DULCES BESOS


6| MAS ALLA DE LA COLINA


20 de septiembre
7:32 p.m.

Un reventón de un neumático en compañía de un hombre que no tenía idea de cómo cambiar uno, y ni siquiera accionar un gato mecánico, un alto para recoger sus armas, tres estaciones de descanso, cuatro cafés, y un tardío almuerzo retrasado más tarde, llegaron a las afueras de Alborath, justamente mientras el crepúsculo caía.

Hinata lo miró de reojo y se preguntó si el color alguna vez regresaría a su cara. Había ascendido la velocidad del tembloroso coche a setenta pero rápidamente había disminuido la marcha cuando él se había agarrado los lados de su asiento tan apretadamente que si ella lo hubiera golpeado ligeramente con una uña, él podría haberse destrozado.

Había sido bueno que hubiera bajado la velocidad, porque la llanta se había vuelto plana dos millas fuera de Fairhaven, y hubieran tenido que caminar de regreso y traer a una persona de la agencia de alquiler para arreglarla, además de un técnico para cambiar la llanta. Había tratado de alquilar un vehículo diferente, pero como todo estaba bajo contrato, era ése o ninguno hasta el día siguiente por la tarde.

Una vez con la llanta cambiada, habían reanudado su paseo, y eventualmente él se había relajado lo suficiente como para fijar la atención en los vasos de café y las golosinas. Después de quejarse porque ella no había llevado arenques y papas, había consumido el café y el chocolate con gusto.

El placer que él había exhibido con artículos tan normales la había irritado más aún. Que Dios la ayudara, pero casi comenzaba a creer en él. No habían hablado mucho durante el paseo en coche, aunque no por no hacer un intento. Él simplemente no había parecido capaz de relajarse lo suficiente como para hablar.

Ahora, a medida que las luces de Alborath aparecían a la vista, anidada en un valle exuberante, su tez era fantasmal en el crepúsculo.

—¿Te gustaría detenerte en el pueblo?

—No— contestó él concisamente. Despegó a la fuerza sus dedos del borde del asiento y apuntó hacia una carretera del norte del pueblo—. Debes guiar esta bestia de metal hacia la cima de esa montaña.

Hinata observó la montaña hacia la cual él apuntaba. Había doscientas setenta y siete montañas en Escocia, o algo así decía su folleto, que excedían los tres mil pies, y él señalaba hacia una de ellas. Suspirando, rodeó el pueblo, disminuyendo la velocidad cuando alcanzó la montaña. Había estado esperando convencerlo de tomar la cena y asegurarse un descanso temporal antes de enfrentar la inmensidad de sus falsas ilusiones.

—Cuéntame sobre tu casa— lo urgió.

El día había sido una prueba para los dos, y sintió una repentina descarga de interés. Estaba a punto de llevarlo a casa, ¿y qué ocurriría si no había una allí? ¿Qué ocurriría si las siguientes pocas horas perjudicaran críticamente su mente ya dañada? Estaba dispuesta a quedarse con él hasta la noche siguiente para ver su prueba, aunque técnicamente había cumplido a cabalidad el pacto: lo había acercado sin ningún daño a Ban Drochaid. Pero tenía el presentimiento de que técnicamente no significaba demasiado para un hombre de su temperamento.

—No creas que me dejarás ahora— dijo él, colocando su mano encima de la de ella en la palanca de cambios.

Hinata lo recorrió agudamente con la mirada.

—¿Qué eres tú? ¿Un adivinador de pensamientos?

Él medio sonrió.

—No. Solamente te recuerdo que tu convenio conmigo fue que te quedarías a ver mis pruebas. No te dejaré fallarme ahora.

—¿Qué vas a hacer, encadenarme otra vez?— dijo ella secamente.

Cuando él no contestó, ella lo miró de nuevo. Por Dios en el Cielo, el hombre se veía peligroso. Sus ojos de mar eran fríos y terriblemente calmados... y sí, la encadenaría otra vez. Por una fracción de segundo, en la luz extraña y morada del crepúsculo, la miró como si él verdaderamente hubiera dado un paso delante de cinco siglos, un guerrero bárbaro concentrado en su búsqueda, y que no permitiría que nada ni nadie se metiera en medio.

—No tengo intención de dar marcha atrás— dijo ella rígidamente.

—¿Asumo que dar marcha atrás significa actuar con deshonra?— dijo él rotundamente—. Bien, pues no lo permitiría.

Condujeron en silencio por un tiempo.

—¿Disfrutas tú las rimas de un bardo, Hinata? Ella lo recorrió agudamente con la mirada.

