Disclamer: Todos los personajes y parte de la trama pertenecen a Thomas Astruc y Jeremy Zag, yo solo escribo para divertirme y sin ánimo de lucro.

.

.

.

Nota: He decidido participar en el reto #MarichatMay porque el marichat es uno de mis shipps favoritos y como el año pasado me quedé sin tiempo, pues espero resarcirme este. Trataré de llegar lo más lejos posible y no retrasarme demasiado a la hora de subir los relatos. ¡Espero que os gusten!

.

.

.

Maullidos a la Luz de la Luna

(Reto Marichat para el mes de Mayo)

.

.

.

.

.

Día 7: Secretos

.

.

.

Secretos, secretos y más secretos que se iban amontonando.

¿Quién le habría dicho que simples palabras, cuando las retienes en tu interior con todas tus fuerzas, pueden llegar a resultar tan pesadas?

Marinette estaba desapareciendo entre los secretos de Ladybug, de algún modo extraño podía percibirlo. Como se estaba desprendiendo de todo aquello que le importaba y la hacía ser quien era; sus amigas, sus hobbies de antes, Luka, sus sentimientos por Adrien… En su interior se estaba abriendo un vacío que poco a poco iba llenándose de las múltiples responsabilidades de la heroína.

Y estas ocupaban un buen espacio. Se sentían molestas, pero inevitables.

La pérdida de sí misma parecía la pérdida de un ser querido, por eso a veces se entregaba a la pena, la ira, la frustración... Para después disimular y que nadie notara lo que estaba pasando.

¿De verdad que nadie se daba cuenta de lo que le estaba ocurriendo? ¿No se daban cuenta de que estaba desapareciendo? ¿Es que la antigua Marinette era tan poco importante?

Sus amigas sí habían captado algo y, con su gentileza habitual, habían intentado ayudarla. Marinette se alegraba de que estas siguieran a su lado aunque detestaba mentirles. También se sintió liberada al compartir su secreto con Alya y tenía que reconocer que las cosas en el instituto se habían vuelto más sencillas.

Con que solo hubiera allí una persona que sabía la verdad... Cuando ambas se buscaban con la mirada podía sentir la cercanía de su mejor amiga, tendiéndole una mano para que no se hundiera en su desesperación.

Y fuera del instituto… tenía a Chat Noir.

Como Ladybug contaba con su apoyo, su comprensión y esas ganas que le ponía en ayudarla al más mínimo gesto de cansancio que ella demostrara. Y no satisfecho con eso, su gatito había acudido también a Marinette, para animarla con sus bromas y sus ideas locas, aunque tiernas.

Seguía sin entender qué motivaba al chico a ser tan considerado con ella (si apenas habían coincidido unas pocas veces, en realidad), pero era así y tampoco necesitaba averiguarlo. Por más que quisiera resistirse, Marinette se encontraba rindiéndose a sus gestos cariñosos y a sus palabras sin apenas oponerse. Podía no estar bien, pero era imposible hacerse la fuerte todo el tiempo.

Y Chat traía algo tan relajante consigo; cuando miraba su sonrisa pacífica la hacía creer que existía un lugar donde todo estaba bien y no tenía que preocuparse por nada. Era una fantasía, pero lo necesitaba. Ansiaba escaparse con él a ese lugar seguro…

El café secreto de los dos recordó ella. Ese lugar seguro estaba en su mente, pero Chat Noir había ido más allá y lo había hecho real.

Para ella.

Sin embargo, Marinette lo había destruido todo. Llevaba semanas tragándose palabras, pero justo esa noche había dejado salir las peores del mundo contra él, contra el chico más bueno y encantador del mundo.

¿Por qué le dijo esas cosas?

Estaba muy asustada. Había tenido un día horrible.

.

.

Si bien era verdad que Alya la ayudaba en todo lo que podía en el instituto, seguía habiendo problemas allí.

Ese día, tanto la profesora Mendeliev como la señorita Bustier la habían reñido por no entregar sus deberes a tiempo. Bustier, además, había querido hablar con ella porque estaba preocupada por el descenso de sus notas y su actitud distraída en clase.

