Capítulo 4

Conclusión


Pese a que el clan Sarutobi tenía sus tierras en las afueras de la aldea, el Sandaime Hokage y sus familiares más cercanos habían vivido en la villa principal, no muy lejos de los aldeanos, desde que Minato tenía memoria. Ese era el lugar al que Hiruzen le había pedido que fuese a verlo al término del Festival. La ubicación era una manera segura de asegurar la convivencia entre el pueblo y su líder, una forma de cercanía y conexión, una forma de darle identidad al rostro tallado en piedra.

Konoha había nacido, después de todo, como un lazo tentativo para solucionar las guerras entre los clanes y el Hokage, como la cabeza de un nuevo sistema.

Minato había evitado cuidadosamente los lugares que frecuentaba en su tiempo con sus amigos, más allá de Ichiraku Ramen el día de la búsqueda infructuosa de su maestro. Tampoco había mirado dos veces hacia la montaña Hokage después de encontrarse con Kakashi en el cementerio. La mayoría de sus compañeros, afortunadamente, residían fuera del complejo principal y en las tierras heredadas por sus clanes por lo que cualquier encuentro en el pueblo sería extraño. Shikaku solía hablarle de las responsabilidades adjuntas a las de un shinobi si, además, eras líder en el clan —Los Nara, pese a su carácter perezoso, cuidaban de un sector aledaño en el que se criaban ciervos y custodiaban los templos escondidos. Sabía que una rama de la familia se había dedicado a la medicina en conjunto con el clan Akimichi dentro de su región. Los Uchiha tenían tierras vastas, casi tan grandes como los Hyūga y los Senju. Entre esos tres clanes se cubría buena parte de los alrededores más inmediatos. Una de las condiciones dadas para aceptar la afiliación a la Aldea Oculta de la Hoja había sido conservar sus tierras y propiedades separadas. Claro que el uso de los recursos que poseían también estaba destinado a Konoha.

—Parece un lugar diferente hoy —comentó.

Kakashi no respondió y Minato no esperaba que lo hiciera.

Si bien ya no estaba molesto en apariencia por lo que había descubierto abruptamente y se había dejado distraer por Minato, las revelaciones del día ciertamente lo habían sacudido. A los dos. Minato no había podido encontrar una forma de abordar el tema, pero tampoco estaba seguro si abordar el tema era una buena idea. Si quería hacerlo, incluso. Ahondar en ese futuro gris no era una idea prometedora. Él preferiría evitar cualquier relación a la posibilidad de su muerte y al destino de Kushina y, quizá, una vez en su tiempo tratar de hallar una solución.

Si algo tenía que ocurrir, sin embargo, ocurriría.

Estiró el brazo para llamar a la puerta pero esta se abrió intempestivamente, con violencia. Kakashi se tensó a su lado por el más ínfimo segundo pero Minato no pudo hacer más que mirar la manita que descansaba en el picaporte. Un niño pequeño, de cabello oscuro y ojos grandes, había abierto la puerta. Llevaba una bufanda color azul alrededor de su cuello, un detalle que se fijó en su mente debido a que estaba siendo arrastrada por el suelo, y una ilusión desesperada. Minato no tenía idea a quién esperaba el niño pero, por la forma en la que toda su expresión se marchitó —la sonrisa, la alegría en sus ojos— sintió el impulso de disculparse.

La espera siempre era difícil. Esperar por alguien amado, aún más.

—¡Konohamaru! —La voz de una mujer hizo eco en las paredes de la casa y Minato vio que el pequeño se escurría rápidamente hacia el interior, desapareciendo efectivamente.

Ignorándolos.

Una figura emergió desde el fondo de la habitación. Minato tenía una vaga sensación de reconocimiento ante los ojos oscuros pero no podía darle nombre al rostro de la joven.

—Lo siento, ANBU-san —se disculpó la muchacha. Su mirada estaba llena de algo indescriptible. Miedo, tal vez. Minato recordó que aún llevaba la máscara. Pero no ayudaría quitársela—. ¿Esto es sobre...?

—Vienen a verme a mi, Ayumi —Minato vio que la joven se giraba un momento para ver al líder de su clan antes de volverse hacia la entrada, expectante. Él hizo un gesto de confirmación silente—. Les pedí que vinieran a esta hora para no molestarte a ti ni a Konohamaru.

