Disclaimer: Todo lo que aparece en el fic es de Rowling, incluidas sus contradicciones.

¡Muchísimas gracias por las lecturas y los comentarios, de verdad!


Teoría de la animagia

Antes de irse a dormir, Hermione se acercó a ellos para darles las buenas noches e interesarse por sus progresos. Harry guiñó los ojos, dándose cuenta en ese momento de lo mucho que le picaban de sueño. El fuego de la chimenea estaba casi consumido y, de hecho, Hermione llevaba los hombros cubiertos con un gran pañuelo para abrigarse. Sin embargo, Draco y él estaban en manga corta y descalzos, cómodamente recostados en el sofá, muy juntos el uno del otro para poder compartir las notas y los pliegos de pergamino. El calor corporal que ambos desprendían les había protegido de la temperatura descendiente de la sala.

—Creo que voy a marcharme a la cama —dijo Harry, bostezando y mirando alrededor de la sala y viendo que además de ellos dos sólo quedaban Michael y Morag, sumidos en una partida de ajedrez—. Por hoy hemos hecho suficiente teniendo en cuenta que yo había pensado en venir aquí para despejarnos y no a seguir estudiando.

Draco asintió con una sonrisa comprensiva. También tenía rastros de cansancio en el rostro. Se levantó, ayudándole a recoger y ordenar los pergaminos, juntándolos con los apuntes que él mismo había ido tomando y saliendo con Harry de la sala. Después de dejarlo todo en el escritorio, asegurándose de que quedaba ordenado y listo para seguir trabajando al día siguiente, Harry comenzó a desnudarse, notando por primera vez el mordisco del frío nocturno. Nada más habían entrado en el dormitorio, el hechizo de los elfos se había puesto a trabajar para incrementar la temperatura, pero tardaría un rato en hacerlo.

—Se notan las bajas temperaturas por la noche, incluso a pesar de que esta zona del castillo está climatizada con magia —constató Harry en voz alta.

Draco, que también se estaba poniéndose el pijama, masculló algo que sonó a asentimiento, pero Harry no entendió que había dicho exactamente. Preguntándose si Draco dormiría esa noche en la habitación al verle meterse en la cama, Harry hizo lo mismo, satisfecho al ver que Draco apagaba la luz y se acomodaba para dormir.

Bocarriba y envolviéndose en las mantas para entrar en calor, Harry dio vueltas a lo que habían estado estudiando juntos en la sala común. Como había supuesto al ver los títulos que encabezaban el fajo de pergaminos, Hermione les había pasado toda una serie de apuntes que explicaban la relación entre la forma animaga y la del encantamiento patronus. Según explicaban varios manuales, ambas formas definían la esencia del mago o bruja que las realizaba, pero también tenía un componente fuerte que las diferenciaba. Harry había observado el rostro de Draco mientras leían aquella parte, temiendo que volviese a encerrarse en su cabezonería y se negase a al menos intentarlo, pero este sólo había parecido concentrado en tomar notas y memorizar algunas partes.

—No se me había ocurrido pensar nunca que la forma animaga y la del patronus coincidiesen —había comentado Draco al leerlo en uno de los pliegos.

—Tiene sentido. El patronus de McGonagall es un gato, por lo que sé —le había respondido Harry pensativo, recordando el caso del patronus de Tonks.

—McGonagall era la única persona animaga que conocía hasta ahora, pero nunca la he visto hacer un patronus —había reconocido Draco, negando con la cabeza—. Por eso no había hecho esa asociación, supongo.

Habían averiguado que la diferencia estaba en que el patronus mostraba no sólo la esencia de quien lo ejecutaba, sino también su deseo más profundo del corazón. Hermione había señalado con tinta mágica de colores esa parte para resaltarla, lo que había provocado una discusión en murmullos entre Draco y Harry, que habían bajado el tono de voz lo más posible para evitar ser escuchados por sus compañeros, que los habían mirado con curiosidad.

—No entiendo por qué Granger quiere recalcar tanto esto —había susurrado Draco frustrado cuando se habían encontrado la anotación por tercera vez.

—La forma animaga muestra la esencia del mago, atada a su personalidad y rasgos internos —le respondió Harry, leyendo de la página inicial del manual de animagia que les había copiado—. Es importante, porque se refiere a cosas que varían poco a lo largo de la vida, pero la forma animaga no lo hace.

Lo que más claro le había quedado a Harry es que la bruja que había escrito ese ensayo insistía en que la capacidad de transformación no se veía afectada por el encantamiento patronus, pero que dominar el encantamiento patronus sí era relevante en aras de progresar en los avances de la animagia. Inicialmente Draco había puesto cara de alivio al leerlo, señalándoselo en silencio a Harry, que había sonreído satisfecho al darse cuenta de que Draco empezaba a estar dispuesto a considerar la idea de intentarlo.

—Es absurdo, Potter —había gruñido Draco, no obstante, cuando la misma bruja anotaba que, a pesar de sus conclusiones, ninguno de los animagos registrados de los que se tenía constancia habían llegado a la transformación completa sin saber realizar correctamente un encantamiento patronus—. Sin patronus, no hay animagia.

—No dice eso, Draco. Dice que es relevante en el progreso, no que sea determinante —le había contrariado Harry más burlón que frustrado por su comentario—. Lo que pasa es que quieres una excusa para rendirte antes de intentarlo siquiera y así seguir regodeándote en la miseria de tu ineptitud.

—Eres tú quien ha insistido en esto, Potter. —A pesar de sus palabras, Draco se había aplicado con tanto ahínco como él y las notas que había tomado le serían muy útiles a Harry incluso aunque Draco al final decidiese que no quería intentarlo.

