Un capítulo más de esta historia.
7. Un mal presentimiento
Uno de los placeres que Pacífica Noroeste escondería siempre a sus amigos y sus padres, era su tremendo gusto por la lectura. Ahí sentada, en un diván a la escasa luz de una lámpara —venga, que una chimenea es estúpida y cliché— estaba terminando el último capítulo de una novela que Dipper le había recomendado: "El halcón maltés", y si bien la novela policíaca nunca había sido de su gusto en particular, debía admitir que el chico Pines tenía buenos gustos literarios que incluso reflejaban un poco de su personalidad, la cual ya no le parecía tan lerda y desagradable. Hasta cierto punto, los misterios tenían su atractivo, aunque no tanto como las novelas que ella solía leer; novelas donde habitaban criaturas dentro de cuadros encantados, o donde una puerta en el tiempo se ubicaba en un restaurante de hamburguesas.
Sin embargo, aunque no quería admitirlo, esta noche se dedicaba a leer por el único motivo de que, en el fondo de su mente, de su corazón, podía percibir que algo iba mal. No se trataba solo porque era una noche tranquila donde ni siquiera soplaba el viento, sino que todo se sentía cargado de una opresión extraña, muy parecida a cuando Dipper la hizo enterarse de la historia repleta de traiciones que albergaba su familia, o las noches que miraba por la ventana de su habitación sintiéndose muy sola.
En todo caso, esta vez se dedicó a poner el libro en uno de los múltiples estantes colocados alrededor de la biblioteca de su mansión para luego estirar los huesos con bastante cansancio. Un tipo de fatiga que sólo podía imaginar como el de un trabajador común, porque, a pesar de la dolencia, no tenía ni un poco de sueño a pesar de ser poco más de las tres de la mañana. Revisó su celular y se dio cuenta de que no tenía notificaciones en Facebook, o bueno, no solo las típicas, solo un montón de corazones en las fotos que subía. Desde ahí, fue a su WhatsApp, solo para comprobar a qué hora fue la última conexión de Dipper, las 2:47am. Ya eran las 3:13am.
No quería ser molesta, pero sentía la necesidad de hablar con alguien; sus amigas jamás responderían a menos que se tratara de quedar para verse en algún sitio al día siguiente, o que las invitara a su mansión, de otro modo jamás contestarían una llamada suya. Además, no quería entrar en conversaciones triviales, sino que buscaba algún tipo de desahogo a su inquietud, que alguien le dijera que todo estaba bien. Y solo Dipper Pines podía llevar a cabo esa tarea. No tanto porque le parecía lindo o algo así, solo quería un par de oídos más serios.
Hubo algunos momentos de silencio después de que él contestara hasta que lo escuchó cerrar la puerta de alguna habitación en su casa, o bueno, uno de los tantos cuartuchos que tendría la Cabaña del Misterio.
— ¿Todo está bien, Paci? Son las tres de la mañana.
En su voz no escuchaba, reproche, sino cansancio y extrañeza. Igual que ella.
—Sólo quería hablar contigo un rato, ¿se puede? No quiero molestar, si quieres podemos hablar mañana.
—Para nada, de hecho, no puedo dormir.
—Oh, ¿un sueño interesante? ¿Al fin lograste atrapar a Pie Grande?
Ambos rieron un poco por la broma antes de que Dipper se recompusiera al exhalar con gracia y un poco menos de cansancio.
—A decir verdad, ¿puedo contarte algo?
La petición de Dipper lo sorprendió, ya que se habían invertido los papeles, quizás no fuera tan malo servir de oído atento en vez de boca quejica.
—Claro, Dip, dime.
Él suspiró.
—Hace rato salí con Mabel a explorar el bosque, ya sabes, una de las cosas que vienen anotadas en el diario. No sé qué pasó, pero en un punto nos encontramos con un gigante en medio del bosque.
—Espera, ¿hablas de un gigante en serio? ¿Seguro que no era alguien muy grande? ¿Quizás uno de los hombres-tauro de los que me contaste?
—No, no, este debía medir al menos unos… no sé, diez metros, tal vez un poco más.
