Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de eien-no-basho y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

Capítulo 7: De rumores y recordatorios

Antes de que Kagome pudiera siquiera parpadear, Inuyasha había tumbado la pantalla de seda y se había lanzado hacia el youkai lobo. A Kouga también lo sorprendió con la guardia baja y el puño impactó sólidamente en su estómago, enviándolo derrapando a través de la sala, a través de montones de cojines y contra la pared más alejada. Un sonoro chasquido le dijo a Kagome que era probable que le hubiera roto algunas costillas.

—¡Maldito lobo! —gruñó Inuyasha, avanzando hacia el aturdido youkai—. ¡Por los siete infiernos, cómo se te ocurre irrumpir en el jodido palacio imperial!

Alarmada, Kagome se levantó rápidamente desde su lugar junto a la pantalla volcada. Se deslizó con torpeza entre los muchos cojines de seda, intentando abrirse paso hacia el iracundo hanyou.

—¡Inuyasha-sama! ¡Espere!

Inuyasha no le dirigió ni una mirada, sino que continuó con su avance amenazante. Kouga se debatió, aturdido, donde yacía. Resolló débilmente, escupiendo sangre sobre los tatami del suelo.

—¡Y una mierda voy a esperar, mujer! ¡Primero te secuestra y luego irrumpe en mi maldita corte! ¡A este gilipollas hay que enseñarle una lección sobre jodidos límites!

Inuyasha alcanzó a Kouga y levantó al lobo por el pelo. Kouga forcejeó débilmente, todavía jadeando por lo que había sido un golpe especialmente salvaje.

—¡Inuyasha-sama, por favor, espere! ¡Por favor! —volvió a intentarlo Kagome, llegando al fin en medio de tropiezos hasta el Tennō.

Rondó a su lado, sin saber cómo calmarle. Este era un ardid bastante estúpido por parte de Kouga. Se sentía un poco tentada a pegarle ella también…

Inuyasha le dirigió una mirada mordaz, pero pareció dudar al ver a su casi incapacitado enemigo. Sacudió al lobo con brusquedad.

—Oye, maldito lobo. ¿Estás despierto? —dijo arrastrando las palabras, zarandeando al lobo una vez más para enfatizarlas—. Quiero que puedas sentirlo cuando te arranque tu pulgosa cola del culo.

Kouga colgaba sin fuerza en su agarre, inmóvil. Inuyasha lo miró, contemplando lanzar al lobo contra otra pared para despertarlo. O matarlo. Le valía cualquiera, siempre y cuando el youkai no siguiera removiendo mierda en su corte o husmeando alrededor de Kagome cuando no tenía ningún derecho a hacerlo.

—Inuyasha-sama, él me salvó la vida, por muchas cosas estúpidas que pueda haber hecho —dijo Kagome, utilizando la única arma que tenía en realidad en su arsenal en ese momento—. ¿No cree que debería…?

—Creo que debería meter su sarnoso culo en la prisión imperial y dejar que se pudra allí —la interrumpió Inuyasha, irritado por su continua defensa del lobo sarnoso—. Esta es la segunda maldita vez que se ha metido en asuntos imperiales. Y no puedes insistir con eso de que te ha «salvado la vida» para…

El pie de Kouga en su estómago interrumpió el resto de lo que fuera que iba a decir. El señor de los lobos había estado haciéndose el muerto.

Inuyasha maldijo en voz alta, apartando al ofensivo youkai. Kagome soltó una exclamación, tambaleándose hacia atrás con sorpresa.

—¡Deténganse! ¡Tienen que detenerse! —gritó con desesperación, empezando a temer de verdad cuál sería el resultado de esto.

—¡Y una mierda! ¡Voy a salvarte de este chucho, Kagome!

Y Kouga volvía a estar en pie e iba hacia Inuyasha de nuevo. Inuyasha, al otro lado de la habitación, estaba haciendo lo mismo.

Kagome habría puesto los ojos en blanco por su inmadurez si hubiera tenido tiempo. En cambio, hizo lo primero en lo que pudo pensar para evitar el inminente baño de sangre.

Desafortunadamente, lo primero resultó ser interponerse directamente en el camino de Kouga. Más desafortunadamente si cabe, a Kouga le sorprendió tanto su repentino movimiento que derrapó incómodamente hasta detenerse. Y para coronar el infortunio, Kagome, sorprendida por su parada y ya sin equilibrio, tropezó y cayó directamente en sus brazos.

El tiempo se extendió en un opresivo silencio como la tensión de una cuerda. Kagome casi podía oír la sorpresa y el ultraje de Inuyasha creciendo tras ella. Forcejeó débilmente contra el agarre de Kouga sobre ella, mortificada por lo terrible de la situación.

—¡Infiernos, mujer! —llegó el bramido desde detrás de ella, soltando finalmente la cuerda.

Se vio apartada bruscamente del abrazo de Kouga y tirada contra el costado de Inuyasha. Hizo una mueca cuando su hombro se vio sacudido por el movimiento.

—¡Oye! ¡No toques a mi mujer, chucho!

Kagome volvió a verse lanzada contra el pecho de Kouga, su cabeza empezaba a darle vueltas por el repentino movimiento. Kouga se apartó de un salto, llevándosela consigo, mientras Inuyasha avanzaba y extendía la mano para reclamarla.

—Ni hablar, descerebrado. Está claro que me pidió que la salvara de ti. Kagome va a volver conmigo para ser la señora de la tribu de los lobos del este. Y los dos juntos vamos a dominar las tierras orientales —dijo Kouga con desdén, apartándola hábilmente del alcance de Inuyasha cada vez que el hanyou se lanzaba a por ella.

Si había una cosa que Kouga tenía más a su favor que Inuyasha, ciertamente era la velocidad, se lamentó Kagome distraídamente mientras la lanzaban de un lado a otro como a una muñeca entre los dos. De repente, las palabras de Kouga atravesaron la agitación de su cerebro dentro de su cráneo. Kagome se tensó, renovando sus esfuerzos contra su agarre.

—Kouga… ¡Kouga-sama! ¡Espere! ¡Por favor, bájeme! —soltó, empujando contra la armadura cubierta de piel de sus hombros.

—¿Y dejar que ese chucho ponga sus sucias patas sobre ti? ¡Me parece que no, Kagome! —dijo Kouga, continuando su juego con el hanyou, que consistía en mantenerla alejada.

—¡Maldición, lobo estúpido! ¡Dijo que la bajaras! ¡Si la sigues abrazando mucho tiempo más vas a contagiarle tus malditas pulgas! —gruñó Inuyasha.

Kagome gruñó. Parecían estar decididos a ignorar completamente sus deseos. Decidió que era hora del último recurso. Respiró hondo.

—¡Ah! ¡Kouga-sama! ¡Mi hombro! ¡Mi hombro! ¡Me duele!

Era bastante cierto, razonó Kagome para sus adentros. Le estaba volviendo a empezar a doler el hombro, a pesar del hecho de que Kouga estaba teniendo cuidado de no mover mucho esa parte en concreto de ella. Aun así, la forma en la que los dos se detuvieron en seco ante las palabras le dijo que el pequeño engaño había valido la pena.

Kouga la depositó cuidadosamente sobre uno de los cojines que los dos habían destrozado durante su juego a través de la sala, arrodillándose a su lado.

—Lo siento, Kagome. No me di cuenta…

Inuyasha lo calló al tirarle un puñado de plumas de las almohadas destrozadas a la cara y dándole un buen empujón. Tomó el lugar del lobo a su lado.

—¡Idiota! ¡¿Por qué te lanzabas a él cuando te duele el hombro?!

—¡Yo no…!

—¡Cállate! ¿Está muy mal? ¿Tienes que volver a vendártelo? —dijo Inuyasha, tocando la herida con sorprendente delicadeza.

—No está tan mal, Inuyasha-sama —contestó Kagome, maravillándose ante su suave roce. Notaba la cara un poco caliente mientras lo observaba examinar la herida con una especie de grosera preocupación.

Kouga fue a sentarse a regañadientes a poca distancia de ella, dudando entre discutir con el hanyou o volver a tocarla por temor a hacerle más daño. Se conformó con mirar a Inuyasha con extrema hostilidad mientras la inspeccionaba.

Kagome se sintió un poco culpable por hacerles preocuparse por algo tan pequeño, pero estaba bastante satisfecha con esta tregua momentánea. Esto era lo que había estado buscando. Ahora era el momento de poner su repentina pequeña idea en marcha.

—Kouga-sama —empezó Kagome, su voz era calculadoramente cortés—, lamento muchísimo que haya venido hasta aquí, pero la verdad es que no necesito que me salven. Y en realidad había… métodos mejores que podría haber utilizado si deseaba venir a verme.

—Pero yo… —empezó a discutir Kouga, confundido por su repentina formalidad.

—Sin embargo —dijo Kagome—, ahora que está aquí, bien podría quedarse por un tiempo. Al menos hasta que Inuyasha-sama y usted puedan arreglar sus asuntos de una manera satisfactoria y civilizada. Usted es un Señor, después de todo, y estoy segura de que Inuyasha-sama puede hacer que le preparen unos aposentos para que pase un tiempo aquí, en Heian.

