Naruto Y Hinata en:
Lord Pecado
5| AMOR
NARUTO estaba de pie en el centro de la sala del trono de Itachi y aguardaba el regreso del rey sin que ni él mismo supiera por qué se molestaba en hacerlo.
Itachi le había dejado muy clara su decisión. Naruto tenía que encontrar al líder de los rebeldes escoceses y matarlo.
La orden no tenía nada de insólito. Naruto ya había asesinado en más de una ocasión después de que Itachi así se lo hubiera mandado. Eso era lo que lo había convertido en un anatema a los ojos de la corte y lo que había hecho de él una abominación para el papa.
También era lo que le había salvado la vida cuando era un muchacho.
Naruto sólo tenía catorce años cuando quitó su primera vida. Nunca olvidaría aquel momento. Tembloroso y asustado, había seguido las órdenes que se le dieron he ido a la habitación del hombre en una posada local.
Su objetivo no era más que un pobre peregrino que había venido a ultramar para rezar. El Viejo de la Montaña, el líder de los sarracenos Anbu, que lo había comprado y adiestrado, había ordenado que se diera muerte al peregrino y Naruto sabía que en el caso de que él hubiera incumplido la orden sus dueños se lo habrían llevado y...
Sacudió la cabeza para borrar de su mente aquel recuerdo.
No le gustaba recordar el pasado. Naruto no tenía recuerdos felices, ni de la infancia ni de ninguna otra época.
Lo único que recordaba era el anhelo.
Cómo anhelaba la bondad de una madre, la mano cariñosa de un padre. Lo que había recibido en lugar de ello eran innumerables insultos y palizas. Torturas, a veces tan crueles y severas que todavía se preguntaba cómo había logrado sobrevivir a ellas con el cuerpo y la mente intactos. Aunque, pensándolo bien, su mente quizá no estuviera tan en sus cabales después de todo. Había momentos en los que Naruto estaba seguro de que nadie podía sobrevivir a lo que había sobrevivido él y seguir siendo normal.
Día a día, a veces incluso hora a hora, había soportado los sufrimientos, y había salido de ellos tan fortalecido que ahora nadie podía tocarlo.
Había llegado a ser tan duro como el granito. Y tenía toda la intención de seguir siendo así.
Naruto oyó un sonido y ladeó la cabeza. Era el suave susurro del cuero rozando la piedra. El contacto era tan tenue que la mayor parte de los hombres no lo habrían oído, pero para alguien que había pagado muy cara la falta de vigilancia en su juventud era como oír los pasos de un elefante.
Vio emerger de las sombras a un hombre armado con una daga. Un instante le bastó para reconocer a su atacante. Naruto no habría sabido decir por qué se sintió sorprendido al verlo, ya que la enemistad que le profesaba Hidan no era nada nuevo.
Puso los ojos en blanco mientras el gran idiota arremetía contra él enarbolando la daga.
—Hidan, esto es un error.
Antes de que el caballero pudiera hacer ningún comentario, otros dos atacantes corrieron hacia él.
Naruto dejó escapar un suspiro de disgusto. Ellos sabían que estaba desarmado. Nadie podía cruzar la entrada principal de la sala del trono llevando armas. Pero eso no importaba.
Extendió el pie hacia Hidan y lo mandó hacia atrás de una feroz patada. El caballero cayó al suelo.
Al siguiente hombre no lo conocía. Daba igual. Naruto rodó ágilmente sobre el suelo y lo derribó, después de lo cual le quitó la espada de entre los dedos.
Oyó el silbido de la daga que Hidan acababa de lanzar contra su espalda y el ruido de la puerta al abrirse. Instintivamente, se tiró al suelo. La daga pasó zumbando sobre su cabeza y se incrustó en el pecho del hombre con el que se disponía a luchar. El hombre dejó escapar un jadeo ahogado mientras caía de rodillas.
El hombre al que acababa de desarmar salió corriendo por la puerta abierta mientras Naruto se volvía para ver a Hinata de pie allí, paralizada por el estupor.
Hidan avanzó hacia él, pero entonces Hinata arrancó la alfombra de debajo de sus pies y lo hizo caer de bruces.
Disimulando su diversión ante la ayuda que acababa de prestarle, Naruto dirigió la punta de su espada robada hacia Hidan mientras el caballero se incorporaba lentamente del suelo y Hinata daba un paso atrás para observarlos.
El caballero miró a Naruto con ojos llenos de odio, y éste no pudo evitar asombrarse al ver que Hidan no salía corriendo para ocultarse. Después de todo, eso era lo que mejor se le daba.
Naruto bajó la espada que había confiscado. —¿Deseas explicarte?
—¿Qué es lo que he de explicar? ¿Qué alguien tiene necesidad de veros muerto? Todo el mundo sabe que es preciso que muráis. ¿Cuántos cuellos dormidos has cortado en nombre de Itachi?
Naruto oyó una exclamación ahogada. Miró detrás de Hidan y vio a Hinata, que se tapaba la boca con una mano, los ojos muy abiertos. Ahora la escocesa conocía la verdad acerca de él.
Que así fuese. Naruto nunca había intentado esconderse de lo que era.
Quizás era lo mejor que podía ocurrir. Ahora ella lo odiaría como todos los demás. De ese modo a él le resultaría más fácil mantenerse alejado.
Y sin embargo algo se marchitó dentro de Naruto cuando pensó en que ella lo odiaría. No podía entenderlo, porque para él aquello no tenía ningún sentido. Pero después de todo, en la vida había pocas cosas que lo tuvieran.
Hidan miró a la mujer y entornó los ojos.
—¿Sabe que fuiste un hashishin?