Harry suspiró, mirando la oscuridad del techo. Otro suspiro idéntico desde la otra cama le indicó que Draco también estaba despierto. Se preguntó si también estaba pensando lo mismo que él. Poco antes de irse a dormir, los dos habían tenido una discusión más en susurros, comparando las diferentes posturas de los autores de los textos que Hermione había solicitado, hasta que Harry había acabado convenciendo a Draco de que, aunque no era necesario que supiese hacer un patronus para intentar practicar animagia, no perdían nada porque este intentase aprender a realizarlo.

Habían terminado llegando a un acuerdo. Harry, que ya tenía experiencia enseñando el encantamiento, le ayudaría con el patronus y Draco, que tenía mucha más habilidad con las pociones, se comprometía a averiguar las instrucciones y reunir el material que necesitaban para la poción requerida en la transformación inicial sin que nadie más se enterase. Draco ya había apuntado la larga lista de títulos que mencionaba el ensayo que Hermione les había proporcionado, comprometiéndose a recogerlos en la biblioteca en cuanto McGonagall les extendiese un permiso especial.

—Por motivos puramente académicos —le había advertido Draco con un brillo malicioso en los ojos.

—No pasará nada si McGonagall se entera de…

—En secreto, Potter. Es una condición sin excepción —había dicho Draco con rotundidad.

—Tampoco durará mucho, me temo. Cuando nos transformemos, tendremos que registrarnos en el Ministerio.

—Ni siquiera tú eres tan idiota como para hacerlo, Potter —había espetado Draco con incredulidad—. Y baja la voz. Basta que Granger esté metida en el ajo, ya que supongo que podemos confiar en que no nos traicionará por lealtad a ti. La única ventaja que puede tener una transformación tan arriesgada y difícil es precisamente el factor sorpresa y que nadie sepa que puedes hacerlo.

—De acuerdo —había asentido Harry, riéndose también, emocionado por poder vivir una aventura inocente que no envolviese a alguien que quisiese matarlo y disfrutando de la sensación de tener un secreto compartido con él—. Aunque te deseo suerte intentando que McGonagall no nos pille. Como sepa la mitad de lo que sabía Dumbledore acerca de lo que pasa en el castillo, seguro que ya tiene constancia de lo que estamos planeando.

A diferencia de Draco, que seguía escéptico sobre sus propias capacidades, Harry se sentía optimista. Si había un alumno capaz de realizar esa poción aparte de Hermione, era Draco. Cuando le había estado ayudando con el temario, Harry se había dado cuenta de lo muchísimo que sabía sobre pociones y había podido reconocer el estilo característico de Snape, más sucinto y práctico que el de Slughorn. Draco no le había engañado al decirle que este se había preocupado por ese lado de su enseñanza durante la guerra.

Intrigado, Harry se había preguntado cuál sería su más profundo deseo del corazón y cómo lo mostraba su ciervo, todavía intentando comprender qué quería decir ese fragmento del texto. La bruja que había redactado el manual repetía en diversas ocasiones que una cosa era el deseo del corazón y otra la esencia del alma y que, aunque muchas veces fuesen de la mano, no había que descartar que hubiese diferencias.

—Tiene sentido —había murmurado Draco, garabateando distraídamente en uno de los pergaminos, intentando conectar las ideas en su cabeza—. Si tu patronus es un dragón, por raro que sea, no vas a transformarte en dragón. O en fénix.

—El patronus de Dumbledore era un fénix —había dicho Harry sin saber por qué.

—¿Te imaginas que hubiese podido transformarse en fénix? —había preguntado Draco, siguiéndole la corriente—. ¿Qué habría ocurrido si alguien lo mata en su forma de fénix? ¿Renace como polluelo? ¿Seguiría siendo un adulto que puede transformarse en polluelo o habría regresado a la infancia como un bebé?

—Al final, todo lo que Voldemort hubiera necesitado, era ser un animago con forma de fénix —había bromeado Harry, mudando a una expresión seria al recordar que a Draco no le gustaba el nombre del mago tenebroso. Sin embargo, Draco se había reído con una carcajada corta pero divertida, atrayendo de nuevo la atención de los demás compañeros de la sala.

—Entonces, tiene sentido —había respondido Draco al cabo de unos segundos, bajando la voz y acercando más su cabeza hacia la de Harry, que había podido sentir el cosquilleo de su pelo en sus sienes—. En teoría hay magos que su patronus y su forma animaga no son iguales aunque no se haya dado ningún caso, pero no está demostrado empíricamente por falta de muestra.

Al recordar ese fragmento de conversación en particular, una idea repentina le vino a Harry a la cabeza y, emocionado, comprendió que podía tener la clave al alcance de la mano, como cuando rozaba la snitch con la yema de los dedos antes de atraparla.

—Draco —susurró lo más tenue que pudo, pues no deseaba desvelarle si estaba dormido—. ¿Estás despierto?

Un gemido de asentimiento llegó desde la otra cama. Sonaba somnoliento, así que Harry dudó. Si Draco ya estaba conciliando el sueño, era absurdo plantearle la idea que acababa de ocurrírsele.

—Dime, Potter, ni siquiera estaba adormilado —murmuró este con voz clara al verle dudar.

—Estaba pensando en lo que hemos estado hablando sobre la relación del patronus y la animagia. Lo de que hay gente con un patronus con forma de dragón pero no conocemos a ningún animago que se transforme en dragón.

—¿No habías dicho que era suficiente por hoy? —preguntó Draco con sorna.

—Tienes razón. Lo siento —se disculpó Harry, mordiéndose el labio.

—No seas idiota. Sólo te tomaba el pelo. Dímelo, anda —insistió Draco con una risita divertida—. El gran Potter estaba pensando y eso es algo que hay que admirar en su justa medida.

—Imbécil… —le reprendió Harry riéndose también. Le gustaba ese Draco con sentido del humor que además cada vez sonreía y reía con más facilidad, sobre todo cuando estaban juntos—. Hermione había señalado con tinta mágica lo del deseo más profundo del corazón. Eso es lo que diferencia la forma animaga del patronus, aunque casi siempre coincidan, en eso estamos de acuerdo, ¿no?

