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Debajo de la lluvia quisiera ver si tenemos la misma temperatura

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—Tengo que contarte algo.

—Mientras no sea que te contagiaste de alguna enfermedad y que haya que vender todo para salvarte, entonces sí, dímelo.

—¡Samu!

Lleva algo más de media hora intentando encontrar el momento oportuno para contarle a Osamu lo que ha sucedido.

Y no, no es que sea una nena temerosa y penosa luego de las cosas que hace para retener esos cúmulos de ansiedad por días como si estuviese en su periodo.

Y no, tampoco es que Osamu sea algo así como su caja de secretos, pañuelos o el tacho de basura en el que puede desechar libremente las cosas que son menores y no tienen importancia.

Aunque lo de ahora sí que tiene importancia porque desde hace días que no puede ni dormir bien.

—Es Sakusa Kiyoomi, ¿no? —Miya deja salir un gemido cargado de asombro e incredulidad. ¿Pero cómo es que…? —. ¿Enserio atiné? —y aunque quiere decirle que es un brujo o algo por el estilo, las ganas se le van cuando ve a su gemelo echarse a reír como si el asunto le diese gracia—. Oye, no me veas así, tú mismo me lo dijiste.

—¿Qué? No te he dicho nad-... —cortando su queja ahora que Samu hace con su mano una seña de que lo espere, lo ve buscar algo en su teléfono con rapidez, mostrandoselo al cabo de unos segundos de haberlo encontrado.

Y a Atsumu se le colorean las mejillas de la vergüenza tan pronto Osamu baja con su dedo todo su feed de instagram con sus fotografías recientes. La mayoría de ellas son fotografías de él con Kiyoomi haciendo alguna tontería o simplemente son fotos que él le ha tomado al rematador de manera infraganti junto a alguna leyenda textual de alguna canción que le guste mucho o algún chiste malo.

—¿No quieres ya admitirlo de manera pública? —y aunque está avergonzado por entender la connotación con la que Osamu le dice las cosas, no puede estresarse solo porque, para su hermano, las cosas parecen ser algo que no son.

Aunque, Dios, ¿a quién quiere engañar?

Si para él tampoco significaran nada, no sentiría las mejillas calientes por sentirse expuesto. O quizá simplemente, ahora que Osamu le ha mostrado las fotografías de su propio instagram, recién se ha dado cuenta de todo el tiempo que pasa con Kiyoomi y de la razón de tener lleno su feed de él.

Sí, bueno, escucharlo de Osamu, siendo que es su gemelo y debe ser la persona que más lo entiende, debería ser porque es cierto pero…

—¿No me vas a decir nada?

¿Algo como qué?

Atsumu ya ni siquiera está seguro de seguir esculcando dentro de su mente y su corazón en estos momentos.

Osamu, desde luego, es un poco parecido a él.

Solo un poco.

Y en cualquier otra situación en la que sus gestos no demostraran que el tema es realmente serio, estaría burlándose de él. Estaría haciendo bromas absurdas y pesadas como siempre hace —o hacía— cada que el armador le contaba acerca de sus ligues y sus acostones.

Porque nada de eso era en serio para él.

Nada hasta Kiyoomi.

—Tsumu —Cierra los ojos, contando hasta diez. ¿Enserio es tan difícil ahora hablar con él? Ni siquiera le ha dicho nada pero parece, a través de su expresión y su lenguaje corporal, que le ha dicho todo—. ¿Te gusta Sakusa Kiyoomi?

Ahí está.

La pregunta incontestable.

La pregunta desastrosa.

La pregunta revolucionaria por la que no ha podido dormir desde lo que sucedió entre ellos en la Golden Week. Y recordarlo solo le hace ver y enumerar, a través de su mente, todo lo que han hecho juntos desde antes de eso.

La manera en la que Kiyoomi, inconscientemente, lo ha mirado y lo ha ayudado a superar lo de Shoyo de a poco. No porque haya ofrecido su ayuda explícitamente pero el solo hecho de estar ahí siempre, de escucharlo, de regañarlo cuando nadie más lo hace, ahora todo eso tiene un valor muy especial para él.

Pero lo que lo tiene ahora así, mudo y pasmado, como si recién acabara de descubrir que hay vida en otros planetas, es la cuestión de la que Osamu espera una respuesta.

—Oye, tonto. El internet cuesta, así que más vale que me respondas.

¿Que si le gusta Kiyoomi?

No lo sabe.

Y cree que esa debe ser la respuesta más cercana a la verdad y la honestidad que ha tenido jamás desde hace un buen tiempo.

Cuando le preguntaban o se preguntaba a sí mismo si le gustaba Shoyo, decía que sí o que creía que sí sin estar seguro de eso. Respondía únicamente porque quizá, en su afán ridículo de aferrarse a alguien y, de paso, ser una molestia para alguien como Tobio, le parecía divertido.

Sin embargo, ¿eso significa que ese estado de ansiedad y depresión que tuvo consigo hace unos meses fue falso?

No.

Enserio se sentía como la mierda cuando Shoyo y Tobio volvieron y decidieron hacer pública su relación. Pero más allá de dolerle el hecho de que fuera Tobio y no él, lo que le molestaba era lo que significaba superar las adversidades de la forma en la que ellos lo hacían.

Estando juntos, fuera o dentro de la cancha, eran invencibles. Y la gente, con solo mirarlos, entendía de dónde venía esa fuerza. De dónde provenía ese amor.

¿Era envidia, acaso, lo que sentía de su relación solamente?

—Con Hinata Shoyo no te veías así —Atsumu tuerce una mueca, dejando salir un bufido irónico al escuchar a Osamu—. No me malentiendas, idiota. Te veías y te sentías de la mierda solo porque para ti era un capricho. Parecía que hacías un berrinche.

—¿Y ahora no?

Para que Osamu lo entienda, para que se permita también a sí mismo entenderse, Atsumu le cuenta todo. Y lo que debería haber sido una videollamada corta para saludar y verse aunque sea las caras por unos momentos, termina por tirarlos a ambos a la cama, en sus respectivos sitios, hablando por horas.

—Tengo otra pregunta —Atsumu bosteza sumamente cansado no solo porque ya es muy tarde sino por todo el desgaste mental de la noche. Ni siquiera el entrenamiento de esta mañana lo dejó tan cansado como el estar hablando con su gemelo a cerca de que es un idiota y de que en serio tiene un problema con la bebida y que debería dejarla—. ¿Cómo sabes que le gustan los hombres?

—Me masturbó. ¿Que no te acabo de decir? ¿Qué amigo hace eso? —Osamu aguarda medio minuto en silencio, como si meditara—. ¿Sabes qué es lo peor?

—¿Qué? ¿Me vas a decir que ya no se te para si no piensas en él? —entendiendo que el silencio que se extiende luego de su pregunta es una afirmación, Osamu se sienta como un resorte al borde de su cama, riéndose. ¡Solo había sido una estupidez su pregunta! ¡No esperaba que fuera real! —. No me jodas.

—¡¿Tómate esto con seriedad, por favor, quieres?! —vocifera el armador, rojo hasta las orejas. No puede ser que esté pasando por este tipo de humillación.

—Bueno, ya. ¿Qué era lo que ibas a decir?

—Nos besamos.

Sí, y lo más triste —mismo que hace que se olvide de la vergüenza— es que no se acuerda de eso. De hecho, casi no se acuerda de nada. Y más que lamentarlo, se arrepiente muchísimo de haber estado ebrio para no disfrutarlo.

No por nada se la pasa algunas tardes —desde que sucedió eso— intentando abrir su mente y recordar lo que sintió.

De eso ya han pasado dos semanas.