Naruto inspiró profundamente mientras recordaba cómo sus dueños lo habían instruido con todo detalle sobre las distintas maneras de quitarle la vida a un hombre. Vio la confusión en el rostro de Hinata mientras los miraba a los dos.
—Ella no conoce el término sarraceno hashishin, Hidan.
—Conoce la palabra asesino. Eso es lo que eres. Eres un asqueroso perro asesino sin conciencia ni moral.
Naruto alzó la punta de su espada hacia la garganta de Hidan.
—Ya has hablado suficiente. Una sola palabra más y te mostraré lo que me enseñaron a hacer mis adiestradores sarracenos.
Hidan palideció.
Las puertas de roble dorado se abrieron para franquearle el paso a Itachi y su guardia personal. El rey se detuvo cuando vio a Naruto en el centro de la sala con la punta de su espada sobre la garganta de Hidan.
—¿Qué es esto?
Los guardias de Itachi se desplegaron alrededor de él para proteger a su rey.
Naruto dio un paso atrás y le tendió la espada a uno de los guardias con la empuñadura por delante.
—Nada que tenga demasiada importancia, majestad. Sólo ha sido otro intento de acabar con mi vida.
El tono de aburrimiento de Naruto dejó atónita a Hinata. Era como si apenas considerase digno de mención que aquel hombre quisiera verlo muerto.
La rabia que sentía oscureció el rostro de Itachi mientras se encaraba con el apuesto caballero, que era casi una cabeza más bajo que él.
—¿Alguna buena razón por la que sintierais la necesidad de matar a nuestro consejero?
Hidan volvió a mirar a Naruto con ojos llenos de odio.
—Mató a mi padre a sangre fría y sin embargo vos lo recompensáis como si fuese algún sabueso de raza. Es una obscenidad que nadie se atreva a hacerle pagar por lo que ha hecho.
Los ojos de Itachi se entornaron peligrosamente. —Comprendemos vuestro enfado, pero os aconsejamos que refrenéis esa lengua, no vaya a ser que os encontréis con que toda nuestra ira cae sobre vuestra cabeza.
Hidan dio un paso atrás y clavó en el suelo su mirada, humillado. Itachi miró a Naruto.
—¿Es cierto? ¿Mataste a su padre?
Hinata vio un súbito destello de dolor en los ojos de Naruto un instante antes de que éste lo ocultara y se encogiese de hombros. —¿Cómo quieres que lo sepa? Nunca conozco los nombres de mis víctimas.
Por la expresión que había en el rostro de Naruto, Hinata supo que recordaba los nombres de aquellos a los que había dado muerte. La pena que vio en sus ojos hizo que no le cupiera ninguna duda de que esos recuerdos todavía lo torturaban.
—¿Lo veis? —rugió Hidan—. No lo niega. Quiero justicia para mi familia.
—¿Justicia señor, o habéis obrado impulsado por un motivo más egoísta? —Las palabras ya habían salido de la boca de Hinata antes de que se diese cuenta de que había hablado.
De pronto todos los hombres se volvieron hacia ella. Hinata retrocedió nerviosa.
—Me han dicho que habíais venido a matarlo para que así uno de vosotros pudiera casarse conmigo y someter a mis gentes.
—¡Miente!
Itachi la miró con una ceja arqueada. —¿Cómo lo ha sabido?
—Alguien en quien confío los escuchó mientras tramaban sus planes.
Oírla hablar de aquella manera dejó completamente atónito a Naruto. En toda su vida, jamás nadie lo había defendido. Estaba tan acostumbrado a verse abandonado por todos y tener que confiar en sus propios recursos que no podía entender las acciones de Hinata.
Su súbita aparición en la sala del trono cobraba sentido.
—¿Por eso viniste aquí?
Ella asintió. —Quería prevenirle.
Naruto no daba crédito a sus oídos.
Itachi se volvió hacia Hidan y lo miró con los ojos entornados.
—Al parecer hay alguien que puede dar testimonio de vuestra conspiración, Hidan. ¿Qué decís ahora?
—También había otro conspirador —dijo Hinata.
Itachi miró a Naruto.
—Sí—admitió Naruto de mala gana. —Ha huido.
Itachi envió a uno de sus guardias en busca del hombre. Miró a Hidan con expresión impasible y dio instrucciones al otro guardia.
—Llevadlo a la torre. Después nos ocuparemos de él.
Cuando los tres se hubieron quedado solos, el rey fue hacia Hinata con una ceja arqueada.
—A juzgar por vuestras acciones, diría que podemos suponer que consentís en el matrimonio.
—¿Podría hablar a solas con lord Naruto acerca de la cuestión, majestad?
Itachi le lanzó una mirada llena de sospecha, pero finalmente permitió que se ausentaran.
Salieron de la sala del trono y Naruto la condujo por un pasillo que desembocaba en unas escaleras. Caminaron en silencio hasta que Naruto la llevó a un patio detrás del baluarte. El pequeño recinto se hallaba circundado por muros de piedra gris cubiertos de yedra y zarzamora. La tarde estaba llena de paz, con apenas ningún sonido.
Hinata contempló a Naruto mientras él permanecía orgullosamente inmóvil ante ella, sus rubios cabellos cayendo sobre su rostro de una manera muy seductora: era un hombre peligrosamente apuesto. Un hombre que podía llegar a causar un efecto devastador en una mujer con nada más que una simple sonrisa. Ella no pudo evitar preguntarse cómo sería estar entre sus brazos, sentir el sabor de aquellos labios sobre los suyos.
No debería permitirse semejantes pensamientos acerca de él, y sin embargo no conseguía evitarlo.
