La historia de Ojoloco


-Buenos días.

Goldstein ingresó a la oscura oficina y dejó sus cosas en su escritorio. Mientras colgaba su abrigo en la silla, notó que Abbott estaba con la frente apoyada en la mano mientras fumaba su pipa, que no dejaba de despedir vapores de distintos colores. Lucía muy agotado.

-¿Está todo bien? -preguntó, mientras abría los cajones, mirando a su jefe de reojo.

-El jefe del departamento vendrá a vernos -dijo Abbott, jugando con su pipa entre los dedos. Se pasó una mano por el rubio cabello.

-Bueno… -murmuró Goldstein-. ¿Algo de lo que preocuparse?

En ese momento, una lechuza ingresó por la puerta entornada y dejó un manojo de cartas en el escritorio de Goldstein, que las desató y empezó a ojearlas rápidamente.

-Supongo que querrá saber el progreso del caso… Está por todas partes, desde luego. El Profeta no deja de hablar del tema desde que ocurrió. Hubo demasiados testigos que dieron detalles gráficos… Está empezando a convertirse en el tema que está en boca de todos.

-Sí, lo sé…

-Todos quieren saber quién puede ser el asesino, quién podría querer matar a ese inocente grupito de seis amigos de la infancia… Menos mal que no se ha filtrado todo el tema de los tatuajes. Si la prensa descubre que el asesino es también uno de ellos… todo eso podría entorpecer la investigación.

En ese momento, un brillo plateado asomó por la rendija abierta de la puerta, y Abbott se puso de pie, seguido casi de inmediato por Goldstein.

-Buenos días, jefe -dijo Abbott, mirando a la figura que acababa de ingresar al despacho-. ¿Cómo está?

-Buenos días, señor -saludó Goldstein, algo intimidado por la presencia de aquella nueva figura de autoridad.

Y entonces el jefe del Departamento de Aurores habló, quejándose con un gruñido:

-Ni siquiera estando muerto puedo evitar la molestia de esta maldita pierna -era nada más y nada menos que Ojoloco Moody, o más bien su fantasma, plateado y brillante, sin consistencia sólida, igual que los fantasmas de Hogwarts. Tenía su ojo mágico y su pata de palo, que por algún motivo seguían allí con él incluso siendo fantasma. -¡Duele casi como si estuviera vivo! -gruñó-. Si me hubieran dicho que tendría que soportarla, no habría regresado del más allá.

Abbott trató de mostrarse simpático con él, pero lo cierto es que no podía disimular su rostro agobiado y cansado.

El fantasma rengueó hasta el centro de la habitación y se puso a mirar alrededor, mientras su ojo mágico giraba como loco en todas direcciones.

-¿Seguro que no quiere una ventana aquí, Abbott? Puedo pedirle a mantenimiento que le instalen una. Van a quedar más pálidos que yo en esta oscuridad. ¡JA! -le guiñó un ojo a Goldstein, que sonrió por el chiste.

-No, gracias, jefe -dijo Abbott-. De todas formas, nos iremos en breve. Tenemos un par de interrogatorios pendientes.

-¿Está seguro, entonces? Podemos poner una ventana con vista a donde ustedes quieran, mantenimiento se encarga de eso. Podrían mirar hacia la Torre Eiffel, el Palacio de Buckingham o el trasero de un hipogrifo. A mí me da igual. En fin, ¿qué avances hay con el caso? Sabe que aún no me quito el disgusto por todo esto que ocurrió. Potter era uno de mis tipos favoritos, sin dudas el mejor auror de todo este lugar… -negó con la cabeza, con tristeza-. Tenía ganas de volver al inframundo y pedir hablar con alguien de allí cuando me enteré. Volver a ese lugar donde fui el día que me mataron y pedir hablar con alguien para reclamar que lo dejen volver. Potter era muy valioso. Muy, muy valioso…

-Nos faltan dos interrogatorios para terminar con los principales sospechosos -le dijo Abbott, ignorando totalmente todas las locuras de Moody, manteniéndose serio-. Le envié a la Ministra una petición formal…

-Sí, respecto a eso -Moody se dejó caer contra uno de los escritorios, como si quisiera apoyarse en él, pero casi lo atraviesa-. La Ministra no podrá someterse al interrogatorio. No por ahora, al menos.

