Había dejado que lo hiciera. No tardó demasiado en tener claro qué era lo que estaba sucediendo. Desde luego, Malfoy se sobreestimaba mucho si creía que ella, de entre todo el mundo, no iba a saber que alguien estaba entrando en su cabeza. No estaba en su mejor momento, eso era cierto, pero él debería haber sabido que se daría cuenta.

Al principio se había sentido un poco enfadada, pero inmediatamente después decidió que la mejor idea era dejarle entrar y enseñarle aquellas cosas que había querido contarle, solo hasta donde ella quisiera. Compartirlo sin tener que hacerlo realmente. A lo mejor, pensó, era eso lo que necesitaba.

Cuando él terminó, sin embargo, no había sentido ningún alivio. Tampoco había sido doloroso o devastador. Había sido… Nada. Compartirlo había sido nada.

Se veía perdida, no con un dolor que desgarraba y cegaba sino con total objetividad. Durante unos instantes había creído sentir algo o, al menos, había creído que merecería la pena doler si al final había algo. Pero parecía que habían sido los últimos movimientos reflejos de un cadáver, ese movimiento involuntario de un cuerpo después de décadas de movimiento. En su caso, después de años sintiendo demasiado, aún quedaban esos reflejos engañosos de humanidad. Pero ya era imposible ser completamente humana. ¿Habría entendido él, por fin, que no se podía salvar lo insalvable? ¿Que ya no merecía la pena?

Draco no podía dormir. Desde que lo supo, desde que había visto todo aquello había sido incapaz. No podía concebir que ella hubiera dormido ni un segundo en los últimos diez años. Si cada vez que cerraba los ojos veía todo eso no sabía cómo podía aguantarlo. En aquel momento solo quería huir lejos o huir a su lado, a esa habitación. Un instinto protector desconocido le crecía en el pecho, pero sabía que estaba siendo un imbécil. Ella siempre se había sabido proteger y había ido varios pasos por delante de todos los demás. Si estaba así es que no había habido otra solución, él no habría podido hacer nada. Sin embargo, necesitaba culpar a alguien y pensar que por una vez él iba a ser el primero de la clase.

Pero, visto con perspectiva, era mucho más difícil cumplir su propósito. Había tratado con otras personas en su misma situación. Miles de ellas, muggles y magos, y probablemente todos ellos habían tenido las mismas imágenes o similares en su cabeza. Pero él nunca se había metido en sus cabezas y, sobre todo, él no los había conocido. Pero a ella sí que la conocía, sabía cuál era su carácter y sabía bajo cuántas capas habría escondido todo aquello para no sufrir. Lo peor de un cerebro inteligente era aquello, era que, cuando no podía más, también era bastante ingenioso para esconderse.

Aquella reflexión le trajo una idea a la cabeza. El cerebro estaba escondido.

¿Y si…?

—No, es imposible —murmuró en voz alta.

Pero…

¿Y si podía rescatar físicamente aquel cerebro? No era un experto en fisiología, pero estaba seguro de que a donde no llegaban los bisturíes, tal vez podía llegar la magia. ¿Y si se metía allí y cogía ese pedazo de ella que había sepultado? Podría verlo, analizarlo, curarlo con sus propias manos.

Era su única opción o, de lo contrario, la perdería.

Así que decidió ir a la casa vieja de sus abuelos. Allí había miles, millones de libros. También de magia negra, claro. Seguro que alguno serviría.

Y tomó una decisión peligrosa: ella se iba con él.

—¡No puedes hacer eso! —Abbott lo miraba, roja como un tomate, indignada. —No es solo que en su estado no deba salir de aquí, es que ni siquiera has avisado a su familia, si Ron se entera de…

—¿Se entera de qué? ¿De algo por primera puta vez en su vida? —Que le mencionara aquello cuando él únicamente había planteado de forma completamente razonable su plan de viaje lo encendía. —¿Cuánto tiempo lleva Hermione aquí? ¿Dos meses? ¿Y te ha llegado alguna noticia? ¿Algún rumor de que la estén buscando?

—No, pero… —intentó interrumpirle.

—¡Pero nada! ¡No merecen saber absolutamente nada! —No estaba dispuesto a aguantar más tonterías por parte de aquella panda de pusilánimes. —Se viene conmigo y punto. Es su única opción.

—Draco… —escuchó una voz de mujer detrás de él.

—¡¿Qué?! —Bramó antes de darse la vuelta y descubrir que era Lovegood la que le hablaba, entonces suavizó su tono. —Disculpa, Luna, no sabía quién eras y por aquí me están tocando todos las narices.

—No pasa nada, Draco, ya sé cómo eres —y soltó una pequeña risa de comprensión que alivió un poco su enfado. —¿Estoy escuchando que quieres llevarte a Hermione?

—Eh… Sí, yo… Quiero llevarla a casa de… —empezó a intentar explicarse, pero ella lo interrumpió.

—No hace falta que me expliques nada. Confío plenamente en que si tiene alguna opción eres tú, pero mantenme informada, ¿de acuerdo? —Sus ojos estaban muy abiertos, como dos grandes faros llenos de preocupación.

—Por supuesto, Lunita, serás la primera en saber todo lo que logremos, no hacía falta ni que lo pidieras.

—Gracias, Draco —le sonrió— y Hannah, déjale, él sabe lo que hace, ¿sí?

—Claro, sí, por supuesto —Abbot no había tenido más remedio que doblegarse ante los encantos de Draco y él no pudo evitar reírse por dentro.

—Sin embargo, Draco, hay algo que sí que creo que deberíamos hacer.

—No.

—Sí.

—No.

—Yo me encargaré y evitará que se interpongan en nada, pero tienen que saberlo.

—Como quieras —la cortó Draco sin querer saber nada más.