Él juntó las manos detrás de su espalda y la contempló con cierta impaciencia.
—¿Y bien?
Hinata intentó poner un poco de orden en el caos de sus emociones.
—¿Puedo ser honesta con usted?
—Ciertamente prefiero eso a la deshonestidad.
Eso la hizo sonreír. Naruto era un hombre de lo más extraño.
—Yo... —Hizo una pausa mientras trataba de decidir cuál sería la mejor manera de abordar el tema que la preocupaba.
—¿Usted...?
Finalmente ella alzó la barbilla e hizo lo que mejor se le daba. Empezó a hablar a toda prisa.
—Usted y su rey me han pedido que nos unamos con un vínculo eterno. Que ponga en vuestras manos mi vida y la de mis gentes. Quería que supiera que siempre me tomo muy en serio mis juramentos. Y si vamos a hacer esto, entonces antes deseo poder dedicar un poco de tiempo a conocerle.
Naruto abrió la boca para contarle su plan de encontrar al incursor .y luego dejarla en paz, pero no llegó a decir nada.
Hinata nunca accedería a que fuera a su tierra con ella para entregarle a uno de los suyos a Itachi o, peor aún, matarlo. Si ella tuviera alguna intención de hacer tal cosa, el líder de los rebeldes ya estaría de camino hacia Londres.
No, tendría que dejar que Hinata pensara que él veía con buenos ojos aquella unión.
—Muy bien —dijo finalmente—.¿Cómo sugerís que lleguemos a conocernos el uno al otro antes de mañana?
—¿Cenaréis conmigo esta noche? Aquí. ¿Sólo nosotros dos?
Él arqueó una ceja.
—¿Sólo nosotros?
—Y Aelfa, naturalmente. Pero nadie más.
Era una extraña petición la que le hacía. Aun así, no le pareció que pudiera haber nada de malo en complacerla.
—¿A qué hora?
—¿Vísperas?
Naruto asintió.
—La veré entonces.
Hinata lo vio marchar. Por primera vez, reparó en su manera de caminar. Como un león al acecho que esperase que otra fiera saltara sobre él en cualquier momento. Era un hombre muy fiero, aquel caballero. Fiero y solitario. Y no tardaría en ser su esposo. Hinata tragó saliva al pensarlo, y fue a hacer los preparativos para la noche.
Naruto estaba solo en su habitación, sentado a su escritorio, cuando oyó que llamaban a la puerta.
—Adelante.
Medio esperaba que fuese Hinata, así que se sorprendió al ver entrar a Konohamaru.
—¿Qué te trae por aquí? —le preguntó mientras Konohamaru cerraba la puerta y se apoyaba en ella.
—Me estaba preguntando cuándo partiríamos hacia Escocia. Quería comunicárselo a Draven. Pensé que podríamos hacer un alto allí en Sarutobi Thorne, ya que nos viene de camino.
Naruto dejó escapar el aliento en una prolongada exhalación.
—Te agradezco sinceramente tu oferta, Konohamaru, pero no tengo intención de llevarte conmigo.
—Necesitas que alguien te acompañe.
—No necesito a nadie. Te aseguro que no me ocurrirá nada.
Konohamaru cruzó los brazos encima del pecho mientras contemplaba a Naruto con una mirada inquisitiva.
—¿Te acuerdas de lo que me dijiste la noche en que llegaste a Sarutobi Thorne?
—No. Apenas guardo recuerdos de esa noche.
—Yo te pregunté si no te asustaba estar tan lejos de tu familia. Tú dijiste que no tenías ninguna familia. Que no pertenecías a ningún lugar ni a nadie. ¿Te acuerdas ahora?
Naruto se encogió de hombros. —Vagamente.
—Bueno, pues me parece que el hombre que tengo ante mí en este momento sigue siendo ese niño de nueve años que se plantó desafiante y erguido ante Hiruz. Todavía mantienes un hombro rígido para recibir un golpe mientras tu mano está apretada en un puño para devolverlo.
El dolor llegó en una súbita acometida cuando unos recuerdos que Naruto quería borrar de su memoria volvieron a hacerse presentes. Había dedicado la mayor parte de su vida a tratar de olvidar precisamente las cosas que Konohamaru quería que recordarse, y lo último que deseaba era evocar semejantes horrores.
—Konohamaru, ¿tienes algún motivo para decirme esto?
—Sí, lo tengo. Cuando Draven y yo intentábamos llegar a ser tus amigos, tú no nos decías nada. Te retirabas al interior de ti mismo todavía más rígidamente de lo que lo hacía mi hermano. Al menos él se mantenía abierto a mí. Pero tú... tú rechazabas cualquier consuelo.
Naruto guardó silencio. Él nunca había rechazado el consuelo. Simplemente le estaba prohibido. Cada vez que Hiruz lo sorprendía hablando con Konohamaru o con Draven, Naruto era castigado por ello. Hiruz lo despreciaba con un apasionado celo. Mayor que Draven y Konohamaru, Naruto nunca había tenido un protector.
Naruto siempre había estado solo. Nunca le había quedado otra opción.
—Quiero ir contigo, Naruto. ¿Es que no has pasado ya una parte lo bastante grande de tu vida sin tener nada más que enemigos a tus espaldas?
Naruto suspiró.
—Ya sabes que no estás en deuda conmigo por lo que hice.
—Lo sé. Ésa no es la razón por la que quiero ir.
Naruto frunció el ceño. Nunca conseguiría entender la manera de pensar de Konohamaru.
—¿Por qué, entonces? ¿Por qué ibas a querer pasar una semana entera recorriendo los caminos hasta llegar a unas tierras donde todos te despreciarán?
