Los personajes no me pertenecen.


Quiero tomar su mano.


Yo quiero tomar su mano.

Helga no me lo permite. No puede lidiar con la idea de hacer público lo que tan feliz me hace. Y yo quiero, lo quiero. Quiero que todos vean y piensen lo que quieran, pero principalmente, que vean. Porque ella está hermosa y llámenme machista neandertal, pero quiero que todos tengan en claro que me pertenece.

Yo no soy así pero Helga me desquicia. Yo no soy así pero Helga me depura de todo pensamiento racional y yo quedo como un reverendo pelmazo, idiota e histérico.

No me permite agarrar su mano y plantarnos como los tórtolos que somos frente a todo mundo, pero yo lo necesito porque siento que me asfixio.

Qué idiota soy.

¿No puedo estar conforme con sólo yo saberla mía?

Pero su mano… si tan solo…

—¡Ven aquí! — apenas distingo su cabello cuando hala de mí al armario. Bendito sea aquel recinto diminuto, con olor a lejía y desinfectante para los baños. — ¡Maldita sea, Arnoldo! ¡Llevo horas tratando de…!

Me lanzo a sus labios porque yo también tenía horas persiguiéndola, añorándola, desquiciándome por su piel adictiva y sus malditas manos cremosas.

—¿Qué…? — se aleja de mí con un tirón, dejándome con la boca brillante de saliva y todavía hambrienta.

—Yo también llevo rato buscándote. — digo. Mi voz está tan ronca como si piedras se hubiesen deslizado por mi garganta.

—¿En serio? ¿Andábamos como la gallinita ciega tú y yo? — ella me sonríe pero mi expresión no cambia.

Me vale mierda. Estoy amargado aún cuando su beso me excitó tanto y sé, estando allí, que ella se hará cargo de ello.

Todavía entre la lejía y el desinfectante, siento su aroma a canela.

—¿Qué pasa, Arnold? — me mira preocupada. El sentimiento de culpa comienza a emerger desde mi pecho y casi me veo suplicándole que me perdone por lo que estoy a punto de hacer. — Oye…

—Voy a decirlo. — una afirmación contundente. Sus ojos se abren más de lo normal.

—¿De que estás…?

—Voy a ir allí y diré lo que somos tú y yo. Voy a gritarlo de ser necesario, y tomaré tu obstinada mano y acompañaré tu obstinado y terco trasero a casa. Voy a llevarte al cine y…

—¿Acaso estás loc…?

—¡Quiero ir de tu mano! ¿Me comprendes? Esta mano que… — tomo su mano derecha entre las mías. — me ha dado tanto… y que…

—¡Aguarda, camarón! ¿Todo esto es por unas cuantas pajas que…?

—¡Cierra la boca! ¡No menosprecies lo que ha pasado! ¡No quieras hacernos creer que lo que hemos estado haciendo no es nada más que…!

—¿Calor del momento?

—No me jodas, Helga. — aprieto su mano, quizá más de lo necesario, y atrapo sus labios sin tener ningún tipo de consideración.

¿Comprenden ahora lo que quise decir? Ella me desquicia, no hay otra explicación. Soy un bruto adolescente, un idiota en letras mayúsculas. — Es… estúpido… no vayas a… — gime ante un beso mío sobre su garganta.— No... lo arruines, Arnold.

Mi lengua traza una estela de saliva desde su mandíbula a su oreja.

—Yo quiero, Helga…

—Sé lo que quieres. — la mano que anteriormente sostenía con desenfrenada molestia y necesidad, se suelta libre y recorre el camino de mi vientre hasta el pantalón.

—No… — apoyo frente con frente, absorbiendo su agitada respiración, tanto o más turbia que la mía. — Yo no… Solo quiero… tomar tu mano… Helga… — mi estómago se contrae.

—¿Ésta mano? — Ágilmente, sus dedos bajan la cremallera y en solo segundos me tiene a su merced.

