Me disculpo por los errores que puedan encontrar, nos leemos pronto.


Capítulo 7

EMMA se puso los vaqueros y una blusa blanca de estilo campesino y se colocó un pañuelo malva a modo de cinturón. Le gustaba estar de vuelta en la roulotte, con sus colegas, sus amigos.

Pero después de un solo día echaba de menos a Regina.

Había decorado su caseta, que en realidad era una tienda de campaña, con carteles y pañuelos de colores. La bola de cristal la llevaba siempre con ella.

A media mañana, tenía los carteles del tarot y los pañuelos colocados artísticamente para crear una atmósfera mágica, pero debía colocar una cortina en la puerta y era incapaz de sujetarla. Por alguna razón, la parte izquierda se negaba a quedarse enganchada. Murmurando palabrotas irrepetibles, empujó con fuerza. Y se habría caído de bruces… de no ser porque alguien la sujetó entre sus brazos.

–Hola. -escucho una cálida voz en su oído

–¡Regina!-exclamo asustada la rubia

–Parece que necesitas ayuda –sonrió ella.

–¿De una mujer más baja que yo? Desde luego–sonrió Emma con un tono burlón, estirándose la blusa que se le había levantado–. Sujétala por ese lado. A ver si podemos hacerlo juntas.

–Muy bien.-contesto la morena con una sonrisa burlona

–¿Qué haces aquí, por cierto?-pregunto no queriendo pensar en la sonrisa de la mujer y sus besables labios.

–Necesito tu ayuda.

–¿Mi ayuda?-cuestiono confundida la ojiazul inclinando la cabeza.

–¿Cómo es específicamente una espada de caballero?, ¿Qué tiene de diferente de una normal? por qué según mi hijo son distintas

A Emma al escucharla hablar con tanta emoción de su hijo se le derritió el corazón. Y eso no podía ser. La había echado de menos, sí, pero con unas hormonas más tranquilas y la cabeza fría vería que lo mejor era no volver a estar con ella.

Pero ¿cómo podía negarle su ayuda? Además, ¿qué daño podía hacer pasar unos minutos en su compañía?

–Pues es una espada normal, decorados con algún sello, claro que en tu caso debe prender luces.

–No lo dirás en serio. Todo el sermón de mi hijo para que fuera eso- murmuro la morena frunciendo el ceño

–Completamente.- contesto burlona la rubia

Regina dejó escapar un suspiro.

–En fin, una madre tiene que hacer lo que tiene que hacer.

–Serás su heroína.

–Sí, eso me ayudará mucho cuando vaya a comprarlos a la tienda.

–¿Te da vergüenza? Pero si es algo de lo más natural.

–Pues la verdad es que un poco, regularmente no soy yo quien va a comprarle los juguetes a Henry mi madre y hermana se encargan de atiborrarlo con ellos, soy más bien la policía malvada que no quiere comprarle todo lo que pide.

–Buena suerte –sonrió Emma.

Habían logrado colocar la cortina y Regina tomó su mano y como si estuviera pensándolo finalmente se decidió a decirlo–En realidad, yo esperaba que fueras conmigo.

–No sé si sería buena idea…-contestó la rubia tratando de poner distancia entre la mujer y sus crecientes sentimientos por ella.

–Probablemente no –reconoció ella–. Pero ven conmigo de todas formas, por favor.- al decir eso hizo unos ojos iguales a los que Henry hacía cuando quería salirse con la suya

–Me lo estás poniendo difícil señora alcaldesa.

–Dime que sí.- continuo la mujer

–Regina…

–Venga, Emma, sólo serán un par de horas. Y estaremos en público, rodeadas de gente. No puede pasar nada –insistió ella. Todos buenos argumentos, desde luego–. Además, es para Henry.

–Muy bien, de acuerdo, pero no podemos tocarnos… ni nada –le advirtió la rubia.

–Bueno, si insistes –sonrió Regina, apretando su mano antes de soltarla.

–Voy a cerrar la tienda antes de irme.

–Genial. ¿Puedo ayudarte?

–No, pero gracias.

Unos minutos después subían al auto de lujo de Regina y para Emma ese era otro indicador de sus muchas diferencias, se dirigieron al almacén local en silencio con solamente la música de fondo. Dentro del almacén, Regina tomó un carrito y se dirigió a la sección de juguetes. Evidentemente, conocía bien el sitio. Emma se había preguntado si estaría usando el asunto para pasar algún tiempo con ella, pero su cara de susto cuando empezaron a mirar todo el tipo de juguetes y más espadas de las que la rubia había visto en su vida le dijo que no era así. Estaba completamente perdida al ver el montón de espadas en el establecimiento, realmente podía decir que Storybrooke era raro.

