Beltaine
La casa estaba como la había dejado, si acaso más helada, por la falta de fuego en la chimenea.
Hasta que escuchó una voz venir del espejo de su madre, ese que le había prohibido mirar hace tantos años.
Cuando tenía solo ocho años se preguntaba por qué su madre pasaba tanto tiempo murmurando ante la superficie plateada rodeada por un marco de una serpiente persiguiendo su cola, sin llegar a tocarla, interrumpido por una luna de diamantes en la parte alta.
Cuando Stryga creía que por fin Beltaine dormía recitaba por las noches un encantamiento:
"Agroboros, colgado en la pared,
permite que vea lo que oculto permanece,
lo que vendrá y lo que no es.
Alimenta mi alma de verdades y mentiras
pues solo en ellas yace el destino
de la eternidad y el jamás.
Agroboros, colgado en la pared,
enséñame el final,
reinventa el principio
y muéstrame el porvenir".
La curiosidad en ese entonces la había llevado demasiado lejos. Una noche que su madre salió a recoger capullos de medianoche aprovechó para plantarse ante él y recitar el encantamiento, sin dudar, palabra a palabra con mucho cuidado. Solo para ver un lago profundo y unos ojos durmientes.
Stryga entró rápidamente en la habitación, empujándola lejos con sus poderes, al otro lado de la casa donde el espejo no podía verla. Pudo ver como en la superficie esos ojos rojos se abrían de golpe y una voz que le hizo sentir por primera vez en su vida el verdadero miedo dijo—Hermana mía, cuándo aprenderás a ser más cuidadosa, todo lo que tu veas yo podré ver también.
—Koschei. Que efectos tan particulares tiene el agua en ti, una lástima ver tu fuerza contenida en esa manera, tu única debilidad—contestó mientras abría la puerta con un poco de magia, una señal para que saliera de la cabaña.
—Por lo menos te has hecho de compañía en tu encierro—replicó la voz ¿la había visto? la niña se apresuró a salir mientras escuchaba las palabras de su madre.
—Es solo un poco de comida con la que me dispongo a jugar—jamás logró sacar de su mente la risa que le siguió.
Esa noche durmió entre los rosales demasiado temerosa para levantar la mirada, así que escondió la cabeza entre sus piernas. Mientras el viento y las sombras le decían—duerme ya.
Ahora una voz que jamás había escuchado, joven y desesperada decía en el espejo.
—¡Ayuda, por favor ayúdame!— Beltaine se acercó titubeante. Y logró distinguir una cabellera roja. Arrancó una cortina de las ventanas para colocarla sobre el espejo, justo a tiempo para volver a escuchar esa voz profunda.
—No pierdas tu tiempo, la dueña de esa ventana se ha desvanecido. Estas sola en esto, mi Vassa.
Tenía miedo de permanecer dentro, de que los gritos desgarradores no cesaran y que no fuera capaz de ayudar a esa mujer o que ella solo fuera un señuelo para que mirara en Agroboros.
No prendió el fuego, solo sacó una capa y como hace más de 500 años se escondió entre los arbustos. Para escuchar al viento soplar y las sombras arruyarla con una melodía. Al final soñó con Eamon y las hojas que caían en la Corte del Otoño, esa vida que había perdido.
Elain
Estar en presencia del desconocido al que la había atado el caldero era demasiado. Sentía ganas de vomitar cada vez que levantaba la mirada y pensar que ese extraño era apuesto, sabía que no era su razón pensando, que era solo un hechizo, una manipulación de los instintos de su cuerpo Fae.
Quería gritar por cada una de las decisiones que no había sido capaz de tomar, por la manera en la que todos se disponían a decidir sobre su destino una y otra vez.
Sentía que era uno de los barcos perdidos de su padre, que tal vez terminó arrastrando la corriente hasta destruirlo, se preguntó cuándo sería su final.
Tomar una máscara con él se sentía mal, pero se forzó a ser un poco más fuerte, a seguir esperando por su oportunidad de decidir, tenía mucho tiempo para formar su futuro.
Eso le había gustado de Azriel, que el sabía lo que era pretender, lo había hecho toda su vida. Le había prestado especial atención, para detectar las grietas que dejaban ver el ser que en verdad era. Pensó que el sería su nueva oportunidad de elegir.
Pero se equivocó. Al poco tiempo sus poderes le habían enseñado a una mujer que cantaba en el bosque. Primero solo escuchaba su voz, después vió su silueta de espaldas, ese cabello que llegaba por debajo de sus rodillas y por último unos ojos rosas que brillaban con alegría.
Sus poderes se empeñaban en mostrarla cada vez que veía a Azriel, el mensaje era claro: jamás podría elegirlo.
Ella era la que el "cantor de sombras esperaba". Al principio se consumió en la envidia, pero poco a poco utilizó sus habilidades para ver a su contrincante, lo que vió fue solo un reflejo de ella. Un ser que funcionaba en automático, alguien que solo existía porque no tenía fuerza de hacer algo más.
Con desesperación trataba de ver dónde se encontraba, no entendía porqué quería estar con esa extraña. Hasta que un día tuvo una visión, ella vendría pronto.
La visita de Beltaine no le había dejado mucho, no decía más de lo adecuado y no quería establecer un lazo con ninguno, no uno que no le beneficiara antes.
La desastrosa cena de la que se había marchado la Dama del Medio había terminado en reproches hacia Lucien que respondió con igual rencor sobre la desaparición de Vassa, la Reina Mortal.
Una horda de calor se extendió por cada una de sus venas, otra cosa que odiaba de ese lazo. Los incontrolables celos de cada una de las mujeres que se acercaban a él, aun cuando no lo conocía.
No le gustaba no estar en control de sus emociones. Se aferró a los brazos de la silla hasta que todos se callaron, sus nudillos entumecidos de la fuerza que había empleado en ella.
Solo Amren se había fijado en su incomodidad, ella siempre lo hacía. La miraba como una amenaza. Por lo menos no la veía como Feyre. Su hermana pequeña, que parecía siempre dispuesta a sacrificar más que recibir.
Sería capaz de perdonarle todo a Feyre, incluso su estado actual de no ser porque ella creía que era débil un maldito ciervo. Todos lo hacían su madre, su padre, Nesta, Lucien, Rhys, Feyre, Azriel, Graysen.
Como todas las noches elaboró una excusa silenciosa. Se retiró a la recámara provisional que ocupaba para la visita en la casa del viento y empacó una maleta simple.
Esperó a que todo se quedara en silencio, contaba con que Azriel se quedara al lado de Rhysand muy ocupado ocultando lo que lo conectaba a Beltaine. Pero al borde del balcón en el que se permitía transportarse lo encontró.
Vestía ropa de combate, su cabello se adhería a su piel por el sudor, sus sombras danzando, lo querían llevar hacía el horizonte, más allá de dónde terminaba la ciudad. Un movimiento de él para ir a buscar a Beltaine arruinaría el orden de las cosas.
—¿A dónde vas?—le preguntó.
—Lo mismo puedo decirte—era la primera vez que le contestaba así a alguien sin la presión de ser adorable—permanece en tu corte "cantor de sombras" es ahí donde perteneces.
—¿A dónde perteneces tú?
—A donde yo lo decida, a donde el destino me susurre que debo ir para mantener el balance—avanzó lentamente hacia él, tenía una ventaja. El no sabía que había practicado su magia en secreto, fortaleciendo sus poderes con libros que había robado de la biblioteca de Amren.
En cuanto terminó de hablar, sin darle tiempo a responder ella se transportó, al borde del bosque de la Tejedora.
