Los personajes no me pertenecen, le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es de mi invención, agradeceré no publicar ilegalmente en otro lugar.

Gracias RakelLuvre por la edición y corrección del capítulo.


Canción recomendada para el capítulo: My inmortal–Evanescence

«Apuñala al cuerpo y sanará,

lástima al corazón y la herida durará de por vida».

(Mineko Iwasaki).


Capítulo 7

Parpadeo ante la visión que tengo frente a mí. La mesa del comedor está cubierta de ramos de rosas rojas; una vajilla en tono blanco y negro reposa sobre la superficie. Diversas velas de color rojo están estratégicamente acomodadas por todo el lugar, el aroma a fresas es más intenso aquí.

Salgo de mi aturdimiento y regreso al pasillo, donde continúan los pétalos. Lo sigo y me lleva a mi habitación. Dentro, todo está rodeado de velas, las cortinas están cerradas, música suave suena por los altavoces. Dejo mi maletín junto a la cama y camino lento hacia la entrada del baño.

La tentación es mucha y por unos instantes me permito ser dominado por el ansia y la lujuria. Estoy por entrar al baño, en el instante en que me detengo.

«¿Qué pasa conmigo?», pregunto en mi mente y doy media vuelta mientras salgo de la habitación.

Camino hasta mi despacho y me dejo caer sobre la silla más próxima, al mismo tiempo que llevo mis manos a mi cara y la froto tratando de despejar mi mente embotada con las imágenes del cuerpo desnudo de Isabella.

No estoy muy seguro de qué pensar con respecto a lo que observo, ¿es una invitación?, ¿una tregua?, o ¿una rendición? Me pongo en pie, camino a la repisa tomando una de las botellas, poco importándome el contenido ya que necesito algo para calmarme. Salgo apresurado y me dirijo hasta la sala y enciendo una de las lámparas esperando llamar la atención de Isabella sin asustarla. Mientras que espero bebo directo de la botella, en mi mente trato de asimilar lo que acabo de ver hace unos instantes; las diversas teorías que me formulo me juegan la cabeza, pero ninguna resulta coherente.

Es el eco de los tacones al resonar contra la madera lo que me saca de mi imaginación embotada, por lo que me preparo dejando mi mente abierta. La figura de Isabella envuelta en un vestido de gasa en color blanco la hace lucir etérea, sublime. Su vista se desvía hacia la esquina donde me encuentro todavía sentado.

La veo llevar sus manos a su pecho mientras exclama mi nombre:

–¡Edward!

–Isabella, buenas tardes.

–No te esperaba tan temprano –dice, mientras pasa sus manos sobre la superficie del vestido. La noto nerviosa, ¿quién puede culparla?, si mi hora habitual suele ser cerca de las nueve de la noche.

–¿Celebramos algo? –le pregunto y la veo morder su labio.

–Yo… bueno… –Desvía su mirada, lo que hace que me sienta muy intrigado ante su vaga y evasiva respuesta–. Quiero que hablemos, como personas civilizadas.

La observo detenidamente, analizando su postura. Su voz expresa todo lo contrario a lo qué su cuerpo dice. La veo temblar levemente, mientras que aprieta sus manos en un gesto que he aprendido a identificar como nervios.

Me pongo en pie y ella retrocede un paso, su expresión es de arrepentimiento ante ese movimiento qué, muy seguro fue involuntario por su parte. Sé que he sido un maldito desgraciado, y que debí haber aclarado con ella desde hace mucho las inconsistencias del acuerdo prenupcial, después de todo, fui yo el que había ofrecido mantener un matrimonio cordial entre ambos.

–¿Necesitas que te ayude en algo? –ofrezco.

Isabella vuelve a morder su labio, lo que me hace posar mi mirada en su boca, la cual no he probado en casi un mes. Asiente y da media vuelta para ir hacia la cocina, la sigo mientras camina, no puedo evitar fijar mi vista en el balanceo de su cadera al compás de sus pasos. Se detiene frente al horno, el que abre, me adelanto hasta ella y le ayudo a sacar lo que parece ser una especia de asado, el aroma inunda rápido toda la cocina, ocasionando que mi boca salive ante el exquisito olor.

–¿Dónde quieres que lo ponga? —le pregunto.

–Puedes llevarlo al comedor, yo llevaré las bebidas.

