CAPÍTULO VI.
La llegada de la princesa.
Habían pasado ya largos años desde aquel encuentro tan brusco con el rey noruego y uno de sus más apreciados filósofos, desde aquella disputa los vikingos habían decidido poner más de los nervios a sus anfitriones, aventurándose a bailar ellos también, dejando que los niños dejaran volar sus gamberradas para espantar a los modosos principitos y princesitas, siempre manteniendo la regla de no hacer daño a nadie. Con el pasar de los años las princesas noruegas se sentían intimidadas en sus propias fiestas de cumpleaños, negándose ambas a celebrar junto a vikingos, provocando grandes cantidades de rumores, burlas e incomodidad entre las potencias, hasta que los reyes noruegos, preocupados por sus preciosas hijas, dejaron de invitar por completo a los vikingos. Hiccup, por algún motivo, la última vez que se fue de aquel castillo decidió darle una última mirada, buscando velozmente con sus ojos la ventana que daba a la habitación de la princesa, encontrándola ahí, como un pequeño punto muy pálido que tan solo se distinguía por los colores cálidos de todo el lugar.
Ella era un maravilloso copo de nieve en medio de la primavera, que permanecía congelado en la cúpula que sus padres habían construido, un monumento precioso que se mantenía erguido alrededor de los escombros de la guerra.
Quiso, en aquel entonces, dejar atrás a sus gentes al correr de nuevo al palacio, esquivar a los guardias, sirvientas y nobles para recorrer un camino ya conocido, forzar la puerta si era necesario y ver por primera vez en tantos el hermoso rostro de su futura mujer.
Pero todo aquello, el desprecio entero de Europa, Asia y parte de América no estaba ni siquiera en las prioridades de Hiccup en aquel momento. Realmente sus sentimientos inexplicables por la princesa noruega ni se atrevían a asomarse por su cabeza cuando cuerpo le dolía como si Thor mismo lo hubiese aplastado con su poderoso martillo, la cabeza le daba vueltas de tal manera que apenas podía distinguir los objetos más allá de su nariz, su garganta ardía terriblemente y sus ojos no se podían abrir… nada más tuvo importancia en el momento que se dio cuenta que no sentía una de sus piernas.
Iba a levantarse bruscamente para revisar que le pasaba allá abajo, pero una áspera y babosa lengua le dio un buen repaso por toda la cara, tal repaso que no se detuvo a la llegada del cabello, provocando que susodicho se quedase tieso y chorreando. Antes de que pudiese hablar, escapar o tan si quiera respirar, esa misma acción se repitió un mínimo de quince veces.
Cuando finalmente sus ojos recordaron cómo se hacía su trabajo y su cerebro empezó a dirigir a su adolorido cuerpo Hiccup pudo ver que aquella lengua que lo bañaba en babas apestosas era propiedad de una criatura negra como la noche y con ojos de cachorro.
–¡Toothless! –nombró Hiccup más que feliz, viendo todo lo que podía de aquel precioso y majestuoso dragón. Toothless, el dragón que a escondidas el hijo de Estoico había entrenado durante todo el tiempo que su padre se encontraba de expedición, el dragón que le enseñó, sin saberlo, tantos trucos sumamente útiles al vikingo para que la imagen de susodicho mejorase entre los suyos. Aquel Furia Nocturna del que tanto se había encariñado, al punto de aprender que los dragones no eran bestias sanguinarias ni diabólicas, tan solo animales incomprendidos que intentaban sobrevivir al mal mayor… a la vida misma en sí.
Fue el compañero de vida que nunca había pensado que necesitaría, fue el compañero de vida que había ido sin dudarlo a su rescate cuando le creyó en peligro de muerte. Y es que, desde que los vikingos no asistían a los cumpleaños de las princesas noruegas, el encanto de Hiccup básicamente desaparecido, sin filósofos, nobles o sencillamente gente de las potencias con las que debatir y dejar humilladas, todo lo que quedaba por demostrar era su fuerza y valía, cosas de las que carecía, aquellos con los que se había criado en Berk se mantuvieron con él, pero la estima de los adultos se había disipado por completo.
Y el hijo de Estoico dejó caer la gota que colmo el vaso de vergüenzas y decepciones cuando un Furia Nocturna salió del bosque para defenderlo de un Pesadilla Monstruosa al que se suponía que tenía que matar.
Fue entonces que sintió un jarrón de agua helada cayéndole encima. Se quitó de encima el dragón y lo observó espantado.
