CAPÍTULO VII
Demonios, maldijo Levi a su distracción por no recordar correr las cortinas horas atrás, cuando llegó a la habitación. Levantó su brazo izquierdo y se lo llevó a los ojos en un vano intento de bloquear la luz del sol que entraba a raudales por su ventanal. Una vez más se había quedado dormido en la silla, después de desplomarse sobre ésta y sin siquiera cambiarse la ropa. El reloj en la pared marcaba las once de la mañana, lo que claramente recalcaba que había despertado muchísimo más tarde de lo habitual, pero como era un sábado y no tenía nada programado, poco importaba. Por lo que comenzó a desemperezarse, partiendo por elongar un poco antes de una ducha e ir en busca de algo para comer antes de reunirse con el Comandante.
"Quiero formar parte de la Infantería de Reconocimiento y matar titanes". Desde la mañana anterior le había estado dando vueltas en su cabeza a las palabras del mocoso, dichas con tanta determinación, e inesperadamente, codicia.
Si bien, él había dicho que aceptaba su solicitud de ingreso para tenerlo vigilado, enfatizando que así se aseguraba de eliminarlo si les traicionaba o terminaba siendo incapaz de manejar ese poder, era solo una verdad a medias. Cuando oyó al chico decir aquello, su propia mirada se iluminó al ver que su intención realmente era aniquilar a los titanes; estaba claro que la venganza era el innegable deseo de su alma. Y eso, sumado a su ansia de trabajar con ellos por voluntad propia, era el mejor de los escenarios. Ahora sólo esperaba que tuviera la disciplina y resistencia para el trabajo, sin olvidar sus estándares de higiene. Sería decepcionante tener a cargo un soldado promedio que solo diera dolores de cabeza.
Al llegar a la oficina del Comandante y fue anunciado, tuvo que esperar unos minutos hasta que Erwin terminara lo que sea que estaba haciendo. Cuando finalmente lo vio aparecer por la puerta y le dejó entrar a su despacho, el hombre rápidamente volvió a su escritorio y a sus múltiples notas desplegadas sobre la mesa. Levi se acercó a ésta y tomó asiento, apoyando su brazo izquierdo en la esquina de la silla para estar más cómodo, dejando una pierna sobre la otra despreocupadamente entretanto aguardaba en silencio, perdido en la esponjosidad del cielo nuboso que se observaba por la ventana detrás de su amigo.
Era una conducta habitual entre ellos; Erwin no se distraía con su presencia debido a lo silencioso que podía ser. Y por su parte, Levi se mantenía en guardia, ya que sospechaba que había noticias; podía verlo en el comportamiento del Comandante y las inusuales ojeras que indicaban que no parecía haber dormido.
- Ha sido confirmado que Darius Zackly será quien presida el juicio del joven Jaegar – habló finalmente, luego de agregar la nota que escribía sobre el montón más pequeño sobre su escritorio, mirando al Capitán directamente – dentro de seis días.
- Zackly – Levi repitió el nombre, sopesando lo que aquello significaba mientras se levantaba y se servía una taza de té – entonces hay posibilidades de lograrlo.
- Todo depende. Si el chico pierde el control en plena sesión, no podremos hacer nada – comentó Erwin, sin estar realmente convencido de dicho escenario.
- ¿Lo dices por los antecedentes que mencionó Shadis sobre la impulsividad y ocasional estupidez? – preguntó el Capitán, recordando el informe confidencial que había recibido de parte del hombre que había sido el antecesor de su amigo, detalle al que Erwin pareció no darle importancia, por lo que tampoco él lo hizo. Lo que sí, después de leer el informe, se lo había compartido casi de inmediato.
El Comandante asintió pensativo, sosteniendo en su mano dicho documento.
- Yo creo que todo saldrá bien, al menos en el juicio – dijo Levi, más confiado – porque el mocoso puede tener ambos defectos, pero sabrá controlarse. Sus objetivos e intenciones eran claras, y aunque debe estar medio loco para verse tan entusiasmado con la idea, creo que es el tipo de idiota que siempre soñó con la Legión de Reconocimiento, incluso mucho antes de todo el asunto con sus poderes – agregó Levi, tomando el informe de Eren – Creo estar seguro de que será leal a sus intereses.
- Recuerda que, durante el juicio, no seremos los únicos que le harán preguntas. Y desafortunadamente, trató de atacar a uno de sus aliados. La Policía Militar tendrá esa carta para condicionar todo el asunto – le recordó el oficial.
Levi lo sopesó durante un minuto, dando un sorbo a su té, y la idea que le vino a la cabeza no era segura, pero era mejor que nada. Miró a Erwin directo a los ojos.
- Es probable que él explote emocionalmente si piensa que sus amigos podrían ser objeto de sospecha – dijo el Capitán como si no quisiese la cosa y luego sólo quedó una férrea determinación en su expresión – si eso ocurre, me ofrezco a golpearlo hasta dejarlo inconsciente. Es la única manera de demostrar que tendríamos control para manejarlo y que todos puedan verlo.
- Eso si no termina transformándose en el acto – dijo Erwin levantando una ceja.
La idea no era mala, pero viendo cómo las cosas se darían, era un riesgo necesario. Necesitaban asegurar la supervivencia del muchacho, su poder y la promesa de llegar a la verdad sobre los titanes.
- No lo hará – dijo Levi seguro de sí – es un crío y no parece ser del tipo que daña a inocentes. De hecho, hasta pudo escoger huir pero confió en su amigo, lo que conmovió a Pixis, y ahora está confiando en que lo salvemos – agregó, recordando la entrevista que habían tenido con él – además, creo que nos respeta demasiado como para atreverse a fallarnos.
- Una apuesta riesgosa, pero quizá nuestra mejor opción – sonrió irónico el Comandante, sopesando el plan de Levi. Tenía bastante sentido demostrar que el chico aguantaba una brutal paliza delante de todos sin repercusiones. Erwin sabía que Zackly era un hombre observador, práctico y sensato. Dudaba mucho que pensase que desmembrar al chico y estudiarlo les brindase alguna ayuda, por lo que esa "demostración" a las tres divisiones, el culto, oficiales y periodistas vendría siendo significativa durante la sesión.
Levi observó una vez más como el Comandante volvía a sumergirse en su bitácora por al menos otros diez minutos, hasta que hizo una pausa para dar vueltas por la oficina con el fin de estirar las piernas. Se sirvió un vaso de agua y regresó a tomar asiento frente a él, preparado para regresar directo a sus apuntes. Fue por eso por lo que Levi aprovechó el momento de pedirle algo, sospechando que no quedaba demasiado.