Sigo su indicación y llevo la comida al comedor, dejo la charola sobre la mesa, no puedo evitar que mis ojos la recorran de nuevo. Al mirar todo me pregunto desde cuando ha planeado esto, y quien pudo haberle ayudado o dado la idea. Me sorprende lo calmada y hasta cierto punto tímida que se muestra, espero que esta cena ayude para que aclaremos los malos entendidos.

Lo primero que haré será explicarle que las cláusulas que habíamos discutido no eran las que estaban inicialmente en el acuerdo. Le comentaré la posibilidad de agregar una adenda, con la que se modificarán esas cláusulas. Después de todo, para llevar un matrimonio pacífico y civilizado es necesaria la confianza y ser siempre transparentes en nuestras intenciones.

Isabella entra al comedor, en sus manos lleva una jarra de lo que parece ser alguna clase de agua. Toma asiento sin siquiera darme oportunidad a que le ayude con su silla, incómodo, me siento a su lado. Nos miramos, al parecer la incomodidad no es solo por mi parte.

–¿Agua? –pregunta y le extiendo el vaso frente a mí, enseguida vierte agua desde la jarra–. Es agua de frutas, no tiene azúcar. La nutrióloga dice que no es bueno que ingiera gran cantidad de azúcar. –Sirve agua en su propio vaso mientras, estira sus manos para tomar la charola donde reposa el asado—. También estoy reduciendo el consumo de pastas, por la noche no es muy aconsejable, espero que no te incomode que solo sea la carne.

Sigo el movimiento de sus manos al servir las porciones en los platos, mientras continúa hablando sobre la dieta que debe seguir. Tomo el que me ofrece y lo coloco frente a mí, me asegura que la dieta está validada por la doctora Farris y su médico de cabecera. Por mi parte asiento y solo soy capaz de emitir monosílabos. Ante mi ausencia en la última revisión, no tengo bases para expresar una opinión más sólida, y no creo que sea un momento adecuado para causar un nuevo conflicto por una palabra u oración que no sea correcta, o que quede fuera de lugar.

La conversación deriva a nuestra convivencia, Isabella resalta que debemos empezar a conocernos mucho mejor. De pronto, detiene su plática, fija su vista en mi plato casi intacto.

–Que tonta soy, ni siquiera sé realmente si esta comida es o no de tu agrado.

Agacha su cabeza y sin esperarlo comienza a llorar; respiro profundo, estoy seguro de que el llanto es a causa de las hormonas, la doctora Farris, nos había explicado en la primera visita que los cambios de humor serían algo normal. Estiro mi mano para acariciar el rostro de Isabella.

–No te preocupes, no soy quisquilloso en cuanto a la comida. De hecho te agradezco por este gesto y por ser la primera en hacerlo, debí haber sido yo, ya que fui el que propuso llevarnos bien.

Levanta su mirada, por sus mejillas corren las lágrimas, suspira y trata de recomponerse un poco.

–No debí haberte levantado la voz cuando me hiciste el comentario sobre las cláusulas, debía haber revisado yo mismo el acuerdo prenupcial. Hablando de eso… —Isabella me interrumpe.

–Por favor, podemos terminar de cenar primero, y pretender que es una cita de amigos; hablamos de conocernos para llevarnos bien, y me gustaría que dejáramos esa plática para después.

–Está bien Isabella.

–Bella, podrías llamarme Bella, Isabella es muy formal. –Su rostro se colorea con ese hermoso rubor, sonrío y asiento, esto es un buen avance.

–Bella, cenemos primero y luego hablamos.

La conversación termina versando sobre trivialidades. Me pregunta de mis gustos, mis estudios, pasatiempos. Solo cuando tocamos mi infancia es un poco incómodo, más aunado a sus disculpas, las cuales le aseguro no son necesarias. No es que no sienta nostalgia por mis padres. Hace mucho de su muerte y si bien no he superado por completo la pérdida tampoco es que me derrumbe a su mención; pero, porque enfocarse en un tema del pasado y triste, lo mejor es conservar los buenos recuerdos. Le hago las mismas preguntas que ella me ha hecho. Me confiesa que siempre le ha llamado la atención la literatura, sin embargo, ha pedido de su madre, no continuó por ese camino, y se decantó por estudiar Licenciatura de diseño de moda, lo que por cierto está cursando online.

