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Capítulo 7.

Tecleó un par de datos del informe y suspiró frustrada, volviendo a tomar su café. Hacía más de media hora que su desagradable jefe le había pedido el documento y ella aún no era capaz de terminarlo. No podía concentrarse, desde aquel maldito momento en que decidió volver con Naraku no hacía más que pensar en él y en las cosas que no quería decir, como, por ejemplo, lo de su embarazo fallido. Quería descubrirlo, pero era prácticamente imposible, no podía ni siquiera entenderlo. Sentía que su rendimiento laboral había bajado considerablemente y, con su estúpido jefe ardido porque no había aceptado tener una aventura con él, sentía que todo el mundo se le venía encima.

Siguió intentando culminar el trabajo, haciendo mohines de inconformidad. Kagome ya le había dicho que debía dejar aquel trabajo y ella lo haría, claro, pero mientras encontrara uno en el que pudiera establecerse y ganar decentemente. Quería comprarse un auto y con su sueldo en esa empresa seguro que lo conseguiría; ella era una trabajadora impecable y eficiente, la verdad era que su superior no tenía casi nada por qué quejarse y su relación agria se había tornado muy distante, aunque algo incómoda.

Dio un respingo y salió de sus pensamientos cuando el teléfono fijo comenzó a sonar.

—Secretaría presidencial de «Asahi Bīru» —Saludó cordialmente, sosteniendo el aparato entre el hombro y la oreja—, ¿buenas tardes?

¿Hablo con Kikyō Higurashi?

La sangre se le heló y tragó duro, dejando de teclear y entumiendo los dedos en el acto. Se quedó unos segundos en shock, sin poder procesar aún que la estuviera llamando a su trabajo. Desde aquella noche en que la había utilizado de esa forma, no había vuelto a responderle ni una sola llamada y no sabía hasta qué punto era bueno o malo. Había pasado seis días sin saber de él y admitía que, aunque lo rechazara, pasaba pendiente de su celular cada cinco minutos para comprobar si le había escrito algo por WhatsApp, pero nunca había nada.

Se había estado volviendo loca por la ausencia y justo cuando intentaba dejar todo eso atrás, volvía a llamarla.

»—¿Estás ahí, dulzura?

Frunció el ceño, componiéndose.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me llamas al trabajo? —Tomó aire y volvió a teclear para intentar distraer los ánimos. Sentía el corazón latirle en la garganta—. ¿A qué llamas a este «objeto», Naraku?

Le ardió en el alma aceptar que eso era para él, pero quería jugar sucio como y darle golpes bajos. Sentía, de cualquier forma, que era como si un duende peleara a golpes con un gigante y ella era el duende.

—Para controlar lo que haces —le respondió cínicamente, dejando oír una ligera sonrisa.

Ella sabía que no lograría amedrentarlo. Quiso mandarlo al diablo, pero estaba muerta de ganas por quedar colgada de su voz exquisita lo que le quedara de vida.

—Estoy trabajando.

Soltó un suspiro cansado y tomó el teléfono con la mano, ladeándose y reposando el codo sobre el escritorio, perdiendo toda concentración laboral y entregándose a la charla tan dañina con él. Fue un momento de debilidad e irresponsabilidad que ella dejó ir con una exhalación.

—¡Higurashi!

Ante el grito enardecido, no hizo más que dar un respingo de pánico, poniéndose blanca como una hoja de papel y separando el auricular de su oreja, sin reaccionar muy bien.

—Hi-Hiten-sama… —susurró, agachando la mirada y olvidando por completo a su interlocutor, sin moverse un centímetro.


Naraku arrugó las cejas, escuchando el reciente grito por el teléfono.

—¡Hace cuarenta minutos que te pedí el maldito informe y al entrar a tu oficina nuevamente, te encuentro hablado muy amena por el fijo! —Escuchó decir al que parecía ser el jefe de Kikyō. La oyó respirar pesadamente y pedir una disculpa—. ¡Deja de comportarte como una incompetente!

Se le crisparon los vellos al escuchar aquello. Frente a él y ajena a todo, Kagura jugaba con su arma, la observaba distraída y acariciaba sus dimensiones, esperando aburrida a una orden. Naraku inhaló y no dijo una palabra.

