Es un capítulo corto. No me apetecía escribir demasiado y estos son los últimos retoques antes de lanzarme a crear capítulos completamente nuevos. Espero que perdonéis la largura. ¡Dejad los cometarios que deseéis!


Shingeki no me pertenece.


Capítulo cinco. Anuncio de guerra.

―¡¿Se puede saber...?!

Desconcertado por lo ocurrido, Eren parpadea sin creerse lo que acaba de acontecer. Mikasa ha huido de casa con un chico al que detesta a causa de las palabrejas del hombre al que días atrás admiraba como si de un Dios se tratara. Eren no es capaz de pensar, mucho menos de escuchar los ruegos de su madre, y las caricias de su inseparable amigo son invisibles para sus sentidos. Antes de lanzarse sobre Levi, Eren siente una fuerte presión en el pecho y, segundos después, ser jalado hacia atrás y caer de culo en la silla. El chico gira el rostro para enfrentarse a Armin, pero él se encoge sin apartar la mirada.

El rubio suspira al sentir que el de ojos verdes se calma, y su mirada examina al hombre que preside la mesa. Sus pequeños ojos grises contemplan la puerta, ni siquiera el discurso sin fin de su esposa parece importarle, sus pensamientos están en otro lugar. Con otra persona. Armin frunce el ceño y rememora lo escuchado minutos atrás. Él lo sabe, no hace falta demasiada perspicacia para comprender el doble sentido de todo lo contado, mas no es capaz de saber ese segundo significado que sólo conocían Mikasa y Levi. No obstante, y aunque desee hablarlo con Eren, este último está demasiado alterado.

Muy lejos, en algún lugar remoto en los alrededores de su casa, Mikasa deja de correr cuando escucha la respiración entrecortada de Jean sobre su nuca. Él está cansado, y ella no desgastar de mala manera a su acompañante. Jean debe tener demasiadas preguntas, pero ella no contestará ninguna porque no desea hacer partícipe a Jean de un pasado al que no quiere volver. El pasado debe quedarse allá donde se dejó, así que Mikasa no se atreverá a arrastrar el pasado hacia su presente.

Mikasa se detiene en seco, con la mirada perdida en el suelo y el viento envolviendo su cuerpo. Jean, tal y como ella espera, choca contra ella por el repentino frenazo. Sin embargo, y favoreciendo al muchacho, la cercanía no supone un problema para la asiática y, tirando la casa por la ventana, Jean se atreve a apretar su mano alrededor de la femenina y apoyar su barbilla sobre uno de sus hombros. Ella no se remueve molesta, así que él continúa en esa posición unos momentos más hasta recuperar el aliento y poder retomar una conversación inconclusa.

El silencio reina el lugar. Siempre el silencio a su alrededor. Mikasa se queda ahí. No tiene nada qué decir, pero mucho que escuchar y pensar. Por ello, y comprendiendo la situación en la que está inmersa, Mikasa gira y mira fijamente al chico a su espalda tras separarse y darse espacio.

―No quiero que pienses que estoy obligándote a nada ―asegura Jean. Ella asiente y anima, a su manera, al chico a seguir hablando―. Aceptaré cualquier decisión que tomes. Incluso si decides no volver a hablarme por estar mareándote de esta manera.

―¿Cuándo...?

Jean parpadea y jadea al entender a qué se refiere.

―Mañana.

¡Mañana! ¡Qué pronto debe tomar una decisión! Mikasa abre los ojos y bufa. No le molesta la prisa, mas tomar decisiones sin pensar es una de sus habilidades, aunque no sabe si en este momento será de ayuda. El rostro de Eren se dibuja fugazmente entre sus pensamientos y desea echarse a llorar. Separarse de él será doloroso, una cruel tortura y una vida infernal. No saber de él será la ponzoña más efectiva y no poder estar a su lado es un golpe bajo para su ánimo.

