Me adjudico todos los errores ortográficos y/o gramaticales que puedan encontrar en el capítulo.


Nota: Buenas noches, debido a que el capítulo quedó demasiado largo decidí dividir en dos partes, así que no se sorprendan sino aparece la parte del adelanto, ya esa parte viene incluida en el próximo capítulo que por única ocasión lo traeré el sábado.


Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

PAPÁ QUIERE HUIR

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― Oh, cariño ―mamá apretó mi mejilla― Edward es un amor. Tan lindo, justo lo que pedí para ti y mis nietos.

― Mamá, déjame explicarte ―pedí, caminando detrás de ella. Es que no podía ser que toda la familia estuviera confundida y creyeran que Edward se casaría conmigo.

― ¿Y será que de verdad hay boda? ―cizañó tía Sue bebiendo un martini a esta hora del día. La miré feo, pero por supuesto que no le importó y siguió nuestros pasos a la cochera donde los autos estaban listos con él equipaje de viaje de mi familia―. Mira que así me dijeron a mí ―continuó agitando el cascabel de veneno mi tía― ya ves que nunca ocurrió.

Señor, dame paciencia porque a veces quiero apretar su cuello sin importar que haya lazos familiares, recé.

― Lo bueno tía, sino te hubieras llevado la terrible decepción de volver a casa al segundo día de casados ―mordí quedamente mi lengua sintiéndome mejor. Ella solo abrió su boca y no dijo más, subiendo a la parte trasera del coche.

― Mami, Edward y yo… ―empecé a decir. Siendo Renee se subió al auto y empezó a retocar su maquillaje; primero la máscara, tres capas más mientras estiraba los labios de forma graciosa―. Solo tuvimos sexo de una noche ―revelé―, bueno toda la noche, pero fue solo una vez ―tampoco mencionaré la última vez porque no cuenta.

Renee se paralizó y la máscara se corrió debajo del ojo. Giró levemente su cabeza en mi dirección, ella tenía una gran mancha negra.

― ¿Quieres decir que… fue un encuentro casual? ―inquirió, dejando su boca abierta.

Me sentí avergonzada, pero de igual modo asentí.

― Es sumamente romántico, cariño ―respondió alegremente soñadora.

Mis hombros cayeron. Renee era imposible, siempre buscando el lado dulce de lo salado. Ella simplemente no podía darme un regaño ni una llamada de atención porque en su vocabulario no existía reprenderme, para mamá yo era tan perfecta así como era.

― Mamá, ¿comprendes lo que quiero decir?

Ella asintió mirándose en el espejo de la visera y con una toallita húmeda quitó la mancha de su blanquecina piel de porcelana. De pronto agitó su mano fuera del auto y muy sonriente grito:

― ¡Adiós, hijo! ¡Te veré en tres semanas! ―exclamó―. ¡Traeré recuerdos!

Edward tropezó yendo a su propio vehículo, desconcertado solo levantó la mano imitando a mamá en un saludo forzado.

¡Un momento! ¿Se fue sin despedirse? ¿por qué?

Papá llegó y abrazó mis hombros. Se veía emocionado y un tanto orgulloso casi rayando en la fanfarronería.

― Edward es un buen chico, tesoro. Hiciste buena elección ―dejó un beso en mi sien―. Cuídate y procura vigilar a las nutrias. Estaré dejándote mensajes de texto todos los días.

― Hasta pronto, cariño ―mamá sopló un beso.

En el asiento trasero tía Sue agitó su mano sin quitar su gran sonrisa presumida. Después el coche arrancó su marcha fuera de los límites de la casa de mis padres.

― Nosotros también nos vamos ―mencionó Félix con mis bebés en cada hombro, les dio besos en las mejillas y los puso sobre sus pies antes de darme un fuerte abrazo―. Cuídate, enana. Aunque creo que ya tienes quién te cuide ―guiñó su ojo derecho.

Kate se aproximó y me abrazó con mucho cariño y exceso de fuerza a pesar de traer su gran sombrero de playa en la cabeza.

― Creo que asustaron a Edward ―murmuré.

― Para nada ―dijo Kate sujetando mis manos, en ningún momento se quitó sus gafas de sol―. Edward se muere por ti, te saborea con la mirada, Bella. ¿No puede creer que no te des cuenta?

¡Claro que me daba cuenta! Solo que una cosa era atraccion y otra muy distinta querer algo en serio.

― Nos gustamos, ambos lo aceptamos ―le confesé a mi mejor amiga.

― ¿Y…? ―instó ella, tan desesperada por saber información.

― Y nada. No me dijo más. Además se fue sin despedirse de mí.

Se quitó las gafas entrecerrando sus ojos de inmediato por la resolana.

― Tienes a tu favor que quiere llevarte a la cama ―dijo en voz baja.

