Según su permiso de conducir y su ficha policial, el hombre de bigote largo y rojo, bandana y Chevrolet customizado en el exterior era Clayton P. Stewart. Nunca había sido conocido en el condado por su temperamento apacible: era la clase de hombre que insultaba en voz alta a las personas que aparecían en la televisión, que había tenido cuatro esposas, problemas de salud al ser el alcohol su mejor amigo y aun así seguía bebiendo como un pez en una pecera...Últimamente se había visto a Clayton más de una vez por conducir bebido. Quizás hubo un momento en que le importaban las multas, pero últimamente...últimamente no le importaba un carajo...

Mantener su espacio más importante parecía mucho más importante.

— ¡Eh, tú, sabandija, no estoy buscando un hombrecito junto al que acurrucarme esta noche, así que quítate de encima!

La cola en la gasolinera había permanecido en silencio hasta ese mismo instante. Algunos incluso miraron a su alrededor como si acabaran de despertar de un estado de sopor. Entre ellos se encontraba Ben, el cual tenía en sus manos una bolsa de patatas fritas, una cola y una salsa ya preparada. Sus ojos, como los de los demás, se volvieron hacia el hombrecillo que fusilaba con la mirada al pelirrojo peludo que tenía detrás.

— ¡No es mi culpa si no puedo alejarme de usted! ¿Ha visto lo lleno que está esto?—replicó el otro tipo. Siendo francos, era tan enorme y Clayton tan pequeño que casi parecía echársele encima.

— ¡Tienes espacio suficiente para no invadir el mío!

— ¡Eh, no me empuje! ¿Quién se ha creído que es?

— ¿Que quién soy yo? ¿Quieres saberlo? Muy bien, te lo diré, te lo diré ahora mismo, listillo...

El pelirrojo por fin retrocedió, cuando Clayton sacó un par de pistolas de los bolsillos de su chaqueta. Una señora chilló, la mayoría de los clientes salió corriendo de la gasolinera o se escondió entre los estantes, cuando el hombrecito comenzó a disparar en todas direcciones.

— ¡¿Alguien más quiere pegarse?! ¡¿Nadie?!—gritó, rompiendo cristales, haciendo explotar fluorescentes, disparo tras disparo.

Definitivamente Ben no quiso enfrentarse a ese hombre o hacerse el héroe, como el empleado que llamaba a la policía bajo el mostrador. Igual que todo el mundo corrió a esconderse, dejando caer su cena.

Una de las balas atravesó una bolsa de aperitivos cerca de él y él se agachó. Una mujer que también se escondía allí señaló su mejilla, balbuceando algo. Ben se tocó la cara y se quedó mirando la sangre que se quedó en ella.

Contuvo el aliento, su corazón comenzó a latir desbocado, la adrenalía corría por sus venas.

ESTO ES LA GUERRA

Aquel pensamiento vino de forma inesperada, y fue tan estúpido, tan suicida que Ben lo apartó de inmediato. Cualquier persona en su sano juicio debía saber que uno no debía declararle la guerra a alguien que iba armado.


Kath no estaba muy segura de qué le iba a decir a Ben cuando lo viera. Habían hablado tan poco en los años que habían vivido uno al lado del otro...No era tan difícil, ¿verdad? Apartó a un lado la preocupación, diciéndose a sí misma que las palabras fluirían en cuanto lo viera.

Ben por fin abrió la puerta. Tenía un parche grande en la mejilla, con una mancha de rojo oscuro. Parecía estar a punto de irse a trabajar; lo había pillado antes de que se fuera. Kath cogió aliento.

— Uh, hola. Te he visto esta mañana en el hospital...Estaba con mi madre, te llamamos...probablemente no te diste ni cuenta...He...oído que estabas en la gasolinera cuando ese loco empezó a disparar...

Ben se quedó callado durante un par de segundos, procesando que ella estaba allí y además preocupada.

