Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es CaraNo, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is CaraNo, I'm just translating her amazing words.
Thank you CaraNo for giving me the chance to share your story in another language!
Pueden encontrar todas sus historias en su blog, favor de quitar primero los espacios. También compartiré el link directo a su blog en mi perfil de FF.
Blog: h(espacio) t(espacio) t(espacio) p(espacio) s(espacio) : / / caranofiction . wordpress .(espacio) com(espacio) /
Gracias Yani por betear esta historia.
Capítulo 6: Él hace una promesa
Canción del capítulo: Giving It Up For You de Holly Brook
EPOV
A lo largo de las siguientes semanas apenas estoy sobreviviendo. Supongo que eso demuestra lo debilucho que soy. En una esquina, tengo a Tinks y sus vigilantes ojos. En otra esquina, tengo a papá esperando que joda todo. En la tercera esquina, tengo a la gente de la escuela. Esos son fáciles de engañar, aunque Emmett está empezando a notar cosas, pero no es nada que no pueda manejar por ahora. Último, pero no menos importante, tengo la cabaña, que es el único lugar donde me puedo relajar. Por supuesto, Tinks usualmente está conmigo, pero todo lo que necesito hacer es drogarla y luego sus preguntas desaparecen. Oh sí, sus preguntas.
Suspiro, dejándome caer sobre mi cama.
Para ella, sus preguntas pueden ser inocentes, pero no lo son.
¿Por qué sales con esos cretinos de Seattle?
Para empezar, ¿cómo los conociste?
¿Qué haces cuando te encierras en tu habitación cada domingo?
¿Por qué Emmett y Peter no conocen a tus supuestos amigos de Seattle?
¿Por qué tus padres no reaccionan cuando apareces con moretones?
Gimo quedamente en la oscuridad.
Otra noche sin dormir. En estos días pasa muy seguido.
Obviamente no puedo responder las preguntas de Tinks. En lugar de eso, me encuentro hablándole con brusquedad. Está todo fuera de control. Se han difuminado demasiadas líneas y todo es culpa de Tinks. Si ella no viviera con nosotros, no sabría nada. No tendría sospechas, pero como está la situación, puedo notar que no va a retroceder. ¿Quién habría sabido que ella actuaría como un maldito interrogador? ¿No puede solo… detenerse?
Le he dicho en repetidas ocasiones que se meta en sus malditos asuntos, pero la perra no cede. Empezó esa noche de hace dos semanas. El día que un niño llamado Jacob Black me jodió la cara. Bueno, lo hizo indirectamente. O demonios, tal vez debería culpar a la doctora Sarah Jodida Black por llevar a su hijo al trabajo.
—Edward, ¿podrías cuidar a Jacob aquí por diez minutos?
Alzo la vista de los historiales que se supone que debo llevarle al doctor Gerandy —el doctor al que papá reemplazará pronto— y veo un niño parado en la estación de enfermeras. No debe tener más de nueve o diez años, y… ¿la doctora Black quiere que lo cuide? ¿Qué carajos? ¿Parezco un jodido niñero?
—Sus hermanas; ya conociste a Rachel y Rebecca, están terminando sus turnos y estarán aquí en diez minutos, máximo.
—Um… —Me froto la nuca—. No sé qué hacer.
El niño está ahí parado, mirándome.
Raro.
La doctora Black sonríe.
—Oh, solo hazle compañía. Lo haría yo, pero tengo una cirugía ahora. Como dije, será solo por diez minutos. —Bajando la vista hacia su hijo, le dice—: Te comportarás, ¿cierto, cariño?
Jacob Black no se comportó ni de mierda.
El niño salió corriendo en cuanto su mamá estuvo fuera de vista, y pasé la siguiente media hora buscándolo hasta que lo encontré en un armario de suministros. Para entonces, él ya había destrozado todo el maldito lugar.
La doctora Black no estaba enojada conmigo. Sin embargo, estaba enojada con el mierdecilla al que le decía hijo. Aunque mi papá cantó una tonada diferente. Mientras que la doctora Black llamó a papá para disculparse por Jacob, papá lo llevó en otra dirección.
Lo avergoncé.
