Lo que para mucha gente pudiera haber sido un largo mes, para Camus se convirtió en una jornada de oportunidades para experimentar los nuevos sabores de la vida: los besos escondidos, las constantes veces en que un 'te quiero' abandonaba los labios de Milo, los abrazos correspondidos, ese cegador y mágico destello en sus pupilas.

Era como ser un bebé y comenzar a explorar el mundo que sólo se vio a través del vientre materno.

Sí. Había vuelto a nacer.

Y aunque el cambio no se hubiera dado completamente, el galo ya sentía que lo quería, que se había convertido en una parte importante de sí mismo; no una indispensable, pero poco faltaba para ello.

Treinta hojas ya habían sido desprendidas del calendario. El castigo de Camus, por tomar más días de 'vacaciones' que los permitidos, ya se había cumplido; por lo que mañana por la tarde tenía que recoger los papeles que le indicarían su siguiente misión. La excusa de haberse lastimado esquiando probablemente no resultaría creíble la próxima ocasión.

Según el último descubrimiento de Kanon, en su más reciente cumplimiento de labor, otra de las llaves se encontraba en el desierto; así que el pelirrojo ya se veía en algún país del continente africano, cubierto hasta la cabeza de arena.

Pasado mañana tendría que continuar con el protocolo: decirles a Shaka y a Milo que se iba de vacaciones a alguna parte del mundo, regresar en tres días, continuar su trabajo como guardaespaldas y esperar la siguiente misión. Durante ese tiempo aquella rutina se vio impedida por el castigo propinado por el joven Everett: como Camus se había tomado una semana de vacaciones, Shaka decidió que por un mes no saldría más que a tomar sus correspondidas horas de descanso. Un ritmo en lo absoluto tedioso si tenía a Milo a su lado.

Había ocasiones en las que el galo se mantenía a cierta distancia de él, pero enseguida las rectificaba y buscaba la manera de hacerle saber que estaba poniendo todo de su parte por corresponderle. Tal como esa noche, en la que ya no se sentía tan cohibido por permanecer a solas con el millonario, encerrados en su habitación.

Ambos en el balcón, se miraban intentando descifrar los sentimientos despertados en el que tenían enfrente. Milo dejó de apoyarse en el barandal, para caminar hacia un par de sillas metálicas que tenía a su derecha; tomó asiento en una de ellas, y esperó a que Camus fuera hacia él, para jalarlo del brazo y hacerlo que se sentara en sus piernas, como si de un niño pequeño se tratase. El pelirrojo sonrió ante su acción, aunque percibió cierta incomodidad en sí mismo.

- Agradezco lo que haces por mí - Comentó el rubio deslizando sus dedos por la mano del custodio, hasta que pudieron entrelazarse con los dedos galos. El agente se sorprendió por sus palabras, ya que si al menos recordaba, Milo era quien hacía todo en bienestar suyo.

- Yo no he hecho nada - Respondió sonriendo, pasando el brazo por la espalda del millonario, de manera que pudiera sostenerse. Milo apoyó la cien en el pecho del francés, permitiendo que su oído fuera privilegiado en catar los latidos vivaces de su corazón, el que lo delataba cómodo por la cercanía.

- Claro que sí - Dijo cerrando los ojos, prestando mayor atención a la dilatación del órgano cardíaco. - Ambos sabemos cual es tu problema y a pesar de eso, estás aquí, conmigo.

Levantó la cabeza, abriendo los ojos, contemplando al ser por quien respiraba y se levantaba todos los días con una sonrisa, con ganas de verse mejor que el día anterior para cautivarle; siendo correspondido por esa mirada caoba que alguna vez se volvió opaca y que ahora brillaba con intensidad.

En la oscuridad, el rubio sintió un par de dedos colocarse en su mejilla y una suave respiración tocar la punta de su nariz, provocando que el corazón latiera con fuerza, que sus labios cosquillearan con ansia, y que sus propios dedos se contrajeran con esa misma emoción; tan sólo calmada y al mismo tiempo avivada, por un tenue roce de labios galos. Y si bien Camus no encontró las palabras correctas para responder, aquella acción dio una manifestación mucho más clara y concreta, que mil pergaminos con todas las palabras registradas en una enciclopedia.

Cuando el contacto entre sus labios terminó, la mano del rubio apresó la que se encontraba en su mejilla, apretándola tenuemente entre el pulgar y el resto de sus dedos, colocándola en su pecho como si quisiera atravesar la tela de su camisa y su propia piel para que el pelirrojo tocara su corazón y experimentara lo que sentía: la inmensa idolatría que le profesaba.

- Te quiero tanto, que no sé que haría sin ti... - Confesó el millonario, haciendo efecto en el galo que se consternaba al no saber que responder.

Porque aunque lo quisiera, no estaba seguro de que fuera con esa intensidad o que pudiera convertirse en ese amor tan profundo que el rubio calló. Si, que calló; puesto que podría decirle 'te amo'... pero cómo reaccionaría Camus, si con un 'te quiero' se angustiaba?. Milo no quería que se pusiera triste, ni pensar en como él reaccionaría sin una respuesta.