Estaban en su cuarto, él, el hijo de Estoico el Vasto, el vikingo que mató a un dragón nada más pudo sostener cosas con las manos, y Toothless, un Furia Nocturna, seguramente uno de los pocos que quedaban, la cría maligna del rayo y la muerte misma, ambos, en su cuarto.
Se sentía desfallecer nuevamente, y casi se le sale el corazón de la boca cuando su padre interrumpió en su habitación de momento a otro.
–¡Papá! –fue lo único que consiguió decir, sobresaltado, sudoroso y con su cerebro dando tumbos dentro de su cabeza por lo desesperado que estaba por entregar una excusa valida de por qué, en el nombre de Odín, había un condenado dragón en su habitación.
–¿No recuerdas lo que paso? –la tranquilidad y preocupación de la voz de su padre lo alarmó mucho más que el más horrible de los gritos. Las pesadas piernas de su progenitor avanzaban dando pasos cansados que se escucharon perfectamente en aquel silencio incómodo, y, con cada paso que daba, un nuevo recuerdo azotaba su memoria.
Como su padre lo había dejado en Berk mientras él junto al resto de jefes iban en busca del nido de dragones, la manera en la que convenció a sus compatriotas para ir volando a recatar a su compañero, como Mala y Dagur se mantuvieron a su lado en aquella nueva forma de ver a los dragones, la promesa a la pequeña Heather de que le enseñaría todo lo que pudiera, también recordó como los demás futuros lideres le juraron en aquel instante la guerra inevitable.
También recordó que eso no le había importado lo más mínimo.
Lo siguiente había sido la segunda batalla de su vida, la cual no había sido para nada como la primera. No, había estado a los lomos de un dragón, se había mostrado valiente y dispuesto a solucionar todo lo que tuviese a su paso, había enorgullecido a su padre y a sus gentes cuando él solo combatió a la Muerte Roja… incluso… incluso había encontrado diversión en aquella aventura... Totalmente a su primera batalla, que en verdad no fue ni batalla ni nada más que una carnicería, un malparido genocidio que se había llevado a casi toda la población.
–Hijo –lo llamó Estoico, con una sonrisa triste en la cara, esa que ponía solo cuando hablaban de su madre. A Hiccup el corazón le dio un vuelco, el cual formó un nudo horrible en su garganta.
–Papá… –apenas pudo decir a través de la presión del interior de su cuerpo. Una mano robusta viajó lentamente hacia su cara, Hiccup se sintió maravillado al notar que la rasposa mano de su padre le estaba acariciando dulcemente, obligándole a retener las lágrimas de cansancio y felicidad.
–Estoy orgulloso de ti –aseguró mirándolo a los ojos, la batalla contra sus instintos se intensificó, y las lágrimas tenían las de ganar–, muy, muy orgulloso de ti, Hiccup.
Dentro de su cuerpo, aquello fue un bramido alegre que anunciaba la absoluta victoria de las lágrimas contra su orgullo… pero allí, frente a su padre, fuera del cuerpo, se tradujo como un quejido más que patético y agudo. Por el dolor del cuerpo que le amenazaba con vomitar en cuanto hiciera un movimiento brusco, todo lo que pudo hacer Hiccup fue aferrarse al brazo extendido de su padre, quien, luego de llevarse una sorpresa al ver como empezaba a sollozar, se acercó a para rodearlo con los brazos y, con un sencillo gesto, también llamó al dragón para que, con la calidez característica de una criatura que almacenaba el fuego de los dioses en sus intestinos, le brindase algo de consuelo al pobre niño.
Estoico dejó escapar un suspiro muy largo y lastimero, apartándose un poco de su hijo, decidiendo que ya era momento de que le dijera la fatal noticia.
–Nos han declarado la guerra –anunció con voz de ultratumba, Hiccup dejó de llorar de inmediato.
–Los cazadores de Dragones y los Marginados –murmuró el niño vikingo para sorpresa de su padre, antes de que Estoico pudiese preguntarle, Hiccup continuó hablando–, cuando fui a por Toothless ellos, sus hijos –se apresuró a explicar–, me advirtieron –los ojos de Hiccup se clavaron en el suelo.
