Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Judy Christenberry, yo solo hago la adaptación. Pueden encontrar disponible todos los libros de Judy en línea (Amazon principalmente) o librerías. ¡Es autora de historias maravillosas! Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
A Isabella se le ocurrieron varias formas de responder a su padre, pero decidió callar. Lo hizo fue agarrar del brazo a Edward y conducir lo hacia la casa.
Su padre y sus tres hermanos los siguieron. De repente, sintió un inmenso deseo de salir corriendo, de escapar de allí. No había cambiado nada. No cambia ría nada nunca.
Su madre abrió la puerta y el cálido abrazo que le dio hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas. Sin embargo, sabía que el cariño de su madre no solucionaría sus problemas.
—Mamá, este es Edward Masen. Ha venido conmigo desde Chicago.
Edward saludó a la madre de Isabella con excelentes modales, pero Isabella se dio cuenta, inmediatamente, del malentendido: su madre creía que ella había invitado a Edward a pasar esos días con ellos en el rancho.
—No, mamá —le explicó a su madre—, Edward no es un invitado. Edward vive en Apache, estaba en Chicago porque había ido a visitar a su hermana, que es mi vecina, y han cancelado su vuelo, que era el mismo que el mío. Entonces, me preguntó si podía venir conmigo en el coche.
Isabella volvió la cabeza para lanzar una irritada mirada a su padre y luego añadió:
—Aunque supongo que Edward prefiere la nieve a la clase de recibimiento que ha tenido.
Su padre le devolvió la mirada.
—No voy a pedir disculpas por tratar de proteger a mi hija.
—¿Protegerme de qué? Papá, tengo veinticinco años. Si quiero besar a un hombre, no tengo que pedirte permiso.
—No estoy hablando de besar. Habéis dormido juntos, ¿verdad?
—¡No! — exclamó Isabella.
—Sí —respondió Edward con calma. Isabella se volvió y miró a Edward fijamente.
—¿Qué has dicho?
—Sabes perfectamente lo que he dicho. No tengo intención de mentir a tu padre.
Isabella se quedó boquiabierta.
—¡Pero no ha pasado nada!
—Eso ya lo sé, pero hemos dormido juntos, en el sentido literal de la palabra.
—¡Pero no ha habido sexo, idiota! —gritó Isabella, casi tan enfadada con Edward como con su padre. La honestidad de Edward estaba empeorando la situación.
—Creo que será mejor que se explique, señor Masen. —ordenó Charlie Swan.
—Naturalmente. Yo...
— ¡Tú no vas a explicar nada! —le espetó Isabella.
Era suficientemente mayor, nadie tenía derecho a interrogarle ni a pedirle explicaciones sobre su comportamiento.
—Isabella, cariño, ¿habéis comido tú y Edward? Hay un montón de pavo que he guardado —su madre la agarró del brazo y la llevó a la cocina.
—Mamá, no voy a dejar a Edward solo con ellos. Ya le han dado un puñetazo y...
Tras una mirada seria a su marido, Renne dijo:
—Tu padre no va a pegar a nadie ya, ¿verdad, Charlie? Ni tus hermanos, Isabella. Ven, ayúdame a servir el pavo.
Antes de obedecer a su madre, Isabella miró a Edward.
—No digas ni una palabra.
Después, acompañó a su madre a la cocina.
Edward sabía que debía ignorar la orden de Isabella.
—Escuche, señor Swan, si me deja que le explique...
—Adelante, eso es lo que quiero.
—Isabella y mi hermana son vecinas. Cuando can celaron mi vuelo, le ofrecí a Isabella pagar los gastos del viaje si me dejaba volver con ella en su coche. Al poco de salir de Chicago, nos pilló una tormenta de nieve. Cuando, por fin, Isabella accedió a parar para pasar la noche porque era imposible continuar el viaje en esas circunstancias, el único motel que encontramos solo tenía una habitación disponible. Con una cama. Hemos dormido en la misma cama, pero nada más. Absolutamente nada más.
Charlie se lo quedó mirando.
—¿Es eso verdad, Masen? —preguntó Charlie.
Edward se puso rígido. No estaba acostumbrado a que pusieran en duda su honestidad.