― Quizá es lo único que quiere ―respondí ceñuda.

Kate jugueteó con mi cabello.

― Mira, nena, te daré un par de consejos ―meditó con una sonrisa― vuelvelo loco.

Fruncí mis cejas. Ella resopló y sacudió su cabeza permitiendo que rizos desordenados color rojizo se movieran sobre sus hombros.

― Bella, Bella, necesitas ser más conocedora de hombres. Obvio Edward está loquito por ti y no dudará en quererse acostar contigo ―me dio guiño― recuerda que casi lo logra de nuevo.

El claxon de la camioneta de ellos sonó fuertemente. Volteé y vi que Félix le hacía una seña que se apurara.

Kate solo rodó los ojos.

― Como te decía ―continuó sin importar la desesperación de su marido―. Edward lo intentará muchas veces más, tú serás fuerte y no caerás, esa es tu arma.

― ¿Ni siquiera un beso? ―pregunté con descaro.

― Bien, puedes darle solo besos y dejarlo con ganas de más. ¿Me estás entendiendo?

Asentí.

― A este plan le llamaremos "operación pitufo" ―volvió a darme un guiño.

― ¿Pitufo?

― Por las bolas azules que le sacarás ―movió sus cejas rojizas de forma pícara― ¿veremos cuánto aguanta, nena?

― Pero soy débil ―me excusé.

― Nada de debilidad, esto es una lucha contra la testosterona masculina. Tienes todo para ganar, solo dominalo ―me abrazó con cariño― me voy, ―se despidió― nos esperan unas tranquilas vacaciones en Hawai, y tal vez regresemos tres.

― ¡Oh, por Dios! ―chillé―. ¿Hablas en serio?

― Demasiado en serio, nena. Queremos un bebé y empezaremos a buscarlo.

― Practiquen mucho ―aconsejé.

― Así lo haremos, te veo pronto ―agitó su mano antes de subir a la camioneta. Félix también agitó su mano arrancando deprisa.

Bueno. Todos se habían marchado y no los vería por tres semanas.

Ellos disfrutando y yo trabajando y cuidando de mis bebés.

Genial.

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Apreté más fuerte el lazo de mi bata mientras de puntillas miraba por la mirilla de la puerta: un hombre desconocido saludó hacia la luz y me señalaba a un Edward tambaleándose.

Cubrí mi boca.

¿Qué hacía Edward en casa a las 3 am?

¡Anda, ábrele!, quizá quiera calor de hembra. Mi conciencia empezaba a sacar mil conjeturas en un tonto pretexto por dejarlo entrar.

Sacudí mi cabeza. Desde luego que no lo iba a recibir después de alejarse por una semana, ¿quién se creía?

El timbre volvió a sonar incesante.

Fruncí mis cejas debatiéndome entre abrir y no.

Era débil y lo primero que hice fue abrirle a los pocos segundos.

Edward apenas me reconoció y se echó a mis brazos. O mejor dicho, se abalanzó sobre mi cuerpo dejándome caer gran parte de su peso.

— Mi Bella —logró decir entre hipidos— mía…, mía.

Jadeé, soportando su peso.

¡Lo que me faltaba! Edward era un borracho.

Iba a rodar los ojos, pero el señor taxista lo hizo por mí.

— Seño…—junté mis cejas ante la recortada palabra 'señora'— no sé qué le habrá hecho a su marido —dijo el buen hombre asegurando que Edward y yo éramos pareja—. Me ha traído recorriendo toda la ciudad en busca de su casa y cada que pasábamos por aquí solo decía que no quería llegar y, a los pocos segundos cambiaba de opinión diciendo que sería padre y que debía llegar. La mera verdad resultó ser bastante fastidioso el borrachito, pues me gastó más del medio tanque de gas ¿quién me pagará?

— Es que… —trastabillé, junto a Edward—, él no vive aquí.

— Él dijo que usted era su mujer —explicó con paciencia y sumamente enterado de todo— que tiempo atrás se habían conocido en un bar y que pronto iban a tener un hijo… Mmm, también dijo que era su esposa.

Boqueé.

Edward era un bocanazo, ¿cómo se atrevía a contarle a un desconocido lo ocurrido? Debería soltarlo y dejar que se parta esa cabeza contra el piso, quizá haciéndose un buen chichote se olvide de andar contando intimidades.

— Le pagaré el recorrido —murmuré cuando Edward me arrinconó entre la pared y su cuerpo. No tardó en que sus manos codiciosas comenzaran a vagar por mis caderas mientras tenía su rostro enterrado en mi cuello, estaba mordisqueando mi piel. ¿Qué le pasaba?

Intenté empujarlo y fue en vano. El lánguido cuerpo de Edward parecía quererse soldar al mío.