Kagome le dirigió una mirada insistente a Inuyasha, esperando que captara lo que quería decir. Inuyasha le contestó a su mirada con otra de total repulsión.

—¡Ni de broma voy a dejar que este lobo enfermo se quede en mi corte! ¡Ha irrumpido aquí y ha vuelto a aprovecharse de ti!

—Inuyasha-sama —dijo Kagome con los dientes apretados y forzada paciencia—, Kouga-sama por supuesto que ha cometido algunos errores a la hora de juzgar la situación, pero es un Señor, después de todo. Y el deseo del Tennō-sama es conservar el favor de todos los Señores, ¿verdad?

La dureza de la expresión de Inuyasha se transformó lentamente en comprensión, aunque a Kagome le pareció que solo era una clase de entendimiento parcial y cuestionable. No obstante, si lo entendía aunque fuera un poco, le seguiría la corriente.

—Espera… ¿Tú eres el Tennō, chucho?

Tanto Kagome como Inuyasha se apartaron de su silenciosa comunicación para quedarse mirando al señor de los lobos, con idénticas miradas de incredulidad en sus facciones. Él les devolvió una mirada vacía.

—¿Acaba… de darse cuenta? —dijo Kagome, incapaz de contenerse.

—Sabía que eras jodidamente estúpido, pero ni siquiera yo creía que fueras tan imbécil —dijo Inuyasha, un ligero tic empezaba a desarrollarse en una de sus oscuras cejas—. Por los siete infiernos, ¿dónde crees que estás, gilipollas?

—Yo… —vaciló Kouga, observando bien sus alrededores por primera vez.

Un poco de incertidumbre asomó a sus ojos, pero se hinchó y gruñó más profundamente para ocultarla.

—No es como si a alguien fuera a ocurrírsele que aquí el chucho es «el Tennō» —dijo en voz más alta de la necesaria—, y aunque lo sea, eso no cambia nada. No voy a renunciar a Kagome.

Bueno, su falta de respeto general para con el Tennō y su autoridad ciertamente era otra cosa que añadir a la larga lista de problemas de la que tendrían que encargarse, notó Kagome. Es más, se maravillaba ante la completa falta de todo sentido común del señor de los lobos.

Por el rabillo del ojo vio que los labios de Inuyasha-sama se retiraban en un feroz gruñido, con las manos cerrándose en puños a sus costados. Se tensó y ella pudo ver que estaba listo para lanzársele al cuello. Kagome extendió la mano instintivamente, apoyando una mano restrictiva ligeramente sobre su hombro.

Inuyasha parpadeó, su mirada se movió inquisitivamente ante el delicado gesto. Aprovechándose de la apertura, Kagome se interpuso sutilmente entre los dos. Encarando a Kouga, se aseguró de que capturaba sus ojos con los de ella antes de hablar.

—Kouga-sama —empezó en el tono más recatado y atrayente que pudo conseguir—, soy consciente de que Inuyasha-sama, Su Majestad, y usted tienen muchas diferencias que resolver. Sin embargo, no creo que sea correcto que se dirija al soberano de su país de esa manera. También me complacería enormemente que se quedara durante un tiempo en la corte hasta que todos los asuntos puedan resolverse a nuestra satisfacción.

Kagome sostuvo su mirada por un largo momento, deseando que aceptara por consideración a ella. Ciertamente, era un poco bajo jugar con su extraño encaprichamiento con ella, pero por el momento era necesario. Se aseguraría de dejar las cosas claras en el futuro.

—Bueno, yo… eh —dijo Kouga, sonrojándose ligeramente bajo su intensa mirada—. Vale, supongo. Lo que quiera mi mujer. Siempre y cuando el chuc… siempre y cuando él mantenga sus mugrientas patas alejadas de ti, Kagome.

—Gracias, Kouga-sama —dijo Kagome, dirigiéndole una sonrisa y agarrando el brazo de Inuyasha con más firmeza al sentir que su youki se encendía detrás de ella—. Iré a buscar a un sirviente que pueda llevarle a unos aposentos temporales hasta que podamos prepararle un mejor alojamiento. ¿Le parece conveniente, Inuyasha-sama?

El hanyou no discutió, pero le dirigió una oscura mirada que claramente decía que ni estaba satisfecho ni había terminado con ella. Luego, dirigió su mirada fulminante a Kouga y Kagome tomó eso como un permiso.

Se levantó y se dirigió hacia la entrada, rezando porque los dos pudieran comportarse civilizadamente por unos instantes. Escogió su camino entre los cojines destrozados y las plumas desperdigadas, deteniéndose por un momento para revisar al guardia inconsciente que había ido a advertirles de la inesperada llegada de Kouga. Parecía que solo tenía un chichón en la cabeza, pero tendría que llamar a alguien para que se ocupara de él.

Salió de los aposentos del Tennō al frío aire nocturno. Todavía nevaba ligeramente y un grupo de gente estaba acurrucado con incertidumbre al otro lado del camino, alrededor del brillo de algunos faroles. Era obvio que habían seguido el rastro de Kouga hasta allí y que no tenían ni idea de qué hacer.

Hubo un revuelo y empezaron a charlar en voz alta cuando emergió y fue hacia ellos. Varios de ellos, guardias totalmente armados, avanzaron hasta la cabeza del grupo. Kagome frunció el ceño, preguntándose por la falta de lealtad que había evitado que cargaran para defender a su Tennō de la amenaza.

—Todo va bien. Solo ha habido una… especie de malentendido —dijo Kagome en voz alta, previniendo la bravata de excusas que podía ver que los guardias se estaban preparando para dar—. Necesito que vengan dos sirvientes conmigo. Uno conducirá a nuestro noble invitado a una habitación disponible y adecuada a su estatus. El otro llevará al guardia del interior que ha sido… incapacitado en mitad de la confusión de vuelta a su cuarto para descansar y para que se ocupen de él.

Kagome se sintió un poco insegura dando órdenes como si tuviera alguna autoridad, pero el enfado con la multitud le prestó fuerza a su voz. Nadie la cuestionó por vergüenza, debido a su falta de acción, o por la automática autoridad que le concedía el salir de los aposentos del Tennō.

Dos de los sirvientes más valientes dieron un paso adelante y la siguieron para volver a la silenciosa y tensa sala mientras el resto del grupo se dispersaba. Uno, el hombre de los dos, se apresuró hasta el costado del guardia caído, levantando al otro hombre y transportándolo fuera de la habitación.

La otra, una mujer mayor pequeña, pero de aspecto robusto, siguió a Kagome hasta donde estaba el señor de los lobos, que ahora tenía un aspecto petulante. Inuyasha, anticipando la entrada de los sirvientes, se había puesto a echar humo silenciosamente detrás de la pantalla.

Kagome agradeció descubrir que no parecía haberse derramado sangre en su ausencia. Le hizo una reverencia a Kouga y gesticuló en dirección a la sirvienta, que también hizo una profunda inclinación.

—Kouga-sama, ella le guiará hasta sus aposentos. Simplemente sígala y podrá acomodarse para pasar la noche.

—¿Qué hay de ti, Kagome? —preguntó, levantándose para apretar sus manos fuertemente entre las de él.

Kagome respiró hondo para reunir su paciencia, mirando cautelosamente a la pantalla para asegurarse de que Inuyasha no intentaba nada. Desplazó la mirada de nuevo hacia Kouga, deslizando sus manos fuera de su agarre.

—Tengo que quedarme y terminar mis asuntos con el Tennō-sama —explicó y vio que Kouga se erizaba exactamente como había esperado—, pero me preocuparía enormemente que usted se quedara y se aburriera por los tediosos asuntos de los que tenemos que hablar. Así que, por favor, vaya a su habitación y descanse bien esta noche. Por mi bien.

Kouga dudó por un largo momento, dividido entre el instinto de complacer a Kagome y el deseo de irritar a Inuyasha. Finalmente, asintió lentamente.

—Vale, pero si intenta algo, ven a por mí y ajustaré cuentas con él, sea el Tennō o lo que sea. Y ven a verme por la mañana. Comeremos juntos.

—Yo… veré lo que puedo hacer al respecto.

Kouga asintió y, para consternación suya, la rodeó con sus brazos para darle un abrazo de despedida. Kagome cerró los ojos con fuerza por la mortificación, esperando que terminara rápido. Podía sentir los ojos de Inuyasha agujereándola incluso a través de la pantalla.

Por supuesto, la verdad es que demostró ser un abrazo bastante prolongado mientras Kouga la olfateaba y la sostenía cerca a propósito para tener la última palabra. A través de su intensa vergüenza y su creciente deseo de hundirse en el suelo, admiró el control de Inuyasha para no hacer trizas al lobo.

Finalmente la liberó y siguió a la sirvienta, que afortunadamente se había mantenido ocupada atendiendo la desordenada habitación mientras esperaba, aunque no sin antes dirigirle una sonrisa engreída a la silueta del enfurecido Inuyasha.