- Ahora, pasando a un asunto distinto – comentó el Capitán sin preámbulos – quería pedirte que firmes esto, por favor – dijo al entregarle un sobre que sacó del bolsillo interior de su chaqueta.
Erwin lo recibió con curiosidad y lo leyó con detenimiento. Levantó la vista del documento, para encontrarse con un hombre que seguía viéndose igual de apático y serio que siempre, pero se daba cuenta de que algo ajeno al asunto de un momento atrás ocurría, más si Levi no deseaba hablar de ello, nada le sonsacaría.
Volvió la vista hacia el documento, mientras lo ponía en el mesón para colocar su firma en el lugar requerido y estampar el logo de la Legión con cera, justo al lado. Dobló el papel con cuidado, guardándolo en el mismo sobre que venía y se lo regresó al soldado, quien lo tomó, sin apartar la mirada. Porque, aunque no lo dijo, le inquietaba un poco la suspicacia reflejada en los ojos de Erwin; quien casi siempre veía más de lo que quería, y ese "por favor" le había llamado la atención.
Además del hecho que jamás le había pedido algo directamente, pero si de algo estaba seguro, era del respeto con que lo trataba. Por eso Levi estaba seguro de que no haría comentario o pregunta alguna.
- Gracias – musitó tranquilo y se levantó de su silla para marcharse.
Mientras se alejaba, repasaba su idea y se convencía de que era la mejor manera de abordar el asunto frente a todos. No podían desperdiciar el sacrificio que tantos habían hecho por ese momento; lo cual le recordó a la persona a la que estaba dirigida la misiva en su mano.
Pese a lo terrible de la situación, cada vez que salía de ese lugar, inconscientemente se llevaba algo positivo consigo. Gracias a ellas ahora era capaz de comprender que había muchas cosas en la vida que determinaban tu carácter, tus convicciones y manera de ver el mundo; no todo era abandono, soledad o crueldad. Y, aun ahora, después de perder casi todo al estar tan inmersas como él en esta maldita guerra, ellas no dejaban de creer.
Por mucho que intentara convencerse de que sucedería, era triste atisbar los cambios que iba adoptando sutilmente el cuerpo de la soldado; la disminución de su masa muscular se estaba marcando con cada día y esas prolongadas pausas que a veces hacía al respirar… ya no faltaba demasiado y eso le inquietaba. Tanto que le molestaba pensar en la idea de que esa mujer iba a quedarse sola en el mundo, al igual que él cuando su madre falleció. Intuía que no se rendiría, pero él sabía que una importante parte de sí misma moriría el día que la soldado partiera.
Levi exhaló abstraído; todavía recordaba lo nervioso que se sintió cuando ella se había acercado, como cualquier persona haría para pasarle una taza en las manos, y él se vio obligado a reprimir y disimular el impulso de acercarse más. Estúpido, se había llamado a sí mismo, enojado al recordar al cerdo del otro día en la tienda, quien sí lo había hecho sin permiso. Mas en su caso, lo atribuyó al olor que despedía y que era demasiado llamativo. De lo cual se terminó de convencer al reflexionar sobre lo mucho que aromas como aquel eran de su agrado, como cuando se encontraba con nuevos artículos de limpieza y lo alegre que eso lo ponía.
Pero aún con todos esos argumentos, una vocecilla apenas audible le decía que algo así nunca le había sucedido ya siendo un adulto y con una persona, no un objeto inanimado.
Ahora que se encontraba sentada sobre su cama y observándola, podía notar que Ilva había mejorado notoriamente después de haberla aseado. En especial después de revisar sus fosas nasales y la boca, de donde quitó los fluidos que se iban solidificando por la inamovilidad. Desde entonces su respiración volvió a normalizarse, no obstante, Elia sabía que el camino en el que estaba entrando tendría solo un posible desenlace. Suspiró abatida, sabiendo que su hermana menor ni siquiera se había ido, y ya la extrañaba enormemente. Tenerla en ese estado, en realidad era lo mismo que no tenerla, porque Ilva siempre había sido la persona más viva y enérgica a la que ella había conocido. Desde pequeña tuvo un carácter impetuoso, ideas claras y valores inquebrantables, sin olvidar lo juguetona, amigable y desinteresada que era. Apoyó su espalda en la pared de su propio catre, llena de nostalgia al recordar que dentro de esa casa existían un montón de detalles que agrandaban el vacío en su corazón, como cada vez que se acercaba a la despensa. Donde su padre siempre guardaba y perdía cosas, luego su madre era quien las encontraba por él cuando no recordaba qué había hecho con ellas, y por supuesto estaba su la muchacha frente a sí, quien siempre andaba buscando comida que robar de allí cuando nadie estaba mirando.
Ver ese lugar bien abastecido y saber que, a la mañana siguiente, subsiguiente y venideras, todo seguiría igual. Eso dolía enormemente.
- Sería maravilloso poder volver el tiempo atrás – le dijo, recordando la cantidad de veces que habían conversado, reído y peleado en ese mismo lugar – sé que no puedes hablarme ahora, o siquiera si puedes escucharme, pero de todos modos quisiera recordarte lo mucho que te amo, hermana – musitó con cariño.
A diferencia de la muchacha, Elia no era un libro abierto o demasiado extrovertida. Sólo llegaba a serlo con quienes ella mantenía cerca de su corazón, donde Ilva siempre había sido la que estaba en lo más alto.
Sentía como sus ojos se anegaban en las lágrimas que llevaba conteniendo por días y que ya era imposible detener. Necesitaba llorar o terminaría teniendo un colapso nervioso en cualquier minuto. Le hubiese gustado cantarle algo, pero su voz estaba demasiado quebrada para hacerlo. De hecho, rememorando las veces que lograba cantar se debía a que estaba con ella, siendo su hermana la única persona con la que nunca temió hacer el ridículo. O eso al menos le insistía a ella para justificar su temor de hacer algo tan personal en público, como la soldado sí lograba hacer. Sollozó con tristeza al recordar que Ilva le repetía constantemente que le parecía ridículo que temiera eso, siendo ella el tipo de personas a la que no le interesaba la opinión de otros. Supongo que me asusta porque significa dejar expuesta una parte demasiado íntima, le dijo en silencio, sabiendo que era su verdad. Cerró los ojos y pudo ver con claridad aquella gran sonrisa en ese rostro alegre y cálida mirada, como si le estuviera diciendo que no importaba y que lo entendía.
