Naittinkel

Capítulo 7: Insomnio

Por la tarde, cuando regresaron al castillo, Rukia y Orihime encontraron a todas las Favoritas caminando de un lado a otro completamente emocionadas, estaban buscando sus mejores vestidos con urgencia, parecía que iban a ir a una fiesta a la que ella no estaba invitada.

— Kiyone, ¿Qué está pasando? ¿Por qué están tan emocionadas? — Preguntó Rukia a la doncella que dejaba sobre la mesa una gran bandeja con la cena para todas.

— Un soldado llegó alrededor del mediodía y trajo un mensaje del rey; aparentemente el rey llegará al castillo unos días antes de la Noche de las Almas.

Rukia se quedó pensando por un momento en lo inevitable que sería estar frente a los príncipes y en lo que podría pasar cuando ellos estuvieran ahí.

Momentos después, pensó en el soldado que había visto dirigirse al castillo y recordar la intensidad de la mirada de aquél soldado hizo que sus mejillas se sonrojaran violentamente; era una suerte que nadie le prestara atención, solo Orihime que ya había dejado de molestarla con eso.

Una de las Favoritas soltó un pequeño grito, como si la hubieran golpeado, haciendo que Rukia y Orihime enfocaran su atención en la chica que parecía molesta y angustiada.

— ¡No puedo usar esto! — Gritó Loly, tirando el vestido al suelo como si esta fuera un trapo viejo. — Sena, préstame uno de tus vestidos.

— No. — Dijo Senna sin dejar de mirar el vestido que tenía en las manos. — No te voy a prestar nada y no quiero que toques mis cosas.

Rukia dejó de prestar atención después de eso, supuso que era porque realmente querían verse como un pastel gigante lo suficientemente delicioso como para atraer la atención de los príncipes. Kiyone sirvió comida para todos, pero las Favoritas estaban tan concentradas en sus cosas que no comieron.

— ¿Deberíamos buscar un vestido también? — Preguntó Orihime después de comerse sus verduras y asaltar la bandeja del postre aprovechando que las Favoritas continuaban en sus asuntos.

— Creo que sí, al fin y al cabo es el rey el que llega, pero que el vestido no sea tan llamativo, estaremos lo suficientemente adornadas en la Noche de las Almas. — Aclaró Rukia, después de todo, era su deber verse bien aunque no quisiera.

Orihime estuvo de acuerdo con eso porque ella tampoco quería llamar demasiado la atención.

La Noche de las Almas es una noche dedicada a las festividades, es la noche más oscura del año, aún más oscura que la noche que anunciaba el invierno; esa noche habría una gran cena y un baile después de las oraciones a las Deidades, era la forma de recibir las almas de todos los que habían muerto en la guerra o por causas naturales, también las almas los que habían fallecido prematuramente y las almas de los niños que no habían llegado al mundo.

Esa noche, las almas visitan a los vivos y se quedan con ellos unos días antes de regresar al paraíso de las Deidades; pero en ese momento, para Rukia y todas las otras chicas que estaban en la Corte de la Reina, era de noche para presentarlas frente al rey.

Esa presentación de la Corte de la Reina solía hacerse pocos días después de la llegada de todas las damas que la formarían pero ese año, cuando llegaron al palacio, el rey estaba asediando una de las ciudades que habían conquistado los kuvaritas; la Kahya había dicho que la presentación se haría dependiendo de la forma en cómo regresaría el rey.

Todo se juntó. El rey volvería victorioso y pocos días antes de La Noche de las Almas.

Rukia se durmió esa noche rezando a las Deidades para que hicieran algo y evitaran su matrimonio. No tenía miedo se ser la amante de uno de los príncipes porque la reina le había dado permiso de rechazar los regalos, pero no quería pasar el resto de su vida encadenada a alguien que no amara solo por un estúpido acuerdo firmado hacía más de cien años.