— Sí...—fue todo lo que dijo.

— ¿Te encuentras bien?

— Sí, no fue nada. Sólo un roce.

Era de agradecer que el tipo no tuviera mucha puntería, añadió para sus adentros. Habría estado bien haber hecho aquel comentario en voz alta, para que viera que estaba lo suficientemente bien como para bromear sobre ello, pero se lo guardó para sí.

— Me alegro tanto. ¡Dios santo, cuando te vimos allí con la cara llena de sangre nos asustamos de veras! Y luego, cuando nos enteramos del tiroteo, de que tú estabas ahí...—Kath siguió hablando, mostrando su preocupación, y Ben casi tuvo que agradecerle a ese demente que hiciera que Kath se preocupara por él, dándole una razón para hablarle. Era tan guapa...

— ...No te dio en ninguna otra parte, ¿verdad? ¡Qué suerte tuviste! ¿Cómo dejan que gente así tenga armas de fuego?—siguió diciendo.

No tenía ni idea, pero había algo de lo que estaba seguro: no había nada que deseara más en el mundo que agarrarla y darle un beso en sus labios de fresa, mirar a sus preciosos ojos aguamarina y decirle lo absolutamente maravillosa que creía que era y que deseaba llevársela a cenar...

...Oh, pero eso era lo que querían todos los hombres de Warner Falls. ¿Qué le hacía pensar que ella querría algo con él? Sólo le preocupaba porque su madre le habría insistido o algo parecido. ¿Qué relación tenían? Era el tipo que apenas salía de casa o hablaba con alguien. No tenía amigos. De ninguna manera un bellezón como ella podría...

— Uhm, gracias por tu preocupación...—Ben dijo al fin—. Escucha, tengo que ir a...

— ¡Oh! ¡Sí! Perdona. Probablemente tengas cosas que hacer...Tan sólo quería asegurarme de que estabas bien...Si necesitas algo, lo que sea...Estoy...

— Claro...Buenos días.

Y con ésas Ben cerró la puerta.

Apoyó la espalda contra ella y suspiró, insultándose a sí mismo. Idiota, ¿por qué no puedes hacer un esfuerzo y poner a trabajar tu bocaza cuando toca?

Al otro lado, Kath suspiró y se alejó reticente de la puerta. Era tan difícil conocerlo...Se preguntaba por qué lo intentaba siquiera: era obvio que no quería nada con nadie. Era una pena, porque ella tenía tantas ganas de conocerlo, ayudarlo a salir de su caparazón...

Le apenaba tanto que casi olvidó que tenía que decirle algo importante a Sheldon.

Corrió hacia su puerta y llamó unas cuantas veces. Un perro ladró dentro de la casa; cuando Sheldon abrió, un perro de raza indeterminada le plantó las patas delanteras sobre las piernas y le ladró a la cara.

— ¡Eh, tú, ven aquí!—regañó Sheldon al animal—. Perdona. Es el perro del maníaco. Me preguntaron si podía hacerme cargo de él y no pude decir que no...

— Sí, respecto al maníaco, ¿sabes de qué me he enterado hoy?—dijo Kath—. Has oído lo de la explosión, ¿verdad?

— ¡Pfft, claro! ¡La gente no habla de otra cosa!

— Pues ese tipo estaba dentro del coche que explotó—dijo Kath, entrando en la casa.

Sheldon la miró con los ojos muy abiertos.

— Estás pensando lo mismo que yo, ¿verdad?—preguntó Kath.

— Demasiada coincidencia, ¿a que sí?—murmuró Sheldon—. No creo en todas esas teorías de la conspiración, pero aun así es muy sospechoso que el tío que dice que algo está pasando en este pueblo vuele en pedazos de repente...¿No crees?

— La verdad, no sé qué pensar...—Kath se cruzó de brazos.

