7
SASUKE
ESTABA EN LAS BODEGAS, sentado ante mi escritorio, pero mi mente no estaba ocupada en pedidos, informes ni clientes. Botón acababa de salir a los campos con una blusa blanca. Cogía algunas uvas y comprobaba la hilera mientras se pasaba la mano por el pelo, pareciendo una visión bajo el sol. Tenía un poco de sudor alrededor del cuello y sentí deseos de enjugárselo con la lengua.
Podía estar mirándola todo el día.
Había entrado en el almacén en donde se guardaban las barricas de vino hacía un cuarto de hora, pero yo no había dejado de pensar en ella. La acompañaba Temari, probablemente hablando de vino o de Obito.
Al final dejé lo que estaba haciendo y me dirigí al almacén, justo a la salida de la oficina principal. Recorrí el sendero de adoquines y entré en la sombra que arrojaba el edificio. Botón estaba abriendo una caja llena de vino nuevo, mientras Temari lavaba los platos en el otro extremo de la habitación.
Me acerqué a Botón, que tardó unos cuantos segundos en darse cuenta de que estaba allí. La indiferencia desapareció de inmediato de su mirada, convirtiéndose en afecto con un toque de excitación. Dejó la botella que estaba examinando y me dedicó toda su atención.
―Hola.
Apoyé el brazo contra la barra y me arrimé dulcemente a ella, contemplándola más como a una posesión que como a una persona. Con mi esposa tenía una reacción instintiva que nunca había tenido con nadie más. No eran los besos, ni los abrazos. Era la intensidad con la que la miraba, la forma en la que ocupaba su espacio sin pedir permiso. A diario intercambiaba más palabras con Lars o con Obito, pero con ella me comunicaba muchísimo más. Ahora mismo, mis intenciones quedaban perfectamente claras. No estaba de humor para charlas, porque nunca había sido un buen conversador. Quería sus piernas abiertas, y su sexo húmedo lleno de mi enorme miembro. Quería que se mordiera el labio inferior para que siguiera callada hasta que yo terminara. Se me podía llamar antiguo, pero aquello era lo que había llegado a esperar de mi esposa. Yo trabajaba y la mantenía: su trabajo era follarme.
―¿Qué? ―Dejó la botella sobre el mostrador y se enfrentó a mi intensa mirada.
Yo me limité a hacer un gesto con la cabeza en dirección a la oficina.
―¿Y ya está? ―preguntó ella―. ¿No me dedicas ni una sola palabra?
Entrecerré hostilmente los ojos y me alejé. Tendría que haberla llamado y ya está, pero aquello me habría exigido pronunciar palabras. Le habría enviado un mensaje de texto, pero hasta eso era demasiado trabajo. Prefería simplemente mirarla y comunicarle lo que deseaba.
Volví a mi despacho, sabiendo que ella me seguiría antes o después.
Al llegar ya me había desprendido de la chaqueta y de la corbata. Estaba desabrochándome el último botón de la camisa cuando entró ella, fingiendo estar molesta, aunque no lo estaba ni de lejos.
―No puedes mangonearm...
―Observa y verás. ―Dejé caer la camisa y di unas palmaditas sobre la mesa―. Súbete a la mesa.
Los ojos le ardieron de inmediato, ofendida por la brusquedad con la que me dirigía a ella, pero tal y como había predicho, entró con tranquilidad en la habitación y se desabotonó la parte delantera de la blusa hasta abrirla, dejando a la vista el sujetador blanco perlado que llevaba debajo. A continuación, se quitó los pantalones, bajándose luego lentamente el tanga negro que se ceñía perfectamente a sus caderas.
La cogí por la cintura y la levanté para sentarla sobre la mesa de caoba. Me bajé los pantalones y los bóxers hasta las rodillas y puse una de sus piernas encima de mi hombro. Tiré de ella hasta el borde del escritorio y me deslicé en su interior, donde su húmeda excitación me dio inmediatamente la bienvenida. Probablemente había empezado a mojarse en cuanto me había visto en el almacén.