-Con el debido respeto, señor -dijo Abbott, frunciendo el ceño-. Entiendo que la Ministra estará muy ocupada, pero tratándose de una sospechosa de primer orden…

-Ya le he dicho que no, Abbott -gruñó Moody, poniéndose de mal humor-. No se preocupe, yo no me fío de nadie tampoco. ¡Alerta permanente! Hizo muy bien en catalogarla como sospechosa. No puede hacer la vista gorda, aunque sea la Ministra. Como usted sabe, decidí volver de la muerte porque yo no confío en nadie tampoco. ¿Cómo sé qué habrá en el más allá? No me trago toda esa basura del reino celestial, los ángeles y las arpas. Bla, bla, bla. Además, aún tenía mucho que hacer aquí. Es una lástima que me tomara tres años darme cuenta que regresé como fantasma en la Ex Unión Soviética. Ni siquiera recordaba que ese había sido mi lugar de nacimiento. Para cuando pude volver a Inglaterra otra vez, la gente ya ni se acordaba de mí… Bah, ¿qué hago contándoles mi historia de vida? ¿O de muerte, más bien? El punto es que la Ministra usará sus privilegios de Ministra para postergar su interrogatorio por ahora, así que acéptelo, Abbott.

Pareció que Abbott iba a discutir, pero finalmente cerró la boca. Sin embargo, unos segundos después dijo:

-Sigue estando catalogada como sospechosa de primer orden, así que supongo que no habrá problema si envío un memo interdepartamental a legales con un formulario de petición formal obligatoria.

Moody dirigió su ojo no mágico a Abbott y lo entrecerró mientras lo observaba atentamente.

-Haga lo que crea mejor, Abbott, yo no me meto. Solo quería asegurarme que el caso esté activo. Me están rompiendo mi transparente trasero a preguntas desde todos los departamentos, y necesito darles algo. Yo mismo quiero saber quién mató a Potter. Es una lástima que el Ministerio no permita a los fantasmas hacer trabajo de campo, o me habría puesto con este caso yo mismo.

-Perfecto entonces -dijo Abbott-. Goldstein, ¿podría encargarse usted del memo?

-Sí, señor, lo enviaré ahora mismo -Goldstein tomó una pluma y empezó a buscar un formulario en sus cajones con prisa.

-Respecto a los avances del caso -continuó Abbott, dirigiéndose a Moody-, tenemos algunas pistas y cursos de investigación. Como sabe, redujimos la lista de sospechosos a cinco, y estamos centrándonos en ellos, que son los de primer orden. Solo quedan dos interrogatorios. Además, pedimos una orden para un segundo interrogatorio a Luna Lovegood. Goldstein ha enviado una solicitud pidiendo que nos autoricen a utilizar Veritaserum

-Abbott, sabe tan bien como yo que eso está prohibido, no va a pasar -gruñó Moody-. Lo usábamos mucho en mis épocas, pero eso quedó atrás. Granger cree que viola los Derechos Humanos, o no sé qué mierda. Lo prohibió luego de que los aurores lo usaran a la fuerza en una menor de edad para averiguar si su padre había abusado sexualmente de ella. Sabe que la Ministra es muy sensible a esas cosas. Ha dicho que cada uno debe contar su verdad, pero cuando esté listo, no a la fuerza. O algo así.

-Lo entiendo, señor. Estaba al tanto de eso, pero en este caso…

-Yo también pienso que es basura, Abbott. No se lo diga a la Ministra, lo cierto es que me cae bien. Pero no podemos hacer nada. Use otras técnicas.

Abbott tenía una mirada similar a la que había tenido con Luna el día anterior. Parecía estar conteniendo una furia interna.

-Bueno, ¿y qué le dio a sospechar de Lovegood?

-Creo que me retuvo información.

-Está bien, ¿algo más? ¿Algún otro descubrimiento?

-Nuestra principal hipótesis vincula el hecho con la trama de infidelidad que es bien conocida ya que salió publicada hace unos años. Los principales sospechosos son los hermanos Weasley y Granger.

Moody volvió a escudriñarlo con la mirada, atentamente.

-¿Va a poner a Granger entre los principales tres sospechosos?