—He sido acusada de disfrutar la poesía de vez en cuando—. La poesía romántica, el tipo que nunca le leía Hiashi Hyûga cuando era una niña.

—¿Me concederías un favor?

—Seguro, por qué no— dijo ella con un suspiro que un mártir envidiaría—. Ya he hecho cincuenta, ¿qué podría perjudicar uno más?

Él le cedió una sonrisa débil, luego habló queda y dulcemente:

—Donde tú te derrumbes, allí es donde estaré yo, dos llamas brillando desde una sola ascua; ambos hacia adelante y atrás volando en el tiempo: si se marchita tu arte, recuerda.

Ella se encogió de hombros, confusa. Había comenzado más bien romántico, pero no había acabado de ese modo.

—¿Qué quiere decir?

—¿Tienes buena memoria, Hinata Hyûga?— evadió él.

—Por supuesto que sí—. Oh, Dios Santo, a él le estaba fallando la suya.

—Dímela de nuevo.

Ella lo miró. Su cara estaba pálida, sus manos hechas puño en su regazo. Su expresión era mortalmente seria. Por ninguna otra razón que para apaciguarlo, ella se lo hizo repetir, y luego lo repitió a su vez sin error.

—¿Hay un propósito para esto?— preguntó cuando ella ya lo había dicho tres veces, perfectamente. Estaba permanentemente grabado en su mente.

—Me hizo feliz. Gracias.

—Ese parece haberse convertido en mi propósito en la vida— dijo ella secamente—.¿Ésta es otra de esas cosas que se harán evidentes para mí con el tiempo?

—Si todo sale bien, entonces no— él contestó, y algo en su voz hizo un temblor besar su columna vertebral—. Reza porque no necesites nunca entenderlo.

Ella cambió el tema ansiosamente, y durante el resto del paseo hablaron de cosas innocuas mientras la tensión se acumulaba. Él describió su castillo cariñosamente, primero los terrenos, luego el interior y algunas de las recientes renovaciones.

Ella habló de su trabajo de autómata pero dijo pocas cosas significativas. Hinata estaba condicionada para no sobre exhibirse: mientras más un hombre supiese de ella, menos terminaba por gustarle, y por razones que no podía explicar siquiera para sí misma, ella quería gustarle a Naruto MacNamikaze. Parecía que ambos estaban repentinamente ansiosos de llenar el silencio, o los tragaría vivos.

En el momento que alcanzaron la parte superior de la montaña, las manos de Hinata temblaban en el volante, pero cuando Naruto levantó una mano para apartarle el pelo de la cara, vio que las de él también lo hacían. No se perdió el significado de ese hecho: él no jugaba con ella. Verdaderamente esperaba encontrar su castillo en lo alto de esa montaña.

Firmemente encallado en su falsa ilusión, él también tenía miedo de que ya no pudiera existir. Echándole furtivamente algunas miradas, a regañadientes concedió que el hombre no estaba sufriendo amnesia o jugaba algún juego extraño. Él creía ser lo que había dicho. Esa certeza estaba muy lejos de reconfortarla. Una lesión corporal cicatrizaba, una aberración mental era mucho más difícil de curar.

Endureciéndose, bajó la velocidad, renuente a completar el viaje. Deseó haber caminado con él, así no tendría que encarar ese momento ahora. Si ella lo hubiera hecho a su manera, entonces lo podrían haber pospuesto por otras veinticuatro horas.

—Vuélvete hacia el norte.

—Pero no hay carretera allí.

—Ya lo veo— dijo él desagradablemente—. Y considerando que hemos llegado hasta aquí, pensaría que podría ser, de hecho, algo que me concierne.

Ella dio vuelta a la izquierda, y los focos delanteros del coche iluminaron la cima de una colina cubierta de hierba.

—Arriba de la colina— él urgió suavemente.

Inspirando profundamente, Hinata obedeció. Cuando él ordenó detenerse, ella no necesitó escucharlo casi, porque ya empezaba a fallar el embrague y estaba a punto de atascarse de cualquier manera. Las puntas de las piedras de altura imponente de Ban Drochaid se cernían sobre la cresta de la colina, negras contra un brumoso cielo púrpura.

—Hum, yo no veo un castillo, MacNamikaze— dijo ella con vacilación.

—Está más allá del fell; el mon lo oculta porque está situado en la parte más lejana, después de las piedras. Ven. Te mostraré—. Él tocó nerviosamente el picaporte de la puerta, luego salió del coche.

El fell y el mon debían significar colina o cresta, ella decidió mientras apagaba las luces y se unía a él. El pequeño temblor en sus manos se había propagado por el resto de su cuerpo, y estaba repentinamente helada.

