EPÍLOGO II


Unos diez años después:

—¿Llevas todos los libros? —preguntó Pansy mientras salían del coche.

Herman respondió asintiendo con la cabeza.

—¿El cepillo de dientes?

—Ajá.

—¿La varita?

—Sí.

—¿La túnica para los de primero?

—¡Mamá! —se quejó el niño, alargando mucho la última vocal ante su insistencia.

—Está bien —dijo ella, alzando las manos a modo de rendición—. Pero si en algún momento te das cuenta de que se te ha olvidado algo, díselo al abuelo. Él me lo hará saber más rápido que una lechuza.

—Vale —respondió Herman, alargando las vocales otra vez.

Ya habían atravesado la entrada al andén nueve y tres cuartos. Harry cargaba el baúl del niño y Pansy batallaba con su hijo para llevarlo de la mano. No hacía tanto tiempo era él quien le pedía que le cogiera de la mano para caminar, pero al parecer esa época ya había pasado. Su niño había crecido.

Finalmente consiguió soltarse en cuanto vio a Hermione y a Draco en la multitud, corriendo hacia ellos para saludarlos. Ni Pansy ni Harry tenían hermanos, así que ellos eran lo más parecido a unos tíos que tenía. Cuando llegó a su encuentro, abrazó a los adultos y apartó la vista cuando su mirada se cruzó con la niña rubia que permanecía muy quieta junto a sus padres.

Pansy iba tan absorta mirando a su hijo en la distancia que chocó con alguien sin querer. Un bolso cayó a sus pies, así que se agachó para recogerlo y disculparse con la persona en cuestión, pero esta también se había agachado y sus rostros habían quedado a poca distancia.

Las pecas y el largo cabello pelirrojo y lacio eran inconfundibles. Ginevra Weasley. Bueno, Zabini en realidad. Ginevra Zabini. Ginny.

Hubo un momento de tensión entre ambas, pero Pansy enseguida sonrió, tomó el bolso y se puso en pie. Cuando la otra mujer hizo lo propio, se lo tendió con amabilidad. Sus hijas la rondaban, hiperactivas. Según tenía entendido, había tenido a la primera un año antes que ella, y a la segunda inmediatamente después. A juzgar por el hecho de que le devolviera la sonrisa podía decirse que había encontrado su camino en la vida, y que ahora ella también era feliz.

Harry ni siquiera había reparado en su antigua amiga cuando cogió la mano de su esposa y tiró de ella hacia la pareja que hablaba con su hijo cerca del expreso.

—¡Hola Pammy!

—Hola tía Pansy —saludó la preciosa niña de ojos azules y cabello rubio, siempre tan correcta.

—¿Estás nerviosa? ¡Es tu primer año!

—No veo por qué tendría que estarlo —dijo, encogiéndose de hombros—. Los nervios, por lo general, vienen provocados por un sentimiento de miedo. Y yo no le tengo miedo a Hogwarts.

Pansy compartió una mirada significativa con Hermione, que sonrió.

—Bien, reformularé la pregunta entonces. ¿Tienes ganas de llegar?

—Sí, eso sí.

Los cuatro padres se rieron, Draco meneando la cabeza.

—A mis padres los trae locos —comentó.

Hermione asintió.

—El otro día le recitó a Narcissa la definición exacta de una palabra que había usado mal. Y luego le puso ejemplos y todo.

—No la había usado mal —rectificó la niña—. Pero el contexto en el que la había dicho no había sido el más apropiado.

—Digna hija de su madre —bromeó Harry, revolviéndole un poco el pelo a la pequeña, que volvió a alisárselo sin rechistar.

Hermione reía cuando, por el rabillo del ojo, vio que Theo y Luna también estaban por allí, su pequeña danzando a su alrededor con un disfraz de hada. Apartó la mirada, disimulando una sonrisa. Era bonito ver que todo estaba en su lugar, donde debía estar.

Los cuatro padres estuvieron charlando distendidamente hasta que la tan temida hora llegó. Debían decirles adiós a sus hijos, el expreso estaba a punto de iniciar su camino hacia Hogwarts.

—Abrígate, el castillo suele ser frío —le dijo Hermione a la niña. Había hincado una rodilla en el suelo para ponerse a su altura mientras le abrochaba unos botones de la chaqueta—. No te asomes por las ventanas de las torres, y agárrate bien a la escoba en las clases de Vuelo. Mide bien los ingredientes para las pociones, ya conoces todas las historias que te he contado sobre mi amigo Seamus y su predisposición a provocar explosiones en la clase de Snape. Y nunca, repito, ¡nunca! vayas al bosque prohibido. No es por nada que esté prohibido su paso a los alumnos.