Estaba tumbada de espaldas sobre la mesa, sus pechos realzados por el sujetador que llevaba. Se aferró a mis caderas mientras yo la penetraba una y otra vez, sin estar de humor para hacerle el amor dulcemente. En cuanto la había visto inclinándose en los campos y limpiándose el sudor con el dorso de la mano, una sola cosa había ocupado mi mente.
Follármela.
Pero a mi mujer le encantaba follar, así que no le importó ni un poquito.
Extendió una pierna junto a mi cadera manteniendo la rodilla contra el pecho. Sus dedos se agarraban con fuerza a mi cintura para no alejarse demasiado de mí en ningún momento. Seguí arremetiendo contra ella con las caderas, llenándola profundamente con mi erección una y otra vez. Incluso con todo lo que disfrutaba tirándomela, no emití ni un solo sonido.
A Botón, por otra parte, le costaba esfuerzo mantener la boca cerrada durante todo el tiempo. Mi asistente estaba justo al otro lado de la puerta, por lo que podía oír cualquier ruido que hiciéramos. Pero a mí no me importaba que nos oyese. Aquellas eran mis bodegas y aquel, mi despacho. Podía follarme a mi esposa durante todo el día, si me daba la gana.
Botón dejó escapar un suave gemido y después contuvo el aliento, intentando guardar silencio al llegar al orgasmo. Me clavó las uñas en los abdominales y me arañó, jadeando y gimiendo sin poderse controlar. Su sexo se tensó alrededor de mi miembro, dándole un erótico abrazo. Con lo impertinente que se había puesto por haber sido llamada allí, desde luego no había tardado nada de tiempo en correrse.
Bajé el ritmo de mis empujones, porque yo también estaba a punto de llegar. No necesitaba ningún estímulo más, porque ver a mi mujer intentar mantenerse callada durante un orgasmo ya me ponía lo bastante. Me enterré por completo en su interior y me doblé sobre ella.
–Cuando te diga que te pongas en mi mesa, tú lo haces. ¿Entendido?
―Sí.
―Cuando quiera follarte, te follo. ¿De acuerdo?
―Sí.
Cuando tenía un grueso miembro dentro, Sakura era extremadamente colaboradora. Toda aquella actitud impertinente se quedaba en la puerta. Estaba completamente dentro de ella y preparado para estallar.
―Dime que me amas.
Sus manos subieron por mi pecho, clavándome las uñas casi hasta cortarme, como a mí me gustaba.
―Te amo, marido.
Nada me ponía más cachondo que aquello. Solía abofetear a las mujeres antes de correrme. Algunas veces las azotaba hasta que sangraban. Lo que más me ponía eran las lágrimas en sus ojos cuando mi miembro resultaba demasiado grande para su culo. Pero todas aquellas fantasías oscuras ya no me excitaban. Lo que más caliente me ponía ahora del mundo era escuchar a mi mujer decirme que me amaba.
Me había convertido en un puto nenaza.
Me corrí con fuerza, rellenándola con toda la semilla que tenía. Vacié por completo mis testículos en ella, vertiendo todo mi amor además de mi deseo. Estaba cabreadísimo con ella por haberme traicionado, pero mi enfado no hacía más que recordarme lo profundamente que amaba a aquella mujer. Sin ella, la vida no tenía sentido. No había ni siquiera vida. Hasta yo desaparecía. Me resultaba raro pensar que había vivido casi toda mi vida sin ella, que mi hermana había muerto pero yo había seguido avanzando. Mi pequeña mujercita sólo llevaba presente un abrir y cerrar de ojos... pero parecía toda una eternidad. Nunca podría seguir adelante si la perdiera.
Al terminar continué en su interior, considerando aquel sexo mi hogar. Podía quedarme todo el día dentro de ella y lo había hecho muchas veces, pero tenía que volver al trabajo. El resto de la diversión tendría que esperar hasta más tarde.
―Obito, esper... ―La voz de mi asistente llegó por el intercomunicador.
―No te preocupes ―dijo Obito al llegar a la puerta―. Está esperándome.