Por un momento permanecieron sin emitir oración alguna, a veces compartiendo una mirada o una sonrisa; habiendo dejando el incómodo momento atrás. Ahora parecían disfrutar del silencio y de las pocas palabras que sus gestos encerraban.

- Creo que ya es hora de irme... - Dijo el colorado intentando incorporarse pero el rubio no se lo permitió.

- Antes, quisiera pedirte un favor. - Habló con escasa decisión. Camus intentó sonreírle en forma reconfortante, para que se sintiera a gusto y formulara su petitoria; pero eso no parecía obtener el resultado esperado.

- Qué pasa, Milo? - Los zafiros del millonario se mantuvieron puestos en las manos de su dueño y en el jugueteo que hacían con las del galo.

- Yo... esto... sé que será difícil... y... créeme... entenderé si no quieres... no te obligaré a nada ni mucho menos... te respeto y... - El custodio comenzó a reír al verle dudar tanto.

- Me matarás de intriga - Depositó un beso en la frente del rubio y volvió a animarlo para que hablara. - Vamos, Milo. Puedes decirme lo que sea, no pienso arrojarme por el balcón o algo por el estilo...

- Pasa la noche conmigo... -

Aún no terminaba el pelirrojo de hablar, cuando el rubio ya había soltado su petición; entonces su sonrisa se borró, el rostro adquirió una expresión entre asustada y sorprendida, al mismo tiempo que sus mejillas se ponían tan rojas como las hebras de su cabello. Su mente voló tan alto, que no sólo un vuelco atacó su vientre, también un fuerte mareo le sobrevino seguido por una sensación de náuseas e inseguridad; porque si bien en la SD-6 le habían entrenado para matar, mentir y pelear con todas las técnicas de combate existentes, nadie le dijo como lidiar contra el dolor, el despertar de emociones, y cuantas consecuencias trajeran ambos sentimientos. Por fortuna y antes de que Camus saliera corriendo sin saber como batallar contra su propia imaginación, Milo agregó:

- Sólo dormir... no te pido más. Quiero que esta noche estés a mi lado porque no puedo conciliar el sueño - El pelirrojo no tuvo tiempo de reprenderse mentalmente por todo lo que había estado pensando, únicamente pudo mirar la faz del millonario y experimentar el amargo sabor de lo que era verle triste.

- Te has sentido mal? - Preguntó. El otro negó, aún abatido, viéndose a sí mismo noche tras noche despertar con el rostro empapado en una combinación de lágrimas y sudor, después de soñar lo que pasó una navidad, hacía casi diecisiete años. - Quieres hablar de eso? - Otro gesto negativo hizo acto de presencia.

Camus no tenía que escuchar la causa del insomnio en el rubio, ya que lo leía en el comportamiento que presentaba cada vez que hablaban de un recuerdo traumático que experimentó; así que podía deducir que la causa de su temblor y tristeza mostrada no eran por otra cosa que la muerte de su tía. Milo, por su parte, no sabía como reaccionar o que decirle, no quería que el galo pensara que era débil o una persona que siempre se la pasaba llorando por algo que ocurrió hacía tanto tiempo, algo que debió de haber olvidado por su propia salud mental; sin embargo, esas escenas seguían en su memoria, tatuadas sin que hubiera corrector alguno que pudiera aplicarse sobre el escrito funesto.

De pronto el francés se levantó sin que el millonario se opusiera a su decisión, dejándole con una sensación de vacío al pensar que no debió mostrarle esa debilidad; pero era humano y como cualquiera, aún sin importar que fuera hombre, tenía pensamientos y sentimientos, que a su vez, traen alegrías y penas, sonrisas y lágrimas.

Algo mojó el dorso de su mano, apoyada en su pierna. Observó el cielo, pensando que se trataba de la lluvia; pero éste se mantenía despejado. Aquello era una lágrima que ni siquiera se había dado cuenta del momento en que se desprendió de su pupila azulina, ni tampoco del instante en que el pelirrojo decidió dejarle, ahí, sentado en la penumbra con su dolor y rechazo. Pero eso no le importó. Cuando hizo aquella petición sabía que Camus podría reaccionar de forma negativa, y aunque no previó aquél comportamiento no se atrevió a reprocharle nada, ni siquiera a moverse, temiendo borrar el poco tiempo que habían pasado en aquella parte de su habitación, admirando el jardín, el cielo, sus rostros uno tan cerca del otro, cada detalle en su pareja. Todo, y a la vez nada.

Se acomodó en la silla estirando las piernas, moviendo la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos, sin importarle que el aire nocturno fuera tan frío y le calara en la piel, mientras él se sintiera a gusto, con la viva imagen y presencia del galo en el ambiente.

No supo cuanto tiempo permaneció en aquella posición, cuando sus labios fueron aprisionados por dos carnosidades suaves, cálidas, de un sabor tan sublime que difícilmente tendría comparación o punto de olvido.