¿Estaba bien? ¿Tenía problemas en casa? ¿Había algo de lo que quisiera hablar?

Marinette dijo que no, por supuesto. Ella no podía hablar… de nada.

Tras la intervención de la profesora, fue inevitable que sus compañeros se preocuparan por ella, por lo que a la hora del almuerzo la arrinconaron en una mesa y la sometieron a un interrogatorio parecido al anterior que la puso aún más nerviosa y la hizo sentir más culpable.

De nuevo, no pudo responder con sinceridad a sus preguntas, ni a su generosa preocupación.

Todo iba bien. Ella estaba bien. No había ningún problema.

Mentiras rezongaba en su mente cansada. Y secretos.

Alya la sacó de allí en cuanto tuvo ocasión, sujetando su mano con fuerza, dándole ánimos, repitiéndole con su mirada que no era culpa suya tener que ocultar cosas. Que era necesario.

Marinette se marchó directa a casa, arrastrando consigo sus remordimientos.

Pero casi fue peor cuando llegó allí.

Sus padres la estaban esperando para hablar. Al parecer habían notado que, durante los últimos días, había desaparecido comida de la despensa de la cocina. Demasiada comida como para que les llamara la atención, teniendo en cuenta que ninguno de ellos la había tomado.

Se sentaron con su hija en el comedor y con mucha calma, le preguntaron si era ella quien estaba comiendo a escondidas.

¡Los Kwamis! adivinó Marinette al instante. Por más que les había dicho que debían quedarse en su cuarto, esos bichitos seguían escabulléndose a la cocina en plena noche para comer a sus anchas.

Al principio, la chica se rio y trató el tema con ligereza. Negó que fuera ella, pero no tardó en percibir que sus padres estaban mucho más preocupados de lo que le había parecido.

—Si estás teniendo problemas en el instituto, puedes decírnoslo —Le aseguró su madre, cogiendo su mano, y con un leve temblor en su labio inferior al intentar sonreír—. Si te sientes mal, háblanos de ello.

—Pero si yo estoy bien…

—Sabemos que algo no está bien —insistió su padre, que parecía confuso y un poco nervioso—. Sea lo que sea, puedes contárnoslo.

. Pero… tratar de sentirte mejor comiendo de más… hija…

—¡Eso no es lo que estoy haciendo! —exclamó ella, asustándose ante tanta seriedad—. ¡Debéis creerme!

—Cariño, solo estamos preocupados. Podemos consultar con un médico…

—¡No hace falta! Estoy bien… —Marinette se descontroló. No sabía qué hacer para tranquilizar a sus padres, qué hacer para que la creyeran. Empezó a respirar deprisa, a moverse por la habitación… el pánico estaba regresando a ella—. Lo de la comida, debe ser un error.

. ¿No será que os habéis confundido?

—Cielo, estamos seguros…

—¡Pero todos nos equivocamos! —insistió—. Os aseguro que es así. Y que no volverá a faltar nada más.

Sus padres, comprensivos, no siguieron presionándola. Aunque durante la cena se instaló en la mesa un silencio incómodo y ambos adultos no dejaron de vigilarla mientras ella engullía los alimentos con toda la calma que podía.

De la misma tensión, se le formó un nudo en el estómago terrible.

Los Kwamis debían ser un secreto. Ella se estaba esforzando hasta lo imposible para que nadie advirtiera su presencia en la casa, pero eran seres vivos que acababan dejando un rastro.

Cuando subió a su habitación para acostarse esa noche, ignoró el alboroto de los pequeños espíritus y trató de enfocarse en hacer sus deberes. Desconectar de todo aunque fuera unas horas… Pero sus malos sentimientos la acompañaron todo el tiempo.

No estaba, en realidad, enfadada con esos pequeños pero la carga de tener que cuidarlos, ocultarlos y alimentarlos estaba siendo demasiado. Tikki, percibiendo que algo no iba bien, permaneció a su lado en silencio. Y aunque no hablaron del asunto hubo un momento en que la brillante mirada violácea de su amiga se clavó en ella y Marinette supo que la comprendía.