—Porque me han dicho que un amigo mío va a ir allí solo.
Naruto sacudió la cabeza. Konohamaru era un hombre extraño. En su fuero interno, él sabía que a Konohamaru no se le había perdido nada en Escocia. Su amigo no tenía ni idea de lo que les aguardaba allí. Pero Naruto sí que la tenía.
Él estaba acostumbrado a ese tipo de cosas. Pero Konohamaru... Konohamaru estaba cometiendo una locura al querer hacer aquello.
—¿Y bien? —sugirió Konohamaru.
—Partiremos pasado mañana.
Konohamaru asintió.
—Bien. Enviaré a mi escudero a casa de mis padres hasta mi regreso. —Konohamaru se apartó de la puerta. Sus ojos relucían con un destello diabólico—. Porque regresaré, ¿verdad?
—Sólo si aprendes a no hacerme enfadar. De lo contrario, puede que yo mismo me encargue de entregarte a los escoceses para que te coman.
Konohamaru rió y abrió la puerta.
—Por cierto, he sabido de labios de la doncella de la dama que su color favorito es el lila.
—¿Por qué me estás diciendo esto?
—Se me ocurrió pensar que tal vez querrías saberlo. Estaré por aquí si me necesitas.
Naruto se recostó en su asiento mientras pensaba en todo lo que había dicho Konohamaru. Su mundo era un lugar muy frío. Naruto pasaba sus días ocupándose de los asuntos que Itachi necesitaba atender y las noches solo en su habitación con el oído bien alerta para percibir el próximo ataque.
Se preguntó por qué aquel día eso lo molestaba cuando nunca lo había inquietado antes. Hasta entonces siempre se había limitado a aceptarlo como un hecho. Tenía que haber sido el tiempo que pasó viajando con Tanahi y Menma, decidió. Su compañía lo había ablandado. Se había acostumbrado a estar con gente que no lo veía como un monstruo.
Naruto tragó saliva cuando sus pensamientos se volvieron hacia Hinata y ese rostro angelical suyo que siempre estaba iluminado por una afable modestia. Esa noche no estaría solo. Esa noche estaría con una mujer fascinante que poseía unos ojos llenos de amabilidad y un agudo ingenio. Por primera vez en su vida, estaba impaciente por ver ponerse el sol.
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Hinata se alisó la pechera del vestido con las manos. Las vísperas habían llegado y quedado atrás sin que hubiese sabido nada de lord Naruto. Estaba más nerviosa de lo que hubiese querido, también se sentía un poco irritada por la posibilidad de que a él simplemente se le hubiera olvidado que tenían una cita.
—¿Creéis que debería ir en su busca, milady? —se ofreció Aelfa. Antes de que pudiera responder, Hinata vio venir a lord Naruto entre las sombras que se iban alargando.
Sintió que se quedaba sin respiración. Todavía completamente vestido de negro, Naruto ofrecía una figura impresionante. Recién afeitado, llevaba los cabellos apartados de la cara, y la tranquilizó ver que se hubiera tomado la molestia de prestar tanta atención a su apariencia por ella.
Hinata lo miró y sonrió.
—Perdonadme por llegar tarde, milady —dijo él, haciéndole una reverencia cortesana—. He tenido que pasar más tiempo en la ciudad de lo que había pensado.
Un escalofrío descendió por la espalda de Hinata cuando él le levantó la mano y depositó un galante beso sobre sus nudillos.
—Estáis completamente perdonado—dijo, reparando en la falta de aliento que sonó su voz.
¿Qué había en aquel hombre que la hacía sentir tanto calor, y al mismo tiempo tal frío? ¿Que la hacía estremecerse de aquella manera, al mismo tiempo que toda ella parecía arder por dentro?
La sonrisa con que él respondió a sus palabras hizo que le flaquearan las rodillas. Ahora lo tenía tan cerca que podía oler su fresco y limpio aroma, y sentir cómo el calor de su cuerpo calentaba el suyo. Su fortaleza y el poder que irradiaba le abrumaban los sentidos.
Con un sacudimiento mental, Hinata redirigió sus pensamientos alejándolos de cuestiones como lo mucho que le encantaría besar a aquel hombre y sentir sus brazos alrededor de ella.
—Espero que os guste lo que he traído. —Señaló las fuentes colocadas sobre la manta que había extendido en el suelo—. Intentamos encontrar a alguien que supiera cuáles son vuestros platos favoritos, pero nadie pareció ser capaz de sugerir algo que no fuese demasiado aterrador.
—Mmmmm —dijo él—. Dejadme adivinar. Me gusta beber sangre de inocentes, llenarme el estómago con entrañas de caballeros y comer corazones de niños pequeños sin importar dónde hayan nacido.
—Sí, la opinión general era más o menos ésa.
Una extraña luz se encendió en sus ojos azules cuando apartó la mirada de ella.
—Bueno, espero que no hayáis llegado a tomaros todas esas molestias para darme de cenar. Me temo que todavía no se ha levantado la veda para ir en busca de buena sangre, y los caballeros pueden reaccionar de una manera bastante violenta si intentáis sacarles las tripas.
El que Naruto pudiera bromear acerca de aquello la llenó de asombro. Lo que había sabido aquella tarde hacía que su corazón llorase por él. De todos los centenares de personas que había en aquel castillo, nadie sabía nada acerca del hombre que tenía delante. Ni siquiera el rey.
Itachi no podía contarle qué era lo que le gustaba hacer a Naruto, qué canciones prefería, con qué actividades disfrutaba más ni tan sólo cuál era su color favorito.
