7
Una vida que se escapa de su control.
Uno suele ser consciente de cuándo algo no tiene retorno. Este era uno de esos momentos, porque tenía a Narcissa Malfoy bajo sus sábanas, desnuda.
Hermione Jean Granger ya no era tan normal y honrada como siempre afirmó. Nunca lo había sido, en el fondo, pero allí se había mantenido: en el fondo. Pensar cosas no tiene nada de malo, todos piensan cosas malas. Pensar en querer matar a alguien por ser insoportable no te hacía ser un asesino, por ejemplo. Pero ahora… Narcissa Malfoy estaba en su cama, y no estaban en sus sueños. Tuvo sexo con ella en la realidad. Así que Hermione ya no era normal, porque no era normal que una mujer sintiera atracción física por otra mujer, porque tampoco tuvo una cita romántica que luego terminó en sexo como una promesa de amor, sino que fue una reunión con una amistad que terminó en la cama; y la lista podría continuar con varias cosas más. Y menos que menos, Hermione era honrada, porque se acostó con una mujer casada.
De hecho, ahora mismo podía ver el anillo de oro en la mano de Narcissa, era lo único que tenía encima, además de las sábanas y unos aros pequeños en las orejas. Como si fuera una mala y macabra broma del universo, Narcissa era zurda. El anillo de matrimonio estaba en la misma mano que usó para llevarla al orgasmo. Y ahora se estaba sintiendo bastante culpable con toda la situación. ¡No se supone que Hermione Jean Granger sea una destructora de familias felices!
Narcissa estaba mirando su rostro en estos momentos, parecía levemente somnolienta y para nada culpable. Se veía linda, con una mirada perezosa, relajada sobre su almohada. Tentada por las vistas, deseó acariciar su cabello, que descubrió que era tan suave como sospechaba. ¿Quizá la culpa que sentía Hermione no era tanta? O el placer la cubría, también era posible.
—Hermione.
Su nombre sonaba demasiado bien con ese tono ronco. Solo habían pasado unos minutos desde que llevó a Narcissa al orgasmo y se notaba.
—Deja de preocuparte —ordenó, extendiendo su mano hacia su rostro para acariciar su entrecejo con el pulgar, arrastrando su dedo hacia afuera, hasta el final de una de sus cejas.
—No estoy preocupada —mintió Hermione.
Narcissa tarareó un "hmn" y le dedicó una sonrisa que dejó claro que no le creía en lo absoluto.
—¿Por qué no estás preocupada? —se quejó entonces.
—Las personas normales se relajan después de tener relaciones sexuales. ¿Lo sabías?
—No eres graciosa.
Mientras Narcissa reía entre dientes, levantó la cabeza y usó su codo como apoyo. Detalló sin prisa la cara de Hermione desde su nueva altura.
—¿Por qué hiciste esto Narcissa?
—Te deseaba.
—¿Por qué? —insistió, su voz ahora más tirante.
—Eres bonita.
Hermione no pudo evitar levantar una de sus cejas con incredulidad. Seguro Narcissa había visto tantas modelos hermosas como ella leyó libros, incluso modelos masculinos. ¿Y su esposo? Tenía que admitir que poseía cierto encanto.
—También impertinente. Todo el tiempo mirándome, buscándome.
—Te gusta ser el centro de atención, eh —bromeó con un tinte fastidiado.
—De nuevo pareces estar tensa.
—Me pregunto porqué —dijo con ironía.
—Seguro podemos solucionarlo —la molestó, sonriendo de forma coqueta.
—Estamos hablando —le recordó.
—Podemos seguir hablando.
Hermione no tuvo tiempo para contradecirla, ya que Narcissa había bajado las sábanas para subirse arriba de su cuerpo sin telas de por medio. Contuvo el aliento al sentir cómo sus pieles volvían a rozarse. Narcissa estaba sobre ella, presionando sus caderas juntas. La mujer tenía mucha confianza, erguida y mirándola con picardía desde arriba. Los ojos de Hermione bajaron a sus pechos descubiertos, pero no se detuvieron ahí, sino en su vientre, que tenía algunas estrías. Le sorprendía que a Narcissa no le molestara mostrarlo siendo siempre tan «perfecta». Probablemente eran por el embarazo, y quizá por eso no le importaba tenerlas: para ella la maternidad es algo hermoso. Y Hermione no podía estar en desacuerdo, sea por un hijo o no, le gustaba el cambio de textura, le generaba ganas de trazar las líneas, ir de arriba abajo, hacia sus caderas, las desencadenantes de todo lo que sucedió entre ellas. Llevó sus manos a la cintura de Narcissa, acariciando con las palmas la curva, arrastrándolas a sus anchas caderas. Apretó, disfrutando la manera en que se sentía hundirse en ella.
