CAPÍTULO 5

Bella

Se detuvo a un milímetro de distancia de mis labios temblorosos, rechazando mi persuasión durante un instante, y pude sentir su aliento pesado en mi boca ansiosa cuando gruñó:

—He esperado doce puñeteros años para esto.

Aunque probablemente yo no me había dado cuenta, también había estado esperando y no podía soportarlo ni un segundo más. Se me puso hasta el último centímetro de piel de gallina cuando Anthony reivindicó mi boca, su duro cuerpo presionando el mío con un abrazo insistente.

Exigía. Saqueaba. Sin piedad. No es que yo quisiera nada precisamente, excepto el beso voraz que me daba en ese momento. Me abrí a él, abrazándome a su cuello y aferrándome a su cuerpo grande como si fuera un salvavidas, que en realidad era precisamente lo que era. Lo único que me mantenía a flote.

No podía pensar. Ni siquiera podía mantenerme erguida sin él y mis manos cayeron sobre sus hombros para recuperar el equilibrio.

Un gemido escapó de mi boca y vibró contra la suya a medida que sus brazos me envolvían con fuerza, sosteniéndome con más firmeza para después explorar mi espalda y finalmente posarse sobre mi trasero.

Dejé que mis dedos invadieran su cabello grueso y espeso una vez más; mi cerebro perdió la razón cuando el calor abrasador entre nosotros explotó en una llamarada candente.

Nuestras lenguas se batieron por el control y a mí no me importaba una mierda quién ganara. Solo lo quería... a él. No podía acercarme lo suficiente, así que me retorcí contra él, sin creer que lo que estaba sucediendo era real.

Había añorado sentirme así. Había echado de menos las llamas que él avivaba en mi cuerpo y en mi alma.

Solo Anthony podía hacerme olvidar por qué lo odiaba y conseguir que me derritiera en un charco fundido y sin cerebro.

Jadeante, intenté tomar aire mientras él separaba su boca de la mía para explorar la piel sensible de mi cuello. Incliné la cabeza, suplicando más sin palabras, como una adicta que no se cansaba de él.

«¡No puedo hacer esto! ¡No puedo dejar que mi cuerpo supere mi sentido común, maldita sea!», me dije.

Ambos nos sobresaltamos cuando las puertas del ascensor se abrieron y dos bocanadas audibles llenaron el aire.

Lo empujé fuerte del pecho y él dio un paso atrás de mala gana.

Abochornada, vi a la pareja mayor de mi planta esperando el ascensor; el hombre y la mujer de cabello plateado nos miraban boquiabiertos.

—Ay, Dios mío. Lo siento. —Bajé la cabeza y rodeé a la pareja visiblemente consternada y caminé a paso vivo hacia mi habitación.

Necesitaba alejarme para pensar. No podía estar cerca de Anthony sin perder la cabeza. No entendía qué estaba pasando, pero necesitaba espacio para comprenderlo.

—¡Bella! Espera, —me indicó Anthony cuando salió disparado del ascensor y me siguió. Al final me tomó del brazo mientras yo sacaba la llave de tarjeta del bolsillo para abrir la puerta de la habitación que me habían asignado.

—¡Para! —Respondí, odiando la nota suplicante en mi voz.

A pesar de mi euforia después de nuestro primer encuentro porque no había sentido nada, me di cuenta de que todavía era vulnerable a Anthony y odiaba la pérdida de poder que experimentaba cuando se acercaba demasiado.

Estaba confundida, perpleja sobre por qué mi atracción volvió tan repentinamente aquella mañana a pesar de no haber sentido nada cuando hablé con él por primera vez.

«¿Qué me está pasando?», me pregunté.

—No voy a disculparme, —me informó él, quitándome la tarjeta de la mano y sosteniéndola—. Lo necesitaba desde hacía años.

—Entonces no digas que lo sientes. Solo déjame en paz. —No tenía ningún motivo para joderme ahora—. Diviértete en otra parte. Estoy segura de que hay muchas mujeres que caerían rendidas a tus pies.

«¡Como acabo de hacerlo yo!», pensé con mi auto desprecio en su punto álgido.

Pero ahora que había recobrado la razón, juré que no volvería a ser vulnerable a aquel hombre. Quizás solo fueran viejos recuerdos que me confundían las ideas. No podía ser él. No había nada que odiara más que un chico que no podía mantener el pene en los pantalones. Anthony era el paradigma del don juan, un triste error que había cometido cuando apenas acababa de llegar a la edad adulta.

Él era todo lo que detestaba en un hombre: un infiel, frío y despiadado que solo quería sexo.

—No eres una mujer cualquiera. Creo que lo sabes, —dijo él con voz gutural.

Le arrebaté la llave de un tirón.

—Yo ya no soy nada para ti, Anthony. Nunca lo fui.

Abrí la puerta, planeando cerrársela en las narices, pero él se abrió paso detrás de mí.

—Vete, —exigí, notando que los ojos empezaban a inundárseme de lágrimas de frustración.

Lo odiaba, pero no podía ignorar la atracción que seguía ahí. Lo último que quería era desearlo. Cuando le dije que me odiaba por eso, estaba siendo totalmente sincera.