— Aseguraba que ya nos conocíamos, pero lo olvidamos...—Sheldon recorrió la habitación con los brazos tras la espalda—. Teníamos un aspecto distinto, al parecer. Dijo algo sobre gente que nos estaba controlando la mente...¿Marcianos? No sé...

Dejó de dar vueltas para mirar a Kath.

— Ese tipo vivía en el bosque, ¿verdad? Creo haber oído en alguna ocasión que se había hecho una cabaña...

— Para mirar las estrellas, sí. ¿En qué estás pensando?

— Estoy pensando que sabía algo que alguien quiere que se lleve a la tumba. Debe de haber algo en su casa...

— No creo que sea buena idea, Sheldon.

— Sí, si hay alguien detrás de esto, me va a salpicar...

— No, digo, es muy probable que sólo fuera una coincidencia.

— ¿Recuerdas lo que dijo? Nos están controlando con esos pensamientos de «oh, no pienses en ello, es una tontería». Esa es una buena razón para pensar en ello, ¿no?

Kath suspiró.

— Así que pretendes ir al bosque para colarte en la casa de un loco muerto...Supongo que tampoco esta vez voy a poder hacerte cambiar de opinión...

— No tienes por qué venir conmigo, me las puedo manejar perfectamente solo.

— ...Tan sólo déjame preparar lo necesario para que mi madre esté bien mientras yo estoy fuera de casa. No me importa cuidar de ti también.

— Gracias, colega.

— Supongo que es mi deber cuidar de ti. Es una locura, pero ¡imagina que tuvieras razón!


— ¿Sabes lo que le ha pasado a Ben?

Brian no alzó la mirada del café que estaba removiendo.

— ¿Qué Ben? ¿Ross?—preguntó.

— El administrativo, Whitby—respondió Morty, del Área de Ventas—. Pues que lo dispararon en la gasolinera. Debes de ser la única persona en Warner Falls que no lo sabe.

— Tengo muchas cosas de las que preocuparme. Pero...¿está muerto?

Casi no había emoción en su voz; quizás un poso de interés.

— ¡Oh, no! ¡Está de fábula! Pero no pudo venir ayer. La policía le interrogó, el susto...Ya sabes—respondió Morty.

— Ah, claro, por supuesto.

Brian juzgó que el azúcar ya se había disuelto y sorbió su café. Aún quemaba bastante, se abrasó la punta de la lengua.

¿Alguien había disparado a Benjamin Whitby? Pero ¿por qué? Debía de ser la persona más aburrida a la que conocía. Bueno, la verdad era que no lo conocía apenas; quizás estuviera envuelto en algún asunto turbio fuera de la oficina. Auxiliar administrativo de día, camello de noche o algo por el estilo; nada bueno, por supuesto...Sí, podía verlo.

Nunca le había gustado aquel hombre, siendo sinceros. Recursos Humanos no tenía ningún problema con él y pensaba que era competente para el puesto, y él no lo dudaba, pero...No. Ben era de esa clase de personas que a uno no le gustan ni aunque no hubieran hecho nada particularmente molesto. No es que se alegrara de que alguien hubiera tratado de matarlo, pero tampoco se preocupaba demasiado.

¿Un odio injustificado? Quizás no. Brian sabía cómo eran los tipos como Ben. Gente que actuaba con una suficiencia irritante, que pensaba que el mundo les debía algo, que siempre querían ser el centro de atención. Ben era uno de esos, lo sabía. Parecía insignificante, callado, no hacía gran cosa nunca, pero sabía que sólo se trataba de una estrategia. Simplemente estaba esperando el momento adecuado para usar sus armas contra la gente adecuada.

De haber estado en su mano, lo habría despedido mucho tiempo atrás, le habría arrancado la máscara para que todo el mundo viera quién era realmente...

Trató de enfocarse de nuevo en su trabajo, pero por fin había puesto un nombre a lo que sentía cada vez que miraba a aquel hombre. Odio.