—Sí, mamá. Seré buena —respondió la niña con convicción.

Hermione estuvo a punto de echarse a llorar. Abrazó a su hija y la estrechó contra sí como si quisiera fundirla en ella. Su ausencia sería endemoniadamente dura. Draco también puso una rodilla en el suelo, junto a su esposa, y acarició la mejilla de Pammy.

—Es tu momento de ser la mejor bruja de esta generación —le susurró el padre, y luego le dio un beso en la mejilla.

Por su parte, Harry le estaba recordando a Herman (por enésima vez) que escribiera tan pronto como supiera en qué casa había quedado. Pansy, por otro lado, le hacía señas (de nuevo) para indicarle dónde quedaba exactamente la enfermería en el castillo, por si tuviera cualquier malestar o le doliera algo y necesitara atención médica. Por último, le ordenó que no se atiborrara cuando aparecieran los postres en las mesas del gran comedor y que tratara de comer sano y variado. Herman se negó a recibir un achuchón de despedida, sobre todo porque había muchos niños a los que no conocía y no quería dar una primera impresión de ser un niño de mamá, pero al ver la expresión de tristeza en su madre cambió de parecer y aceptó el dulce abrazo que Pansy y Harry querían darle.

—¡Cuidaos entre vosotros! —gritó Hermione cuando Herman y Pammy se subieron al tren, encontrando un vagón vacío y sentándose el uno frente al otro.

Se lanzaron muchos besos, se agitaron muchas manos y, finalmente, el expreso puso rumbo a su destino, desapareciendo de la vista de los emocionados padres.


Ya era media tarde y Pansy, Harry, Hermione y Draco se sentaban en la sala de estar de los dos últimos, muy quietos y muy inquietos al mismo tiempo.

—¡Ya deberían haber llegado! —se quejó Harry.

—Las lechuzas del castillo nunca se caracterizaron por ser demasiado rápidas, ya lo sabes —dijo Hermione.

—¡Ah, me estoy volviendo loco! —exclamó, poniéndose en pie de un salto.

La incertidumbre estaba calando hondo en todos ellos. Sin embargo, Pansy era la que se mostraba más tranquila.

—¿Por qué te preocupas tanto? —dijo esta, poniendo los ojos en blanco—. Quedará en Slytherin.

—Mi hijo NO ES Slytherin —espetó, y tras comprobar las miradas acusatorias de su mujer y Draco, se apresuró a defenderse—. ¿Qué? No tengo nada en contra de Slytherin, dejé de tener prejuicios en cuanto me casé con una, ¿recordáis? Pero conozco a mi hijo, y sé que el sombrero seleccionador no lo enviará a Slytherin.

—¿Ah, no? ¿Y a dónde lo enviará entonces? ¿A Gryffindor? —se burló Pansy, recibiendo un pequeño codazo de parte de Hermione—. ¿Qué? Yo también conozco a mi hijo y sé que no es Gryffindor. ¡Por Salazar, si escucha a un perro ladrar y corre a esconderse!

—Los Gryffindor tenemos más cualidades que el típico "coraje y valentía" —replicó Hermione, poniendo los ojos en blanco.

—Como sea, pero Herman no es Gryffindor.

—Bueno, pues qué pena, porque Pammy sí lo será.

Draco se aclaró la garganta a su lado con la única intención hacerse notar para intervenir.

—Pammy tiene claros rasgos de Slytherin, querida.

—No es cierto.

—Sí lo es. Es ambiciosa y odia no tener razón hasta el punto de hacer un berrinche para conseguir que entendamos que ella es la que está en lo cierto. Además, siempre le ha encantado venir a la tienda —añadió Draco, haciendo referencia a la tienda de artículos de Slytherin que gestionaba con Pansy—. Y su animal favorito es la serpiente.

—Le encanta ir a la tienda porque tú estás ahí, y ya sabes lo niña de papá que es —rebatió Hermione—. Y que le gusten las serpientes no tiene nada que ver para que el sombrero seleccionador la mande a Slytherin. A Harry también le gustan y es Gryffindor.

—¡Los dos serán Slytherin! —gritó Pansy, haciéndose notar de nuevo.

—¡Los dos serán Gryffindor! —exclamó Hermione.

Los cuatro estaban en medio de un acalorado debate. Fuera había empezado a anochecer cuando un par de lechuzas atravesaron la ventana abierta del salón y dejaron caer las cartas en los regazos de las madres antes de volver a marcharse. Todos se miraron entre sí durante un silencioso instante, luego abrieron las cartas rápidamente y empezaron a leer, cada pareja la de su hijo. Pasaron unos largos minutos porque las leyeron una vez, dos y tres. No podían creer lo que veían.