—Sí, señor Swan, es la verdad.
La puerta de la cocina se abrió, y Isabella y su madre aparecieron.
La señora Swan sonrió a Edward.
—Ven a la mesa, Edward. Debes estar muerto de hambre. Charlie, chicos, ¿queréis café? También ha sobrado tarta. Venga, sentaos todos.
Emmett, uno de los hermanos que conocía a Edward, se acercó a su padre.
—Si Edward dice que es la verdad, puedes creerlo, papá. Es un hombre de palabra.
Charlie asintió y se acercó a la mesa.
Justo en el momento en que Edward empezaba a relajarse, después de asentir con la cabeza en dirección a Emmett en un gesto de agradecimiento, Isabella estalló.
—¡Perfecto! Resulta que aceptas la palabra de un desconocido, pero no la de tu propia hija, ¿verdad, papá? ¿Qué te ha dicho? ¿Qué te ha dicho, que no te he dicho yo, que te ha convencido? ¿O es que acaso sigo siendo, como siempre, una ciudadana de segunda categoría?
Incluso su madre protestó por la dureza de sus pa labras.
—¡Isabella!
—¿Es que no te cansas, mamá? —preguntó Isabella mirando a su madre—. ¡Cocinas y limpias, pero jamás tienes voto!
—Eso no es verdad, cariño —respondió su madre con calma.
—¡Desde luego que no! —exclamó Charlie con el rostro enrojecido de nuevo.
Edward decidió que había llegado el momento de escapar de aquella confrontación familiar.
—Emmett, si me pudieras decir dónde está el teléfono... Me gustaría llamar al encargado de mi rancho para que venga a recogerme.
Emmett y sus otros dos hermanos miraron incómodos a sus padres y hermana.
—Si quieres, te puedo llevar yo. Será más rápido. Además, supongo que estás cansado.
—Sí, te lo agradezco enormemente —respondió Edward, que no creía que fuera de su incumbencia aquella disputa familiar.
Sin embargo, Isabella debía pensar lo contrario porque, en la irritada mirada que le vio lanzarle, también vio dolor. Le dio la impresión de que se sentía traicionada y abandonada por él.
—Isabella... —empezó a decir Edward.
Pero ella no esperó. Sin más, se marchó de la estancia y cerró de un portazo.
Edward quería ir en pos de ella, tomarla en sus brazos y explicarle que no había sido su intención desilusionar la; pero no tenía derecho a hacer eso. Al fin y al cabo, solo se conocían de un día.
Por fin, Edward se aclaró la garganta.
—Bueno, Emmett, si el ofrecimiento sigue en pie, te agradecería que me acercaras a mi rancho.
—Claro. ¿Tienes tus cosas en el coche de Isabella?
—Sí, pero creo que las llaves están aún en el con tacto. Puedo agarrar mis cosas de camino a tu coche.
—¿No quieres comer, Edward? —preguntó Renne—. Ya está todo preparado.
—Gracias, señora Swan, pero creo que será mejor que coma algo cuando llegue a casa Además, supongo que Isabella debe estar deseando que desaparezca de la vista. Parece... muy disgustada.
Charlie se aclaró la garganta.
—Espero que ya no se sienta ofendido, Masen. Ya sabe lo que pasa con las hijas, uno solo intenta protegerlas...
—Pero, al final, uno tiene que aceptar que se han hecho mayores.
Tras esas palabras, Edward asintió con la cabeza y se dirigió hacia la puerta.
Charlie Swan estaba cometiendo un gravísimo error con su hija.
A la mañana siguiente, Isabella se despertó en su antigua habitación. Sentía mucho lo ocurrido la noche anterior, no había manejado bien la situación. Desgraciadamente, había vuelto a caer en el patrón de comportamiento de siempre al desafiar a su padre.
—Pero ha empezado él. —murmuró Isabella para sí misma.
Sin embargo, lo que más le apenaba era su mal comportamiento delante de Edward. Ahora, dudaba mucho de que volviera a verlo.
Al pensar en eso, los ojos se le llenaron de lágrimas. Ni siquiera habían pasado dos días juntos, no te nía sentido que Edward significara nada para ella.