Los músculos de los chicos con los que estuvo fueron más duros que esto. Narcissa resultaba un gran contraste: era suave, muy suave. La piel, la carne, era como si se derritiera en sus manos. Quizá sabía cómo era su anatomía ya que eran muy iguales, el cuerpo más similar al suyo con el que estuvo alguna vez teniendo sexo, pero fue de todas formas muy diferente tocarse a sí misma de lo que era tocar a Narcissa. Todos los cuerpos eran distintos en realidad. Todas las personas con las que estuvo resultaron diferentes al tacto: piel más suave o más seca, dedos más cortos o más largos, espaldas más anchas que otras, cicatrices, pocas o muchas, bocas más pequeñas o más delgadas, hasta diferente masa muscular…
Así que, en general, no le impactaba el cambio, ya que siempre difería el físico de persona en persona. Al menos, así era su pensamiento, hasta que recordaba la existencia del vello corporal. Nunca había estado con alguien que al igual que ella se depilara. Todos los hombres con los que había tenido sexo tenían como mínimo las piernas con pelos. Pero Narcissa no. ¿Tenía sentido que lo que más le impactara fuera eso? Ni siquiera era algo decisivo, algo intrínseco de su físico. Los hombres podían depilarse y las mujeres podrían tener vello como ellos si se lo dejaran crecer. Los deportistas profesionales lo hacían, por ejemplo, sin importar su género, se depilaban. Era una tontería fijarse en este detalle. Pero allí estaban sus manos, paseando por las piernas de Narcissa. Nunca imaginó que acariciarlas podía sentirse tan bien. Y ahora entendía por qué los chicos con los que estuvo habían acariciado tanto de esa forma sus piernas…
Podía pasarse la vida tranquilamente así, renunciando a todo menos al tacto. Pero en realidad, tenía muchas preguntas como para aceptar eso.
—Estás intentando distraerme —se quejó Hermione.
—Más bien relajarte.
—No te entiendo —murmuró—. Me tienes confundida.
Narcissa no dijo nada, solo posó dos de sus dedos en el final del cuello de Hermione. Bajó con los ellos, sin aplicar mucha presión, atravesando el espacio entre sus pechos hasta su ombligo. Su cuerpo se estremeció, tanto por las suaves cosquillas que las yemas de sus dedos le generaron, como por la atención con la que los ojos de Narcissa acompañaron el camino.
—Tengo muchas preguntas —siguió Hermione, intentando centrarse.
Entonces Narcissa la miró a la cara, al inicio seria, parecía estar pensando en algo, y luego apareció de nuevo esa sonrisa que debería aprender a temer.
—¿Te gustaría jugar a algo?
—¿Qué? —se extrañó Hermione—. ¿Estás escuchando lo que te digo?
La sonrisa de la mujer se agrandó y asintió. Se inclinó hacia adelante, hasta que sus rostros quedaron muy cerca. Se quedó solo unos segundos observando los labios de Hermione, pero luego se movió hacia la derecha, hasta su oído.
—Creo que ambas podemos obtener lo que queremos al mismo tiempo.
Tomó aire, sorprendida. Que Narcissa le susurrara así al oído le resultó demasiado erótico. Casi se olvidó de sus preguntas. Casi.
—¿A qué te refieres? —consiguió decir Hermione.
—Mientras cumplas con lo que te pido, podrás preguntarme, y te responderé con la verdad. Si te detienes, yo también. Si te niegas, yo igual.
El corazón golpeaba su pecho con fuerza. Si Narcissa quería «relajarla», tenía una buena idea de qué cosas le pediría. Estaba dividida ahora mismo, entre el deseo y los nervios. Hermione nunca había estado en una situación similar a esta. Sus citas no «jugaban» con ella. Al menos no así.
Hermione sintió sus labios besar su cuello y suspiró. Había estado conteniendo el aire sin darse cuenta por lo que la sonrisa de Narcissa no tardó en acariciar su piel, feliz por sus reacciones. De nuevo volvieron a besarse, pero ahora mucho más lento. Narcissa se estaba tomando su tiempo para explorarla ya más tranquila y sin prisas. Hermione abandonó las piernas que la aprisionaban, subiendo sus manos por el estómago hasta poder tocar sus pechos. Eran más grandes que los suyos, no podía cubrirlos por completo. Narcissa la mordió y no la soltó mientras tiraba de su labio inferior, alejándose. Hermione siseó y antes de que pudiera levantarse para volver a besarla, Narcissa terminó de poner distancia entre ambas, agarrando sus muñecas para presionarlas contra el colchón.
—No me toques.