Ni siquiera Konohamaru lo sabía.
—Me temo que esto va a suponer una gran decepción para usted —dijo ella con un suspiro de abatimiento mientras seguía tomándole el pelo—, pero lo único que tenemos es faisán asado, manzanas cocidas y anguilas guisadas con vino y salsa de cebollas. Claro que si prefiere lo otro...
Él le sonrió.
—¿Cómo es que vos entendéis mi humor cuando nadie más lo consigue?
—No tengo ni idea, como no se deba a que mi hermano también siente una cierta inclinación por lo tenebroso. De hecho, a veces encuentra un auténtico deleite en ello.
—¿Le parece que yo siento inclinación por lo tenebroso?
—¿Acaso no la siente? Viste de negro por qué le gusta asustar a la gente. Ambas cosas me parecen muy propias de aquellos que sienten una inclinación por lo tenebroso.
—Supongo que sí.
Hinata lo hizo sentar sobre la manta y sirvió vino para ambos. Miró por encima del hombro izquierdo para ver cómo Aelfa le indicaba con una seña que estaría al otro lado de la pared en el caso de que tuviera necesidad de ella. Hinata asintió para que supiera que la había entendido y le entregó una copa a lord Naruto.
—Y decidme, aparte de sentir inclinación por lo tenebroso, ¿Qué otra cosa prefiere hacer?
Naruto se encogió de hombros. —Monto mucho a caballo.
—¿Y?
—Eso es todo.
Hinata frunció la nariz mientras lo contemplaba.
—Es una lista muy corta.
—A diferencia de la vuestra. Apostaría a que vuestra lista es larga. Infinita, probablemente.
Volvía a tomarle el pelo y Hinata descubrió con asombro que le encantaba que lo hiciera. Por primera vez, cayó en la cuenta de que lord Naruto era un hombre que se manifestaba distinto cuando estaba con ella. Nunca bromeaba de aquella manera con nadie más y parecía un poco más relajado en su presencia. El pensamiento la llenó de emoción.
—De hecho, mi lista no puede ser más infinita.
—Probablemente le gusta bailar y cantar
—Sí. ¿Y a usted?
—Nunca he intentado hacer ninguna de las dos cosas.
—¿Ni una sola vez?
Él sacudió la cabeza.
—¿Por qué?
Él bebió un largo sorbo de vino y dejó a un lado la copa. —Nunca tuve tiempo para ello de joven, y de hombre nunca he sentido ninguna inclinación a hacerlo.
—Oh. Supongo que no leéis, ¿verdad?
—No.
—Bien, ¿y qué hacéis cuando estáis en casa y no sirviendo a vuestro rey?
—Me adiestro.
—¿Y cuando no os estáis adiestrando?
—Pienso en adiestrarme.
—¿Y cuando no estáis haciendo eso?
—Entonces estoy descansando para poder adiestrarme en cuanto me levante.
Hinata torció el gesto ante la vehemencia de su respuesta.
—¿Está diciendo la verdad, o sólo pretende ser irritante?
— Yo siempre digo la verdad, milady, y dicen que casi siempre soy irritante.
Hinata sintió que le daba un vuelco el corazón ante la tranquilidad con que acababa de hablar él. Siempre se mostraba dispuesto a aceptar la manera en que lo trataban los demás.
—Siempre dice la verdad, ¿eh? Me parece que nunca he conocido a un hombre que pudiera afirmar tal cosa.
Los ojos de él parecieron atravesarla con su azulada llama.
—He hecho muchas cosas en mi vida, cosas que desearía no haber hecho jamás, pero nunca he mentido.
De algún modo eso hizo que Hinata se sintiera reconfortada.
—Decidme, lord Naruto...
—Naruto —dijo él, interrumpiéndola
—¿Cómo?
—Llamadme sólo Naruto. No doy demasiada importancia a los títulos.
—Pero es conde, ¿verdad?
Había oído cómo uno de los cortesanos se refería a él con ese título. Después aquel mismo cortesano le había dicho que Naruto tenía tierras por toda Inglaterra, Normandía y ultramar.
—Soy un hombre, Hinata. No soy un título, y lo único que deseo es ser dueño de mí mismo.
Era la primera vez que ella oía su nombre saliendo de los labios de él. Un suave cosquilleo le recorrió todo el cuerpo. Había habido algo muy íntimo en la manera como lo pronunció.
—¿Es ésa la razón por la que no lleva ningún escudo de armas?
Naruto no respondió a la pregunta.
—¿Por qué no me hablas de ti, milady?
Era astuto y trataba hábilmente de distraerla, pero ella no estaba dispuesta a permitir que la despistara recurriendo a semejantes tácticas.
—Yo lo sé todo de mí—objetó Hinata. —Es de ti de quién no sé nada.
—Sí, pero yo no sé nada de ti. Nada excepto que no conoces el miedo.
Hinata se frotó el cuello nerviosamente.
—Oh, lo conozco muy bien. He vivido aterrada desde el momento en que murió mi padre —dijo Hinata, sin apenas poder creer que aquellas palabras hubieran salido de su boca. Nunca le había hablado de eso a nadie.
—¿Por qué?
—Él lo era todo para mi clan. Lo mantuvo unido cuando una mitad quería atacar a los ingleses y la otra mitad sólo quería la paz.
Naruto asintió como si comprendiera, y Hinata experimentó una súbita conexión con él, aunque se sentía incapaz de imaginar por qué razón debía sentirse así.
—Sí. Querían elegirme para que lo sucediera en el cargo, pero yo me negué. Sabía que eso habría herido profundamente a mi hermano Kagura. Él ya siente que tiene que competir conmigo en todo momento debido a nuestras madres. No deseo ponérselo todavía más difícil de lo que ya lo tiene.