«¿Qué mujer no se odiaría por tropezar dos veces con la misma piedra?», me dije. Había tardado años en dejar de pensar en él a diario. No iba a volver a eso.

—Aún no. Solo escúchame. Por favor, —dijo en tono tranquilizador, como si intentara hablar con un niño.

—No tengo nada que decir. Y nada de lo que tú tengas que decirme cambiará el hecho de que no te soporto.

—Me deseas. —Se cruzó de brazos y alzó una ceja, como si estuviera desafiándome a negar aquella afirmación.

Me apoyé contra la puerta, cerrándola de un empujón mientras lo miraba.

—¿Y qué? Eres un chico atractivo. ¿Eso te hace feliz? No significa que me gustes.

—Me dejarías joder contigo.

Me estremecí. Tenía razón. Yo estaba tan afectado por cómo me ponía que probablemente me habría encaramado a él y le habría rogado que me satisficiera hacía tan solo unos instantes.

—¿Es eso lo único que quieres? ¿Cómo la última vez? ¿Una mujer con la que joder solo porque puedes?

Anthony resopló frustrado y se mesó el pelo con la mano.

—Joder, no. Eso no es lo único que quiero.

—Esperaba que a estas alturas estuvieras fuera del país, rescatando a mi hermana. Por favor, no esperes que intercambie mi cuerpo por tu ayuda —dije.

«¿Es eso lo que cree? ¿Qué me acostaría con él para salvar a Ángela?», pensé indignada. Si creía que podía llevarse un polvo rapidito antes de irse a buscar a mi hermana, estaba fuera de sus cabales.

Con Anthony, era difícil saber lo que estaba pensando. Pero a mí no se me ocurría ningún motivo racional por el que él pudiera estar presionando la atracción que sentíamos.

Siendo realista, yo haría cualquier cosa para salvar a mi hermana. Si eso significaba enmarañarme una vez más en un mundo de dolor, probablemente lo haría. Pero era imposible que le hiciera saber a Anthony que estaba dispuesta a hacer lo que él quisiera con tal de que trajera a mi hermana de vuelta sana y salva.

—Eso no es lo que te estoy pidiendo, —farfulló antes de acercarse al bar de la salita de estar de la suite para servirse una bebida.

Suspiré y dejé caer la llave y el bolso de bandolera que llevaba sobre una mesita junto al sofá. Temerosa de las emociones que Anthony parecía arrancarme cada vez que me acercaba a él, me senté en un sillón lo más lejos que pude del bar.

—¿Una copa? —preguntó en voz baja, volviéndose para mirarme un momento.

Yo me negué con la cabeza, sin confiar en mí misma para hablar.

Por desgracia, la habitación era demasiado pequeña. Lo miré atentamente cuando él se sentó en el sofá frente a mí; únicamente nos separaba una mesita de café.

Me sequé las palmas sudorosas en la mezclilla de los pantalones y pregunté con nerviosismo:

—Entonces ¿qué estás haciendo? ¿Qué quieres? ¿Dónde está mi hermana? Él sacudió la cabeza y luego tomó un trago del whisky que sostenía.

—No lo sé. Sinceramente, no lo sé.

—Creí que podrías localizarla. Tienes los contactos y el equipo de ORP ya está reunido, ¿verdad? —No lograba entender su falta de urgencia. Ángela podría estar, y probablemente estaba, en grave peligro.

Él asintió.

—El equipo ya está allí, Bella. Puede que estén rescatándola en este preciso instante. No he recibido un informe del progreso.

Sacudí la cabeza, confundida. «¿Cómo puede estar produciéndose el rescate ahora mismo cuando Anthony no está allí para dirigir el equipo?», pensé.

—No lo entiendo. Eres el líder del equipo. Tenía la impresión de que irías con ellos.

El pánico se hizo presa de mi garganta y me desgarraba.

—No hay motivo para que yo esté allí. De hecho, probablemente arruinaría toda la misión.

—Tienes que estar allí —dije, sin aliento, inquieta—. Ellos te necesitan.

Mi hermana te necesita.

—Necesitan a Anthony, —respondió con calma.

Yo lo miré boquiabierta, preguntándome por qué se refería a sí mismo en tercera persona.

—Sí... te necesitan.

Observé su rostro, que reflejaba una serie de emociones, antes de que dijera con cautela:

—Bella, tengo que decirte algo y necesito que sepas que la seguridad de Ángela depende de cómo reacciones ante esta información.

Parecía tan serio que asentí despacio.

—Haré todo lo que pueda para ayudar a mi hermana. Deberías saberlo. Por eso acudí a ti para empezar.

—Fuiste a ver a Anthony.

«Ay, por el amor de Dios. Está empezando a sonar un poco loco», pensé hartándome.

—Bueno. ¿Qué pasa? Dímelo. —Si tenía que ver con mi hermana pequeña, quería saberlo.

Él exhaló un largo suspiro masculino cuando sus ojos argénteos se encontraron con los míos, manteniéndome cautiva durante un instante antes de gruñir tres palabras que para mí no tuvieron sentido inmediatamente.

—No soy Anthony.

—¿Qué?

—Soy Edward Cullen. No soy Anthony.

Sus palabras pusieron todo mi mundo al revés cuando finalmente caí en la cuenta de lo que estaba diciendo exactamente.