Estoico asintió, alejándose un poco más de su hijo. –Berk ha estado todos años en una posición neutral con respecto a los dragones, hemos sido el punto medio entre aquellos que los cazaban y aquellos que decidían ignorarlos o venerarlos, ahora que hemos tomado un bando… ellos también lo han hecho –Estoico se paso la mano por la cara, intentando ocultar su cansancio. Miró a su hijo fijamente a los ojos, Hiccup comprendió que había más por contar.
Al ver el nerviosismo de su hijo, Estoico soltó una risa socarrona para restarle importancia al asunto, pero lo que Hiccup vio fue a su padre perder por completo la cabeza.
Por Odín, llegó a pensar. Si que necesita un buen descanso.
Sin embargo, lo que dijo Estoico fue lo siguiente. –Tuviste que haber visto la cara de esos reyes de pacotilla cuando se enteraron. Vi a varios de ellos temblar como si tuviesen delante a tu dragón –bromeó con una sonrisa ladina, Hiccup elevó una ceja y se hizo preguntas alarmantes ¿se habían enterado tan rápido los monarcas continentales? O, peor aún ¿había estado tanto tiempo inconsciente?
La ansiedad volvió a arrullarlo en su espinoso regazo, se paso las manos por el cabello, dándose cuenta por primera vez que aquella gran aventura que le había parecido tan divertida y una gran muestra de su valía no había sido otra cosa que la decisión más imprudente y temeraria que jamás pudo haber hecho… ¿qué hubiese pasado con toda su gente si él moría? ¿Cómo se hubiesen sentido sus amigos, la futura gente que tendría que liderar y su padre? Pudo haber sufrido algo mucho peor que unos moretones y un largo tiempo en reposo… pudo haber muerto.
Pudo haber acabado con la alianza Future. Porque los reyes europeos, por mucho que hubiesen mirado sorprendidos y contentos los esplendidos modales de la jovencita Heather –que incluso tenía la misma edad que la princesa noruega–, su Dios Todopoderoso no veía con buenos ojos las relaciones entre mujeres, por lo cual Mala también estaba descartada, a pesar, igualmente, de sus refinados modales; y Dagur tampoco era una opción, pues, a pesar de ser la segunda opción por descarte, el hijo de Oswald el Amable era el vikingo perfecto, ese modelo que los demás habían de seguir, y los reyes noruegos jamás casarían a su preciosa hija con un vikingo de verdad.
La mano de su padre lo sacó del trance.
–Solo llevas una semana durmiendo –su padre le leyó el pensamiento, volvió a reír burlescamente–, no parabas de balbucear y babear –padre e hijo dejaron soltar una que otra risa honesta–, bueno –Estoico retomó su comportamiento firme, Hiccup lo imitó lo mejor que pudo–, tuvimos que reunirnos lo más rápido posible con esos monarcas, porque ellos insistieron que había maneras correctas de hacer todo aquello, su bendito protocolo y todo eso… –Estoico puso los ojos en blanco–. Menudos estirados, ¿sabías que ellos…?
–¿Tienen que declararse formalmente la guerra antes de empezarla? –concluyó Hiccup con una sonrisa ladina, esa que se le escapaba cuando le demostraba a cualquier adulto que sabía más de lo que se esperaba–. Sí, lo sé.
Estoico alzó una ceja. –Ah, ¿y sabes por qué son así?
Cuando Hiccup se dio cuenta de que no estaba del todo seguro de donde venía esa costumbre se preguntó si su padre realmente quería saber el motivo o le estaba probando, así que, con una de sus manos rascando su nuca respondió mediante los hechos históricos que sabía para ver si ambos podían sacar una conclusión. –No siempre ha sido de esa manera, pero se sabe que los romanos ya lo hacían, los revolucionarios americanos también lo hicieron por así decirlo, con las declaraciones de independencia de sus respectivos colonizadores –Estoico veía sorprendido como su hijo murmullaba acerca de datos de historias ajenas a las suyas, demasiados datos, demasiada información de demasiadas épocas y lugares que nada tenían que ver con él… y que alguien le obligase a memorizar todo eso no era otra cosa que su culpa. Y ahora que su pobre hijo había tenido tal desdichado accidente, ahora había una nueva dificultad para él… que también era su culpa–. Supongo que es porque saben que ambas partes tienen que organizar sus ejércitos, tal vez es por eso también que ven tan mal nuestros métodos bélicos… así que supongo… ¿papá?
Estoico reaccionó tarde, llegó muy tarde cuando se dio cuenta que, entre movimiento y movimiento, la sábana de Hiccup se había desplazado lo suficiente para que el pobre niño vikingo viese aquella pieza metálica que se aferraba mediante correas a su cuerpo… Vio la pieza metálica que le suplantaba la pierna.