Naruto mordió un trozo de faisán.
—¿Qué tenían de particular vuestras madres para hacer que él sienta que siempre debe competir contigo?
—Mi madre era prima del rey Hamura. —Hinata hizo una pausa cuando vio inflamarse el odio en los ojos de Naruto, ante la mención del anterior rey escocés—. ¿No era de vuestro agrado?
—Digamos que la única vez que me encontré con él no congeniamos demasiado.
—Pero era un hombre bueno.
Naruto apartó la mirada.
Hinata trató de tragarse su nerviosismo, y se preguntó si el odio que Naruto sentía hacia su pariente no terminaría incluyéndola a ella. Estaba claro que Naruto había encontrado detestable a Hamura, pero no entendía a qué pudo haberse debido eso. Hamura siempre había sido muy bueno con ella cuando estuvo viviendo en su corte.
—¿Y la madre de Kagura y Lheo? —preguntó él.
—Era pastora, y muy joven. Yo tenía la edad de Lheo cuando mi padre la conoció. Se enamoró, y antes de que hubiera llegado a transcurrir un mes ya se había casado con ella.
Naruto bajó la mirada hacia su tabla de trinchar.
—¿Recuerdas a tu madre?
Hinata sonrió mientras sentía crecer la felicidad dentro de ella, como le ocurría siempre que se acordaba de su madre.
—Sí. Era hermosa y buena. Un ángel. Yo sólo tenía cinco años cuando murió, pero me acuerdo tanto de ella... —Hinata vio la tristeza en los ojos de él—. ¿Y qué me dices de ti? Háblame de vuestra madre.
—¿Qué hay de vuestra madrastra? —preguntó él, en lugar de responder a la pregunta que acababa de hacerle ella—. ¿Era buena contigo?
Qué pregunta tan peculiar; pero pensándolo bien, dada la imagen que la mayor parte de las personas tenían de los padrastros y las madrastras, quizá no fuera tan extraña después de todo.
—Morna es maravillosa. Me parece que te gustará mucho. Ha estado tratando de encontrarme un esposo.
Eso hizo que él frunciera el ceño.
—¿Por qué no te has casado todavía?
Hinata respiró hondo mientras pensaba en ello. A decir verdad, siempre había querido ser esposa y madre. No se le ocurría nada mejor que tener un hogar lleno de niños.
—Mi prometido murió antes de que llegáramos a contraer matrimonio —susurró—, y luego mi padre murió antes de que yo tuviera ocasión de empezar a buscar otro prometido. Desde su muerte, ni siquiera he querido pensar en ello, por miedo a que alguien me utilizara para tratar de arrebatarle el control del clan a mi tío.
—¿La paz es importante para ti?
—Muchísimo. Ya he perdido a una buena parte de mi familia. No deseo perder a nadie más.
La azulada mirada de Naruto escrutó la suya y Hinata vio el respeto que sentía por ella. Eso la llenó de alegría.
—Eres muy sabia, Hinata.
Hinata sonrió con dulzura.
En ese momento, casi podía permitirse soñar una vida con ella. De compartir infinitas noches como ésta. Pero en el fondo de su corazón ya sabía que no iba a ser así. Él no era la clase de hombre que necesitaba una mujer como ella.
—¿Quieres tener hijos?— La pregunta escapó de sus labios antes de que pudiera detenerla.
Ella se ruborizó.
—Sí. Me encantaría tener docenas de hijos.
Naruto sintió una súbita opresión en la ingle sólo de pensarlo. En ese momento le habría encantado ofrecerle sus servicios, pero eso era otra cosa que él nunca podría hacer.
—¿Y tu? —preguntó ella—. ¿Cuántos hijos te gustaría llegar a tener?
—Ninguno.
—¿Ni tan siquiera un varón?
Él sacudió la cabeza.
—No quiero tener ningún hijo. Nunca.
—¿Por qué?
Naruto apretó los dientes. No quería tener hijos porque se negaba a traer al mundo a nadie tan indefenso. No había más que mirar al hermano pequeño de Hinata. Su padre estaba muerto, y ella y Lheo se hallaban en manos de sus enemigos.
Él nunca se atrevería a correr semejante riesgo. Nunca permitiría que un hijo suyo sufriera.
—Los hombres como yo no engendran hijos.
—Los hombres como... —Hinata abrió mucho los ojos y más color afluyó a sus mejillas. Se apartó de él—. Perdonadme, milord, no había imaginado que prefirieseis la compañía de otros hombres.
Naruto casi se atragantó.
—Os aseguro que no se trata de eso, milady. Mis deseos se inclinan decididamente por las mujeres.
El humor regresó a los ojos de ella.
—Oh. Bueno, acabas de decir que...
— Pero no me refería a lo que has pensado.
—¿Entonces por qué no quieres tener hijos?
— No se hablará más del tema.
Hinata comprendió que él no iba a confiarle nada más. Muy bien; siempre podría seguir con ello más adelante. Por el momento se concentraría en otras cosas.
—¿Qué has hecho hoy? —preguntó—. Dijiste que habías ido a la ciudad.
—He estado haciendo preparativos para partir hacia Escocia.
Hinata se sintió inundada de júbilo.
—¿Vas a llevarme a casa?
—Sí.
—¿Cuándo?
—Pasado mañana.
Una inmensa alegría se adueñó de Hinata, llenándola como una oleada a la que nada podía contener. Llena de excitación y sin pensar en lo que hacía, se lanzó a los brazos de él y lo estrechó contra su pecho mientras el corazón le palpitaba frenéticamente.