-Si sigue negándose a ser interrogada, no hará más que aumentar las sospechas hacia ella -dijo Abbott, mirando a Moody con valentía y decisión-. Ya causa sospechas la relación sexual paralela que tuvo con Potter, su vínculo, su presencia el día de su muerte y ausencia del lugar donde estaban los invitados momentos antes del hecho. Además del posible rencor que podría tener hacia los otros miembros del grupo de amigos. Por otro lado, creemos que es la única de los sospechosos con una habilidad mágica que le permitiera rivalizar a Potter en un duelo. Ninguno de los otros sospechosos habría podido con él en combate, en condiciones de igualdad...

-De acuerdo, de acuerdo, de acuerdo -gruñó Moody rápidamente, sacudiendo una mano en el aire. Se enderezó en el lugar y se dirigió hacia la puerta de salida, malhumorado-. Solo manténgame al tanto, Abbott. Puede acusar a Jesucristo si quiere, solo asegúrese de que esté bien fundamentado. Y ya deje de fumar esa pipa, ¿quiere? ¿Acaso se cree Sherlock Holmes?

Moody lanzó otro gruñido y abandonó el despacho, atravesando la puerta con su cuerpo fantasmal y perdiéndose de vista por los corredores del Ministerio de la Magia.

La cara de Abbott era como si acabaran de darle un puñetazo en el rostro. Goldstein no se atrevió a decir nada durante varios minutos, hasta que finalmente su jefe cerró el cajón de su escritorio de forma brusca y tomó su abrigo.

-Nos vamos -anunció-. Tenemos programado el interrogatorio de Longbottom a las once y no me siento bien para aparecerme o viajar por polvos flú. Tomaremos el autobús noctámbulo.

-Muy bien -Goldstein se puso de pie, recogió sus cosas y se puso su abrigo nuevamente-. Acaba de llegarme información nueva de un testigo, señor -anunció, señalando una de las cartas sobre su escritorio.

-Me lo puede contar en el camino. Andando.

Mientras caminaban por las calles de Londres, hicieron tiempo antes de tomar el autobús, caminando juntos con sus abrigos hasta el cuello por el medio de una zona muggle donde el vapor salía de las alcantarillas y les llegaba hasta las rodillas. Abbott miraba atentamente su pipa mientras la fumaba, despacio. El humo ya no era de colores, para pasar desapercibido ante los muggles.

-No sé mucho de usted, Goldstein -comentó-. Es nuestro primer caso juntos. ¿Hace mucho trabaja en el Ministerio?

-Tres años, señor -dijo él-. No había trabajado en ningún caso importante hasta ahora.

-Ya veo... ¿Le gusta el trabajo?

-Sí, claro. Siempre quise ser auror, desde pequeño.

-¿Fue a Hogwarts? ¿En qué casa estuvo?

-Ravenclaw, como casi toda mi familia.

Abbott asintió despacio, con la mirada a lo lejos, como perdido en pensamientos.

-Yo en Hufflepuff. También quería ser auror de pequeño, pero debo decir que, luego de haber hecho esto durante veinte años, empiezo a fantasear con la jubilación, o con dejar todo e irme a vivir bien lejos de aquí...

De pronto pareció volver a la realidad, porque sacudió la cabeza y se refregó los cansados ojos.

-¿Qué información tenía que decirme? -preguntó, mirando alrededor a los muggles que pasaban junto a ellos.

-Sí, señor. Se trata de Tom, el dueño de El Caldero Chorreante. Parece que vio a Ron Weasley allí hace un tiempo, con Lovegood. Dice que ambos estuvieron tomando unas copas allí una noche, y le llamó la atención la forma en la que coqueteaban. Parece que luego de unas cuantas copas le rentaron un dormitorio y se fueron juntos escaleras arriba.

-Interesante -Abbott le dio una calada a su pipa, pensativo-. ¿Fue después de la infidelidad?

-Sí, no hace mucho, según él, aunque no recuerda la fecha exacta. Hace unos meses, quizás. Weasley estaba soltero, igual que ella.

-Pero es una información muy importante, Goldstein, porque nos da un fuerte indicio sobre a quién podría estar protegiendo Lovegood, y por qué.

-Lo mismo pensé, señor.