Pero sí le importaba.
En ese momento, su madre llamó a la puerta y la abrió.
—¿Estás despierta, cariño? Edward está al teléfono.
¿Edward? ¿La había llamado Edward? Miró el reloj y se sentó en la cama. Eran casi las ocho y media.
—Sí, estoy despierta. Perdona que me haya despertado tan tarde, mamá.
—No digas tonterías, cielo.
Isabella se puso inmediatamente su bata, que estaba a los pies de la cama, y salió de la habitación rápidamente. Tenía que ir a la cocina para hablar por telé fono.
Cuando llegó, le faltaba la respiración.
—Hola.
—Hola, Isabella, soy Edward. Llamo porque quería darte las gracias por el viaje.
Esas palabras formales no eran lo que Isabella había esperado oír.
—De nada.
Silencio.
¿Lo único que quería era darle las gracias? ¿Era eso lo único que tenían que decirse? Tampoco ella sa bía qué decir, pero no quería colgar.
Por fin, la voz de él se hizo más íntima y preguntó:
—¿Te encuentras bien?
Isabella se apoyó contra la pared, encantada de oír preocupación en la voz de Edward.
— Sí. ¿Y tú? ¿Qué tal él golpe?
—Tengo un pequeño moretón, pero no es nada. ¿Has hecho las paces con tu padre?
—No.
Otro silencio.
—Oye, ya sé que no vas a estar aquí mucho tiempo y que, el que tengas, querrás pasarlo con tu familia. De todos modos, se me ha ocurrido que quizá te gustara ver mi rancho. Como cuando te hablé de él parecías interesada...
—Me encantaría. ¿Cuándo quieres que vaya?
—Puedo ir a recogerte.
—No, no es necesario, iré en mi coche. ¿Hoy por la mañana?
—Sí, perfecto. Quiero presentarte a Carlisle, mi en cargado. El conoce a tu familia.
Su madre le dejó una taza de café encima del mueble del teléfono y ella se lo agradeció con una sonrisa.
—Sí, me encantaría conocerlo. ¿Cómo se va a tu rancho?
Edward se lo explicó y añadió:
—Si quieres, puedes almorzar con nosotros. No somos grandes cocineros, pero somos capaces de pre parar unos sándwiches, si te parece bien.
—Sí, perfecto. Bueno, te veré dentro de una hora más o menos.
Isabella colgó el teléfono y se volvió hacia su madre.
—Edward me ha invitado a ir a ver su rancho.
—Qué bien. ¿A cuánto está de aquí, a una hora?
—No, a media hora de camino. Pero antes tengo que desayunar y darme una ducha.
Isabella bebió un sorbo de café y luego se dirigió a la mesa, donde su madre le tenía preparado un cuenco con cereales.
—¿Tendrás unos minutos para hablar con tu padre antes de marcharte? —le preguntó su madre después de servirse una taza de café y sentarse a la mesa con ella.
Isabella se quedó inmóvil. Entonces, se recordó a sí misma su plan: mostrarse firme, pero tranquila. No había reaccionado así la noche anterior. Sin embargo, comida y descansada, se sentiría mejor.
—De acuerdo. ¿Está en el establo?
—Sí. Se siente mal por lo de anoche. Verás, lo que pasó fue que ayer, cuando llamaste desde el hotel, él no estaba y quería hablar contigo, por eso llamó él; y fue cuando le dijeron que os habías marchado. En fin, supuso que... estabais juntos. No te lo digo por justificar el comportamiento que tuvo anoche, solo te lo estoy explicando, hija.
Firmeza y calma, se recordó Isabella por enésima vez.
—Lo comprendo, mamá —Isabella respiró pro fundamente—. De todos modos, creo que podría tener un poco más de confianza en mí.
—Sí, ya lo sé, pero eres su única hija —respondió su madre con una sonrisa tolerante.
—Él nunca pone en duda el comportamiento de sus hijos.
—Deberías preguntarle eso mismo a tus hermanos. —dijo Renne con una leve carcajada—. Suelen discutir en el establo, por eso no te enteras.
—En ese caso, ¿cómo te enteras tú? —preguntó Isabella.