Kagome dio un suspiro de alivio, agradecida por haber salido de la delicada situación sin apenas daños. Se dio mentalmente una palmadita en la espalda por haber ejecutado tan bien todas las lecciones de Kaede sobre tacto.

—Oye, niña. Por los siete infiernos, ¿te importa explicarme lo que acabas de hacer? Aparte de lanzarte sobre el lobo pulgoso como una idiota aduladora.

Kagome se desinfló, recordando que todavía tenía que dar algunas explicaciones si todo iba a ir como esperaba. Con un suspiro mental, se dio la vuelta para arrodillarse ante la pantalla. Inuyasha se puso de pie al lado, de brazos cruzados mientras la fulminaba con la mirada.

—En primer lugar, difícilmente lo estaba adulando, Inuyasha-sama.

—Y una mierda —resopló Inuyasha—. Te le estabas echando encima. ¡Vi cómo te lanzaste a sus flacuchos brazos! ¿Eso es lo que te gusta?

—¡Yo no…!

Pero Inuyasha simplemente resopló sonoramente sobre sus intentos de explicarse, levantando la nariz. Kagome fulminó con la mirada su terco perfil, pero terminó suspirando.

Obviamente estaba frustrado por todo lo que había ocurrido y no es que no tuviera derecho a estarlo. Después de todo, Kouga había irrumpido en su corte, le había insultado repetidas veces, había intentado secuestrarla y el hanyou aun así se había visto obligado a permitirle que se quedara sin castigo.

—A pesar de lo que haya hecho o no con Kouga-sama, ¿usted entiende mi intención al pedirle que se quede en la corte? —preguntó, esperando hacer a un lado lo demás por el momento.

—¿Para que puedas babear más por él?

—¡Inuyasha-sama!

—¡¿Qué?! ¡Es verdad, no!

La fulminó con la mirada y ella hizo lo mismo, ninguno cedió en lo más mínimo. Finalmente, Kagome se mordió el labio, obligándose a tragarse su orgullo. Tenían que hablar de esto para que él lo entendiera.

—Escuche, Inuyasha-sama. Creo que es muy importante que permanezca en la corte —dijo Kagome finalmente, tranquilizándose por pura fuerza de voluntad.

—… ¿Por qué? —preguntó Inuyasha, pareciendo transigir por el momento.

—No sé lo conectado o separado de la corte que pueda estar, pero Kouga-sama es un Señor. Y lo que es más importante, es un Señor con un número considerable de youkai bajo su control. Eso lo he visto con mis propios ojos. Y, por ello, creo que Kouga-sama y su clan podrían demostrar ser valiosos adeptos para nuestra causa —explicó Kagome.

—¿Y de verdad crees que este descerebrado va a hacer caso de lo que yo diga? —replicó Inuyasha astutamente.

—Ah, bueno… —vaciló Kagome al toparse con el problema de su plan—. Con suerte, durante el tiempo que esté aquí en la corte podré convencerle de ser más cooperativo. Parece… sentir una especie de debilidad por mí.

Inuyasha resopló con sorna, su irritación volvió con fuerza ante esa mención.

—¿Entonces qué? ¿Vas a ofrecerle tu cuerpo a cambio de obediencia? Gracias, pero paso de participar en esa mierda.

Giró la cabeza desdeñosamente, fulminando con la mirada la pared del fondo.

Kagome se quedó sin aliento, su rostro se encendió con indignación ante la sugerencia. Se puso en pie para encararlo, cerrando con fuerza las manos en puño. ¡Cómo se atrevía!

—¡Haré lo que tenga que hacer para asegurar su posición, tal y como prometí! —soltó Kagome—. ¡Pero no me voy a quedar aquí para que me insulte cuando lo único que he hecho ha sido intentar ayudarle a usted! Ahora, si hemos terminado, ¿puedo retirarme, Inuyasha-sama?

—Feh. Qué más da, vete —soltó Inuyasha de repente despiadadamente, aunque hizo una mueca para sus adentros. Esta vez sí que parecía enfadada… ¡pero había sido ella la que le había obligado a permitir que el lobo sarnoso se quedase en la corte a pesar de toda la mierda que había levantado!

—Buenas noches, entonces, Inuyasha-sama —soltó Kagome, girando sobre sus talones para marcharse.

Kagome se fue rápidamente, echando humo mientras salía del Palacio Interior. Volvió a la residencia de Sango y a la habitación que le habían preparado.

Se encontró con que Sango ya se había retirado a dormir y que Miroku se había quedado en su propia residencia. Lo agradecía, teniendo en cuenta que significaba que podía descansar toda la noche antes de tener que explicar todo lo que había ocurrido.

Se cambió de mal humor, se puso una ligera yukata para dormir y se acostó, aunque el sueño no le llegó rápido. Lo único que había estado intentando hacer había sido ayudarle, ¡y él prácticamente la había acusado de ser una especie de ramera! En serio, era demasiado…

Finalmente, se dejó llevar por un sueño intermitente, cuidando de su orgullo herido.


Kagome se despertó temprano a la mañana siguiente, descansada, pero sin sentirse particularmente revitalizada. Recordó haberle dicho a Kouga que intentaría visitarlo por la mañana y decidió que sería mejor seguir adelante con ello, aunque fuera para evitar que irrumpiera nuevamente en la corte en su busca.

Kagome llamó a una sirvienta, que la ayudó a prepararse, también le lavó y le volvió a vendar el hombro. Mientras la anciana sirvienta le peinaba el pelo y se lo recogía, Kagome escribió una rápida nota para Miroku y Sango, explicando todo lo que había ocurrido con Inuyasha. Así, ninguno de los dos tendría que preocuparse por buscarla cuando se despertaran.

La sirvienta salió entonces para hablar con otros sirvientes a fin de averiguar dónde había terminado siendo acomodado Kouga para pasar la noche. Resultó ser en una pequeña residencia cerca del Palacio Interior, anteriormente habitada por un clan que había caído en desgracia y que ahora estaba vacante. La mujer condujo a Kagome hasta allí.

Kagome se detuvo para respirar hondo a la entrada de la habitación temporal de Kouga, preparándose para lidiar con cualquier número de cosas ofensivas que el señor de los lobos pudiera hacer o decir. Tenía que caminar por la fina línea entre conservar su favor y no darle falsas esperanzas si las cosas salían como ella esperaba.

Con firme resolución, Kagome entró en el cuarto. Casi se cayó ante el panorama que la saludó.

De alguna forma, Kouga había conseguido hacerse con varias pieles pesadas, que había colgado en las paredes y había esparcido por los suelos de madera. Para introducir luz en la oscurecida habitación, había hecho un fuego en el hogar central de la habitación.

La falta de ventilación dejó el cuarto extremadamente sofocante y Kagome podría haber pensado que había vuelto a la cueva en las tierras de Kouga si no hubiera sabido que no era así. Ahogándose un poco con el pesado humo que colgaba en el aire, Kagome se adentró más en la habitación.

Kouga, que estaba reclinado perezosamente al lado de las llamas danzarinas, se levantó de golpe al verla. Estuvo a su lado en un abrir y cerrar de ojos, tomándola de las manos y haciendo que se adentrara más en la habitación. Divagó energéticamente sobre algo que Kagome no pudo seguir, pues continuaba estupefacta ante los drásticos cambios que le había hecho al cuarto.

La obligó a sentarse junto al fuego, tomando asiento tan cerca de ella que su muslo estaba presionado contra el suyo. Kagome se echó hacia atrás con nerviosismo, solo para que Kouga hiciera lo mismo. Obviamente tenía muy poco sentido de los límites humanos.

—Espero… que su noche haya sido placentera, Kouga-sama —dijo Kagome, incómoda por la mirada fija y seria que el señor de los lobos le estaba dirigiendo.

—Estuvo bien —dijo Kouga despectivamente, sus intensos ojos azules no se apartaron en ningún momento de ella—. Una vez que hice que los sirvientes arreglasen la habitación, de todas formas. Aunque hubiera preferido haber estado más cerca de mi mujer.

Y volvía a inclinarse hacia ella. Kagome se echó hacia atrás con desesperación, finalmente poniéndose en pie de un salto y apartándose del fuego.

Fingió examinar de cerca una de las pieles para encubrir su zozobra, tirando distraídamente del cuello de su traje mientras sentía que se le empezaban a acumular gotitas de sudor en la nuca.

—Me pregunto dónde consiguieron encontrarlas los sirvientes —charló vanamente, toqueteando la piel en exagerada contemplación.

Pudo sentir cuándo se puso el lobo detrás de ella y tuvo que contenerse para no estremecerse cuando su mano con garras subió para descansar sobre su hombro. Estaba tan cerca que podía sentir su calor contra su espalda.

—Kagome, lo entiendo. Sé por qué me pediste que me quedase aquí en la corte.

Kagome hizo una mueca ante lo que se suponía que era un tono sugerente en su voz. Por supuesto que debería haberse esperado que fuera a interpretar lo que él quería de su propuesta de que permaneciera en la capital. Se dio la vuelta con cuidado para mirarlo a la cara, con expresión precavida.