—No debió molestarse por ello —replicó Ayumi, un poco incierta. Había algo de alivio filtrándose en su expresión, más allá de la vergüenza primera. Se inclinó un poco, dejándoles espacio para que pudiesen entrar—. Voy a hablar con él... Buenas noches.

—Están esperando noticias de mi hijo mayor —les aclaró Hiruzen, una vez que Ayumi se retiró. Minato lo vio alejarse un poco para seguir con la mirada a su nuera. Con la luz tenue que se filtraba en el interior de la casa, su expresión estaba llena de sombras—. No pensé que estarían despiertos a esta hora.

Minato sintió, otra vez, el impulso de pedir perdón.

No tenía duda que, a los ojos de un par corazones ansiosos por noticias, dos figuras enmascaradas llegando en la oscuridad no serían un buen augurio.

—Espero que tengan buenas noticias pronto —ofreció, con honestidad—, Sandaime-sama.

—También yo —afirmó, el gesto suavizándose en los bordes. El cansancio profundo que había en sus rasgos parecía más hondo en ese momento—. Pero esto no es por lo que han venido y no quiero hacerlos esperar más de lo que han hecho ya. Vengan conmigo.


Sarutobi los guió, sin palabras, al otro extremo de la casa a través de un largo pasillo de madera. Minato reconocía el diseño tradicional del hogar, los ángulos y líneas rectas que se dibujaban. Kakashi se mantuvo en el más absoluto silencio, siguiendo sus pisadas sin mayor contemplación. Minato se lamentaba no haber insistido en conversar con él más profundamente.

Debería haber insistido.

La habitación era pequeña, cuatro sillones conformando un cuadrado en el centro de la sala y un escritorio pequeño llenaban el espacio. La luz de la lámpara era amarillenta y su luz cálida despejaba un poco el aire enigmático de la situación. Había varios pergaminos en el centro de la mesa, la mayoría de ellos abiertos, y una esfera de cristal descansando sobre un cojín. Minato resistió el impulso de preguntar cuál era su funcionamiento.

—Me tomé la libertad de traer todos los informes aquí... Lo que ven es todo lo que hay sobre la misión a Rōran.

—Sensei... —Kakashi llamó su atención, señalando uno de los rollos.

Kakashi estaba señalando las fechas marcadas en las esquinas de los rollos.

Minato miró a Sarutobi por un momento, cuestionando, y tomó el manuscrito una vez que el mayor hizo un gesto de asentimiento. Seguramente, él ya había leído la información de la misión lo suficiente como para poder recitarla pero no los privaría de leerla. En el pergamino estaban sus palabras —las palabras de Minato— y él sabía cómo usaba las palabras, la forma y los motivos. Él podía adivinar en qué partes había cambiado el tono de la declaración y cuándo la mentira era suave velo sobre la verdad. Vio que Kakashi se inclinaba hacia el resto de los pergaminos —los de Shibi y Chōza— para estudiarlos.

El Ryūmyaku de Rōran, según las fechas de los escritos, había sido sellado quince años atrás. En el mes de julio, antes del tiempo que él recordaba.

—¿No fue la reina quién los contrató?

—No —respondió el Hokage, añadiendo otra idea que a él no le gustaba—. Ella comentó a un buen amigo suyo que sentía algo extraño en su consejero y éste amigo suyo hizo llegar la petición que investigasemos tras una serie de desapariciones entre su gente. —La explicación era como el murmullo de las olas en un mar de silencio—. La reina fue asesinada antes de que la misión fuese aprobada pero envié a tu grupo para que averiguase las razones de la muerte de la reina y para la protección de su hija.

—Sēramu-sama fue quien nos pidió que sellasemos el Ryūmyaku a nosotros —declaró Minato, tomando su turno para hablar. Había llevado el pergamino de la misión consigo durante todo el camino a Rōran, conocía la misión de memoria—. Ella misma nos llevó a la fuente de origen. Dijo que su línea de sangre era la única capaz de controlar el chakra y pensaba que se estaba volviendo inestable. Quería evitar alguna calamidad. No mencionó nada de ningún consejero...

Eran dos historias distintas en su totalidad.

Definitivamente.

Minato comenzaba a tener un mal presentimiento sobre todo el asunto, una insondable noción de infortunio.

—¿Eso qué quiere decir? —dudó Kakashi, un tanto ofuscado—. ¿Algo cambió la historia?

Con cada pieza del rompecabezas que hallaban la imagen se tornaba confusa en lugar de aclararse.