—Le prometo que lo llevo en un momento —puso atención cuando Higurashi volvió a hablar, parecía muy apenada.

Se hizo un silencio algo extenso que Tatewaki intentó descifrar mediante su oído, pero no hubo más que calma.

—Si te hubieras portado bien —volvió a escuchar hablar al imbécil— nada de esto estuviera pasando y serías la reina de esta empresa. —Le hirvió la sangre cuando oyó aquello, maquinado en su mente un montón de situaciones que involucraban a aquel despreciable insecto cerca de su propiedad—. Tú lo decidiste así…

La comunicación se interrumpió automáticamente y solo podía escucharse aquel sonido característico de la línea colgada.

—¡Maldita sea! —Golpeó fuertemente su escritorio. Su mano derecha ni se inmutó, acostumbrada a aquellas reacciones. Rápidamente recordó su plan del día con lo del regalo de Kagome por su cumpleaños y no tardó mucho en ajustar su agenda para el nuevo evento—. Kagura. —La llamó con voz calmada.

—Dime. —Aún de espaldas, se guardó el arma y le prestó atención.

—Conoces al jefe de Kikyō, ¿no es así?

—He pasado vigilándola los últimos dos años de mi vida —soltó una risilla sarcástica—. Puedo saber las horas en las que su jefe va a al baño, si me preguntas.

Naraku asintió, teniendo claro por fin su plan.

—Hay un nuevo evento en la jornada de esta noche —volvió a su laptop y tecleó algunas cosas—. Quiero que lo mandes al infierno.

Toriyama alzó las cejas, divertida por la alerta de nueva diversión. Giró sobre sus pies y lo vio directamente, aunque él siguiera atento a su trabajo.

—¿Literalmente?


—¡Muy bien, Higurashi! —Sopló el silbato rojo y paró el cronómetro—. Tienes una nueva marca.

La muchacha, recién salida del agua, tomó el aire necesario y se quitó los protectores de los ojos, dejándolos sobre el filo de la piscina. Miró para su entrenadora y sonrió, asintiendo y con el agua empapándole todo.

—¿He avanzo mucho, Tsukiyomi-sama? —Preguntó esperanzada.

—Así es —anotó algo en su cuaderno—. Pronto podrás entrar a las competencias institucionales y, si sales bien, ascenderás con las interinstitucionales. —Le dedicó una gran sonrisa—. Te estás esforzando mucho y eso me alegra. Nos vemos pronto, Higurashi… —antes de dar la vuelta, la vio de nuevo—. Y feliz cumpleaños.

—¡Muchas gracias, Tsukiyomi-sama! —Sus mejillas se tiñeron de rosa por la emoción y cuando la vio perderse por la puerta de los camerinos, hizo una fiesta para ella sola—. ¡Sí! ¡Sí! ¡Todo me está saliendo a pedir de boca! ¡Sí! —Nadó hasta las escaleras y salió del agua con una enorme sonrisa.

No podía irle mejor en su día: sus padres y su hermana la habían despertado temprano con un desayuno delicioso, flores y cantándole. Kikyō se veía muy contenta y la había abrazado con muchísima fuerza, como hacía tiempo que no pasaba. Le habían dicho que en la noche harían algo y también que irían Ayame, Kōga y los recién regresados de luna de miel: Sango y Miroku, que sería una cena maravillosa en compañía de su familia y amigos y eso la hacía feliz como nada en el mundo. Parecía haber entendido perfectamente el tema de las matrices en matemáticas y el examen tanto con InuYasha como en la universidad, le habían salido maravillosos, por lo que apostaba a que esa materia estaba salvada. Ese día había tenido una marca excelente en natación y, después de eso, asistiría a una cita con Hōjō, que dijo tenerle algo preparado y esperaba que se tratara de una buena habitación con jacuzzi.

Sonrió maliciosa ante el pensamiento.


Lo único que habían tenido de bueno de esos días eran el avance de Kagome, que parecía ya no estresarlo tanto en sus clases y el haberse acostumbrado a ir a la casa de Kikyō sin sentirse tan incómodo. Ah, y no tener que verle la cara. Mientras el tiempo pasaba, notaba que era más difícil encontrar las respuestas que estaba buscando. Kagome apenas le había preguntado que cómo se encontraba anímicamente y él le había dicho que estaba avanzando, entonces ella respondió que Kikyō ya parecía más tranquila, y eso había sido todo.