—Porque tu padre me lo dice. Solemos hablar de estas cosas en la habitación, por eso no os enteráis ninguno.
Isabella bajó la cabeza. No estaba del todo con vencida, pero le debía disculpas a su madre.
—Siento lo que dije anoche, mamá.
—Y yo siento que tu recibimiento no fuera como debía haber sido. Te echamos mucho de menos. El año pasado, por Navidad, casi no estuviste el tiempo suficiente para abrir los regalos.
Isabella consiguió contener las lágrimas mientras extendía el brazo para tomar la mano de su madre. Ella también les había echado mucho de menos... hasta la noche anterior.
—Pero hablamos todas las semanas por teléfono. —le recordó a su madre.
—Sí, pero no es lo mismo que estar juntos. Tu padre ha empezado a pensar que no vas a volver nunca.
—Después de lo de anoche... En fin, yo también me acuerdo mucho de vosotros.
—Estupendo. Díselo a tu padre.
Se oyó la puerta posterior de la casa al abrirse y Renne se puso en pie.
—Esa debe ser la señora Brown. Tengo que hacer una lista antes de irme al pueblo para la reunión que tengo a las diez en la biblioteca. ¿Necesitas algo del pueblo?
—No, mamá, gracias. Voy a almorzar con Edward, vendré después.
Antes de salir de la cocina, su madre se detuvo.
—¿Estás interesada en Edward?
—Su hermana es amiga mía. —cosa que no respondía a la pregunta de su madre.
No podía estar interesada en Edward. No había futuro para los dos, ése hombre no quería casarse ni tener hijos. Además, ella le recordaba a su ex esposa.
También, iba a volver a Chicago al día siguiente.
Con un suspiro, Isabella acabó los cereales; después, saludó a la señora Brown, el ama de llaves de su madre, cuando esta entró en la cocina. Llevaba trabajando en su casa desde que ella tenía cuatro años. Isabella la consideraba una segunda madre.
Tras la ducha, se puso unos pantalones vaqueros, una camisa y, por encima, una chaqueta vaquera. Enderezó los hombros, respiró profundamente y se fue al establo.
—¿Papá? —llamó Isabella al entrar en el establo. El olor a paja y a animales le resultó familiar, la hizo sentirse en casa.
—¿Bells? —gritó su padre antes de salir, unos segundos después, de un cuarto al fondo del establo.
Isabella se acercó a él y le dio un abrazo. Su padre la estrechó en sus brazos.
—Siento lo de anoche, papá.
—Yo también, cariño. Estaba muy preocupado por ti.
—Estoy bien, papá. He venido para decirte que me voy ahora a ver el rancho de Edward. Me ha invitado a almorzar. Te veré esta tarde.
—¿Vas a pasar allí todo el día? Quería enseñarte... Bueno, déjalo, da igual. He oído que tiene un buen rancho.
—Quizá me lo puedas enseñar mañana antes de que me vaya.
—¿Vas a volver a Chicago tan pronto? Esperaba que te quedaras unos días. —dijo su padre sin poder ocultar su desilusión.
A Isabella se le encogió el corazón.
—Venir en coche me ha quitado mucho tiempo. Tengo que trabajar el lunes. —explicó ella.
—No sé por qué no dejas ese trabajo y vuelves a casa. No nos vendría mal tu ayuda, te pagaría un salario.
Le dolió el desprecio de su padre por su trabajo, pero se recordó que debía mantener la calma.
—Me gusta mi trabajo, papá. La próxima vez que venga intentaré quedarme más tiempo.
Su padre volvió a abrazarla. Después, le advirtió que condujera con cuidado y le preguntó si sabía cómo llegar al rancho de Edward.
—Edward me ha explicado cómo se va.
—Bien. Parece un buen hombre. Me gusta para ti.
Isabella sabía lo que significaban esas palabras.
—Papá, a Edward no le intereso, así que no empieces a imaginar cosas raras.
—Anoche me dio la impresión de que sí le interesabas. Y hoy te ha invitado —dijo su padre alzando la barbilla con gesto retador.
—Bueno, me voy. Hasta luego.