Definitivamente odiaba a Benjamin Whitby con todas sus fuerzas.

Después de dar instrucciones a Morty y tener una pequeña conversación con Rose acerca de sus vacaciones en Escocia, Brian se sentó en su escritorio, dejó a un lado el informe que estaba escribiendo y abrió la base de datos del personal. Escribió un nombre en el buscador y pulsó sobre él cuando apareció en la pantalla. Leyó toda la información minuciosamente. Por qué, no estaba seguro. Pero lo memorizó.


— Pe-Pe-Perdóneme, señorita...¿La co-conozco?

La camarera era una mujer con sobrepeso que tenía las mejillas ronrosadas y los ojos y el pelo marrón. Su sonrisa era tan hermosa como éstos; al menos esa fue la impresión de Joey.

— Claro que sí. Viene aquí muy a menudo, señor alcalde—respondió ella con suavidad.

Joey rió.

— Oh, cla-cla-claro, qué tonto soy.

Tomó su café y se sentó en la mesa que había cerca del ventanal. Eso le ayudó a distraerse.

Había recibido noticias muy inquietantes (por supuesto, de boca de José; ¡de alguna forma él estaba muy bien informado!), sobre un tiroteo en el pueblo. Era lo último que esperaba encontrar en Warner Falls, ¡alguien intentando matar a otro alguien!

Se sentía responsable de aquello de algún modo, aunque no pudiera responder por los actos de otros. Se suponía que debía hacer del pueblo un lugar seguro, por eso lo habían votado.

Maldita sea, primero la explosión, luego el tiroteo...Eso sin mencionar la alarmante subida de casos de vandalismo. Era como si alguien estuviera haciendo que todos los habitantes perdieran la cabeza y se portaran como monos, rompiéndolo todo, destruyendo cuanto quisieran, pegando a la gente a las primeras de cambio...¿Era culpa suya? ¿Había fomentado de alguna forma esa clase de comportamiento? ¿O se debía a que el cielo despejado y ardiente sobre sus cabezas les había frito el cerebro, revolucionado las hormonas y los había vuelto locos?

Lo que era seguro es que se sentía muy ansioso. José encontró un bote de pastillas en su escritorio y no pudo siquiera responder a sus preguntas al respecto. Las necesitaba. El tartamudeo había vuelto. Estaba igual de mal que en Nueva York, cuando comenzaron sus problemas de salud, cuando el estrés casi lo mandó al hoyo. Era una ridiculez, y más en un hombre que vivía de su discurso. Era frustrante. ¿Por qué tenía que volver ahora, cuando necesitaba proyectar más seguridad?

Pero entonces...Joey se olvidó de todo aquello de golpe cuando una persona pasó por el café. Nunca lo había visto antes, pero por alguna razón su corazón dio un vuelco y sus piernas temblaron, listas para ponerse en pie. Y eso hizo. ¿Realmente iba a hablar con él? Pero ¿qué le diría? La persona se estaba yendo, Joey lo siguió rápidamente.

— ¡Ey! ¡Perdone! ¡Usted, sí, usted! ¡Espere!

Sheldon se detuvo.

— Lo siento—jadeó Joey—. Pero le acabo de ver y...¿No nos hemos visto antes?

Sheldon estudió a aquel hombre. ¿Dónde había visto aquellas mejillas como manzanas, esa nariz de cerdito, ese atuendo formal, casi anticuado? Sí, de alguna forma le resultó familiar, pero de una forma tan vaga que respondió:

— Yo...creo que no.

— ¿De veras? ¿En el instituto? ¿La facultad? ¿Una fiesta, quizás?

Sheldon sacudió la cabeza.

— Oh...Le pido disculpas. Estaba completamente convencido de que le conocía.

Joey volvió a la cafetería meneando la cabeza. Bueno, ahora estaba seguro de que se estaba volviendo loco, reconociendo a cada persona que se cruzaba en su camino...Tendría que seguir el consejo de José y tomarse un descanso antes de que se le friera el cerebro.