—Un momento, déjame agarrar mi sudadera— dijo ella. Él esperó impacientemente, su mirada fija en la cimas de las piedras, y ella supo que estaba desesperado por levantarse sobre la cumbre a ver si su castillo todavía se mantenía de pie.

No más ansioso de lo que ella estaba para retrasarlo.

—¿Quieres un poco de comida antes de que vayamos?— dijo radiantemente, tratando de alcanzar las empanadillas de salmón y apio que habían metido en una caja en la última estación.

Él sonrió débilmente.

—Ven, Hinata. Ahora.

Con un resignado encogimiento de hombros, ella cerró de golpe la puerta del coche y anduvo con paso fastidiado hasta su lado. Cuando él tomó su mano en la suya, no trató de apartarse, sino que avanzó lentamente más cerca, casi demasiado para soportarlo.

Caminaron el resto de la pendiente en silencio, apenas roto nada más que por el canto de los grillos y el zumbido melódico de las ranas arbóreas. En la cima, ella inspiró profundamente. Contra del telón de fondo de púrpura rosado del cielo, una brisa suave rizaba la hierba dentro del círculo de piedras. Ella contó trece de ellas, alineadas alrededor de una losa grande en medio. Los megalitos erigidos e inmóviles, eran negros contra el horizonte brillante.

No había nada más allá de las piedras.

Oh, unos pocos pinos, y, concedido, varias cuestas suaves que podrían bloquear una vista, pero nada detrás de la cual un castillo podría encorvarse traviesamente.

Avanzaron en silencio, atravesando el círculo de piedras, mucho más lentamente ahora, por delante de ellos, después de unos muñones de lo que una vez habían sido robles elevados y antiguos, hasta la base clara de un castillo que ya no se levantaba allí.

Ella se rehusó a mirarlo. No lo miraría.

Cuando alcanzaron el perímetro del muro, él se hincó de rodillas.

Hinata contempló la hierba alta en medio de las ruinas, los trozos de piedra y argamasa en pilas derrumbadas, el cielo anochecido más allá de la tumba apenas visible del castillo, cualquier cosa excepto a él, temiendo lo que vería. ¿La angustia? ¿El horror? ¿La comprensión de que él verdaderamente era un perturbado mental, titilando en esos bellos ojos de cielo que parecían tan falsamente lúcidos?

—Och, Cristo, ellos están todos muertos— él murmuró—. ¿Quién destruyó a mi gente? ¿Por qué?— suspiró trémulamente—. Hinata—. La palabra era estrangulada.

—Naruto— dijo ella suavemente.

—Ordeno que regreses a tu carromato por un momento.

Hinata vaciló, desgarrada. La mitad de ella buscando nada más que volverse y correr; la otra mitad, sintiendo que él la necesitaba desesperadamente allí y ahora.

—No me iré ahora...

—Vete.

Él sonó tan afligido que Hinata se sobresaltó y lo miró. Sus ojos eran oscuros e ilegibles, a no ser por una luz trémula de humedad.

—Naruto...

—Te suplico, déjame ahora— él murmuró—. Déjame llevar luto por mi clan a solas. La debilidad de su voz la conmovió.

—Prometí precisamente no abandonarte...

—¡Ahora!— él resolló de furia. Cuando aún así ella no se movió, sus ojos resplandecieron—. Obedéceme.

Hinata advirtió tres cosas en el tiempo que le llevó pronunciar la orden. Primero, aunque ella sabía que era imposible, sus ojos azules parecieron resplandecer desde dentro, como una vez había visto en una película de ciencia ficción.

En segundo lugar, su voz era diferente, sonaba como una docena de voces amontonadas unas sobre otras, borrando cualquier posibilidad de no obedecerlo, y tercero... sospechaba que si él le hubiera ordenado caminar hacia un acantilado con semejante voz, ella lo haría.

Sus piernas arrancaron en una carrera rápida incluso mientras su cerebro tramitaba esas observaciones sorprendentes.

Pero a unos pocos pasos dentro de las piedras, la compulsión extraña amainó y ella se detuvo y miró hacia atrás. Él había entrado en las ruinas y había escalado el montón más alto de piedras derrumbadas; una silueta negra de rodillas, arqueada hacia atrás, su pecho apuntando hacia el cielo, él meneaba su puño al firmamento de color añil.