—No recuerdo que dijese eso exactamente. Más bien era que muestran la esencia del mago o bruja.

—Vale, de acuerdo. No lo decía. No así, al menos. Decía que la forma animaga refleja, además, la personalidad y los rasgos de quien desarrolla la transformación.

—Ajá. Eso sí.

—Y que el patronus a mayores manifiesta el más profundo deseo de su corazón.

—Ya sé por dónde vas. —Harry miró en su dirección, escudriñando en la oscuridad. Draco se había vuelto hacia él también y estaba apoyando la cabeza sobre la almohada, abrazándose a ella con ambas manos y escuchando con interés—. Efectivamente, hay una diferencia ahí. Es muy agudo por tu parte haberte dado cuenta.

—Tú mismo has dicho que verme pensar era un espectáculo —bromeó Harry, intentando quitarle hierro al cumplido, aunque se sentía halagado.

—He dicho que había que admirarlo en su justa medida, no que fuese un espectáculo —matizó Draco, siguiéndole la broma antes de ponerse serio otra vez—. No es descabellado pensar que esa diferencia es relevante. La autora insistía en ello y Granger también, deberíamos haber pensado más en ello. Sigue, por favor.

—Mi patronus es un ciervo. —Harry tartamudeó, intentando recuperar el hilo, repentinamente emocionado por cómo Draco había saltado de bromear a pedirle algo por favor en el mismo tono curioso con el que se lo habría pedido Hermione—. El de mi padre también lo era. El de mi madre era una cierva. Y el de Snape también.

—¿Qué tiene que ver el patronus de Severus en esto? —preguntó Draco con curiosidad. Harry distinguió cómo entrecerraba los ojos y fruncía los labios, como hacía cuando se concentraba en estudiar algo.

—Estaba enamorado de mi madre —explicó Harry someramente, sintiéndose incómodo por revelar la vida de Snape, por mal que le hubiese caído en vida y por muerto que estuviese.

—Espera… —Draco se incorporó rápidamente—. ¿Enamorado de tu madre? ¿Cómo sabes eso?

Harry, sintiendo que le debía una explicación más amplia tras haberle soltado una bomba tan grande, le resumió a grandes rasgos la relación que había unido a Snape con su madre, sintiéndose un poco culpable al hacer partícipe a otra persona de esos sentimientos e intentando convencerse de que, de todos modos, Snape había sido alguien importante para Draco. Y pensó que dado que era en beneficio del conocimiento, se podía considerar algo académico.

—El de mi madre era una cierva porque representaba el deseo más profundo de su corazón: mi padre, que era un ciervo en su forma animaga. El de Snape era como el de mi madre, porque ella era el deseo más profundo de su corazón.

—Qué interesante. —Draco había vuelto a recostarse bocarriba mientras escuchaba la historia y sonaba pensativo—. ¿Entonces nuestro patronus es como el de la persona que amamos? ¿Eso quiere decir que mi padre tendría un patronus de cisne?

—Creo que no va por ahí —puntualizó Harry que recordó el patronus de Tonks de nuevo. No obstante, su intuición le decía que había algo más que la aparente correlación de un par de casos—. Casualidad no significa causalidad, ¿no? Es algo más que estar enamorado de una persona. Creo que es a lo que se refieren los apuntes de Hermione.

—Sigue siendo demasiado parecido a que tu patronus está relacionado con la persona que amas. Si huele a leche, parece leche y sabe a leche: es leche, Potter.

—No lo es —negó Harry, tajante, ignorando la pulla—. Hay una diferencia pequeña, pero la hay. Mi patronus no muestra mi esencia, sólo mi más profundo deseo del corazón.

—Tus padres —entendió Draco, incorporándose. Harry agradeció que la habitación siguiese a oscuras, porque se había sonrojado al oír a Draco formular el deseo más profundo de su corazón con tanta naturalidad. No se había parado a pensar que revelar las formas del patronus de sus padres y Snape revelaría algo tan personal de él con tanta claridad—. Supongo que eso es parte de tu esencia, ¿no? Es algo que ha marcado toda tu vida.

—Blanco y en botella —bromeó Harry, incapaz de dejarlo pasar. Draco se sentó en la cama con las piernas a lo indio y le miró con curiosidad—. Es como los muggles dicen eso de la leche. Hablando en serio: sí, eso es. No sé qué sentido tendría que mi padre se transformase en un ciervo, pero el de mi patronus no tiene que ver con mi carácter ni con mi personalidad. Es mi deseo de conocer y estar con mis padres.

—Bueno, eso sí ha afectado a tu personalidad y tu forma de ser. Tu forma animaga puede seguir siendo un ciervo —le contrarió Draco, continuando antes de que pudiera protestar—. Entiendo lo que quieres decir y te reconozco que ahí tienes un punto interesante a seguir. Pero no lo descartes. No todavía. Lo más probable es que la bruja del manual tenga razón y sea sólo una teoría no demostrable empíricamente.

—Los patronus cambian —se le ocurrió a Harry en ese momento, que se sentó también en la cama, excitado—. El texto de la animagia era claro: tu animal queda definido en el momento que realizas la transformación. Antes, incluso: desde que visualizas la forma que vas a adoptar, si eres capaz de hacerlo. Pero si tu deseo más profundo del corazón cambia lo suficiente…

—La forma de tu patronus también cambia —concluyó Draco—. Creo que tienes razón, pero seguimos sin casos de animagos que hayan cambiado su patronus siendo animagos. No hay suficientes animagos para poder establecer una muestra estadística que pruebe la teoría.

—¿Crees que McGonagall podría aclararnos algo más?

—Puede ser. Pero… —La voz de Draco dudó—. No sé qué utilidad tiene esto más allá de elucubrar sobre teoría mágica, Potter.

—Para mí, bastante. Seguramente signifique que mi forma animaga sea diferente a la de mi patronus, con lo cual a la hora de transformarme lo tendré exactamente igual de difícil que tú si no consigues invocar un patronus. Eso sí, al menos sabré en qué animal no debo centrarme.