—¿Ni siquiera puedes cuidar a un niño de diez años? —pregunta con enojo en cuanto cierro la puerta de su oficina. Trago, rezando para que Tinks no escuche nada. Ellas están abajo; nosotros estamos en el segundo piso. No debería poder escuchar—. ¡Respóndeme, Edward! —Me las arreglo para no tragar cuando lo veo de frente—. ¿Cómo carajos esperas que la gente ponga su vida en tus manos cuando no puedes cuidar a un niño sin perderlo?
—Yo… —No tengo nada que decir. De todas formas, nada será lo suficientemente bueno. Su sonrisa envía un estremecimiento por mi espalda.
Hemos estado parados así muchas veces en el pasado, él, frío y sereno con los brazos cruzados sobre el pecho, y yo… solo intento parecer tranquilo, a pesar de que ambos sabemos que no me siento así.
No te inquietes. Respira. Quédate quieto. Alza el mentón. No apartes la mirada.
—¿No tienes nada que decir? —pregunta, avanzando un paso hacia mí.
Hago puños las manos, obligándolas a no temblar.
Los vellos en mi nuca se erizan.
—¿Tienes una idea de lo que esto dice de mí? —dice entre dientes. Trago con fuerza de nuevo, viendo esa vena enojada en su frente—. Mi hijo, que irá a una de las escuelas más prestigiosas en otoño… —Sacude la cabeza—. Ni siquiera puede cuidar a un niño inocente, pero ¿se supone que sostendrá un bisturí?
Avanza otro paso.
Empiezo a sudar frío.
Por favor, por favor, por favor, que Tinks no escuche.
Una respiración.
—No-no volverá a pasar, señor.
Papá ladra una carcajada, una carcajada fría y sin humor.
—Bueno, ¡tienes toda la maldita razón en eso, hijo! —se mofa de mí—. Después de todo, sabemos qué se necesita para que no repitas un error, ¿cierto?
Con un último paso, se pone frente a mi cara y cierro los ojos con fuerza.
Cuando era pequeño, lloraba. Cuando era pequeño, me disculpaba y rogaba.
Ya no lo hago, porque nunca me ayudó.
El primer puño me golpea directo en la mandíbula.
Retrocedo un paso y me muerdo el interior de la mejilla para mantenerme callado.
No hagas ruido. ¡No hagas ni un maldito ruido, Cullen!
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —ruge, agarrando mi brazo de forma dolorosamente fuerte—. ¡Necesito que des lo jodidamente mejor de ti! —Hago una mueca y me acobardo cuando alza la mano de nuevo, pero no hay escapatoria. Me pega y suelto un gimoteo por accidente cuando mi labio se abre. Carajo, carajo, carajo. El dolor irradia por todo mi cuerpo—. ¡Cierra la maldita boca, maricón! —dice con furia en mi oído—. Dios, eres un maldito chiste. Si tus amigos pudieran verte ahora, ¿eh?
Con un empujón me deja sobre el piso.
Caigo de culo con un golpe sordo y hago una mueca al tomar mi mandíbula con la mano. Definitivamente no está rota, pero estará dolorida durante días. Carajo, ya puedo sentir el dolor de cabeza ocupando residencia en mí. Palpitando, palpitando, palpitando sin parar.
Papá se cierne sobre mí, sonriendo otra vez.
—¿Y si Isabella pudiera verte ahora?
—Papá —grazno. Puedo sentir que me pongo pálido—. No… —Por favor, por favor, por favor no.
Se ríe entre dientes.
—Oh, no te preocupes, hijo. No querría que esa linda chica supiera lo debilucho que es mi hijo. —La mirada de odio está de regreso. Sé qué es lo que viene—. Desearía tener un hijo de quien pudiera sentirme orgulloso —escupe, y luego me patea en el estómago. Me atraganto. Me patea de nuevo. Todo el aire se me sale de golpe, haciendo arder mis pulmones. Las lágrimas escocen detrás de mis ojos cerrados, pero me niego a dejar que esas mierdas salgan. Todo me duele y palpita. Termino en posición fetal. Mis oídos zumban.
»Ahora lárgate al carajo de mi oficina —espeta.
Me pongo de pie lo más rápido que puedo, aferrándome a mi estómago.
Subo corriendo a mi habitación en el tercer piso. Agarro mis llaves, mi cartera, mi chaqueta. Estoy jadeando. Carajo.
—Dios —toso. Tengo que salir de aquí. Tengo que salir de aquí. Afortunadamente puedo escuchar a mamá y Tinks en la cocina, y no me las topo cuando corro hacia la puerta.
