Capítulo 7: La ducha
...
No lo podía soportar más.
Su calor, su respiración, su suave tacto…
Me abalancé sobre ella.
Saqué a Anna de sus sueños con un apasionado beso que, inesperadamente, fue correspondido. ¿Amor? ¿Deseo? Poco me importaba en aquellos momentos. Sólo necesitaba que aquello no acabase nunca. Nos deshicimos de los pijamas sin saber ni cómo ni cuándo, nos devoramos con desesperación, nos bañamos de caricias y de besos, gemimos como si no viviese una mujer de setenta y siete años con su nieto de doce en el piso de arriba y nos revolvimos sin control ni frenos hasta llegar al clímax. Entonces, sus ojos se encontraron con los míos y no me quedó duda. Aquello era amor. Mierda, aquello era amor.
Un manotazo en la cara me hizo abrir los ojos y me incorporé de un salto en medio de un gran jadeo. Mi erección era perfectamente perceptible desde fuera de la cama. La luz de la mañana ya comenzaba a asomar por la ventana y hacía brillar el pelo de Anna que dormía de espaldas a mí, con su pijama perfectamente colocado y ajena a todo.
—Un sueño…
Reposé la cabeza sobre mis manos y respiré hondo intentando encontrar la calma. Sabía que compartir cama no era una buena idea. Igual ella era una adulta, madura e inmune a la tensión que la situación podía generar, pero yo no lo era. ¿Tanto lo deseaba? ¿O sólo lo había soñado por la incomodidad que sentía?
Anna rodó hacia mí y entré en pánico: "¿Qué pensaría de mí si me viese ahora mismo? Probablemente se reiría de mí…" No podía dejar que me viese conforme estaba, así que me levanté y me metí a la ducha a… calmar los nervios.
Cuando salí del baño, ya más sereno y presentable, Anna estaba despierta, aún en la cama, y me seguía con la mirada con las mejillas sonrosadas probablemente del roce de la almohada.
—Pensaba que te encontraría en el suelo —bromeó sin quitarme ojo.
—No me dio tiempo. Me dormí en seguida.
—Te lo dije. Merecía la pena, ¿verdad?
—Supongo…
"No pienses, no pienses, y, sobretodo, ¡no recuerdes!".
—¿Puedo darme una ducha yo también?
"¡No imagines!"
—Claro, no tienes ni que preguntar. ¿Llevas productos de aseo o te saco los míos?
—Ah, llevo, pero gracias.
—¿Unas tostadas con mermelada para desayunar?
—Eso sería perfecto.
Con una sonrisa salió de un brinco de la cama, revolvió aún más dentro de su maleta y se metió al baño con su bolsa de aseo y su muda nueva. No tardó en oírse el ruido de la ducha y tuve que ponerme los cascos con la música a tope para poner a dormir a mi perdida mente de aquella mañana.
Un buen rato después, asomó por fin por la sala con un brillo espectacular en los ojos, se me acercó despacio, me tiró de nuevo de la pechera y me olisqueó el pelo.
—Así que es verdad…
—¿Debería estar entendiendo algo?
—Tu champú huele mejor que el mío…
—No me digas…
—La próxima vez, ¿me lo dejas?
Me daba algo de pena renunciar al olor frutal de su cabello, pero no me costaba nada dejarle el champú y no tenía una buena razón oficial para negarme.
—Claro, úsalo cuando quieras. Está en el mueble alto del baño.
—¡Genial! ¡Gracias!
Le pegó un mordisco a la que ella aún no sabía que era mi tostada y se fue dando saltitos a decirle cosas inteligibles a Sven que inclinaba su cabeza una y otra vez como intentando descifrarlo él también.
¿Qué pasaba con aquella chica? ¿Por qué no podía retirar la mirada de ella? ¿Por qué su sonrisa brillaba tanto y me divertía cada una de sus palabras? ¿Por qué tenía que enamorarme de alguien que se iba a ir de mi vida?