Su estómago comenzó a rugir en ese momento, recordándole que debía comer para continuar, tuviese o no apetito. ¡La comida es sagrada!, rezongó la voz de ella en su cabeza con total claridad. Elia rio mientras seguía llorando, pero asintió obediente mientras se limpiaba las lágrimas con la manga de su camiseta y se ponía en pie.
Luego de terminar su almuerzo, lavar los trastos y situar todo en los espacios correspondientes, se había puesto a limpiar la habitación de ambas, ordenando todo lo que había ocupado para llevarse lo que estaba sucio y dejarlo en remojo. Eran pasadas las ocho cuando comenzó a refrescar, así que era tiempo de cerrar la ventana principal y comenzar a encender los candeleros en las paredes de la casa, además de la vela que prendía sobre la mesita de noche que compartían con Ilva. Estaba justo en eso cuando oyó que llamaban a la puerta; un sonido que le provocó una especie de satisfacción al saber de quién se trataba.
- Buenas noches, Capitán – le saludó al verlo, y dándole el espacio para pasar.
Como ya era costumbre, él asentía a modo de saludo y luego se quedaba de pie a su lado, esperando.
- ¿Cómo ha seguido su hermana? – le preguntó tan serio como siempre.
- Algo más estable – le informó mientras le tendía una mano para tomar su chaqueta. Que estiró antes de colgarla en el perchero cerca.
- No pretendo agobiarla - comenzó él a decir sin nerviosismo alguno, pero sí con cautela y respeto – pero me temo que su condición comenzará a empeorar dentro de poco.
Elia lo miró directo a los ojos, sopesando lo que acababa de decir. No parecía que quisiera alarmarla, sino más bien prepararla.
- No lo hace – le agradeció – soy consciente de que incluso ya sólo el haberla vuelto a encontrar fue un milagro – admitió entretanto le instaba a seguirla - Dada su línea de trabajo, me considero afortunada por la oportunidad que he tenido, y más cuando he podido tenerla en casa – era una manera indirecta de expresarle su gratitud a un hombre que no la pedía y que había hecho bastante en el poco tiempo que se conocían.
- Es bueno que al menos pueda verlo así – le dijo él, aparentemente más aliviado.
- Querer alargar su vida, en el estado que se encuentra… - dijo ella con seguridad al estar observando a la joven – esto no es realmente vivir.
- Muchas personas lo preferirían – comentó él, pensativo, sentándose sobre la silla que había en el cuarto ya que ella lo había hecho en la cama.
- Pero eso no es amor, sino mero egoísmo. – aseveró la mujer, concentrada en sus manos que yacían sobre sus muslos – Aunque pueda ver a alguien preciado, el no poder hablarle, reírme con ella, compartir y aprender de sus experiencias… es como no tener a nadie en realidad.
- En eso tiene bastante razón – respondió, mirando primero al suelo y luego alrededor de la habitación, pensando en su madre y sus amigos. Luego reparó en el visible desgaste que ella tenía y prefirió ir al grano – estoy a su disposición – dijo, arremangando cuidadosamente las mangas de su camisa gris.
Que sonara como si esperara a por sus órdenes, a ella le causo un poco de gracia. Mas como la situación distaba de ser graciosa, no era capaz de sonreír.
- Sólo agua, señor – le dijo – la última hora antes de que llegara, estuve trabajando con masajes para estimular su circulación y así ayudar a su oxigenación, entre otras cosas.
- Entendido – acató mirándola a los ojos por más tiempo del normal. Después desvió la mirada abruptamente, dándole la sensación de que la hubiese visto medio desnuda o algo así – la despertaré si hay algún cambio. Por lo pronto, debería irse a dormir.
Elia no lo entendió, pero lo dejó estar. Solo se acercó a su hermana una vez más y le acarició con cariño la frente y acomodó mechones de su cabello lejos de los ojos antes de pasar por su lado. Asintió en su dirección, tal cual él hacía para darse por entendido de algo, saludar, despedirse o llanamente expresar agradecimiento.
Cuando llegó al cuarto de baño y se miró al espejo, se dio cuenta de tenía los ojos rojos, incluso estaban un poco hinchados; claros signos de alguien que había estado llorando. Probablemente él no solía hacerlo, o le incomodaba verlo en otros; parecía ser el tipo de persona a la que le resultaba una faceta demasiado íntima para que un extraño la viera. En eso pensaba ella poco antes de quedarse dormida después de haberse cambiado a algo más cómodo y recostarse sobre la cama de sus padres, tapándose hasta las orejas y haciéndose un ovillo para protegerse del frío.
Cuando despertó, faltaba poco para las cinco de la mañana y, al igual que la noche anterior, se sentía muchísimo más recuperada. Realizó una corta pero efectiva rutina de aseo y se vistió lo más rápido que pudo; no le gustaba abusar del tiempo que él le brindaba. Le preocupaba que se fuera demasiado tarde, dejándolo sin tiempo de descansar él mismo, así que terminó de ordenar su cabello como siempre, y salió a su encuentro.
- ¿Mejor? – le preguntó él cuando sintió sus pasos dentro de la pieza.
- Ciertamente – contestó ella, sintiéndose más ligera – no recuerdo haber despertado en ningún momento.
El Capitán emitió una sonrisa apenas visible pero luego salió de la habitación hacia el baño, y así concederle tiempo de revisar a la muchacha y asistirla en lo que fuera necesario. Era un alivio no necesitar de explicarle ese tipo de cosas; él se anteponía a ello por su cuenta, facilitando la situación.
Atendió a su hermana y luego de asegurarse que estaba lo más cómoda posible, se dirigió a la cocina. Se le había ocurrido otra manera de poder agradecerle su ayuda que no fuese con mero té, así que se puso a ello poco antes de que él volviera. Poco después, Elia captó que se quedó de pie y apoyado en el umbral de su pequeña cocina, observando de reojo sus movimientos de un espacio a otro.
- Podría acompañarme unos momentos a desayunar – le propuso, señalando la mesa que ya tenía puesta con lo esencial – sería agradable comer con alguien, para variar – tanto Petra como él se merecían su hospitalidad, y esto era lo mínimo que podía hacer.
Ella no lo hubiese ofrecido de esa forma, pero imaginaba que ser literal en decirle que quería agradecerle de algún modo por todo, no era el camino con él. Y para su sorpresa, lo vio acercarse por el reflejo en la puertecilla de vidrio del mueble delante de sí.
- ¿Puedo ayudar? – le oyó preguntar mientras ella se encontraba todavía de espaldas – fuera de cocinar, claro; a no ser que no tema intoxicarse.