Cuando echó hacia atrás la cabeza y rugió, la sangre se le heló en las venas. ¿Era éste el mismo hombre que la había besado en el cuarto de pruebas? ¿El que la había puesto más caliente que un volcán y tan cerca de una explosión inminente y la había hecho pensar que podría haber una ecuación para la pasión que sus padres nunca le habían enseñado?

No. Ese era el hombre que traía puestas cincuenta armas en su cuerpo. Ése era el hombre que llevaba un hacha de cuchilla doble y una espada. Ése era el hombre por quien ella había empezado a perder un pedazo de un órgano que había sido criada para creer era meramente una bomba eficiente.

La comprensión la sobresaltó. Loco o no, temible o no, él la hacía sentir cosas que nunca antes había sentido.

MacNamikaze, ella pensó, ¿qué demonios voy a hacer contigo?

Naruto lloró.

Lo peor era cierto. Apoyaba su espalda en donde debería estar el Gran Hall, una rodilla doblada, los brazos extendidos, sus dedos enroscados en la hierba alta, y pensó en Minato.

Tú tienes solamente un propósito, hijo, como yo. Proteger la estirpe Namikaze y el conocimiento que guardamos.

Había fallado. En un momento de descuido había sido tomado desprevenido, había sido encantado, robado de su tiempo y enterrado durante siglos. Su desaparición había provocado la destrucción de su castillo y su clan.

Ahora Minato estaba muerto, la línea Namikaze extinguida, ¿y quién sabía dónde estaban las tablillas y volúmenes? La posibilidad de que tal conocimiento hubiera desembocado en las manos equivocadas lo hundió en un lugar negro y profundo más allá del miedo. Él sabía que un hombre ambicioso podía cambiar de forma, controlar, o destruir el mundo entero con esos conocimientos.

Protege la estirpe. Protege la tradición.

Era imperativo que él tuviera éxito en regresar a su tiempo.

Aunque no se había alterado siquiera un pelo, habían pasado quinientos años, y nada quedaba para hablar de su existencia o la vida de su padre y el padre de su padre antes de él. Miles de años de entrenamiento y disciplina, todo desaparecido en el parpadeo de un ojo.

Mañana por la noche él entraría en las piedras y realizaría el ritual. Mañana por la noche él no saldría de las piedras. De una u otra manera, ya no estaría adentro del aquí y ahora. Y Dios mediante, mañana el siglo de Hinata no tendría importancia otra vez, porque con suerte, en lo alto de Mabon él habría deshecho todo lo que había sido hecho malignamente.

A pesar de eso, por el tiempo que él tuviese que quedarse en el siglo veintiuno, su gente estaba tan muerta como su castillo destruido, nada más que un antiguo soplo de polvo de sueño a través de Escocia. Apenas arrastrando el dorso de su mano a través de sus mejillas, se empujó a sí mismo para levantarse y pasó la siguiente hora vagando por las ruinas.

No descubrió ningún indicio nuevo en el patio de la capilla. ¿Dónde se había ido su clan? Si habían muerto, ¿dónde habían sido enterrados? ¿Dónde estaba el indicio de Minato? Minato le había dicho cuidadosamente que deseaba ser enterrado bajo el serbal detrás de la capilla, pero ningún rotulador de piedra proclamaba su nombre.

Menma MacNamikaze, hijo y hermano amado.

Él barrió con dedos temblorosos la piedra que señalaba la tumba de su hermano. Incapaz de comprender el pasaje de cinco siglos, Naruto sufrió la pena caliente como una fiebre de haber enterrado a Menma sólo unas dos semanas atrás. La muerte de su hermano lo había hecho enloquecer. Habían sido tan cercanos como dos personas podrían serlo. Cuando había perdido a su hermano, había discutido horas interminables con su padre.

—¿Qué bien significa tener el conocimiento de las piedras si no puedo regresar y deshacer la muerte de Menma?— había gritado a Minato.

—Nunca debes viajar a un punto dentro de tu propia vida— Minato había contestado bruscamente, rendido y con los ojos rojos de llorar.

—¿Por qué no puedo regresar a un momento dentro de mi pasado?

—Si estás demasiado cerca de tu personalidad pasada, entonces un único "tú", ya sea el pasado o el presente, puede sobrevivir. No tenemos forma de predecir cuál vive. Ha habido veces cuando ni uno ni el otro sobrevivían. Parece alterar el orden natural de las cosas, y la naturaleza lucha para corregirse a sí misma.

—Entonces escogeré un tiempo en el pasado cuando estaba al otro lado de la frontera de Inglaterra— Naruto gruñó, rehusándose a aceptar que Menma se hubiera ido irrevocablemente.