—¿Y qué es lo que ha entendido exactamente, Kouga-sama? —preguntó, afilando su tono con tensa formalidad que, esperaba, enfriase su ardor.

—Yo, eh… sé que querías que estuviese aquí para salvarte, por supuesto —vaciló Kouga, confundido por el repentino cambio—. Quieres que te salve del chucho para que puedas ser mi mujer. Es decir, no podías decirlo delante de él porque es el Tennō y toda esa mierda, pero de esta forma puedo salvarte como querías.

—¿Y cómo llegó a esa conclusión, Kouga-sama? —respondió Kagome con ecuanimidad.

—Yo… eh… bueno. —Kouga tanteó en busca de palabras, pero de repente no pudo seguir la línea de lógica que le había hecho llegar a su conclusión—. Es que es… obvio, ¿verdad?

Kagome lo observó, notando la poco característica incertidumbre en su expresión. Por muy complicado que él resultase, sus sentimientos por ella parecían ser extrañamente sinceros. Retrocedió un poco, suavizando su comportamiento y abanicándose distraídamente con una mano.

—Por favor, escuche atentamente lo que tengo que decir, Kouga-sama —dijo con amable firmeza—. Yo no le pedí que se quedase para salvarme. Le pedí que se quedase porque hay algo que estoy intentando conseguir aquí en la corte y creo que usted puede ayudarme a hacerlo.

»En cuanto a… sus sentimientos por mí, no puedo decir francamente que corresponda a ellos. Tampoco puedo decir que me encontraré en posición de reciprocar tales sentimientos en algún momento de un futuro próximo.

»Lo lamento de verdad si le he dado la impresión equivocada y es libre de marcharse en cualquier momento si eso es lo que desea. Sin embargo, le agradecería profundamente que se quedase.

Kouga se la quedó mirando durante un largo momento, sin expresión, como si no pudiera entenderla. Y después algo pareció encajar detrás de sus ojos y medio extendió la mano hacia ella antes de retraerla.

Parecía algo más que un poco confuso y herido. Eso le llegó al corazón a Kagome y tuvo que contener unas palabras conciliadoras que podrían aliviar lo que estaba intentando transmitir.

—Entonces… ¿no quieres ser mi mujer? —preguntó finalmente, sus ojos inspeccionaban los de ella.

—Lo siento, Kouga-sama —dijo Kagome en voz baja, bajando la mirada hacia el suelo cubierto de pieles.

—Es por el chucho, ¿no? —dijo Kouga con una pizca de acusación—. Estás enamorada de él, ¿verdad?

—¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que no! —dijo Kagome, abriendo los ojos como platos y levantándolos para encontrarse con los de él—. ¿De dónde ha sacado tal idea?

El solo pensarlo era absurdo. Inuyasha no solo era el Tennō, ¡sino que los dos apenas podían estar el uno junto al otro sin que él decidiera empezar a discutir con ella!

—Bien.

Kagome parpadeó, sorprendida tanto por la palabra como por el tono engreído con el que la pronunció. Una sonrisa confiada cruzaba el rostro de Kouga de oreja a oreja, los colmillos resplandecían a la luz del fuego. A Kagome se le encogió el corazón y se preguntó en qué había errado esta vez.

—Si no hay una razón en contra, entonces voy a hacer que seas mi mujer —declaró Kouga—. Ya verás, Kagome. Serás mi compañera en menos de una semana. ¡Seguro!

Sin preaviso, la rodeó con sus brazos, apretándola con fuerza contra él. Kagome se quedó paralizada en sus brazos, tan estupefacta por su inagotable confianza en sí mismo y por lo poco que había escuchado lo que le había dicho, que no pudo moverse.

En el extremo de su línea de visión, Kagome captó una especie de movimiento y reenfocó rápidamente los ojos. Allí, en la entrada, estaba una sirvienta, una chica más joven y guapa. Tenía los ojos abiertos como platos mientras los miraba embobada, con la boca colgando de una forma muy inapropiada.

Kagome se sacudió, apartando a Kouga de ella prácticamente a empujones. Parecía como si fuera a protestar, pero Kagome le dio la vuelta para que viera a su inesperada visita. Aun así, él no pareció sentir mucho más que irritación, dirigiéndole una mirada hosca a la intrusa accidental.

—Ah, eh… pe-perdón por haberles interrumpido mientras estaban… Pero el Tennō-sama ha solicitado que acuda junto a Su Majestad inmediatamente —tartamudeó la pequeña sirvienta.

Hizo una rápida e incómoda reverencia y Kagome corrió a su lado, dirigiéndole a Kouga una mirada mordaz por el camino. Puso una mano sobre el hombro de la niña.

—No pasa nada. Solo es un malentendido, eso es todo. Un malentendido —ofreció Kagome penosamente y la niña la miró con incertidumbre—. Mmmm… ¿qué te parece si me llevas con el Tennō-sama ahora, vale?

—¿Kouga-sama y usted no tienen que terminar? —cuestionó la niña con las cejas arqueadas con toda la impertinencia de la juventud.

Había algo mordaz detrás de los ojos oscuros de la niña y Kagome sintió un breve destello de preocupación.

—Sí, en realidad, mi mujer y yo…

—No hay nada que terminar —interrumpió Kagome bruscamente al señor de los lobos, lanzándole una mirada silenciadora—. Ahora tengo que reunirme con el Tennō-sama, Kouga-sama. Lamento interrumpir nuestra conversación, pero las órdenes de Su Majestad tienen prioridad.

Kouga parecía como si fuera a discutir o a decir algo despectivo sobre Inuyasha, pero Kagome lo mantuvo quieto con una mirada severa. Afortunadamente, pareció entender por una vez lo que le quería decir y se conformó con un frunce taciturno, exhalando un suspiro mientras se cruzaba de brazos.

—Entonces me retiro —dijo Kagome, esperando conseguir que la sirvienta se moviera más que otra cosa.

La niña captó la indirecta a regañadientes, abandonando sus miradas encubiertas entre el señor de los lobos y la miko en pos de girarse para marcharse. Kagome le ofreció un asentimiento a Kouga y un atisbo de sonrisa en agradecimiento por su pequeña muestra de tacto.

Kouga contestó al gesto con una amplia sonrisa, como si hubiera hecho algo particularmente maravilloso. Kagome se giró para seguir a la sirvienta, poniendo los ojos en blanco.

—¡No te olvides de lo que dije, Kagome! —llamó y ella se tensó—. ¡No bromeo con lo de convertirte en mi mujer! ¡Iré a verte después!

Las entrañas de Kagome se convirtieron en piedra ante la mirada escandalizada que le lanzó la joven sirvienta. Ella lo ignoró resueltamente y obligó a sus pies a que se siguieran moviendo hacia delante por los largos pasillos, con expresión intencionadamente vacía. La sirvienta arrastraba los pies por delante de ella, pero mantuvo los ojos clavados decididamente sobre Kagome.

—Kouga-sama bromea, por supuesto. Tiene un… sentido del humor único —le dijo Kagome, su tono era tan ligero como pudo obligarse a ponerlo.

—Estoy segura, Kagome-sama —contestó la niña, pero sonaba a lo contrario.

Llegaron a la entrada de la residencia y las dos se volvieron a poner los zapatos antes de salir. Anduvieron en silencio por los caminos hasta el Palacio Interior, encontrándose a pocos cortesanos, ya que todavía era muy temprano.

De hecho, el sol todavía estaba empezando a iluminar por completo el cielo matutino. Kagome se dio cuenta de que no podía haber estado mucho tiempo con Kouga-sama, a pesar de lo que le había parecido, y justo después de eso se le ocurrió cuán más sospechoso debía de haber parecido encontrarla en los aposentos del youkai tan temprano.

Kagome se avergonzó mentalmente, preguntándose cómo podía haber sido tan estúpida para ponerse en una posición como esa. No lo había pensado en absoluto.

Tampoco podía evitar preguntarse por qué Inuyasha la había llamado ese día tan temprano. Se habían despedido de malos modos la noche anterior y era difícil de creer que ansiara verla de nuevo tan pronto. Tal vez deseaba continuar degradándola a pesar de todos sus esfuerzos…

Distraída por sus contemplaciones, Kagome casi tropezó con una grulla blanca grande que yacía en el camino antes de darse cuenta de que casi había llegado a los aposentos de Inuyasha. La grulla le dirigió una mirada que solo pudo interpretar como de irritación mientras Kagome pasaba disculpándose sobre ella, siguiendo a la sirvienta, subiendo los peldaños y atravesando el Shishinsen.

La nieve había dejado de caer en algún momento durante la noche, pero el fresco seguía punzante en el aire y el gran estanque sobre el que se había construido la pasarela hasta los aposentos del Tennō estaba cubierto por una capa de escarcha. Kagome se preguntó si sería lo suficientemente robusta para deslizarse sobre ella, tal y como había hecho una vez en su aldea cuando era pequeña.