Sheldon, por otra parte, siguió caminando a paso lento, volviendo la cabeza hacia el hombre. Sí, era tan familiar...Pero...¡Ah, claro! ¡Era uno de esos políticos cuya cara estaba en todas partes durante el periodo electoral! Menudo rarito.

De todas formas, tenía cosas más importantes en que pensar. Mientras Kath se aseguraba de que su madre estaría bien durante su ausencia, él preparó todo lo necesario para entrar en la casa del Hombre de las Estrellas. Tenía que comprar algunas cosas, hacer preguntas por ahí...


Era tarde cuando Pip llamó a la puerta de la casa de la señora Hart. Por fortuna, fue la señora Hart quien abrió la puerta.

— ¡Ah, Pip! ¡Eres tú, cielín! ¡Pasa, pasa!

— No, gracias, señora Hart...Solo he venido a devolverle esto. Gracias, pero no puedo aceptarlo.

El peluche que una vez fue de Isadore, unos pocos caramelos, incluso las monedas con las que había pagado algunos favores que le había hecho...La señora Hart agarró al niño del hombro antes de que saliera huyendo.

— ¡Espera un segundo! ¿Qué significa todo esto?

¿Estaría Isadore en casa? Pip no lo vio, pero podía estar escuchando.

— No...No creo que deba...

— ¿Tus padres te han mandado que lo hicieras?

— No, no...

— Podría tener unas palabras con ellos.

— No, ha sido idea mía, lo prometo.

— Oh, Pip, pero es que no lo entiendo. ¿Es que ya no te gusto?

Rompió el corazón de Pip el oír eso, la expresión de su cara.

— ¿Está de broma? ¡Claro que me gusta, señora! ¡Me...Me gusta mucho! ¡Como si fuera mi propia abuela!

— Entonces basta de tonterías—la señora Hart le devolvió a Pip sus regalos y se aseguró de que se los quedaba—. Yo te quiero mucho, pequeño, y me pondría muy, muy triste si me dejaras.

— Yo no quiero que se ponga triste.

— En ese caso, espero verte por aquí a menudo. Tú sabes cómo hacerme feliz. Contigo y con Izzy, oh, no necesito nada más.

La sonrisa de Pip se nubló un poco cuando mencionó ese nombre. Isadore no estaría nada contento.

Oh, pero si su presencia hacía feliz a aquella buena viuda, iría contra él y quien hiciera falta. Quizás lo comprendería con un poco de tiempo.

— Claro que estaré contigo, abuelita. Siempre.

Se sonrieron el uno al otro.

Isadore, en el baño, aún desnudo y con su ropa en las manos, listo para entrar en la ducha, rechinó los dientes.

No le gustaba cómo sonaba eso. No le gustaba nada en absoluto.

Acaso...¿el niño lo sabía todo?


— ¡Papá me ha dejado!

— Luc, ¿tú has dejado que Max coma dulces?

— Pues sí.

— ¿Antes de cenar?

— Se ha portado bien, Sylvia. No sé por qué no iba a dejarle.

— Le he dicho yo que no podía. Ahora no va a comerse la cena. Puede que seas el brazo de la ley en el pueblo, pero aquí yo tengo algo que decir.

— ¿Vas a montar un numerito por esto?

— ¡Monto un numerito porque no puedo decir nada sin que tú me andes contradiciendo!

— Delante de los niños no, te lo ruego...

— Mpf...Ve a ducharte, no pienso dejar que te metas en la cama conmigo con esa peste.

Luc se despertó y por un segundo pensó que era hora de levantarse, pero el despertador en su mesilla mostró que solamente eran las tres de la madrugada. Cerró los ojos y trató de volverse a dormir, pero fue inútil, así que permaneció callado y quieto.