—Sólo si tienes razón. Todavía hay muchísimas opciones de que te conviertas en un ciervo. Si lo ignoras deliberadamente, puedes dar al traste con todo el proceso —negó Draco.

—No —negó Harry sin perder la paciencia, sabiendo que Draco únicamente estaba poniéndole pegas para probar la teoría científicamente—. Mi padre quería proteger a su amigo licántropo y acompañarlo en las noches de luna llena.

—Eso no define…

—¡Sí! —interrumpió Harry, entusiasmado, intentando hacerle comprender lo que quería decir—. ¡Sí lo hace! Los ciervos son territoriales y se mueven en manadas. Normalmente uno de los ciervos es el líder de la manada y quien guía al resto.

—¿Cómo sabes eso?

—Olvidé que no sabes quién es Bambi —resopló Harry, burlándose—. Da igual, te lo explicaré en otro momento. Mi padre era el líder simbólico de esa manada. Su mejor amigo era un perro. ¡Un perro!

—Desde luego, la sutilidad no era su fuerte —bromeó Draco, asintiéndole para animarle a continuar.

—Y el más débil de su manada, el que necesitó ayuda para transformarse como ellos, era un animal pequeño, escurridizo y que prefiere esconderse a pelear: una rata. Mi padre era un ciervo astado —recalcó esa última palabra— porque era el líder de la mañana.

—Tú eres el líder de tu propia manada. Granger, Weasley…

—¡No! Esa en todo caso sería Hermione, que es quien tira de nosotros todo el tiempo. Y tampoco la veo en ese papel. No tenemos una relación jerárquica. No, no es así.

—Las personas a las que enseñabas a hacer el patronus…

—¡Tampoco! Era un guía, un profesor. No un líder.

—En la guerra…

—Fui un símbolo, pero no lideré nada, ni siquiera la última batalla. Cuando llegué a Hogwarts, me limité a cumplir mi papel, ni siquiera estuve presente en parte de ella —negó Harry, impaciente por todas las contradicciones de Draco—. Hubo otras personas que asumieron ese liderazgo. Mi patronus es un ciervo porque representa el deseo de estar cerca de mis padres, pero mi esencia no tiene nada que ver con la de mi padre. El ciervo no me representa en esencia —concluyó Harry, incisivo.

—De acuerdo —dijo Draco con voz calmada.

—¿No me vas a poner más pegas? —preguntó Harry, que estaba preparado para seguir rebatiéndole, sorprendido —. Pensé que todavía no considerarías probado el punto.

—No —contestó Draco con tono suave—. Sólo estaba asegurándome de que tu teoría tenía suficientes fundamentos.

—Entonces… no seré un ciervo. El ciervo muestra mi deseo profundo del corazón, pero no mi esencia. No me define ni en personalidad ni en rasgos internos —concluyó en tono triunfal.

—Si alguien puede ser el primer animago en conseguir tener una forma animaga distinta a su patronus, Potter, eres tú —dijo Draco, hablando despacio. Harry hinchó el pecho con orgullo al oírle decir eso sin un ápice de la antigua envidia en la voz. Incluso había creído detectar algo de admiración en sus palabras—. Eso significa que va a ser más complicado para ti realizar la transformación, por supuesto. El patronus es de ayuda porque te permite ver en qué animal te convertirás. Si no coincide…

—Tendré que descubrirlo. Pero saber que no es un ciervo es un avance que me permitirá no derrochar esfuerzos en vano.

—También significa que si tú puedes averiguar tu forma animaga sin depender de tu patronus… yo también podré hacerlo. —Harry le miró con alegría, comprendiendo que Draco estaba informándole de aquella manera sutil de que iba a intentar la transformación incluso sin poder realizar el encantamiento patronus.

—Aun así, creo que deberías intentarlo —le aconsejó Harry, reprimiendo sus ganas de celebrar aquella pequeña victoria—. Es un hechizo útil y si coincide con tu forma animaga te facilitará la transformación.

—Estoy de acuerdo —concordó Draco, esbozando una sonrisa burlona al ver la reacción de sorpresa de Harry.

—Pensaba que ibas a seguir poniéndome pegas para eso también —admitió Harry.

—Eres demasiado pesado, Potter —dijo Draco con voz resignada—. Y consigues que la gente se entusiasme, no me extraña que tuvieses tanta gente de tu parte en la guerra.

—Lo dices como si fuera algo malo. —Harry parpadeó, confundido.

—Es posible que lo sea, pero no lo creo. —En la oscuridad no se distinguía lo suficiente, pero Harry habría jurado que seguía sonriendo más apagadamente mientras se encogía de hombros—. Cuando una llama de esperanza se apaga… no queda nada. Tú eres capaz de encender la llama de la esperanza en la gente una y otra vez, Potter.

—Creo que es un ejemplo un poco dramático.

—Lo es —admitió Draco con una risita, tumbándose de nuevo en la cama y acomodándose—. Pero es un poco como me siento ahora mismo. Tengo ganas de intentarlo, de dar lo mejor de mí mismo. De ser un mago capaz de invocar un patronus, aunque sea uno no corpóreo.

—Estoy seguro que puedes conseguirlo.

—Ojalá tengas razón.

Las tres últimas palabras de Draco sonaron pesimistas y ambos se quedaron en silencio. Harry volvió a tumbarse bocarriba, mirando el techo y pensando en todo lo que habían hablado. Perdió la noción del tiempo y los ojos empezaron a pesarle cuando el cansancio del día y de las emociones le abrumó. Los cerró, dispuesto a dejarse llevar por el sueño.

—Potter. —Esta vez fue él quien contestó con un murmullo sin vocalizar, indicándole que todavía estaba despierto—. Sobre tu madre… he pensado mucho desde que hablamos ayer y… yo… Lo siento, ¿vale?

