Nota de la autora: Solo para adelantarme a cualquier pregunta, no habrá ningún romance entre Rigel y el Profesor Snape. No es que no ame a Snape, pero está haciendo el papel de Myles para los que han leído Alanna la Leona. Si no lo han hecho, es una figura mentora, a veces figura paterna (aunque Snape no hará mucho de eso porque Rigel ya tiene un padre y Snape no es esa clase de personaje.)
Después de Herbología —en donde se habían enfocado en tierra usada para plantas que crecían en lugares más exóticos, como los que crecían en la cumbre de una montaña o al fondo de lagos u océanos— Rigel permitió que Draco y Pansy se le adelantaran. Mientras se dirigían al castillo, ella se escabulló hacia el lago donde se suponía que debía encontrarse con Fred y George, acerca de quién todavía no sabía qué pensar.
Había un grupo de árboles grandes y robustos cerca de la ribera del lago, así que se dirigió hacia allá. No habían pelirrojos a la vista, aunque algunos cuantos estudiantes mayores que debían de tener una hora libre los viernes por la tarde estaban reposando bajo los árboles, claramente disfrutando su tiempo libre antes de que el semestre apurara el paso. Había estado de pie bajo una rama frondosa por solo unos minutos cuando una voz familiar la llamó.
—Oye, eres Rigel Black, ¿verdad?
El hablante era un chico alegre con piel oscura y dientes muy blanco. Tenía rastas que apenas le tocaban los hombros y enormes ojos marrones rodeados por espesas y puntiagudas pestañas.
—Sí, lo soy —dijo Rigel, girándose hacia el chico nuevo.
—Lee Jordan, o solo Lee —estiró una mano y ella la sacudió—. Fred y George me contaron sobre ti – no et preocupes, los he conocido lo suficiente como para no creer una palabra.
—Te mencionaron esta mañana —dijo Rigel—. Un gusto conocerte.
Él se echó a reír.
—Ya veo a que se referían. Lo dices como si fuera en serio.
—Lo digo en serio —dijo Rigel, confundida.
—Un Slytherin nunca dice nada en serio —sacudió la mano—. Y tampoco lo hace un bromista, así que estás en compañía excelente.
—También oí eso esta mañana —dijo ella con ironía.
Lee sonrió con aire conocedor.
—¿Fred y George estuvieron diciéndote lo maravillosos que son?
Rigel sonrió con los ojos.
—Algo así.
—Bueno, que no te deslumbren demasiado —se encogió de hombros con facilidad—. Es divertido pasar el rato con ellos, pero al final del día…
Lee se interrumpió, inclinando un poco la cabeza ante el sonido de una conmoción acercándose a ellos.
—¡… no, no, no me van a tirar al lago! —gritó un chico detrás de ellos.
Se dieron la vuelta para ver a Fred y George literalmente arrastrando a su hermano mayor. Percy tenía cara de estar en pánico y forcejaba en vano.
—¡Esta vez lo digo en serio, le mandaré una lechuza a Mamá si no me sueltan en este instante!
Fred y George soltaron los brazos de Percy como si se hubieran prendido en llamas.
—No hace falta meter a nuestra pobre y anciana Mamá en esto —empezó Fred.
—… voy a decirle que la llamaste pobre y anciana…
—Vamos, Perce, no hace falta todo eso —interrumpió George—. Solo te trajimos aquí para conocer a alguien, ¿ves?
—¿Quién? —demandó Percy, dando un vistazo—. Ya conozco a Lee y…
—No, no, al pequeño detrás de Lee —Fred se acercó y empujó a Rigel a la vista—. Este de aquí.
—Oh —Percy se ajustó los lentes con montura de cuerno y dio un paso adelante para conocerla—. Soy Percy. Mis hermanos no te arrastraron aquí también, ¿verdad? —preguntó con sospecha.
—¿Arrastrar? ¿Qué arrastrar? —dijo Fred, ofendido.
—No, yo les pedí que nos presentaran —dijo Rigel—. Soy Rigel Black, y me ayudaste en el viaje en el tren. Cuando me enteré de quién eras quise darte las gracias formalmente.
—Bueno —Percy lució sorprendido, como si nadie le hubiera dado las gracias en la vida—. No hace falta, pero de nada. Ese Flint no es un mal tipo, pero siempre está de mal humor la primera semana de la escuela, y a veces se descarga en otros.