Sintiendo pena por ella, Emma tomó una larga con una empuñadura dorada y un precioso sello con un cisne y una corona, con unas brillantes piedras azules que al presionar un botón encendía. Ella se habría muerto por una así cuando era pequeña.

Echándola en el carrito, le aseguró:

–Henry se pondrá a dar saltos de alegría, te lo garantizo.

Ella suspiró, aliviada.

–Gracias.

–¿Qué más cosas hay en tu lista?

Regina sacó una hoja de su bolso y empezó a recitar… pero Emma le cortó, diciendo que su hijo no necesitaba recibir tantos regalos para saber que le quería. Pensando que la mujer en realidad no era el mal policía que decía ser, si también le compraba muchos juguetes a su hijo como su familia. De modo que compraron algunas de las cosas que Henry le había dicho el otro día, menos el poni y el hermanito pequeño, naturalmente.

Luego descubrió que Regina tenía al poni escondido en el establo de su casa.

–Ah, claro, debería haberlo imaginado. Al fin y al cabo, estaban en Maine.- menciono con ironía la rubia

–No sé si algún día tendrá un hermanito pequeño. Ni siquiera yo puedo controlar esas cosas. No sé… la verdad es que no he pensado en volver a casarme.

Al oír el dolor en su voz, Emma rompió la regla de no tocarse poniendo una mano en su brazo.

–Lo harás cuando llegue el momento. Hasta entonces, no hay razón para preocuparse.

–Conocí a Danielle en la universidad. Era tan… encantadora, tan guapa que no podía apartar los ojos de ella ni un segundo. Empezamos a salir de inmediato y en seis meses ya habíamos planeado toda nuestra vida. Pero eso no incluía que Danielle muriese.

Su tristeza era tan profunda que rompió el escudo protector bajo el que Emma solía protegerse. Sabía que le molestaría que estuviera leyéndola, pero no hacía falta tener un don especial para ver lo que había sufrido. O para reconocer que Regina Mills rara vez hablaba de sus sentimientos.

–No puedes perder el amor que sentíais el uno por el otro –dijo, a modo de consuelo–. Siempre será parte de ti. Yo he leído algo sobre psiquiatría y muchos informes dicen que la persona que sobrevive en una relación suele volver a casarse. La conclusión es que están buscando esa feliz unión otra vez. Puede que tú nunca te cases, pero si lo haces deberías verlo como un tributo a la felicidad que compartiste con Danielle. No como una traición.

Ella no contestó, pero asintió con la cabeza. Emma le había dado algo en lo que pensar. Sólo esperaba que la ayudase.

Mientras tanto, para distraerla, lo llevó hacia el departamento de ropa infantil. Poco después salían del almacén y se dirigían de nuevo hacia el recinto de la feria.

A Emma no le apetecía decirle adiós. Sabía que no había futuro para ellas, pero eso no podría impedir que robase algunos momentos para estar con ella. Cuántas oportunidades iba a tener, no lo sabía.

Varias personas del pueblo habían parado a Regina para saludarle o para mirarla a ella con curiosidad. Todos habían sido agradables, por supuesto, pero también había recibido algunas miradas de desaprobación. Recordando esas miradas, le dijo a Regina que la dejase a la entrada del recinto para no tener que encontrarse con los que estaban manifestándose en contra de la feria.

Sin embargo, ella insistió en acompañarla hasta su caseta. Pero cuando se acercaban, Emma notó que había algo distinto. Alguien había estado dentro. Lo supo antes de abrir.

En el interior, los pocos muebles estaban patas arriba, los carteles arrancados, los pañuelos hechos jirones. Además, habían restregado algodón dulce por el suelo y las paredes, dejándolo todo completamente pringoso.

–Dios mío… ¿Quién haría algo así? –murmuró, recogiendo un pañuelo de su abuela que estaba en el suelo.

Regina sospechaba que el responsable de aquel acto de vandalismo era alguien del Comité. Habían hecho una abertura con un cuchillo en la parte de atrás de la tienda. Un cuchillo de buenas dimensiones para que penetrase la fuerte tela.

–¿Te falta algo? –preguntó. Emma miró alrededor, nerviosa.

–No –murmuró, con lágrimas en los ojos que por orgullo no iban a derramarse e intento colocar la mesa.

–Déjalo –dijo Regina, envolviéndola en sus brazos–. Llamaré al comisario Humbert. Tenemos que informar de esto.

–¿Y para qué va a servir? El daño ya está hecho…

–Hazlo por mí. Quiero que quede constancia de lo que ha pasado. Y te aseguro que intentaré encontrar al culpable.

