperar.

– Perro idiota.

Alcanzó a escuchar, con ese tono de fastidio que tan bien le conocía, y le causó mucha gracia.

– Casi extrañaba eso – dijo socarrón, queriendo convencerse de que todo estaba bien, pero con una sensación de que no lo estaba del todo.

Terminó de guardar todo en su mochila y de limpiar el poco desastre que hizo, mientras Seto lo observaba, recargado de espaldas en la barra contraria de la cocina. Los brazos cruzados y la mirada entornada.

– Pues bueno, ya está, Kaiba.

Dijo parado junto a la puerta, con la mochila colgada la espalda y el casco entre las manos.

– Falta que elijas los postres. Te mando un mensaje mañana para que nos pongamos de acuerdo. El aludido había permanecido en la misma posición y lugar durante todo el tiempo que Jonouchi se preparó para irse y hasta que no escuchó esto, no salió de su transe.

Caminó hasta la puerta a abrirla para él y despedirse, tan normalmente seco como siempre.

– Entendido.

– Buenas noches – le guiño un ojo y salió despidiéndose con una venia –. Que descanses.

Sólo recibió un gruñidito como respuesta.

Cerró la puerta sintiéndose extraño. ¿Qué había pasado?

Se sentía sumamente estúpido y avergonzado por lo ocurrido en la cocina. ¿Cómo se había quedado como imbécil mirándolo? ¡Y la cereza del pastel había sido cuando le miró los labios! Habría podido disimular todo, pero eso, eso no tenía otra interpretación.

Entonces tuvo que reconocerse frustrado.

– Misato, silencio y apaga las luces – ordenó, y quedó sumido en la oscuridad y el abrumador vacío de su departamento.

Como ordene, amo Kaiba. Que pase buenas noches.