—Entiendo —dijo Rigel—. Está en mi Casa, y ya nos arreglamos, pero de todos modos quería agradecerte por intervenir.
—Solo hago mi deber como Prefecto —Percy enrojeció mientras que sus dos hermanos le golpeaban la espalda con admiración.
—De cualquier modo, te devolveré el favor algún día, si lo necesitas —dijo ella.
El pelirrojo más alto asintió con aire azorado.
—Y si necesitas ayuda otra vez, me alegraré de hacer lo que pueda.
Rigel abrió mucho los ojos con inocencia.
—¿Lo harías? —dijo, maravillada. Era justo la apertura que había estado esperando—. No quisiera ser una molestia, y le preguntaría a un Ravenclaw, pero no conozco a ninguno, y te ves tan listo y, bueno…
—¿Sí? —indicó Percy, presumiendo un poco—. ¿Qué pasa?
—Bueno tengo tantas preguntas sobre tantas cosas, pero a veces no entiendo la explicación del libro. ¿Puedo venir a preguntarte cosas cuando me confunda en mis estudios? —preguntó, asegurándose de que su voz estuviera llena de esperanza inocente.
—¡Claro! —le aseguró Percy—. No quiero ni mucho menos mantener a una joven mente lejos del conocimiento. Cuando quieras discutir algo académico acércate y toca en la sala común de Gryffindor. Fred y George te mostrarán dónde está si no lo sabes, e incluso si no estoy ahí, alguien será capaz de encontrarme.
—Okay —dijo Rigel, y sonrió su mejor sonrisa de por-favor-sé-bueno-conmigo al Prefecto.
—Sí, bueno —Percy se ajustó los lentes y asintió con sequedad—. Quizás no te pongas esa corbata, y no debería haber problema.
Con eso, se despidió de Lee y de sus hermanos y empezó la caminata de vuelta al castillo.
—Vale, estoy impresionado —dijo Lee cuando Percy se hubo marchado—. Le tomó a Fred y George tres meses antes de ser invitados a la sala común de Slytherin.
—Aunque nunca nos volvieron a invitar después de la primera vez —dijo Fred, nostálgico.
—Algunas personas no aguantan las cremas de canario hechizadas —George se encogió de hombros—. Pero te habríamos dejado entrar a la sala común – bajo supervisión, claro – si nos lo hubieras pedido.
—Sólo quería hablar con tu hermano —dijo Rigel con honestidad—. Creo que será un recurso increíble para mis estudios.
—Claro, claro, lo que digas —dijo Fred.
—No te olvides de decir 'hola' cuando te acerques al Nido —agregó George.
—Tenemos que irnos, Oliver está reuniendo al equipo esta noche para hablar sobre las pruebas de la próxima semana y McGonagall quiere hablarme sobre comentar —dijo Lee después de lanzar el hechizo Tempus—. Podemos cenar justo.
—Fue agradable conocerte, Lee —dijo Rigel.
—Algún día lo creeré, chico —Lee se echó a reír mientras los tres corrían—. ¡Pero hoy no!
Pasó la cena moviendo sus vegetales nerviosamente a través de su plato y esquivando las preguntas exasperadas de Draco acerca de dónde había ido después de Herbología. Fue Pansy la que terminó por cerrarle la boca.
—Draco —recriminó ella—, a veces Rigel va a desaparecer sin razón aparente, porque esa es la clase de persona que es. Mientras más rápido lo aceptes y aprendas a despreocuparte de a dónde va cuando quiere vagar a solas, más feliz serás tú y todos a tu alrededor.
Draco puso cara obstinada, pero acabó por rendirse. Empezó a dar cuerda otra vez cuando Rigel les dijo que tenía algo que hacer después de la cena, pero una mirada de Pansy lo hizo encogerse de hombres con tanta indiferencia como era posible en un muchacho de once años, y se dirigió a la sala común de Slytherin sin otra palabra.
Rigel se acercó a la oficina de Snape en las mazmorras con pasos lentos y deliberados. Había esperado exactamente cinco minutos después de que el maestro dejara la Mesa de Profesores para encaminarse a su compromiso, porque quería verse respetuosamente puntual, no excesivamente impaciente. La puerta de la oficina de Snape estaba hecha de roble sólido, y era una de las habitaciones que no había podido explorar aún. Sabía que la contraseña cuando estaba cerrada con llave era "Asclepius" gracias al Mapa del Merodeador, pero también estaba resguardado con una firma mágica cuando el Profesor no estaba dentro, por lo que esta sería su primera oportunidad de satisfacer su curiosidad. O lo habría sido de no haber estado tan nerviosa. ¿Y si odió mi ensayo, o escribí demasiadas cosas obvias? Pensó, infeliz, encontré que la tarea era muy fácil. Probablemente había un truco en algún lado que me perdí y ahora va a pensar que soy la estudiante más estúpida que ha tenido el descaro de gastar el tiempo de su Profesor.