— ¿Me van a pagar o no?

Recordé que el señor taxista era un completo espectador. Asomé mi cabeza entre el brazo y el costado de Edward.

— ¿Puede venir mañana? —inquirí.

— ¿Seño, por qué no lleva a su borracho dentro y trae mi dinero? Aquí la espero. —Se cruzó de brazos y se recargó en su taxi— acepto tarjeta.

Bufé.

Edward seguía mordisqueando mi cuello y degustando a su antojo esa área como si fuese un filet mignon.

Caminé hacia atrás con el encima de mí tumbandome en el sofá a la primera oportunidad. No tuve tiempo de hacer ningún aspaviento cuando su cuerpo cubrió el mío porque sus labios avasallaron mi boca con fiereza haciéndome olvidar mi nombre.

Respiré de forma entrecortada al abandonar mi boca y seguir su camino hacia mi mandíbula y cuello provocando escalofríos al presionar sus caderas con las mías y empezar un leve movimiento. La fricción era placentera.

― Eres mía ―murmuró posesivo, arrastrando sus palabras― solo mía. ¡Dilo! ―ordenó

Presa del deseo solo asentí sin abrir mis ojos, mi boca seguía entreabierta mientras mi cuerpo se dejaba rendir a las caricias que Edward tan fervientemente me daba.

Suspiré.

Y sin mostrar ni un poco de pudor abrí mis piernas para acunar su cuerpo. Sus manos no tardaron en ahuecar mis senos y masajearlos sin dejar de provocar esa deliciosa fricción entre nuestras pelvis dejándome sentir lo grande y duro que estaba.

La operación pitufo podía irse al carajo.

¡Sí, que se vaya! Canturreaba mi conciencia.

Edward no se detuvo ni un momento y una de sus manos vagó por mi muslo y siguió bajo mi bata hasta llegar…

Abrí mis ojos.

Lo hice al instante que sentí un dedo adentrarse en mi resbaladiza entrada.

Reuniendo mi fuerza lo empujé. Lo hice con mis manos y piernas.

No supe cómo, pero él cayó al piso, se había rodado.

Cubrí mi boca.

Pobre. Se estaba sobando la cabeza y miraba hacia todos lados. Parecía desorientado.

No perdí tiempo fui por mi tarjeta y pagué al taxista que solo miraba con fastidio. Cuando volví Edward no estaba en la sala de estar, caminé a las habitaciones y lo vi cómodamente tumbado en mi cama. Apenas me vio entrar y se apoyó sobre sus codos, intentaba ponerse de pie y no podía lograrlo.

Rendido se desabrochó su pantalón y comenzó a patalear hasta quitarlo. Luego le siguió su camisa y se rindió a medio desabotonar.

― Bella ―me llamó y alargó su mano en mi dirección― ven conmigo.

Me acerqué subiendo a la cama, me puse de rodillas, mirándolo. Era tan guapo aunque pareciera un desparpajo.

― Me gustas mucho ―dijo, mientras su mano acariciaba mi rostro.

Quería ilusionarme, en cambio no lo hice porque sabía para qué le gustaba.

― He… he pensado toda la semana en ti ―murmuró, casi con los ojos cerrados― en mi bebé ¡Dios, seré padre! ―frotó su rostro― quiero… quiero llevarte conmigo. Casarnos y…

Sonreí tristemente.

Estaba completamente ahogado de borracho.

― Duerme ―le dije, ya no quería escuchar más mentiras.

Me puse a desabotonar su camisa y lo libré de ella.

No pasaron ni dos minutos que cerró sus párpados, di media vuelta porque no compartiría mi cama con él, dormiría en la habitación de huéspedes. Fue entonces que sujetó mi mano impidiendo marcharme.

― Quiero ver a las nutrias ―pidió, incorporándose.

Lo detuve con mis manos en su pecho.

― Mierda. Todo da vueltas ―dijo, cerrando sus ojos fuertemente― no sueltes mi mano, amor.

Sonreí.

Empezó a reír y reí al verlo. Junté mis cejas al seguir escuchando su melodiosa risa y no pude evitar reír más fuerte al escuchar sus carcajadas ahogadas y ese sonido extraño, parecía que se había comido un cerdo.

Entonces reí más fuerte, tanto, que sostuve mi estómago y débiles lágrimas empezaron a salir de mis ojos.

La risa de Edward era lo más cómico que había escuchado en mi vida.

Era de un gracioso cerdo asmático. Tenía una necesidad profunda de contarle a Kate, seguro no iba a creerme.

― Te ríes de mí ¿eh? ―tiró de mi brazo llevándome bajo su cuerpo.

Dejé de reír por su cercanía.