Evito el retrovisor al salir del camino de entrada, porque no quiero ver mi propia cara. No quiero ver el trabajo de papá y no quiero ver la evidencia de lo jodidamente patético que soy. Aunque, el que no lo vea no significa que no lo siento. Mientras manejo para alejarme de Forks, todo pasa a través de mí. Vergüenza, odio, desesperanza, enojo, una furia jodidamente ardiente, más vergüenza, lástima…
En la oscuridad de mi habitación, paso la yema de mi pulgar sobre mi labio inferior, sobre el lugar donde papá lo rompió, el lugar que Tinks tocó con tanta jodida gentileza cuando regresé esa noche.
Exhalo.
Recuerdo sus mensajes de esa noche. Están guardados en mi teléfono.
Ella intentó encontrarme. Fue casi como si estuviera… preocupada. Preocupada por mí.
Mientras estaba estacionado en un callejón de Port A, solo pasando el tiempo, ella se preguntó dónde estaba.
Eso es nuevo.
Pero volviendo al tema sobre que casi me está haciendo perder la maldita cordura: sus preguntas empezaron esa noche —cuando llegué a casa— y no ha dejado de preguntar desde entonces. En realidad, todo lo que puedo hacer es contestarle con enojo. Ser brusco. Decirle que cierre la maldita boca. Porque no puedo evitarla. Ella es en quien me pierdo de vez en cuando, y necesito eso. La cabaña, fumar, el sexo. Ella.
Una mirada al reloj me hace gemir en mi almohada. Necesito dormir, pero no puedo, carajo.
Papá me cuestionará mañana sobre el proceso del cuerpo humano cuando se enferma —cómo el cuerpo lucha contra un virus— y no puedo permitirme fallar. He tenido suerte, solo me he ganado una paliza desde que regresó de Seattle, y no quiero cambiar eso. Afortunadamente, el tema es lo suficientemente fácil en esta ocasión. Estamos cubriendo diferentes tipos de fiebre, de las cuales una es señal de que el cuerpo está alejando virus, y luego tenemos hipertermia, fiebre terciana, remitente, neutropenia… la lista sigue.
Sin mirar, estiro la mano hacia el buró donde está mi teléfono.
Me voy el 22 de junio.
La graduación es el 9.
Los exámenes finales son dos semanas antes, poco más de un mes a partir de hoy.
Definitivamente no iré al jodido baile de graduación.
Respiraciones profundas.
Pronto estaré fuera de aquí.
~CLO~
Colapso sobre la cama, sin aliento, y miro al techo. Parpadeo repetidamente.
—Carajo —jadeo.
Tinks está a mi lado, también intentando recuperar el aliento.
Después del cuestionamiento de papá el día de hoy, esto era lo que necesitaba. A pesar de que pasé sin problemas, fue muy tenso.
Estoy jodidamente feliz de que Tinks aceptara venir, pero ahora que ya hemos terminado, todavía no me siento listo para irme. Ladeando la cabeza, miro su cara, me siento satisfecho al ver una sonrisita floja tirando de sus labios. Significa que sigue drogada, y tal vez no tengamos que irnos de inmediato. Así que me siento y desecho el condón, luego me pongo mi bóxer y camiseta antes de dejarme caer de nuevo sobre la cama.
—¿Quieres fumar más? —pregunto en voz baja.
Ella exhala, girando la cabeza en mi dirección. Sonrío suavemente, disfrutando esta apariencia en Tinks. Despreocupada, relajada. Le quita unos cuantos años, y se ve notablemente más joven. Me hace preguntarme un poco sobre el dolor que ella carga en otras ocasiones. Por alguna razón, no creo que se deba solo a la muerte de sus padres. Hay más, pero no sé qué es y, como he mencionado antes, tengo demasiadas mierdas propias de qué preocuparme.
—Claro —suspira suavemente—. Enciende uno. Me voy a vestir otra vez.
Asiento y bajo la vista hacia el piso donde están mis jeans. Bolsillo trasero. Hay tres porros más en la bolsita ziploc, y tengo dos escondidos en mi habitación. Pronto será momento de hacer otro viaje a Port A.