Después de dar a su padre un beso en la mejilla, Isabella salió rápidamente del establo.
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—Si sigues mirando así a la carretera va a desaparecer —dijo Carlisle a espaldas de Edward. Edward giró sobre sus talones.
—¿Qué demonios estás diciendo? Solo estaba mirando un momento.
—Sí, llevas una hora así.
—Es posible que se haya perdido.
—No lo creo, este sitio es muy fácil de encontrar. Estoy deseando conocerla, es la primera mujer por la que te interesas desde que viniste aquí.
—¡No digas tonterías! No estoy interesado en Isabella Swan, solo quiero mostrarle agradecimiento por haberme traído. Es una cuestión de educación.
—Ya, de educación —Carlisle sonrió traviesamente—. Tu abuela se habría sentido orgullosa de ti.
Carlisle, ya con cincuenta años, había sido empleado de la abuela de Edward casi toda su vida. Edward lo conoció veinte años atrás, durante un verano que pasó con su abuela, y estaba acostumbrado a las bromas de Carlisle.
—De acuerdo, es bastante guapa, pero eso no tiene importancia porque ahora es una mujer de ciudad y va a volver a Chicago inmediatamente. Sin embargo, me ha parecido que agradecerías un poco de compañía fe menina.
—¿Así que lo has hecho por mí? —preguntó Carlisle, aún sonriendo.
Edward iba a contestar cuando oyó un coche. Inmediatamente, se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta del establo, olvidando la conversación.
Carlisle, apoyado en un rastrillo, esperó a ver qué pasaba. Sabía lo ocurrido la noche anterior, Edward, muy disgustado, se lo había contado.
Carlisle llevaba dos años preocupado por Edward, que había vuelto de Nueva York amargado y reservado. Casi no salía del rancho, evitaba a la mayoría de los hombres y a todas las mujeres. Ahora, por primera vez en dos años, estaba deseando ver a una mujer.
Carlisle se moría de ganas por conocerla.
Bella es perfecta para Edward y Edward para Bella, pero los dos son demasiado cabezotas para admitirlo. Ya veremos quien sede primero. ¿Y qué tal Charlie Swan? Debería de aprender a respetar un poquito a su hija, probablemente si no lo hace, Bella termine por alejarse completamente de él. Todas las mujeres nos merecemos respeto, a nuestra independencia, decisiones, vida íntima y autonomía. Y Edward otra vez de listillo, invitándola a su rancho. ¿Habrá aquí un tercer beso? Ya lo veremos.
¡Bienvenidas a las actualizaciones de semana vacacional! Algunas ya saben de qué va (porque están en el grupo de Facebook), pero para las que no: aquí va la explicación. Básicamente me voy de vacaciones y no quiero dejarlas sin actualizaciones después de todo el apoyo que me dan y los review que me dejan. Así que hice esta dinámica, donde publique todos los capítulos de los días que no tendré acceso a mi laptop y tampoco a internet (aunque tengo datos en mi celular, ya saben que esas cosas a veces fallan, así que no me quise arriesgar). Pueden utilizar el #ActualizacionesDeSemanaVacacional en cada review y comentarme que les pareció esta dinámica de hacer actualizaciones, para próximas referencias, una nunca sabe. De cualquier modo, estoy al pendiente de ustedes por medio de mi celular. Por cierto, sé que la situación del COVID sigue, soy consciente de ello por ser parte del sistema de salud (ya saben, Fisioterapia) No me voy a ninguna playa, me voy a una casita de campo que mis abuelos tienen a las afueras de la ciudad, con mis papas, mis dos hermanos menores y mis abuelos. Mi abuela tiene hipertensión, y últimamente no se ha sentido bien, así que nos recomendaron sacarla unos días de la ciudad a un lugar tranquilo. Por lo que probablemente estaré echada por todos esos días, viendo películas con mis abuelitos y una buena taza de chocolate. La verdad es que también ansió pasar un buen momento con ellos, acabo de terminar la universidad y el último año fue tan arrebatado que los he podido ver poco.
Pasen al siguiente capítulo y disfruten. Capítulos disponibles de ECMD: Capitulo 6, 7 y 8.
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—Ariam. R.
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