No le dio tiempo a protestar e intentar de nuevo, ya que Narcissa retrocedió, alejándose de las caderas de Hermione y soltando sus muñecas para volver a sentarse en la cama, para luego ocupar su boca en besar sus hombros, clavícula, hasta llegar a sus pechos, acariciando con sus labios alrededor de la aureola. Le costó unos segundos salir de su estupor y entender que Narcissa había iniciado el juego. Puso sus manos a ambos lados de su cuerpo, deslizándolas por las sábanas, sin estar segura de qué hacer con ellas.
—¿Sabes que…? —se detuvo, retorciendo su cuerpo. Narcissa pasó justo en ese momento a chupar su pezón mientras apretaba la cintura de Hermione por ambos lados para intentar mantenerla quieta. La suave risa que soltó, indicaba que consiguió lo que quería: alterarla—. Tu esposo —retomó, apretando la mandíbula por unos segundos porque mordieron su pezón—, le estás siendo infiel.
Narcissa volvió a su cuello, besándolo un par de veces mientras con su mano apretaba el seno que había estado ignorando. Había separado las piernas de Hermione para tener su cuerpo entre medio de ellas y aprovechó para levantar su propia pierna hasta sentir la humedad contra su piel. Hermione ya estaba bastante mojada, así que se movió más hacia ella, para generar fricción.
—La pregunta —se quejó, cerrando los ojos por la sensación.
—No me preguntaste nada, solo afirmaste algo —se burló Narcissa antes de morderle el cuello.
—¿Qué? —gimió, en una mezcla de frustración por hablar y placer por la presión en su entrepierna.
—Esa sí es una pregunta —señaló—. Y la respuesta es: no me preguntaste nada, solo afirmaste algo.
—No puedes estar hablando en serio —gruñó.
Apretó las sábanas con fuerza. No podía tocar y Narcissa no se lo estaba haciendo fácil. Balanceó su cadera hacia adelante, ansiosa por la excitación.
—¿Estás siendo infiel? —logró formular.
Narcissa se irguió, mirándola desde arriba con una sonrisa que rozaba lo malvado. Cesó todo movimiento, así que Hermione soltó un quejido bajo por la pérdida.
—Ya hiciste una pregunta: «¿Qué?». Hiciste lo que pedí, y me preguntaste. Ahora es mi turno.
—¡Pero! Sabes que no era la pregunta —se indignó.
—Oh, Hermione —susurró con dulzura, llevando una de sus manos a su rostro para acariciar su mejilla con el dorso de esta—. No tienes por qué alterarte tanto por un juego.
Ella debería enojarse, sentía la ira e impotencia en su pecho, pero también sintió una punzada en su vientre bajo y su humedad creció…
—Ven —guio, sentándose en el lado derecho del colchón y tirando de Hermione para invertir posiciones—. Tu boca entre mis piernas y te permito hacerme una pregunta.
Bajó la vista, recorriendo el cuerpo de Narcissa. La excitación empeoró. Solo había hecho felaciones hasta ahora, así que… no podía negar su curiosidad, y leve nerviosismo. Puso sus manos en las rodillas de la mujer y las empujó hacia afuera, para abrir sus piernas; estaba empapada. Había aprendido minutos atrás que Narcissa no era muy vocal, así que no la sorprendió que se le diera bien esconder su excitación mientras jugaba con ella. Soltó las rodillas, pasando sus manos por la parte interna de los muslos, hasta que se animó a bajar su rostro. Besó la piel de la pierna, presionando sus labios allí por varios segundos antes de despegarlos.
—¿Estás siendo infiel? —repitió.
—No.
Hermione levantó la vista y se encontró con sus ojos atentos en sus acciones. Narcissa no estaba acostada del todo, usaba el respaldo de la cama para apoyar parte de su cuerpo y poder observarla.
—Sigue —pidió—, estoy intrigada por ver cómo se te dará el sexo oral.
De nuevo: calor. Tanto en su vientre, culminando en su entrepierna, como en sus mejillas, porque podía jurar que hubo un atisbo de burla en el tono que usó cuando le habló. Hermione ahora caía en cuenta sobre que en todo lo que llevaban de juego, solo consiguió que Narcissa le dijera «no». Esa mujer debía sentirse en una dicha a su costa.
Estaba sobrellevando emociones contradictorias. ¿Debería enojarse? Ya que Narcissa había conseguido patear su pregunta durante tanto tiempo y era muy frustrante. Pero no podía negar que estaba aliviada en el fondo porque ese simple y tonto «no» decía mucho. No lo entendía, claro. No tenía mucho sentido que estuviera entre las piernas de una mujer casada y que eso no la volviera una amante clandestina. Sin embargo, era fácil solucionar la confusión, solo debía preguntar, así que obedeció.