—S… Sí… no… yo… — no hemos hecho nada más que tocarnos desde el comienzo. Es un juego perturbador y doloroso, y ya no lo soporto. — No quiero esto… Hel… ga… — pero su mano ya está haciendo estragos en mí. Me retuerzo, jadeo, añoro su boca y ella me besa sin contención alguna. Mis propias manos buscan su lugar debajo de su ropa y mi piel calcina cuando acaricio sus costillas. — ¡Helga! — exploto, contra esa maravillosa palma que ahora quiero llenar de besos y hacerle un altar. Dejamos pasar un minuto antes de ella separarse levemente, buscando algo en su mochila.

Sonrío al percibir el aroma de las toallitas húmedas, agradeciendo que las mismas pudiesen opacar un poco el olor de la lejía, pero no el aroma de Helga.

Mi rubia decidió cargar siempre un paquetito de éstas, para borrar cualquier evidencia que pudiese delatarnos.

Pero, sinceramente, no me importa si toda la preparatoria se entera.

Todo lo contrario; lo deseo. Estamos en el último año, y quiero que cada quien sepa que yo, Arnold P. Shortman, estoy con Helga G. Pataki.

—No quieras pretender, Arnoldo, que… — halo su muñeca izquierda después de verla desechar las toallitas. Mis pantalones siguen desabrochados y su blusa completamente fuera de lugar.

—Voy a pretender ser lo que soy, Helga, y punto. — la pego a mí, apretando su espalda, masajeando su nuca, a unos muy exiguos centímetros de sus labios finos.

—¿Y qué se supone que eres?

¿En serio debe preguntar?

—Soy tu novio. — susurré, y la sola exteriorización de ese hecho me hace muy, muy feliz.

Dios, tan feliz que creo poder morir.

Nunca lo había dicho. Y es genial.

Mucho. Muy genial.

Soy el novio de Helga G. Pataki.

—Arnold…

—Yo… — miro sus ojos, un par de puntos excesivamente brillantes e inteligentes, cubiertos por una gruesa película de lágrimas. Algo se quiebra en mi pecho; la preocupación opacando la recién nacida felicidad. — Yo… Helga, ¡no llores! No… yo… no sé… ¡No diré nada! Pero por favor no llores. ¡Lo lamento! ¡Perdóname!

—¡Estúpido cabeza de balón! — ríe entre el llanto y me abraza con fuerza.

Creo que mi corazón se saltó un latido.

A veces no tengo ni la más remota idea de qué esperar de Helga.

—Helga…

—Necesitaba estar segura… — sorbe por la nariz contra mi hombro. — Yo… bueno, no has dicho qué sientes por mí, pero…

—Te quiero. — aclaro velozmente. La siento estremecer como un pimpollo entre mis brazos. — Por Dios, Helga, ¿en serio lo dudabas? ¿Pensaste que hacía esto contigo, solo por la maldita y caliente pubertad? ¿Qué no consideraba tus sentimientos? — de repente, me siento sumamente miserable. — ¿Qué clase de persona piensas que soy? — la pregunta sale en un susurro lastimero.

No es mi intención reclamarle pero, de verdad, ¿tan mal piensa de mí?

—Creo que eres la persona más noble del mundo, el chico más lindo y atractivo y que yo no te merezco en lo absoluto. — dice con seguridad, sus brazos rodeándome con más fuerza. — Lo siento mucho, Arnold, pero yo…

—Los momentos aquí y… ¿pensaste que sólo…? ¡Si llevo semanas rogándote para hacerlo público! Y yo…

—¡Nunca me pediste que fuese tu novia! Ni siquiera me habías dicho que… que…

—Que te quiero. — Es verdad, nunca lo dije, hasta ahora. — Te quiero, te quiero, te quiero… — dejo besitos a un lado de su perfumado y delicioso cuello. — Te quiero. — rompo el abrazo, acuno sus mejillas sonrojadas y nuestras narices se rozan. — Te quiero más que a nadie. — el expresarlo me está haciendo increíblemente más ligero y fresco. ¿Cómo no lo hice antes?

En varias ocasiones le recriminé a Helga sus insultos hacia mí pero, viéndome ahora, ella tiene toda la razón.