Sin embargo, y a pesar de todas sus idas y venidas, Mikasa vuelve a pensar en Levi. Volver a separarse de él una segunda vez. A diferencia de la primera, esta es una decisión que ella misma toma sin la presión de nada ni nadie.

―Es… ―Mikasa suspira. No puede seguir hablando sin dejar de pensar en esos dos, y eso le molesta. No quiere mostrarse débil frente a Jean.

―Es poco tiempo, lo sé, pero no sabía cómo decírtelo. ―Es honesto. Mikasa lo sabe, pero reconoce que, a lo mejor, Jean esconde otras razones. La lucha interminable con su hermano cruza su mente, separarla de Eren es una victoria dulce, mas decide no decir nada y aceptar sus excusas.

Coge mucho aire antes de responder al ofrecimiento. El corazón le duele mucho, tanto que no puede respirar.

―Lo comprendo ―dice, e intenta ser dulce―. Sólo..., necesito reflexionar.

Jean sonríe. No es la mejor de las respuestas, pero le sirve. Sabe que la chica no le dedicará amor eterno como a Eren, es algo imposible, pero de ilusiones también se vive y él rebosa dedicación para conseguir, al menos, una pizca de esa devoción.

―¡Sí! ―sonríe él y Mikasa se siente tranquila―. ¡Claro que sí!

La insistencia de Jean se hace algo pesada.

―Bien ―corta, seca―. Marcharé a casa, entonces.

Jean se remueve en su sitio y la contempla sin abrir los labios. No sabe si es adecuado o no, pero la curiosidad le puede y se atreve a alzar la mano y alcanzar sus dedos. Ella se detiene y mira esos dedos temblorosos para, más tarde, fijarse en el sonrojo del chico al que ha sacado de su casa como un saco de patatas.

―¿Puedo...?

El amago es satisfactorio. La chica aparta la mano, no tiene ganas de compartir más afecto con él, y acepta antes de poder formular la oración completa.

―Sí ―dice y Jean la alcanza cuando ella gira sobre sus talones y emprende el camino de retorno.

Esta vez deciden caminar con sosiego. No hay nadie persiguiéndolos, tampoco están huyendo, y esa pausada marcha ayuda a Mikasa. Puede ser incómodo para Jean. Ese silencio no es compartido por todo el mundo, mas él no dice nada en contra. El muchacho camina a su lado, con los brazos detrás de la espalda, y mirando el cielo con una tímida sonrisa en los labios. El hecho de que Mikasa se planteé un futuro con él ya es un regalo. Los acontecimientos están ocurriendo demasiado deprisa, él se siente agobiado en algunos momentos, así que ese gesto es una bendición para el chico.

Ella hace lo mismo y se pierde en ese cielo anaranjado. La tarde ha avanzado y su carrera ha sido más larga de lo que creían. Jean se separa de su amiga a unos metros de la casa de ésta. Eren debe estar subiéndose por las paredes y enfrentarse a él puede decantar la balanza. No quiere arriesgarse de esa manera. Él es un chico imprudente, algunos lo toman por valiente, aunque en esa despedida no es nada de eso. Ni imprudente, ni valiente. Sólo un chaval deseando que su amada lo vea a él.

La pelinegra emprende camino y Jean siente sus tripas revolverse. Esa puede ser la última vez que se vean y, temeroso de perderla de nuevo, él levanta la voz.

―Mikasa ―llama y ella lo mira con esa belleza recorriendo su figura. Jean no se sonroja, tampoco tartamudea o pierde los sentidos por ella, sino que sonríe con una masculinidad desconocida. Mikasa se sorprende y se tambalea―. A pesar de la decisión que tomes, te querré siempre.

El corazón de ella vuelve a encogerse como lo hizo la noche anterior. Nada sale de sus labios, el pensamiento se nubla y los nervios la comen por dentro. Lo único que puede hacer, antes de subir las escaleras, es agradecerle tanto cariño.