―Maldito gilipollas. ―Mi chaqueta estaba al otro lado de la mesa, así que la cogí y la extendí encima de Sakura, cubriéndola por completo para que el mierda de mi hermano no la viera.
Obito irrumpió en mi despacho como si fuera el dueño del lugar.
―Hola, hay algo que tenemos que... joder. ―Se le congeló la cara al verme con los pantalones por los tobillos y el culo al aire.
Le dediqué una mirada fría, una amenaza que no necesitaba palabras.
―Eh... Esperaré fuera. ―Obito salió rápidamente por la puerta y la cerró a su espalda, dando un portazo.
No me importaba que mi hermano me viera con los pantalones bajados. La única que me importaba era Botón, que estaba oculta y a salvo bajo mi chaqueta, con el sexo goteante de mi semen.
―¿Se ha ido ya? ―susurró.
―Sí. ―Le quité la chaqueta de encima y luego me subí los pantalones.
―¿No llama a la puerta?
―Nunca. ―Me abroché el cinturón y después me abotoné la camisa.
―Menudo cretino. ―Se puso rápidamente el tanga y después cogió los vaqueros―. A lo mejor tendrías que cerrarla con pestillo.
―No. Sólo tengo que romperle la nariz.
Botón recompuso su aspecto para que no pareciera que acababa de echar un polvo sobre mi escritorio. Se arregló el cabello con la punta de los dedos y después se abotonó la parte delantera de la blusa.
―Bueno... Debería volver al trabajo. No estoy segura de cómo voy a conseguir mirar a Susan.
―Ella ya sabe lo que hacemos aquí.
Botón suspiró antes de salir.
―Le daré una patada en los huevos a Obito al salir.
―Esa es mi chica. ―Me puse la chaqueta antes de sentarme detrás de mi mesa.
Obito entró un segundo después, con expresión culpable como un perro que acabara de hacerse pis en la esquina. Cerró la puerta tras de sí y se aproximó lentamente a mi mesa.
–De acuerdo... A partir de ahora, llamaré.
―Si la próxima vez no llamas, te mataré.
―La visión de tu culo ha sido castigo suficiente.
―Entonces no vuelvas a hacer eso.
Obito se sentó.
―Bueno, ¿qué demonios es tan importante? ―exigí saber, frustrado porque mi esposa hubiera tenido que marcharse a toda prisa, antes de haber podido darle un beso de despedida. Era de bastante mala educación correrse dentro de una mujer y largarla luego así, con semen resbalándole por el trasero.
―Me ha llamado Madara ―reveló con un suspiro.
O sea, que sí que era importante.
―Cuéntamelo sin rodeos.
―Profirió algunas amenazas veladas. Dijo que no estaba seguro de que hubiera espacio para todos.
Me froté la sien.
–¿Y tú qué le dijiste?
―Le dije que podíamos entablar una asociación pacífica que nos beneficiaría a ambos.
―¿Y él qué te dijo?
―No está seguro de que sea lo que él quiere. Así que le recordé lo que le hicimos a Bones, asegurándole que no tendríamos ningún problema en volver a hacerlo.
Entrecerré los ojos mirando a mi hermano.
―¿Amenazaste al líder de un grupo que desuella las cabezas de sus víctimas? ―No pude mantener la voz baja, ni siquiera por Susan―. ¿Te has vuelto loco de remate?
―Sé cómo trabajan estos tipos ―contestó―. Confía en mí.
―¿Que confíe en ti? ―saltó―. Acabas de irrumpir aquí como un idiota.
―Eso no quiere decir que lo sea. Sólo da la impresión de que no entiendo la privacidad. Son dos cosas diferentes.
Me pasé las manos por la cara, sintiendo la ira hirviéndome debajo de la piel.
–Y si no le plantamos cara, sabrá que puede avasallarnos.
―Pues que lo haga.
La mirada de Obito se ensombreció de desilusión.
―Entiendo que ahora eres un hombre casado, pero eso no nos convierte en unos nenazas. Nosotros no permitimos que nadie nos mangonee.
―Acabo de terminar una guerra. No tengo la energía necesaria para meterme en otra.