—Es Ravenclaw —susurró Hermione—. Pammy es Ravenclaw.

—Y Herman Hufflepuff —murmuró Pansy—. Herman… Hufflepuff.

Ambas madres se habían quedado de piedra. Fueron los padres los que reaccionaron primero.

—Bueno, creo que ha llegado el momento de asimilar que las otras casas de Hogwarts también existen —bromeó Harry.

—En el fondo sabía que esa inteligencia y ese ansia de conocimiento la mandarían directa a Ravenclaw —comentó Draco, que no parecía muy afectado por la decisión del sombrero.

—Y seamos sinceros, Herman es un trozo de pan. Siempre está dispuesto a ayudar a los demás y es la persona más leal que conocemos —dijo Harry, acariciando la espalda de su mujer.

Cuando Pansy levantó la mirada, había lágrimas en sus ojos.

—¿Estás disgustada? —preguntó Harry, algo preocupado de repente.

Ella negó con la cabeza.

—Estoy extrañamente orgullosa.

Los cuatro rieron y se dispusieron a escribir sus respectivas cartas para felicitar a los niños.


Pasados unos años más:

—¿QUÉ HACE ÉL AQUÍ? —gritó Draco, iracundo.

«Ya estamos otra vez», se dijo Hermione a sí misma cuando lo escuchó maldecir todo lo maldecible y más desde la planta de arriba.

Su hija le gritaba una y otra vez que los dejara en paz mientras intentaba cerrar la puerta, claramente sin éxito. Su marido también gritaba cuando Hermione llegó corriendo al lugar del conflicto.

—¿Qué pasa?

En ese momento, Pammy no pudo contener por más tiempo a su padre y este entró en su habitación, cogiendo de la oreja al hijo de Harry y Pansy con la intención de sacarlo de allí a rastras… pero su mujer estaba en medio de la puerta con los brazos cruzados y una mirada realmente crítica hacia su marido.

—¿Qué te crees que estás haciendo?

—Pienso sacarlo de mi casa de una patada para que aprenda a no colarse en la habitación de mi hija sin mi permiso.

Hermione profirió un profundo suspiro cargado de hastío.

—¿Y cómo crees que ha podido colarse, si ya te has encargado tú de poner todos los hechizos habidos y por haber que le prohíban aparecerse en casa? ¡Yo lo he dejado entrar, Draco, así que ya estás soltando a Herman! —Hizo una pausa, pero él no reaccionó de inmediato—. ¡AHORA!

Su marido pareció sufrir una corriente eléctrica que recorrió su brazo y lo hizo liberar al chico en cuestión, que se frotó la dolorida oreja con la mano.

—¿Tú le diste permiso para entrar?

—¿Quién si no? ¡Solo estaban estudiando antes de que tú los interrumpieras!

—¿E-estudiando? —murmuró él, de repente algo avergonzado, aunque no iba a mostrarlo tan abiertamente.

—Sí, mi amor —dijo Hermione con brusquedad—. Estudian para los TIMOS, ¿o ya no te acuerdas que es su quinto año? Además, los exámenes sorpresa después de Navidades son todo un clásico. Ya sabes que Snape era mucho de hacer esas cosas cuando éramos nosotros los alumnos.

Draco recordó esos tiempos por un momento. Luego alcanzó al chico de nuevo, esta vez para darle unas palmaditas en la espalda.

—Pero Snape es su abuelo, si así fuera se lo diría, y seguro que el muchacho le haría llegar la información a mi hija para tenerla sobre aviso… ¿verdad?

Herman se encogió un poco, algo intimidado por el hombre.

—Claro, claro.

—Así me gusta —dijo Draco, orgulloso, mientras se dirigía a la puerta de la habitación, pero antes de salir, se volvió y añadió—: No pienses que porque seas mi ahijado no te convertiría en un ratón y te usaría de comida para mis lechuzas, chico. Cuidadito con dónde pones esas manos teniendo a mi hija cerca. ¡Y dejad la puerta abierta!

—¡Y dijid li piirti ibiirti! —remeó su hija, poniendo caras a su padre mientras lo veía alejarse.

Hermione esperó a que Draco desapareciera por las escaleras para dirigirse entonces a los muchachos.

—¿En qué estabais pensando? —les reprendió, un dedo acusador señalando a cada uno de ellos de manera intermitente—. Escúchame bien, Pammy, no pienso volver a intervenir por vosotros la próxima vez. Y tú, Herman, te prohíbo que vuelvas a entrar por la ventana del dormitorio de mi hija sin mi consentimiento.