—Nadie sabe hasta dónde es lo suficiente lejos, hijo. Además, olvidas que nunca podemos usar las piedras por razones personales. Deben ser usadas sólo para el bien del mundo o en condiciones extremas para asegurar la descendencia de los MacNamikaze. Uno de nosotros siempre debe vivir. Pero éstas no son condiciones extremas, y tú sabes qué pasaría si usaras indebidamente el poder.

Sí, lo sabía. La leyenda transmitida durante siglos, afirmaba que un Namikaze que usaba las piedras por razones personales se convertía en un Druida Oscuro desde el momento que las atravesaba. Perdidos hasta el honor y la compasión, renunciaba a su misma alma por las fuerzas más negras del mal. Se convertía en una sacrílega criatura de destrucción.

—¡Al infierno con la leyenda!— él había resollado de furia, turbulentamente. Pero incluso en su pena, había tenido mejor criterio. Si la leyenda fuera o no cierta, no sería el primer MacNamikaze en entrar por la fuerza en ese territorio sagrado.

No, él lo aceptaría, como todos sus antepasados habían aceptado, y honraría sus juramentos. No había recibido ese poder insondable para abusar de él o usarlo para ganancia personal. No podía justificar usar las piedras para reparar su corazón.

Si él salvaba a Menma y se convertía en un Druida Oscuro, ¿entonces qué haría cuando Minato envejeciera alguna vez? ¿Cambiar el destino otra vez? Un hombre podría volverse loco con tanto poder sin límites. Una vez que él cruzara la línea, no habría ninguna vuelta atrás; ciertamente se convertiría en un maestro de las artes negras.

Y así había dicho adiós a Menma y restaurado su juramento para su padre.

—Nunca usaré las piedras por razones personales. Sólo para prestar servicio y proteger, y conservar nuestra estirpe, si está amenazada con la extinción.

Como ahora.

Naruto pasó una mano por su pelo, exhalando. Menma estaba muerto. Minato estaba muerto. Él era el único Namikaze restante, y su deber era claro. Puesto que el mundo había estado por quinientos años sin la protección de un Druida Namikaze, tenía que regresar y hacer lo que fuera necesario para restaurar una descendencia correspondiente de Namikazes. A cualquier precio.

¿Y qué acerca del precio que la mujer pagará?, su conciencia lo amonestó.

—No tengo alternativa— él masculló oscuramente. Sumergió las manos en su pelo y masajeó sus sienes con la base de sus palmas.

Sabía por rutina las fórmulas para las trece piedras, pero no sabía las tres decisivas, las que especificarían el año, el mes, el día. Era imperativo que regresara al siglo dieciséis poco después de su secuestro. Quienquiera que lo hubiera sacado con engaños más allá de las paredes del castillo, no podía penetrar en la fortaleza de Castillo Namikaze con un ejército completo durante al menos varios días.

El castillo estaba demasiado bien fortificado para ser tomado fácilmente. Siempre que regresara un día, o aún dos, después de su secuestro, todavía debería estar a tiempo de salvar a su clan, su castillo, y toda la información dentro de sus paredes. Derrotaría a su enemigo, se casaría, y tendría una docena de niños. Con Menma muerto, finalmente entendía la urgencia que Minato había tratado de impartir en sus hijos para reconstruir la línea Namikaze.

Naruto, debes aprender a disimular tus artes de las mujeres y tomar una esposa...

cualquier esposa. Fui dichoso con tu madre; eso fue una cosa milagrosa y rara. Aunque deseo lo mismo para ti, también es peligroso ser tan pocos Namikazes.

Sí, él había aprendido eso de la forma más difícil. Frotó sus ojos y exhaló. Tenía un blanco minúsculo al cual apuntar, y nunca había estudiado los símbolos que ahora necesitaba. Le había sido prohibido viajar dentro de la duración de su vida, de modo que no había habido razón para que aprendiera de memoria los símbolos pasados a través de generaciones.

A pesar de todo... en un momento de debilidad oscuro y anhelante, hubiera buscado los que le habrían llevado a la mañana de la muerte de Menma, y de esos símbolos prohibidos, podría tratar de derivar las formas y las líneas de las tres que necesitaba ahora.

Aún así, era una adivinanza. Una adivinanza increíblemente riesgosa, con consecuencias horrendas si no las acertaba.

Lo que lo llevaba de regreso a las tablillas. Si Minato había podido esconderlas a alguna parte en los cimientos antes de que hubiera sufrido lo que fuere que el destino le había deparado, entonces Naruto no tendría que especular: podría calcular los símbolos que necesitaba de la información en las tablillas, sin miedo de cometer errores.

