Capítulo 7. Bruma Circular

Siempre me percaté de cada señal, pero si lo sabía, entonces ¿por qué me duele de esta manera?

Tal vez sea porque me frustra haber competido con una montaña siendo un simple grano de arena.

Siempre te estuve mirando, por eso supe acerca de tus sentimientos antes que tú los notaras.

Yo pensé que no iba a doler cuando tomaras su mano, ¡qué absurdo fui!

Cuando ella se le acercó para despedirse sintió que le fallaba el disimulo: las lágrimas se agolpaban, deseosas de nacer. La imponencia de aquel demonio a quien tanto respetaba solo hacía más grande su pena, pero luego, al ver la sonrisa de Rin mientras acariciaba a Ah-Un, de alguna manera, pudo hallar consuelo.

Se marchó al poco tiempo de la despedida para continuar con sus entrenamientos, pero regresó a la aldea demasiado pronto, pues en su camino se vio envuelto en la bruma de sus más despiadadas inseguridades. Una y otra vez, una y otra vez, ella... Y él.

El tiempo que permaneció de regreso estuvo sentado en la inmensidad de sus pensamientos; Kohaku miraba extraviado las luces de las casas de la aldea, luchando con la oscuridad natural. Y cuando anocheció totalmente, decidió reanudar sus pasos, así nadie podría notar su tristeza.

En su mente solo se proyectaban recuerdos amargos que lo sofocaban.

Rin, aquella vez dijiste que eras endeble como una flor y yo pensé justo lo contrario, ya que tu semilla logró emerger en la existencia árida del Señor Sesshomaru, pero, lo que yo quería decirte es que...

¡Me mentiste!, dijiste que eras débil, que te podían olvidar fácilmente. Entonces ¿por qué no puedo arrancarte de mí?

Recordó el regalo que ella le había dado y de la caja extrajo una rama de verbena. Era delgada y con una pequeña floración violeta. Kohaku respiró su aroma y comprobó que no tenía fragancia, que estaba seca.

Miroku había sido testigo de su retorno. También lo había sido del crecimiento de Rin y Kohaku, de su unión infantil. Aquellos se habían tomado el uno al otro como un refugio para salir de sus más crudos recuerdos. Juntos comprendieron que existía algo más allá de la muerte y la agitación.

Pero Kohaku había ido más lejos, él fue quien supo cuando Rin ya miraba diferente. Fue él, y no otro, quien la consoló cuando avergonzada manchó sus ropas con la menarquía. También fue quien inútilmente intentó enseñarle a defenderse; motivo por el cual le regaló una daga para sus prácticas. Sin embargo, la niña la usó dos veces y fue para partir un melón.

Se rió en sus adentros, seguramente, había recordado esos entrenamientos fallidos y la suerte irónica del arma.

Miroku había estudiado el rostro afligido del muchacho cuando Rin se despidió ese día y también lo vio irse ahora, mientras seguía buscando rastros de aroma en la rama seca de verbena.

. . .

Sesshomaru abrió los ojos. Había tenido un sueño después de muchos años sin dormir. Rin y Jaken lo miraban muy asustados:

- ¡Señor Sesshomaru! - pronunciaron al unísono.

Pero él no se pronunció. Sentía su herida palpitar, como si acabara de recibirla. El sueño era más bien un recuerdo, tan lúcido que confundió al demonio durante los primeros segundos en que despertó.

En su recuerdo, Tokyoji le había expresado que le atraían sus mechones rojizos, eso fue una de las tantas veces que lo siguió. No obstante, él no se había dignado siquiera a mirarlo. Tiempo después, Tokyoji lo siguió una vez más y Sesshomaru se detuvo cerca de una ribera.

- Tengo algo para ti - le dijo sereno.

Tokyoji se acercó sonrojado.

- ¿Has sentido mi presencia todo este tiempo? - le preguntó el demonio de alas negras, pero no recibió respuesta.

Sesshomaru, de espaldas como estaba, cortó con sus garras los mechones rojos que eran más largos que el resto de su cabellera y los tiró al suelo, moviendo su brazo en la dirección donde se encontraba el demonio.

- Si esto es lo que te gusta, prefiero que lo tengas. No me sigas más, y además... no soy una chica – añadió con desdén.

Tokyoji se sorprendió ante aquella confesión, pero nada dijo. Sesshomaru siguió su camino atravesando la ribera, mientras su rival lo veía irse. Cuando lo perdió de vista, recogió los mechones de cabello y sin quitar su mirada de ellos expresó entre dientes:

- Ya lo sabía.

Sesshomaru intuyó que aquella situación del pasado tenía que ver con la herida. Incluso llegó a recordar que el hermano menor había sido víctima de una maldición.

- ¡Una maldición! - exclamó para sí, pero Jaken y Rin pudieron escucharlo.

-Señor Sesshomaru - lo interrumpió el demonio verde - ¿Se encuentra bien? Su kimono está manchado de sangre.

- No es nada.

Rin lo observaba con tristeza y preocupación. Sabía de la existencia de la herida que no había sanado. Algo que Jaken, naturalmente, ignoraba.

- Señor Sesshomaru, tal vez su madre sepa cómo cerrar esa herida.

El Daiyokai le recriminó con la mirada, reprobando su idea.

- Jaken.

- ¿Sí?

- Déjanos solos.