―¡Mikasa! ―La susodicha alza el rostro y se encuentra con su mejor amigo. Jean no ha marchado todavía, así que saluda al rubio y éste le devuelve el saludo. Con la melena rubia alzada al viento, Armin sonríe y se acerca a ella con una mirada consternada―. Habéis salido corriendo sin decir nada ―acusa y ella se esconde detrás de su bufanda―. ¿Estás mejor?

La pelinegra queda anonadada. No hay malicia en su voz, tampoco un reproche, sino una preocupación palpable por su actuar. Ella traga y contesta una simple afirmación que alivia a Armin. No se nota muy convencido, aunque Jean, que espera al chico para marchar juntos, será una buena fuente de información para disipar ciertas dudas.

Mikasa suspira y Armin la mira de nuevo. Ella aprieta la bufanda entre sus dedos y medita qué decirle. ¿Preguntar por Eren? ¿Saber si se han enfadado por su salida durante la comida? Todas esas son preguntas sobre las que ya conoce respuesta. La presencia de Jean no es un inconveniente, aunque Mikasa disfruta muchísimo más de sus momentos de soledad con Armin. Por ello, y por esos monstruos internos, la asiática desearía recuperar esa plática sobre la felicidad.

―¿No estabas con Eren? ―cuestiona preocupada por la no aparición de su hermano.

Armin sonríe. Esa chica no cambiará nunca.

―Se ha quedado dentro hablando con vuestra madre ―ríe, aunque Mikasa reconoce que su rubio amigo se encuentra ligeramente molesto por el plantón―. Ya se está haciendo de noche y decidí volver a casa para no preocupar a mi abuelo.

―Oh. ―La aludida asiente y decide apartarse para dejar a Armin retornar a su hogar.

No obstante, Armin no marcha y los labios de Mikasa tiemblan. La pelinegra quiere decirle algo, Armin lo intuye por el baile de sus ojos y el jugueteo de sus dedos alrededor de la tela rojiza, mas no insistirá si ella no está preparada.

Mikasa cierra los ojos y frunce los labios con un deje de acidez en la boca de su garganta. Los ojos le arden y el nudo en su estómago aprieta tanto que cree vomitar allí mismo. La canción infantil de su padre resuena en su cabeza otra vez: "Ellos te encerrarán, pequeño pájaro. ¡Ellos te encerrarán en su jaula de cristal!". ¿Podría escapar de esa jaula con su decisión? ¿En qué momento se abrirían las pesadas puertas de esa cárcel? ¿Quién la salvaría de tan tenebroso lugar?

―Descansa, Mikasa ―pide Armin y ella vuelve a la realidad cuando los dedos de su amigo acarician una de sus mejillas al retirar un cabello de su rostro―. Descansa un poco.

Mikasa repitió ese consejo en su mente. Quizás deseando comprender por qué razón necesitaba descansar o, simplemente, qué parte de ella necesitaba dicha desconexión. Esa realización la entristeció profundamente. Tan perdida, tan encerrada, Mikasa no se conocía a sí misma. Inclusive era incapaz de curarse. Un suspiro al viento y un sollozo escondido en los ruidos de la calle.

"Sigo encerrada, papá. Tan encerrada que no puedo reconocerme a mí misma", se lamenta la muchacha mientras Jean interpela al rubio y le ofrece acompañarlo a casa cuando termine de hablar con la de rasgos asiáticos.

―Armin ―Mikasa murmura el nombre del chico frente a ella y éste la mira. Armin enternece su mirada y una amplia sonrisa cómplice adorna su rostro―, si descanso... ―una pausa eterna lo estremece y ella traga buscando las palabras correctas―, si descanso como tú dices, ¿podré encontrar mi felicidad?

