Capítulo 8

No era falta voltear a mirar hacia atrás como para averiguar de quien pertenecía esa voz tan tremendamente masculina. Pues ella la conocía a la perfección. Era sorprendente hasta qué punto la reconocía e incluso su aroma. Su cuerpo reaccionaba ante su cercanía, un intenso y delicioso escalofrío la recorrió. Producto del recuerdo de la noche anterior que había tenido con él. Aun recordaba esas manos sobre sus caderas, los pequeños mordiscos en su cuello. De cómo la había hecho llegar a aquellos placenteros orgasmos.

La playa se quedó de proto en completo silencio y Kagome sólo veía la sombra que se proyectaba detrás de ella hasta llegar a la mitad del cuerpo de su amiga Sango, quien lo miraba atónita, con la boca entreabierta, tratando de dar una respuesta. Pero lo único capaz que pudo hacer fue mover la cabeza de arriba abajo, viendo como aquel adonis tomaba a su amiga del brazo y se la llevaba lejos de ella.

Aquel vecino de avión no le había dado tiempo ni de ponerse las sandalias y ahora la arena caliente le calaba en las plantas de los pies. Y él pareció advertirlo. La miró y Kagome se fundió en su mirada dorada. Iba vestido con una bermuda azul y una camisa blanca sin cuello, que se ajustaba a su estrecho tórax.

― ¿Sucede algo, pequeña?

―Pues vera usted, vecino de avión…― dijo en tono de broma – Si no me hubiera tomado así, habría tenido tiempo de ponerme las sandalias. Ahora la arena me quema.

Él alzó una negra ceja que sobresalió de sus lentes. Vio a la chica descalza y esbozó una media sonrisa. Acto seguido inclinó una rodilla en la arena para que estuviera a su altura.

―Sube a mi espalda, te llevo.

―Pero….― intentó protestar.

― ¿O prefieres seguir andando descalza?

―No – ella negó.

―Eso supuse – asintió él – Ahora sube a mi espalda ¿Quieres?

Kagome se mordió el labio inferior al verlo de espaldas e inclinado ante ella. Se detuvo a contemplarlo por unos segundos. No podía quitarse de la cabeza ese cuerpo desnudo y sobre el de ella.

¿Qué habría pasado si se hubiese quedado hasta el amanecer con él?

Seguramente repetirían lo de la noche anterior, que era lo más probable. Pero cobardemente tuvo que dejarlo antes del amanecer. Como su encuentro solo había sido sexo, tal vez él la despediría con un "gracias" o un "aquí llegó todo". Ambos ni siquiera se habían dicho sus nombres, si, tenía curiosidad por averiguarlo, pero ¿Para qué? ¿Qué ganaría con saberlo? Ella estaba a punto de casarse y nunca había tenido dudas hasta el día de hoy, es más hasta que su prometido empleó la palabra "puta" con ella. Eso la hizo enfadar como para no sentirse culpable.

Pero decidió que no pensaría en Hoyo, iba a seguir teniendo esos encuentros con aquel desconocido hasta donde llegaran las cosas.

Así que se trepó a su espalda, sintió como sus manos fuertes y suaves se aferraban a sus mulsos. Su aroma la penetró más y tuvo que respirar profundamente para no cometer una locura. Como besarle el cuello.

― ¿Y a dónde vamos? – preguntó, cubriéndose la frente del sol.

Lo escuchó reír y fue la risa más bonita que había escuchado.

Ya Kagome, esto solo es una aventura pasajera.

Pero en lugar de responder continuó su camino, con ella en brazos.

La llevó hasta un embarcadero donde ya los esperaba un hombre parado atrás de un yate. Parecía ser el capitán por la forma en que iba vestido. Inuyasha la bajó con sumo cuidado y se acercó hasta aquel hombre, a quien lo saludó de mano.

―Está todo listo – comentó el capitán – Tal y como lo dispuso señor T…

―Gracias.

Interrumpió Inuyasha antes de que revelara su nombre y pudiera ser escuchado por la pequeña.

Pero Kagome no podía escuchar nada desde la poca distancia en la que se encontraba. En cambio, observaba el lujoso Yate que se alzaba delante de ella. Era blanco, le podía calculaba unos 84 pies de altura. Había un espacio para aire libre en la parte de arriba. Fácilmente podrían caber treinta personas en él. Si Ayame hubiese estado ahí, seguramente le daría el infarto o mejor dicho lo usaría para darle una despedida de soltera que jamás podría olvidar.

El capitán le entregó unas llaves, asintió mientras recibía todo tipo de instrucciones por parte del capitán. Al final se guardó las llaves en el bolsillo de su Bermuda y con una sonrisa arrogante la miró a ella.

― ¿Te vas a quedar ahí, pequeña?

Su voz interrumpió sus pensamientos, después se animó a subir, pero al pasar a lado del capitán, éste le hizo una reservada reverencia, muy al estilo de regencia.

¿Aún se usaba eso en estos tiempos?

Si la fachada del Yate le pareció imponente, el interior era mucho más lujoso de lo que suponía, sobre todo muy espacioso. Dentro de él las paredes estaban tapizadas de caoba y contrataban con los muebles. En el centro había una mesa puesta para dos personas, con un sinfín de variedad de platillos.