Soy denso y estúpido, qué más.

—Te quiero. Te quiero e iremos ya mismo a decírselo a todos. — ¡no puedo contener la emoción!

¡Por fin, haré todo lo que quiero con Helga a mi lado! Cine, helados, paseos por el muelle…

Soy un loco romántico, qué carajo.

—Espera, Arn… — la callo con un beso.

—¿Tú me quieres? No te he escuchado decirlo. — sonrío infantilmente, regresando a coger con fuerza su mano.

Ella se muerde el labio y aquel gesto me lleva a querer meter sus hermosos dedos en mis bóxers nuevamente. Y después, pasar al siguiente nivel.

Hacerle el amor con todas sus letras. Sí.

Estoy en la edad del pavo caliente, también. He de admitirlo de igual modo.

—Te quiero. — confiesa en voz baja, con las mejillas rojas y los ojos iluminados. — Te quiero más que a nada.

Quiero reír y también siento que quiero llorar. Vuelvo a besarla y aunque mi cuerpo la aclama, las ansias por gritar a todos que, sí, Helga G. Pataki es mía, están quemando mis entrañas.

—¡Vamos a decirle a todos! — opto por reír como un niño, dichoso y enamorado.

—Pero, Ar…

—Nada de "peros", Pataki. — me abrocho el pantalón y acomodo su camisa, mimando la piel con la cual entro en contacto. Le agarro un brazo y la pego a mi costado, abriendo la puerta conforme la abrazo por la cintura. — Hay un par de idiotas que tienen que saberlo. Ellos han…

—¡Aguarda! ¿Todo esto por un par de tipos? ¿Qué se supone que…?

—Te miran en todo momento, a cada rato, hablan de ti y me vuelven loco. Y ¿sabes que es lo peor? No han de ser los únicos fantaseando contigo. Eres hermosa…

—Arnold…

—Exudas sensualidad a dónde sea que vayas, Helga. Eres sexy y atrevida y…

—Arnold…

—Y completamente mía. — acelero el paso por el pasillo. ¿A dónde se fue todo mundo?

Tal es mi adrenalina que termino soltando a Helga y casi corriendo a la cafetería.

—¡Arnold!

—¡Ven aquí! — regreso a ella para agarrar su mano. — ¡Que todos nos vean de la mano! ¡Eso será suficiente! Dios, siempre he querido esto. ¡Ir de la mano con mi novia!

—Eres increíblemente cursi, cabeza de balón.

—Tú lo eres, yo no. — bromeo, henchido de alivio y con la alegría recuperada.

Me obligo a detenerme a dos pasos de nuestro destino, porque necesito prometerle que no es un juego lo que vendrá.

—Helga… — la giro hacia mí. — Tengo tu mano — alzo nuestras manos unidas, palma con palma y dedos entrelazados. — Y nunca, nunca la voy a dejar de sostener. ¿Me crees?

Suspira. Me observa fijamente y se acerca, besándome el rostro con una ternura que en mi vida había sentido jamás.

Creo que mis ojos hacen agua. Estoy demasiado feliz y agradecido.

—Hubiese sabido que esto sucedería, y habría metido mis manos en tus pantalones desde hace muchísimo tiempo.

—¡Helga! — siento mi rostro caliente y acalorado. — ¿Debes arruinar el momento así?

Su risa parece rebotar contra las paredes y casilleros.

—Puedes tener mis manos, mis dedos, mi boca… — nariz con nariz se rozan. — Mi cuerpo entero, cabeza de balón, por lo que me reste de vida. Si tú quieres, claro.

—¡Quiero! — exclamo con frenesí, tan feliz que pienso que puedo explotar con confeti de un momento a otro. La abrazo a mí, uniendo nuestras caderas, pechos, abdomen… — es lo que quiero.

Y pase lo que pase, no la voy a soltar jamás.


N/A:

Adorable y cursi este par, ¿no creen?

¡Cursi, cursi!

Tengo algunos drabbles y ones rodando por allí, los iré soltando de a poco. A quien leyó, ¡muchas gracias!

Yanii.