― Quiero besarte ―susurró, frotando su nariz con la mía, mi corazón empezó una loca carrera.

Se fuerte Bella, me dije.

Dale gusto al cuerpo, ¡total, ya estamos en la cama! Mi conciencia no media límites.

― Me gustas, Bella ―arrastró su nariz por mi cuello, gemí. Les dije que era débil―. Eres tan tierna, tan suave ―pasó una de sus palmas por mi muslo desnudo y temblé― tan mía.

Quería más de su toque, lo necesitaba. Mucho.

Casi me arqueé, ofreciéndome. Era una total desvergonzada.

Traté de calmar mi respiración que se había vuelto errática y sin haber sido tocada.

Compórtate Bella, deja de ser una fácil. Todo con calma, me regañé

¿Cuál calma? Eres libre, él también, se mueve delicioso y lo tiene grande y aparte tendrás un hijo suyo, ¿qué hay de malo? Él es un flaco bien dotado y caliente. Debatió mi conciencia, y yo… yo esta vez la quería dejar ganar.

Cerré mis ojos fuertemente cuando su boca empezó a besar mi cuello.

Señor, dame fuerza… porque soy débil, muy débil.

Arrastró su nariz por el tirante de mi ligero camisón de seda y descubrió un seno para empezar a degustar con su boca y lengua.

Mi cuerpo se agitó, tenía completamente mi espalda arqueada hacia él.

Operación pitufo, una voz susurrante y muy parecida a la de Kate habló en mi cabeza.

Lo pateé. Quizá ya lo había dejado sin descendencia.

― ¡No! ―chillé― ¡No quiero!

Edward cubrió sus bolas con una mano y se sujetó de las sábanas ganando su peso al estar en la orilla, cayó de espalda.

― ¡Oye! ―se quejó.

Yo sentía que estaba viviendo un déjà vu.

Le tendí mi mano y lo ayudé a incorporarse, tambaleándose se subió a la cama.

Mi boca se abrió al ver el bulto en su boxer oscuro. Se veía bien, bastante antojable.

Tal vez un día pase mi mano sin querer, tal vez.

Se quedó dormido al cabo de cinco minutos porque los bajos ronquidos empezaron a salir de su garganta haciéndome sonreír.

Esta vez bajé de la cama y me recosté en el sofá de mi habitación; me ovillé, cerrando los ojos.

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― Bella.

La preocupada voz de Edward llegó a mis oídos.

Abrí mis párpados y froté mis ojos al verlo delante de mí, acuclillado.

Me enderecé tratando de incorporarme, mi cuerpo se sentía entumecido debido a pasar la noche en el sofá.

― ¿Qué ocurre? ―pregunté con voz ronca.

Edward estaba completamente vestido y con su pelo húmedo ¿se había duchado?

― Bella, ¿cómo pudiste dejarme en la cama? Dormiste en un sofá por dejarme dormir a mí en tu cama ¿por qué lo hiciste? Ni siquiera debiste dejarme entrar en tu casa.

Parpadeé.

Edward de verdad estaba alterado.

Se frotó el rostro y empezó a caminar por toda la habitación, quise reírme al verlo tropezar varias veces. Suponía que era por no traer sus gafas de aumento.

― Hablemos ―presionó el puente de su nariz, tenía un semblante avergonzado―. Disculpame, Bella, te pido perdón por ser un patán contigo. No es mi intención haberte ofendido. Yo, simplemente no sé qué me sucede contigo.

― Te pusiste muy insistente en tener sexo y te pateé.

Las mejillas de su rostro se tiñeron de un precioso rosa. No podía creer que fuera el mismo hombre de anoche, no había duda que Edward borracho era sumamente sexoso.

― Es lo menos que me merecía. Debiste echarme fuera de tu casa, lo lamento.

Sujetó mi mano y me miró con profundidad.

― Discúlpame por no haber mostrado señales la semana pasada, en verdad necesitaba meditar mi próxima paternidad ―sonrió, acariciando mi mejilla con ternura―. Fui un irresponsable contigo y aunque juré nunca tener hijos ―estudió mi rostro― quiero ser un padre presente en la vida de mi hijo. Si tú me lo permites, claro.

― No voy a forzarte a nada ―respondí firme.

No podía culparla de tener pánico ante la llegada de un pequeño ser que dependerá de él y de mí.

― Me gustaría dejarte claro ―dije― que una cosa es que seas el padre y otra muy distinta que cada que se te antoje me quieras besar y llevarme a la cama.

― Entiendo.

― Me alegro que lo entiendas.

― No más besos, ¿verdad? ―indagó.

Negué.

La operación pitufo estaba en marcha.


¿Qué les pareció?

Disculpen por no poner sus nombres, aquí es muy noche. Nos leemos el sábado

¡Gracias totales por leer!