Dos semanas en las que todo, para el resto del mundo, ha vuelto a la normalidad, pero para él no.

Kiyoomi, delante del resto del equipo, actúa tal y como siempre lo ha hecho, pues no se le conoce como una persona platicadora y amistosa; pero para él, no lo hace. Y le llena de frustración no poder acercarse a él o iniciar tan siquiera una absurda conversación sobre chistes malos o emojis porque sigue sin atreverse a mirarlo por más de un minuto a los ojos.

¡Y Kiyoomi tampoco dice nada!

Incluso hoy, que tenían que terminar el estiramiento en duplas, había preferido hacer las abdominales solo que correr el riesgo de ser emparejado con él.

¡Solo había sido un beso, por el putísimo amor de Dios! ¡No es como si tuviera una enfermedad incurable que se transmitiera por la saliva!

Aunque, claro, si en realidad lo de besarse había sido algo tan trivial, ¿por qué se sentía él mismo de ese modo?

—Tengo una última pregunta. En el hipotético caso de que salieras con Sakusa en el futuro, ¿serías el de arriba o el de abajo? —Atsumu frunce el ceño, sentándose él también al borde de la cama ahora mientras lo fulmina con la mirada a través de la pantalla de su teléfono.

—Samu, puta madre, estoy hablando enserio.

—¿Qué quieres que te diga? Al final haces lo que quieres ¿no? —Atsumu baja un poco la pantalla de su teléfono cuando baja sus hombros, resignado.

—Sí, bueno, pero ahora no sé qué hacer —y el tono con el que lo dice no es ninguna broma. No está enfadado con Samu, desde luego. Sino pareciera que está frustrado consigo mismo por no saber qué hacer justamente — .Nunca...Nunca me había pasado esto con nadie. No me había sentido así tampoco con nadie. Ni siquiera con Shoyo —sincera, sintiéndose, de pronto, empequeñecido. Para otras cosas o situaciones es muy bueno para solucionarlas, ¿por qué ahora se siente perdido?

—Entonces no tienes nada de qué preocuparte.

—¿Eh?

—Si no sabes qué hacer, significa que vas por buen camino.

—¿Qué clase de horrible consejo es ese?

Al final, durante esa madrugada luego de colgarle a Samu, no obtuvo las respuestas que quería pero tanto las palabras de su hermano, como las de Kiyoomi aquella vez, siguen persistiendo y repitiéndose en su mente.

"Si nunca lo has intentado, es porque no te lo mereces"

"Si no sabes qué hacer, significa que vas por buen camino"

Y así, a la mañana siguiente, decide pensar seriamente al respecto de sus sentimientos.

No se lo dijo a Samu pero a Atsumu aún se le hace increíble lo bien que se la ha pasado estos últimos meses a lado de Kiyoomi. Alguien, además de él, ¿sabría que tiene más vajillas y vasos que ropa? ¿Existiría alguien que supiese la cantidad de jabones y esencias de diferentes partes del mundo que tiene acomodadas en la repisa de su baño como si las coleccionara?

Aunque, de todos esos olores, Atsumu ya tiene su favorito.

Y aunque Kiyoomi ahora está haciendo ejercicio en el gimnasio luego del horario establecido, sin nadie más alrededor, su olor a sándalo sigue persistiendo a pesar de todo.

Ese debe ser el último lugar en el que podría encontrarlo a esa hora luego de un día de entrenamiento pesado en el que, de nuevo, se han evitado.

¿Incluso ha llegado tan lejos como para ocupar el gimnasio fuera de horario solo para estar solo y que nadie le moleste?

De acuerdo, eso sí que le hace sentir ofendido.

Ya está.

¿No había dicho Kiyoomi que con lo de Shoyo en realidad nunca había tenido la fuerza para intentarlo?

Bueno, pues ahora sí que la tiene.

Y aunque no se anuncia ni lo llama desde lejos, no hace falta que lo haga pues tan pronto llega hasta donde está haciendo sus abdominales, le bloquea la luz artificial del plafón, haciendo que Kiyoomi frunza el ceño y tenga que adecuar sus ojos a la oscuridad que genera su sombra.

—Me bloqueas la luz. Hazte a un lado —¡Jah! ¡Y todavía tiene el descaro de hablarle tan quitado de la pena luego de ignorarlo por casi dos semanas!

Dios, está perdiendo la cabeza de nuevo.

—¿Tienes un minuto? —pregunta en el tono más amable que puede pues si algo ha aprendido este último tiempo es que tiene que permitirle a la otra parte la posibilidad de decidir y no solo imponer él su maldita santa voluntad.

—No —¡Pero es que él hace que quiera regresar a ser el imbécil de siempre! ¿Por qué le responde tan feo?

—Omi, por favor. Me has estado evitando estas últimas dos semanas —dice atropelladamente. Y es que necesita comenzar a hablar rápido porque enserio Kiyoomi es capaz de levantarse e irse de ahí dejándolo con las palabras en la boca—. Solo diez minutos, es todo lo que pido y…

¡¿Pero quién demonios puede ser tan inoportuno como para marcarle al teléfono en este momento?!

Ni siquiera ve quien es porque tampoco saca el teléfono del bolsillo de su pantalón pero la persona es tan insistente como para que pierda la cabeza y finalmente mire quién es.

¿Tooru?

¿Oikawa Tooru?

¿De todas las personas en el mundo?

¿Qué hora es en Argentina, para empezar? ¿No debería estar dormido?

—¿Pero qué…? —con esa ya van tres llamadas. Tres. ¡¿Qué es tan urgente como para que no deje de marcarle?! ¡¿Acaso salió un final alternativo de Teresa o qué carajos?!

—Contesta.

—¿Eh?

Pero Kiyoomi ni siquiera le da tiempo de añadir algo más o si quiera pedirle que espere a que termine la llamada. A pesar de que su expresión fue lo suficientemente dramática y exagerada intentando hacerle gestos y señas para detenerlo, Kiyoomi solo siguió con su set de abdominales viendo a Miya, muy de vez en cuando, a través del ventanal que daba a la terraza, abriendo la boca exageradamente como si no estuviese contento.

¿Y cómo va a estarlo?

¿Tooru no puede ser menos oportuno?

Que sí, la noticia de que viene a Japón por la boda de uno de sus amigos suena genial, pero ni siquiera son tan cercanos como para que tenga la necesidad de avisarle sobre eso ¿o sí?

—Shoyo también sabe. Le llamé hace poco —Atsumu ni siquiera le da importancia a ese hecho pues está más desesperado por volver adentro y hablar con Kiyoomi que ni lo nota—. Él también fue invitado a la boda. Irá con Tobio, supongo. ¿No quieres ir?

—Escucha, Tooru, estaba a punto de tener una conversación importante con alguien y… —el armador japonés se detiene al escucharlo reírse del otro lado—. ¿Qué es tan gracioso?

—Es lindo oírte desesperado.

¿Cómo le explica a Kiyoomi, minutos antes de irse del gimnasio sin poder tolerar ver a Atsumu gritando y sonrojado, que esa reacción ha sido una mala interpretación de los hechos?

—¡Tomas! —pero el tiempo que le toma buscar a Adriah al no ver a Kiyoomi en el gimnasio, luego de prácticamente colgarle a Tooru, se vuelve eterno para él.

—¿Uh? ¿Qué pasa?

—¡Omi! ¡¿Viste a Omi?! ¡¿A dónde…?! —Dios, se supone que está acostumbrado a ese tipo de ejercicio severo pero parece que le ha cansado tres veces más correr en busca de Adriah debido al estrés y ansiedad que tiene en estos momentos.

—Salió.

Salió, dice.

¿Salió?