No hubo más datos, al parecer, su ex tampoco los daba. Y no quería usar a Kagome, sentía que era un acto sucio y corrupto aceptar su amistad únicamente para buscar algo que parecía ser inútil. Él debía buscar el por qué en la misma Kikyō, eso ya lo tenía claro.

Sonrió apenas, cruzando la estancia y saludando a un par de maestros. Él era el más joven de todos. Sus padres habían trabajado años en esa universidad y habían sido amigos de los directores y decanos por todo ese tiempo, creando lazos afectivos con algunos administrativos, así que, al morir, él recibió apoyo de todos, permitiéndole ejercer como maestro de matemáticas en primeros y segundos semestres de la facultad de ciencias administrativas incluso antes de graduarse como docente. A sus veinticinco años, ya había trabajado en clases particulares y en una grandiosa institución como maestro de matemáticas y podía sobrevivir.

Muchas veces se encontraba alumnos mayores que él, pero siempre fue respetado y eso le alegraba. Además, InuYasha lucía algo mayor y su porte inspiraba respeto.

—Taishō-sama —escuchó llamar a la maestra de natación e inmediatamente él hizo una reverencia.

—Ito-sama —la saludó por su apellido—. La señorita Higurashi Kagome, ¿está adentro? —Preguntó con seriedad, esperando no sonar mal.

—Así es, puede esperarla aquí o en las piscinas —la mujer llevó su vista hacia la elegante bolsa de papel que cargaba el profesor—. Es la primera vez que lo veo por aquí.

InuYasha se quedó estático unos segundos, pero recuperó pronto la postura.

—Sí… es una entrega de parte de su padre —mintió estratégicamente—, un regalo.

—Oh, por su cumpleaños —rio ligeramente, restándole importante. InuYasha asintió, nervioso—. Nos vemos luego, mucha suerte.

La vio irse y soltó el aire contenido, como si un peso le hubiera salido de encima. Admitir que le estaba llevando algo de forma personal a una alumna era un delito que le podía costar una sanción, así que esperó haber dejado tranquila a Tsukiyomi. Siguió caminando hasta la entrada del natatorio y cuando estuvo cerca de las gradas, notó que no había nadie. Frunció el ceño, sintiéndose un completo idiota. Sacó el celular de su bolsillo y mantuvo la bolsa y el portafolios en la mano izquierda. Había puesto el número de Kagome en marcación rápida en el número «7» —porque sabía que ese era su número favorito, así que sería más fácil de recordar— y la llamó.

Sí, no le envió un WhatsApp, como de costumbre: la llamó.

¿InuYasha? —Escuchó su voz extrañada.

—¿En dónde estás? —Le inquirió estoico y con voz plana.

Eeeh, me estoy cambiando en los vestidores del edificio de natación, ¿por qué? —Escuchó a gente hablando alrededor y los golpes de los casilleros y supo que le estaba diciendo la verdad.

Se quedó en silencio unos segundos, no sabiendo qué responder ante eso. No quería que se enterara aún de que había ido expresamente a darle un regalo de cumpleaños. Incluso quería fingir que no recordaba que era su día, así que inventó algo rápidamente en su cabeza.

—No es nada importante —armó la mentira—, quería saber cómo te fue en el examen de matemáticas hoy.

¡Oh, fue muy bien! —la escuchó reír animada y eso lo hizo sonreír—. Gracias, InuYasha, creo que ya tengo la…

Paró de hablar cuando, al salir nuevamente por las piscinas, vio su alta figura justo en la entrada. Aún sostenía el celular y no se había percatado de que ella estaba viéndolo desde abajo.

—¿Kagome? —Dijo extrañado, mirando el celular y notando que le había colgado.

—¡¿Qué haces acá?! —No pudo evitar la risa de incredulidad. Se sintió alegre de verlo ahí, no lo podía negar. ¿Se habría acordado de su cumpleaños?