Aturdido e incapaz de reaccionar, Naruto permaneció inmóvil mientras ella lo envolvía con su cuerpo. Nadie lo había abrazado nunca antes. Ni una sola vez. Tragó saliva ante la sensación de los senos de Hinata apretándose contra su pecho, de su aliento en su cuello y la ternura con que sus brazos le rodeaban el cuello. Hinata se sentía maravillosamente bien.
Lentamente y con mucha torpeza, él puso los brazos alrededor de ella. La sangre palpitaba en sus venas mientras su cuerpo rugía, cobrando vida con una exigencia tan intensa y abrasadora que lo dejó sin aliento.
Ya sólo podía pensar en el calor del cuerpo de Hinata junto al suyo, el modo en que su mejilla se apretaba contra la suya. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, le levantó la barbilla con la mano y bajó la boca hacia sus labios entreabiertos.
El sabor de su boca lo hizo gemir. La sensación de su aliento confundiéndose con el suyo cuando la lengua de Hinata se deslizó sobre la suya en un lento titubeo. Olía a mujer y a lilas, al más puro éxtasis celestial. Naruto le tomó la cara entre las manos e inhaló los aromas y las sensaciones del único momento de ternura que había conocido jamás.
La sangre resonaba en sus oídos como un torrente incontenible mientras su cuerpo ardía de deseo por ella, y tuvo que recurrir a todas sus reservas de voluntad para no deshacerle las lazadas del vestido y poder saborear así una parte todavía más grande de ella. Saborear la totalidad de su ser.
Hinata sintió que le daba vueltas la cabeza ante el sabor del hombre, la potencia de sus brazos alrededor de ella. La lengua de Naruto jugaba incansablemente con la suya, provocándola y excitándola. Un ansia surgida de lo más profundo de su ser amenazaba con tomar posesión de ella conforme él suscitaba en su cuerpo sensaciones y sentimientos que Hinata nunca había conocido anteriormente.
Los brazos de Naruto se tensaron alrededor de su cuerpo y Hinata pudo sentir cómo los músculos de la espalda de él se amoldaban a sus manos. Santo Dios, pero si todo él era músculo sólido y potencia viril.
Y ella lo deseaba como nunca había deseado nada en toda su vida. La hembra que llevaba dentro había despertado de pronto, trayendo consigo una exigencia tan feroz que Hinata se asombró de no quedar incinerada por su abrasadora intensidad. ¿Qué era aquel fuego que ardía dentro de ella? ¿Aquel anhelo de arrancarle las ropas a Naruto y tocar cada parte de él con sus manos, con sus labios?
¡Besar era maravilloso!
Naruto hizo que sus manos descendieran a lo largo de la espalda de ella hasta las costillas. El sordo palpitar del cuerpo de Hinata se volvió todavía más intenso cuando se arqueó contra él. Dejándose llevar por una reacción instintiva, empezó a restregarse contra él. Naruto respondió con un gruñido animal al mismo tiempo que profundizaba en su beso y alzaba la mano para rodearle el pecho con ella a través de la tela de su vestido. Hinata gimió al sentir el contacto de su mano.
Naruto siseó ante la manera en que el pecho de Hinata le llenaba la mano, la manera en que toda ella sabía a fuego y dulce inocencia. Las manos de Hinata buscaron su cuerpo, acariciándolo e inflamándolo. Y él sólo podía pensar en tenderla de espaldas y...
Retrocedió y contempló los ojos a medio abrir de Hinata. Sus labios estaban hinchados y respiraba con jadeos entrecortados. Le bastó con verla para poder imaginar el aspecto que tendría en su cama, lo que se sentiría al poseerla.
Al día siguiente ella sería suya. Entonces podría tomarla, una y otra vez, hasta que ambos se hubieran quedado sin fuerzas. Pero, en el fondo de su corazón, Naruto ya sabía que eso nunca llegaría a ocurrir.
Él nunca permitiría que ocurriese.
—¿Por qué me miras de esa manera? —preguntó ella.
—¿Qué manera es ésa?
—Con tristeza. Me recuerdas a un soñador lleno de deseo contemplando algo que piensa que nunca llegará a tener.
Naruto parpadeó y obligó a todas las sensaciones a que abandonaran su cuerpo mientras soltaba a Hinata. Después se apartó delicadamente de ella y de la tentación que ofrecía.
—No me había dado cuenta de que estuviera haciendo eso.
—Lo haces muy a menudo, de hecho.
—Pues entonces tendré que ir con más cuidado, ¿no?
Ella se inclinó hacia adelante como si se dispusiera a declarar un gran secreto.
—Me parece que llevas demasiado tiempo tratando de evitar que nadie pueda ver tus emociones.
Él la miró y soltó un bufido.
—Excepto tú. Pareces ser capaz de ver con una increíble precisión lo que hay en mis pensamientos.
—Mi padre aseguraba que eso era debido a la sangre de mi madre. Cuenta la leyenda que la familia de mi madre descendía del pueblo de las hadas.
Naruto apartó la mirada.
—Yo no creo en esas historias.
—Ya me lo imaginaba. Tengo la impresión de que eres la clase de hombre que sólo creerá en aquello que puede ver o tocar.
—Exactamente.
—Pero sabes, a veces es precisamente lo que no ves lo que tiene más poder.
—¿A qué te refieres?
—Al amor, para empezar. No hay cosa más poderosa en la Tierra que el amor, y sin embargo no puedes verlo o tocarlo. Sólo puedes sentirlo.
Oírla hablar de una manera tan fantasiosa hizo que Naruto sacudiera la cabeza.