Momentos más tarde, Tinks lleva de nuevo sus jeans y una ajustada sudadera con una expresión serena en su cara mientras le da una calada al porro. Estoy de costado, apoyado sobre el codo, mientras que ella está de espaldas con la mirada en el techo. Me mojo el labio inferior, probando el dulce y fuerte sabor que deja la mariguana. Y detesto estar sintiendo curiosidad. No quiero preguntarle qué está pensando. No quiero sus problemas. No quiero saber por qué tiene pesadillas o por qué insiste en tallarse para quedar limpia cada noche hasta el punto en que su piel se torna roja. Oh, lo he notado. Comenzó de forma muy inocente, solo le pregunté si podía follarla en la ducha. Ella dijo que no antes de desaparecer en su baño, y eso fue todo. Regresé a mi habitación y una hora más tarde iba de camino a reabastecer el mini bar de mi habitación cuando me topé a Tinks saliendo del baño con una pequeña toalla envuelta en su cuerpo. Las manchas rojas en su piel fueron suficientes para calmar mi polla.
La pregunta estaba ahí, en la punta de mi lengua, pero me contuve.
Después de eso, había salido de mi habitación no tan accidentalmente unas cuantas veces, justo después de que se cerraba el agua. Y cada vez, su piel está de color rojo. A veces también sus ojos.
—No es amable quedarse viendo a alguien —dice en voz baja, sacándome de mi bruma—. Ten. —Me entrega el porro.
Lo tomo y me lo llevo a los labios.
—No soy una persona amable. —Inhalo profundamente y sostengo el humo en mis pulmones.
Me siento pesado de la mejor manera. Flojo, lento, vacío.
Ojos desenfocados.
—Eso es por elección, ¿no?
Frunzo las cejas.
—¿A qué te refieres?
—Que no eres amable con las personas. Es por elección.
Aquí vamos. Juro que ella sería una excelente psiquiatra.
—Solo guarda silencio, Tinks.
Se ríe suavemente, mirando de nuevo el techo. Un suspiro.
—Me gusta cuando me dices así —susurra y el dolor nubla sus facciones solo por un segundo antes de desaparecer de nuevo.
—¿Te refieres a Tinks?
Asiente lentamente, aceptando el porro otra vez, yo sonrío y me inclino cerca de su cara. Mis labios rozan sobre su mejilla, su sien, bajan por su mandíbula. Mientras ella contiene el aliento, yo la beso suavemente.
La beso solo por el bien de besarla.
—Abre la boca y cierra los ojos —susurra.
Hago lo que me dice, sintiendo su boca rozar la mía antes de exhalar el humo.
Me estremezco.
Bella Swan habla con voz suave y es cariñosa cuando está drogada.
Me encuentro a mí mismo deleitándome con eso.
Siento un tirón dentro de mí, pero cuando ella roza mi mejilla con sus dedos, sonriendo un poco en el beso, ese tirón cesa.
No entiendo a mi propio cuerpo. Tal vez no soy un caso típico. Tal vez no puedo encontrar respuestas sobre mí en los libros de papá.
—¿Quién diría que Edward Cullen es un jodido mimoso? —se ríe cuando acaricio su cuello con mi nariz. Estoy demasiado relajado para molestarme por el comentario. En lugar de eso, paso mi brazo alrededor de su cintura y la abrazo con fuerza. Con los ojos todavía cerrados. El mundo exterior no existe en este momento. Me siento cálido, rodeado. Es una sensación nueva. Es como cuando Tinks se preocupó por mí y me envió todos esos mensajes. Suspiro contento, pasando una pierna sobre las suyas.
Cuando se termina el porro, nos quedamos en la misma posición. Permanecemos callados por varios minutos y yo me encuentro saboreando todo. Sus dedos en mi cabello, su aroma, sus labios en mi frente, nuestras piernas entrelazadas.
—¿Recuerdas algo de Phoenix? —pregunta suave, quedamente, con añoranza.
La aprieto hacia mí, sintiendo otra vez ese tirón en mi interior.
—En realidad no —murmuro. Apenas tenía cinco años cuando nos fuimos de Arizona. Sé que éramos vecinos de los Swan y que Tinks y yo éramos cercanos, pero esto es por lo que mamá me ha dicho. De esa época, solo tengo un sentimiento que recuerdo y una memoria. Recuerdo el calor y el pasto suave bajo mis pies. Recuerdo el aire desértico. En cuanto a mi memoria, Tinks está en ella. Creo que teníamos tres o cuatro años…
—Extraño a mis padres, Edward —exhala seguido de un gimoteo.
Algo se jala, se retuerce, se agita.