A su lado, Sylvia dormía. Luc podía verle la cara gracias a la débil luz que se filtraba a través de las persianas. Normalmente era una mujer bella, pero ahora esa expresión de paz la hacía parecer realmente hermosa. Su hermosa mujer, la madre de sus dos hijos.

...¿Por qué la miraba y no sentía nada?

Siempre había amado a Sylvia, desde que se conocieron en un bar de París. Ella estaba allí por sus vacaciones de primavera, junto con otras cuatro amigas de la facultad. Él acababa de volver a su tierra tras una misión en el extranjero y quería divertirse tras una época dura. Hablaron, compartieron anécdotas, tomaron algo juntos; siguieron viéndose después de eso, luego empezaron a verse como amigos...Y finalmente, simplemente sucedió. Ella era una mujer hermosa y simpática y él era un hombre lleno de vida. Claro, se casaron pronto. Como decía la gente, estaban hechos el uno para el otro. Él tenía una carrera prometedora en Francia, habría llegado fácilmente a capitán, pero se mudaron al pueblo natal de Sylvia, Warner Falls, porque juzgaron que la ciudad no era el lugar más apropiado para formar una familia y la vida de militar no habría dado a su amada esposa más que amarguras. Habría seguido a Sylvia al final del mundo sin quejarse. Dos años más tarde nació Max y luego Victor, tres años después. Dos maravillosos hijos. No tenía nada que lamentar. La vida con Sylvia era buena.

Pero ahora, ahora no sentía absolutamente nada cuando la miraba. No más mariposas en el estómago, no más sonrisas espontáneas. Solamente miraba a otro ser humano, igual que si hubiera sido una señora cualquiera de la calle, una prima lejana, una vecina, la cajera del supermercado. Una compañera de cama y nada más. Aquel fue un sentimiento tan desalentador que consideró levantarse y salir de la habitación. Terminó por hacerlo. Fue al jardín y se sentó en las escaleritas para fumarse un cigarrillo, a pesar de haberse prometido que lo dejaría. Necesitaba un poco de aire y calmar los nervios.

No quería admitir lo que le parecía obvio. Luchó cuanto pudo contra la idea.

Vaya sentimiento más idiota y qué idiota era él.

– Luc, oh, estás aquí.

No sabía cuánto tiempo había pasado sentado mirando la luna y las estrellas. Sylvia abrió la puerta, teléfono en mano.

– Te he buscado por todas partes. Es Warren.

Bueno, Warren no era la clase de tipo que llamara a la gente a esa hora. Luc tomó el aparato preguntándose qué ocurría.

– Oui?

–Luc. Siento llamarte tan tarde, pero no puede esperar. Necesito que vengas a comisaría ahora. Tienes que ver algo.

– ¿Qué es?

– Tienes que venir a verlo con tus propios ojos.

– Vale, de acuerdo. Estaré allí en un momento.

Sylvia le dirigió una mirada preocupada mientras él colgaba.

– Vuelve a dormir, no te preocupes–Luc la besó y corrió a vestirse y salir para la comisaría de policía.

Warren lo esperaba en el exterior, con los brazos cruzados y una expresión grave e impaciente en su rostro. Siempre había sido un hombre tan relajado que Luc comprendió que la situación era muy seria.

– Buenas noches–lo saludó. No tuvo tiempo de preguntar qué había pasado porque Warren comenzó a moverse inmediatamente.

– No, no tiene, digo no tienen nada de buenas. Para nada. Es la peor de las noches. Billy se ha fugado. ¿Y sabes cómo lo ha hecho? ¿Quieres que te lo diga? Bueno, tú echa un vistazo.

Luc siguió a Warren hacia el interior con un poco de dificultad, porque el sheriff prácticamente estaba corriendo. Cuando se detuvo en la celda, Luc entendió por qué quería que viera la escena personalmente: el muro, hecho de ladrillo sólido, estaba todo derruido, como si un huracán hubiera entrado en la sala.