—¿Eh? —Harry frunció el ceño antes de caer en la cuenta a qué se refería Draco—. No te disculpes por ello. No te prestaba demasiada atención cuando hacías esos comentarios.

—Eso no hace que estuviesen bien —dijo Draco con la voz teñida de tristeza—. Me pasé. Muchísimo.

—Yo tampoco fui un santo.

—Lo sé. Pero no estoy hablando de ti.

—Si tú te disculpas, yo también tendría que hacerlo, ¿no?

—Tú lo has hecho con tus actos. En cambio, yo no lo había hecho nunca. Ni siquiera lo había pensado hasta que me constaste lo de tus horribles tíos.

—No tiene importancia. Empezamos de cero el otro día, ¿recuerdas? Cuando nos estrechamos la mano.

—Para mí sí. Empezar de cero no me exime de disculparme.

—De acuerdo —aceptó Harry, que empezaba a sentirse un poco incómodo con la conversación—. Disculpas aceptadas. ¿Aceptas las mías también?

—He dicho…

—Di que sí y cállate ya, Malfoy —dijo Harry, exasperado e intentando sonar como una pulla de broma.

—Está bien —asintió Draco, incómodo—. Si te vas a poner en modo Salvador del Mundo Mágico… —bromeó, siguiéndole el juego.

—Imbécil —susurró Harry, satisfecho.

—Idiota —le correspondió Draco, acabando la frase con un bostezo.

Harry consultó el reloj y, viendo que era muy tarde, intentó poner en práctica alguna de las técnicas de respiración y relajación que le había enseñado su psicólogo para ayudarle a conciliar el sueño. Funcionó bastante bien, rebajando sus niveles de excitación y sumiéndole en un agradable estado de duermevela en el que se dejó llevar con la intención de dormir.

Un movimiento inesperado proveniente de la otra cama le desveló cuando estaba cayendo en las redes del sueño. Sin moverse, entreabrió los ojos, intentando distinguir qué ocurría sin moverse para no delatar que estaba despierto. Draco se estaba levantando silenciosamente. Como la noche anterior, cogió su almohada y salió de la habitación cuidando de no hacer ningún ruido.

Harry terminó de abrir los ojos y se incorporó, totalmente despierto, frunciendo el ceño. Había dado por supuesto que si la razón de que Draco no hubiese dormido inicialmente en la habitación había sido él, algo que ya había dudado cuando lo había visto durmiendo en la sala común, ya no tenía sentido porque se llevaban bien. Y si era por las pesadillas, ya debería tener confianza suficiente. Todo el mundo, empezando por él, tenía pesadillas y a nadie le importaba.

«Salvo que sea alguien que odia sentirse vulnerable». El pensamiento cruzó su mente súbitamente. «Peor», comprendió. «Que tenga miedo a sentirse vulnerable».

Se preguntó si ese era el peor miedo de Draco: sentir que no era lo suficientemente válido, ser una persona que se sentía desprotegida e insegura todo el tiempo. Harry suspiró y encendió la varita, sacando el mapa de la mesilla y abriéndolo.

No tuvo que buscar mucho, pues lo localizó en el mismo sofá de la sala común que la noche anterior. Dudó unos segundos antes de levantarse y sacar la capa del baúl. Echándosela encima de los hombros, salió de la habitación caminando lo más rápido que pudo sin hacer ruido. Afortunadamente la puerta de la sala común estaba entreabierta, porque Draco, todavía despierto, estaba sentado en el sofá arropado con una de las mantas que él había transformado la noche anterior. Harry se alegró de no haber tenido que abrir la puerta, ya que eso lo habría delatado incluso aunque no hubiese hecho ruido.

Descalzo como iba, Harry pudo acercarse a él en silencio, intentando controlar su respiración, ya que únicamente se oía el crepitar de las brasas del fuego, que restallaban cuando algún rescoldo más frío chocaba contra otro que aún estaba caliente. De pie ante Draco, que estaba mirando la chimenea a través de él con los ojos perdidos, Harry se preguntó en qué estaría pensando con tanta concentración.

Draco suspiró con resignación y se tumbó, arropándose y poniéndose de espaldas a la chimenea. Harry hizo un hechizo cojín no verbalmente y se sentó en el suelo, observándole con curiosidad. Se sintió culpable e incómodo porque sabía que lo que estaba haciendo, espiar a otra persona, no era correcto, pero la curiosidad lo carcomía. Le hubiese gustado poder preguntarle directamente a Draco pero, dado que este esperaba a creerlo dormido para abandonar el dormitorio, no creía que confiase en él para contárselo. Harry necesitaba comprenderlo. Y para comprenderlo, necesitaba saber.

El tiempo pasó lánguidamente. Cuando la respiración de Draco se estabilizó y su pecho empezó a subir y bajar cadenciosamente, Harry supuso que ya se había dormido. Notando una ráfaga de aire frío fruto de la corriente que generaba la amplitud de la sala, avivó mágicamente el fuego de la chimenea e invocó un par de hechizos calentadores. Miró con ojo crítico las mantas transformadas, calculando que posiblemente durarían toda esa noche antes de volver a su forma original.

Draco, que hasta ese momento estaba encogido sobre sí mismo, de espaldas a él, se relajó visiblemente, estirándose cuan largo era en el sofá, poniéndose bocarriba y orientando su cara al origen del calor. Harry admiró sus facciones en silencio, aprovechando que podía hacerlo con tranquilidad y que nadie podía juzgarle por mirar fijamente a alguien de esa manera.

La noche anterior sólo se había fijado en los indicios que delataban la pesadilla que estaba sufriendo Draco, pero ahora que este dormía plácidamente, se recreó en los detalles de su rostro. La nariz seguía siendo puntiaguda como en su infancia pero, al cambiar la fisonomía de la cara durante la pubertad, se había ensanchado en la base, dándole un aspecto más varonil. Su cara, más alargada de lo que recordaba cuando era pequeño, terminaba en la afilada barbilla que ahora sabía que había heredado de los Black y no del amplio mentón de su padre. Sin embargo, la pérdida de redondez en la cara le había arrebatado parte de ese aire de duendecillo travieso que tenía cuando lo conoció.