Y él aparece, detrás de Armin, como si la palabra "felicidad" tuviera un efecto especial en él. No hay manera de terminar ese parloteo con su amigo. Levi siempre aparece cuando Mikasa curiosea sobre la felicidad, la alegría, el gozo... La chica frunce el ceño y aprieta la bufanda entre sus manos. ¿Está el destino hablando con ella? ¿Realmente ese hombre es la felicidad que ella tanto anhela? Es imposible. Levi no puede ser la fuente de confort que tanto está buscando. Mikasa se niega a cederle semejante título al demonio que habita en su hogar. A pesar de sus deseos por reconciliarse y reconectar de la misma manera que años atrás, ella no puede entregarle semejante privilegio. No puede entregar su estabilidad a alguien que la lanzó a los monstruos que torturaron su existencia durante tanto tiempo.

Antes de poder añadir nada más, Mikasa gruñe y Armin mira hacia atrás para encontrarse, inesperadamente, con la figura del patriarca. Con los brazos cruzados y una mirada desafiante, no para él sino para su amiga, Levi observa a los chiquillos y, más tarde, echa una ojeada al bandido que ha huido con Mikasa horas atrás.

Jean esconde el rostro tras un corto saludo. No ha sido el artífice del escape, mas sabe que los puntos ganados con ese hombre han desaparecido por completo. Si es que alguna vez se ganó su confianza.

Levi se acerca con cautela, y el menudo rubio ríe nervioso.

―Señor Rivaille, nosotros ya nos íbamos.

―Gracias por acompañarla hasta aquí. ―El agradecimiento es para el más alto de los tres, quién asiente con un leve sonrojo en las mejillas y vuelve a esconderse.

―No se preocupe, señor ―tartamudea desde la lejanía. Mikasa lo mira de reojo y el nerviosismo empeora junto a ese sonrojo intenso que se extiende por todo su cuello. Sus carcajadas comienzan a molestar al varón―. Siempre es un placer.

Mikasa no quiere continuar allí, tampoco mantener a Levi tan cerca de Jean y que, por algún motivo, el hombre descubra la conversación que han mantenido en el bosque detrás de la casa. Por ello, y siguiendo el consejo de su mejor amigo, Mikasa acaricia el dorso de la mano de éste y asiente indicándole que es momento de separarse.

―Hasta mañana, Mikasa ―susurra él tras comprender sus silenciosas indicaciones―. Hasta mañana, señor Rivaille. ―Una corta reverencia para el mayor, y Armin se junta con Jean para tomar el camino a casa.

La chica sube las escaleras y Levi la sigue muy de cerca. La respiración acompasada del antiguo soldado saca de quicio a la joven, que camina más deprisa sin conseguir aumentar la distancia, ya que él hace lo mismo sin permitirle ese espacio tan deseado.

Las luces de su casa todavía están apagadas. Pronto su madre encenderá la chimenea y las preparaciones para la cena están a punto de empezar. Una buena excusa para salir disparada y evitar cualquier intercambio peligroso con ese hombre.

―Mikasa ―pronuncia Levi y todas sus intenciones se esfuman. La aludida tiembla y coge un bocanada de aire―. No puedes marchar de esa manera.

La chica se muestra molesta.

―No tienes derecho a...

―Lo tengo ―interrumpe él y se acerca todo lo que puede―. Lo tengo ―vuelve a repetir, esta vez reafirmándose con más fuerza, pero sigue hablando―. Siempre lo he tenido, y ahora es el momento para poder demostrártelo. No puedes volver a salir así, Mikasa.

La aludida se estremece al escuchar su nombre. Tan suave y tierno, Mikasa desconoce al hombre a unos centímetros de ella. A lo mejor fue el escaso tiempo compartido, la temprana edad en la que marchó o los años transcurridos, mas Levi parecía otro. ¿Desde cuándo un hombre frío como él podía acariciarla con su voz? No necesita contacto físico, esa cercanía y ese ambiente cálido era suficiente para ambos.

―Hoy volveré a esperarte ―anuncia Levi y ella siente un nudo en la garganta al recordar verlo dormido sobre la mesa del salón, pero no atreverse a sentarse junto a él―. Tenemos una conversación pendiente.