Solo hasta que las ventanas del pasillo se azotan por un relámpago, Miya repara en el cielo oscurecido y atiborrado de nubes cargadas de una lluvia que se desatará pronto.

—Le dije que llevara un paraguas al menos. Dijo que iba al conbini y…¡Atsumu, vuelve, va a llover pronto!

"—Con Hinata Shoyo no te veías así"

"—Entonces ya te diste cuenta"

Sí.

De que todo lo que no ha intentado solo lo abruma porque cree que no lo merece por eso.

Pero si está corriendo ahora sin fijarse mucho en los señalamientos peatonales y solo siguiendo a su instinto, debe ser por algo.

Esta es la segunda vez.

La segunda vez que sale corriendo a por él.

Y sí, puede que esté actuando como el loco de una película de acción corriendo por la acera y chocando con la gente sin disculparse, pero su mente es una perra. Una perra bastante insidiosa que lo único que está ocasionando ahora es que piense en la posibilidad de que Kiyoomi no solo esté enfadado con él sino que...

—"No puede...No pudo haber ido a verlo a él…¿verdad?"

Es ilógico.

El gimnasio oficial de los Adlers ni siquiera está en la misma ciudad que el suyo. Es poco probable pero ¿y si basta solo una llamada? ¿Y si…?

No tiene ni la más mínima idea de cómo es que ha llegado justamente al cruzamiento que da directamente al conbini que hay en la esquina pero su corazón vuelve a bomber intensamente —pues en serio debió detenerse por medio minuto al menos— al ver a Kiyoomi salir por la puerta, lidiando con el paraguas para abrirlo.

Es él, piensa.

No ha ido a buscar a Ushijima, se alivia.

Incluso si ya ha comenzado a llover, no se da cuenta. Y a pesar de que tiene colocada encima de su cabeza la caperuza de su sudadera, aquello podría importarle menos —al igual que coger un resfriado— apenas lo ve.

Así como tampoco piensa demasiado en las consecuencias de los pasos que da sobre la línea marcada de los peatones para cruzar, misma que ahora se encuentra en luz roja.

—¡Oye! ¡Miya! —Kiyoomi gritando su nombre, haciendo más movimientos faciales que los que le ha visto hacer en todo este tiempo, hace que se quede quieto. Y solo hasta que deja de mantener silenciados todos los sonidos a su alrededor es que vuelve a escucharlos estruendosamente, oyendo primero el sonido del claxon de varios autos.

¡Puta madre! ¿¡Iba pensando cruzar la calle así!?

Cuando se da cuenta de la imprudencia y del gesto exaltado de Kiyoomi, a pesar de la distancia y detrás del barbijo que lleva puesto, da dos pasos hacia atrás volviendo a subirse a la acera peatonal.

Genial, estuvo a punto de ser atropellado.

Pero, a pesar de saberlo, no puede mantener los pies quietos.

—"Que ya pase a luz verde, que ya pase a luz verde…"

Nunca había estado tan ansioso.

Nunca había estado tan desesperado.

Nunca había odiado tanto la espera del semáforo peatonal tanto como ahora.

—¡¿Qué carajos haces, Miya?! ¡¿No viste que estaba en rojo o qué-...?

Y, desde luego, nunca había abrazado a alguien así de esa forma tan desesperada.

Kiyoomi, forzosamente, tiene que abrir los brazos y hacer malabares con las bolsas de compra, además de mantener el equilibrio, ante el inesperado peso extra sobre su pecho para no caer.

Sin embargo, toda las ganas que tenía por regañar al armador y gritarle un poco acerca de la responsabilidad vial y peatonal se ven frustradas cuando en vez de sentirse incómodo, es todo lo contrario.

Su pecho se llena de una sensación extraña que incluso tiene que regular su respiración para calmarse.

Y no es que le cause placer ver esa faceta frágil de Atsumu pero hay algo impregnado en él y en la forma en la que lo rodea con los brazos, ocultando su cara en su pecho, que le hace bajar la guardia como las veces en las que también se ha sentido influenciado por verlo de ese modo.

Como si se viera indefenso.

—Qué…

—No fuiste —Kiyoomi, ya con los brazos en los costados, permaneciendo inmóvil, baja el rostro un poco para escucharlo mejor, quedando muy pegado a él.

—¿Ah?

—No fuiste a verlo —sin la necesidad de preguntarle a qué se refiere, Kiyoomi lo entiende.

Entiende de qué y de quién habla.

Entiende que haberse expuesto ante alguien como Miya respecto a lo que tenía con Ushijima iba a traerle problemas. O iba a hacer que Atsumu asociara cualquier cosa con Wakatoshi si se trataba de él enfadado o melancólico.

Lo que no entiende es por qué se siente tan abatido, de pronto, por saber que Miya entiende todo eso.

Por saber, o al menos hacerse una idea, de que lo que él ha comenzado a sentir parece ser recíproco y, por lo mismo, peligroso.

Peligroso para él porque no sabe cómo lidiar con la sombra de Ushijima estando con Miya, y porque, al parecer, al armador comienza a afectarle más de lo que pensó.

Pero, ¿la culpa de quién es?

¿Suya por permitirle a Miya cosas que no debía?

¿O del propio Miya por permitirse hacerse, así mismo, daño de nuevo?

Daño.

Si Kiyoomi se pusiera a hacer el recuento del daño implícito que se ocasionó él mismo por creer en que algo con Wakatoshi podría existir, no terminaría pronto. Porque reconoce que ha sido culpa suya. Reconoce que es culpa de uno mismo el aferrarse a algo que se sabe será imposible.

Él, quien era reconocido por ser diferente al resto de la gente, del que decían que era extraño por no ser lo suficientemente expresivo como para saber si estaba feliz o estaba contento, aquél que se dijo a sí mismo que esas cosas no le interesaban, terminó, un día, dándose cuenta que era tan normal y ordinario como el resto de las personas que se ilusionan con algo.

Y por ello se juró a sí mismo no volver a ser de ese modo.

Se juró no volver a experimentar algo tan tonto como eso.

A no dejarse influenciar por el peso de la soledad y pensar que necesitaba a alguien con quien estar, con quien compartir logros y fracasos, con quien conversar hasta de la cosa más absurda.

A no perseguir a nadie nunca más.

—Miya…

—Solo...Solo déjame quedarme así un rato —¿Así cómo? ¿Bajo la lluvia y completamente húmedos? Para el armador puede que no sea claro pero para él, quien además de las bolsas del conbini, lleva en mano un paraguas tan pronto la lluvia se desató mucho antes de que pagara en el mostrador, lo es.

Y todavía así Atsumu tuvo la imprudencia de querer cruzar la calle.

Y aún así, lo abraza sin importarle que lo esté empapando todo a él también.

Y, aun así, Kiyoomi se lo permite.

Se lo permite sin decir nada. Sin mostrarse enfadado. Solo inclinando un poco más el paraguas para que alcance a cubrir a Atsumu sin importarle que pueda comenzar a mojarse él.

Pero, en serio, ¿Cuánto es un rato?

Luego del minuto, a Kiyoomi le parece insostenible toda esa situación así que, como puede, lo forza a separarse de él aunque tampoco es que Miya se aleje mucho. Al menos sí lo suficiente como para verle la cara o parte de ella debido a la caperuza de la sudadera que lleva sobre la cabeza.

—Te ves horrible —es el primer comentario de Kiyoomi para él, contrario al regaño o al insulto que cualquier otra persona esperaría de su parte en una situación así. El azabache incluso se atreve, aún con las manos ocupadas, a alzar un poquito la tela de la caperuza para mirarlo, cosa que, sorpresivamente, Atsumu le niega.