Estaba muy delgado. La luz del fuego danzaba caprichosamente con las sombras, que cuando se reflejaban en sus pómulos dejaban ver sus carrillos hundidos y el cráneo se le notaba en la frente más de lo que debería. Su cuello era largo y delgado, con la nuez de Adán destacando prominente, subiendo y bajando cada vez que tragaba saliva. El pelo, lacio y mucho más oscuro que el de su padre ahora que había crecido, pero todavía de un rubio brillante, le caía a picos sobre las orejas y la frente, más largo de lo que se lo había visto llevar en los últimos años de la guerra.

Por encima de la manta, las manos se le crispaban aferrándose a la tela y soltándola a intervalos más o menos cortos. Harry siguió con los ojos el largo de sus dedos, pensando que era un chico muy estilizado, lo cual combinaba muy bien con su altura, mayor que la suya. Se fijó en el pie que sobresalía de debajo de la manta y constató que también, como sus manos, era grande, estilizado y delgado, con finos dedos alargados. Sintiendo el deseo de tocar su cuerpo y palparlo, de saber cómo se sentían los dedos de sus manos o de sus pies al tacto o si la piel de su rostro era tan fina como aparentaba, Harry apartó la vista, turbado.

Se preguntó de nuevo qué hacía allí. Era absurdo estar espiándole mientras dormía, además de ser algo propio de una persona obsesiva y no de una racional. Intentó convencerse a sí mismo de que si no hubiese estado ahí el fuego se habría apagado y Draco habría vuelto a pasar frío como la noche anterior, pero una vocecilla en su cabeza le recordó que de eso ya hacía un buen rato y que su presencia ya no era necesario para mantenerlo.

Se levantó sin hacer ruido, dispuesto a abandonar la sala común y dejar de comportarse como un psicópata acosador. Tras echarle un último vistazo caminó en dirección a la puerta, notando el suelo helado bajo sus pies al salir del perímetro del hechizo calentador.

—¡No te vayas, Potter!

Harry se quedó paralizado en el sitio, asustado. No comprendía cómo podía saber Draco que estaba ahí y que se estaba marchando.

—¿Qué has hecho, Vincent? —preguntó Draco con voz lastimera y somnolienta.

Harry se dio media vuelta al entender que Draco estaba soñando, volviendo al lado del sofá. Se preguntó qué era lo que estaba reviviendo. La frente de Draco volvía a estar perlada de pequeñas gotas de sudor, como la noche anterior, y estaba pateando la manta para destaparse.

—¡No! —gimió Draco, angustiado.

Se arrodilló al pie del sofá, junto al pecho de Draco, escudriñando su rostro. La frente estaba arrugada en un rictus de preocupación.

—Draco —susurró Harry, probando a intentar despertarlo discretamente.

—¡Potter! —Draco pareció reconocer su voz y volvió a llamarlo—. ¡Aquí, Potter! —Harry frunció el ceño. Era obvio que él estaba en su pesadilla, pero no entendía por qué—. ¡Greg! ¡Vamos! Tenemos que subir aquí antes de que nos alcance.

—Draco… —musitó Harry de nuevo con tristeza y un escalofrío al comprender qué estaba reviviendo la mente de Draco.

—¡Maldita sea, Vincent! ¡Socorro! —Las palabras de Draco eran difíciles de comprender, porque balbuceaba somnoliento, pero el hecho de que hiciese el amago de toser entre frase y frase confirmó a Harry sus sospechas—. No quiero morir, no quiero morir —sollozó Draco.

—¡Draco! —Harry le llamó más fuerte, intentando despertarle, olvidando ya el más que probable enfado de Draco cuando le viese allí, mientras parpadeaba para contener las lágrimas que le empañaban los ojos.

—¡Potter! —suplicó Draco con voz esperanzada.

Harry comprendió que él también estaba dentro del sueño de Draco. Imaginó que al llamarle, este creía oír al Harry del sueño y por eso Draco contestaba, pero no despertaba.

—Potter, no te vayas —sollozó Draco, arrugando la camiseta del pijama con fuerza entre las manos, provocando que su tripa quedase al aire. Una lágrima se deslizó por su rostro y Harry sintió que su corazón se inundaba de pena, empatizando con él. Sus pesadillas también habían sido terribles tras la guerra. Draco lloró más fuerte—. No quiero morir.

Decidido a despertarlo, Harry puso una mano en el pecho de Draco, con la intención de sacudirlo enérgicamente y provocar que se despertase. Si era rápido, podría esconder la mano antes de que Draco se diera cuenta de que alguien le había despertado alguien y probablemente pensaría que había sido dentro de su pesadilla. Y si no le daba tiempo… al menos Draco no seguiría pasándolo mal y Harry tendría que resolver ese conflicto también.

En cuanto rozó el pecho de Draco, este movió rápidamente la mano hacia la suya, agarrándole la muñeca con fuerza como la noche anterior. Harry se quedó inmóvil, enfadado por no haberlo visto venir. Sin embargo, Draco buscó sus dedos al tacto, soltándole la muñeca y apretando la mano de Harry contra el pecho.

—Has vuelto… —suspiró Draco satisfecho antes de relajar todo el cuerpo.

Draco modificó la posición de sus manos, entrelazando una de ella con sus dedos, apretándolos contra su pecho y cubriendo ambas manos con la otra, en una suerte de abrazo. Poco a poco, su respiración fue tranquilizándose y haciéndose menos superficial. Cuando el sudor de su cuerpo empezó a enfriarse, se estremeció levemente y Harry se apresuró a cubrirle con la manta de nuevo con la mano que tenía libre.