—Has hablado como un auténtico espíritu antojadizo.
—¿No lo crees?
—Acuérdate de lo que me acabas de decir. Yo no creo en nada que no pueda ver o tocar.
—¿Eso quiere decir que nunca has estado enamorado?
—No. ¿Y tú?
—Nunca.
—¿Y entonces cómo sabes que el amor es tan poderoso?
—Morna me lo ha contado todo sobre el amor. Ella todavía siente amor por mi padre a pesar de que él ya lleva casi tres años muerto.
La dirección que había empezado a tomar su conversación no era del agrado de Naruto, por lo que trató de distraer a Hinata regresando a temas más familiares y con los que se sentía mucho más cómodo.
—Siento lo de tu padre. ¿Cómo murió?
—Fue un accidente durante una batalla. Su caballo lo tiró al suelo mientras los atacaban a él y a sus hombres.
Naruto removió distraídamente su comida con el cuchillo. Había visto perecer de aquella manera a muchos hombres
—Me alegro de que no te encontraras allí cuando sucedió.
—Yo no estaba allí, pero el pobre Kagura sí. Desde entonces no ha vuelto a ser el mismo.
—Tuvo que ser terrible para él.
Hinata asintió.
—¿Y tú? ¿Estabas presente cuando murió tu padre?
—No. Yo estaba en Tierra Santa cuando ocurrió.
—¿También fue un accidente?
Naruto tragó saliva.
—No. Mi padre se quitó la vida.
Hinata dejó escapar una exclamación ahogada y se apresuró a persignarse.
—Pobre hombre. ¿Por qué?
—Mi padre sentía ese amor del que hablas. Pero, desgraciadamente y en vez de corresponder a su devoción, la mujer a la que amaba se fugó con otro de nuestros hermanos.
—No puedo imaginarme nada peor.
Naruto podía. De hecho, había sobrevivido a cosas mucho peores. Pero después de todo, la vida consistía en dolor.
Comieron en silencio durante un rato, mientras Hinata estudiaba a su futuro esposo. Había en él un aire de reservada tristeza y vulnerabilidad herida que no conseguía llegar a entender. ¿Cómo era posible que un hombre tan fuerte fuese tan vulnerable? No tenía ningún sentido.
«Hasta los insectos más diminutos pueden terminar derribando a un gran roble cuando uno permite que lo estén royendo continuamente.» Hinata llevaba mucho tiempo sin pensar en el viejo dicho de su madre. Y sin embargo era cierto.
Hinata tenía la sensación de que el hombre que tenía delante estaba siendo roído por muchas cosas. Aunque parecía altivo y distante, sin duda tenía que incomodarlo el hecho de que todas las personas con las que se encontraba le profesaran miedo u odio.
Cuando hubieron terminado de cenar, Naruto la acompañó hasta su habitación. Hinata se detuvo ante la puerta. Al día siguiente por la mañana los dos estarían unidos, y ahora no sabía mucho más acerca de él de lo que había sabido antes.
—Gracias, Naruto, por haber accedido a compartir esta velada conmigo.
Naruto asintió sutilmente. Lo había pasado mucho mejor de lo que estaba dispuesto a admitir. Normalmente él siempre comía en silencio dentro de su habitación. El sonido de la voz de Hinata había supuesto un cambio muy agradable.
Antes de que él pudiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, Hinata alzó una mano hacia su rostro en un gesto lleno de cariño y, poniéndose de puntillas, le besó la mejilla izquierda. Naruto sintió que se quedaba sin respiración ante el contacto de aquellos labios, suaves como una pluma, con su carne y el calor de la mano de ella sobre su rostro.
Su cuerpo reaccionó al instante, endureciéndose con un súbito deseo, y de pronto no hubo nada en el mundo que quisiera más que tomarla en sus brazos y pasar el resto de la noche haciéndole el amor.
Pero se sentía incapaz de moverse. Estaba atrapado por la delicadeza de Hinata.
—Buenas noches, Naruto —murmuró ella, y lo dejó.
Él no se movió hasta que ella hubo entrado en su habitación y cerrado la puerta. Se quedó contemplándola, con el corazón palpitándole con frenesí mientras todos los deseos que había expulsado de su interior volvían de repente.
En el espacio de unos segundos, Naruto recordó cada uno de los momentos de su vida en los que había anhelado tener a alguien que lo rodeara con sus brazos. Alguien que se limitara a fingir que le importaba lo que pudiera ser de él. Ya hacía mucho tiempo que la realidad lo había obligado a dejar de pensar en tales cosas, a dejar de anhelar deseos que nunca llegarían a cumplirse.
Y sin embargo...
Aquella esperanza había vuelto. Volvía a estar presente, y era temible en su ferocidad.
«Ni se te ocurra...»
Naruto ya sabía que no debía dejarse engañar. Los deseos que no podían llegar a hacerse realidad sólo servían para traer un nuevo dolor, y a él ya se le había infligido más de lo que le hubiera correspondido en justicia.
Tarde o temprano ella lo rechazaría. De eso no le cabía ninguna duda. Y le dolería mucho menos si se mantenía alejado de ella.
La llevaría a su hogar en las salvajes colinas que la habían visto nacer y luego la dejaría en libertad de encontrar a un hombre al que pudiese amar. Un hombre con el que tuviera algo en común. Alguien que supiera cantar y bailar.
Alguien que supiera amar.
Y, sin embargo, incluso mientras aquel pensamiento le pasaba por la cabeza, una parte de su corazón se entristecía al pensar en ella con otro hombre. Pero no había manera de evitarlo. Tarde o temprano él tendría que dejarla marchar.
Continuará...