También aprendo que le gusta la pintura y que en su adolescencia tomó varios cursos y que para su vergüenza su padre conserva las obras que pintó. Para finalizar nuestra cena, Isabella coloca dos copas, cuyo contenido disfruto mucho. El delicado sabor del mousse de arándanos es un auténtico placer para el paladar. Lo más sorprendente es que esta delicia, al igual que la carne fue preparada por las manos de Isabella.

–Entonces puede decirse que también eres una excelente chef.

–No lo soy, es solo que adoraba ayudar a mi abuela Mary a cocinar.

–Aprendiste muy bien de ella; si quisieras, incluso podrías competir contra los mejores chefs de Nueva York.

Ante el cumplido, no puedo evitar fijar mi vista en la piel expuesta en el escote de su vestido, la cual está cubierta por el rubor que sé, que se extiende incluso más abajo. Muevo mi cabeza, alejando esos pensamientos… «contrólate Masen», me regaño.

Halago la comida de Isabella, en verdad es una excelente cocinera. El sublime postre que parecía una nube de sabores termina por demostrar sus dotes culinarios. Sin embargo, el momento que había tratado de aplazar llega. Por más que ella no lo quisiera debíamos tener esta conversación.

–Bella –la llamo con voz suave, y aunque noto la reticencia, levanta su mirada. El miedo es lo primero que observo en sus ojos, ¿quién podía culparla?, después de las discusiones que habíamos tenido.

Discusiones en las que tuve una mayor culpa. Sé que debí haber aclarado esos malentendidos desde el principio, seguro con ellos nos hubiese ahorrado a ambos las amargas discusiones. Esta cena la consideraré como su bandera de la paz. ¿Quién diría que tras esa mirada de temor estaba una mujer más fuerte que yo? Una mujer que había doblegado su orgullo antes que yo lo hiciera. En verdad eso demostraba un grado elevado de madurez por parte de Isabella, lo que terminaba por hacerla acreedora de mi admiración.

Me levanto, no quiero que este hermoso ambiente que disfrutamos se vea opacado, si nuestra conversación no resulta fructífera, es mejor no empañar el recuerdo de la «cita», como la llama Isabella.

Le tiendo la mano, la suya temblorosa se posa sobre la mía, le brindo una sonrisa para demostrarle que deseo llevar esto en paz, sin gritos, sin reclamos. Guío su camino hasta mi despacho, siento como aprieta mi mano, la estoy llevando a mi terreno después de todo. Atravieso el lugar y la instalo en uno de los sillones, quiero mantener la plática lo menos tensa posible.

Avanzo hasta el mueble en la esquina opuesta, abro uno de los cajones, de donde extraigo tanto el acuerdo prenupcial, como el borrador del mismo. Quiero dejarle en claro que las cláusulas fueron un malentendido, el cual todavía tengo que revisar con Emmett. Regreso a su lado con paso seguro, pero sin ser imponente. Trato de mantener mi cuerpo relajado, tarea difícil considerando las semanas pasadas.

–Aquí –digo, y le tiendo ambos documentos–. Está el borrador y el acuerdo prenupcial, el borrador como podrás verificar es el mismo que tu padre y Jenks aprobaron.

–Si es el mismo, ¿cómo es que están esas cláusulas? –su pregunta, es la misma que me he hecho, llevo mi mano a mi cara y froto mi barbilla, me siento a su lado.

Abro mi boca, pero las palabras no salen. No quiero que suenen a excusas baratas o ensayadas, frunzo mi ceño, levanto mi mirada y me quedo atrapado en la de Isabella; su rostro es de completa interrogación, lo que me causa sonreír, acto que no es muy bien recibido por ella.

–¿Acaso pregunté algo gracioso? –me cuestiona en un tono enfadado, me hace detenerme, y… tiene razón, esto no tiene ninguna gracia.

–No es eso, –suspiro– esa misma pregunta me he estado haciendo a mí mismo.

–¡Oh!

Baja su mirada, pasa las hojas del borrador, deja a sus dedos sobre las anotaciones que hizo su padre. Suspiro pesado. Relamo mis labios los cuales siento secos.