―Pero si viene a llamar a nuestra puerta, no podemos ignorarla.
―Si quiere ser el único traficante de armas de este hemisferio, déjale que lo sea ―rebatí yo―. No es tan importante. No merece la pena luchar por eso.
―Nuestro negocio es toda mi vida ―dijo Obito―. Es todo lo tengo. No puedo renunciar a ello.
¿Necesitaba recordarle a qué nos enfrentábamos?
―Desuellan a sus víctimas y coleccionan sus cráneos. ¿Entiendes lo que quiere decir eso?
Obito puso los ojos en blanco.
–Sólo cuando se lo encargan.
―¿Y qué pasa si se encargan a sí mismos eliminarnos? ―solté yo―. Tengo esposa, Obito. Sé que tú no entiendes lo que eso significa, pero no puedo permitir que nada le suceda. Ya ha pasado por bastante. No voy a arrastrarla por otro suplicio por un negocio que ni siquiera me importa. Así que, ¿por qué no te encargas tú de él, y yo me retiro?
Me dedicó una mirada de incredulidad.
―¿Me darías la espalda de esa manera? ¿A tu hermano?
―No te estoy dando la espalda. Sabes que mi situación ha cambiado.
―¿Quién arriesgó el cuello para salvar a tu mujer? –quiso saber él.
―¿Y quién fue el que casi la mata al principio? ―Nada justificaba que me hablase como si yo le debiera algo.
Obito suspiró y sacudió la cabeza.
―Estamos hablando de un negocio de mil millones de dólares.
―Obito, tenemos dinero. Los dos tenemos tanto dinero que no sabemos qué hacer con él.
―¿Pero vamos a permitir que un matón venido a más llegue y se haga con el control? ―Obito se inclinó sobre mi mesa―. Somos Uchiha. Nosotros no la cagamos así. Peleamos por lo que es nuestro y no nos detenemos jamás.
―Pero estos no son los matones del recreo. Estos tíos son psicópatas. Tú has trabajado con ellos durante años, así que no le quites peso a su capacidad de ser malvados. Antes las mujeres y el orgullo eran importantes para mí, pero ahora que tengo una esposa, me he dado cuenta de que hay cosas más importantes en la vida. Quiero una vida tranquila, en la que podamos visitar lugares sin tener que estar todo el rato mirando por encima del hombro. Si nos retiramos, ¿sería de verdad el fin del mundo?
Obito sacudió la cabeza con la mandíbula apretada.
―Es que no me puedo creer que vayas a permitir que alguien nos eche así a un lado...
―No estoy permitiendo que nadie nos eche a un lado. Simplemente, el negocio no me importa lo bastante como para pelear por él. Si nos hiciera falta el dinero, la cosa sería diferente. Pero ambos tenemos riquezas de sobra para mantener a generaciones. Siempre puedes encontrar otra forma de ganar dinero. Entra conmigo en el negocio del vino. Es lucrativo a pesar de ser legal.
―No quiero entrar en el negocio contigo, Sasuke. Y el vino no me importa una mierda.
―Pues bien que te gusta bebértelo.
–Sabes que prefiero el whisky.
―Pues entonces entra en el negocio del whisky. Puedes hablar de ello con Indra.
Él se frotó ambas sienes al mismo tiempo.
―¿Pero qué coño te ha pasado, tío? Antes nada te daba miedo. Ahora eres como un perro con el rabo entre las piernas.
Si él tuviera algo tan valioso como lo que tenía yo, lo entendería. Pero dado que no le quedaría nadie cuando Temari se marchase, estaría solo en su mansión, asfixiado por sus propios pensamientos. No quería el negocio por el dinero, sino para tener un propósito.
–A mí no me da miedo nada... algo que me preocupa. Pero sí temo por Sakura. Cuando me casé con ella, prometí cuidarla. Si Madara quiere ir a la guerra, intentará diezmarnos. Y tú sabes bien que Sakura será el principal objetivo. Es la única persona en el mundo por la que nos preocupamos, además de Lars.
Obito bajó la cabeza, sabiendo que yo tenía razón.