—No veas. Debo verme horrible.

—Hn, eso debiste pensarlo antes de salir a correr con esta lluvia —ofendido, finalmente Atsumu levanta el rostro, y Kiyoomi tiene que respirar profundo para no dejarse influenciar, de nuevo, por el bonito rojo que tienen sus mejillas frías y su frente, misma que está adornada ahora por una delgada capa de humedad junto a los pequeños mechones que se le adhieren a la piel debido a lo mismo.

—¡Salí a buscarte! —Dios, no debería sentirse agradecido por eso pero Kiyoomi, secretamente, lo hace al oírlo aunque intenta no demostrarlo a través de su expresión—. ¿Por qué no me esperaste?

—Te veías muy apasionado con tu llamada —Miya, con la respiración agitada y los pensamientos alborotados, ni siquiera relaciona ese comentario con alguna reacción implícita de celos por parte del rematador.

—¡Aún así! ¡Te dije que quería hablar contigo y…!

—¿Y por eso viniste de manera imprudente a buscarme? ¿Ibas a cruzar la calle así? Además ¿Si recuerdas que ambos somos figuras públicas ahora? —Sí, bueno, solo un tonto no podría reconocer a Kiyoomi a pesar de usar ese cubrebocas negro y con la caperuza arriba de su cabeza, aunque, bueno, si lo mira bien, Sakusa sí que es demasiado cuidadoso en ese aspecto.

Pero más allá de ese hecho, Miya se siente inusualmente sonrojado ahora que escucha que lo está regañando. ¡¿Por qué demonios le causa emoción saberlo preocupado por él?!

—Traigo puesta la caperuza sobre la cabeza, nadie va a reconocerme así —dice, cabizbajo, hablando tan quedito que pareciera un perrito con las orejas caídas—. ¿Y eso qué tiene que ver con que-...?

—Te lastimaste —Atsumu levanta el rostro hacia él, confundido.

—¿Eh?

—La rodilla —solo hasta que lo menciona y se inspecciona, ve que Kiyoomi no miente. ¿Qué carajos? ¿En qué momento rasgó los pantalones deportivos y comenzó a sangrar de ahí? ¡Ni siquiera se dio cuenta! —. Ah, eres una molestia.

Una molestia que es incapaz de dejar sola porque tan pronto le quita los ojos, Atsumu casi podría estar dando los códigos de un misil nuclear por error. Y no está exagerando.

Incluso para sí mismo es un peligro imprudente. ¿Qué hubiese pasado si no le hubiese gritado en el cruce? Armar un funeral en tiempo récord iba a ser buenísimo. Además de conseguir un armador que fuese la mitad de lo bueno que era él iba a ser casi una misión imposible.

Afortunada, o desafortunadamente, los peligros contundentes que Atsumu tiene siempre suceden cuando está con él.

Y siempre es Kiyoomi quien, a pesar de todo, no lo reprende como debería.

Otro en su lugar ya lo habría hecho.

Otro en su lugar ni siquiera se tomaría la molestia de ir hasta la farmacia por algo de antiséptico a pesar de que sabe que el viaje de regreso a los dormitorios no está tan lejos y allí hay de todo para limpiar y tratar una herida.

—No entres. Estás húmedo por la lluvia y no quiero que cojas un resfriado y luego me estés molestando con…

—No. Quiero entrar contigo.

Atsumu no es una molestia.

Es un dolor de culo enorme.

Pero él es el idiota que siempre lo consiente por alguna razón desconocida. Porque ¿qué otra razón habría para ceder, quitarse su sudadera, pedirle a él que se desvista de la parte superior, solo para darle su ropa y él quedarse solamente con la camisa que lleva puesta?

Le queda enorme, piensa Kiyoomi al ver su sudadera en él. Viendo cómo le queda algo holgada de las mangas, y un poco larga además.

¿No eran de la misma talla o algo así?

Esos datos poco relevantes, de algún modo, le dan cierto encanto a la situación que no quiere reconocer de manera pública.

Sí, bueno, igual se la ha dado porque alguien tendría que explicarle a Miya lo que pasa si se queda con la ropa húmeda de manera irresponsable.

Pero su cerebro funciona con razonamientos simples cuando está con él. Y su razonamiento le dice, mientras camina por los pasillos de la farmacia, con un Atsumu cabizbajo tomándolo infantilmente de los bordes de su camisa mientras lo sigue como si fuera un niño pequeño tras ser regañado, que esa es la última vez que se preocupa por él.

Cuando termina de seleccionar lo necesario va a la caja rápidamente.

Y así de rápido también se da cuenta que la dependienta, mientras va cobrando de uno cada artículo, se ríe bajito. Cuando atrapa su mirada para entender qué es tan gracioso, la ve sonreírle hacia Atsumu quien está viendo con mucha insistencia un paquetito de gomas como si los quisiera pero no se atreviera a decirle nada. Eso sin olvidar mencionar que está tiritando de frío y arrimándose a su lado.

Dios Santo.

Al menos espera que la chica esté pensando que es su hermano pequeño o algo así.

—¿Los quieres?

—¿Eh?

Esperen…¿Kiyoomi no había terminado de pagar ya? La verdad es que Atsumu tiene más de un minuto viendo un paquetito de gomitas que se le antojaron desde que se acercaron al mostrador pero...

—No. Así estoy bie-...

—Cobre estos también.

¿Qué intención oculta habría detrás de comprarle algo que desea sin pedirselo?

Ninguna.

Y, a pesar de eso, Kiyoomi no aparta la mirada de Miya ni siquiera cuando lucha con el envoltorio y degusta su primer gomita con deleite.

No dice nada ninguno de los dos, ni siquiera cuando Kiyoomi le pide que se siente en la banquita que hay afuera de la farmacia y Miya accede sin refutar nada. La herida ni siquiera es grave, él podría ponerle una curita si quisiera y ya está pero recibir ese tipo de atención inusual de Kiyoomi, sabiendo que ahora es probable que no le sea indiferente del todo su cercanía, le hace bien a Atsumu, además de que se siente como un niño recibiendo la atención que quiere de su mamá.

Kiyoomi no es su mamá, desde luego, y esa situación está lejos de traducirse como si estuviera repleta de amor maternal pero al menos hay cuidado. Hay interés. Hay…

—Estabas cojeando —el argumento toma desprevenido al armador, quien agranda los ojos, un poco desorientado por todo lo que está sintiendo en ese momento. Kiyoomi no aparta sus ojos de él ni cuando se pone de pie y le señala el vendaje que le ha puesto en la rodilla. ¿Tan serio es? ¿Por qué es que no sintió nada cuando venía corriendo?—. Sube.

Pero esas oportunidades, en las que pueda subirse en la espalda de Kiyoomi sabiendo que aún siguen en las calles, no se van a repetir muy seguido. Así que, como puede, acepta.

—Esa vez dijiste que era pesado —¿Qué clase de conversación es esa? Aunque, mientras está encima de su espalda y menea de un lado a otro la bolsa de la farmacia y del conbini, no es la cosa más entretenida tampoco para pasar el rato en lo que les toma regresar—. ¿Mentías?

—No hagas eso —confundido por la respuesta, Miya se arrima más hacia adelante, casi respirando cerca de su cuello cosa que, finalmente, parece darle el entendimiento de a lo que Kiyoomi se refiere.

—Oh, ¿eres muy cosquilludo aquí? —ante la implícita y juguetona amenaza, Kiyoomi lo mira de refilón con la clara intención de decirle que si se le ocurre soplar ahí, lo va a tirar como la última vez—. ¡Ah, ya, ya, entendí! —Pero, si dice que ya entendió, ¿por qué sopla un par de segundos después? —. ¡No estoy soplando, es el viento!