–Bella, necesito que entiendas que independientemente de lo que digan esas cláusulas, es verdad lo que te dije el día de la boda, quiero que nos llevemos bien. –Suspiro, y analizo mis palabras, no pretendo que ella las malinterprete–. Podemos ignorar las cláusulas, hacer de cuenta que no existen, no tenemos por qué seguirlas al pie de la letra.

Isabella gira su rostro y su cabello queda entre nosotros como una cortina. Lo cual me impide ver su reacción ante mis palabras.

–Eso significa entonces que… –vuelve su cara y me mira, el rubor se extiende por sus mejillas mientras muerde su labio.

–O podemos efectuar una adenda también, si así lo quieres, y modificar lo que dicen esas cláusulas.

En verdad prefiero que ella sea la que decida, no quiero hacerla sentirse presionada. Se incorpora despacio, muerde su labio de forma insistente. Sin que me lo espere rodea mi cuello con sus brazos y me atrae hacia ella; abro mis ojos ante este movimiento de su parte. Su vista baja a mis labios antes de regresar a mis ojos.

–Por favor –me pide, su voz es una súplica–, me gustaría que no solo nos llevemos bien, quiero que tratemos de compartir cosas, que tratemos de… ver si esto puede llegar a más, quiero lo que teníamos durante las primeras semanas.

Me jala hacia ella y me besa.

.

El sonido de la música me despierta, las cortinas se recorren dejando pasar la incipiente luz del exterior. El cálido cuerpo a mi lado también se remueve y se aprieta más hacia mí. Sus labios besan mi pecho desnudo. Alzo su rostro y estoy por besarla, pero ella se detiene. Lleva la mano a su boca y sale presurosa de entre mis brazos. Veo su cuerpo desnudo correr en dirección al baño; me levanto tras ella, sin embargo, cierra la puerta justo en mi cara, del otro lado la escucho devolver el estómago. Suspiro y apoyo mi frente en la madera de la puerta.

–¿Te puedo traer un vaso de agua? –ofrezco, no sabiendo qué tengo que hacer en estos casos. Escucho el correr del agua y luego cepillar sus dientes; me digo que tengo que ser paciente, esto es normal, la doctora lo explicó.

La puerta se abre e Isabella con rostro apenado me mira.

–Náuseas matutinas.

–¿Estás bien? –le pregunto, al notar que está bastante pálida.

–Lo estoy, solo que odio vomitar –dice, al tiempo que posa su mirada en mi pecho y evita el contacto visual. Sus manos se mueven nerviosas sobre su cuerpo aún desnudo. Pasa por mi lado y se mete bajo las sábanas, el rubor cubre su rostro.

Camino hacia la cama. Me siento en el borde, estiro mi mano para apagar la música que hace de alarma; beso su frente para apaciguar el temor que aún se aprecia en sus ojos.

–¿Te gustaría ir conmigo a la oficina? –Los ojos de Isabella se abren al momento en que suelto la invitación. No puedo negar que disfruto de su compañía, y más ahora que todo ha quedado aclarado. Sin embargo, debo agendar una cita con Emmett para efectuar la adenda y con ella eliminar esas dos cláusulas.

–¿No te molesta? –pregunta, la incredulidad brilla en sus ojos.

–Para nada. Será agradable que me visites, además, ¿no acordamos tener una mejor relación entre nosotros?

Asiente, así que sin pensarlo y con tiempo de sobra, la tomo en mis brazos y la llevo conmigo al baño para disfrutarlo ambos.

–¡Edward! –me llama antes de salir del estacionamiento del edificio–. ¿Crees que sea buena idea comprar un auto más… familiar?

Giro mi rostro y miro sus manos sobre su vientre plano.

–No había pensado en eso –digo, mientras echo un vistazo a mi auto de dos plazas–. El día que gustes podemos ver autos.

En el camino a la oficina volvemos a tener una conversación trivial y bastante amena. Al estacionar, me bajo primero y doy la vuelta para abrir la puerta de Isabella. Le ayudo a salir. Sostengo su mano en tanto ambos caminamos hasta la cajuela, de la cual saco ambas laptops.

Mientras caminamos juntos todo me parece tan irreal, y parece que no soy el único que lo nota. Durante nuestro recorrido todas las miradas se centran en ambos en tanto conduzco a Isabella hasta mi oficina. Casi son las ocho de la mañana por lo que nos topamos con muchos empleados.