Vaciló a la entrada del aposento, mirando a la sirvienta mientras ella esperaba a que Kagome entrase. Kagome abrió la boca, contemplando pedirle a la niña que guardara silencio sobre las cosas que había presenciado y oído en la habitación de Kouga.

Pero si decía eso, haría que pareciera como si de verdad tuviera algo que ocultar. Y los sirvientes de la capital parecían ser todos gente muy amable y educada. Era improbable que fueran propensos a chismorrear o a esparcir rumores.

—Mmm… Adiós —dijo Kagome, ya que había estado mirando demasiado tiempo a la niña como para no decir nada.

—Adiós —respondió brevemente la niña, parecía ansiosa por marcharse.

Kagome asintió y entró en la habitación. Pudo oír que la niña corría a toda prisa como un conejito emocionado en cuanto entró.

El ambiente dentro del cuarto era placentero, la calidez de un fuego que ahora era apenas ascuas se contenía en el interior de la habitación. Kagome se frotó las manos para sacarse el frío de ellas. La pantalla volvía a estar en pie y habían limpiado la habitación de todas las plumas, los papeles y la nieve que habían estado esparcidos.

Kagome pudo ver vagamente la silueta de Inuyasha reclinada tras la pantalla de listones. Frunció el ceño y tomó asiento sobre un cojín ante ella, esperando cautelosamente a que se dirigiera a ella.

—Te llevó bastante tiempo.

—Vine en cuanto me llamó la sirvienta —replicó Kagome, con los labios torciéndose con irritación.

—Feh. La próxima vez ven más rápido.

—… ¿Hay alguna razón por la que me haya llamado aquí tan temprano? —soltó, con las manos apretadas donde reposaban sobre sus muslos.

—Yo…

Hubo una larga pausa. Una pausa muy larga. Una pausa que siguió extendiéndose y extendiéndose y extendiéndose incómodamente.

—¿Inuyasha-sama? —dijo Kagome finalmente.

—Te llamé porque… porque yo… ¡sí que tengo una razón, vale! —soltó Inuyasha abruptamente—. Te llamé porque… mierda…

—¿No tiene una razón para haberme llamado aquí? —dijo Kagome con incredulidad.

—Yo… ¡no!… ¡Ese lobo! —tartamudeó Inuyasha, dándose una patada mentalmente por no haber pensado en nada que decirle. ¡Pues claro que iba a pedirle alguna razón!

Kagome se detuvo por un momento, asimilando lo que había dicho.

—¿No querrá decir…? No lo habrá hecho solo para apartarme de Kouga-sama, ¿no?

Volvió a haber esa pausa exagerada. Kagome se mordió la lengua con tanta fuerza que pensó que se la iba a arrancar, conteniendo con desesperación el torrente de palabras irrespetuosas que querían salir de ella. Incluso se le pasó brevemente por la cabeza la idea de echar la pantalla sobre él.

—Inuyasha-sama —comenzó con mucha paciencia—. ¡Usted…!

—¡¿Qué?! ¡No voy a dejar que ese lobo babee por ti en mi capital! ¡No tiene ningún maldito derecho! —se enfureció Inuyasha, poniéndose en pie detrás de la pantalla.

—¡Intenté explicarle por qué está aquí Kouga-sama! —gritó Kagome—. ¡Intenté explicarle que lo único que intento hacer es ayudarle y usted…!

—Disculpe, mi señor.

Ambos se giraron ante el sonido de una tercera voz en la habitación. En la entrada estaba Kikyou, con la expresión más pétrea que Kagome le hubiera visto nunca. Kagome se sonrojó furiosamente, cerrando la boca de golpe. Se preguntó cuánto tiempo llevaba ahí la mujer.

—¿Kikyou? ¿Qué haces aquí? —preguntó Inuyasha, sonando como si sus pensamientos fueran en la misma línea.

—Convenientemente, venía a solicitar que llamase a Kagome para que viniera y pudiera empezar sus deberes como mi dama de compañía —respondió Kikyou, apenas dirigiéndole una mirada mientras se ponía detrás de la pantalla, al lado de Inuyasha—. Lamento haber interrumpido vuestra… discusión, mi señor.

—No lo has hecho —dijo Inuyasha y Kagome vio que su silueta extendía la mano para tomar la que Kikyou le ofrecía—. De todas formas, ya había terminado.

—Ah, ya veo —respondió Kikyou en voz baja, con un mínimo matiz de satisfacción en su voz—. Entonces ¿no le importa que me lleve a la chica conmigo ahora? Hay mucho que hacer.

—Adelante. No me importa.

Kagome se estremeció, herida ante la abrupta despedida. De repente parecía tan… distante. Se quedó pensando en el repentino cambio.

—Gracias, mi señor. Me retiraré con ella —dijo Kikyou, apretando su mano ligeramente antes de salir de detrás de la pantalla—. ¿Cenará conmigo esta noche, mi señor? He echado de menos su compañía estas últimas tardes.

—Sí, claro —contestó Inuyasha.

—Bien. Lo estoy deseando —dijo Kikyou y hubo un breve resplandor de dulzura en su rostro.

La futura emperatriz caminó majestuosamente hacia la entrada, su juni-hito azul y blanco se arrastraba grácilmente tras ella. Se detuvo, girándose hacia Kagome y levantando una delicada ceja con expectación.

—Ven, Kagome.

Kagome se enfureció al ver que la llamaba como se llamaría a un perro y permaneció sentada, desafiante, solo por un momento más de lo necesario. La noble encontró su mirada con ecuanimidad, aunque algo de dureza entró en sus ojos.

Kagome se dio la vuelta y se inclinó someramente hacia la pantalla antes de ponerse en pie para marcharse.

—Me retiro, Tennō-sama —dijo con rigidez.

Dicho eso, se dio la vuelta para seguir a la futura emperatriz.

—¡Oye, Kagome!

La miko se giró ante la llamada, sorprendida. Kikyou también se dio la vuelta. El hanyou vaciló.

—Da igual. Vete —resopló Inuyasha.

Sintiéndose ligeramente decepcionada, Kagome se inclinó una vez más y se dio la vuelta para seguir a Kikyou.

Inuyasha se desplomó sobre el cojín más cercano, estirando una mano con aire distraído para romper uno con sus garras. La irritación zumbó ligeramente a través de sus extremidades, urgiéndolo a levantarse y a moverse.

Tenía pronto una reunión con el Consejo de Estado, no obstante, y no podía permitirse irse lejos. Iban a hablar de… la asignación de fondos para la reconstrucción de las propiedades dañadas por los youkai descontrolados. O de alguna mierda de esas.

El hanyou gruñó al recordarlo. Debía de ser por eso por lo que estaba tan molesto. No tenía ninguna gana de que un montón de viejos arrugados y charlatanes intentaran volver a engañarle.

Eso era. No tenía nada que ver con esa chica tonta y su estúpido lobo. Para nada.

Inuyasha se dio la vuelta, resignándose a yacer allí hasta que lo llamaran para la reunión. Por un momento, permitió que se le cerrasen los ojos, y esperando allí en la oscuridad detrás de sus párpados cerrados estaba el asqueroso espectro del lobo baboso babeando sobre la mujer idiota de ojos grandes.

Gruñó, golpeándose la cabeza ligeramente contra el suelo.


—Kagome.

Levantó la cabeza desde donde se encontraba encorvada sobre el suelo de madera, estirando el cuello hacia un lado para mirar a su interlocutora. Kikyou estaba arrodillada delicadamente sobre una esterilla tras la línea de una pantalla shoji abierta, inspeccionándola con frialdad desde la distancia.

Kagome volvió a girarse, recogió su trapo y continuó fregando el suelo del pasillo. Se detuvo, apartando algunos cabellos sueltos de su rostro con una mano mugrienta.

—¿Sí, Fujiwara-sama? —contestó finalmente a la llamada, dirigiéndose al suelo mucho más que a la mujer.

—Hay algunos asuntos que requieren atención.

—¿Le gustaría que siguiera limpiando mientras hablamos? —preguntó Kagome, incapaz de evitar ser un poco impertinente después de todo por lo que le habían hecho pasar.

Kikyou la había conducido en frío silencio hasta sus aposentos en el lado este del Palacio Interior, que no era más de lo que Kagome se había esperado. También había esperado que las habitaciones de la futura emperatriz fueran grandes y lujosas, y demostraron serlo. Eran básicamente las gemelas de la propia residencia de Inuyasha a una escala ligeramente más pequeña.

Lo que Kagome no se había esperado fue lo que vino después.

No tenía mucho conocimiento sobre la materia, pero incluso ella sabía los deberes generales de una dama de compañía. Una dama de compañía debía seguir a su señora y ocuparse de cualquier solicitud personal que pudiera tener, como ayudarle con el baño, el aseo personal o con su guardarropa.

A su llegada a la residencia, Kikyou no le había pedido que hiciera ninguna de estas cosas. En su lugar, había detenido al primer sirviente que se habían encontrado y le había indicado que trajera un balde de agua y varios trapos.

El sirviente lo había hecho con rapidez y sin hacer preguntas. Kikyou entonces le había indicado que les dijese a los sirvientes que podían hacer lo que les placiera hasta que volviera a convocarlos.