Cierro los ojos con fuerza. Se me cierra la garganta. No hay nada que yo pueda hacer.
—Dios, ellos me odiarían —llora en voz baja, sollozando. Rechino los dientes, confundido por su declaración, pero sintiendo demasiado dolor como para abrir la boca. Estoy destrozado. Cállate con un carajo, Tinks. No, espera. Cuéntame todo. La vida apesta. No quiero llevar su carga, pero tengo esta urgencia de decirle que estoy aquí para ella.
—No seas estúpida —murmuro, dejando un beso en su hombro—. Nunca podrían odiarte.
Por todas las fotos que he visto, queda jodidamente claro que los Swan eran buenos. Cálidos y amorosos y esas mierdas. Apuesto que abrazaban seguido a Tinks. Apuesto que le decían que la amaban.
—Lo siento —solloza. Jodido Jesucristo, retuerce un poco más profundo la navaja, ¿no? Desenredándome de ella, me siento recargado en la cabecera y la jalo conmigo. Termina en mi regazo, acurrucada en una pequeña bola, y… y solo llora. Solloza. Sollozos jodidamente desgarradores.
Solo la abrazo, sintiéndome inútil, enojado, derrotado, débil, cansado.
Ella sigue disculpándose y no sé por qué carajos tiene que disculparse.
Aunque sus siguientes palabras detienen mi jodido corazón. Es un lloriqueo roto, gritando sobre derrota.
—Lamento ser una zorra.
Me congelo.
Tinks sigue llorando, mojándome la camiseta.
Mis oídos empiezan a zumbar.
Suelto una ráfaga de aire cuando comprendo que no estoy respirando.
—Tinks… —Respiro profundamente, preguntándome por qué carajos diría algo así sobre ella misma. Me aclaro la garganta—. ¿Qué…? —Otra respiración. Jesús—. ¿A qué demonios te refieres?
De repente, mi corazón está martilleando.
El enojo surge a través de mí junto con la confusión.
—Oye. —Le doy un suave empujón, pero no responde. Así que la obligo. De forma gentil, pero firme, agarro su mentón y lo alzo. Hay lágrimas cayéndole por las mejillas. Sus ojos están rojos y llenos de dolor. Su labio tiembla. Más lágrimas. Aprieto la mandíbula. El enojo se apodera de mí, pero definitivamente no va dirigido a ella.
»Cuéntamelo —digo entre dientes.
Está tan ida. No sé cómo es posible, pero se ve entumecida y destrozada. Sus ojos se ven vacíos.
—Es la verdad. —Sorbe la nariz y se limpia las lágrimas—. Acciones y palabras… hablan en voz muy alta. —Una sonrisa triste está ahí, luego se va en un parpadeo—. Dios, fui tan estúpida —gime, y una nueva ola de lágrimas se derraman—. Creí que estaba enamorada. —Sacude la cabeza. Me tenso—. Pensé que era real, pero no pude haber estado más equivocada. Solo fui su zorra…
—Bella —casi gruño—. Carajo, no digas…
—¿Qué? —dice con voz rota—. Es la verdad, Edward. Él era mi maldito maestro. —Parpadeo. Sorpresa, más confusión, ira—. Y jugó conmigo como la niña estúpida que era. —Se ríe sin humor, y estoy empezando a perder la cordura—. Me retracto de eso. No "era". Eso no fue ni hace dos meses. Sigo siendo una jodida niña —murmura—. Y cuando salió la verdad, él solo… yo no fui nada. Inútil, inservible. Su pequeña distracción ya que su prometida vivía muy lejos. —Luego empieza a llorar de nuevo, tapándose la cara con las manos—. Todos en la escuela se enteraron y comenzaron a decirme zorra destroza hogares.
Jódeme. Me paso una mano por el cabello, tirando de las puntas. Mierda, su vida está incluso más jodida de lo que pensé. ¿Y esto pasó hace dos meses? Maldición. Espera. Eso fue básicamente cuando murieron sus padres.
Ahora entiendo por qué se droga para escaparse.
—Tinks… —No tengo idea de qué decir.
—No lo digas. —Sacude la cabeza, hace una mueca—. No hay nada que decir. Es lo que es y soy lo que soy.
Le entrecierro los ojos.
—No eres una jodida zorra. ¿Es en serio lo que piensas?
¿Es estúpida?
Me ofrece un encogimiento con un hombro y aparta la mirada.