Y entendía lo que debía hacer.

—Chicos —Los llamó, después de ponerse el pijama. Los Kwamis revolotearon hasta ella y la miraron con sus enormes ojos muy abiertos. Ella resopló—. Muchas veces os he dicho lo peligroso que es que salgáis solos por ahí…

—¡Pero si no hemos vuelto a salir a la calle! —protestó Xuppu.

—Me refiero a que es peligroso que salgáis de esta habitación —explicó—. A diferencia del Maestro Fu, yo no vivo sola. Mis padres están aquí y pueden veros… y eso sería un desastre.

. Hoy me han regañado porque se han dado cuenta de que falta comida…

Los Kwamis se agitaron. Algunos confusos porque no entendían, y otros, cruzaron miradas culpables.

—Tenéis que esperar a que sea yo la que os traiga la comida, porque sé cómo hacerlo sin que se note —continuó—. Si vosotros cogéis lo que queréis de cualquier sitio, mis padres piensan que soy yo y se preocupan.

—Lo sentimos, Marinette —murmuró Sass y lanzó una mirada al resto—. Estoy seguro de que no se repetirá.

La chica sacudió la cabeza.

—Sé que os gusta estar libres y que lo pasáis mejor aquí fuera que en el interior de la caja pero… Si no puedo estar segura de que vais a obedecerme y a quedaros donde yo os digo —Cogió aire, frunciendo las cejas—. No me queda más remedio que devolveros a ella.

. Al menos mientras yo no esté aquí o esté durmiendo.

—¡¿Qué?!

—¡Oh, no!

—¡No lo hagas! ¡Nos portaremos bien!

Multitud de protestas se elevaron por toda la habitación, pero Marinette había tomado una decisión. Le daba mucha pena tener que hacerlo pero necesitaba estar tranquila; estar segura de que los Kwamis no se metían en problemas.

—Lo siento, chicos —Les dijo. Sacó la caja y la colocó en el centro de la cama, con ella sentada al lado—. No será por mucho tiempo.

. Lo prometo.

Pero necesito un descanso.

Ninguno de ellos se resistió, aunque sus miradas de pena se clavaron en el alma de la chica cuando volvió a pulsar el botón y los Kwamis, uno a uno, regresaron al interior. La caja se iluminó en un bonito arco iris para después apagarse.

La habitación cayó en un silencio que hacía días que había desaparecido. Al instante sintió un placer culpable que la hizo regocijarse, pero también fue golpeada por una profunda pena.

Dejó la caja a un lado y se echó sobre el colchón, llevándose las manos al pecho. La mezcla de emociones y la tensión del día la atraparon, y antes de poder evitarlo, sintió las lágrimas cayendo por su rostro.

Tikki, revoloteó hasta ella y se apretó contra su mejilla en un débil abrazo.

—No estés triste, Marinette —Le pidió—. Ellos están bien ahí dentro. Están acostumbrados.

. El maestro nunca los dejaba salir.

—Lo sé, pero… —Siguió llorando, ya no podía contenerse—… no es solo por eso, Tikki —sollozó más fuerte y tiró de la almohada para acallar los sonidos durante unos instantes—. No puedo más… —Había sido demasiado; la preocupación de sus maestras, de sus amigos, de sus padres… y ella debía seguir callándose, ahogada en sus secretos. Era algo que se venía repitiendo, día tras día, desde que se convirtió en guardiana. La presión era demasiado dura para ella—. Son demasiados secretos…

Su dolor se volvió incontrolable y sus ganas de llorar también, de modo que se revolcó sobre la cama, apretando la cara en la almohada y lo dejó salir de todo. Sin reprimirse. Esperaba que sus padres no la oyeran llorar porque no deseaba preocuparles más pero…

Entonces, oyó un golpe.

Creyó que había venido de abajo hasta que oyó la voz por encima de ella.