El hombre se había quedado quieto por unos instantes, confuso, antes de que el ligero alzamiento de una de las finas cejas de Kikyou le hiciera precipitarse a hacer lo que le habían dicho.

Obviamente, la futura emperatriz no era indulgente cuando se la enfadaba.

Y así habían llegado a esto, con Kikyou dándole sorbos a una humeante taza de té mientras observaba a Kagome, que fregaba de un lado al otro del extenso pasillo. Solo quedaban unos diez pasillos, pensó Kagome de forma sombría. Se preguntó si Kikyou pretendía que limpiara también las habitaciones.

—No, puedes seguir limpiando mientras hablo yo —dijo Kikyou, captando su pequeño atisbo de insolencia y escogiendo ignorarlo.

—Como desee, Fujiwara-sama —masculló Kagome, volviendo a humedecer su trapo en el balde de madera y frotando el suelo con fuerza.

Era frustrante. Era tan frustrante que pensó que podía empezar pronto a arrancarse el pelo. ¿Qué derecho o razón tenía esta mujer para ridiculizarla de esta forma?

—Bien, entonces —dijo Kikyou—, empezaré con lo obvio. Te preguntarás, estoy segura, por qué te estoy usando para hacer el trabajo de mis sirvientes.

—La idea se me ha pasado por la cabeza, Fujiwara-sama —replicó Kagome astutamente.

—¿Tengo razón al asumir que piensas que mis intenciones son malintencionadas? —dijo Kikyou en voz baja, observándola atentamente mientras Kagome frotaba una zona.

La aldeana tenía un abundante espíritu, al menos.

—Yo… no he pensado nada de sus intenciones —mintió Kagome.

Por supuesto que había asumido que Kikyou estaba intentando molestarla. Tal vez intentaba enfadarla tanto como para que explotara y le diera una excusa a la futura emperatriz para enviarla a casa. Kikyou nunca había mantenido en secreto su opinión sobre la presencia de Kagome en la corte, después de todo.

—Ya veo —dijo Kikyou, desconfiada—. No obstante, deseo aclarar las cosas. No albergo ninguna animadversión hacia ti.

Kagome se detuvo en su trabajo, girándose ligeramente para mirar a la futura emperatriz por el rabillo del ojo. Los ojos de Kikyou todavía tenían esa expresión de distancia cuidadosamente cultivada, pero no parecía hipócrita. Por otro lado, Kikyou, aunque no era en absoluto una persona agradable en opinión de Kagome, de alguna forma no parecía de las que mentían.

—La animadversión —continuó Kikyou—, implicaría, después de todo, que me preocupases lo suficiente para desearte descontento. Francamente, no me importas lo suficiente para garantizar que me sienta de una forma u otra hacia ti.

»Eso es lo que pretendo hacerte recordar. No eres una excepción, a pesar de cómo se te haya tratado hasta este momento. Eres de origen plebeyo, Kagome. Por la voluntad de los kami se te situó por debajo de la nobleza, nacida para servir. Una relación cercana entre nosotras es imposible. Alteraría el mismo orden de las cosas.

»Ahora bien, no te estoy ordenando que abandones la corte. Has luchado justamente por el derecho a permanecer aquí, pero no esperes que yo, ni nadie, te tratemos como si este fuera tu lugar. No esperes encontrar mucho en el camino hacia la felicidad.

Kagome se detuvo lentamente en mitad de su trabajo, el trapo se deslizó de su agarre mientras se enderezaba. Se giró para encarar a Kikyou, algo frío empezaba a adentrarse en su pecho. Aun así, no había ni la más mínima traza de animosidad en ninguna parte del semblante de la noble.

El corazón de Kagome pareció hundirse a través de los pulidos suelos de madera.

—¿Por qué me dice esto?

—Porque pareces haberlo olvidado, o tal vez en ningún momento hayas entendido la verdad de las cosas en este lugar —contestó Kikyou con simpleza, con sus oscuros ojos firmes—. Es la verdad. Debe mantenerse el orden en esta corte y a través de este país, y para mantenerlo todos deben conocer su lugar.

»Creo que el aparente favor que Tachibana Sango y el Houshi te han mostrado te ha llevado a creer que, de algún modo, estás al mismo nivel que el resto de nosotros para que se te trate como a una igual. La… extraña atención que mi señor te ha mostrado tampoco ha ayudado.

Kagome alzó la mirada ante el extraño tinte de duda en la voz de Kikyou, pero la noble ya no la estaba mirando como había conseguido hacerlo ininterrumpidamente hasta ese punto.

—No fingiré que entiendo su inusual preocupación por ti, pero he de informarte de que es algo pasajero, que no debe ser tomado en serio en modo alguno —dijo Kikyou, un atisbo de dureza finalmente entró en sus palabras—. Al igual, estoy segura, que cualquier interés que han mostrado Tachibana Sango y el Houshi. Al fin y al cabo, conocen su lugar. Tú debes recordar el tuyo.

Kagome se quedó mirando a la mujer, un extraño entumecimiento la sobrecogió. Estaba desconcertada ante tan fría certeza.

Y era verdad que la aldeana se había permitido perderla de vista en medio de todo. Ella no era como esta gente. Era una plebeya e iban a tratarla como tal.

Había llegado a la corte anticipando un duro trato y le había descolocado la amabilidad de Miroku y Sango. E incluso la brusca familiaridad de Inuyasha la había tranquilizado, haciéndole creer que no era una persona diferente a ella.

Pero él no era como ella. Prácticamente eso era lo que le había dicho durante sus dos últimos encuentros, con sus rechazos informales hacia sus esfuerzos con Kouga. Y ella, como niña tonta con la cabeza a pájaros que era, había tenido la insolencia de discutir y de sentirse despreciada cuando él simplemente la trataba como tenía derecho a hacer. Como a una sierva, no una amiga.

Ciertamente, aquí no podía tener amigos, por muy amables que fueran Miroku y Sango. No eran iguales. No era posible una relación cercana. Por los kami, había sido una tonta.

Presionó una mano contra su estómago, sintiéndose enferma, triste y vacía. Pero había sabido que debía esperar esto, se recordó Kagome a la fuerza. No había venido a ciegas.

—Por supuesto… está en lo cierto, Fujiwara-sama —consiguió decir Kagome finalmente, volviendo a descender y tomando su trapo—. Me olvidé de mí misma. Me disculpo. No… volverá a ocurrir.

Hubo una larga pausa por parte de la mujer detrás de Kagome, aunque estaba más allá de que le importase una respuesta. Solo quería terminar de limpiar e ir a algún lugar donde pudiera estar sola. Algún lugar donde pudiera empezar a desenredar el lío de sus embrollados sentimientos.

—Mientras lo entiendas, no hay daño alguno —dijo Kikyou en voz baja—. Termina de limpiar dos pasillos más y luego puedes retirarte a tu nueva habitación en el lado sur de la residencia. Sabrás cuál es cuando la veas… será la única habitación libre de la casa.

»Haré llamar para que lleven allí tus cosas. Tu día volverá a empezar cuando te convoque mañana. Estas limpiezas serán una actividad habitual, para que sirvan como recordatorio de lo que hemos hablado hoy… Las cosas serán mucho más fáciles para ti, Kagome, siempre y cuando tengas todo esto en mente. No deberías sufrir excesivamente.

Con eso, Kagome oyó que la puerta shoji se cerraba con un delicado pero estridente repiqueteo, señalando la partida de Kikyou. Ella siguió frotando diligentemente, concentrándose insistentemente en el resbalar del trapo sobre el suelo.

Adelante y atrás, adelante y atrás, remojar, escurrir y volver a empezar. Y otra vez. Y otra vez. Cuánto tiempo pasó, Kagome no lo sabía.

Al final se dio cuenta de que había llegado al final del último pasillo. Parpadeó varias veces, desorientada, antes de darse cuenta de que había terminado. Se levantó con rigidez, sus articulaciones protestaron por el repentino cambio de posición, y salió al jardín para tirar el agua sucia.

Buscó las habitaciones de los sirvientes y colocó el balde y el trapo allí para que dispusieran de ellos más tarde. Luego empezó la tarea de buscar el lado sur de la residencia.

Ir en dirección sur no sería particularmente difícil, si no fuera por los muchos edificios con incontables pasillos serpenteantes. La residencia tenía que ser al menos de tres veces el tamaño de la de Sango y estaba mucho más vacía.

Al final encontró la zona y recorrer un poco más los pasillos la condujo a la única habitación sin adornos. Era de buen tamaño, más grande incluso que la que le habían dado a Kagome en la residencia de Sango.

Extrañamente, ya le habían extendido un futón y una taza de té humeante estaba situada a su lado. Kagome se sentó en el futón, tomando la taza con ambas manos y dejando que su calidez fluyera a través de las puntas de sus dedos.