—Hn.

—Hueles rico —el comentario repentino hace que de nuevo le mire de lado—. Como a sándalo. ¿Es el shampoo que usas?

De nuevo una conversación que no les va a llevar a ningún lado. Una conversación acerca de cosas no necesarias para saber acerca del otro pero que para Miya es tan fácil soltar preguntas de ese tipo como lo es respirar.

Al ver a Hinata y Kageyama interactuar, a veces de lejos y otras veces muy cerca, Kiyoomi no comprendía cómo es que no podían aburrirse de pasar todo el día juntos pero eso era solo porque, para Kiyoomi, explorar terreno más allá del vóley o de lo que realmente le interesaba era una pérdida de tiempo.

Pero desde que pasa tiempo con Miya ha tenido más conversaciones tontas, absurdas y sin sentido, que las que le ha visto tener a sus hermanos con él.

Y, extrañamente, no le incomodan aunque…

—¿Enserio tenemos que volver a los dormitorios? —si lo abraza de esa forma desde atrás, si acomoda su cabeza de ese modo, si le dice eso con la voz tan baja, ¿Qué clase de respuesta espera de él? Sabiéndose que recientemente se siente extraño con él, ¿Qué clase de ente o gravedad lo orilla a desviar sus pasos y a inventar una excusa para mandar por mensaje al capitán del equipo?

Él, quien siempre da una imagen de seguir las órdenes al pie de la letra, o de no salirse de la fila del Mcdonals por más odiosa que sea la gente que se encuentre en el local.

Él, de entre toda la lista que encabezaría Bokuto, Hinata o hasta Miya, de personas más cambiantes de decisiones.

Cuando llegan a su departamento, en taxi obviamente, la remembranza conservada en las partículas de aire de la última conversación que tuvieron ahí hacen que Atsumu se sienta inquieto de pronto. Pero sentirse inquieto debería ser la menor de sus preocupaciones actuales.

Está, de nuevo, solo con Kiyoomi.

En su departamento.

Solo porque él se lo ha pedido.

¡Y ha dicho que sí!

—Voy a ducharme. Enciende la televisión o algo en lo que...—No. Y una mierda. No puede dejar pasar más tiempo ni desperdiciar esa oportunidad que le ha dado.

—Necesitamos hablar antes de eso. Por favor —verlo pedirlo con tanta fuerza orilla a Sakusa a cerrar los ojos y permitirle hablar, incluso si no ha accedido directamente a irse a sentar al sofá con él y ha preferido terminar con eso ahí de pie, en el pasillo que da a las habitaciones—. ¿Es que no lo sientes en verdad?

—¿Qué cosa? —tomándose solo tres segundos en respirar hondo y tomar valor, Atsumu deja salir las oraciones sin filtro, esperando y suplicando al cielo que Kiyoomi no se escandalice por ello.

—¿Recuerdas cuando me...masturbaste? —esperando una reacción histérica por parte del rematador de cabello oscuro, lo único que obtiene es una mirada serena.

—¿Qué con eso?

—Por favor, no te vayas a exaltar, Kiyoomi. Pero desde esa vez yo… —¿Enserio? ¡¿Enserio va a sentirse tímido ahora?! ¡¿Por qué?! ¡Si él era la imagen de promiscuidad hace unos meses! —. Desde esa vez siento que algo me pasa contigo. Y no, no tiene nada que ver con salir con otros chicos o con los que estuve antes que…

—¿Me vas a decir que contrajiste una enfermedad? —Atsumu pone los ojos en blanco y casi quiere pegar un grito al cielo al oírlo. ¡El serio se supone debe ser él!

—¿Por qué todos asumen eso? —dice, ofendido, recordando su conversación con Osamu. ¿Tan mala impresión da? —. Como sea. No es eso. Algo me sucede contigo. Algo sumamente extraño y que no puedo explicar. Algo que no me había pasado con nadie antes —toma un poco de aire esperando que lo primero que Kiyoomi le aviente sea la freidora o algo así, lo cual, sorpresivamente, sigue sin suceder. De hecho, Kiyoomi hasta le alienta a continuar.

—Continúa.

—Pues...—Bueno, si no iba a aventarle ni la secadora de cabello con lo anterior, está seguro que con lo que está a punto de decir, sí—. La verdad es que no se me para y…

—De acuerdo, detente.

—Kiyoomi, para ti puede parecer un chiste pero, enserio, esa es solo una de las cosas que me han comenzado a suceder desde que estoy contigo —Sakusa no dice nada pero si Atsumu no fuese tan observador no se daría cuenta que aunque su rostro sigue pálido e inalterable, las puntas de las orejas sí se le han comenzado a teñir de rojo. Dios, qué lindo—. Lo que quiero decir es que estoy en una especie de abstinencia y…

—No tengo por qué seguir escuchando esto. ¿Qué tiene que ver esto conmigo?

Lo tiene que ver todo.

¡Todo!

Solo que...Atsumu no sabe, todavía, cómo ni cuándo sucedió. Y mucho menos sabe cómo ponerlo en palabras sin sentirse avergonzado. ¿Tan mal le ha sentado el no tener sexo?

No, no es eso.

Contactos y conocidos tiene para hacer ese tipo de cosas. ¿Pero por qué demonios siente las ganas de hacerlo con...él?

Por que, sí, no puede decirlo pero su mente es una perra y ese pensamiento no lo ha abandonado desde hace unos días.

Al principio estaba aterrado, aterrado de solo pensar que él y Kiyoomi estuvieran bajo las mismas sábanas pero, de pronto, se sintió sumamente angustiado de que ese pensamiento solo se debiera a que su ser más infeliz estuviese buscando solamente el calor de alguien o, peor aún, solo pensara en la posibilidad de hacerlo con el rematador porque buscara experimentar o sacarlo de su zona de confort.

Él, quien no tenía necesidad de esforzarse demasiado por conseguir a alguien con quien pasar la noche, estuvo aterrado de pensar que solo se había encaprichado con Kiyoomi porque le parecía un reto.

—Tiene que ver todo contigo, Omi, porque…

—Voy a ducharme.

—¿Q-Qué…? ¡Ah, no! ¡Omi, no me dejes hablando solo otra vez-…!

Antes de darse cuenta, ya está suplicando que regrese.

Está suplicando que abra la puerta.

Que lo mire y le diga que es un desastre mientras acaricia su mejilla tomándolo siempre tan desprevenido.

Sin darse cuenta comenzó a extrañar eso.

Sin darse cuenta Atsumu ha comenzado a extrañar esos días durante la Golden Week.

Sin darse cuenta está queriendo estar con Kiyoomi porque…

Y, sin darse cuenta también, Kiyoomi está aguantando las ganas de tirarse encima de él mientras ahora se encuentra apoyado de espaldas a la puerta que acaba de cerrarle en la cara a Atsumu. Eso junto a la súbita presión que siente en sus pantalones.

Debe ser una broma.

¡Debe ser una jodida broma!

Solo los separa la puerta pero Kiyoomi prefiere pensar que es una puerta reforzada de acero con otros dos o tres paneles que le impidan atravesarla porque, enserio, eso no puede estarle pasando a él.

No es que desconozca su cuerpo ni la forma en la que tiende a reaccionar cuando tiene una erección pero que haya sucedido en sus narices sin proponérselo, y que lo asocie con lógica a lo que Atsumu le ha dicho, es impensable.

Esa debe ser la peor y más corta ducha que ha tenido en años ¡Y eso que él puede pasar un buen rato bañándose sin odiarlo! Corta, sí claro. Parece que ha sido una eternidad la que ha pasado ahí dentro intentando concentrarse en algo que no sea en el rostro de Atsumu siendo un impertinente pero encantador borracho.