Por supuesto Jasper ya está en su oficina, en cuanto nos ve ingresar, noto que sus ojos se amplían; se levanta apresurado hasta llegar a nuestro lado.

–¡Bella!, que gusto que estés por aquí.

–Hola, Jazz, el gusto es mío, espero no importunar.

–Para nada. Si el ogro te molesta o te aburres, mi oficina está a tu disposición.

Isabella suelta una risita, la cual suena como campanillas, fijo mi vista en Jasper, fulminándolo. Continúo mi camino hasta mi oficina. Abro la puerta y dejo a Isabella entrar primero. Llego al sofá de la esquina y coloco el maletín de su laptop ahí.

–¿Te acomoda aquí? –Isabella asiente, mientras se sienta, nos miramos y nos quedamos callados. Estoy por hablar justo cuando el teléfono suena. Camino hasta mi escritorio y levanto la bocina.

–Masen, –contesto.

–¡Edward, buen día! –La voz de Samantha saluda al otro lado.

–Buen día, Samantha.

–¿Te puedo pedir diez minutos de tu tiempo? Tu nueva secretaria está conmigo en su lugar, le he dado un breve recorrido y ya firmó su contrato.

–Claro, salgo enseguida.

Cuelgo y me vuelvo en dirección a Isabella, que ahora tiene su laptop sobre la mesita, camino hacia la puerta deteniéndome.

–¡Bella! –la llamo. Ella levanta su cabeza y me mira–. Voy a salir un momento, si requieres algo…

–No te preocupes, conozco la empresa –dice y muerde su labio. Asiento mientras salgo. Hago un gesto con mi cabeza y Jasper se levanta y me sigue.

En cuanto salimos de la oficina de Jasper, Samantha se da la vuelta y nos saluda. La chica quien será nuestra nueva secretaria permanece con semblante serio, justo como en la entrevista. Se presenta con Jasper y luego me saluda a mí. Ambos le damos la bienvenida y Samantha se retira.

–Si tienes alguna duda, no dudes en consultarnos. Imagino que Samantha te indicó tu hora de comida y como debe quedar redirigido el teléfono. –Ella asiente–. Hoy es un día bastante tranquilo, mis pendientes están en la estantería azul, los de Jasper…

–No te preocupes por ellos, ya los tengo atendidos, bienvenida –dice mientras se da la vuelta y regresa a su oficina.

–Bienvenida nuevamente –digo y doy un asentimiento, al igual que Jasper, regreso a mi oficina.

Isabella parece que ya está en sus clases, ya que tiene puestos sus audífonos mientras teclea rápidamente. Por mi parte saco mi laptop y la coloco en el escritorio, para empezar a trabajar.

Muy cerca del medio día mi bandeja de correo electrónico baja considerablemente, la mayoría de los correos solo son informativos; he recibido un par de llamadas las cuales despacho rápido. Me muevo a la pestaña de calendario, donde reviso que se encuentre correctamente agendada la reunión del jueves con el equipo financiero. Avanzo a la siguiente semana y resalta mi miércoles casi completamente libre, esta vez no perdería la cita con la ginecóloga.

Un leve toque se escucha en la puerta antes de ser abierta.

–Sus almuerzos. –La voz de mi secretaria me hace levantar la vista.

–Por favor déjalo sobre la mesa de la sala.

Me levanto y camino hacia la mesa, en ella Isabella se pone en pie y cierra su laptop.

–Bella, permíteme presentarte a mi nueva secretaria, Rosalie Hale. Rosalie, mi esposa Isabella Masen.

La mirada de Rosalie se amplía levemente, deja la bandeja y estira su mano para saludar a Isabella.

–Un gusto señora Masen –dice, al tiempo que sonríe. Fijo mi mirada en ella, ya que es la primera expresión que veo en su rostro.

¿Qué opinan de Rosalie? ¿Cuál creen que será su papel en esta historia? Espero sus teorías y opiniones acerca del extraño comportamiento de Rosalie.


Gracias por sus reviews, son mi único pago. A los anónimos gracias, como vieron no fue una mala sorpresa, al contrario, pueden estar tranquilas en este, porque para el próximo… será… uff. Y pasando a otro tema, las cláusulas: en efecto no las recordaba porque esas cláusulas no estaba ahí, alguien las infiltró, más adelante sabremos quien fue.

Nos leemos en el próximo capítulo.

Saludos