Antes de abandonar la piel de los muslos, volvió a besarlos, pero ahora arrastrando también su lengua. Narcissa tembló con anticipación y la miró con mayor interés. Se sintió intimidada por eso, pero aun así avanzó. Cerró sus ojos y se atrevió a pasar su lengua por sus pliegues. No había un sabor invasivo ni una textura desagradable, así que volvió a hacerlo. Sintió de golpe una mano sobre su cabeza, acariciando su cabello. Suspiró complacida y eso causó que Narcissa soltara un suave jadeo. El ruido llamó la atención de Hermione y a los pocos segundos entendió la situación, y entonces sopló de nuevo, consiguiendo que el agarre de Narcissa en su cabello se afianzara con más fuerza. Abrió su boca y lamió de nuevo.
—Más arriba.
—Lo sé —dijo con molestia—, solo me estaba tomando mi tiempo.
Subió, presionando su clítoris. Hizo caricias con su lengua, más cortas que antes, centrándose en esa parte específica. Narcissa inclinó la cabeza hacia atrás y abrió un poco más sus piernas.
—Un momento —se detuvo, separando unos centímetros su boca de la entrepierna—. Acabas de pedirme otra cosa. —Sonrió orgullosa ante la mirada asesina que Narcissa le dedicó—. Obedecí dos cosas ya.
Narcissa no dijo nada, pero la empujó hacia abajo, pidiendo de forma silenciosa que continúe. Sujetó sus piernas con ambas manos, acariciando su longitud, sin obedecer, después de todo... no dijo nada.
—¿Por qué dices que esto no es infidelidad?
—Porque Lucius sabe —siseó perdiendo el aire, sin poder terminar la oración. Hermione había retomado la acción, haciendo círculos con su lengua en la parte más sensible—. Sabe que me acuesto con otras personas.
Dejó de lamer, para dar una suave succión. Narcissa soltó un suspiro, tensando sus músculos. Hermione lo tomó como una buena señal y volvió a hacerlo, y de nuevo la reacción fue positiva. Fue alternando, entre chupar y acariciar con su lengua, aumentando la presión mientras avanzaba el tiempo. Narcissa estaba sudando, podía sentirlo en sus manos mientras tocaba sus piernas, paseándolas suavemente por su piel.
—¿No lo amas?
—Lo amo.
Gimió, el primero que Narcissa hacía hasta ahora. Hermione podía sentir su propia humedad en sus piernas aumentar y la estaba enloqueciendo el cosquilleo sin atender, además del desgaste, comenzaba a incomodarla la posición: su espalda rígida, su cuello, la lengua; pero lo ignoró todo y siguió causando fricción en su clítoris, hasta que consiguió llevarla al orgasmo. Narcissa jadeó, apretando con fuerza el cabello de Hermione, hundiéndola contra ella, hasta que sus músculos se relajaron y se distendió, cansada, en la cama.
Condenadamente hermosa. Su cabello rubio desparramado por las sábanas, su respiración acelerada y su piel pálida brillante. Sus ojos cerrados. Ahora no era consciente de cómo la veía Hermione o qué cosas de su cuerpo aprendía. Estaba en su casa, en su habitación, en su cama, agotada por el orgasmo que ella le dio. Narcissa estaba bajo su cuerpo, intentando controlar las sensaciones que Hermione le causó. Sus ojos azules al fin volvieron a abrirse, se veían diferentes de lo normal.
—No entiendo todavía. Es extraño. ¿Por qué estás en mi cama si lo amas? —preguntó Hermione.
—Extraño sería que todos amemos de igual manera.
Notas de autor:
Gente, creo que es obvio, pero que sean dos personas con vagina no las hace estar libre de peligros. Recuerden usar protección que ustedes no son píxeles de un dibujo ni descripciones literarias (¿No aprendieron nada de Muda de Piel? ¿O peor, no lo leyeron? :c). Una Vida Normal transcurre alrededor de 1984 y las personas en esa época amaban pensar que las enfermedades sexuales no existían, PERO EXISTEN ahre. En realidad, no sé exactamente la historia, pero en Gran Bretaña hasta 1993 no se comercializó el preservativo femenino. No sé si está totalmente bien esa información, pero bueno, no me están pagando por escribir, no voy a hacer una investigación de más de un par de links en Google, tengo más cosas que hacer.(? Pero sea cual fuera la fecha, aun hoy la mayoría desconocen que existen las enfermedades sexuales entre dos mujeres cis, yo misma no lo aprendí hasta los 18 (2018), y encima fue de forma autodidacta.
Y sí, año 1984, por si alguno todavía no lo notó. Hay pequeñas pistas, como los teléfonos de línea en lugar de celulares, y por supuesto, cuándo murió Cortázar como ejemplo más exacto. Podemos imaginar que la adolescencia de esta Hermione fue por 1970. No me quiero imaginar la ESI de esa época jsjsjs.
Bueno, bueno, ahora que ya los reté… ¡Gracias por leer! Los adoro. 3