A pesar del dulce calor y el magnetismo que clama por juntar sus cuerpos en un abrazo, ella retrocede y él la observa incomprensible.

―¿Hablar sobre qué, Rivaille? ―escupe al recordar sus respuestas durante la comida. Si ella no formó parte de su pasado, ¿qué tipo de conversación tendrían? No había dudas que resolver. Ella nunca existió en su estadía en la ciudad subterránea, no formó parte de esa peculiar familia...―. Al parecer no hubo lugar para mí allí abajo, así que no...

―¡No digas tonterías! ―advierte Levi apuntándola con su dedo índice y recortando la distancia por segunda vez. Ella jadea, pero se mantiene firme y se enfrenta a él―. Tengo razones para ello.

―¡Dímelas! ―exige ella cogiendo al hombre por el cuello de la camiseta. Él baja los brazos y se deja manosear. Ella aprieta los dientes y siente que perderá los papeles si las cosas continúan con ese tinte misterioso tan molesto―. ¡Dímelo todo y...!

―Te espero esta noche. ―Levi aparta sus manos de un manotazo y empuja a la chica para poder volver a la cabaña. Carla los está llamando desde la puerta y Eren se asoma por una de las ventanas para verificar que su hermana ha vuelto.

Él se adelante y avanza hacia la entrada del hogar. Mikasa no tarda en hacer lo mismo, aunque ella procede con la cabeza baja y las manos bien prietas alrededor de la bufanda que defiende su cuello del frío.

―Hija ―susurra su madre al recogerla entre sus brazos y acariciar su melena. No dice nada, tampoco es necesario, Carla deja pasar lo ocurrido y decide hablarlo con ella cuando amanezca. Mikasa agradece el gesto con los ojos. No tiene ganas de contar nada. Es complicado que la niña se abra, especialmente tras el enlace y posterior entrada de Levi al hogar familiar, por lo que Carla espera paciente y pide a su hija acercarse a la mesa y prepararse para la cena.

No obstante, Eren está distante. No ha dicho nada durante el tiempo que ambos se han sentado esperando para comer. Mikasa supone que está enfadado con ella. Jean no es una de sus personas favoritas, así que salir corriendo con él y desaparecer durante horas no ha sido una buena idea. La joven decide no pronunciarse. Tener a su hermano de morros ya es suficiente.

―¿Has podido hablar con Jean? ―se interesa su madre cuando todos han empezado a engullir la comida.

Eren se tensa. Tocar temas sensibles es una de las habilidades más llamativas de su madre y, además, algo que su hijo detesta desde tiempos inmemorables. Ese tema podía llevar la etiqueta más llamativa con un "prohibido" escrito por todos lados y, sin importarle nada, su madre continuaría sacándolo a flote como si nada. Carla es, sin duda, la seguidora número uno de ese dúo y, a lo mejor, la única.

―Sí ―dice―, todo bien.

Carla, al escuchar a la chica, sonríe con gozo y sonríe. Mikasa asiente sin añadir más. La muchacha está contenta de ver a su madre en aquel estado de alegre plenitud, mas no comparte ese sentimiento desbordante. El tiempo para meditar en las palabras de su amigo Armin no ha llegado, y esa conversación con Levi puede abrirle varias puertas.

―Es un poco tímido, pero bebe los vientos por ti ―comenta su madre en un tono juguetón. La mujer busca la complicidad de los otros comensales, pero nadie acude a su llamada. Eso no evita que siga compartiendo su opinión―. Estoy contenta por ti, cariño. Parece que el chico te ha ayudado a salir un poco. Has estado un poco rara desde hace unos días, y me tenías preocupada...

―Hm. ―Mikasa asiente sin prestar demasiada atención. Sumergida en todo lo que desea descubrir, la asiática está más pendiente de sus hallazgos personales.

Eren mira a su hermana sobrecogido. Los cubiertos entre sus dedos se convierten en simples títeres capaces de deformarse si la rabia no se reduce pronto. Nadie percibe el cambio de ánimo en él, mas Eren no necesita captar la atención de nadie para expresar sus pensamientos. El tembleque de sus dientes alerta a la matriarca.

