—Kristoff…
Aquella tarde Kristoff y Sven también llegaron pronto de la venta de hielo. Definitivamente les hice perder mucho tiempo el día en que me trajeron aquí. Sven estaba descansando en el interior de la caseta en nuestra compañía y Kristoff estaba tapando algunas de las rendijas por las que entraba el aire de las que era posible que me hubiese quejado un poco excesivamente.
—Dime.
—Me aburro…
—Ahá…
—Y, ¿ya?
—¿Qué quieres que te diga? Piensa en algo para entretenerte.
—Lo cierto es que ya he pensado en algo…
—Miedo me das. Sorpréndeme.
—He visto tu laúd.
—¿Y?
—¿Sabes tocarlo?
—Se podría decir que sí.
—¡Genial! ¿Lo tocas para mí?
—No.
—¡¿Por qué?! —Porque estoy ocupado y tocando soy yo el que se entretiene, no tú.
—Yo puedo bailar al son de la música.
—Buena suerte bailando aquí dentro.
—Vengaaa, porfaaaaa…
—Anna, estoy haciendo cosas. ¿Prefieres bailar o que deje de entrar frío?
—¡Bailar! Así entro en calor más rápido.
Por fin se giró a mirarme y, con una casi imperceptible sonrisa, suspiró y se levantó a por el laúd.
—Como quieras. Pero pierdes el derecho a quejarte por las rendijas.
—¡Tienes mi palabra!
Me levanté dispuesta a hacer malabares para moverme en el casi nulo espacio libre que quedaba con Sven allí dentro y Kristoff se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared y comenzó a tocar.
—Renos mejor que personas, Sven, ¿cómo lo ves tú?
—¿En serio? ¿Ésa es tu canción?
—Y no ha hecho más que empezar.
—La gente te grita y te da con un palo.
Todos me tratan mal menos tú.
"Venga ya, ahora haciendo la voz de Sven…"
Me tapé la boca para no reír a carcajada limpia porque sentía la imperiosa necesidad de escuchar el resto de la canción.
—Más la gente huele mejor,
Sven, ¿no crees que es verdad?
Es cierto también todos menos tú.
Ahí le has dado
No pude soportarlo más. Era sencillamente genial. Rompí a reír y no pude oír ni una sola nota más. Acabé revolcándome por el suelo. Así que él era consciente de que olía así, ¿eh?
Terminó su canción y se quedó esperando a que me cansase de reír con una preciosa sonrisa.
—Sabía que te gustaría —bromeó mientras yo iba recuperando poco a poco la compostura.
—Gracias, es la mejor canción que he oído en toda mi vida —dije sin agotar la risa aún.
—Estoy a tu disposición.
—¡Entonces baila conmigo!
—Ehhh… no. No me refería a eso. No sé bailar. Y no hay espacio.
—O sea que te da vergüenza, ¿no?
—Muchísima. No tiene sentido ocultarlo.
—Venga, no tienes que tener vergüenza conmigo.
—¿Por qué no debería?
—Porque lo más que puede pasar es que nos riamos juntos un rato. Será sano.
—No me seduce la idea. Ya te has reído un buen rato a mi costa.
—Entonces te enseñaré a bailar.
—No lo necesito.
—¡Da igual! ¡Es para divertirnos!
—¿Nosotros o tú?
—Confía en mí. Ya verás como tú también te lo pasas bien.
Le tendí mi mano y la miró porfión.
—No vas a dejar plantada a esta pobre mujer que por fin está descubriendo lo que es no vivir siempre sola, ¿verdad?
—Quedamos en que ya no usarías esa baza.
—La de la utilidad, no la de la soledad.
Negó con la cabeza riendo suavemente mientras se mantenía de brazos cruzados.
—Sólo he bailado con dos hombres en esta vida. El primero fue un viejo con tacones que me casi me desgracia el pie y el otro fue Hans. ¿Me ayudas a dignificar la lista?
—¿Se supone que bailar conmigo la va a dignificar? Yo diría que es el remate final.
—Eres el primero con el que de verdad quiero bailar; eso la dignifica.
—No tiene caso discutir contigo, ¿verdad?
Reí confirmando sus palabras e insistí con la mano que le tenía tendida. Por fin, la tomó con la delicadeza de que siempre hacía gala y se levantó sin soltarla.
Tomé su otra mano y la posé sobre mi cintura. Sentí cómo su calor atravesaba la tela hasta mi piel y supe que aquel ya estaba siendo el mejor baile de mi vida.
—Está bien. Empecemos despacito. Primero tienes que dar un paso hacia tu derecha y poner el pie así —dije moviéndole el pie con el mío—. Muy bien, ahora, el otro pie debe seguirle hasta aquí mientras acompañas el movimiento con el cuerpo.
Hizo un intento lento y torpón que acabó en tropiezo y me miró desde realmente cerca y ruborizado hasta las orejas.
—Es un comienzo. Vamos a intentarlo otra vez.
Lo intentamos unas cuantas veces y, poco a poco, le fue cogiendo el truco al paso básico, por lo que cogimos algo de velocidad. Sin embargo, para variar, él tenía razón y el espacio era demasiado reducido para hacer un baile mínimamente movido ahí dentro, por lo que tropezamos con una silla y caímos sobre el pobre Sven.
—Amigo, ¿estás bien?
Sven asintió sospechosamente divertido y nosotros nos levantamos con cuidado. Ya de pie y un poco desubicados, nos miramos a los ojos y estallamos en risas.
—Te dije que sería divertido.
—Pero creo que se ha terminado.
—No necesariamente.
—Creo que Sven ya ha tenido suficiente.
—No te preocupes, esta vez no aterrizaremos sobre él.
Subí mis manos por sus hombros hasta llegar a su nuca mientras sus cejas se arqueaban en sorpresa.
—Ahora cógeme con los dos brazos por la cintura.
Obedeció moviendo prudentemente cada uno de sus músculos y yo apoyé mi cabeza sobre su hombro y comencé a tararear una suave melodía.
—Así no hace falta moverse tanto ni aprender pasos, ¿verdad? Sólo déjate llevar.
Sentí cómo respiraba hondo y, para mi sorpresa, apoyó su barbilla sobre mi cabeza. Así, nos mecimos lentamente al son de mi música mientras su cuerpo me arropaba por completo.
Aquella noche nos enfuchicamos en la cama huyendo como cada día del frío que entraba por las rendijas de la pared pero, a diferencia de las noches anteriores, sentí cómo acercaba su cuerpo al mío y tuve que contener las ganas de refugiarme entre sus brazos como lo había hecho tan sólo un rato antes durante el que, sin duda, había sido el mejor baile de la lista.
