La Rosa y La Daga
Esta historia no es mía; fue escrita por Renée Ahdieh. Esta es una adaptación de su trabajo con personajes del anime/manga Inuyasha, creados por Rumiko Takahashi. Al leerla no pude evitar pensar en estos personajes y en compartir con ustedes la historia de Las Mil y Una Noches re-imaginada.
Esta es la continuación de La ira y el amanecer (The Wrath and The Dawn), si es que no han leído la primera novela, les recomiendo leerla antes de continuar. Pueden encontrarla en mi perfil.
Espero que disfruten la historia tanto como yo y si es así, los invito a leer la novela (The Rose and The Dagger) en el idioma de su preferencia, inglés o español :3
6. DISPUESTO A APRENDER
Había cometido errores. No le cabía la menor duda.
Errores de juicio. Errores de planificación. Errores de comprensión.
Quizá pudiera decirse que era culpable de falso amor propio.
Incluso de estúpida soberbia.
Pero Saito no había pretendido que las cosas ocurrieran como lo habían hecho.
Cuando invocó por primera vez el poder del libro, creyó que podría controlarlo. Creyó ser su amo.
Aquel había sido el primero de sus muchos errores.
Pues el libro no tenía ninguna intención de dejarse controlar. Y sí toda la intención de imponer su voluntad a Saito Higurashi. Por desgracia, su voluntad permaneció velada tras la poesía de una lengua antigua, sellada con una cerradura herrumbrosa y una llave.
Una parte de Saito sabía que el libro debía ser destruido sin excusa.
No debía permitirse que algo capaz de sembrar la destrucción que había presenciado aquella funesta noche de la tormenta existiera en el mundo de los hombres.
Y, sin embargo…
Lo aferró con los dedos. Su calor se le filtraba en la piel y latía en las ampollas de sus manos.
El calor vivo de un corazón palpitante.
Tal vez ahora pudiera controlarlo. Ahora que sabía qué tipo de criatura era.
¿Acaso era el colmo de la necedad creer tal cosa? ¿Una prueba más de su desacertada arrogancia?
Tal vez.
Podía intentarlo. Algo pequeño al principio. Nada parecido a los errores que había cometido a las afueras de Rey. Ahora sabía a qué se enfrentaba.
Ahora que había visto de lo que era capaz, se adentraría en las aguas del libro con mayor cuidado. Con mucha más consideración de la que había adoptado en lo alto de la colina.
La noche en que fue testigo de cómo reducía una ciudad entera a cenizas.
Se estremeció al recordar los relámpagos que habían surcado el cielo y los rayos que habían caído en el corazón de la joya más preciada de Khorasan.
La ciudad donde había enterrado a su esposa tras verla caer en una enfermedad devastadora.
La ciudad de sus fracasos más rotundos.
Recordó las muchas veces que se había mostrado impotente ante los que le rodeaban: impotente para evitar que su mujer sucumbiera a la enfermedad; impotente para conservar su puesto como visir tras su muerte; e impotente para impedir que su hija se adentrara por los pasillos del palacio hacia un destino cierto.
Impotente para realizar algún cambio. No había sido más que un mero observador de la vida.
Un inútil.
Volvió a aferrarse con fuerza al libro, agradecido por que sus dos hijas hubieran escapado indemnes de la tormenta…
Cuando sospechaba que muchas otras no lo habían hecho.
Saito entreabrió apenas los ojos en la oscuridad sofocante de su tienda.
Como había ocurrido la noche anterior cuando ellas llegaron, la culpa le aplastó el pecho y le resultó difícil respirar. Clavó las uñas en la cubierta del libro mientras se debatía por coger aire. Por detener la oleada de remordimientos que le empañaba los ojos.
Por ahogar el recuerdo de los gritos que resonaban en sus oídos.
¡No era culpa suya!
Él no había querido que pasara. Sólo había querido proporcionar una distracción. Rescatar a su amada hija. Y tal vez descubrir su verdadera vocación…
Como hombre poderoso. Un hombre digno de respeto. Un hombre al que temer.
Pero podía arreglarlo. Sabía cómo hacerlo.
Le había traspasado el don a su hija.
Tsukiyomi así lo había asegurado ese mismo día, cuando mencionó una alfombra mágica. Cuando oyó aquellas palabras, tuvo que esforzarse al máximo para permanecer quieto. Para quedarse callado ante semejante posibilidad.
Kagome era especial. Igual que él.
Y era fuerte. Incluso más fuerte que él. Lo había percibido cuando las manos de Kagome rozaban el libro: este había acogido de buena gana su presencia.
Reconocía su capacidad de hacer grandes cosas.
Era su oportunidad para redimirse.
Cuando recuperara el pleno funcionamiento de su cuerpo, volvería a los estudios.
Esta vez, dominaría al libro. Se convertiría en digno merecedor de su poder. No permitiría que lo controlara de nuevo.
No. No volvería a cometer los mismos errores.
Enseñaría a su hija a usar sus poderes. Luego, juntos arreglarían todo lo que había salido mal.
Pues un error sólo era un error si se permitía que continuara siéndolo.
Y Saito siempre había sido un erudito.
Aquello era lo único de lo que siempre se había enorgullecido…
De estar dispuesto a aprender.
Emmm
Está en negación.
Creo que las cosas no van a salir bien si el papá cree que puede controlar ese libro (cruzo los dedos para que no pretenda enseñarle a Kagome cómo usarlo).