- Me cuesta un poco creerle – comento ella, mientras terminaba de hacer unos panqueques que, por el olor, parecían ir bien – si me puede acercar los platos en la puerta a su derecha, por favor.
- Francamente, no arriesgaría la vida de nadie con ello – declaró él, ligeramente avergonzado de su inutilidad en una cocina entretanto hacía lo que le pedía.
- ¿Eso porque no le gusta o porque le cuesta? – le preguntó Elia, pensando en las opciones con las que contaba para agregar a las masas – Por cierto, ¿prefiere algo salado, dulce o ácido?
- Lo segundo. Mis habilidades con lo culinario son algo nulas – le respondió, luego se tocó la barbilla pensativo, considerando las opciones que le dio - Hace tiempo no pruebo algo dulce.
- La tetera está lista. Si puede llevar dos tazas a la mesa, por favor – le indicó ella, mientras buscaba el jarabe de arce y una banana – iré de inmediato.
A veces le costaba imaginar a ese hombre en plena acción contra los titanes; claramente no era muy sociable o comunicativo, pero se estaba dando cuenta de que era cosa de saber aproximarse. Si no hubiese sido por la manera en que le oyó hablar con el doctor poco antes de sacar a Ilva del hospital, habría dudado sobre lo intimidante que todo el mundo decía que era. Eso pensaba mientras lo observaba seguir sus instrucciones al pie de la letra.
Se apresuró a partir la fruta en rodajas y colocarlas sobre los panqueques, doblarlos para dejarlos en forma triangular y finalmente verter una cantidad pequeña de jarabe sobre ellos. Mientras se quitaba el delantal, decidió llevar el resto del frasco de jarabe a la mesa, por si acaso.
- Tal vez fui descortés al no preguntarle si podía acompañarme. También debe estar cansado – le dijo ella, cuando volvió a tenerlo a la vista. Se encontraba sentado a su mesa, mirando hacia afuera. Elia no sabía si la había escuchado, pero no insistió.
- Es domingo – dijo de repente, girándose a verle en el instante que tomaba asiento justo enfrente – puedo dormir más tarde.
- Si usted lo dice – aceptó ella sin tomarse a pecho lo parco que era a veces y entendiendo que había accedido a quedarse porque simplemente quería hacerlo – no sé si le gustan, pero si no es así, no se sienta comprometido – le dijo con total honestidad, colocándose su servilleta en el regazo.
No era la mejor cocinera, pero al menos sabía defenderse. Además, estos eran uno de los favoritos de su hermana; por eso le agradaba la idea de compartirlos con él. Incluso se atrevía a decir que comiendo aquello que a Ilva le gustaba tanto, la podía sentir más cerca. En eso estaba pensando cuando notó que él tomó la tetera y sirvió té a ambos, luego sujetó su servicio y comenzó a partir trozos meticulosamente. Y con cuidado de no ser evidente al mirarlo, le vio sacar el primero de ellos y llevárselo a la boca.
- Está bastante bueno – comentó sin poder disimular su sorpresa por unos segundos. Después de eso se quedó mirándola expectante justo antes de llevarse un segundo trozo a la boca - ¿Qué son y de qué están hechos? – le preguntó. Por un momento, pareció un niño probando algo delicioso por primera vez.
- Son panqueques. Lo que al menos yo uso es harina, huevo y leche para las masas – contestó después de dar un sorbo a su té – Ahora, en cuanto al relleno, eso depende de la persona. Por eso mi pregunta de antes – le explicó, luego dar su propia probada. Llevaba un buen tiempo sin hacer algo como eso, pero se alegró del resultado.
- Suena simple, pero dudo que lo sea – dijo con el ceño un poco fruncido antes de continuar comiendo tranquilamente. Elia sospechaba que antes de que ella llegara, ya se había tomado una taza de té, porque no lo probó mientras comía; simplemente esperó hasta terminar la comida y luego se bebió el contenido despacio.
Ella ya lo había visto antes pero todavía le parecía curiosa, e incluso un poco tierna, la forma en que él tomaba el objeto a veces.
- Es bastante simple, señor – le comentó ella, recordaba con cierta melancolía a sus padres – si mi padre lo logró, estoy segura de que usted también puede.
- ¿Fue su madre entonces? – preguntó él, sacándola de sus cavilaciones – de quien aprendió a cocinar, me refiero.
- Así es – respondió ella – aunque enseñarme, así como impartirme lecciones, no. Fue parecido con la sanación; aprendí observando – aclaró Elia – Lo que sí recuerdo con claridad es cuando ella siempre decía que el secreto en la cocina era disfrutar del proceso.
- ¿Su hermana, ella también lo hace? – le preguntó cauto, mirando a su plato vacío.
- Sabe hacerlo – dijo ella, notando la consideración que tuvo al no hablar de ella en tiempo pasado – pero siempre andaba metida en otras cosas, por lo que la tarea recaía en mamá o en mí; Ilva y papá preferían dejarnos a nosotros ese trabajo con el pretexto de que sabían mejor. Aunque mamá era la que nos consentía a todos; yo casi siempre estaba más inmersa en asuntos de la tienda o visitando enfermos.
- Debe ser agradable – comentó él, algo absorto y con la vista fija hacia el exterior – ayudar a otras personas.
Elia lo miró, intentando descifrar lo que dijo. Como siempre, sus ojos que se veían cansados eran la clave: la persona que tenía enfrente estaba llena de dudas sobre sí mismo. La soledad y muy probablemente, varios traumas, fueron lo que le llevaron a ello.
El Capitán Levi podía ser el mejor soldado, el hombre más fuerte y la persona más estricta, pero debajo de eso seguía siendo tan humano como ella misma.
- Usted debería saberlo – respondió ella, bebiendo el último sorbo de su té antes de levantarse y comenzar a recoger todo, sin darle oportunidad de refutar su afirmación – con su permiso.
Consciente de que había volteado a mirarla y seguirla con la vista, Elia hizo caso omiso y se concentró en lo que estaba haciendo. No habían tardado mucho, pero ella debía regresar con su hermana.
Una vez en la cocina, limpió lo que quedara de residuos en los platos y dejó todo ordenadamente en el fregadero con agua y detergente mientras guardaba otras cosas como el jarabe en su lugar. Tomó los guantes para comenzar a lavar, más cuando se giró hacia el lavadero, él se encontraba allí, analizándola con la misma mirada que le había dedicado cuando le dejó en la mesa.
- En esto al menos puedo ayudarle – fue lo único que le dijo cuando se aproximó a sacar los guantes de sus manos, tomándola por sorpresa con su repentina cercanía.