InuYasha no esperó verla ahí tan pronto, así que, nuevamente, no supo cómo reaccionar. Ella subió las gradas con rapidez y traía una enorme sonrisa en la cara, parecía muy feliz. Quiso caminar a encontrarla, pero Higurashi llegó rápido.

—Bien, supongo que ya me descubriste —comentó resignado y ella alzó una ceja, sin entender a qué se refería. InuYasha abrió la boca ligeramente para decir algo—. Hay una atolondrada niña a la que le doy clases de matemáticas y está hoy de cumpleaños —ella soltó otra risa, poniendo los ojos en blanco—, creo que tú la conoces y podrías —se guardó el celular y tomó la bolsita de entre las maniguetas de su portafolio— darle esto. —Se la extendió, pero su expresión fue un poco más seria.

Kagome suspiró, increíblemente asombrada por el detalle que jamás esperó. Los años anteriores siempre celebraba en grupo junto a sus amigos y luego junto a Kikyō, claro, nada tan «personal» como aquello. La bolsa era de papel, pero muy elegante… se quedó impresionada al darse cuenta de que se trataba de la librería más cara de todo Nerima, así que se apresuró a desenvolver el libro perfectamente empaquetado ante la mirada expectante de su nuevo amigo. Cuando lo hubo descubierto, notó su tapa solida tan perfecta y pulcra, aún protegida por el plástico. Leyó la porotada y el nombre de la autora con los ojos a punto de echar lágrimas.

—¡Por Dios! ¡«Mi amado hermanastro» de K H Ito! ¡Es su último libro! ¡Ni siquiera ha sido puesto en venta en el resto de librerías! —Alucinó con la exclusividad del detalle. Era la última obra de su autora favorita en el mundo—. ¿Cómo sabes que es mi escritora favorita? —Tomó el regalo entre sus manos y lo llevó al pecho, totalmente enternecida.

—Cualquiera que te ponga atención tres minutos seguidos, lo sabría —citó cínicamente su frase y una sonrisa orgullosa no pudo esconderse de su rostro. Le gustaba ganar siempre, le gustaba hacer las cosas bien y sentir que había sido acertado—. Te vi innumerables veces leyendo sus obras en la biblioteca como si no hubiera un mañana, creo que es obvio.

Kagome volvió a sonreír en respuesta, con las mejillas rojas. InuYasha sí le había puesto atención.

—Gracias… —atinó a susurrar— supongo que no irás a casa esta noche.

—Por obvias razones —fue algo incómodo, ambos lo supieron—. No importa, ya nos veremos la próxima semana. ¿Sales ahora? —Empezó a moverse hacia la salida—. Puedo acercarte a tu casa. —Le ofreció naturalmente y fue raro. No acostumbraba a hacer eso.

Kagome se mordió los labios, sintiendo una ligera pena de repente.

—No… aún debo hacer un par de cosas aquí. Pronto entraré a las competencias institucionales —le comentó ligeramente.

—Oh, ya veo. Muchas felicidades, Kagome. —Le dedicó una sonrisa franca—. Nos vemos luego, disfruta tu regalo.

—¡Gracias de nuevo! —La escuchó gritar mientras él avanzaba.

InuYasha le hizo una señal con la mano sin volver a mirar atrás y avanzó. Camino de vuelta, anduvo bastante reconfortado, como si haberle dado aquel regalo y haber visto su expresión animada le hubiera hecho bien, porque de alguna forma, él se había sentido igual cuando ella le llevó la gaseosa favorita y dijo todo aquello. Estuvo algo perdido en sus nuevos pensamientos hasta que casi choca con alguien justo en la salida del edificio.

—Oh, lo lamento muchísimo, Taishō-sama —escuchó hablar a un joven que reconoció por su voz y no porque el enorme y muy exclusivo ramo de rosas rojas y blancas le hubiera dejado ver la cara.

—¿Hōjō? —No pudo creerlo. Vio que llevaba también una pequeña bolsa entre sus manos—. ¿Acaso vas a pedirle matrimonio a tu novia? —Comentó divertido, mientras él joven dejaba verse el rostro teñido de rojo.