Esa noche, Rukia soñó con regresar a casa, soñó que se escapaba del castillo en medio de la noche antes del baile y que corría por ese camino blanco hasta dejar los terrenos del castillo; soñó con ese soldado de mirada profunda, soñó que la tomaba en sus brazos y se la llevaba, sin soltarla ni dejarla sola, hasta que llegaba a su casa con su madre.

Luego se despertó y se sorprendió al encontrarse soñando con un extraño.

Aún era de noche, todos dormían en sus camas pero ella se sentó en la suya pensando en ese sueño y en esos ojos color miel que la trastornaban en sueños. Nadie la había mirado nunca con esa intensidad, nadie nunca la había hecho sentir tan indefensa, expuesta y ansiosa por más de eso al mismo tiempo; y nadie la había hecho soñar de esa manera.

Se quedó pensando en todos los hombres que conocía: el hermano de Yuki, el hijo de uno de los soldados que trabajaba en la Gran Casa, el hijo del carnicero; recordó a los comerciantes que vendían en los puestos de Maranni e incluso al joven sacerdote que estaba en el Templo de las Deidades de Maranni; ninguno de ellos había causado nada parecido a lo que le hizo ese soldado, ninguno la había visto como lo había hecho ese soldado; ninguno le inspiró lo que le inspiró ese soldado.

Pero él era un soldado, uno al que tal vez nunca volvería a ver.


Desde el balcón de su habitación, Ichigo podía ver como el bosque se iluminaba por la luz de la luna, la luna estaba casi llena, para la Noche de las Almas la luna estaría completamente llena; y solo podía pensar en la joven que había visto en la mañana por el camino.

Sus ojos eran algo que él nunca había visto, ese color tan oscuro y al mismo tiempo tan brillante era algo que no podía explicar. El mundo se había detenido, solo pudo mirar esos ojos hasta que el caballo se hubo alejado lo suficiente de allí. Podría haberse bajado del caballo y preguntarle su nombre, tal vez ofrecerse a acompañarla a donde quiera que se dirigiera solo para mirarla de cerca y descubrir al más allá de aquellos ojos, pero no lo hizo. El soldado que llevaba dentro lo obligó a llegar al castillo para entregar el mensaje a su madre.

Quizás no volvería a verla y se alegró en ese momento de no saber su nombre, porque si lo sabía entonces la buscaría y no podía permitirse el lujo de hacerlo, no podía desviarse del camino que se había trazado a pesar de que en ese momento se sentía completamente perdido. ¿Cómo podían esos ojos detener su mundo y perderlo de una manera tan absoluta?

Dejó de ver el bosque iluminado por la luna y volvió a su cama. Estaba cansado, sentía que podía dormir por días y al mismo tiempo, el recuerdo de esa mirada que no se desviaba como solían hacerlo las miradas de las mujeres que sabían que era un príncipe, lo mantenía despierto.

Si la dueña de esos ojos hubiera sabido que él era un príncipe, entonces no tendría ese problema de insomnio esa noche; si la chica hubiese sabido que él era un príncipe habría bajado la mirada y ambos habrían seguido su camino ignorantes el uno del otro.

¿Qué habría respondido la chica si él se hubiera ofrecido a acompañarla en lugar de seguir el camino hacia el castillo? ¿Le había dicho que él era un príncipe? ¿Le habría dicho que era soldado? ¿Le habría dicho su nombre? ¿Habría aceptado su compañía?

Le estaba empezando a doler la cabeza y cerró los ojos tratando de hacer que la fatiga que sentía fuera más fuerte que esa extraña fijación que tenía. Había sido solo un segundo, un maldito segundo, y el mundo entero se había puesto patas arriba.

El amanecer llegó muy rápido, sintió que no había dormido en toda la noche y sus párpados estaban tan pesados que si no tenía cuidado se volvería a dormir. Tomó sus cosas y se dirigió a los baños del rey para tomar un baño de agua fría y ahuyentar el sueño. Maldijo a la dueña de esos ojos por tenerlo así, era ridículo que se sintiera así si ni siquiera la conocía.