Golpeó la amplia puerta con gentileza firme y giró el pomo plateado (un metal curioso para un pomo) de inmediato cuando escuchó a Snape decir "¡Entra!". Demasiado aliviada porque no la había rechazado de inmediato, entró al espacio pequeño y rectangular, cerrando la puerta detrás de ella con suavidad. La oficina del Profesor Snape era una habitación espartana e inquietante, decorada con repugnantes ingredientes de Pociones, que se destacaban como trofeos en las paredes. No habían libros, ni arte además de un retrato de Salazar Slytherin, y nada de muebles aparte del escritorio de madera básico y la silla en la que Snape estaba sentado. Su escritorio estaba vacío excepto por solicitudes de pedido y bandejas que probablemente acogerían ensayos más tarde en el año. Su silla se veía bastante cómoda, lo que indicaba que por lo menos se sentaba un par de horas al día, pero Rigel pensó que probablemente pasaba la mayor parte de su tiempo libro en sus aposentos, y que esta oficina era solo un escaparate. Ciertamente podía verse intimidante, en particular porque los estudiantes que se acercaran a pedirle ayuda al Maestro de Pociones tendrían que quedarse de pie.
El Profesor Snape levantó la mirada de su solicitud de pedido mientras ella se acercaba a pararse frente a su escritorio, los pies separados a la altura de los hombros y las manos juntas detrás de la espalda. Le dio una mirada fija que era respetuosa pero atrevida por el orgullo que revelaba. Decía que lo respetaba, pero si la había llamado aquí solo para ridiculizarla ella no dudaría en defenderse a sí misma. Él consideró su postura y su expresión, y las líneas de su rostro se suavizaron como lo hacían cuando alguien se veía desprevenido por una memoria que pensaban haber olvidado. Pero pasó con rapidez, y el Profesor Snape apretó la boca en una línea aún más apretada que la usual.
—Señor Black —empezó, el tono una vez más esa cuidadosa neutralidad al dirigirse a ella—. Encuentro… difícil de imaginar que terminara el ensayo que asigné en el tiempo extra al final de la lección de hoy.
Ella abrió la boca, pero él levantó una mano y continuó.
—No lo estoy acusando de nada, pero es posible que un estudiante fuera capaz de recibir el tema del ensayo de un Ravenclaw o Hufflepuff de su mismo año que tuvieron las lecciones prácticas ayer, y completara el ensayo antes de tiempo con ayuda de un estudiante mayor en un esfuerzo desacertado de 'quedar bien conmigo', como dicen.
Los ojos de Rigel se abrieron como platos, por una vez con sinceridad. Claro que estaría sospechoso. Probablemente había lidiado con muchos aduladores deshonestos, y aunque era cierto que quizás ella estaba haciendo eso un poco (vale, mucho) ciertamente no estaba siendo deshonesta.
—¿Hay alguna manera en que pueda convencerlo de mi sinceridad? —preguntó con trepidación.
—Sí la hay —dijo Snape—. Ya que aparentemente no requiere referencias al completar tal tarea, me gustaría que escribiera otro ahora, en mi presencia. No pretend atacarlo, señor Black. Solo es una manera de establecer con certeza su capacidad, pero si lo elije, puede marcharse sin hacer esta tarea y en lo que a mí concierne nuestro trato será el mismo que el de sus compañeros Slytherin.
—No traje pluma ni pergamino —dijo ella, ceñuda.
Él buscó en uno de los cajones de su escritorio y sacó un rollo de pergamino en blanco, junto a una pluma y un tintero, y los depositó en el escritorio en silencio.
—¿De qué es el ensayo, señor? —preguntó sin acercarse a tomar los instrumentos ofrecidos. Empezar un ensayo que no podía completer no tendría sentido.
—No tiene largo mínimo —dijo—. Y no es un ensayo, exactamente. Haga una lista de todos los ingredientes de Pociones que conozca, seguido por sus peligros y usos que pueda recordar. Debería seguir la misma línea de lo que cubrimos ayer, aunque si conoce otros no discutidos en clase, por favor agréguelos. Tómese su tiempo.