—¿Ya podemos hablar? —por eso, al salir y ver como Atsumu se pone de pie como un resorte desde el sillón, hace que quiera salir corriendo de ahí.

Es su culpa, se repite, por prescindir de los dormitorios e ir a su departamento como sí...Qué horror. ¡¿Pero en qué estaba pensando?! ¿Por eso Atsumu le está diciendo todas esas cosas raras y sin sentido? ¿Acaso pensó que llevarlo a su departamento era por...otro motivo?

—Creo que deberíamos regresar —dice el azabache aun con la toalla sobre la cabeza, casi cubriéndole la frente. Aquello debe verse ridículo. Tomar una ducha en su departamento si al final tiene la idea de regresar a los dormitorios…¡Pero es que ni siquiera debió ir y llevar a Atsumu consigo en primer lugar!

Pero para Miya, tan pronto oye la palabra regresar, se escandaliza. Tanto por el cambio de planes como por el extraño comportamiento de Kiyoomi que, desde luego, nunca ha sido tan cambiante como el suyo.

—Pero aun tengo algo que decirte.

—Pues dilo rápido y-... —Kiyoomi detiene sus propias palabras, demostrando un semblante inusualmente abrumado. ¿Tanto como para que se pase la mano por los cabellos y aviente la toalla por ahí, sin ningún cuidado?—. Si es lo de hace rato, pierdes tu tiempo. Sé que lo haces para molestarme y…

—¡Mierda, Kiyoomi, al menos mírame a la cara cuando me hablas! —sintiéndose retado y ofendido a la vez, Kiyoomi le mira entre serio y ansioso, provocándole a Miya unas cosquillas involuntarias por la intensidad de su mirada. ¿Quién demonios lo entiende? ¿No había pedido que lo mirara? —. ¿Enserio crees que te diría todo esto solo para molestarte? —el azabache le dedica una mirada obvia—. Okey, sí, de acuerdo. Puede que sí pero esta no es una de esas veces. Te lo puedo jurar.

—Aún así, tus problemas personales, hormonales o de calentura no me interesan.

Es que no está entendiendo.

No se lo está contando como si le contara a Samu o a cualquier otro. El problema es que...se trata de él. No le está informando nada, le está diciendo que es...que solo es él.

—Normalmente le platico estas cosas a Samu —dice, refiriéndose únicamente a las conversaciones en las que le pide a su hermano, en su sabia o corta sabiduría de ser el dueño de uno de los negocios de onigiri más famosos, consejos.

—Tu gemelo —Miya asiente, algo cohibido—. ¿Y por qué no lo llamas?

Porque él no le va a solucionar el problema. En cambio Kiyoomi…

—No quiero molestarlo —se limita a decir solamente.

—Y a mí sí —Atsumu suelta una risita entre nerviosa y ansiosa.

—Los...Los amigos se ayudan mutuamente —Ah, ¿qué carajos hace diciendo esas cosas? En lugar de mejorar, está empeorando todo.

—No veo de qué forma pueda ayudarte ahora.

¿Qué no está prestando atención?

Sí, bueno, la idea de Miya tampoco es muy brillante que digamos y mucho menos esa es la manera en la que tendría que decirle explícitamente que le atrae físicamente. Y mucho.

Demasiado.

Pero Atsumu siente que está caminando sobre una cuerda floja desde que entraron por esa puerta. O quizá desde antes. Cualquier paso en falso podría joder todo aunque enserio está sumamente sorprendido de que Kiyoomi no lo haya sacado a patadas de su departamento tras lo primero que le dijo pero tampoco le sorprende porque quizá algo se le pegó al azabache de estar tanto tiempo con un torpe como lo es Ushijima.

Que, de hecho, aunque odia pensar en él en estos momentos, haberlo hecho le genera otra duda horrible que necesita saciar antes de seguir hablando de lo primero.

—¿Te acostaste con él?

Algún día se arrepentirá de eso seguramente. En un futuro no tan lejano en la que la sombra de Ushijima tienda a entorpecer o a nublar su camino como si fuera un peso del que no pueden deshacerse. Pero, por ahora, Kiyoomi luce ligeramente cabizbajo. Presionarlo a que le diga es algo que no debería, sin embargo, Miya se está muriendo por dentro.

¿Por qué le interesa escuchar de Kiyoomi algo que ya sabe?

Porque, vamos, si Kiyoomi ya sabe hacer ese tipo de cosas y ha dejado casi en claro que solo las hacía con ese mastodonte, ¿por qué le pregunta algo que parece obvio?

Quizá porque es masoquista.

Quizá por eso es que también ocasionalmente se hacía la pregunta de si a Shoyo le gustaba Tobio. Es decir, solo bastaba verlos para darse cuenta que era una pregunta con la respuesta siempre visible pero Kiyoomi no es ninguno de ellos.

Kiyoomi no dice públicamente las cosas como Shoyo.

No va por la vida sintiéndose mal por querer a alguien y luego es tan cambiante —y tan valiente y fuerte— como para decir que está saliendo con Kageyama. Sakusa es...discreto, prudente, y muy, muy cuidadoso en cuanto a ese tipo de cosas.

Se ve que es un chico bastante inteligente pero, maldita sea, él también lo era. O creía que lo era. Hasta que Atsumu descubrió que estaba lleno de vacíos. Lleno de defectos. Lleno de malos hábitos que, desde luego, estuvieron a punto de hundirlo.

Si bien Kiyoomi no es como él ni como Shoyo, luce acomplejado.

Quizá porque ambos no fueron suficientes para ese alguien a quien querían, si es que el término querer estaba bien empleado. Pero, independientemente de eso, la molestia de Atsumu al sentir el silencio de Kiyoomi como una afirmación a su pregunta anterior se debe a otra cosa.

No está pensando en Shoyo, ni en lo que pudo ser, ni en asociar ese rechazo y capricho que tuvo con él con lo que Kiyoomi está provocando. No es ni remotamente parecido. Y es honesto al decir que es la primera vez que se siente así.

—¿Eso que tiene que ver? —Atsumu avanza unos pasos hacia él, sorprendiéndose de que Kiyoomi no esté retrocediendo a pesar de que el cambio en el ambiente entre los dos es notorio.

—Lo tiene todo que ver.

—Entonces no preguntes si ya conoces la respuesta.

Ah, maldición.

No tiene sentido molestarse en confirmarlo si había estado esperando que le respondiera algo como eso. Que ahora lo sepa y no quepa la duda, sin embargo, hace que sí o sí le duela el pecho. Incluso le hace pensar que si Ushijima no hubiese sido tan importante para Kiyoomi, ni siquiera le habría permitido tocarlo conociendo lo delicado que es el rematador en ese aspecto.

Es...frustrante y ciertamente incómodo.

Y duele.

Duele, y aunque debería ser una sorpresa saber que le sucede a él, Miya está lejos de conformarse con solo saber eso.

De alguna forma está intentando combatir con sus pensamientos pesimistas de, de nuevo, no ser suficiente para nadie.

No.

Está harto de sentirse como la mierda.

Harto de no intentar nada o de rendirse sin siquiera intentarlo.

—Hay algo que quiero decirte —como si estuviese a punto de recitar algún discurso, en su rostro solo se ve la firmeza.

Y si su expresión facial no es suficiente para demostrarle que va en serio, Atsumu va por más al tomar de los hombros a Kiyoomi y encaminarse con él hacia el sofá, cayendo con él sobre este quedando en la misma posición que cuando se besaron en la Golden Week solo que esta vez está anteponiendo el no caerse totalmente encima suyo, quedando casi sentado encima suyo.