–No, de verdad…

–Es importante para mí.

Suspirando, Emma asintió con la cabeza.

Regina sacó el móvil y llamó a Graham para contarle lo que había pasado.

–Sí, te espero aquí –dijo antes de colgar.

–Estoy acostumbrada a que recelen de mí –murmuró Emma después–. Pero nunca me había pasado algo así. No tiene ningún sentido. Y no me gusta nada.

A Regina tampoco le gustaba en absoluto. No le gustaba ver a aquella mujer tan orgullosa, tan alegre, angustiada por un acto tan cobarde.

Había intentado olvidarse de ella, de sus besos, del olor de su pelo. Pero le resultaba imposible. No debería pensar en Emma Swan, ni desearla. Su vida era su hijo y los asuntos de Storybrooke. Pero…

–La familia Mills creó el pueblo de Storybrooke hace más de cien años – empezó a decir, intentando distraerla–. Abrieron el banco, las primeras tiendas… levantaron esta comunidad con sus propias manos. Siempre ha habido un Mills en la Alcaldía. Storybrooke prosperó y en 1889 se convirtió en el pueblo más importante de la zona. Ésta es la primera vez que me siento avergonzado de mis conciudadanos.

–No digas eso. Yo soy una extraña aquí –suspiró Emma–. No puedes condenar a todo el pueblo por la locura de unos cuantos.

Regina no dijo nada. No podía decir nada porque tenía razón.

–Ven, vamos a tomar un café.

El comisario llegó poco después y, mientras inspeccionaba el desastre, tomó algunas fotografías.

–Preguntaremos por ahí. Quizá alguien haya visto algo.- hablo con voz firme Regina.

–¿Vais a tomar huellas?- le cuestiono Emma a Graham

–Sí, pero no podemos hacer mucho más. Os llamaré en cuanto sepa algo.

–Bien.-contesto la rubia sin ganas

–Ya puede volver a entrar en la caseta, señorita. Si quiere, puedo darle el nombre de una persona que sabe coser telas fuertes como ésta.- dijo el hombre al ver la cara de la mujer rubia.

–No, lo haré yo, gracias.

–A su servicio. ¿Puedo hablar un momento contigo, Regina?

–Sí, claro.-contesto ella sin apartar sus ojos de la rubia, se alejaron de la tienda y Emma volvió a entrar, suspirando.

–Emma, espera. Enseguida voy a ayudarte.

–No hace falta.-contesto la ojiazul restándole importancia

–Yo creo que sí –insistió Regina. Luego se volvió hacia Graham.

–¿Se puede saber qué hay entre la adivinadora y tú? –le preguntó su amigo. Regina se cruzó de brazos.

–Desgraciadamente, nada.

–Pues a mí no me lo parece.-contesto él guiñándole un ojo

–¿Qué? ¿Mi madre te dejó encargado de vigilarme mientras estaba en Europa?

–Venga, Regina. Ya has visto a los del Comité en la carretera. La mitad de las pancartas son en contra de Emma. Y si os ven juntas se agravarán las protestas.

–No voy a vivir mi vida dependiendo de lo que digan esos insensatos.-contesto la alcaldesa con firmeza.

–No seas cabezota. Esto no tiene nada que ver contigo. Sólo quieren crear problemas entre la gente de Storybrooke y los feriantes, los de aquí y los de fuera. Necesito que me apoyes en esto.

–Te aseguro que no hay nada entre Emma y yo. Pero eso no significa que vaya a dejarla a merced del Comité. Especialmente si hay gente que lleva cuchillos. ¿Te lo puedes creer? –murmuró Regina, pasándose una mano por la cara.

–¿No pensarás que ha sido Reul Dupres? Esto lo han hecho unos gamberros, usando la disputa para crear problemas.-contesto él pensando en la mujer.

–Muy bien, demuéstramelo. Mientras tanto, quiero que haya dos alguaciles vigilando la feria. No podemos registrar a todo el mundo, pero quiero que estén alerta.

–De acuerdo, pero recuerda lo que he dicho. Por Emma, sobre todo.

Regina frunció el ceño, pero asintió con la cabeza. Y luego recordó algo más que había querido comentarle a Graham.

–El otro día, Cruella fue a mi oficina a darme la charla y mencionó el nombre de Reul entre las víctimas de la estafa de hace dos años.

–Reul no puso dinero.

–Eso es lo que yo le dije. Enseguida se corrigió a sí misma, pero quiero que lo compruebes. Aquí hay algo raro. Siempre he pensado que hubo alguien que le pasó información al estafador.

–Sí, menos mal que su objetivo eran familias con dinero para invertir. Pero lo comprobaré.