Rigel asintió, y se acercó a tomar los suministros de escritura, ahora deseosa de empezar.
—¿Puedo ocupar el otro lado de su escritorio para escribir, señor? —preguntó.
Él alzó una ceja.
—No me han llamado justo a menudo —dijo con sequedad— pero nunca he obligado a un estudiante a escribir un ensayo de pie.
Dicho esto, sacó su varita y conjuró un escritorio y una silla básica en una esquina de la habitación para su uso. Ella le agradeció, se sentó y empezó a escribir de inmediato.
Hojas de abberra – utilizadas en Skele-Grow (cortadas) y Poción Nutriente (en cubos). Deben cosecharse sacando las raíces de la planta intactas, o las hojas se secan y se vuelve venenosa en tres días.
Acónito – usando en Matalobos (las flores, aplastadas), varios venenos (por lo general los tallos, triturados), y recientemente en Pociones para incrementar el ardor (solo los estambres polinizados, aunque este método no ha sido testeado). Muy peligroso de recolectar, puesto que crece más prolíficamente en territorio de hombre lobo y debe ser cosechada durante luna llena. Es venenoso si se consume y es difícil agregarlo a las Pociones sin que exploten, porque es muy reactivo a otros ingredientes.
Aguijones de Víbora – se usa generalmente en Pociones de broma para causar salpullidos vergonzosos u otras condiciones de la piel, con la excepción de Remedios para Náuseas Matutinas para brujas embarazadas durante el primer trimestre. Peligroso porque de haber demasiado en una Poción lo puede volver demasiado caliente para beber sin quemar la garganta del bebedor con severidad. Deben manejarse con guantes.
Flor de Aesop – usada por aquellos en el campo de la Adivinación para Pociones Caminasueños. Fuerte alucinógeno y a veces vendido en el mercado negro en cantidades peligrosas como droga recreacional. Peligrosamente adictivo en dosis fuertes y frecuentes…
Y así fue. Rigel escribió hasta llegar a: Melonita – usada para Pociones Para Aliviar Calambres Musculares (molido y seco) y también Pociones para la Regulación Intestinal y en varios bálsamos y pastas para músculos adoloridos o tiesos. Peligroso solo si la persona inhala los humos de una Poción mientras la melonita se cuece en ella, porque causa pérdida de control muscular, en especial en manos y pies, y podría causar un accidente si el Pocionista intenta seguir manejando ingredientes. Y luego se le acabó el pergamino.
Se puso de pie y caminó un par de pasos hacia el escritorio de Snape. Parecía estar escribiendo un borrador de una carta, por lo que ella mantuvo sus ojos alejados de su pergamino y esperó a que se detuviera. Él dejó la pluma a un lado y estiró una mano con la palma hacia arriba.
—¿Terminó? —preguntó, sorprendido al notar que las antorchas ardían con llamas bajas.
—No, señor —dijo Rigel, disculpándose—. Necesito más pergamino.
—¿Más pergamino? —repitió él, frunciendo el ceño.
—Sí, señor —dijo ella, pensando que estaba irritado porque había usado demasiado—. Me aseguraré de reembolsarlo por los suministros que utilicé.
—Reemb… —él frunció el ceño con aire oscuro—. ¡Dame eso!
Arrancó el pergamino de su mano y lo desenrolló, mirando con fijeza las letras por un lado, y girándolo lentamente para mirar la parte de atrás, que también estaba llena de una letra pequeña y ordenada.
—Solo llegué a la mitad de la 'M' —dijo ella, intentando ayudar.
Sus ojos se abalanzaron sobre ella.
—Siéntese. Ahora.
Dirigió un dedo a la silla en la que había estado sentada, que flotó hasta acercarse al escritorio, e hizo un gesto imperioso para que lo usara. Ella se sentó en silencio mientras él se acomodaba lentamente en su propia silla, sus ojos moviéndose rápidamente por el pergamino. Ella compuso mentalmente el resto de los ingredients que recordaba, en caso de que le pidiera recitarlos oralmente en lugar de terminar el ensayo.
Pasaron minutos en silencio, la única interrupción fue cuando Snape volvió a abrir el pergamino con impaciencia y siguió leyendo. Por fin, lanzó el pergamino y la fijó con una mirada de hierro.