A Hiccup se le había ido por completo el aliento, apretó los labios y se hincó sus cortas uñas en las palmas se su mano. Algo así se imaginaba, cuando no pudo sentir una de sus piernas, pero imaginaba un miembro que no respondiese del todo a los comandos del cerebro, unas horribles quemaduras a lo largo de su extremidad, pero no un trozo de metal… jamás un trozo de metal.
Pero bueno, era lo que había cuando eras un vikingo y te montabas a los lomos de un Furia Nocturna para salvar a tu pueblo y a miles de dragones.
Hiccup tomó aire mientras la sangre le retumbaba en las orejas y sentía que su cuerpo se embadurnaba en una frialdad ardiente.
Le dedicó una sonrisa torcida a su padre y este, a pesar de que estaba listo para que su hijo se desmoronarse, rápidamente le respondió de igual forma.
Padre e hijo entonces salieron de la cabaña, secundados por un amigable dragón negro como la noche que tenía unas insaciables ganas de salir volando con su compañero humano. Allá fuera, luego de recibir un brutal golpe de frio por el repentino cambio de temperatura, Hiccup pudo apreciar como casi toda su tribu los esperaba con una sonrisa y vítores, allí estaba todo de nuevo, el aprecio que se había ganado de adultos y jóvenes, las sonrisas que dibujan sus caras cada vez que Hiccup hacía alguna trastada a los amargados monarcas en sus fiestas de despilfarre y mentiras.
Las gentes de su edad corrieron a saludarlo, trayendo consigo a dragones de diferentes razas y dragones que sonreían gustosamente y como podían ante el Furia Nocturna y su compañero humano recién sanado. Los comentarios incómodos, las burlas sin malicia y uno que otro golpe Hiccup las tradujo tal y como eran, como muestras de amor de heroicos adolescentes que no conocían otra forma de hacerlo, incluso si dolían hasta el punto de que quisiera llorar, ni él mismo sería capaz de distinguir el verdadero sentimiento oculto tras esas lágrimas.
Y las risas hubiesen continuado, al igual que la alegría y el festejo, incluso se hubiese iniciado un magnifico vuelo con dragones o una celebración digna de las felicidades vikingas, pero todo aquello frenó cuando los vio.
Ahí, dignos y regios delante de él, alejados de la muchedumbre vikinga, con espadas en sus costados, los pechos inflados y las quijadas tan alzadas que parecían querer apuntar al cielo. También mantenían esas expresiones de estar constantemente oliendo estiércol, las cuales desdibujaba tanto su rostro que si alguno de ellos se pudiese considerar atractivo no habría forma de confirmarlo.
Soldados de noruega, muchos más fornidos y altos que sus propios reyes, soldados que, bajo la opinión vikinga, merecían más las coronas y la soberanía absoluta que esos escuálidos seres de supuesta sangre azul.
Pero, tal y como ocurría en su sociedad, ellos no eran importantes. No, no lo eran, pues la verdadera razón por la que los vikingos enmudecieron con su llegada fue más por quien era escoltado por aquellos hombretones.
A Hiccup se le escapó todo el aire al ver de quien se trataba y no tuvo forma de no hacer notar lo que su presencia había ocasionado en él, tampoco tenía manera de que su reacción no demostrase que ya había visto antes a la persona que, según los futuros libros de historia, debía haber visto por primera vez ese día. Esa persona diminuta que no se podía distinguir del todo al estar rodeada al completo por hombres mucho más altos que ella, muchísimo más delgada que todos lo europeos que había visto hasta ahora, con un aura increíblemente más puro e inocente, como si, en lugar de ser una princesa de verdad, con los engaños y las falsedades de por medio, fuese en verdad una princesa de cuentos de hadas, esas que podían tener un cabello tan largo como una torre, esas que revivían con el beso de su verdadero amor, esas que te podían transformar con un solo beso en los labios.
Allí estaba ella, con su lechosa piel pálida que era producto de jamás haber estado demasiado expuesta al sol, con las manos refugiadas en suaves guantes que protegían sus delicados dedos del frio asesino nórdico, con el liso cabello, tan blanco que no lo podía diferenciar de la nieve, recogido meticulosamente en una corta trenza que tan solo dejaba sueltos unos mechones que cubrían su frente. Sus ojos azules brillando con la claridad del cielo más contento de la primavera, sus largas pestañas que se batían delicadamente por la confusión.