— Solo tienes que dejar de pensar en ella. — Se dijo antes de salir del baño y ponerse un uniforme de soldado con el que se sentía cómodo. — Creo que ir a entrenar será lo mejor, necesito concentrarme en algo diferente.

Se ató una tela alrededor de la cabeza, que cubría por completo el color de su cabello, y se miró en el espejo: parecía normal, como un soldado.

Lo último que quería era que todos supieran que él ya estaba allí, le gustaba esa paz que daba el anonimato, le gustaba sentirse libre de todas esas responsabilidades que pudiera tener como príncipe. Le gustaba ser un soldado.

Salió de su habitación con tranquilidad, los sirvientes que lo habían visto llegar recibieron instrucciones de no decir nada sobre su llegada. Caminar por los pasillos como un soldado más era tan liberador que podía permitirse relajar el gesto serio que siempre llevaba consigo. Los sirvientes que custodiaban la entrada a la habitación de su madre se hicieron a un lado para dejarlo pasar, adentro estaba su madre siendo atendida por una de las sirvientas que salió para dejarlos solos.

— Desayuno para dos. — Habló la reina, señalando un asiento junto a ella.

El desayuno fue servido e Ichigo se acercó a su madre para besarle las manos antes de tomar asiento.

— No tengo hambre, madre. — Dijo cuando vio los platos con frutas, panes y mermeladas. — Pero nunca me negaría a tomar un café contigo.

Añadió rápidamente antes de que su madre protestara por ese desaire. La reina personalmente le sirvió café antes de servir el suyo.

— Veo que no has podido dormir bien, ¿te molesta algo? ¿Estás enfermo? — Preguntó su madre. Ichigo pudo ver el miedo en la voz de su madre y rápidamente negó con la cabeza.

— Es solo que todavía llevo la guerra conmigo. — Mintió tomando una de las manos de su madre con una leve sonrisa de disculpa. Ocultaba tantos secretos que uno más en la lista no estaría de más.

— Por eso te has ofrecido a traer el mensaje, ¿no es así? Para salir de allí antes que los demás. — Ichigo asintió ante las palabras de su madre. — Entonces descansa, hijo mío. Nadie sabe que estás aquí, así que puedes descansar hasta que regrese tu padre.

— Gracias mamá. — Besó la mano de la reina con una sonrisa en los labios y se dispuso a beber el café que ella le había servido.

La reina lo imitó y desayunaron en silencio, durante unos minutos solo se escuchó el ruido de tazas y cubiertos junto con el lejano sonido del mar, hasta que la voz de la reina rompió ese silencio.

— Las damas de mi corte llegaron mientras estabas fuera, me gustaría que las conocieras...

— No madre. No me interesan las mujeres por ahora. — Se apresuró a decir antes de que su madre terminara esa frase.

— ¿Está seguro?

— Estoy seguro. — Afirmó antes de levantarse de su asiento y besar nuevamente las manos de su madre. — Ahora voy a hacer algunas cosas antes de volver a mi habitación y dormir todo lo que no he podido dormir.

— Está bien. Ve a hacer lo tuyo, hijo mío, y descansa todo lo que necesites.

Los guardias lo dejaron salir y escuchó las puertas cerrarse detrás de él.

La sugerencia de su madre no le agradó. Sabía que las damas de su corte querían conocerlo pero la idea de elegir una chica, como si fuera un mero objeto de diversión, no le atraía.

Solo había estado con una mujer y esa relación no había terminado tan bien como él quería, ella quería que se casaran en secreto solo porque creía que estaba enamorada de él. Esa ruptura había sido escandalosa, su tío tuvo que intervenir antes de que hubiera una guerra por un romance adolescente.

Levantó la mirada por un segundo y allí estaba la dueña de esos ojos que le habían robado el sueño la noche anterior. La chica estaba parada a unos metros de él, como si lo hubiera reconocido pero parecía asustada. ¿Se habría dado cuenta de que él era un príncipe o estaba viendo al soldado?