—¿Tiene una memoria fotográfica, señor Black? —demandó.
—No, señor —dijo ella.
—Una fascinación… extrema con Herbología, entonces —sugirió él. Le pareció que sonaba enfermo.
—No particularmente, señor —dijo ella en voz queda.
—¿Debo entender, entonces, que usted tiene más que un interés pasajero en las Pociones, señor Black?
Snape apretó los dientes al decir su apellido de manera convulsiva.
—Sí, señor —ella alzó la cara para mirarlo a los ojos, pasando por su piel demasiado pálida y el gel retardante de llamas que le cubría el pelo descuidado—. Usted entiende, ¿no es así, señor? Nadie más lo hace, y casi todos me dicen que ya sé suficiente sobre Pociones y que me enfoque en algo más, pero usted me enseñará cosas nuevas, ¿no es así? No quiero molestarlo, y estoy seguro de que recibe muchos pedidos de tutelaje considerando su posición en la comunidad de Pociones. Es solo que estoy muy cansado de aprender de libros.
Sus ojos se cerraron como cortinas de hierro por un momento. Rigel intentó enfocarse en los horribles jarros de cosas muertas, la situación con Flint, su amistad nueva y extraña con Draco, cualquier cosa excepto Snape y su expresión ilegible. Para su alma joven y nueva, que todavía no había abierto sus ojos a la vastedad del mundo, le pareció que su Destino colgaba en la balanza en ese momento. Su Profesor suspiró con pesadez, y cuando habló Rigel se dio cuenta de que sonaba cansado, no enfermo.
—El nivel de conocimiento que ha demostrado hoy no es nada menos que increíble, por lo que me perdonará por ser algo reticente a creerlo al principio —dijo Snape, frotándose una mano por los ojos, abriendo las fosas nasales mientras intentaba pensar—. Sí que entiendo.
Rigel no se había dado cuenta de lo que esas palabras significarían, puestas de tal manera y viniendo del Maestro de Pociones Snape, hasta que las escuchó. Había escuchado a gente decir que podías perder un peso que no sabías que cargabas, pero para Rigel se sintió como que acababan de abrir una ventana y ella ni siquiera se había dado cuenta de que estaba bajo techo. Como si hubiera estado mirando al mundo a través de un cristal sin darse cuenta, y ahora podía sentir y oler la briza. Cerró los ojos para saborear las palabras, luego los abrió y puso todo lo que sentía por fabricar Pociones en sus ojos. Era más difícil de lo que esperaba, quizás porque no tenía práctica en poner emociones reales en su cara, pero proyectó toda su pasión y deseo y triunfo y desolación – la desolación de darse cuenta de que su sueño estaba aquí en Hogwarts, donde ella nunca podría estar – hacia el Profesor Snape, queriendo que él viera, que supiera como ella, que las Pociones eran lo único que podría hacer.
Un momento estaba rogándole a Snape que entendiera y preguntándose desconsoladamente qué pensaba el Profesor Snape de su trabajo, y el siguiente momento su consciencia estaba llena de pensamientos ajenos: incredulidad y consternación ambivalente – no sabía qué hacer. Estaba feliz, de haber encontrado por fin un Slytherin con el potencial que necesitaba, y sospechoso de que fuera una broma cruel, porque sabía que las cosas buenas nunca eran verdad, y resentida de que era Black quien tenía tal hijo. Un hijo que por derecho el universe debería haberle dado a él, uno que estaba desperdiciado en Black si el chico tenía que pasar su vida y talento aprendiendo Pociones de un libro – y entonces estaba jadeando para respirar, sintiendo cosas familiares, como su propia confusión y náusea. Abrió los ojos para encontrarse apoyada sobre el escritorio de Snape, y se enderezó lentamente hasta quedar sentada una vez más. Snape estaba sentado rígidamente en su propia silla, ojos muy abiertos y el rostro congelado en una expresión de ira sorprendida.
—¿Qué acaba de pasar? —dijo Rigel, poniendo una mano en su sien en el símbolo universal de confusión total y completa.
—Le preguntaría eso a usted, de no ser por que ya lo sé. Estaba en su mente, a menos que me equivoque, específicamente en la parte preocupada por Pociones, y usted estaba en mi mente —sus ojos brillaron con aire amenazador— específicamente en la parte ocupada con mi opinión de usted.
Rigel se encogió, todavía completamente confundida.