–Sé discreto. No quiero alertar al informador ni que Reul pase un mal rato. Graham se guardó el cuaderno en el bolsillo.

–Lo haré personalmente.

Un minuto después, Regina entraba en la caseta de Emma, que estaba colocando los pocos muebles que no habían quedado inservibles. Estuvieron trabajando en silencio durante unos minutos y luego la rubia se puso a limpiar el algodón dulce pegado al suelo mientras ella colocaba cinta aislante en la abertura.

–Aguantará hasta que venga alguien a arreglarlo.- hablo Regina tratando de obtener alguna reacción de la otra mujer que se encontraba callada desde que iniciaron a limpiar.

–Gracias. Tengo una amiga en la troupe que se encarga de ese tipo de cosas. Ella lo hará, no te preocupes.

–Sí, claro –murmuró Regina. Había olvidado que ahora contaba con el apoyo de su gente. Lo cual era bueno. No estaba sola. Sin embargo, eso no hizo que se sintiera aliviada.

No, no había podido dejar de pensar en ella desde aquel beso. Y desde la muerte de su mujer nunca se había sentido tan… interesado por una mujer. Ni tan viva. Sabía que no debería, pero no dejaba de buscarla o pensar en ella.

–Siento que haya pasado esto.

–Yo también. Pero tú no tienes la culpa.

–Sí, pero…

–Mira, esto ha conseguido reforzar mi idea de que no debemos vernos. Lo de hoy ha estado guay me la pase muy bien contigo, pero no debe volver a pasar.

Cuando Emma salió de la caseta, Regina se dio cuenta de que estaban más lejos la una de la otra en ese momento que unos días antes, cuando ella se negaba a dejarla instalarse en la feria.

–Esos locos… traer cuchillos a la feria. ¿Por qué no vienen a pasarlo bien, como todo el mundo? –suspiró August.

–Algunos no saben cómo hacerlo. Especialmente si se sienten amenazados–dijo Emma.

–Eres demasiado blanda, cariño. Esta gente te ha atacado. Debes estar alerta. Yo, desde luego, he alertado a todo el mundo. Tu caseta y tu roulotte estarán siempre bajo vigilancia.-al escuchar que el hombre le decía cariño a la rubia, Regina sintió que algo dentro de ella se le retorcía, pero decidió no pensar mucho en ello. Y sin decirle adiós a la rubia se fue de la feria, después de todo como alcaldesa tenía mucho trabajo que hacer.

–Gracias, August. No sé qué haría sin ti.

Y era cierto. El príncipe de la troupe, August era la persona en la que todos podían confiar. Por él, la troupe nunca había tenido ningún problema. Por él, conseguían las mejores ferias. Por él, Emma estaba en Storybrooke.

–No me gusta que estés sola. Ya que Ruth no está aquí, quizá deberías pedirle a alguna de las bailarinas que durmiese contigo

–Si me da miedo se lo pediré a alguien, no te preocupes. Pero por ahora prefiero estar sola –suspiró ella–. Además, el comisario está investigando el incidente. Regina también ha sido de mucha ayuda.- Esperando encontrarla detrás de ella la rubia volteo, pero no la encontró y sintió que su corazón se le encogía y antes de que pudiera entrar en un bucle August la trajo a la realidad.

–Sí, pero este pueblo tiene sus propios problemas. No me gusta que hayan usado un cuchillo… que hayan destruido la caseta. Es absurdo, ¿no te parece?

–Es incomprensible. Esta gente no me conoce de nada…

–Haré correr la voz para que nuestros chicos investiguen por su cuenta. Nadie se mete con nuestra Artemisa. Porque puedo asegurar que aquí hay algo que no me cuadra.-

–Mi héroe –sonrió Emma con burla, poniéndose de puntillas para imitar darle un beso en la mejilla como agradecimiento –Pero las cosas mejorarán mañana, cuando se inaugure la feria.

–Lo mejor sería que no te metieras en líos, ni me metiera en líos si Jefferson te ve hacer eso otra vez me mataría, por infiel. Aunque mejor aún, no te acercases a la alcaldesa.- al decir esto último su tono cambio de uno bromista a uno completamente serio.

No la sorprendió que August supiera lo de Regina… lo poco que había que saber. Ella tenía poderes, pero August tenía sus fuentes.

–No te preocupes. El plan es que ella se quede en su mundo y yo en el mío.

–Suena bien –dijo su amigo, sujetando un cartel–. No es muy inteligente tener un romance de algodón dulce con la alcaldesa del pueblo que te contrata.

–Sí –Emma miró el suelo. Lo había limpiado con lejía, pero seguía oliendo a azúcar–. La verdad es que ya no me apetece nada el algodón dulce.