Y esta vez no le permite a Kiyoomi hablar, ni que lo reprenda, ni que le permita quitarlo de encima de él.

A quién sí le permite actuar y ceder a sus impulsos es a su cuerpo. A sí mismo. A sus manos temblorosas y frías por la lluvia tomar las mejillas de Kiyoomi y acercar su rostro para poder besarlo. En una posición que desde su punto de vista es incómoda para dar un beso pero que igual le permite enterarse de si su beso despierta en Sakusa algo que le de un indicio de que no solo él se siente de esa forma.

Algo como el bulto en sus piernas, cubierto solo por la tela de su short.

Algo como manos conocidas y a la vez desconocidas apretando su camisa, deslizándose debajo de ella con indecisión de recorrer su piel pero también con pericia.

Kiyoomi no va más allá de lo que le permite la calentura que siente pues parece embriagado por el sabor de la boca de Atsumu a la vez que luce hipnotizado por el sonido que hacen sus bocas y sus salivas. No se permite subir las manos más allá de su cintura pero con eso le basta.

Le basta a él y también a Miya el sentir sus dedos fríos y ligeramente ásperos acariciar su cintura, rozando peligrosa y deliciosamente el elástico de sus pantalones deportivos.

Sigue húmedo pero Atsumu ya ni sabe si es porque no se ha cambiado de ropa o por otra cosa.

Había esperado una reacción distinta pero pareciera que Kiyoomi también había estado soportando duramente el estar así con él. Incluso si este recién pensamiento resulta ser falso, al armador le basta por ahora. Le basta con que Kiyoomi no lo haya apartado. Le basta con saber que corresponde sea producto del líbido o del momento solamente.

El que haya respondido, de por sí, es algo increíble de creer.

Y no sabe qué hacer con la sensación que hace que su pecho se sienta que hormiguea y que se hinche, llenándolo de emoción. Casi como si le faltara el aire aunque eso definitivamente debe ser debido a que duran con las bocas unidas bastante tiempo, oyendo la psicofonía de sus gemidos pasar de agudos a graves entre la cavidad bucal de uno al otro, todo esto dependiendo de la intensidad con la que se besan.

Eso, sin mencionar, la fricción de sus cuerpos al estar tan cerca.

Atsumu se siente en las nubes, y de pronto siente que el peso sobre él se incrementa cuando Kiyoomi pasa sus manos por detrás de su espalda, apoyándose en ella para lograr sentarse en el sofá y permitirles a los dos quedar, en la medida de lo posible, uno frente al otro, mirándose.

Joder.

No puede…¡Ser!

¡Después de besarlo no había pensando en eso!

En que mirarse iba a ser tan difícil conociendo lo impulsivo que es. ¿Pero qué le pasa? ¿Él está...sintiéndose nervioso por mirar a Kiyoomi? ¿Eso que siente en las mejillas es calor?

¡¿Y ahora qué?! ¡No se suponía que llegaría tan lejos!

Ahora que se han separado, o que más bien Kiyoomi ha forzado a separarse por haber cambiado de posición, Miya siente que le falta el aire pero ahora por razones obvias. Está sumamente nervioso y…

—¿A dónde se fue tu proactividad? —la voz baja de Kiyoomi, como si fuese más un susurro, junto al roce de su mano sobre su mentón para hacer que lo mire, lo va a matar. Eso junto a la intensidad de sus ojos negros sobre él.

¿Alguna vez dijo que los ojos de ese color no tenían nada de especial? ¡¿Estaba idiota o qué?! Nunca antes había visto ojos tan...profundos como los de él. Y que Kiyoomi los posea y los use para mirarlo de ese modo mientras atraviesa ese éxtasis que no se desvanece aun de su rostro luego de besarse, le va a matar. Enserio.

Si él se mira así de sexy, ¿qué imagen estará dando él ahora? Al menos Kiyoomi puede organizar su mente y decir una oración completa pero él no. Atsumu sigue en completo shock a pesar de que fue él quien propició que eso pasara. Se siente sonrojado, cohibido, nervioso…¡Como si fuera virgen o algo parecido!

Lo único que puede hacer por sí mismo —porque hasta las piernas las siente entumecidas como para moverse de encima de Kiyoomi— es apartar el rostro a un costado solo para dejar de sentir los dedos del rematador sobre su rostro aunque rápida y contradictoriamente siente que extraña su calor.

—No...No hagas eso, por favor. Me va a dar un ataque justo ahora si no...—pero como si le hubiese pedido lo contrario, Kiyoomi vuelve a hacer que lo mire—. Enserio, Omi...Me voy a morir aquí mismo si no dejas de mirarme así.

—Tú eres el que se me lanzó primero.

—¡Sí pero…! —Atsumu se queda inmóvil cuando Kiyoomi le roba un beso tan corto que es tan injusto. Como el aleteo de una mariposa. Un beso que apenas es un roce pero que es suficiente para que su corazón lo resienta y se quiera salir de su pecho. ¿Enserio eso está pasando? Si enserio no está soñando despierto, y enserio Kiyoomi está haciendo eso de manera consciente con él, ¿qué tal si…? —. Tengamos sexo.

Ah.

¡¿Ah?!

¿Está pensando con la cabeza o con el pene? ¡¿Por qué demonios ha dicho eso?! ¡Ni siquiera lo notó, solo fue un pensamiento que se le cruzó por la mente!

Lleno de horror por la reacción de Kiyoomi tras haber soltado esas palabras tan inconscientemente, Miya se quiere poner de pie y salir corriendo de ahí aunque cuando hace el intento de pararse, es frustrado por las manos de Kiyoomi al aprisionar las suyas, evitando que se levante.

Y, de nuevo, el cambio de posición no es iniciado por Miya sino por él. Que termine acostado, ahora, boca arriba y Sakusa encima de él, sujetando sus manos, no debería calentarle tanto pero…

—O-Omi...No…

—¿No? —un beso en cada mejilla hace que Atsumu casi gima ahí mismo, orillándose a morder sus labios para no ser tan obvio—. ¿No acabas de decir que querías esto?

Sí.

Sí lo ha dicho.

Pero hay algo extraño en todo eso aunque…¿Y si no es así? ¿Y si no hay nada oculto en la mirada oscurecida y brillosa de Kiyoomi mientras lo mira?

¿Cómo puede saber qué tan honesto es con él?

Si bien es cierto que hace unos minutos Miya estaba convencido de arriesgarse, la realidad que lo tiene atrapado le hace tener en cuenta todas sus opciones. Todas las posibles razones por las que Kiyoomi podría estar siendo tan complaciente con él.

Y esa última pregunta suya no le ha dado la satisfacción que esperaba.

Sí, ha dejado explícitamente demostrado que quiere acostarse con él pero ¿a qué costo? ¿Por qué Kiyoomi aceptaría?

Una cosa es querer intentarlo y otra muy distinta es querer ocupar el espacio de alguien más. Y pensar en esa posibilidad es...asqueroso. Y aunque sabe que lo es, es todavía más asqueroso querer pecar de ello porque lo único en lo que puede concentrarse ahora es en los ojos de Kiyoomi y la expresividad de su rostro.

Como si también lo anhelara y estuviese dispuesto a caer con él en ese algo que aún no pueden definir ni nombrar. Caer y seguir cayendo, sin saber si la caída lo va a matar.

—Tengo una pregunta —Atsumu traga grueso cuando lo oye. Esa definitivamente no era su idea de tener una charla nocturna con él. No así. No después de haberse besado y ahora estar uno encima del otro, con los brazos a los costados de su rostro para no aplastarlo—. ¿Por qué quieres hacerlo conmigo? —el armador contiene el aliento—. ¿Es curiosidad? ¿O apostaste a alguien creyendo que soy algo así como inalcanzable?