—¿Estaba en mi mente? ¿Qué fue lo que vio? —dijo ella, su voz alzándose automáticamente hasta llegar su tono natural—. No entiendo cómo esto podría haber…
Le fallaron las palabras, y enterró la cara en las manos, tremblando con violencia. No podía todo terminar aquí, no podía.
—Exacto —dijo Snape, respirando profundo para calmarse a sí mismo—. ¿Cómo hizo eso? Tengo escudos de Oclumancia extremadamente fuertes, y en cualquier caso eso no era cualquier Legilimancia que haya experimentado. Para empezar, no habían imágenes, ni memorias, solo sentimientos directos, pero era como si yo fuera su origen, en lugar de meramente un observador de su experiencia. Necesito que se calme y se enfoque, para que explique qué estaba intentando hacer, señor Black. ¿Señor Black?
Ella no podía oírlo, o si lo había no registró que le hablaba a ella. Habló en voz más alta.
—Señor Black. Arctur – Rigel. ¡Rigel!
—Huh - ¿qué, yo? —Rigel tragó aire con desesperación.
—Sí, claro, muchacho, quién más… —Snape se controló—. Rigel, estás teniendo un ataque de pánico. Toma respiraciones pequeñas y habla.
—Okay. Okay, lo siento —inhale con cuidado y balbuceó con tanta coherencia como le fue posible—. Es que no puedo irme a casa solo por esto, no es justo. Ni siquiera sé que pasó, quiero decir, ¿cómo pasó? Solo quería mostrarle lo serio que soy con las Pociones, no entrar a su cabeza, que es muy complicada en caso de que no supiera, y oh cielos usted estaba en mi cabeza - ¡qué fue lo que vio! —Rigel gruñó en sus manos—. ¿Me van a expulsar, ahora? Para lo que vale lo siento mucho, y nunca quise herir a nadie.
—No voy a expulsarlo, Rigel —dijo Snape con lentitud y claridad—. No sé a qué le teme tanto, y tampoco lo obligaré a decirme, pero de su mente no vi nada más y nada menos que la pasión consumidora que tiene por fabricar y entender Pociones.
—Oh —Rigel dejó de hiperventilar casi de inmediato, dándose cuenta en retrospectiva que se había referido a ella como 'muchacho' y 'señor Black' y que si su experiencia había sido tan abrumadora como la de ella, era poco probable que hubiera notado algo concreto—. Y… ¿ahora qué, señor?
—No entiendo qué pasó aquí, pero algo bueno puede salir de esto. Para empezar, aclaró mis dudas sobre su sinceridad acerca de aprender mi arte —dijo el Profesor Snape cuidadosamente—. Mientras no suceda otra vez, no veo motivo para que los últimos diez minutos afecten cualquier cosa fuera de esta habitación.
Su cabeza se levantó con tanta rapidez que le sonó el cuello incómodamente, y ella lo miró con fijeza, ojos enormes y pelo desordenado.
—¿De verdad, señor? ¿Me daría otra oportunidad?
Snape puso una expression determinada.
—Sí. Lo haré. Lo haremos. Su padre no es un factor aquí, y lo que acaba de ocurrir en nuestras mentes tampoco. Tiene talento, o por lo menos una motivación excepcional, y aclamaré a Gryffindor antes de ver que esa habilidad se atrofie.
Rigel no estaba segura cuál de los dos intentaba convencer, pero su corazón estaba a punto de explotar con todo lo que sentía. Alivio y alegría y una suerte extraña de vértigo que la dejó tambaleando con los eventos del día. Todo lo que quería hacer ahora era dormir. Snape debió haber notado que su energía caía, porque se puso de pie e hizo un gesto para que ella también se levantara para poder desvanecer los muebles extras.
—Ha sido un día largo para ambos, señor Black —dijo él, y ella notó que su voz ya no era puramente neutral a su alrededor. Flotaba un poco en dirección a tibia—. Váyase a la cama, ahora, y lidiaremos con los detalles y las consecuencias de esto cuando debamos. Para el lunes, puede escoger un ingrediente de la lista que compiló y escriba diez pulgadas de discusión profunda acerca de él.
—Sí, señor —dijo Rigel, dirigiéndose a la puerta—. Gracias.
Él asintió con sequedad, todavía viéndose un poco fuera de balance. Ella se giró en la puerta, una mano en el pomo, y dijo:
—No se arrepentirá de esto, Profesor Snape. Se lo prometo.
—Eso no lo dudo, señor Black.