- Por favor, deje que estilen unos minutos – le pidió ella antes de salir de allí a ver a la muchacha – me gusta esperar a que se sequen un poco antes. Si se guardan húmedas, dan mal olor.
Él sólo asintió, dejándola marchar. Elia no tenía idea de que su comentario le había sacado una sonrisa divertida antes de comenzar la tarea.
Lo que había dicho justo antes de dejarlo a solas, había picado su curiosidad. Solo por eso no se había retirado de inmediato una vez que terminó de lavar y ordenar lo poco que había usado para desayunar. Que, a propósito, realmente había disfrutado.
Se dirigió al baño brevemente y luego al cuarto donde sabía que la encontraría. Se mantuvo erguido entretanto la observaba, consciente de que ella lo atisbó por el rabillo del ojo mientras guardaba aquel ungüento, que colocaba sobre las irritaciones de la piel de su hermana, en el estante que tenía abastecido de medicinas y otros artículos para el cuidado de la soldado. Quien por cierto ahora tenía cojines debajo de las articulaciones de los brazos, piernas y en otros lugares más. Recordaba que la mujer le había dicho días atrás que eso ayudaba a dar una limitada movilidad para la circulación, ayudando además a mantener a raya las escaras, justo donde los huesos hacían presión.
- ¿A qué se refería? – preguntó él sin rodeos cuando la vio sentarse en la cabeza de la cama vacía, con la espalda apoyada en la pared y cerrando los ojos unos momentos.
- Que debería saber lo que se siente – comenzó ella, captando de inmediato la pregunta y manteniéndose así de serena al hablar – usted lo hace la mayor parte del tiempo.
- No es lo mismo – aseguró mientras iba a sentarse a los pies de la misma cama, imitando su postura y concentrado en la muchacha que yacía enfrente.
- Me atrevo incluso a pensar en que es aún más importante – la oyó contradiciéndole.
- ¿Cómo podría ser eso? – soltó visiblemente incrédulo – Ilumíneme. Si es que puede.
- Lo que usted hace también es un servicio a la comunidad - comenzó ella, su tono era insondablemente serio, pero no altanero – es diferente a lo que hago yo y, aun así, es igual de importante.
No sabía qué decirle, porque no se esperaba algo como eso, pensando en que se refería a la pobre ayuda que podía prestarle actualmente. Y su silencio le dio el impulso de seguir hablando.
- El día del ataque en Trost, fui testigo de lo que ustedes deben combatir continuamente allá afuera, y de cómo, muy pocos aquí estaban realmente dispuestos a luchar con aquella absoluta seguridad. Vi a cientos de soldados sucumbir ante el miedo de enfrentarse al horror; personas que fueron entrenadas al igual que todos ustedes, pero estaban dispuestos a abandonarnos por la misma razón que tenía la mujer con la que me topé durante la evacuación. La vi tirando desesperadamente por sacar a su esposo debajo de una piedra que lo había aplastado, resistiéndose a la idea de que ya estaba muerto. Le grité, la sacudí, pero nada sucedía, y no fue hasta que vio a los titanes aproximándose a lo lejos que al fin reaccionó. El miedo es tan grande que la hizo olvidar por completo a un ser querido al que se resistía de perder. – hizo una pausa, suspirando despacio – Por esa razón pienso que, la manera en que luchan los de la Legión, nos da esperanzas de un futuro mejor. Y con mayor razón cuando se trata de personas como usted, que se adentran "en la boca del lobo", a sabiendas de que podrían perder sus vidas en ello, pero eso no los detiene. Y es algo que hacen por el bien de otros.
- Vaya – musitó Levi, más sorprendido que antes por la elocuencia en sus palabras.
- Personalmente, no he sido testigo de sus habilidades, pero si Ilva dice que es el mejor, yo le creo. Y alguien con talento, sumado a un buen liderazgo, es la mejor combinación para inspirar valentía y entrega en otros – No la estaba mirando. Por alguna extraña e inexplicable razón, no se atrevía a hacerlo.
- Supongo que tiene razón – terminó admitiendo – Creo que nunca me había detenido de verlo de esa manera.
- Así que ya lo sabe: luchar por los más débiles es un gran servicio público – sostuvo Elia – Y son sus sacrificios los que significan la vida para muchos otros, porque nada sucede en vano, señor.
Esta vez no pudo resistirlo. Levi se giró a verla, absolutamente movido por lo que acababa de decir, percatándose de que seguía con los ojos cerrados, presa de sus propios recuerdos. Un momento en el que le fue imposible refrenar el pensamiento que le decía lo hermosa que era y le parecía, mientras provechaba de observarla sin ser descubierto. Como siempre, su vestimenta era de lo más normal y práctica; pantalones oscuros, una blusa entreabierta bajo su cuello, el oscuro y ordenado cabello cayendo con elegancia por su hombro. Su postura con las piernas cruzadas y la espalda apoyada sobre la pared tenía un encantador toque de libertad. Llevándolo a pensar en los mucho que le hubiese gustado verse reflejado en sus ojos, de tenerlos abiertos. Sin embargo, al igual que le había sucedido antes cuando sintió su aroma de cerca, comenzó a reprimir la retahíla de "pensamientos inútiles" que acababa de tener. Por lo que volvió a enfocarse en sus manos de guerrero, dejando que sus palabras resonaran en su mente con un gran impacto. Lo que trajo a su mente el claro recuerdo del momento en que tomó la mano de aquel soldado que le había preguntado si su muerte había servido de algo.
- Por esa razón, a pesar del dolor de estar perdiéndola, me queda el consuelo de saber que fue feliz entregando su corazón y su vida por defendernos – terminó ella, con un tono cargado de paz y de orgullo.
- Su hermana – se atrevió a preguntar él – ella ¿deseo alguna vez seguir otro camino?
- Lo dudo. Ilva siempre fue una buscapleitos – respondió ella dejando escapar risa suave. Y aunque nunca la había escuchado, terminó inconscientemente calificándolo como uno de esos sonidos realmente placenteros de oír – desde pequeña tuvo un carácter fuerte. No se dejaba pisotear por nadie, y menos aún dejar que abusaran de otro sin hacer nada. No creo que haya tenido en mente otra vocación – evaluó reflexiva – porque desde que supo lo que la Legión de Reconocimiento hacía, su meta fue ser parte de ella.
- Veo que su naturaleza siempre fue bastante noble – se atrevió a decir, incapaz de compartir que pensaba lo mismo de ella, aunque ambas siguieran sendas diferentes: la esencia era la misma.
- De la más alta – musitó ella, abriendo los ojos y dirigiéndolos a la soldado con un brillo lleno de afecto y de orgullo.