—Creo... creo que no había historia que cambiar. El consejero, Anrokuzan, Mukade, como sea..., existe en una versión y no en la otra, pero las razones del sellado y lo demás tampoco es igual.

El Hokage se echó hacia atrás en su asiento, una expresión pensativa pintando sus rasgos bajo la fría luz amarilla. —¿Utilizaste algún tipo de sellado especial en la fuente?

No —aseguró Minato, aunque la idea provocó que algo frío trepase por su columna—. Tomé algunas precauciones extra porque la descripción del Ryūmyaku era muy vaga y no quería tomar riesgos. Pero fue básicamente el mismo sello que uso para-

Minato no se dejó caer en sillón bajo el peso de sus ideas pero fue un esfuerzo consciente no derrumbarse bajo las implicaciones que estaban surgiendo.

El jutsu de espacio-tiempo.

Una de las razones por las que las marcas del jutsu resultaban tan complejas era debido a que estaban diseñadas para ser permanentes. No solo estaban diseñadas para manipular el espacio y el tiempo a la misma vez, sino que le permitían alcanzar los objetivos marcados sin importar el pasaje del tiempo y además tenían un sello básico que le permitía usarlo para una infinidad de otras técnicas a la vez. Kushina le había ayudado, no con el diseño pero sí con el mecanismo que había detrás. No se le escapaba la ironía que él mismo podría haber sido el desencadenante de ese viaje inesperado por el tiempo.

Minato había despertado en ese tiempo con su kunai en la mano e imposibilitado para hacer un regreso instantáneo lo que significaba que su sellado había fracasado. Si volvían al pasado, desde ese punto, no tenían forma de saber si llegarían al pasado que habían dejado atrás. Y si no podían volver a su tiempo, sería su culpa.

De cualquier manera que mirase el asunto, él era responsable por lo que sucedía. Kushina lo mataría, si...

—Kakashi-kun —La amabilidad del Hokage fue como una brisa de aire fresco. A Minato le permitió ignorar sus pensamientos por un momento y, supuso, esa era la intención detrás del repentino intento de conversación—. Estoy impresionado con lo bien que has guardado la compostura estos días.

—Un Shinobi debe estar siempre preparado para lo inesperado —recitó Kakashi, que se había graduado a los cinco como genin y apenas enseguida fue prometido como chūnin. Los cumplidos habían suavizado su postura, pero su voz todavía sostenía una nota amarga. Estaba evitando, decididamente, mirar a cualquiera de sus acompañantes—. No debe dejar que sus emociones nublen su juicio.

La distracción que les había dado practicar su técnica y el debate sobre qué elemento añadirle al Rasengan abrazaba la brevedad. No era una solución bajo ningún concepto. No para ese viaje, no para sus sentimientos y definitivamente no pasa los de Kakashi. Minato recordó todas las veces que Kushina le dijo que era obtuso.

—«Shinobi es alguien que soporta». Es una frase de uno de mis alumnos —musitó el anciano. Su sonrisa era un poco más gentil que su tono—. Es cierto. Eso no quiere decir que un Shinobi no pueda sentir ni pensar por sí mismo. A pesar de todo.

Kakashi movió la cabeza en un gesto de vago reconocimiento. La solidez de su seriedad, esa que dejaba filtrar rasgos del niño que era, no se disolvió. Minato no esperaba que lo hiciera.

—Has hecho un gran trabajo en la Aldea —añadió.

Minato se erigió en su lugar. —Fui yo quien lo llevó a la Aldea, si-

—No es un regaño, Minato —La familiaridad con la que Hiruzen le hablaba le recordó bruscamente que había habido una versión suya que había sido elegido como Yondaime Hokage. No tenía idea si quería hablar sobre ello; si debía preguntar. «No deben hacerse preguntas si la respuesta te intimida»—. Como dije. Fue un buen trabajo. Gracias por no haber perturbado la paz en el festival y por haber venido a buscarme.

—Es el Hokage —dijo Kakashi. Sus ojos se fijaron por un momento en Hiruzen, un atisbo de solemnidad escondida—. No podíamos ir con alguien más.

Tenía que estar de acuerdo.

Realmente no tenían a nadie más en ese mundo. Jiraiya-sensei y los Sannin no estaban en la Aldea, contactar con su versión actual y con Kushina era imposible y la mayoría de sus amigos generalmente recurrían a él cuando de sellos se trataba. No había muchos maestros de Fūinjutsu conocidos en Konoha.