El olor a pólvora aumenta y sucumbe a todos los presentes. La guerra está a punto de iniciarse. Sólo falta encender la mecha.

―Es un imbécil.

Claro y sentenciador. Eren es egoísta, pero no le importa. Tiene que evitar que su hermana marche de su lado. Debe proteger a su hermana como prometió días atrás. Por una vez, como todos esperan, es él quien debe hacerlo. ¡No puede esconderse más tiempo! Es hora de compartir el miedo y caminar a su lado. Mikasa... ¡Mikasa no puede irse con un hombre como Jean! ¡Él no puede permitir esa desfachatez! Mikasa no puede irse. Mikasa no puede irse con él. Mikasa tiene que quedarse en esa casa.

Alborotada por las palabras del de ojos verdes, su madre golpea la mesa con las palmas de las manos. Desencantada con su afán de villano, Carla decide que hoy es el día para finiquitar los continuos ataques de Eren.

―¡Eren! ―amenaza.

Éste aprieta un poco más los dientes y frunce el ceño. Los cubiertos caen sobre su plato y el sonido resuena por todo el salón.

―¿Qué? ―espeta el adolescente levantándose de la silla y confrontando a su madre. El asiento cae―. ¡Es verdad, mamá! ―insiste.

Levi se mantiene al margen, apartado de la escena. Sabe que es una disputa entre madre e hijo. Él no tiene cabida en ese enfrentamiento. No obstante, el antiguo soldado se da el placer de contemplar a Mikasa de reojo y sorprenderse al verla encogida, las manos escondidas entre sus piernas y los labios apretados. Algo no va bien, la chica debería estar calmando a su hermano y pidiendo una tregua a su madre, y Levi no sabe qué es.

Carla coge aire para mantenerse sentada. Se encuentra casi desatada, contra sus límites y muy cerca de propinarle una buena bufa, pero se contiene. Eren se encuentra fuera de sí y envolverse en una pelea demasiado calurosa podría traer consecuencias desagradables para todos los presentes en la sala.

—¡No me hables así! ―exige la mujer―. ¡Es un buen amigo de tu hermana y tienes la obligación de respetarlo!

Es una demanda y Eren la interpreta como tal, pero no la acata. No le gusta en absoluto tener que aguantar a un personaje como ese. Jean Kirchstein no merece ningún tipo de respeto, mucho menos después de intentar separarlo de su hermana.

—¡Basta con eso! ―ruge él, como un animal―. ¡Él no ha tenido en cuenta mi opinión y ha querido meterse entre los dos! ―enfatiza la última palabra. Esa es la verdad. Jean ha intentado meterse en su relación y separarlos―. Ese cara de caballo no puede darle a Mikasa lo que desea cuando ni siquiera es feli...

Es un ardor horrible sobre una de sus mejillas lo que le hace detener su discurso. La mano de Mikasa, sumida en una serie de interminables temblores, se encuentra suspendida en el aire con el mismo ardor, aunque repartido por toda su palma. La mirada de ésta es dura, fría y detonadora, mas Eren es incapaz de razonar y comprender la irrupción de Mikasa.

Lo entenderá rápidamente, sin embargo.

—Mikasa...

Carla se lleva las manos a los labios y suelta un gemido de sorpresa al encontrarse con la escena ante ella, mientras Levi parpadea perplejo y se alza para interponerse entre ambos adolescentes y tranquilizar a su mujer más tarde, mas Eren se queda inmóvil en su lugar y Mikasa baja su mano y se acomoda la rojiza bufanda antes de intervenir.

—Jean se ha alistado a las Tropas —explica—. Y yo iré con él.

El olor a pólvora ha desaparecido; no hay más, no existe. La bomba ha explotado y la guerra recién empieza y, con ella, sólo emerge la sangre inocente…

…y un corazón roto.