—Sí, tía Hermione —se apresuró a decir el chico.

—Y deja de llamarme así, ¿quieres?

—¿No puedo…? ¿No puedo llamarte tía?

Herman parpadeó, perplejo. La había llamado «tía» durante toda su vida. Pammy también parecía extrañada. Miraba a su madre con los brazos cruzados y una ceja arqueada. Entonces, Hermione se acercó un poco más a ellos para explicarse en voz baja.

—Es raro, ya sabes… sobre todo cuando vosotros dos os estáis liando en secreto.

—¡Mamá! —replicó Pammy, horrorizada por la escasez de filtros en la sinceridad de su madre.

—¿Qué? ¿Vas a decirme que realmente estabais estudiando? Venga, por favor. Tu padre también se colaba en mi habitación cuando éramos jóvenes, y no precisamente para repasar Pociones.

—¡MAMÁ!

—De acuerdo, ya me voy, pero antes… ¿Recuerdas todo lo que te dije cuando hablamos de los diferentes métodos anticoncep…?

Su hija le cerró la puerta en las narices antes de que pudiera terminar.

Suspiró, encogiéndose de hombros.

Adolescentes.


Muchos, muchísimos años después:

El sol brillaba con intensidad en lo alto del cielo. Las copas de los árboles rozaban su silueta y se mecían con la rica brisa que soplaba.

Hermione y Pansy se sentaban en sillas acolchadas en el porche trasero de la casa en el campo. Cuando se enteraron de que la antigua dueña había fallecido decidieron comprársela a su único hijo, que también incluyó el resto del terreno y la otra casa en el precio.

A veces iban allí a pasar los fines de semana, otras veces, como aquella, se reunían para las vacaciones de verano.

Pansy inhaló profundamente el aire limpio y se subió las gafas de sol para ver a su alrededor. Pammy le daba el biberón a su hijo a la sombra de un árbol mientras Herman exploraba los alrededores del bosque con su primogénita. Snape los acompañaba de la mano de su nueva compañera de vida, una mujer que había conocido unos años antes y que se había adaptado muy bien a la familia.

Por su parte, Draco y Harry cocinaban carne en la barbacoa, esta vez en equipo. Con el paso de los años, y tras una crianza de los hijos prácticamente conjunta, se habían vuelto mejores amigos. Los roces entre ellos nunca habían dejado de existir, y no lo harían nunca, siendo Harry el típico Gryffindor y Draco puramente Slytherin, pero podía decirse que estaban cómodos con la compañía del otro la mayor parte del tiempo.

Pansy estiró una mano hacia Hermione y sonrió, satisfecha con la vida que habían construido. Cuando ella posó la suya sobre su palma, había algunas arrugas y manchas en su piel.

Habían pasado muchos, muchos años.

Hermione había perdido densidad de cabello y a Pansy le habían salido canas en su melena azabache. Harry había empezado a tener problemas de espalda y a Draco le dolían las rodillas constantemente.

También ahora eran abuelos de dos preciosos nietos.

—¿Sabes una cosa? —dijo Pansy, volviendo a bajarse las gafas de sol con la mano libre—. Estoy muy feliz de haberte conocido.

Hermione sonrió, y pequeñas arrugas aparecieron en las comisuras de sus ojos.

—Ahora lo entiendo todo. Lo que realmente querías conseguir con ese trato no era a Harry, era mi amistad —bromeó.

A Pansy también se le iluminó el rostro con una sonrisa.

—¿Y no te das cuenta hasta ahora?

Ambas rieron a la vez.

—Debí intuirlo cuando, poco a poco, ese trato consiguió hacernos amigas.

Pansy negó con la cabeza.

—No, es más que eso. Ese trato nos convirtió en familia.

Hermione pasó los ojos por todos y cada uno de los presentes. Su amigo, su esposo, su hija, su yerno, sus nietos… Por muy descabellado que hubiera parecido en su momento aceptar el trato que le ofrecía la Slytherin, todas sus decisiones las habían llevado justo a donde estaban ahora.

Y el momento era perfecto. Sus vidas eran perfectas.

—Sí, es cierto. Somos exactamente eso.

Y así, tomadas de la mano y observando con orgullo la bonita familia que habían construido juntas, vivieron muy felices por muchos, muchos años más.


. . . . . F I N . . . . .


NA: Bueno, hasta aquí llegó esta historia. Estoy muy contenta de, finalmente, haber tenido la inspiración suficiente para terminarla. A todos los que aún la leen, muchas gracias. Me hace muy feliz terminar esta "serie" de fics. ¡Nos vemos en la próxima! ¡Besitos!

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Cristy.