Retorciéndose con cuidado para no molestarle, Harry se sentó en el suelo, apoyando el codo en el sofá, buscando algo de comodidad. Sabía que en algún momento debería salir de allí para irse a dormir, pero era renuente a soltarle dado que Draco parecía haberse tranquilizado por el contacto. Supuso que, como la noche anterior, en algún momento le soltaría y eso le permitiría irse. Resignándose a pasar el siguiente par de horas allí, Harry apoyó la cabeza en el cojín para descansar la cabeza.

Se mordió el labio, pensativo. Harry recordaba el episodio de la Sala de los Menesteres con dificultad. Sí recordaba con nitidez la conversación previa, cuando Draco había intentado imponerse a Crabbe. También el momento en el que había salido volando de la Sala con Draco detrás de él en la escoba aferrándose desesperadamente a su cintura y los pulmones inundados de humo. Pero todo el proceso intermedio era un borrón en su cabeza, salpicado de imágenes estáticas: la diadema de Ravenclaw suspendida en el aire, un gigantesco león hecho de llamas rugiendo a tres metros de él, Draco sosteniendo a Goyle, con las mejillas tiznadas de negro y dos surcos de lágrimas atravesándolas, en lo alto de una torre de armarios cercados por el fuego.

Le había contado a su psicólogo que se había visto envuelto en un terrible incendio que le despertaba algunas noches. Este le había dicho que no acordarse bien lo que había ocurrido era una medida de protección contra el trauma: el cerebro archivaba los peores recuerdos y los emborronaba, por eso no se podía recordar claramente el dolor una vez había pasado. Sí era consciente de otras sensaciones: el olor a humo, el tacto de la frente de Draco contra su nuca, las manos de este alrededor de su cintura, agarrándose con fuerza, el calor del fuego quemándole las pestañas y calentándole las mejillas, el picor de los ojos…

Se preguntó si la pesadilla de Draco era constante o variaba. Sus pesadillas iban saltando de tema en tema. No siempre tenían a Voldemort como principal antagonista. A veces soñaba que se dejaba ir en aquella estación de King's Cross donde había hablado con Dumbledore. Otras, con los gritos de Hermione siendo torturada por Bellatrix. El cuerpo de Dobby dejándose marchar entre sus manos mientras este le susurraba que era su culpa, los cadáveres de Remus y Tonks, el de Fred…

—Viviste mil cosas traumáticas y sin embargo tu mente vuelve a esa una y otra vez —comprendió Harry, hablando en voz tan baja que casi no se oía él mismo. Comprendió que lo más probable era que fuese una pesadilla recurrente, pues la de la noche anterior había parecido similar por el sudor, los estremecimientos y el agarre, aunque no había llegado a hablar en sueños—. Tuvo que ser terrible para ti.

Harry cogió aire profundamente, intentando quitarse la sensación de malestar que le había provocado rememorar sus propias pesadillas. Entendía el pesar de Draco, pero no su actitud.

—No pasa nada por tener pesadillas, Draco. —Por un segundo deseó que se despertase y pudiese oírle de verdad, pero rápidamente descartó la idea sabiendo que el otro chico se enfadaría si descubría que estaba allí sentado y bajó más la voz hasta hacerla prácticamente inaudible—. Yo también las tengo. Hermione, Ron, Neville… todos las tuvimos, noche tras noche. Aún las tenemos, a veces.

Draco se revolvió, paladeando el aire y acomodándose, pero sin soltarse. Harry le observó, levantando la cabeza para permitirle moverse y volviendo a apoyarla cuando se quedó quieto. Inspiró, dándose cuenta de que el olor de Draco se mezclaba con el de la lana de la manta, más dulce y fragante que el de esta. Se preguntó si sería el jabón que usaba en la ducha, pues le resultaba familiar, pero no lograba ubicarlo en su mente más allá de determinar que era algún tipo de flor. Era ciertamente muy agradable y no pudo resistir la tentación de frotar la punta de la nariz contra la tela del pijama de Draco, disfrutando del olor y percatándose de que probablemente lo había estado oliendo todos esos días de atrás inconscientemente, pero no lo había reconocido hasta estar tan cerca.

—A Ron y Hermione les ayudaba dormir juntos. Cuando uno de los dos tenía pesadillas, el otro se despertaba y le consolaba. Yo tuve que superarlo solo, pero cuando compartía dormitorio con Ron en La Madriguera me resultaba más sencillo, porque me ayudaba a anclarme a la realidad cuando despertaba. No tendrías que estar haciendo frente a esto tú solo, ¿sabes? Somos humanos y tenemos derecho a tener miedo —continuó hablando Harry, más seguro de que Draco dormía profundamente y no despertaría.

Apoyando con cuidado la cabeza sobre el hombro de Draco, cerró los ojos para descansar la vista, disfrutando todavía con el olor del otro chico, el tacto de sus manos agarrando las suyas, la tela áspera del pijama contra su mejilla.

—A mí me ayudó hacer ejercicio. Salía a correr todos los días una hora si estaba en Londres. Cuando estaba en La Madriguera jugábamos al quidditch hasta que no veíamos las pelotas. Los Weasley son tantos que casi podrían hacer dos equipos entre todos. La idea era agotar a mi cuerpo para que no le quedasen fuerzas para ponerse a tener pesadillas, porque donde tú hablas yo, además, me movía. Acabó funcionando con el tiempo. —Siguió hablando mientras las llamas mágicas de la chimenea se extinguían, reduciendo la luz en la habitación. Sin darse cuenta, Harry se quedó dormido.

Despertó tiritando de frío. Un insistente pitido sonaba. Entrando en pánico al darse cuenta que lo que oía era un hechizo despertador que había colocado Draco, tiró de la mano, que todavía estaba atrapada entre las de Draco, ocultándola debajo de la capa y se arrastró rápidamente por el suelo para alejarse del sofá.