—¡¿Marinette?! —La chica se quedó sin aire, estirando la cabeza hacia la trampilla que tenía sobre sí—. ¡Soy yo, Chat Noir! —Parpadeó, confusa, secándose las mejillas con la colcha—. ¿Estás bien…?

Giró la cabeza y se topó con la enorme y luminosa caja de los prodigios. Justo bajo la madera, justo debajo del héroe que si llegaba a verla…

Marinette se movió deprisa y tiró de las mantas para traerla hacia sí. Buscó con la mirada un hueco: había uno entre la cama y la pared donde podía encajarla, cubriéndola con las mantas y las sabanas apenas se notaría. Pero cuando iba a hacerlo la caja se le resbaló y golpeó contra la pared.

¡Oh, cielos, los Kwamis! Pensó, aterrorizada. Un nuevo golpe en la trampilla, Chat Noir trató de abrirla pero por algún milagro había recodado cerrarla esa noche.

—¡Marinette, ¿puedes abrirme, por favor?!

Tikki la miró, ansiosa y ella le hizo un gesto en dirección a la caja.

Vigílala le dijo con los ojos, antes de abrir la trampilla y saltar fuera.

.

.

—¿Estás un poco mejor, Marinette?

La chica movió los ojos como único gesto afirmativo. Tenía el cuerpo torcido, enredado entre la sabana y la boca hundida en su almohada. Tikki la había estado contemplando llorar durante bastante rato pero, ahora que se había quedado sin fuerzas, se acercó para sentarse cerca de su hombro.

—Siento lo que ha pasado con Chat Noir… —dijo el pequeño Kwami—. Aunque no creo que te odie —En realidad, Marinette tampoco lo creía de verdad. A pesar de lo que le había dicho, era demasiado bueno y noble como para odiarla.

No obstante, sus palabras habían sido horribles.

—Le he herido —dijo ella con pesar—. Ha puesto la misma cara que puso en Nueva York cuando le dije que no confiaba en él… —Se estremeció al recordar aquel momento. ¿Cómo podía haberle hecho lo mismo por segunda vez? En Nueva York había estado a punto de perderle—. Él siempre hace tantas cosas bonitas para mí, y yo… mira como se lo pago.

. No creo que me odie. Pero debe estar muy enfadado.

—Podéis hacer las paces…

Marinette apretó los labios.

¿Hacer las paces? ¿De qué serviría?

A Chat Noir tampoco podía contarle toda la verdad y era un riesgo, por mucho que le doliera, que siguiera apareciendo a su alrededor y asomándose a sus secretos.

—Puede que esto sea algo bueno —murmuró, tras pensarlo un poco—. Si está enfadado con Marinette, no se acercará por aquí.

. Y si no se acerca, no hay peligro de que descubra algo que no debe.

—¿Tú crees?

Marinette se incorporó para sentarse sobre sus rodillas y asintió con la cabeza.

—Aunque… —Suspiró hondo—; no estoy segura de que no vaya a volver —meditó. Su compañero podía ser de lo más insistente—. Pero yo podría hacer algo para quitarle esa idea de la cabeza.

—¿El qué?

—Hablar con él como Ladybug —respondió, haciendo una mueca sin querer—. Le diré que le he visto yendo y viniendo de casa de Marinette y que es muy peligroso. Le pediré que no vuelva a hacerlo nunca más.

. A Ladybug siempre le hace caso, así que…

—¡Pero, Marinette! —replicó Tikki, elevándose en el aire—. ¿Estás segura de que eso es lo que quieres hacer?

La chica meneó la cabeza.

—¡Es lo más responsable, Tikki!

—Pero…

—Sí, lo sé, será una pena… —admitió, mirándose las manos. Esbozó una sonrisa triste al pensar en el café secreto, las tacitas invisibles…—. He estado nerviosa y preocupada desde que el Maestro Fu puso esa caja en mis manos.

. Lo únicos momentos en los que he vuelto a sentirme relajada han sido cuando estaba con él. Solo Chat Noir ha conseguido hacerme reír desde que todo este lío comenzó, pero…

Tengo que ser responsable se repitió.