—No me enfado, Draco, por favor. Compréndeme… —aquello lo reblandeció.

—No te preocupes. No podría enfadarme contigo ni aunque quisiera. Que alguien llame a algún enfermero y que ayude a Hermione a juntar lo que necesite. Salimos en una hora.

—¡Harry! ¡Eh! ¡Aquí! —Ron agitó su mano, intentando llamar la atención de su amigo.

—Eh, Ron, ¿cómo vas? —Harry se sentó frente a Ron de una forma un tanto descordinada. Habían pasado los años pero aún seguía teniendo aspecto de adolescente torpe, incapaz de mantenerse del todo firme sobre una silla. —¿Cómo va todo?

—Pues bien, tío, ya me he instalado del todo en el piso y… empezando de cero, ¿no? Es lo que hay que hacer —Ron forzó una sonrisa y al notar que no lo iba a conseguir se llevó la taza de café a los labios para tapar la mueca que había hecho.

—Hace ya dos meses, Ron, creo que puedes intentar sonreír un poco más… Y estarías mucho mejor si por lo menos intentaras hablar con ella —Harry usaba un tono cansino, harto de repetir una y otra vez lo mismo, pero su amigo era demasiado cabezota. Y él lo sabía.

—No, Harry, no voy a volver a esa casa, me estaba robando la alegría, las ganas de vivir, ¿y qué te crees? ¿Que no he tenido miles de opciones mientras estaba con ella de estar con otras? Pero no, me mantuve fiel, y ahora…

—¿No crees que es un poco peligroso sentirse orgulloso de ser fiel a la mujer que amas? —Harry intentaba ser delicado, pero el egoísmo de su amigo le empezaba a crispar cada día un poco más los nervios.

—No. Y no uses ese tono paternalista conmigo, vosotros no sois mejor que yo. ¿O es que habéis ido a verla?

—No, Ron, no hemos ido, pero sabes por qué. No es lo mismo…

Harry y Ginny habían decidido esperar una llamada de Hermione, una señal para no sentir que la estaban agobiando. Posiblemente estaba siendo una mala decisión y Harry estaba a punto de mandarlo todo a la mierda y plantarse en su casa con un pastel o un libro o las dos cosas. Pero a veces la vida le pasaba un poco por encima, tenía tantas cosas de las que ocuparse que había dejado pasar las semanas. Ser adulto era aquel horror. Y por eso no podía evitar sentirse bastante culpable.

—No quiero discutir, Harry. Ni siquiera hemos quedado para hablar de ella. Así que dime, ¿cómo va la boda? ¿Emocionado?

—Sí, bueno, ya sabes. Llevamos mucho tiempo viviendo juntos —respondió frotándose la nuca. —En realidad nada va a cambiar. Únicamente, tus padres estarán un poco más felices…

—¿Cómo que o va a cambiar nada? Se te acaba lo bueno —Ron guiñó un ojo a Harry. —Antes podías tener una excusa, pero ahora no hay escapatoria.

—¿Perdona? —Harry no daba crédito a lo que acababa de decir su amigo.

—Sí, tío, antes podías liar a mi hermana, pero ahora…

—Me alucina que estés hablando así de tu propia hermana —le cortó. —No te reconozco, ¿qué te ha pasado?

—¿Cómo que qué me ha pasado? —La cara del pelirrojo se puso del mismo color que su pelo. —¿Quieres saber lo que me ha pasado? ¡Que me ha destrozado! ¡Eso me ha pasado! Huye mientras puedas, siempre te destrozan. ¡Todos pasamos por una guerra! Pero ella se cree que es la única, esa jodida egoísta se cree que es la única.

Cuando Harry estaba a punto de abalanzarse sobre su amigo, no sabía bien si era para abrazarlo y contenerlo o si era para partirle la cara, escucharon una voz.

—Entonces, Ronald, imagino que no interesará saber que Hermione va ahora mismo de camino a la antigua mansión Malfoy, con el propio Draco Malfoy, la única persona que se ha interesado verdaderamente en salvarle la vida.

Llevaban dos horas recorriendo una angosta carretera de costa. El paisaje le habría parecido hermoso si se hubiera permitido disfrutarlo. El mar azotaba enfurecido el gris de las rocas, el gris de las rocas se perfilaba contra el verde que los rodeaba, los cubría y llenaba los pulmones de Hermione. Draco apenas la había informado de lo que iban a hacer. Aquel parecía un paso más en el plan «salvar a la sangre sucia», aunque a Hermione le había parecido poco inteligente por su parte sacarla de allí y dejarla en la relativa libertad de estar fuera de San Mungo.

Le miro. Había algo de sol iluminando su pelo y su cara, haciéndole parecer menos pálido, menos de otra dimensión o de otra época. Llevaba puestos unos vaqueros y una camisa blanca, eso es lo primero en lo que se había fijado cuando lo vio llegar. Nunca le había parecido tan… desenfadado. Pero le sentaba bien. Últimamente se preocupaba cada vez más por él, por lo que pensaba, por lo que sentía al tener que tirar de ella. Si se estaría cansando. Si ella podría soportar que se cansara.

Qué estúpido.

Pensar que no podría soportar algo tan pequeño, tan insignificante.

Deslizó una mano sobre el volante y llevó la otra a las marchas. Un cosquilleo le subió por la espalda. ¡Sensaciones! Era una sensación plácida y dolorosa al mismo tiempo.

Y entonces decidió que se rendía.

No sabía cuándo lo haría él. Pero se rendía.

No iba a soportar esa avalancha de sensaciones, otro sentimiento cálido que le aniquilara el corazón. Ni siquiera tenía por qué esperar un método no doloroso.

—¿Todo bien, Hermione?

—Sí, Draco, todo bien. ¿Falta mucho?