Draco abrió los ojos de golpe, mirándose las manos vacías, como buscando algo. Parpadeó con sueño y bostezó, tapándose la boca con una mano mientras con la otra rebuscaba entre los cojines del sofá hasta encontrar la varita, que utilizó para hacer que el despertador dejara de sonar. Se sentó en el sofá, frotándose los ojos, con un suspiro satisfecho, antes de ponerse en pie y estirarse.

Con cara perpleja, Draco se rascó el pecho, justo donde las manos de ambos habían estado toda la noche, mirando un poco desconcertado, como si esperase encontrar algo allí. Negando con la cabeza y esbozando una sonrisa satisfecha que a Harry le pareció la más sincera que le había visto hasta ese momento, Draco salió de la sala. Sabiéndose en un problema, Harry se puso de pie, asegurándose de que no se le veía ninguna parte del cuerpo fuera de la capa, y se apresuró a salir detrás de él, justo a tiempo de colarse en el dormitorio antes de que Draco cerrase la puerta.

—Potter. —Draco llamó a la puerta del baño después de comprobar que no estaba en su cama.

Al no obtener contestación abrió la puerta y, con el ceño fruncido, miró a su alrededor. Harry, todavía agitado por la pequeña carrera que se había tenido que echar para poder entrar en la habitación, contuvo el aliento, preguntándose si Draco estaría sospechando algo al no verle ahí, pero se relajó cuando le vio encogerse de hombros y entrar en el baño. Esperó a oír el sonido de la ducha para quitarse la capa, guardarla y sentarse en la cama.

Le dolía todo el cuerpo, pero con la adrenalina que había sentido al despertar, no se había dado cuenta hasta ese momento. Dormir sentado en un suelo de piedra y sin apoyar la espalda no era de manera alguna saludable, consideró mientras se intentaba estirar, masajeándose las lumbares y los hombros como pudo.

—Quizá pueda escaparme a la enfermería y que Pomfrey me dé algo para el dolor —murmuró apretando los dientes en un quejido.

Draco salió del baño unos minutos después con la toalla anudada en la cintura y, cuando le vio, mostró sorpresa en el rostro.

—Buenos días —le saludó Draco, quedándose parado a medio camino del baño y su cama—. Pensaba que ya te habías levantado y vestido.

—¿Eh? —Preocupado como estaba por los lamentos de dolor de su cuerpo y el sueño por las pocas e incómodas horas de sueño que había conseguido dormir, Harry no había pensado en una excusa convincente para darle—. Acababa… acababa de levantarme y… salí un momento para… Tenía que ir a…

—No tienes por qué darme explicaciones si no quieres, Potter —dijo Draco apretando la mandíbula—. Sólo pretendía ser… amable.

«Amistoso», concluyó Harry por su cuenta, pues no era idiota y se había dado cuenta de que Draco le había preguntado sinceramente, sin ningún tipo de segundas intenciones, y él le estaba obsequiando con dudas y secretos. Se maldijo mentalmente. Tres días intentando acercarse a Draco y cuando por fin lo conseguía, se ponía a decir idioteces.

—Lo siento, no quería parecer un entrometido. Me desperté temprano y no estabas en tu cama —dijo Harry, intentando arreglarlo. No era ni verdad del todo, ni mentira, pero al menos no iba a quedar como un obseso. O eso esperaba—. Me preocupé, pensando que podía haber pasado algo y salí a mirar al pasillo. —Entró en pánico intentando improvisar algo creíble, pensando que si seguía por ese camino caería en una espiral de mentiras y justificaciones que lo empeoraría todo. Cogió aire, indeciso sobre qué hacer—. No. Eso tampoco es cierto. Lo siento, Draco. La verdad es que prefiero no decirte una mentira.

—Estás raro, Potter —dijo Draco entrecerrando los ojos con sospecha, todavía tenso. Caminó hasta la cama y se sentó en ella, de frente a Harry—. Y parece que te hayan dado una paliza, tienes un aspecto terrible.

—No… no he dormido muy bien, lo siento.

—Dices mucho lo siento —le hizo notar Draco con voz suave—. Pero no entiendo por qué.

Harry alzó la mirada, dándose cuenta que Draco seguía prácticamente desnudo delante de él, mirándole con atención, como si ya no tuviese prisa por vestirse. Se sonrojó al verle el pecho brillando con la piel que había estado admirando durante la noche y el pelo húmedo y pegado a la frente. Bajó la vista, azorado, pero la visión de sus piernas todavía con regueros de agua que recorrían el escaso pelo rubio tostado que las cubría lo perturbó aún más. Harry se preguntó si olería igual que durante la noche y cómo sería ese olor ahora que se acababa de duchar.

Harry alzó la mirada y vio que Draco no parecía receloso ni distante como solía estar los días anteriores. Más bien parecía comprensivo y preocupado. Aquello lo animó a hablar. Harry se quedó abstraído, mirándole el pecho de nuevo, descubriendo que entre las gotitas de agua que ya empezaban a secarse, podían distinguirse las finas líneas de cicatrices no demasiado antiguas.

«Mi sectumsempra», comprendió, dolido por haber dejado marcas indelebles en su piel.

Parpadeó, notando una sensación extraña en el estómago. Lo achacó a su incomodidad por mentirle a Draco ahora que habían conseguido alcanzar una especie de entendimiento amistoso. Ese acercamiento también le había permitido admirar que Draco era un chico muy atractivo, pero no debía dejarse perder en esos pensamientos o parecería imbécil. Pero si quería que esa amistad siguiese fluyendo, tenía que decírselo o sería peor si este se enteraba más tarde por su cuenta.

—He hecho algo que a lo mejor te molesta —admitió Harry, finalmente, logrando apartar todos aquellos pensamientos impúdicos de su cabeza antes de empeorar las cosas.

—Eso no lo sabrás si no me lo cuentas —dijo Draco con suavidad, poniéndose más serio.

—Anoche no estaba dormido cuando saliste de la habitación —confesó Harry del tirón, convencido de que estaba a punto de dinamitar esa especie de amistad a la que habían conseguido llegar.