Allí estaba ella, la princesa Elsa, la Angelical, de Noruega.
Y supo en aquel instante que, incluso si no le hubiesen permitido desposarla, se casaría con ella sin duda. Supo en aquel instante que el plan para hacer arder toda Europa era algo que no quería llevar a cabo, pues no quería incendiar las tierras que vieron nacer a tan bella hija de Freya.
Algo nerviosa, y sin quitarle la mirada de encima, Elsa dio unos pasos –muy pocos en verdad– lejos de la rueda de seguridad que sus soldados leales le habían hecho. Hiccup, por otro lado, además de contenerse mucho para no correr hacia ella, dio largos y varios pasos hasta tenerla lo más cerca posible, una vez en esa posición, se dio cuenta de lo joven que era, y más que deseo, en el avivó la llama de ternura y rememoró el día que le juró protección eterna.
Vio como ella tomaba muy ágilmente las faldas de su vestido, de una forma que seguramente se sabía de memoria tras largas horas de aprendizaje, colocaba uno de sus pies un poco atrás e inclinaba todo su cuerpo muy levemente hacia él, bajando bastante la cabeza y diciendo una voz de sirena unas simples palabras.
–Mi señor –saludó sencilla y cortésmente.
–Hola –respondió, sabiendo cuales serían las posibles reacciones de los soldados, ansioso por ver la de ella.
Aquellos guardias respondieron tal y como se imaginaba, abrieron la boca espantados, fruncieron el ceño, indignados, y mandaron sus manos rápidamente a los mangos de sus espadas. Empezaron, seguramente, a soltar maldiciones en su lengua y en la voz más baja posible, para no escandalizar a su señora.
Susodicha por otro lado, terminó tal y como debía su reverencia, justo como una princesa habría de hacerlo, para luego dedicarle una expresión confundida y un leve ladeamiento de cabeza. Le dio tanta ternura su rostro que tuvo que contenerse demasiado para no acariciar su rostro.
Decidió, al ver las caras de los guardas reales de Noruega, que les brindaría una nueva escena divertida a sus gentes, por los buenos tiempos y para celebrar un poco el hecho de que no estuviese muerto.
–Oye, tus bufones me están mirando muy mal –los acusó con una sonrisa, y la muchacha se quedó aún más confundida. La miró a ella entonces, y Elsa sintió como el corazón se aceleraba al ver su sonrisa torcida y sus ojos brillando de picardía. Jamás se hubiese esperado que ese vikingo del que se escondió por once años pudiese ser tan galante… a su manera, obviamente–, ¿pueden hacer eso? Digo, soy tu futuro marido.
Las risotadas de los vikingos fueron escuchadas gustosamente por Hiccup, al igual que los murmullos furiosos de los guardas, quienes parecían estar completamente dispuestos a tomar a su princesa e irse farfullando acerca de los horribles modales del hijo del jefe de Berk.
Pero Elsa se veía tan calmada como al inicio, a pesar de que su corazón se estaba alocando demasiado. –Creo que os estáis confundiendo, mi señor –dijo suavemente, esperando no ofender a su señor con sus palabras–, estos nobles hombres que veis no son ni bufones, ni trovadores ni nada remotamente parecido, son leales guardas de la familia real noruega.
Hiccup quiso detenerla abruptamente, porque toda su hermosura e inocencia eran demasiado para él y sus impulsos.
Dejo escapar una risilla un poco burlona, intentando ocultar su nerviosismo. –Ya, eso lo sé, me estoy burlando de ellos.
Entonces, el ceño de Elsa se frunció en una leve indignación.
–Aparte de tutearme –añadió ella, demostrándole a Hiccup que ella era mucho más que ternura y confusión. También era firme y sabía distinguir cuando se burlaban de ella.
–Bueno, te vas a casar con un vikingo –bromeó cruzando los brazos, sin despegarse de su sonrisa torcida, que, a pesar de la molestia, a Elsa le seguía pareciendo encantadora–, supongo que sencillamente te tendrás que acostumbrar a eso.
Fue entonces que Elsa torció un poco el gesto.
Así que eso que se decía de su prometido era cierto…
Esta sería la prueba de paciencia más grande que El Señor jamás le pondría en su vida, sin lugar a duda, y no estaba segura de poder con ella.
7 de febrero de 1843, La llegada de la princesa noruega a territorios vikingos.