Y Milo no necesitaba abrir los ojos para saber que era Camus quien le despertaba con un beso; aún así los abrió lentamente, volviendo a mostrarse brillantes y a prestar atención a las caobas que tenían enfrente, en juego con esa sonrisa de perlas y la piel nívea del guardaespaldas.

- No me resistí... Perdona... - Dijo en voz queda, colocando su dedo índice en el labio inferior del rubio, el mismo que hizo movimientos negativos con la cabeza y clonó su sonrisa.

Milo notó que había algo diferente en su ropa: en vez del tan acostumbrado traje negro, ahora traía puesta una playera blanca sin mangas y un pantalón deportivo azul claro, con rayas blancas a los costados. – Es la ropa que uso para dormir - explicó al notar su mirada, para luego dar la vuelta y caminar de regreso a la habitación.

Eso sólo significaba que...

El joven se levantó de un brinco y fue tras él para abrazarle por la espalda de una forma tan apasionada, que el sonrojo del galo se acrecentó a la par de su inseguridad.

- Gracias... gracias... - Le decía deslizando gradualmente las manos por su estómago y parte del pecho, sin notar que dentro de su modo de agradecimiento Camus se turbaba.

- Mi-Mi-Milo-o - musitaba el francés, sin saber en que parte del camino se había quedado su entereza. - Milo, por favor - volvió a decir el colorado colocando sus manos sobre las del rubio para que dejaran de moverse. Al percatarse de que no había actuado a discreción como prometió, se apartó de inmediato mostrándose arrepentido por tocar de más.

- No fue mi intención... - Se disculpó con sinceridad.

- Olvídalo. - Dijo el galo sonriéndole en forma tranquilizadora, mostrándole que no había daños que lamentar.

- Bien - Suspiró el griego caminando hasta el closet para sacar su ropa de dormir. - Ponte cómodo. Yo iré a ponerme mi pijama.

Y dicho esto se metió al cuarto de baño, en lo que el galo le echaba un vistazo a la recámara, tratando de mirar lo menos posible la cama. A tientas acomodó las cobijas y se metió entre ellas, procurando plegarse lo más posible a la orilla para dejarle espacio suficiente al otro y... para que no hubiera suficiente cercanía.

Camus no recordaba haber compartido la cama con otra persona que no fuera mujer; de ahí a imaginarse durmiendo con un hombre era algo que no podía concebir.

La puerta del baño se escuchó. El pelirrojo no podía ver si Milo estaba saliendo, le daba la espalda y también se había cubierto completamente con las sábanas, temblando, como un cachorrito asustado.

El rubio, por su parte, caminó por la alfombra vestido con una musculosa y pantalón de lanilla color blanco. Se sentó en la cama, mirando de reojo la figura cubierta de Camus. Su intención no era generarle más incomodad; pero quería estar con él, saber que por una noche podría abrazarle y sentirle aún cuando las cosas entre ellos no resultaran nunca y el guardaespaldas siguiera pensando en otra persona...

Con otro suspiro apagó la luz de la habitación, quedándose ambos en penumbra, mientras se acomodaba entre las sábanas, respetando la distancia interpuesta por el agente.

- Buenas noches. - Se escuchó la voz apagada de Milo.

Camus no sabía que sentimiento dominaba más en él, si aquella inseguridad o la culpa por tratarle de esa forma; así que sin importar cuantos malestares sintiera se dió la vuelta y miró de frente a Milo, quien tenía los ojos abiertos y miraba el techo; tan apacible como un muerto, ni siquiera pestañeaba y su respiración parecía ser nula.

Los labios galos temblaban, mientras que la lengua parecía haber olvidado el proceso a seguir para formular sonidos y oraciones. Por fin el rubio exhaló profundamente, sus pestañas se movieron a una milésima de segundo, y viró la cabeza hacia su lado.

- Gracias por quedarte aquí conmigo. Descansa - Le dijo. Iba a darle la espalda, cuando el francés colocó una mano en su pecho para impedirle que se moviera.

- No podría - reveló, sorprendiéndose por un nuevo deseo. - Me gustaría abrazarte...

Se sintió bastante lerdo por mencionar aquello y se preguntó que tan raro había sonado, sobretodo viniendo de él. Como respuesta y para su sorpresa, los labios de Milo se situaron sobre los suyos, causándole un revoloteo en el vientre que lo llevó a un estado de mayor estupor y, sin siquiera darle tiempo a reaccionar o corresponder, el rubio besó la parte del pecho que no cubría la camisa, colocando la frente sobre ésta y los brazos alrededor de la silueta francesa.

Camus no supo la causa de que lo atacara aquella sensación, como tampoco la razón de que su corazón no dejara de latir con tal fuerza; sólo fue conocedor de que al verle entre la oscuridad, con los ojos cerrados, y percibir sus suaves exhalaciones en el antebrazo, una onda cálida le calaba en el pecho, haciéndole sonreír y sentir por primera vez en mucho tiempo, una paz innegable.