Se sintió medianamente seguro de que si se devolvía a sí mismo al día siguiente de su abducción, los lazos entre su personalidad futura y la de su cuerpo encantado, atrapado entre las paredes gruesas de piedra de la caverna, pondrían bastante distancia entre ellas.

No tenía más alternativa que creer en eso.

Naruto derramó su mirada alrededor de las ruinas. Mientras había estado ensimismado pensando, la noche había caído y era demasiado oscura para dirigir una búsqueda cabal, lo cual le dejaba sólo la mañana siguiente para ir en busca de las tablillas y tratar de recordar los símbolos.

¿Y si las tablillas no estaban allí?

Bien, entonces, aún estaba la pequeña, simpática, ingenua Hinata.

La pequeña, simpática, ingenua Hinata, estaba sentada sobre el capó del coche, comiendo ruidosamente varas de apio y pastelillos de salmón y absorbiendo el calor remanente del motor.

Dio un vistazo a su reloj pulsera. Casi dos horas habían pasado desde que había dejado a Naruto en las ruinas. Podría irse ahora. Simplemente brincar en el coche, acelerar en reverso, y desaparecer como el viento hacia el pueblo debajo. Dejar solo a ese loco para sortear sus problemas.

¿Entonces por qué no lo hacía?

Considerando cuidadosamente las Leyes de Newton de Gravitación Universal, consideró la posibilidad de que dado que la masa de Naruto era tanto más grande que la suya, estaba condenada a ser atraída hacia él a un grado similar a su proximidad, tan víctima de la gravedad como la Tierra orbitando alrededor del sol.

Ensimismada, canturreó distraídamente mientras se arrebujaba en el capó, temblando a medida que el cielo color añil se hacía más hondo, hasta hacerse de cachemira negra, riñendo consigo misma y sin poder llegar a conclusiones firmes.

No podía sacudirse el sentimiento de que pasaba por alto uno o más hechos críticos que la podrían ayudar a conjeturar lo que le había sucedido. Nunca había dado mucho crédito al instinto visceral; creía que las vísceras controlaban el hambre y desechaban los desperdicios, eran gnósticos carentes de importancia. Pero en las pasadas treinta y seis horas, algo en sus vísceras había encontrado una voz para reñir con su mente, y estaba perpleja por la discordia.

Se había quedado en las piedras y lo había vigilado algún tiempo antes de buscar el calor del capó del coche. Lo había estudiado con la franqueza remota de un científico observando un tema de prueba en un experimento, pero su estudio de él sólo había revelado más contradicciones en vez de resolver alguna de las preguntas.

Su cuerpo era poderosamente desarrollado, y un hombre no alcanzaba un cuerpo como ese sin disciplina extraordinaria, esfuerzo y una mente capaz de continua concentración. Dondequiera que él hubiera estado antes de que ella lo hubiera encontrado en la caverna, había vivido una vida activa y equilibrada.

Él o había trabajado duro o había jugado duro, y ella decidió que se debía más al trabajo que al juego, porque sus manos eran callosas, y ningún atleta aristócrata tenía callos en los dedos y las palmas. Su sedoso pelo rubio era largo para ser considerado adecuado en un caballero y lord del siglo veintiuno, pero era lustroso y sano. Sus dientes eran parejos y blancos, una prueba más del cuidado de su cuerpo. Las personas que dedicaban atención a su salud física eran usualmente igual de saludables en mente.

Él caminaba con un modo de andar que daba indicios de confianza, fuerza y habilidad para tomar decisiones difíciles. Era razonablemente inteligente y bienhablado, su extraña modulación de voz y su vocabulario aparte.

No había sabido la salida de la caverna, y cuando habían emergido, a Hinata no se le había perdido el significado del túnel derrumbado y el crecimiento excesivo de follaje.

Och, Cristo, ellos están todos muertos, él había murmurado.

Ella tembló. El motor se había enfriado, los retazos de calor ya desaparecidos.

El principio de la hoja de afeitar de Occam promulgaba que la explicación más simple que se ajustaba a la mayoría de los hechos era, más probablemente, la verdadera. La explicación más simple aquí era... que él estaba diciendo la verdad. En cierta forma había sido metido en un sueño profundo quinientos años atrás contra su voluntad, quizá por alguna ciencia perdida, y ella lo había despertado cayendo sobre él.

Imposible, su mente exclamó.

Cansada de tratar de instar al jurado para dar un consenso, aceptó a regañadientes el veredicto suspendido y admitió que no lo podía dejar. ¿Y si lo imposible fuera posible?

