Esa misma noche se lleva a cabo la gran operación criminal orquestada por Albéri.

La carroza que el cochero debe conducir se encuentra tirada por un par de esqueléticos burros, los cuales inevitablemente le hacen pensar en ese mismo infortunado jumento cuya vida habría acabado tan cruelmente hacía apenas un par de años atrás…También esos animales tienen esa misma mirada trágicamente miserable, de expresión casi humana…

"¡Basta ya de tonterías!" Se ordena a sí mismo el cochero, esforzándose por conservar la calma.

Ninguna actitud suya debe despertar la más mínima sospecha. De lo contrario todo el plan fracasará.

—Recuerda porque haces esto cochero…Lo haces por ese pobre chico, recuérdalo bien…—musita una y otra vez, mientras la carroza que maneja avanza en medio de la oscuridad casi sin hacer el menor ruido, como si se tratase de alguna clase de vehículo fantasmal.

Ni un alma puede verse en los alrededores, y el cochero comienza a preguntarse si acaso no habrá sido él quien habrá sido víctima de un cruel engaño, hasta que por fin es capaz de divisar dos figuras: Alumbrándose con una diminuta lámpara de querosén, el cochero descubre que se trata de un joven de cabellos negros acompañado por un anciano: Ambos parecen exhaustos de tanto caminar, temblándoles las manos a causa del frío reinante.

—Pero mis amigos… ¡Qué cansados se ven esta noche! —les saluda el cochero, dirigiéndoles su sonrisa más cordial—. ¡Pues sepan entonces que el alcalde de nuestra ciudad, en su gran generosidad, viene ofreciendo un cómodo servicio de transporte para viajeros como ustedes, a fin de protegerles de saqueadores de caminos y peligros semejantes…!

— ¿Saqueadores de caminos? —inquiere el joven; él es un adolescente apenas unos años mayor que el pequeño Gepetto.

—Me temo que sí… ¡Son una gentuza de lo más despreciable, que suele cometer sus fechorías por estos lares! ¡Mejor se vienen conmigo si acaso quieren evitarlos!

"¡Bien tontos han de ser estos sujetos si caen en un engaño semejante…!" piensa cínicamente el cochero, sorprendiéndose de cuanta facilidad los viajeros se muestran a otorgarles su confianza.

Ni siquiera muestran sospechas cuando él les ofrece un poco del vino que lleva consigo, el cual ha sido mezclado con líquido aturdidor, capaz de hacerles perder el sentido en menos de un santiamén, apenas alcanzando el joven a referirle al cochero sus intenciones de venir a la ciudad en busca de un trabajo a fin de mantener a su padre ciego…

Por un brevísimo instante, el cochero tiene deseos de ceder a la presión que repentinamente ejercen sobre él sus escrúpulos, y confesar sus verdaderas intenciones a los viajeros. Pero las palabras no alcanzan a salir de su boca, cayendo ya sus primeras víctimas en un sueño profundo.

Tomando una desviación en el camino, el cochero conduce su carroza hasta una arboleda cercana, sitio en donde se encuentran reunidos Albéri y sus dos cómplices, estando los tres encapuchados con sacos de carbón, de manera tal que únicamente podía vérseles los ojos.

— ¡Bien hecho, cochero! ¡Muy bien hecho! ¡Ahora vuelve al camino y tráenos más de esos viajeros nocturnos…!

Esa noche, que parece mucho más larga de lo habitual inclusive en esa época del año, terminan cayendo en la trampa del cochero por lo menos unos cinco viajeros más.

Al despuntar las primeras luces del alba, ha llegado la hora de repartirse las ganancias entre los ladrones, tocándole al cochero la menor parte del botín, aunque de todas maneras él acepta sin chistar el puñado de monedas de plata que le es entregado, pensando que cuando menos ese dinero será suficiente para costear las medicinas que el pequeño Gepetto necesita.

Los viajeros asaltados todavía se encuentran sumidos en un sueño profundo, tan apacible que podría confundirse con la muerte.

Y de hecho, el cochero nota que cuatro de ellos, incluido el padre ciego del joven de cabellos negros, ya no parecen estar respirando.

—Sólo están dormidos, ¿Verdad…?—pregunta el cochero a Albéri, quien deja entonces escapar una leve risita de sus labios.

— ¡No creo que vayan a despertarse en mucho tiempo, mi querido amigo! ¡Y más les vale no hacerlo por ahora, sino quieren que los degollemos…!

En seguida Albéri le muestra un afilado cuchillo de caza curvo que traía escondido, el cual sostiene como un péndulo sobre la garganta de uno de los hombres que yacen inconscientes a sus pies.

—Este mocoso parece a punto de despertar…—advierte uno de los cómplices de Albéri, señalando al joven de cabellos negros.

Y aquel rufián está a punto de desenvainar su propio cuchillo, pero Albéri se lo impide.

—No lo mates, aún. Amárrenlo, más bien…Amordácenlo si se pone a chillar… ¡Los muchachitos como él son muy apreciados en ciertos círculos! ¡No faltarán quienes estén dispuestos a pagar una buena suma por él…!

— ¿Pagar por él…?—inquiere el cochero, sobresaltado, sin entender del todo, pero sospechando desde ya algo terrible.

—Has desempeñado un muy buen papel, cochero… ¡Pero tu rol ya culminado ya, así que mejor márchate de una buena vez! —espeta Albéri amenazadoramente.

Numerosas inquietudes invaden entonces la mente del aludido, quien sin embargo decide finalmente no objetar nada más, emprendiendo su inmediato regreso a la ciudad.