Sandaime hizo un gesto con su cabeza pero su sonrisa se disolvió en una línea.

—Pero... me temo que no tengo idea de cómo arreglar esta situación.

Minato había imaginado que esas palabras llegarían. Le sabían inevitables, ciertamente. No podían volver atrás con la información que tenían —contradictoria, escasa, llena de huecos— ni con lo que sabían del pasado. El Rōran en ruinas al que habían llegado no era el mismo Rōran al que habían ido y, posiblemente, eso implicaba que ninguna de las personas que se habían cruzado en Konoha eran las personas que ellas conocían. Otro Namikaze Minato había sido Hokage. Otra Uzumaki Kushina había muerto. Otro Hatake Kakashi se había unido a ANBU. Y era otro Sarutobi Hiruzen el que estaban viendo. Por lo que sabían, si volvían en el tiempo desde ese punto, habría dos versiones suyas en la misma línea temporal. Y dos Hatake Kakashi.

Excepto que ya había dos.

Fue un pensamiento desestabilizador.

Estaban frente a una página en blanco en un libro en el que no podían volver atrás

Minato escuchó a Kakashi dar una inhalación honda y pensó que la realidad de la situación también lo había alcanzado.

—No solo estamos en el futuro —murmuró, lentamente. Sus ojos se fijaron en los de Minato—, ¿o sí?

—Es probable que nos hayamos movido a un mundo parecido al nuestro... pero que no es el nuestro. Estamos...

Estaban atrapados. A la deriva, en ese futuro. Estaban atrapados con la historia que otros escribieron y las tragedias que otros vivieron.

Parecía que alguien los había lanzado como si fuesen dados, sin que ellos tuviesen algún tipo de consciencia o pudiesen elegir dónde o cómo caer. No tenían idea por qué estaban en ese tiempo ni en ese mundo ni en esas circunstancias.

—Entonces, ¿qué sucederá con nosotros ahora?


A los catorce, Minato ya había visto la guerra en primera persona. Una vez, una noche, siguió un camino de hilos rojos hasta Kushina y fue ascendido a chūnin por haber frustrado el secuestro él solo. A los catorce, sus dos compañeros de equipo se habían desangrado en el campo, tiñendo la tierra de rojo. Su maestro había llegado tres años tarde. —¿Qué ves?

Minato había llegado tarde. Tarde. Tarde. En el mundo de la guerra, en el mundo en el que vivían, la línea entre víctimas y agresores tendía a volverse difusa y había una amenaza constante a quedar ciego ante la humanidad del otro. Tanto si estabas ganando o perdiendo... era un infierno.

—Mina-chan.

—Una vasija. —Había respondido. Su madre trataba la pregunta como si fuese importante pero él solo veía una vasija diminuta. Estaba llena de vetas de oro.

La boca de Maaya dibujó una sonrisa.

—Fue una de las primeras que hice. Y No siempre se vio así como la ves ahora. Tu padre compró esta vasija en la tienda de mi familia, dijo que era para un regalo. No había cruzado la puerta cuando la rompió.

—¿La rompió?

—Sí. —Su madre sonrió—. Podía ser un poco torpe, a veces. Distraído. Quise decirle unas cuantas cosas... Pero tu abuelo le dijo que no importaba, que volviese a la tienda al día siguiente que ya tendría una nueva, y luego me llevó al taller. Ese día me enseñó sobre el kintsukuroi.

La palabra le supo agradable en su lengua, quizá debido a que su madre la había utilizado con afecto. —Kintsukuroi...

Maaya le acarició el cabello. Era una de las cosas que él había heredado de su padre.

—Es la manera —le dijo, firme y tranquila, apoyando la vasija diminuta en la mesa que estaba debajo de la ventana. Con el fondo oscuro en la cerámica, el dorado parecía resaltar—, en la que reparas algo que se rompió.

Minato se congeló.

—¿Cómo lo haces?

—Tomas las piezas que quedaron y lo armas de nuevo —le dijo ella, con una ternura reservada para momentos especiales—. El secreto está en el oro.

—¿El oro?

—Unes las piezas rotas con oro. Nunca será la perfecta vasija que fue en un principio pero ahora es mucho más hermosa y tiene una historia más rica, ¿no crees?

—Mamá...

—Solo junta las piezas que quedaron —le dijo ella, insistente. Y no hablaba de vasijas ni cerámicas ni piezas de porcelana. Sus manos eran cálidas contra las de Minato—. Y empieza a armarlo de nuevo.