¿Qué ocurriría si al día siguiente él ofreciese alguna prueba concreta de que había estado congelado en el tiempo por casi quinientos años? Quizá tenía intención de mostrarle cómo había sido hecho, algún adelanto en materia de criogenia que se había perdido con el paso del tiempo.

Ella no abandonaría las premisas si había aún una remota posibilidad de encontrar tal cosa. Oh, admítelo, Hinata, a pesar haberte dejado "caer fuera" de la profesión que te han inculcado desde siempre y te ha llenado hasta arriba de tu garganta, a pesar de rehusarte a mantener tu investigación, estás fascinada por la ciencia, y te gustaría saber cómo podría dormir un hombre en cierta forma durante cinco siglos y despertarse saludable y vigoroso. Tú nunca lo publicarías, pero aún así, te gustaría saber.

Pero había más que simplemente curiosidad científica, y ella sospechaba que tenía algo que ver con su calcetín y sus óvulos y un deseo que no podía atribuir solamente al mandato programado en sus genes que pedían a gritos la supervivencia de su raza.

Ningún otro hombre alguna vez había incitado tal respuesta en ella.

La ciencia no podía explicar la ternura que había sentido al ver las lágrimas en sus ojos. Ni el deseo que había tenido de acunar su cabeza contra su pecho, no para ofrecer su cereza para ser de una vez verdaderamente arrancada, sino para su consuelo.

Oh, su corazón estaba comprometido, y estaba a la vez alarmada y exaltada por ello. Remetiendo su flequillo detrás de una oreja, se deslizó del capó y se dirigió a la colina. Él había tenido tiempo de sobra a solas. Era hora de hablar.

—Naruto—. La voz de Hinata atravesó como una luz la oscuridad alrededor de él.

Él encontró su mirada. La pobre y diminuta muchacha se veía aterrorizada, pero erguida con determinación.

Ella examinó directamente sus ojos, y, si sintió miedo, se sobrepuso a ello. Admiraba eso de ella, ese desafío a sus dudas que forjaba con el valor de un caballero entrando en la batalla. Cuando la había ahuyentado, se preocupó de que ella simplemente pudiera saltar a su bestia de metal e irse.

El alivio que había sentido al vislumbrarla ir hacia él a través de las piedras había sido ardiente. Lo que fuere que había decidido pensar de él, había decidido permanecer a su lado, lo podía ver en sus ojos.

—¿Naruto?—. Indecisa, pero a pesar de todo firme.

—¿Sí?

—¿Te sientes mejor ahora?— preguntó cautelosamente.

—He hecho una tregua provisional con mis sentimientos— dijo él secamente—. No tengas miedo, no tengo pensado levantarme y vengar la pérdida de mi gente.

Aún.

Ella asintió con la cabeza con energía.

—Bien.

Él podía distinguir que ella no tenía deseos de discutir, y en vez de acusarlo de ser un iluso cuando estaba claramente perturbado, iba a rodear eso de alguna manera indirecta. Él estrechó sus ojos, preguntándose lo que ella haría.

—Naruto, aprendí de memoria tu poema, ahora es tu turno de concederme un favor.

—Como gustes, Hinata. Sólo dime lo que quieres de mí.

—Unas cuantas preguntas simples.

—Las contestaré en la medida de mi habilidad— él contestó.

—¿Cuánta tierra hay en un hueco de un pie de ancho, nueve pulgadas de largo, y tres pies y medio de profundidad?

—¿Esa es tu pregunta?— Él preguntó, perplejo. De todas las cosas que ella podría haber preguntado...

—Una de ellas— dijo ella precipitadamente.

Él sonrió con debilidad. Su pregunta era uno de sus acertijos favoritos. Su sacerdote, Itachi, había agonizado por media hora tratando de suponer exactamente cuánta tierra había dentro de tal espacio antes de ver lo obvio.

—No hay tierra en un hueco— él contestó fácilmente.

—Oh, bien, ese fue un acertijo de truco y no me dice mucho. Lo pudiste haber oído antes. Qué hay acerca de esto: un bote echa en ancla con una escalera de cuerdas colgando sobre un lado. Los escalones en la escalera de cuerdas están a nueve pulgadas de distancia entre ellos.

» La marea aumenta en una estimación de seis pulgadas por hora y luego cae a la misma velocidad. Si un escalón de la escalera toca el agua cuando la marea comienza a aumentar, ¿entonces cuántos escalones estarán cubiertos después de ocho horas?

Naruto examinó rápidamente una serie veloz de cálculos, luego se rió suavemente, al mismo tiempo que pensaba que no podría reírse otra vez. Repentinamente entendió por qué ella había escogido esas preguntas, y su aprecio hacia ella aumentó.