—Vamos a ello —anunció—. ¡Tikki, Punt…!

—¡Espera! —chilló el Kwami y voló hasta estar pegada a la cara de la chica—. ¡No lo hagas Marinette! —Se agitó en el aire, con una expresión temerosa y urgente—. No alejes a Chat Noir… le necesitas más que nunca.

—Pero Tikki, si ni siquiera puedo decirle nada de…

—Le necesitas como Marinette, no como Ladybug —especificó—. Necesitas sus tonterías, sus ideas bobas y sus risas. Y el café secreto que él ha construido para ti. Necesitas estar tranquila, aunque solo sea un ratito por las noches.

. Y es bastante probable que él también te necesite a ti.

Marinette se mordió el labio inferior. Solía escuchar siempre a Tikki porque aunque la Kwami se preocupara por ella más que por otra cosa, seguía siendo lo bastante juiciosa como para no animarla a hacer algo peligroso.

Y ella deseaba hacerle caso. No solo le daba pena por Chat, también sentía pena por sí misma y un poco de rencor contra Ladybug por sepárales, pero… era lo correcto, ¿verdad?

—Solo tienes que tener cuidado —insistió Tikki—. No tiene por qué descubrirte si tienes cuidado —Marinette resopló indecisa—. Deberías ir a buscarle al lugar dónde tú sabes que está…

—¿Crees que volverá allí? Con lo enfadado que debe estar…

Tikki arqueó las cejas, ampliando también su sonrisa burlona.

—Es Chat Noir —respondió sin más—. ¡Ah! Pero por si acaso quizás deberías llevarle algo como ofrenda de paz.

¿Ofrenda de paz?

.

.

.

.

.

¡Hola a todos y a todas!

Bueno pues hoy tocan unos cuantos secretos.

No es, en realidad, un secreto (al menos para los que ya hayáis leído alguna historia mía) que tengo ciertos problemillas de ansiedad. Los vengo arrastrando un tiempo y a veces, cuando estaba subiendo una historia aquí, me causaban problemas para seguir escribiendo y lo comentaba en las notas de los capítulos.

No era tanto para desahogarme o quejarme, jeje, eso nunca me ha hecho sentir mejor. Pero sentía que debía dar una explicación sobre porque me retrasaba o porque mis escritos se volvían más tristes de repente.

La ansiedad tiene dos cosas malas: la primera es que te hace sentir fatal, incluso te quita las ganas de hacer las cosas que solían hacerte feliz. La segunda es que hay un gran riesgo de acostumbrarse a convivir con ella y los días menos malos, casi te parecen buenos cuando te olvidas de cómo era vivir sin ella. No sé aún como se vence, pero a veces consigo ignorarla a base de obligarme a centrarme en cosas como la escritura y este reto, cosas que solían gustarme. Aunque sigue habiendo días en que la ansiedad regresa para quitarme las ganas de todo.

Hoy me he estado sintiendo un poco como Marinette, cansada de cargar con esta situación que me hace sentir rara; tan rara que al mirarme en el espejo, me ha resultado sorprendente. Por fuera parezco alguien normal, pero por dentro me siento como alguien distinto.

Igual por eso este capítulo ha sido también un poco dramático, jejeje, y lo siento si os ha desanimado. Pero la historia se irá aligerando, jejeje. Porque ocurra lo que ocurra, yo siempre prefiero a mis personajes felices.

Gracias a los que seguís leyendo y ayer me dejasteis comentarios en el capítulo anterior: Ialiceiamgodness, Mizuki0709, génesis, DAIKRA, Ranma84, y Gabriela Cordon. Muchas gracias de todo corazón, no esperaba recibir tanto apoyo y no podría emocionarme más al leer vuestras opiniones. Lamento el rollo que os he soltado hoy, esta vez sí necesitaba desahogarme un poco, jaja. Igual espero que hayáis disfrutado del capítulo, os haya entretenido un ratito y nos vemos pronto con el siguiente.

¡Besos para todos y todas!

-Erolady-