―Tú me dijiste que querías a Sakura como a una hermana, y que harías lo que fuera por ella. Te picó que te dijera que no quería que estuvieras a solas con ella.
Obito me miró.
―Así que demuéstralo. Protégela.
Volvió a bajar la vista al suelo, con la irritación bailando en sus ojos.
―No es lo mismo. Estamos hablando de nuestro negocio. Nos dedicábamos a ello mucho antes de que Sakura apareciese.
―Y fue este negocio el que le costó la vida a Naori. –¿Tenía que recordar a mi hermano cómo habíamos perdido a nuestra única hermana? Si no hubiéramos seguido en el negocio de las armas, no habríamos acabado siendo la única competencia directa de Bones. La guerra entre clanes habría terminado. Podríamos haberle puesto fin retirándonos... pero no lo hicimos―. No pienso permitir que le pase lo mismo a mi esposa. He aprendido la lección.
Él se reclinó en la silla y miró por la ventana, ignorando mi silueta frente a él. Tenía la mandíbula firmemente apretada y una barba cada vez más cerrada, porque llevaba un tiempo sin afeitarse.
―Entiendo lo que me dices. Ahora mismo nuestra familia es muy reducida, y no quiero que se reduzca aún más. Pero permitir que alguien nos mangonee así va contra todo en lo que creo. Prefiero morir luchando que rendirme.
―Si fuese otro enemigo, estaría de acuerdo contigo. Pero estos tíos son más aterradores que Bones. Él era un aburrido en comparación con ellos. Además, sólo era uno. Estos son doce... todos igual de sádicos.
Obito asintió, de acuerdo conmigo.
―Con lo cual, aunque tengamos a todos los hombres y las armas a nuestra disposición, seguiría siendo posible que perdiéramos. Sé que esos tíos están locos, pero también son muy listos. Sólo somos dos, Obito. Tendría que enviar a Sakura a alguna parte en la que no pudieran encontrarla hasta que todos estuvieran muertos. Y puede que no lográramos matarlos a todos, o que aquellos a los que matemos tengan alguien que les vengue. Por eso, ¿merece realmente la pena?
–¿Qué sugieres, entonces? ¿Si nos empujan, nos apartamos?
Asentí.
―No tenemos más remedio. Ya no somos dos solteros.
―Esa fue decisión tuya, no mía.
―Te guste o no, es tu hermana. Puede que algún día aumente nuestra familia y el apellido Uchiha continúe después de mi muerte. Los dos sabemos que tú no vas a tener hijos.
―Oye ―dijo él a la defensiva―. Podría suceder.
Puse los ojos en blanco.
―Consigue primero una esposa y reconsideraré mis palabras. ―Temari era lo más parecido a una novia que le había visto tener. Pero tenía fecha de caducidad... Una que se acercaba a toda velocidad.
―Tengo que pensar en ello... ―Volvió a mirar por la ventana, con la mandíbula bien apretada―. A lo mejor acaba aquí la conversación. Quizá entienda que hay trabajo suficiente para ambos. No tiene por qué haber un conflicto de intereses si nosotros no lo creamos.
―Puede ser.
Se levantó de la silla, evitando a propósito aproximarse a mi escritorio.
―No quiero acercarme a eso... ―Se encaminó hacia la puerta con ambas manos levantadas―. Sabes, deberías probar a cerrar la puerta con pestillo alguna vez.
–Y tú deberías probar a llamar.
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―GRACIAS POR TRAERME. ―COMO TODOS LOS DÍAS, TEMARI PRONUNCIÓ LAS MISMAS PALABRAS antes de salir del coche.
―De nada, Temari. ―No me esforzaba especialmente por ser agradable con aquella mujer, pero sí le demostraba mi respeto siempre que tenía ocasión. La llamaba por su nombre, ofreciéndole la atención que merecía. Estaba a punto de volver a una auténtica pesadilla, un destino del que mi esposa había logrado escapar.
Habría sido tan fácil que cada una estuviera en el lugar de la otra que pensarlo me ponía enfermo.
Botón se despidió con la mano mientras nos alejábamos.