Había pensado que todos los sirvientes seguían fuera. La única persona de la residencia que sabía que esta era su habitación debería haber sido Kikyou…

Pero incluso el solo pensarlo resultaba ridículo. Kagome le dio un sorbo a la taza, pero el sabor familiar no contenía su habitual consuelo. Estaba exhausta, física y mentalmente. Y estaba más sola de lo que nunca había estado. Aunque tal vez había estado sola desde el principio y simplemente no se había dado cuenta.

Kagome se estremeció, la humillación retorció sus entrañas horriblemente. Había asumido tanto. Había perdido la perspectiva de sí misma y de sus alrededores. Sango y Miroku no eran sus amigos. Inuyasha no era su amigo. La habían tolerado y ella se había aprovechado.

Al menos Kikyou le había devuelto el sentido común, pensó con amargura. Si no, podría haber seguido cegada por su estupidez, avergonzando a los propios kami con su comportamiento.

No, estaba sola aquí en la corte. Debía servir respetuosa y diligentemente, siguiendo adelante con su propósito todo lo que pudiera. Pero nunca más lo olvidaría.

Kagome dejó a un lado la taza todavía humeante, encontrándose incapaz de tragar nada más. Solo quería irse a dormir.

Se desplomó en el futón, aovillándose. Sin molestarse en taparse con las mantas o incluso de cambiarse de ropa, Kagome cerró los ojos y se quedó dormida.


—¡Kagome-san! ¡Kagome-san! Tiene que levantarse ya. Fujiwara-sama requiere de su asistencia.

Kagome gruñó, dándose la vuelta mientras una mano gentil le sacudía el hombro. Entreabriendo ligeramente un ojo, pudo ver la luz del día asomando en la habitación, así como la vaga silueta de una mujer inclinándose sobre ella.

Se obligó a incorporarse, preguntándose confundida qué hora era. La mujer le dirigió una sonrisa compasiva mientras ella ocultaba su enorme bostezo.

—Perdón por despertarla tan temprano, querida —dijo—. Sé que probablemente siga cansada por toda la limpieza de ayer, pero nuestra señora toma el té por la mañana temprano con una de las otras nobles y necesita que usted la ayude a prepararse. Así que, ¡arriba! Venga, la ayudaré.

La mujer ayudó a Kagome a ponerse de pie, ofreciéndole una áspera yukata para cambiarse. Así lo hizo, tendiendo su ropa sucia sobre el futón para ocuparse de ella más tarde. Decidió renunciar a cambiarse las vendas del hombro, pues tenía que apresurarse para ayudar a Kikyou. La herida parecía estar curándose bien.

La sirvienta la condujo a un pozo que estaba justo a la salida de su cuarto y Kagome sacó agua para lavarse la cara y las manos. La mujer le ofreció una cinta de cuero y Kagome se recogió el pelo en una larga coleta.

—Vaya, si no parece una de nosotros —recalcó la mujer, Takiko, mientras inspeccionaba su aspecto. No parecía particularmente complacida.

—Se supone que es el aspecto que debo tener —dijo Kagome, sin mirarla—. Deberíamos ir ya con Fujiwara-sama, o puede que se enfade.

Takiko asintió, pero se giró para mirar a la chica mientras empezaban a caminar hasta la casa principal, donde se alojaba Kikyou.

—¿Sabe, Kagome-san? Fujiwara-sama de verdad que no tiene malos sentimientos hacia usted, creo —charló Takiko—. Es solo que… le gusta que todo esté en su sitio. Cree mucho en el orden. Y es terriblemente directa, lo que hace que sea un poco… difícil de tratar, pero tiene sus razones.

—¿Y qué razones son esas? —preguntó Kagome, recordando que Inuyasha había ofrecido una defensa similar en favor de la mujer.

—La familia de la señora… —comenzó Takiko y luego vaciló—. No importa. Si es algo que Fujiwara-sama desea que usted sepa, será ella la que se lo cuente. No me corresponde ir por ahí cotilleando. Solo… por favor, intente ser comprensiva con ella.

Kagome estaba callada. Aunque entendía que Kikyou únicamente había dicho la verdad, seguía resultándole difícil pensar con cariño en la mujer que le había puesto las cosas tan difíciles desde su primer encuentro.

Llegaron a la entrada de los aposentos de Kikyou. Takiko se retiró. Kagome se arrodilló ante la puerta shoji y la abrió como le había enseñado a hacer Kaede. Hizo una reverencia en la entrada abierta antes de entrar, dándose la vuelta para arrodillarse sobre los tatami y cerrar la shoji.

—Bien, aquí estás —dijo Kikyou, arrodillándose ante un ornamentado espejo de tocador—. Por favor, saca un juni-hito de mi baúl. Preferiblemente uno con… un aspecto más firme.

Kagome frunció el ceño, considerando la extraña petición. ¿Algo «firme» con lo que recibir a una invitada? Aun así, se levantó sin hacer preguntas y fue hasta el gran baúl que había en la esquina de la habitación, abriéndolo para rebuscar entre su contenido.

—¿Este es adecuado, Fujiwara-sama? —preguntó Kagome, sosteniendo uno negro y rojo intenso con dragones serpenteantes estampados.

—Ese valdrá —dijo Kikyou, observando su reflejo en el espejo—. Ven y ayúdame a ponerlo.

Kagome así lo hizo y Kikyou se puso en pie mientras ella la ayudaba a sacarse su yukata de dormir. Kagome empezó a deslizarle las primeras capas sobre su pálida silueta delgada. Las colocó con mucho cuidado para que cayeran correctamente antes de deslizar las capas superiores sobre ellas.

Al final ató la cintura y deslizó el karaginu sobre todo lo demás. Kikyou retrocedió un paso para inspeccionar su trabajo en el espejo, dando un pequeño asentimiento de aprobación.

—Prefiero no ponerme polvo. Trae unas peinetas para recogerme el pelo —indicó Kikyou—. Hay una caja en la mesa llena de ellas.

Kagome se dirigió a la larga mesa baja en el lado izquierdo de la habitación, tomando una lustrosa caja negra de encima. Volvió con ella al lado de Kikyou, retirando la tapa y seleccionando entre las muchas peinetas para encontrar un conjunto adecuado.

Encontró dos de oro pintado con púas talladas en la delicada forma de libélulas. Decidiendo que servirían, empezó a peinar lentamente la melena de pelo oscuro de Kikyou. Había muy poco nudos, notó con una diminuta punzada de envidia.

—Hoy pareces más humilde, Kagome —comentó Kikyou, observando a la chica en el espejo mientras esta trabajaba silenciosamente.

—He… recordado mi lugar, Fujiwara-sama —respondió Kagome, tensándose. Se concentró en peinar ininterrumpidamente el pelo de Kikyou, negándose a mirarla a los ojos.

—Bien —replicó Kikyou—. No puedo prometer que vayas a ser más feliz, pero ciertamente estarás más a gusto. Hay un cierto consuelo en no luchar contra tu destino, como descubrirás.

Kagome miró brevemente el rostro de la mujer reflejado en el cristal, sorprendida ante la familiaridad con la que hablaba de tales cosas. Pero los ojos de Kikyou resultaban ilegibles. Era bueno, suponía Kagome, ya que no era un tema en el que tuviera particulares ganas de escarbar de nuevo con esta mujer.

—Si no es muy impertinente por mi parte, ¿puedo preguntarle con quién va a tomar el té, Fujiwara-sama? —dijo Kagome, más para cambiar de tema que por otra cosa.

—Solo con una noble del clan Taira —replicó Kikyou vagamente.

Había algo de resignación en la expresión de su boca. De alguna manera sonaba más como una tarea que como un compromiso social, reflexionó Kagome en silencio.

Echó hacia atrás los laterales del pelo de Kikyou con las peinetas, retorciéndolo en la parte de atrás y dejando la otra mitad de su pelo suelto. Sorprendentemente, resultó bastante bonito.

Kikyou giró ligeramente la cabeza a un lado y al otro, examinando su reflejo. Un pequeño asentimiento expresó su aceptación.

—Volveré a llamarte cuando termine. Hasta entonces, busca a uno de los sirvientes y pídele trabajo para mantenerte ocupada —ordenó la futura emperatriz.

Con eso, Kikyou se levantó y abrió grácilmente la puerta shoji, cerrándola detrás de ella una vez más.

Una risita nerviosa justo al otro lado de la pantalla captó su atención por unos instantes después de la partida de la noble. Kagome se levantó, yendo hacia la pantalla y abriéndola. El grupo de mujeres al otro lado se quedó paralizado, pero rápidamente retomaron su parloteo cuando vieron que Kagome parecía ser solo otra sirvienta.

—¿Qué ocurre? —dijo Kagome, notando todas las miradas traviesas.

—Nuestra señora va a tomar el té otra vez con esa Taira —dijo una de las chicas con una risita en tono conspiratorio—. Siempre es divertido ver a Fujiwara-sama poniéndose un poco nerviosa. Normalmente es una antipática.

El grupo volvió a estallar en risitas. De repente, una mano se lanzó a agarrar la muñeca de Kagome. Ella chilló al encontrarse que tiraban de ella rápidamente para que fuera tras el grupo, que ahora estaba en movimiento.

—Venga. Ven a mirar con nosotras.