Cuando un aprendiz presentaba una petición a un Druida para ser aceptado y adiestrado, se lo hacía pasar a través de una serie similar de problemas, diseñados para revelar cómo trabajaba la mente del muchacho y de lo que era él capaz.

—Ninguno, Hinata, la escalera de cuerdas se levanta con el bote en el agua. ¿Te convencen mis usos de razón de que no estoy loco?

Ella lo evaluó extrañamente.

—Tus habilidades de razonamiento parecen no estar afectadas por tu... enfermedad peculiar. ¿Qué tal esto? ¿Cuánto es 4.732,25 multiplicado por 7.837,50?

—37.089.009,375.

—Mi Dios— dijo ella, simultáneamente impresionada y enfurruñada—. ¡Tú...! Hice la primera pregunta en su mayor parte para ver si pensabas claramente, la segunda para comprobar si la primera había sido un evento fortuito. Pero tú hiciste esas matemáticas en tu cabeza en cinco segundos. ¡Incluso yo no lo puedo hacer tan rápido!

Él se encogió de hombros.

—Siempre he tenido una afinidad para los números. ¿Te probaron tus preguntas algo?—. Le habían probado algo a él. Hinata Hyûga era la muchacha más inteligente que alguna vez había encontrado. Joven, aparentemente fértil, un extraordinario calor sensual entre ellos... y lista.

Su certeza de que el destino la había traído hasta él por alguna razón aumentó diez veces. Tal vez, pensó, ella no podría no temerlo después de mañana en la víspera. Tal vez hubiese tal amor para él como su padre había conocido.

—Bien, si eres un candidato para *Bedlam, entonces eres el loco más listo que alguna vez he conocido, y tus falsas ilusiones parecen confinados hacia una sola cuestión—. Ella resopló—. Entonces, ¿ahora qué?

—Ven, Hinata—. Él tendió sus brazos hacia ella. La joven lo miró cautelosamente—. Och, vamos, dame algo para sujetar en mis brazos, algo que sea real y dulce. No te dañaré.

Ella caminó lentamente y se hundió en la hierba al lado de él. Dejó que sus caras estuvieran apartadas por varios instantes, contemplando las estrellas, luego sus hombros bajaron bruscamente y ella lo miró.

—Oh, qué diablos— le dijo, y lo dejó estupefacto al extender la mano para acunar su cabeza entre sus brazos, jalándolo hacia su pecho.

Los de él se deslizaron alrededor de su cintura y la halaron para acomodarla encima de su regazo.

—Deliciosa Hinata, debo agradecértelo otra vez. Eres un regalo de los ángeles.

—No estaría tan segura acerca de eso— ella masculló contra su pelo. Parecía sentirse torpe sujetándolo, como si no hubiera tenido mucha práctica. Su cuerpo estaba tenso, y él sintió que si se movía repentinamente, ella se levantaría a la velocidad de un rayo, así que respiró lentamente y guardó la calma, permitiéndole el tiempo para acostumbrarse a esa intimidad.

—Adivino que esto quiere decir que no podrás probarme nada mañana, ¿huh?

—Como he prometido, en la mañana te probaré que mi historia es cierta. Esto no cambia nada, o al menos lo cambia poco. ¿Te quedarás por tu propia voluntad? ¿Tal vez ayudándome a explorar las bases mañana?

Con vacilación, ella resbaló sus manos pequeñitas en su pelo y él medio suspiró, medio gimió placenteramente cuando sus uñas rozaron su cuero cabelludo.

—Sí, Naruto MacNamikaze— dijo ella, con tan buen acento como cualquier muchacha escocesa—. Estaré aquí mañana y te ayudaré.

Él se rió en voz alta y la atrajo cerca. Deseaba ardientemente su contacto, quería desesperadamente hacer el amor con ella, pero sintió que si la presionaba ahora, perdería la comodidad de su abrazo.

—Eso está bien, Hinata. No eres ninguna tonta, y creo que aún podremos hacerte una muchacha pequeñita y dulce de las Highlands.

Hinata durmió esa noche ensortijada en los brazos de un Highlander, en un campo de flores y brezos, bajo la cuchara plateada de la luna, tranquila como un cordero. Y si Naruto se sentía lobuno, se ordenó a sí mismo estar contento solamente con abrazarla.


Continuará...


Glosario:

- Bedlam: Famoso hospital psiquiátrico de Inglaterra; en una oportunidad, Oscar Wilde fue encerrado allí para "curarlo" de sus inclinaciones homosexuales.