-Perfecto. Buen trabajo. Yo…

Se detuvo en seco y le indicó silencio a su compañero. Este miró alrededor, sobresaltado. Su mano se había metido en el bolsillo de la varita instintivamente.

-Hay magia acercándose. ¿Lo siente?

Los dos se giraron en el lugar al mismo tiempo, en el preciso instante en que una bola de luz plateada se detenía tras un bote de basura en un callejón desierto, que se extendía a su derecha. Vigilaron que ningún muggle mirara, y los dos aurores se metieron en el callejón.

En cuanto llegaron junto a la bola, esta se transformó en un Patronus. Ahora había una nutria delante de ellos, que enseguida empezó a hablar con la voz de Hermione Granger:

-He recibido la orden del Departamento de Legales, remitida desde su oficina. Acaba de hacérseme un hueco hoy mismo, a las once de la mañana. No tengo otro momento libre hasta la semana que viene, así que por favor respóndame si le queda bien. Hágalo con un Patronus, por favor, porque no estoy respondiendo lechuzas ni memos voladores.

El Patronus desapareció al instante.

-Maldita mujer -se quejó Abbott, que parecía aún más furioso-. ¿Quién demonios se cree que es?

-Bueno, señor, es la Ministra de la Magia.

-Me da igual si es la reina de Inglaterra. ¡No estoy pidiéndole una entrevista de empleo, estoy citándola a un maldito interrogatorio judicial por una causa de homicidio de la que es sospechosa!

Goldstein miró hacia otro lado, nervioso. Su jefe estaba perdiendo los estribos nuevamente.

-Tranquilo, jefe -le dijo, con cautela-. Sabe que ella puede despedirnos a todos con solo enviar una lechuza.

-No mientras sea sospechosa en mi caso, porque es ilegal -aclaró Abbott-. Tendrá que echarme cuando haya terminado con ella. Primero pone a un fantasma al mando del departamento, por primera vez en la Historia de la Magia. Luego prohíbe usar Veritaserum, haciendo nuestro trabajo mil veces más complicado. Ahora se niega a que la interroguemos, poniendo ella el día y la hora, ¡y justo en el momento en que teníamos otro interrogatorio pactado! Pero claro, a ella no le interesan nuestros compromisos. Le digo, Goldstein, que esta mujer no me cae ni un poco bien. Sé que todos la aman, pero para mí es insoportablemente narcisista.

-Tiene una actitud que puede caer mal a veces -reconoció Goldstein-. Como cuando le entregaron un premio por haber descubierto otros doce usos de la sangre de dragón, y en vez de recibirlo se quedó comiendo pizza en su cuarto de hotel.

-Sí, me da igual. Yo voy a ser duro con ella. Si se piensa que esto será un reportaje de Witch Weekly, está muy equivocada. Voy a hacer todo lo que la ley me autorice, hasta lo más duro posible, para sacarle hasta la última gota de información.

Abbott quiso darle otra calada a su pipa, pero esta se había apagado. Furioso, la miró y entonces la empezó a estrujar con la mano hasta que de pronto la madera hizo un chasquido, partiéndose. El auror tiró el objeto a un lado, con violencia. Goldstein miraba la situación nervioso.

-Vamos a tener que dividirnos -anunció-. Lamentablemente, no podré estar presente en el interrogatorio de Longbottom. Hágalo usted, y yo interrogaré a Granger. ¿Está libre esta noche, como a las seis?

-Sí, no hay problema -dijo Goldstein.

-Perfecto. Luego de visitar Hogwarts, vaya para Hogsmeade y espéreme allí. En algún lugar discreto. Cabeza de Puerco estará bien. Nos reuniremos allí para intercambiar novedades.

-Muy bien, señor.

-Con todos los sospechosos interrogados, creo que ya estaremos en condiciones de decidir hacia dónde va la cosa…

Se asintieron el uno al otro con la cabeza y, sin decir más, avanzaron en direcciones opuestas. Goldstein extendió el brazo para detener al autobús noctámbulo, que apareció de la nada misma ante él.

Abbott, por otro lado, regresó hacia el Ministerio de la Magia, con su cabello rubio despeinado por el viento y su mirada feroz.

Los restos de su pipa, destrozada, habían quedado en uno de los cubos de basura tras él.