—Estaba ciega, creí cada palabra que me dijo. Estaba a su entera disposición. Cuando él me deseaba, ahí estaba yo. —Sus ojos se encuentran con los míos—. ¿Y no lo entiendes, Edward? Soy igual contigo. La única diferencia es que estoy consciente de todo. No me quejo cuando quieres grabarnos, cuando quieres follarme, cuando quieres que te la chupe. —Me encojo como si me golpeara—. No, no lo hagas. No te estoy diciendo esto para hacerte sentir mal. Tú también me has dado placer, algo de lo que estás muy consciente. Solo estoy declarando lo obvio. Actúo como una jodida puta.
—¡Entonces no lo hagas! —espeto, fulminándola con la mirada. No la estoy obligando a estar conmigo, carajo. Resoplo para mí. No tengo problemas para encontrar alguien más a quien follar. Demonios, todavía tengo a mis cuatro chicas en la universidad comunitaria de Port Angeles… aunque no he hablado con ellas desde que conocí a Tinks. Y…
Exhalo un aliento, me frustro cuando la verdad me golpea.
¿A quién carajos estoy engañando?
No buscaría a otra chica.
¿Por qué?
Qué me jodan si lo sé.
Maldita sea, gimo internamente y cierro los ojos. Se suponía que esto con Tinks no sería nada especial. Se suponía que ella solo sería el medio para llegar a un fin. Algo casual. Una follada temporal hasta que saliéramos de la escuela. No quiero que me importe. Se suponía que ella sería tan insignificante como las otras chicas. Quiero que la indiferencia regrese a mi vida.
—Edward —susurra y siento sus dedos en mi mandíbula. Se acerca más, sentándose a horcajadas en mí, y mantengo los ojos cerrados. No es justo. Nada de esto—. No puedo detenerme —exhala. Siento su dulce aliento en mi cara. Más cerca, más cerca. Me mojo los labios. Siento que me relajo otra vez—. No quiero detenerme.
Como un jodido debilucho, gimoteo cuando me besa.
Cristo, soy patético.
Anhelo, necesito. A ella. A Bella.
—Tinks —murmuro, besándola lentamente. Tomo su cara en mis manos, chupo su labio inferior en mi boca—. Te necesito, nena.
Se estremece y exhala temblorosamente.
—También te necesito.
~CLO~
El viaje entre la cabaña y la casa pasa en silencio. No diría que es incómodo, porque no lo es, pero es obvio que hubo palabras que se quedaron sin ser dichas. Hay un montón de cosas que quiero preguntarle sobre el maldito maestro con el que tuvo una relación y si es que es el Alec sobre quien la escucho murmurar mientras duerme, pero me mantengo callado. La indiferencia ya se ha ido permanentemente —al menos, así se siente— pero sería estúpido si intentara averiguar algo más.
—¿Edward?
La miro de reojo, notando que se ve nerviosa.
—¿Sí?
—Tú… um, no le dirás a nadie, ¿cierto? Sobre… —exhala un pesado aliento—. Sobre lo que pasó en Phoenix.
Meneo la cabeza en silencio, mantengo los ojos en la carretera.
—No tengo razones para contarle eso a alguien. Son tus asuntos. —No me importaría tener la oportunidad de enfrentar al cabrón que la lastimó, pero...—. Tu secreto está a salvo conmigo —digo en voz baja.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Cuando la miro de nuevo, veo alivio. Se ríe suavemente, con un poco de ironía.
—Por cierto, lo siento. Por derrumbarme allá.
—No te preocupes. —Estiro el brazo y le doy un apretón a su mano—. Has pasado por muchas cosas.
—Sí, pero… —En mi visión periférica, la veo sacudir la cabeza y apartar su mirada hacia la ventana a su lado—. Estos últimos días han sido demasiado. Me he sentido muy sentimental y esas mierdas. —Uh. En realidad, no lo había notado—. Supongo que pronto me llegará la regla o algo así.
Hago una mueca.
—Demasiada información, nena. Demasiada información.
Pone los ojos en blanco, pero sonríe.
~CLO~
De forma lenta, pero segura, me estoy acostumbrando a tener a papá en casa más seguido. Aunque tengo suerte de que él y mamá hayan decidido salir a cenar esta noche, porque Tinks y yo no habríamos podido pasar tanto tiempo en la cabaña si estuvieran en casa. Desafortunadamente, fueron a una jodida cena con algunos de los nuevos compañeros de papá. No es que eso signifique que pueda escaparme de él enteramente esta noche, porque Tinks y yo vamos de momento a bajar para saludar a mis queridos padres, que acaban de llegar a casa. Pero prefiero bajar y saludarlos a que ellos suban al otro piso. Supongo que Tinks piensa lo mismo.