—Te escuchas muy asustado, ¿acaso quiso hacerles daño?
—No, para ser exacto, él se veía muy triste. Era como un gigantesco anciano que lloraba nada más, Paci. Estaba angustiado.
—Bueno, al menos no les hizo daño, ¿qué ocurrió entonces? Te escuchas asustado.
Dipper vaciló al responder.
—Hubo un momento donde nos pidió "luz".
— ¿Luz?
—Lo único que Mabel y yo traíamos eran nuestras linternas, así que se las dimos y luego se las comió. Un segundo después, se había convertido en piedra.
— ¿Como una estatua?
—Eso no es lo raro… —Pacífica guardó silencio para que él continuara con su relato—. Lo raro es que se derrumbó en varias partes… y dentro había un esqueleto humano, Pacífica.
El relato de Dipper había sido corto y conciso, pero más que nada, hizo quedar a su estúpido presentimiento como una cosa de niños. No podías comparar una sensación en el pecho, con el terrible miedo de ver un esqueleto en medio del bosque. Aun así, ella no podía dudar de Dipper por las varias cosas que le mostró en sus breves paseos al bosque.
—Todavía no sé qué estaba haciendo ahí, o cómo se convirtió en gigante. Trato de olvidarlo, y pacté con Mabel no acercarnos al bosque cuando sea de madrugada. Parece ser incluso más peligroso.
— ¿Y hasta ahora lo comprendes? Me sorprende que seas tan cabeza hueca, Mason Pines —su particular forma para regañarlo consistía en llamarlo por su primer nombre y su apellido.
—Bueno, Pacífica Noroeste —le siguió la corriente ahora con mejor humor—. Es raro ver algo así, incluso para el pueblo. Al menos ya pude sacármelo del pecho con alguien que no me sermonea, pero me sorprende que me hayas llamado, ¿a qué debo el honor?
—No es nada, como dije, quería hablar con alguien —Pacífica seguía mirando por la ventana, hacia el bosque, a sus infinitos secretos—. Acabo de terminar la novela que me recomendaste.
— ¿El halcón maltés?
—Sí, pero me temo que no la disfruté como se merece —esta vez fue ella quien suspiró con algo de pesar—. Estuve leyendo los últimos capítulos con algo de impaciencia, no sé cómo decirlo, ¿alguna vez has sentido que algo malo está pasando o pasará?
—Algunas veces, pero, ¿qué sientes? ¿Has sabido algo nuevo?
—No, solo… lo siento. Sé que suena tonto e infantil, pero no puedo evitarlo.
—Tranquila, suele ocurrir.
—Aun así, creo que me sentiría mejor si tú y torpe hermana estuvieran aquí conmigo.
Sí, la relación Noroeste-Pines solo empezaba por Pacífica y Dipper; la rubiecilla se sentía extraña de decir algo así, pero estaba sola, y podía hablar con él sin preocupación alguna.
—A Mabel le encantaría hacerte un cambio de imagen.
—Ja, es más probable que yo la haga verse más sofisticada. Estoy ansiosa de verla con algo más que esos ridículos suéteres.
Una vez más, ambos volvieron a reírse hasta quedar el incómodo silencio.
—Mientras… ¿qué me recomiendas hacer? —preguntó Pacífica.
—Bueno, sólo es un presentimiento, pero la mayoría del tiempo no significa nada, ¿te parece si hablamos hasta que alguno se quede dormido?
— ¿En serio? ¿No te molesta que la plática se dirija a un montón de colores de vestidos y barnices de uñas?
—Podré aguantarlo, ¿estás en tu habitación?
—Voy para allá, empieza tú.
Si antes Pacífica no podía dormir, ahora menos, y no se trataba tanto del presentimiento, sino que atender a grupos y grupos de turistas sonaba mucho más interesante que sus días metida en una mansión demasiado grande para ella sola. Pacífica sonreía al escuchar la voz de Dipper contándole su día, imaginando que echaba su mal presentimiento en el pozo sin fondo que Dipper le mostró la semana pasada.
Sí, soy un entusiasta del Dipcifica, me descubrieron.
—Slash.