Temari utilizó la llave que le había dado Obito y entró en la casa.
Yo salí de la rotonda y conduje de vuelta a nuestra finca, a sólo unos kilómetros de distancia. Obito y yo siempre habíamos estado cerca el uno del otro, incluso cuando él vivía en Florencia. Y aunque nos llevábamos mal casi todo el tiempo, siempre teníamos que estar cerca del otro. Hacerlo había salvado nuestras vidas en varias ocasiones.
Botón miró por la ventana con las gafas de sol colgadas de la nariz.
–¿De qué quería hablarte Obito?
―Trabajo. ―No pensaba contarle nada. Sólo lograría asustarla.
―¿Y por qué no te ha llamado y ya está?
Odiaba cuando se ponía a analizarlo todo. Era inteligente, y aquello me gustaba casi siempre, pero no en momentos como aquel.
―Quería ver qué tal estaba Temari.
―Pero si nunca se pasa.
―A lo mejor es simplemente que no lo has visto. Estabas desnuda sobre mi mesa, ¿te acuerdas?
―Como si pudiera olvidarlo. Tuve que ir sin bragas el resto del día porque estaban manchadas...
Sonreí como el capullo arrogante que era.
Botón me pegó juguetonamente en el brazo.
―Si no hubiera tenido que salir de allí corriendo como una golfa, eso no habría sucedido...
―A lo mejor Obito debería interrumpirnos más a menudo.
Volvió a darme una palmada en el brazo.
―Sabes que antes o después vas a tener que decirme lo que está pasando. ¿Por qué lo sigues retrasando?
―¿Por qué tengo que contarte nada? ―la desafié―. No es asunto tuyo.
―Que no es asunto mío, ¿eh? ―respondió―. O sea, ¿que mi seguridad y mi estabilidad financiera no son asunto mío?
―¿Qué te hace suponer que tiene nada que ver con cualquiera de esas cosas?
―Que Obito estaba pálido como la cera ―contestó―. Me estás ocultando algo gordo. Lo noto.
Era prácticamente una detective.
―Así que lo mismo te da contármelo. Le pediré a Temari que se lo saque a Obito, si tengo que hacerlo.
Y él sin duda se lo contaría a cambio de sexo.
Me miró a través de sus gafas de sol oscuras.
―Sasuke.
Yo volaba a través de los campos, conduciendo a más de treinta kilómetros por hora por encima del límite de velocidad, según tenía por costumbre.
―¿Te acuerdas cuando te comenté que antes o después alguien ocuparía el lugar de aquel pedazo de mierda?
―Sí...
―Bien, pues ya lo ha hecho alguien. Obito conoce al grupo. Los Akatsuki.
―¿De verdad los llama así la gente? ―preguntó con incredulidad.
―Y por una buena razón. Desuellan las cabezas de sus víctimas y se quedan con los cráneos.
Sus mejillas palidecieron al instante.
―Son un grupo de asesinos entrenados para matar por encargo. No tienen ninguna política de devolución, porque nunca fallan el tiro. Son conocidos por su brutalidad. Aceptan cualquier trabajo, aunque se trate de una persona inocente. A sus ojos, no existe el bien y el mal. Sólo los vivos y los muertos.
La intensa luz de Botón se había extinguido al entender lo peligrosos que eran aquellos hombres como enemigos.
―¿Cómo lo has averiguado?
―Obito solía ser su duodécimo hombre.
Las gafas de sol ocultaron en parte su reacción, pero era evidente que se le había puesto la cara larga.
―¿Obito?
Asentí.
―Fue hace casi diez años. Necesitaba el dinero. Los golpes se pagan bien.
–O sea, ¿que mataba a gente?
―Sí. A un montón.
―¿Desollaba cabezas de personas? ―preguntó con incredulidad.
―Bueno, esa parte no. Madara prefiere hacerlo él...
Miró por la ventana con los dedos apoyados contra la boca. Se puso aún más pálida, casi como si fuera a desmayarse.
―Obito me ha contado que se han hecho con el control, y que no les alegra demasiado compartir el negocio con nosotros.