Una gran parte de él deseaba seguir allí, pero lo mejor era retirarse si no quería seguir pensando cosas innecesarias en momentos inoportunos. Lo seguro para él es que, una vez más, sentía que saldría de ese lugar llevándose más de lo que él entregaba.
Levi se giró hacia el reloj que colgaba en la pared, el mismo que le decía que ya casi eran las ocho de la mañana.
- No creo poder venir esta noche, pero quizás mañana – le dijo a ella, recordando que esa tarde Hange le había pedido que se reunieran para intentar ciertos experimentos con los especímenes que habían capturado, además de movilizarlos a terrenos más seguros, lo cual debía hacerse de noche.
- No hay problema, señor – dijo ella, poniéndose de pie para acompañarlo hasta la puerta.
- Su comida estaba muy buena – le otorgó, sin atreverse a encararla mientras lo decía. El momento había sido demasiado grato para la inquietud que a ratos surgía en su espíritu cuando lo hacía.
- Eso me alegra – dijo ella pasando por su lado y sin mirarlo, pero su comentario la había hecho sonreír. De eso estaba seguro.
Levi volvió a mirar a la muchacha, y se alegró de que al menos, él le hubiese ayudado con la oportunidad de ser cuidada por alguien que realmente la amaba con el alma. Pensaba que, a pesar de su juventud, al menos lo consolaba un poco saber que los años que vivió, había sido feliz.
Salió de la habitación, colocándose la chaqueta mientras caminaba hacia la sala, buscándola inconscientemente. Sintió sus pasos cerca, así que se giró a su encuentro.
- Tómelo, por favor – dijo ella, poniendo en sus manos una especie de caja que estaba cubierta con un trozo de tela oscura y amarrada para fácil transporte. El la miró suspicaz, imaginando lo que contenía – quedaban dos. La fruta la puse aparte para que no se oxide tan rápido.
Él iba a decirle que no era necesario, que podía comerlos ella mejor, que era quien disponía de menos tiempo para estar cocinando, cuando en ese momento, alguien tocó a la puerta.
Fue un efecto inmediato el de ambos de mirar hacia allí. Y a juzgar por su cara, parecía tan extrañada como él de tener a alguien llamando tan temprano, un domingo. La observó acercarse hasta allí y abrirla.
- Lamento no haber venido antes – comenzó a decir una voz muy familiar a una velocidad bastante peculiar entretanto ingresaba al domicilio, sin fijarse alrededor después de cerrar la puerta tras de sí – iba a hacerlo ayer, pero tuve que ir a casa y papá no… - finalmente había dado con él, pero el modo en que abría y cerraba los ojos le decía que no creía lo que veía.
- Yo ya me voy – dijo él, sin darle importancia a la estupefacción en el rostro de la chica – buen día, Petra.
- Ca-capitán – tartamudeó ella cuando él llegó al lado de ambas, girando su rostro hacia la dueña de casa.
- Señorita – le dijo asintiendo una sola vez, al igual que siempre.
Claramente, ella no parecía ni remotamente nerviosa, por lo que él decidió no darle mayor importancia al asunto.
Caminó hasta la puerta y apenas la abrió, una segunda persona aparecía esta vez delante suyo, a poco más de un metro de distancia. Un sujeto bastante alto y que vestía el uniforme de la Policía Militar, lo que a él no le daba buena espina y era difícil de disimular. Lo cual pareció recíproco, ya que por su por su expresión, el sujeto tampoco estaba nada de contento de verlo a él allí.
- ¿Garrett? – la escuchó decir a ella, que se había aproximado hasta llegar a su lado e involuntariamente volteó a verla, y se quedó más tranquilo de comprobar que lo conocía, por lo que lo descartó como peligroso - ¿Qué haces aquí? – Vaya, pensó él, dándose cuenta de que, a pesar de eso, parecía más desconcertada que otra cosa.
No obstante, como lo que sea que sucediera allí no era de su incumbencia, aprovechó el silencio del tonto como su momento para retirarse. Quítate, le dijo su mirada cansina, que entendió perfectamente por cómo se tensó, pero se hizo a un lado.
- Hasta luego – regresó hacia ella, capturando sus ojos por unos milisegundos antes de irse.
Volvió a asentirle, recibiendo de vuelta un gesto parecido, respetuoso y formal. Luego miró al sujeto y avanzó.
Sólo había doblado la esquina de su calle, cuando inevitablemente escuchó algo bastante patético.
- ¿Qué hace él aquí? – le oyó reclamar, en un tono descortés - ¿Qué está pasando, Elia?
Levi continuó su camino sin deseos de escuchar nada más de aquel crío. Sin embargo, podía imaginar lo que estaría diciéndole en ese momento y eso le hizo apretar inconscientemente los nudillos. Y solo entonces se percató de que su mano continuaba sosteniendo lo que ella le había dado.
Al mirarlo dejó escapar un resoplido, pero no pudo evitar que se le escapara una leve sonrisa, relajando por completo la tensión contenida.
Ni en un millón de situaciones, ella imaginó encontrarse allí con el Capitán Levi, mucho menos tan temprano. ¿Acaso había pasado la noche allí?, se preguntó anonadada. Petra imaginaba un posible motivo que lo explicaría, pero solo Elia podía confirmárselo. Sin embargo, ahora mismo ella estaba lidiando con ese chico que había aparecido y de quien no sabía nada, excepto por lo que era evidente en su uniforme.
- ¿Qué hace él aquí? – Petra se preguntaba quién era aquel tipo enorme que se mostraba tan molesto de ver al Capitán - ¿Qué está pasando, Elia?
Exhaló aliviada todo el aire que había contenido desde que vio al sujeto bloqueando la salida, ya que al menos su jefe no seguía allí en ese momento. Siempre se ponía nerviosa cuando alguien miraba de ese modo al Capitán; podía haber varios centímetros de diferencia en su estatura, pero no le cabía duda de que, si oyera su insolencia, ya tendría varios dientes menos.
- Será mejor que controles tu voz, o te dejo hablando aquí solo – le espetó su amiga, exasperada por el descaro de comportarse así. Petra sabia que a Elia era mejor no sacarla también de sus casillas. Por mucha paciencia que tuviera, también había límites.
- ¿Puedo entrar? – preguntó él, todavía alterado.
La vio negar en silencio, enojándolo aún más, pero luego la vio hacer caso omiso y aproximarse hasta donde seguía ella, un tanto avergonzada.
- Por favor, espérame en el cuarto con Ilva – le pidió su amiga – estaré contigo en unos minutos – aseguró, mirando de soslayo al chico que seguía afuera y de pie, observando su intercambio.