Jaken respiró profundo y se fue arrastrando sus patas ya acostumbradas en los pocos días transcurridos a ser echado de cada espacio para darles privacidad.

- ¿Por qué despachó al señor Jaken?

- Quiero decirte algo.

El demonio, que ya se había puesto de pie, caminó hacia ella y le dejó entrever la herida, aflojando la parte superior de su kimono.

- Como ves, la herida se ha extendido.

Rin comprobó a simple vista lo que su Amo le decía.

- Tengo noción de qué es lo que ese imbécil está tramando, por esa razón, lo mejor es que vivas con la anciana Kaede por un tiempo.

- Me protege de nuevo... - expresó frustrada.

Sesshomaru le mantuvo la mirada queriendo comprender a dónde quería llegar.

- Usted está herido, pero soy yo la que resulta protegida.

- No hay nada que puedas hacer, lo más sensato es ponerte a salvo. Iré por ti cuando acabe con él.

Rin suspiró, muy en el fondo sabía que su señor tenía razón, pero le dolía no poder hacer nada. Es verdad que era diestra con respecto al uso de las hierbas medicinales, pero no tenía conocimiento acerca de la medicina para yokais, menos si se trataban de maldiciones. Su señor tenía una herida y ella estaba siendo obstinada y egoísta.

- Está bien, regresaré a la aldea.

Sesshomaru sabía que Rin estaba triste. Aunque todavía no tenía la capacidad suficiente para comprenderla, ahora que volvían a vivir juntos comenzaba a leer de forma certera las expresiones en su mirada.

El Daiyokai la abrazó. Ella se encontraba de pie mostrando una sonrisa falsa.

- No tienes que aparentar nada. Si quieres enojarte, hazlo.

Rin sintió un nudo en la garganta, al mismo tiempo, se sorprendió por aquel gesto. Era casi como si las palabras no fueran necesarias. Comprendió estando en sus brazos que las circunstancias requerían de un voto de confianza entre ellos. Cuando Sesshomaru se librara de su presunta maldición y se encontrara a salvo, iría por ella.

Sintió que la envolvía con ternura, curvando su cuerpo hasta quedar a una altura similar. Era imposible para ella no desear algo más, pero hacer algún movimiento en ese momento la volvería frívola. No obstante, Sesshomaru desde su encuentro con ella aquella noche, al mínimo roce de sus cuerpos, también sentía una fuerte necesidad por acariciarla.

- Esta noche te mostraré un lugar.

- ¿Esta noche?

- Será un paseo tranquilo.

Rin no pudo responder a eso.

- Mañana te llevaré a la aldea, así que prepara tus cosas.

Sesshomaru salió de la casa, mientras ella permanecía divagando en sus pensamientos:

A su manera, quiere hacerme sentir segura. Al final, Kohaku estaba en lo cierto, él no me olvidaría, pero hay algo que no debo perder de vista y es convertirme en alguien más fuerte. Si quiero estar a su lado, debo aprender a valerme por mí misma. Además, ¡quiero apoyarlo!

. . .

Luego de desayunar, hacer algunos quehaceres rutinarios y dar de comer a Ah-Un Rin hizo las maletas. Escogió algunos kimonos, ciertos artículos de belleza, su preciada caja musical y su diario. Cuando se disponía a salir de su habitación para buscar alimento recordó la daga que Kohaku le había obsequiado.

Estaba segura de que la había traído consigo, así que al mover algunas cosas, la halló.

- ¿Será que puedo utilizarla?

Se avergonzó al imaginar que en medio de su práctica Jaken o su Señor observaran sus torpes movimientos. Así que decidió añadirla a la maleta, lo mejor sería practicar en la aldea sin sentirse juzgada.

- ¡Rin! ¡Riiin! – le gritaba Jaken.

- ¡Un momento!

Al salir del lugar llevaba consigo su libro, su pluma y la tinta en una cesta, donde colocaría las plantas medicinales que recogiera del campo.

Luego del almuerzo, Rin, Ah-Un y Jaken se acostaron a la sombra de un árbol de duraznos. Este se encontraba junto a la ribera del río. Allí permanecieron varias horas, en las que, además de escuchar los lamentos de Jaken por la lejanía de su señor, recogió las hierbas y escribió en su diario:

Papá, mamá, hermanos: cuando el Señor Sesshomaru se marchó aquella vez me invadió una sensación de abandono que aún hoy me entristece. Resolví ocupar mi mente en otras cosas, disfrutar la rutina y valorar el aprendizaje. Ahora, no solo debo adaptarme, sino que debo convertirme en una mujer que pueda mirar atrás sin arrepentimientos.

Había mejorado notablemente la escritura, incluso sus trazos se apreciaban más fluidos; había logrado mantenerse a raya con la comida y, sin mucho esfuerzo, su canto había ido mejorando también, incluso siendo halagada en alguna oportunidad por Jaken, pero esos tontos avances no bastaban ahora mismo. Tenía que volverse más perspicaz, disciplinada y entrenar para poder defenderse por ella misma.

¡Debo ser más fuerte!

. . .

Por otro lado, oculto en la rama de un árbol, un atento Kohaku escuchaba la conversación entre dos sujetos: Uno de ellos parecía ser una mujer, aunque era de la misma altura y tan fuerte como el hombre. Entre las palabras sueltas que alcanzó a escuchar entendió "Sesshomaru" y "obsesión".

Esa última palabra le resonó en la cabeza.