Ninguno de los dos dijo nada, sus miradas se encontraron de una manera que nuevamente el mundo se detuvo. ¿Era una broma de las Deidades? Su madre le acaba de decir que sus damas habían llegado. ¿Ella formaba parte de la corte de la reina?

— Hola. — Su voz le sonó como una melodía. Si sus ojos le habían causado insomnio, su voz no iba a dejar su mente descansar. — Eres el soldado de ayer, ¿no? El mensajero del rey.

La vio acercarse a él un par de pasos, lo suficiente para sentir un olor muy sutil a menta. Las Deidades se estaban burlando de él.

— Si, soy yo. — Su voz había salido más ronca de lo que hubiera querido, su garganta estaba seca. Vio a la chica vacilar, mordiéndose el interior de la mejilla con algunos nervios, también notó un leve rubor en sus mejillas.

— ¿Crees que el rey llegará antes de la Noche de las Almas? — La ansiedad en la voz de la chica hizo que abriera los ojos de manera desproporcionada solo por un segundo y rápidamente volvió a la normalidad; ella miró hacia otro lado, quizás avergonzada por esa pregunta.

Ichigo se puso su máscara de seriedad y el hechizo que sus ojos y su voz habían causado en él, terminó. Seguramente era una de las damas de la corte de la reina y debía estar ansiosa por conocer a los príncipes.

Quería gritar. Las Deidades definitivamente se estaban burlando de él.

— Los príncipes regresarán en un par de días, los suficientes para descansar antes del baile de la Noche de las Almas. — Su voz era áspera, casi hostil. La mirada de la chica, sorprendida por la forma en que él respondió, le hizo querer disculparse pero no lo hizo.

— Ya veo. Gracias. — La voz de la chica sonaba diferente, era melodiosa pero tan hostil como la suya.

Ella apartó la mirada, quizás molesta, él no podía entenderlo. ¿Por qué estaba molesta? Ichigo quiso gritar de nuevo. No le dijo nada más y la chica siguió su camino con la cabeza levantada dejándolo ahí parado, hecho una madeja de confusión.

No pudo evitarlo, dejó escapar un gruñido frustrado y él también continuó su camino hasta que llegó al campo de entrenamiento donde tomó una de las espadas desafiladas y comenzó a entrenar para sacarla de su mente.

Esa noche, Ichigo durmió adentro en el cuartel de los soldados, si ella era una de las damas de la corte de su madre, seguramente estaría caminando por todo el lugar y lo último que quería, en esos momentos, era encontrarse con ella nuevamente.

Seguramente era como todas las otras chicas que debían de estar allí, esperando ver a los príncipes, como si los príncipes fueran una cosa; esas chicas sabían que ni él ni su hermano las tomarían en serio, y aun así, esas chicas estaban dispuestas a hacer cualquier cosa para pasar una noche con cualquiera de los dos.


— ¡Soy una idiota! — Se quejó Rukia.

Orihime solo la miró sin hacer más que un comentario ocasional. Todo lo que necesitaba era descargar su ira.

Rukia se había sentido estúpida al preguntarle al soldado sobre el rey, debió haberle preguntado al soldado su nombre o algo más; ahora seguramente el hombre estaba pensando que ella estaba ansiosa por ver al rey o los príncipes.

— Quizás lo veas de nuevo. — Sugirió Orihime.

— O puede que se vaya mañana y nunca más lo vuelva a ver, es un soldado y nunca están en un solo lugar durante mucho tiempo. — Se quejó Rukia nuevamente deteniendo su avance. El puente de piedra que conectaba el palacio con las habitaciones del Señor de Maranni estaba frente a ellas.

— Entonces es bueno que no sepa su nombre.

— Golpéame, vamos, hazlo. Me lo merezco. — Dijo sucumbiendo al hecho de que nunca volvería a ver a ese soldado.

Era inútil pensar en ese soldado, Orihime tenía razón, cuanto menos supiera de él mejor. Él era solo un soldado y ella, si las Deidades lo permitían, se iría de allí a su casa y se salvaría de ese compromiso que pendía sobre su cabeza como una espada.