―¿Qué quiere decir eso? ―susurró.
Al contrario que la mayoría de las esposas, ella no quería vivir en una bendita ignorancia.
―Es posible que Madara quiera que nos retiremos del negocio de las armas.
–¿Y qué pasa si es así?
―Entonces nos veremos obligados a hacerlo.
―¿Y no pelearemos? ―preguntó.
―No. No merece la pena.
―¿Obito también lo piensa?
Medité mi respuesta antes de contestar.
―Está indeciso.
―¿Indeciso? ―preguntó―. Eso no le pega nada. Siempre tiene una opinión tajante sobre todo.
Mantuve los ojos en la carretera, divisando nuestra casa en la distancia. Sakura se volvió hacia mí cuando no respondí.
―Él quiere pelear, ¿no es cierto?
―Da igual lo que él quiera. Le dije que yo me retiraría llegado el caso.
–¿Que te retirarías? ¿Quieres decir que no lo ayudarías?
―Quiero decir que saldría de ese negocio y no volvería a tener nada que ver con él.
―¿Por qué no querrías ayudarlo? También es tu negocio, Sasuke.
Aparté los ojos de la carretera para mirarla.
―Sabes exactamente por qué, Botón. Ya vivimos un infierno con Bones. No pienso volver a pasar por algo así. No pienso volver a ponerte en peligro.
–Pero ese negocio es tu vida.
―No es más que dinero. Mi vida eres tú. ―Le puse la mano encima del muslo―. Puedo dedicarme a hacer vino todo el día y volver a casa contigo. Con eso me basta.
Ella sonrió antes de cubrir mi mano con la suya, rodeándola con sus cálidos dedos.
―Eso es muy bonito, Sasuke, pero no creo que puedas hacerle algo así a tu hermano. Tienes que apoyarlo... pase lo que pase. O bien os retiráis los dos, o peleáis juntos.
–No.
―Hasta si te retiras del negocio, eso no quiere decir que los Akatsuki no vengan a por nosotros. Los dos somos muy importantes para Obito. Podrían utilizarnos a ambos para conseguir lo que quieren. Tenemos que estar en esto juntos... los tres. .
.
.
NO PUDE DORMIR.
Tuve una pesadilla... y esta vez no era sobre Bones.
Era sobre Madara y los Akatsuki, gente a la que no podía poner rostro. Pero en mi imaginación, eran aterradores. Me arrebataban todo lo que me era querido. Se llevaban a mi hermano... y después se llevaban a mi mujer. La veía inmovilizada sobre la cama mientras se la turnaban... y me obligaban a mirar.
Me levanté sudando febrilmente y me dirigí a mi despacho. Era una noche fría, así que encendí un fuego y cogí mi licorera de whisky. Aunque no tenía frío, me senté en el sofá frente al fuego y contemplé las llamas danzar. Me distraían lo suficiente para aclarar mis ideas, para impedirme pensar en las cosas espantosas que mis pesadillas acababan de obligarme a presenciar.
Utilizaba el whisky como muleta, apoyándome en él para no derrumbarme. Había sido mi amigo en todos los momentos difíciles. Nuestra relación había empezado cuando yo tenía dieciséis años. Ni siquiera era un hombre todavía cuando empecé a confiar en el alcohol para ayudarme a vivir mi vida.
Era un alcohólico. Lo admitía. Nadie me daba la tabarra con ello porque era capaz de controlar mi genio, al contrario que la mayoría. Ocultaba los síntomas habituales para poder beber todo lo que quisiera... hasta que mi mujer me cortó el grifo.
Estuve allí sentado durante una hora, con los ojos de párpados pesados clavados en las llamas mientras consumían la leña hasta reducirla a brasas.
La puerta se entreabrió y por ella asomó la cabeza de Botón. Se había puesto una de mis camisetas de algodón. Era cinco tallas demasiado grande y le llegaba por las rodillas. Entró y me miró fijamente, con el pelo revuelto por el modo en que se lo había agarrado con los puños antes de irnos a dormir. Ahora que casi me habían arrebatado una vez más a mi esposa, la atesoraba aún más. Hacía el amor con ella todo lo posible. Nunca se podía saber cuánto tiempo tendríamos en este mundo, así que debía lograr que cada minuto contara.