Kagome no discutió mientras la arrastraban, tenía curiosidad por ver a esta Taira que se suponía que era capaz de irritar a la impávida futura emperatriz.

Tampoco estaba mal ser aceptada tan fácilmente entre un grupo de personas que parecían verla como a una igual. Simplemente observaría un rato y luego iría a buscar trabajo, tal y como le había indicado Kikyou.

El grupo se detuvo delante de otra shoji, esta estaba apartada en un rincón oscuro de la casa principal. Una chica deslizó un mínimo la pantalla para abrirla y el resto del grupo se arremolinó a su alrededor para echar un vistazo. Kagome consiguió encontrar un sitio y también se asomó para mirar.

Era obviamente el salón del té, ya que todos los instrumentos de la ceremonia del té estaban dentro y no había mesa, sino solo cojines sobre los que arrodillarse. Pinturas de tinta ornamentadas y varios pergaminos adornaban las paredes. En ese momento, dos mujeres estaban arrodilladas una frente a otra, con dos cuencos de té situados delante de ellas.

Una de las mujeres era Kikyou, su postura parecía más tensa que refinada en ese momento. La otra tenía que ser la Taira de la que todas hablaban, conjeturó Kagome.

Era hermosa, de una forma salvaje. Sus labios llenos, que sonreían con satisfacción, estaban pintados de un fuerte tono carmesí, igualando el color de sus agudos ojos. Su pelo oscuro estaba recogido con bastante descuido en su cabeza, una pluma colgaba de la liga que lo sostenía. Perlas del más fino jade colgaban de sus orejas puntiagudas y vestía un juni-hito que alternaba entre el blanco y el bermellón, con estampado de mariposas.

Como si sus extrañas orejas no lo hubieran dejado bastante claro, su aura apestaba a youki en el sentido espiritual de Kagome. Particularmente potente era el aura del abanico que colgaba de la muñeca de la mujer.

Kagome sintió que podía entender por qué Kikyou no había parecido ansiosa por asistir a este encuentro. La mujer parecía como si pudiera beber sangre tan fácilmente como si fuera té.

—Bueno, Kikyou-sama, ¿cómo ha estado nuestra Majestad estos días? —La mujer hablaba arrastrando las palabras, sus agudos ojos estaban enfocados en el rostro de Kikyou.

—Su Majestad ha estado tan bien como siempre, Kagura-sama —respondió Kikyou sucintamente, sus ojos se encontraron con los de la otra mujer en un silencioso desafío.

—¿Ah, sí? Bien. Estaba preocupada por si Su Majestad se sentía cansada por todos los ataques youkai y demás —recalcó con entusiasmo la mujer, Kagura.

Hubo una ligera tensión en la mandíbula de Kikyou. La sonrisa de satisfacción de Kagura se ensanchó un ápice, como un depredador oliendo una debilidad.

—Le aseguro que mi señor ha estado lidiando bastante bien con todo lo que está ocurriendo. Su Majestad lo tiene todo perfectamente bajo control —replicó Kikyou con firmeza, su barbilla se inclinó ligeramente hacia arriba como para demandar más respeto de la otra mujer.

—¿Mmm? ¿Qué medidas está empleando Su Majestad exactamente, si no le importa que pregunte? —presionó Kagura, obviamente poco impresionada.

—Mi señor ha… me temo que mi señor me ha pedido que mantenga sus planes confidenciales por el momento —se trabó Kikyou ligeramente, levantando su taza para dar un sorbo dolorosamente decoroso.

Kagura sonrió ahora abiertamente, sus colmillos alargados resplandecieron.

—¿En serio? Qué decepción, pero supongo que debo tomarle la palabra. Después de todo, Su Majestad debe de encontrarse en una posición tolerablemente estable si puede permitirse tener a una Emperatriz con tan poco respaldo por parte de un clan.

Kagome vio que las pálidas manos de Kikyou se contraían por un instante alrededor de su cuenco de té, tenía los nudillos blancos. Una de las sirvientas que estaba a su lado ahogó una exclamación en voz baja. Frunció el ceño, no estaba siguiendo en absoluto lo que estaba pasando.

—Oh, lo lamento, Kikyou-sama —dijo Kagura con una emoción exagerada, llevándose una mano a los labios—. Qué horriblemente indiscreto por mi parte. Pero, ya sabe, todos se sorprendieron cuando decidió no anular el compromiso. Debe de importarle mucho.

—Preferiría hablar de otros asuntos, si es posible, Kagura-sama —se obligó a decir Kikyou y a Kagome le sorprendió su falta de tacto. Fuera lo que fuera de lo que estaban hablando, había alterado profundamente a la futura emperatriz.

—Ah, mis disculpas. No pretendía molestarla, Kikyou-sama. ¿Qué le parece si hablamos de la nueva aldeana que está en la corte, entonces, para apartar su mente de ello?

Kikyou levantó los ojos del suelo, inspeccionando el rostro de la otra mujer con leve sospecha ante el abrupto cambio. Kagome se acercó más al darse cuenta de que estaban hablando de ella.

—¿Por qué desea hablar de ella? —cuestionó Kikyou cautelosamente.

—Ah, bueno, justo hoy oí de uno de los sirvientes que ella había hablado con una sirvienta que había visto a la niña demostrando ser la completa libertina rural que todos sospechábamos que era. Al parecer, está calentándole la cama al señor de los lobos que está visitando la corte en estos momentos. Trabaja rápido, he de decir. Y después de que Su Majestad y usted se hayan tomado tantas molestias para que viniera. Qué vergonzoso debe ser —comentó Kagura arteramente.

Kagome se quedó paralizada, con el aliento atrapado en su garganta. Abrió los ojos como platos, sus manos se tensaron donde se aferraba al borde de la shoji en busca de apoyo.

—No soy de las que hacen caso a los rumores —replicó Kikyou cautelosamente, preguntándose a dónde quería llegar la otra noble.

—Kikyou-sama siempre tan decorosa —dijo Kagura, algo mordaz se escondía justo debajo de sus palabras—. Además, ahora que se ha corrido la voz por toda la corte al respecto, difícilmente es ya un rumor. Es simplemente un hecho. Estoy segura de que ya debe haber llegado a oídos de Su Majestad. El Tennō-sama debe estar decepcionado por enterarse de que hizo tales concesiones solo para ser engañado por una simple ramera. Pero usted también ha tenido tratos con ella, ¿no? Dígame, ¿es tan rastrera como parece?

Pero Kagome no pudo soportar oír otra palabra. Se escabulló silenciosamente del grupo. Se escabulló de regreso a su habitación en la zona sur, donde se desplomó sobre su futón y se quedó muy quieta.

Por un simple error de juicio, ahora toda la corte pensaba que no era mejor que una puta cualquiera. Miroku pensaba que era una puta. Sango pensaba que era una puta. Inuyasha había confirmado las sospechas que tenía sobre su naturaleza libertina. Como si todos en la corte no hubieran creído antes que era asquerosa, ahora podían decir que la sensación era justificada.

Era imposible que Inuyasha fuera a permitirle quedarse en la corte ahora. La enviarían a casa, con su reputación dañada irrevocablemente durante el resto de su vida. Había fracasado antes incluso de haber empezado de verdad. Le daba vueltas la cabeza.

Kagome se quedó allí tumbada un largo tiempo, observando las sombras que trepaban por las paredes a medida que pasaban las horas. Se sintió terriblemente desconectada, como si estuviera atrapada en una pesadilla.

Hubo un fuerte repiqueteo cuando se abrió de golpe su pantalla shoji.

—Te dije que esperases a que volviera a llamarte, ¿o no, Kagome?

Era la voz de Kikyou. Kikyou estaba allí. Kagome se sorprendió casi tanto como para moverse. Casi.

—¿No tienes nada que decir?

Kagome estaba callada.

—Me enteré por las sirvientas de que estabas entre las que escuchaban a escondidas mi conversación con Kagura-sama.

Aun así, Kagome no dijo nada, incapaz de reunir la energía necesaria para reaccionar o responder.

—Supongo que no estás complacida con lo que has escuchado.

Hubo un suave golpeteo de pies sobre el suelo de madera. Kagome sintió lejanamente que una cálida mano descansaba sobre su hombro. Sus ojos se abrieron ligeramente más y se preguntó si Kikyou de verdad pretendía intentar consolarla.

—Te recomendaría que te volvieras más insensible a las críticas. Si te quedas como estás, serás completamente inútil.

Con eso, la mano se fue y los pasos se retiraron. Kagome estaba sola una vez más.

Pasó una noche sin poder dormir, incapaz de salir del hoyo que había creado.


Nota de la traductora: ¡Hola! Uf, los diálogos de este capítulo han sido un desafío para mí. Nunca creí que me fuera a costar tanto traducir el lenguaje formal de Kikyou, pero creo que al final me ha salido bien. Espero que no se me haya pasado ningún fallo.

Muchas gracias por todos los reviews que he recibido y por poner la historia en favoritos y alertas. De verdad que no puedo estar más contenta por el apoyo que me estáis dando con esta traducción.

¡Hasta la próxima!