Así que es eso, piensa a la vez que siente como el pecho se le aprieta.

—De las dos preguntas que hiciste, no sé cual me dolió más oír de ti, Kiyoomi. Lo digo en serio.

—Yo también lo digo enserio.

Bueno, al menos esa es una reacción y una pregunta mucho más honesta a las acciones de hace rato aunque tampoco puede estar seguro de que Kiyoomi le haya correspondido sin quererlo realmente.

Aún así...

—Si no quieres hacerlo solo tienes que decirme que no. No tienes por qué ofenderme —dice, refiriéndose a acostarse con él. Sí, ya lo ha dicho y honestamente Atsumu no está de humor ni tiene las fuerzas como para negar o decir que se equivocó al decir eso. No hay nada que lo salve esta vez, ni siquiera una borrachera.

Es más, tendría más sentido —ni tanto realmente— que dijera ese tipo de cosas estando ebrio pero ahora no lo está.

Ni un poco.

—Aun no me respondes —esta vez es Atsumu quien lejos de sentirse avergonzado por la situación, se siente molesto. ¿Qué es esa, de repente, cuestión que Kiyoomi tiene acerca de su pregunta?

Lo normal sería que lo apartara y le pidiera que se mantuviera a quince metros lejos de él. ¿Por qué pregunta? ¿Acaso está interesado realmente en su respuesta por algún motivo?

Sí, bueno, a Miya tampoco le agrada sentirse débil debajo del cuerpo de alguien más y aunque él también tiene la fuerza para revertir esa posición y solamente quitarse e irse, tampoco lo hace por un motivo.

—No es curiosidad —aclara, conciso—. Y no soy un virgen inexperto como para pretender usarte y experimentar. Y tampoco eres una apuesta —de lleno a decirle con franqueza lo que siente, remueve sus brazos consiguiendo que Kiyoomi lo suelte pero sin salir realmente de debajo de su cuerpo—. No se si tu no lo has sentido, pero para mí estar a tu lado me ha servido de mucho —dice, refiriéndose a que gracias a él es que no se ha quedado embarrado en el lodo moviéndose de un lado a otro—. Y tampoco es por gratitud si era lo siguiente que ibas a decir. No me acostaría con nadie que no me gustara —Kiyoomi rueda los ojos ante eso—. ¡Okey, sí lo haría si estuviera bueno y caliente! ¡Pero este no es el caso! ¡O sea,...no me refiero a que no estés bien...bueno...que te veas bien…! —Ay carajo.

Ya la está cagando de nuevo.

No puede ser.

—Ni siquiera soy tu tipo.

¿Qué?

¿Es que acaso no se ha visto a un espejo?

Bueno, sí, puede que el tipo que siempre ha buscado Miya han sido chicos un poco distintos a Kiyoomi pero tampoco puede estar seguro de que se haya acostado con gente solo porque les parecían atractivos. Había veces en las que ni recordaba las caras de las personas con las que dormía. Además de que buscar a chicos teniendo como referencia a Shoyo, en ese entonces, no contaba con su honestidad al cien por ciento.

Y bueno, Omi es...No sabe si antes estaba ciego o qué pero es que Kiyoomi enserio es atractivo.

Con ese cabello rizado.

Esos lunares por encima de su ceja.

Esos ojos ébano.

Y esa piel tan pálida, sin mencionar el extraño atractivo que le otorgaba su personalidad seria y algo amargada. No fijarse en él era un crimen aunque tampoco es que conociera a mucha gente que buscara meterse con él sin sopesar las consecuencias.

Pero algo de encantador ha encontrado en todo ese tiempo que llevan de conocerse.

Y en eso sí que es sumamente honesto.

No se acostaría con nadie que no le gustara, es un hecho, pero con Kiyoomi es...algo más. Algo más profundo que no entiende. O quizá sí, solo que está, también, temeroso de confirmarlo.

—No te has visto en un espejo ¿verdad? —dice Atsumu, juguetonamente. Aprovechando su cercanía para llevar una de sus manos a uno de esos rizos que le caen sobre el rostro, haciéndolo ver encantador y a la vez un peligro sexual inminente.

¿Cuándo iba a disfrutar de ese tipo de coqueteo o juego previo al sexo antes?

Nunca.

Normalmente quedaba con alguien, iban a un motel, y hacían lo que debían. Nada de juegos previos o ese tipo de conversaciones tontas que no los llevan a ningún sitio pero que, viéndolo de otro modo, son importantes para conocer un poco del comportamiento del otro.

Kiyoomi, así como él, no le niega la oportunidad de tocar su cabello, y eso hace que Atsumu sienta mariposas en el estómago. Porque enserio nunca creyó estar haciendo eso con él.

—¿Enserio lo hiciste con él? —la pregunta sobre Ushijima, sin embargo, vuelve a salir por sí sola. Descolocándolos a los dos.

—¿Por qué insistes? —al ver que no responde, Kiyoomi solo suspira queriendo aclarar eso por lo que Miya, inconsciente seguramente, hace con los labios una mueca—. Fue hace mucho tiempo. No importa ya.

—¿Eras el de arriba? —sorpresivamente, lejos de sentir que lo incomoda o que está yendo muy lejos con sus preguntas, Kiyoomi suelta una risa escueta y pequeña ante la ironía de toda esa situación.

—Haces muchas preguntas previas a hacerlo con alguien.

Esperen…

¿Acaba de decir que…?

—¿Qu-Qué…? A-Ah… —el gesto que a continuación hace Kiyoomi lo toma desprevenido, y hace que se estremezca de pies a cabezas con solo sentir su respiración en su cuello a la vez que siente sus labios tomar parte de la piel de ahí para apretarla un poco, sin intenciones de morder.

Todo en Atsumu se contrae y sus piernas se ven desesperadas e impulsadas por el reflejo de querer alzarse y entrelazarse como si fuera un cangrejo alrededor de la cintura del rematador.

Asustado de su propia reacción y de la de Kiyoomi, intenta apartarse.

—No. Súbelas —Atsumu traga grueso. Virgen María. No puede estar pasando eso… —. Hazlo antes de que me arrepienta.

Dios, que no lo haga.

Que le abrace tan desesperadamente como lo hace ahora, pasando sus manos por detrás de su espalda, levantandola ligeramente hasta dejarla arqueada. Atsumu se ve incapaz de seguir aguantando las ganas por rodear su cuello y unir sus frentes por lo que la tentación se vuelve un hecho al levantar los brazos y abrazar a Kiyoomi, e incluso buscar desesperadamente más firmeza al tomarlo también de la espalda.

Solo le está besando el cuello y se está muriendo justo ahí.

Sus piernas se aprietan más a su cintura, lo mismo que sus brazos a su cuello, lo mismo que su voz se despedaza y se vuelve un gemido lento y prolongado depositado en su oído.

Quiere más.

Quiere más…

—Omi…

—Esto es todo.

Atsumu casi chilla cuando lo oye y se separan solo lo conveniente para mirarse al rostro pero sus manos, esas no sueltan al otro.

—¿Qu-Qué…?

—Esto es todo...—como si le costase emitir palabras tan simples por la excitación, Kiyoomi solo recurre a mirarlo unos segundos antes de volver a hundir su rostro entre el espacio de su cuello y su hombro solo para soltar un pesado y prolongado suspiro—. Eso es todo lo que puedo darte por ahora.

Dice que es todo, cuando lo toca y lo sostiene así.

Como si lo dejara sufriendo.

Y aun así se limita a abrazarlo esperando que comprenda que aún no es el momento.