—Quisiera que fuera mi novia, es una mujer realmente hermosa, como un ángel —la describió de forma apasionada, sonriendo como un tonto y con tono nervioso, mirando hacia abajo— pero ella aún no quiere formalizar algo conmigo, así que esperaré paciente… —se quedó en silencio unos segundos, como reflexionando—, ¿usted me podría ayudar, Taishō-sama?

InuYasha se sonrojó de repente, como si hubieran atacado su intimidad. No supo cómo responder aquello, todo el último rebullicio con Kikyō y su historial romántico le vino a la mente como rayos y pensó en que no era el indicado para poder aconsejar a nadie. Menos a un muchacho que parecía tan enamorado como Hōjō.

—N-no creo que pueda ayudarte —le dijo por fin y el aludido pareció decepcionado—, oye, pero puedo aconsejarte de vez en cuando, creo —le dio una leve palmada en la espalda—. Supongo que no debes desanimarte y luchar por ella hasta estar seguro que ya no hay nada qué hacer.

No pudo dejar de pensar en Kikyō y de lo patético que se vería ante los ojos del alumno si supiera que él ni siquiera podía saber si había sido o no un cornudo. Inhaló hondo.

—Lo haré —sonrió, con esa actitud tímida pero decidida que lo caracterizaba—. Gracias, Taishō-sama.

InuYasha asintió, saliendo de su trance por un momento. Vio casi en cámara lenta cómo el rostro del joven se iluminaba y los ojos le brillaban como dos perlas. Fue realmente impresionante aquella reacción. Cuando Hōjō dijo que la chica se estaba acercando él también volteó, picado por la curiosidad de conocer a aquella diosa que había descrito un par de minutos antes, que parecía ser la mujer más maravillosa sobre la tierra. No creyó haber visto por ahí a una joven que tuviera esas similitudes, así que realmente estaba interesado.

Cuando sus ojos se dirigieron a la misma dirección que los del chico a su lado, se enfocaron en alguien que lo dejó completamente frío. La chica comentaba algo distraídamente con la joven de recepción y firmaba algunos documentos, se notaba que estaban charlando de forma amena. No lo pudo creer, pero aquello le causó tanta impresión y una sensación no muy agradable en el cuerpo que reconoció al instante como un mal sabor ya vivido y parecido a ese. Reaccionó rápido, antes de que se diera cuenta de que aún seguía ahí.

—Nos vemos. No le digas a Kagome que… Higurashi —corrigió automáticamente, ante la mirada confundida de Hōjō— que me viste aquí, ¿sí?

—S-sí.

Salió rápidamente de la estancia como si un fantasma lo estuviera persiguiendo y una vez estando fuera, dejó escapar el aire que había retenido dentro y apenas se dio cuenta de que no había respirado. Kagome no le había sido sincera al decirle que saldría con otro y si había algo que le fastidiaba en la vida eran las mentiras, que le ocultaran las cosas. ¿Qué costaba decirle que simplemente saldría con alguien más y por eso no aceptó que la acercara a su casa? ¿Qué costaba decirle las cosas a la cara? Se estaba repitiendo la situación y pensó en que las cosas no eran tan distintas que antes. Le frustraba mucho. Ese comportamiento parecía venir de familia porque Kikyō lo había hecho antes también.

Necesitaba un cigarro, definitivamente.

—Tan poca confianza —comentó en voz baja, alejándose del lugar, rumbo al parqueadero— y eso que somos amigos.

O eso era lo que Kagome siempre había dicho.

Continuará…


Más pinceladas sobre lo que pasó entre estos dos. Bueno, no pasó algo como tal, sino que cada uno vivió su historia de forma individual. Les faltó comunicación (¿?).

Por cierto, el libro de Kagome tiene que ver con algo que sucedió en el universo de Nota. No sé si esto pueda considerarse como spoiler, pero cuando eres autor de historias y puedes mezclar tus universos de alguna forma, es como si fueras un dios poderoso, no sé explicar la sensación tan increíble. ¡Gracias por su apoyo!

Muchos abrazos a:

Veliuslaoculta, angieejp, Dubbhe, Lis-Sama, Iseul, Marlenis Samudio, Ferchis-chan, Moroha, Laurita Herrera, Invitado, yancyarguettaf y mi Bogaboo.