—¿De qué va todo esto, Valka? —preguntó Astrid mientras le cogía fuertemente la mano a Hipo como muestra de apoyo.
—¿Valka? —repitió ella con tono reflexivo. —¡Oh, Dios! ¿La conocéis? —exclamó Anna.
—Partiendo de la base de que es mi madre, sí, un poco —contestó Hipo con un tono irónico que dejaba ver lo herido que se sentía.
—¡¿Qué?! ¡¿De verdad es tu madre?! —Anna no daba crédito.
—¿Es eso cierto? —preguntó Valka con una casi inaudible voz mientras se acercaba a él y analizaba todos y cada uno de los detalles de su rostro—. ¿Soy tu madre?
—No… ¿no me reconoces? —preguntó Hipo clavando su mirada en el vacío que reflejaban los ojos de su madre.
Kristoff se mordió el labio analizando la situación.
—Está bien. Vamos a tomárnoslo con calma. Quizás deberíamos hablar de esto en un lugar más cómodo; hay algo que deberíais saber.
Caminaron a través del castillo hasta acabar todos sentados en el gran salón. Valka observaba con cierta culpa a Hipo, que no sabía qué pensar de todo lo que estaba ocurriendo; Elsa cogió la mano de su hermana viendo la preocupación en su rostro y en el de su esposo; incluso Olaf parecía sentirse turbado. Entonces miró a Hallan: parecía relajada, pero claro, pensando en ello, probablemente ella ya supiese lo que estaba pasando. Como llamada por su mirada, Hallan miró a Elsa y la vio con la mirada perdida sobre ella, así que se levantó, se sentó a su lado y, reposando su mano sobre su muslo, le susurró en el oído "Todo va a ir bien". Elsa asintió sintiendo una gran confianza en sus palabras y tratando de desviar la atención del escalofrío que le recorrió el cuerpo de abajo a arriba.
—Hace unas ocho semanas —comenzó a narrar Kristoff—, uno de los barcos de Arendelle se encontró a una mujer flotando sobre un tablón en alta mar. La mujer se encontraba inconsciente, por lo que la recogieron y la trajeron al reino. Cuando la guardia nos informó, Anna insistió en traerla al castillo para ofrecerle nuestra ayuda. Llegaron con ella todavía inconsciente, así que la dejamos descansando en una habitación e hicimos que la visitase un doctor. Dos días después despertó y, al parecer, estaba físicamente sana, sin embargo… no era capaz de recordar absolutamente nada sobre su propia vida.
Hipo miró a su madre y se retiró el flequillo hacia atrás con algo de frustración.
—Y... ¿ésa era mi madre?
Anna asintió.
—Olaf le eligió un buen nombre y ahora mismo está viviendo con nosotros. Aún no recuerda nada. El doctor dijo que era posible que el tiempo le devolviese sus recuerdos, pero también existe la posibilidad de que se quede así… para siempre.
Hipo se levantó y se arrodilló frente a su madre, cogió su mano delicadamente y la miró a los ojos mientras algunas lágrimas se formaban en los suyos propios.
—Estaba increíblemente preocupado por ti.
Valka acarició su cabeza sin saber bien qué decir.
—No te preocupes, mamá. Lo arreglaremos de algún modo; aún no sé cómo, pero… algo se nos ocurrirá, ¿vale?
—Tal vez podríais encargárselo a alguien capaz de recordar absolutamente todo como, qué se yo, ¿el espíritu de los recuerdos? —se ofreció Hallan con una mueca traviesa.
—¡¿Tú puedes devolverle sus recuerdos?! —exclamó Astrid entusiasmada.
—Bueno, yo puedo enseñarle sus recuerdos como si fuesen nuevos. No puedo curar su cabeza, pero puedo mostrarle todo su pasado para que sepa de nuevo quién es.
—¡Oh, Thor! ¡¿Lo harías?! —dijo Hipo sintiendo la esperanza crecer dentro de él.
—Siempre y cuando eso sea lo que ella desea —contestó Hallan feliz de ver a Hipo recuperar la alegría.
—Vale, creo que me he perdido algo —dijo Kristoff, que aún no sabía quién era Hallan.
—Ah, cariño. Ella es el espíritu de los recuerdos; el espíritu del Ahtohallan —le informó Anna.
—¿Por qué este tipo de cosas ya no me impresionan? —contestó él con gesto analítico—. Y… ¿eres humana?
—Prácticamente, supongo.
—Ahá… Y ¿eras un iceberg hembra o…?
—No tengo género. Yo misma elegí ser mujer al tomar esta forma porque pensé que me facilitaría las cosas.
Él le echó una mirada de reojo a Elsa.
—Creo que lo entiendo.
—Eres bastante espabilado —contestó ella sintiéndose expuesta. —Y, ¿cómo funciona? —preguntó Astrid yendo al grano.
—Fácil. Tomo sus manos y permito a sus recuerdos entrar en su interior. No es un proceso doloroso para ella, pero sí bastante agotador.
—Esto es demasiado —murmuró Valka para sí misma—. Yo… yo sólo… Hasta esta mañana yo no era nadie, y ahora, de repente, voy a tener una familia, amigos, un hogar, aficiones e incluso arrepentimientos por cosas que ni siquiera recuerdo haber hecho. Y, ¿qué pasa si no me gusta la vida que tenía? ¿Y si ser Ondina era mejor? Yo… tengo que pensármelo, lo siento.
Valka salió estrepitosamente del salón y el ambiente se tornó denso y cargado.
—Tiene razón —dijo Hipo mirando la puerta por la que su madre se había marchado.
—¿Qué dices, Hipo? —le replicó Astrid.
—Vamos, ella abandonó a su hijo y a su marido, vivió por y para los dragones durante veinte años, luego recuperó a su marido y lo perdió en el mismo día y, un año después, incluso los dragones desaparecieron de su vida. Todo lo que ha dejado atrás es un hijo al que no ha visto crecer y que le hace recordar toda la culpa que siente… Es posible que ser Ondina sea lo mejor para ella. Ni siquiera sabemos por qué se fue; quizás estaba huyendo de esa vida…
—Te quiere. Lo sabes, ¿verdad? —le dijo Astrid acariciándole la espalda sin saber qué otra cosa decir.
—Lo sé…
—Hallan, ¿existe la posibilidad de mostrarnos a nosotros los recuerdos de Valka? —preguntó Anna. —A lo mejor podemos descubrir por qué se marchó de su casa y qué le pasó.
—Claro que puedo, pero os congelaríais para siempre y eso.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Demasiado lejos.
—¿Cómo en el glaciar? —preguntó Elsa intrigada.
—La magia es la misma. Veréis, cada uno puede ver sus propios recuerdos, pues es su dueño, pero en lo referente a los recuerdos de los demás, sólo podéis ver aquellos que el propietario no necesita esconder. Los secretos son privados, y verlos tiene un alto precio.
—O sea, que no hay nada que podamos hacer, ¿no? —se aseguró Hipo con tono triste.
—Sólo respetar su voluntad —contestó Hallan solemnemente.
Tras aquello, la tarde pasó despacio y, al caer la noche, todos se fueron a la cama fuertemente acompañados de la incertidumbre del mañana.