Petra asintió sin decir nada y, después de dejar las cosas que los muchachos habían mandado para animar a su amiga, se encaminó hasta donde la muchacha.
Desafortunadamente, hasta sentada lo más lejos posible de la puerta, le era fácil escuchar con claridad, lo quisiera o no.
- Primero que todo, no tienes ningún derecho a venir a mi casa y hablarme en ese tono – le aclaró ella, sin alzar la voz, pero dejándole claro que quien mandaba aquí – en segundo lugar, no tengo por qué explicarte nada sobre el Capitán – dijo tranquila – y tercero, ¿qué haces tú aquí?
- Elia, debes saber que ese tipo no es cualquier persona – insistió, sin entender que estaba cometiendo un error. Elia podía ser muy amable, pero era bastante tajante con relación a temas que ella consideraba cerrados – en la Ciudad Subterránea era un criminal, y de los más peligrosos.
- Tú mismo acabas de decirlo – apuntó ella, cansada – "era". Tiempo pasado. Ahora – dijo amenazante y cortando lo que él iba a decir – si continúas tratando de convencerme, pierdes tu tiempo.
Hubo un silencio que probablemente fue bastante incómodo; lo era para ella, que ni siquiera estaba presente. Pero Petra se enorgullecía de su amiga, quien como siempre, no la decepcionaba. De las cosas que Elia detestaba, los prejuicios se hallaban entre las primeras.
- ¿Vas a decirme por qué estás aquí? – insistió ella – necesito regresar adentro.
- Hubo un tiempo donde yo era bienvenido en tu casa, ¿lo recuerdas? – finalmente su enojo se había desvanecido; ahora solo se escuchaba abatido y bastante triste.
- Tú mismo decidiste alejarte de mi hermana y de nosotros – expuso Elia – y que vengas a aparecer después de años de la manera que acabas de hacer, no me parece en lo absoluto.
- Que me haya alejado no significa que no me importen – declaró él, algo ofendido.
- Para mí las acciones hablan más que las palabras, Garrett – apuntó Elia – no creo que el hecho de que no quisieras seguir el mismo camino que mi hermana, después de ilusionarla por años sobre luchar juntos, explique por qué la abandonaras así – le dijo ella, claramente decepcionada – tú, que eras casi un hermano.
Aparentemente, lo que había dicho su amiga lo enmudeció. Pero no era fácil descifrar por qué razón sin poder ver a su rostro.
- ¡Fue exactamente por eso por lo que me alejé de ella! – soltó él, enojado y dolido – Cuando me di cuenta de que su cariño se había transformado en algo diferente, hui. Porque me quería de un modo que yo no podía corresponder. Era la única manera de no hacerle más daño.
- Fueron amigos por muchos años. Por respeto a ese lazo, lo mínimo que debiste hacer es ser franco con ella. Ilva lo habría entendido.
- No – dijo, esta vez desolado – si le decía la verdad, ella podría haberlo tomado de una manera equivocada. Prefería ser solo yo el canalla que la abandonó, antes que causar un quiebre entre ustedes.
- ¿De qué demonios hablas? – inquirió ella, absolutamente confundida - ¿Qué tengo yo que ver en todo esto?
Petra ya sabía la respuesta. Sus palabras recientes, sumado a la reacción que tuvo al ver a su jefe allí lo dejaba claro. Por eso podía imaginarlo mirándola atónito, sinceramente sorprendido de que no se hubiera dado cuenta de nada. Pero claro, si nunca se lo dijo o le dio señales…era de esperarse que Elia no tuviese ni la más remota idea.
- Yo nunca hubiese sido capaz de decirle que siempre he querido a otra mujer – confesó, probablemente con las orejas o los pómulos ardiendo – y que esa persona eras tu.
Parecía ser que su amiga se había quedado bastante anonadada con el giro que habían tenido las cosas, porque no decía nada. Y no lo hizo por varios minutos, aparentemente asimilando esa pieza de información. Petra podía notar la ansiedad acumulándose en el sujeto, instándolo a seguir hablando, pero ella no sabía si era lo mejor. Pobre Elia, pensó con tristeza, porque por el modo que lo acusó antes, podía ver que ella también lo había querido. Quizás no como hombre, pero sí como parte importante de su círculo.
- Es cierto que cuando era pequeño te veía como una hermana mayor, pero a medida que crecí y entendí que no teníamos un lazo sanguíneo, todo cambió – explicó él con cierta impotencia – Yo veía la mujer en la que te estabas convirtiendo, y cada vez fuiste gustándome más. Pero para cuando me di cuenta, ya no podía cambiarlo.
- Pero yo nunca te di motivos – le oyó decir a ella, negándose a creerle – nunca te traté distinto a como un hermano menor, Garrett.
- No es necesario que alguien te de motivos, ¿sabes? – manifestó con cierta ironía – Lo mismo pasó con tu hermana, porque yo tampoco hice nada en especial.
- Supongo que tienes razón – ella aceptó con tristeza – pero al menos podrías haberle dicho que no correspondías esos sentimientos. Que había alguien más; no era necesario que le dijeras que era yo.
- ¿Crees que no lo pensé? – volvió a enojarse – yo amaba a Ilva como a una hermana; tanto, que la conocía demasiado bien. Y de seguir cerca, ella misma lo habría notado. Por eso preferí huir antes que mellar su relación contigo.
- No tenías cómo saber si eso podía pasar – rebatió Elia – si yo no me di cuenta de tus sentimientos, podría haber sido el mismo caso con ella.
- Te equivocas – le contradijo, tajante – Ilva leía muy bien a la gente, incluso me atrevo a pensar que lo sospechaba, pero al haberme alejado, todo quedó en nada. Aun así, cuando eres tan observador como ella, los gestos, las miradas… ¡diablos! Existen mil cosas que podrían delatar lo que sentía por ti y ahí no hubiese sido capaz de negárselo. Por eso mismo me enfadé tanto cuando lo vi a él aquí, otra vez.
Elia había vuelto a quedarse sin palabras. Aparentemente, perdida. Y lo mismo le había pasado a Petra. ¿Otra vez? Le pregunta resonaba en su mente, bastante más impactada que en un principio. O sea que, esta mañana no era la primera visita. ¡Vaya!, esto sí que era curioso.
