Si pudieras elegir a quien amar...¿Amarías a la persona correcta?
Había aceptado la retorcida proposición de Snape, sin apenas llegar a plantearla en serio. Dada que mi precaria situación me había obligado a aceptarla antes de que pudiera perder la oportunidad. Pero había sido un error. Ahora si no me acostaba con Snape, mi hermana moriría, y yo sería expulsada del colegio. Que desesperación... ¿Cómo había llegado a esto? Quizás Snape tenía razón, me bastaba yo solita para amargarme la existencia.
―Bien. Vuelva a su sala común señorita Rosenberg, la espero mañana.
―¿Mañana?
―Para su castigo ―me miro como si fuera tonta y no entendiese lo que me decía ―y sea puntual esta vez.
―S-Sí profesor... ―ya estaba temblando, creo que estaba aterrada de Snape.
Nunca, jamás lo vi mirarme como cuando me tocó el pelo, parecía otra persona totalmente diferente. Totalmente excitado... por el contacto con mi pelo castaño. No quiero que vuelva a tocarme.
―Y Rosenberg...
Ya estaba en la puerta con media pierna en el pasillo dispuesta a marcharme lo antes posible. Cuando sus palabras me detuvieron y tuve que volver a mirarle.
―No intente librarse de mí, porque lo sabré y tendrá consecuencias. Ahora su penosa vida depende de mí Rosenberg, si me hace enfadar se acabo.
Aquellas palabras me dieron escalofríos; su voz era fría y dura cómo el más cortante trozo de hielo. Salí del despacho cerrando la puerta con torpeza, ya estaba lista para volver a llorar pero no podía. No dejaría que me vencieran mis lágrimas esta vez, debía ser fuerte, por Izzie y por mí. No debía de tener miedo, y aunque lo tenía me lograba convencer a mí misma de lo contrario.
―Quiero ser fuerte... ―dije para mí.
Tras escuchar mis patéticas y absurdas lamentaciones oí que alguien se acercaba por el pasillo, enseguida me quite de la puerta del despacho, nadie debía relacionarme con Snape y menos ahora que yo debía... Argh, me dan arcadas solo pensarlo. Debían de ser chicos de Slytherin pues no había otros que bajasen a esta parte del castillo a estas horas. Ya estaban más cerca, los escuchaba reír fuerte mientras se acercaban.
Susan Wells venía con mi hermana y Darla Johnson riendo a carcajadas, seguramente habrían sacado un ojo a alguien y venían riendo del pobre desgraciado al que torturaron. Solían hacer cosas de ese tipo, y más de una vez no tuvieron un castigo merecido, ojalá me las hubieran dejado a mí... Seguí caminado discretamente sin llamar la atención de las arpías y así no me molestasen más hoy. Estaba a punto de explotar, y todo por su culpa, si se enfrentaban a mí, esta noche correría la sangre por Hogwarts.
―Mira Isobel, allí esta tu hermana la traidora ¿Te parece si le enseñamos lo que hacemos los Slytherins con los traidores?
―Me parece una brillante idea Susy. ¡Eeeh tú!¡Detente estúpida!
Ni si quiera miré, ya venían por mí, cómo siempre. Tenía que llegar como fuera a la sala común porque nunca me atacaban delante de todos, solo me miraban mal igual que el resto. Escuché como aceleraron sus pasos pero cuando quise reaccionar fue tarde. Pasó todo demasiado rápido, mi hermana me agarró por el hombro y entonces la empujé para que me soltara pero caímos al suelo las dos. Ahora estábamos en el suelo pegándonos como dos bestias sin control. Entre los codazos y los arañazos mi hermana me insultaba a gritos, yo solo podía defenderme y golpearla pero ella era más fuerte que yo. Recordé que mi varita seguía en mi bolsillo, rápidamente hice presencia de ella antes de que Izzie recordase que también tenía una.
―¡Expelliarmus! ―grité con todas mis fuerzas o las que me quedaban.
Isobel salió lanzada por los aires hasta caer sobre las otras dos arpías expectantes. Era mi oportunidad de escapar de aquel infierno, me levanté como pude y corrí todo lo que mis doloridas piernas me permitieron. Llegué al dormitorio justo a tiempo, y corrí a encerrarme en el baño. Tenía algunos arañazos en la cara, no eran graves, pero mi mano izquierda si tenía un buen rasguño que me estaba quemando mientras sangraba. Tenía hematomas en las piernas, bastante morados y algunos en el vientre.
Todo esto era por su culpa, y yo estaba dando mi vida por ella. Es una maldita desgraciada. Hoy la odiaba más que nunca, y me debía algo de compasión para mí. Tomé un largo baño e hice caso omiso a los toques en la puerta, ya esta bien de pensar en los demás, mi ser me necesitaba, y más ahora que me quedaba esta dura misión por delante. Por mí Isobel podía morirse hoy mismo, así me ahorraría la perdida de tiempo y estas estúpidas e insoportables peleas diarias.