Los encontramos en la cocina donde papá está abriendo una cerveza y mamá está poniendo la cafetera.
—Oh, siguen despiertos —dice mamá alegremente al vernos.
Alguien tomó vino durante la cena. Mucho.
—Escuchamos la puerta del garaje cerrarse —digo en voz baja, deteniéndome en la enorme entrada—. Estábamos en el balcón. —Cierto. Estábamos estudiando para los exámenes finales. Tinks había bromeado sobre que debía estudiar y no pagarle a Yorkie para hacerlo. No lo encontré gracioso.
Intento parecer casual al recargarme en el marco.
—¿Cómo estuvo la cena?
Papá responde, viéndose extrañamente feliz.
—En realidad, nos fue muy bien. La doctora Black está extremadamente satisfecha con tu trabajo.
Oh, dulce alivio.
Suelto un aliento que ni siquiera sabía que estaba conteniendo.
—Eso… eso es bueno.
Por una jodida razón, mis ojos empiezan a humedecerse.
¿Qué carajo?
Me aclaro la garganta y cambio el tema, ignorando totalmente la mirada de Tinks en mí.
—Um, un tal Michael Patrick llamó hace rato —le digo a papá—. Dejó un mensaje; está en el escritorio de tu estudio. ¿Algo sobre un apartamento? En fin, la venta se completó.
Asumo que papá está comprando —o compró— otra propiedad. Es uno de sus pasatiempos, y tiene casas, apartamentos y condominios por todo el estado.
—Excelente. —Carajo, sonríe de verdad. No puedo creerlo. Creo que nunca he visto a mi papá sonreír—. He estado esperando esa llamada.
—Oh, ¿es para Edward, querido? —le pregunta mamá.
Papá asiente y me confundo.
—Sí. —Me mira de frente, sigue sonriendo—. Supongo que ahora es tan buen momento como cualquier otro. —Mi mamá se ve muy risueña—. Como acordamos hace tiempo, te irás el 22 de junio. —Asiento. Dos días después de mi cumpleaños número dieciocho. No puedo esperar—. Bueno, pues este es tu regaño de cumpleaños —dice, sacando un papel enrollado de su saco—. Compré un apartamento tipo estudio para ti. Está a veinte minutos del campus, y en un muy buen vecindario.
Oh, Dios. No. Esto no está pasando.
—Ya está amueblado… —Papá empieza a parlotear. Trago pesadamente, vacilo antes de mirar a Tinks. Mierda. Sí, está frunciendo el ceño. A mí—. Tendrás tiempo suficiente para acomodarte antes de que empiecen las clases… —Ella también se ve confundida. Sé por qué. Sé que está a punto de descubrirlo—. Entonces, ¿qué opinas, hijo?
Mis ojos se mueven de golpe hacia los de papá.
¡Di algo!
—Yo… —inhalo—. Uh, gracias. Es… no debiste molestarte.
Papá se ríe entre dientes.
—No creíste que un hijo mío viviría en los dormitorios, ¿cierto?
De hecho, eso es exactamente lo que creí.
Tinks, por otro lado, estaba bajo la impresión de que me darían una casa enorme con alberca… ya que le dije que por eso me ofrecía de voluntario en el hospital.
—Deberíamos celebrar —dice mamá firmemente, sonriendo como el sol… o como alguien que está muy borracho—. Mañana. Cocinaré tu cena y postre favoritos, cariño. Enchiladas de pollo y pastel de barro, ¿cierto?
Um. Son pizza y galletas de chispas de chocolate, pero gracias.
—Suena genial —respondo, plasmando una sonrisa en mi cara—. Yo, uh… me iré a dormir. Pero gracias. Por el apartamento. Es increíble.
Mamá sonríe enormemente.
—Duerme bien, cariño.
—Buenas noches, hijo —añade papá.
No me quedo más tiempo.
De camino al tercer piso, me pregunto si es algo bueno o malo que Tinks se haya quedado en la cocina con mis padres.
También me pregunto cuánto tiempo pasará antes de que Tinks me confronte.
Estoy muy jodido.