- Por esa cara supongo que, si no te diste cuenta sobre mí, es posible que lo hayas pasado por alto a él también – le concedió con sarcasmo – La madrugada de ayer me enteré del estado de tu hermana por un doctor que estaba hablando a una enfermera del hospital. El apellido que dijo y su descripción de Ilva eran demasiado precisos, así que vine de inmediato. Pero cuando estaba cerca, lo vi a él saliendo de tu casa y en mitad de la madrugada. Pensé que podía tratarse de algo relacionado con la Legión; como Ilva pertenece a la misma división… Sin embargo, hoy pude comprobar que no estoy siendo paranoico.
- Honestamente, Garrett – dijo su amiga, agotada – ve al grano por favor.
- No tengo idea las intenciones que pueda tener – dijo – pero si de algo estoy seguro, es de que no le eres indiferente.
- Si eso fuera cierto, cosa que no creo – le oyó decir a ella bastante enojada – es asunto mío. Dices que viniste aquí porque te habías enterado del estado de mi hermana, pero lo que estoy escuchando es un estúpido ataque de celos… - ahora sonaba meramente defraudada – nunca creí que los de la Policía Militar pudieran cambiar tanto a una persona que creías conocer, pero veo que me equivoqué.
- No lo digo solo porque tenga celos – espetó ofendido – él me asusta, Elia. Toda la milicia sabe quién era antes de llegar a donde está. El tipo es peligroso, por eso me molesta verlo tan cerca de ustedes.
- Mi hermana se está muriendo, ¿sabes? – dijo apagada – es lo único que me importa en este momento. De todas maneras, soy bastante capaz de cuidarme sola – le espetó con dureza – Si tanto me quieres, deberías entender yo no me dejo llevar por comentarios de personas que no conozco, y que nunca he sido el tipo de persona que juzga a otros, porque no soy nadie para hacerlo. No me creo moralmente mejor que nadie, y en cuanto a "él" – le dijo con enojo, enfatizando la palabra – deberías recordar lo que dijiste hace un rato sobre mi hermana y lo bien que leía a la gente. Ella lo admira y respeta profundamente, y no solo en el ámbito como guerrero. Por eso pienso que el que está equivocado aquí, eres tú.
Al parecer, no le dio tiempo de decir nada más porque una puerta se cerró justo en aquel instante. Segundos después, su amiga entró al cuarto junto a ellas, bastante alterada. Revisó a Ilva en silencio y luego se dejó caer a su lado, sobre su cama.
Dudo mucho que el Capitán siquiera imagine lo que acaba de suceder aquí, pensó la chica, entre atónita, nerviosa y divertida. Petra se alegraba mucho de ver que Elia confiaba plenamente en el juicio de su hermana menor y que era capaz de ver la bondad en el Capitán. Nadie discutiría que era un hombre aterrador, pero malo… eso ya era harina de otro costal.
La pelirroja miró a su amiga, que en ese momento estaba tendida sobre la cama con los brazos extendidos y los ojos enfocados en el techo, claramente procesando lo que acababa de suceder.
- ¿Hice mal? – le oyó preguntarle de repente – explotando así, digo.
- No te preocupes. Lo único que heriste fue su orgullo – le aseguró Petra – el Capitán representa una amenaza a sus intereses amorosos, no a tu vida.
- Es ridículo, pero lo sé – tenía una sonrisa llena de tristeza en su rostro mientras se enderezaba para cruzarse de piernas sobre la cama – él es el amigo de Ilva que ha estado viniendo para ayudarme. No quise decir nada porque se nota que es bastante reservado, pero lo ha estado haciendo porque creo que se siente un poco responsable por lo que le pasó a mi hermana – confesó con cierta reticencia.
Petra no podía disimular ni un poco su expresión de sorpresa, pero conociendo a Elia, entendía su discreción al respecto. Era de su jefe de quien estaban hablando, y por tanto, nunca le hubiese contado algo sobre la ayuda que les daba. Pero aún con todo aquello, ella estaba pasmada.
- ¿Él te lo dijo? – preguntó incrédula. El Capitán Levi nunca confesaría algo así.
- Claro que no – manifestó Elia, mirando a su hermana – pero sé que él fue quien dio la orden de darla de baja durante la última expedición. Y sé que lo hizo para evitar que pudiera morir allá afuera, dada su condición de salud.
- ¿Cómo lo sabes? – preguntó Petra; era la única del escuadrón que lo sabía. Ella misma había entregado el mensaje al oficial que confirmaba el reclutamiento a la expedición.
- Él lo comentó la primera noche que vino aquí – le explicó a su amiga – El funeral acababa de terminar poco antes y creo se sentía tan lleno de amargura que probablemente se le escapó.
- Yo lo sabía vagamente – admitió ella, apesadumbrada – porque Ilva y esos chicos iban a ser transferidos a nuestra tropa cuando regresáramos – dicho esto, los ojos de Elia le dejaron ver que esa parte no la sabía – pero luego pasó lo de Trost.
- Me alegra saber que el sueño de mi hermana al menos iba a cumplirse – formuló Elia, complacida.
- Ahora, ¿Qué fue lo que quiso decir cuando dijo que ya lo había visto antes? – preguntó la pelirroja, intentando darle cierto humor a su manera de pedirle información para aliviar las tenciones de esa mañana. Elia se rio y comenzó a contarle de las visitas que había recibido de él, y cómo le ayudaba a poder descansar unas horas, quedándose él mismo vigilando mientras.
Ambas se quedaron en silencio, reflexionando sobre lo que acababan de conversar. En ese instante, Petra miró disimuladamente a su amiga, sabiendo bien que era normal que no tuviera idea del impacto que ella sí tenía; porque el Capitán no haría esto por cualquier persona. De hecho, estaba segura de que había varias cosas que decidió no compartir por respeto a él; se dejaba ver en lo cauta que estaba siendo al hablar del tema.
La pelirroja suspiró y se desplomó uno segundos sobre la cama. Era increíble darse cuenta de que, cuando uno piensa que conoce casi todo de alguien, siempre termina ocurriendo algo que te prueba lo contrario. Y la sonrisa con que observó disimuladamente a su amiga reflejaba lo bueno que era saber que su jefe no era la excepción.
Pobre Garrett. Es lo único que puedo decir sobre él.
Ahora, disfruté mucho recreando en mi cabeza aquel desayuno (soñado para muchas de nosotr s, ¿verdad?) con el Capitán y las barreras que Elia, sin tener idea, va atravesando. Algo de lo que él tampoco se deja convencer e intenta reprimir, asustado de partes de sí mismo que desconoce por completo.
Por ahora mejor me retiro a continuar preparando el siguiente capítulo, donde las cosas se van poniendo cada vez más… mejor que lo juzguen ustedes mismos.
Gracias por leer.
Namärié