Botón me cogió el vaso de la mano y se lo llevó a los labios. Se terminó la mitad del vaso de un solo trago, evidentemente para dejar clara su opinión, porque ya me había hecho saber que mi bebida favorita no le gustaba nada. Dejó el vaso vacío en la mesa y se sentó a mi lado. Había una manta sobre el respaldo del sofá, así que se la echó sobre los muslos para abrigarse.
Yo no quería que tuviese frío, así que metí otro tronco en el fuego, azotando las brasas para avivarlo otra vez. Me limpié las palmas en los pantalones de chándal y volví a mi sitio, sintiendo la mirada de mi esposa sobre mí.
–¿No puedes dormir? ―me susurró.
–Supongo que no.
–Sasuke ―insistió.
―He tenido una pesadilla... No he podido volverme a dormir.
―¿Quieres hablar de ello?
―Ni lo más mínimo. ―Me rellené el vaso y di otro trago.
―¿Cuántos de esos te has tomado?
―Demasiados.
No continuó con la discusión, consciente de que yo estaba de muy mal humor.
―No puedo dormir si tú no estás a mi lado.
―¿Qué hiciste cuando estuvimos días sin dormir juntos?
―Casi no dormía ―dijo con sencillez―. Sólo conseguía dormir algunas horas aquí y allá. Luego echaba una siesta a mitad del día.
Yo no había dormido mejor que ella, pero al menos no tenía estas pesadillas.
―Como ya no estoy durmiendo, he pensado que quizá querrías compañía.
Siempre me encantaba que estuviera conmigo. No lo demostraba demasiado bien porque me solía comportar como un capullo casi todo el tiempo, pero agradecía de verdad su compañía. Era una de las pocas personas que había sufrido tanto como yo, que había perdido a gente como yo.
Giró el rostro hacia mí y me observó, estudiándome con la mirada como si sus ojos pensaran por su cuenta. Sus emociones resultaban obvias en la superficie. Aun cuando no dijera nada, yo era capaz de saber lo que estaba pensando.
Ella también era capaz de saber lo que estaba pensando yo.
―¿Tienes miedo? ―preguntó.
―Yo nunca tengo miedo, Botón.
―Todo el mundo tiene miedo alguna vez.
―Por mí no me importa. He hecho las paces con la muerte hace mucho tiempo. Vendrá a por mí y yo no opondré resistencia. Lo único que me importa eres tú. Perderte es lo que me asusta. Eres lo más maravilloso que me ha pasado nunca... pero también lo peor. Tengo algo que valoro más que cualquier otra cosa de las que tengo. Eres inestimable, irreemplazable. Ese es el tipo de cosas que me asustan. Todo el mundo sabe que te adoro. Mis enemigos saben que eres mi mundo entero. Podrían desposeerme de todo lo que tengo y no harían mella en mí. Pero si te pusieran una mano encima... eso me mataría. ―Yo contemplaba las llamas, incapaz de mirarla a los ojos―. Así que Obito se va a retirar, aunque tengamos que obligarlo. Tú y yo nos merecemos una vida tranquila juntos. Una en la que no nos asuste ser libres.
―¿Y qué pasa si retirarnos hace que vengan a por vosotros con más ganas? ―preguntó―. ¿Si le parecéis débiles, así que decide quedarse con todo lo que tenéis?
―Retirarse de un negocio que lleva años siendo rentable no es debilidad. Es jubilación.
―¿Entonces crees que es la mejor opción?
–Es la única opción que tenemos.
Botón se acercó más a mí en el sofá y me apoyó la barbilla en el hombro. Me rodeó la cintura con un brazo y se acurrucó a mi lado. Su respiración regular me resultaba de gran consuelo, un ritmo melódico que ahuyentaba mis temores.
―Nadie puede separarnos, Sasuke. Bones intentó alejarme de ti y no lo consiguió. Estos hombres tampoco lo conseguirán.