Y ese gesto lo agradeció infinitamente, ya que comenzaba hacerse tarde. Había tenido planes de ir a comer con las chicas en algún restaurante cercano, pero nunca contó con la aparición inesperada de su vecino de asientos.

No podía ocultar sentirse un poco apenada, iba descalza y lo único que había podido tomar fue su bolso. Él la condujo hasta el sofá y le dijo que esperara ahí, segundos después apareció con un par de sandalias en color verde.

Las tomó y miró la talla. Vaya, había acertado en eso. Y aquí surgió la duda.

¿Con cuantas chicas se habría acostado como para conocer la talla?

― ¿No son de tu agrado, pequeña?

― ¿Cómo supiste mi número?

Él se encogió de hombros.

―Intuición – le guiño un ojo.

Ella sin vacilar tomó las sandalias y se las puso. Eran bonitas.

―Puedes tomar lo que desees.

Explicó mientras señalaba todo lo de la mesa. Había langosta, filete bañado en mantequilla y ensalada por si era vegetariana. Pero en este caso no lo era. En una hilera especial, se encontraba una botella de champán abierta. La tomó y relleno una copa.

―Si me disculpa, pequeña – le entregó la copa, mientras sus miradas se fundían una vez más – Debo encender un yate.

Pero ante antes de que ella pudiera reaccionar, él se dio media vuelta y la dejó ahí en la cabina. Sintió como él motor rugía bajo sus pies y Comenzaba a moverse.

Pero no era lo correcto, estar ahí, delante de toda esa comida mientras él conducía ese yate y la llevaba a quien sabe dónde. Así que se levantó, sirvió otra copa de champán y fue a su encuentro.

Él se encontraba maniobrando los motores de aquel yate. Lo vio sentado, tenía la vista fija a veces en el mapa o en un pequeño radar que poseía los controles. La sintió de tras de él. Giró y aceptó la copa de ella le ofrecía.

Pará Inuyasha ese gesto fue único, no estaba acostumbrado a que una mujer fuese atenta con él. Normalmente siempre le tocaba dar, pero no recibir. Tal vez había pensado mal, imaginar que ella se quedaría abajo en la cabina comiendo mientras él conducía.

Se llevó la copa a los labios y bebió un pequeño trago, sin dejar de mirarla.

Tenía ante él a la mujer más bella y sensual que en toda su vida habría conocido. Llevaba un traje de baño en color negro de dos piezas y sólo podía pensar en estar en la quietud del mar adentro, llevarla a un camarote y no regresar hasta el amanecer. Solo así ella no podría escaparse de él está vez. Por eso ideó todo ese plan

Que importaba si saldría caro la renta de ese yate, con tal de estar una noche más con ella.

―Anoche desapareciste – comentó él.

Kagome casi se atragantaba con el liquido de la champan y por poco estuvo a punto de escupírsela en la cara. En cambio, se recargo con tranquilidad en un asiento, cruzó las piernas y lo miró despreocupada.

―No creí que eso te importara, vecino de avión.

Inuyasha esbozó una sonrisa ante ese mote, comenzaba incluso agradarle un poco. Era mucho mejor a comparación de como lo llamaba Koga.

―Si – él se llevó una mano a la barbilla – Pero no te di permiso.

―Creo no habértelo pedido.

Vaya, era directa y respondía rápido.

―Y yo creo que dejé claro cuando te dije que no había terminado contigo.

¿Comenzaba a hacer más calor? O ¿Había sido su comentario que la hicieron ponerse más colorada de lo que ya estaba?

Decidió no contestar a su comentario y cambió de tema.

― ¿A dónde vamos?

Inuyasha se encogió de hombros y esbozó una sonrisa, mostrando sus perfectos dientes.

― ¿Tienes miedo, pequeña?

Kagome alzó una delgada ceja. No era miedo, sino nervios. El solo hecho de pensar que los dos estaban en un yate, hacia un rumbo desconocido, cualquier cosa pudiera llegar a pasar.

―Recuerda que soy estafadora, no tengo miedo.

―Y yo un asesino serial.

Ambos se miraron fijamente. Parecían como si se estuviesen leyendo las mentes. Porque ambos pensaban en una sola cosa, saber cosas del uno al otro.

―Vamos a nadar, mar adentro.

Alzó una delgada ceja, pero no le dio la suficiente importancia. Comenzaba a agradarle las atenciones que tenía aquel hombre, sobre todo su forma tan divertida de responder, cosa que su prometido no.

Pero la incógnita por saber el nombre de cada quien flotaba en el aire y ambos se morían de deseo por saberlo.

― ¿Cuál es tu nombre? – preguntó él primero.

Kagome no sabía si lo decía jugando o en realidad deseaba saberlo. Así que se fue por el juego.

―Gamora.

Inuyasha no pudo contener una risa, que se escuchó en toda la cabina de mando. El sol se filtraba por la ventana y su cabello negro se tornaba un poco cenizo. Casi plateado.

― ¿Y el tuyo? – ahora era el turno de ella.

―Inuyasha.

Pero él sí que le dijo la verdad fingiendo que fuese mentira.

― ¿A qué te dedicas, Ga―mo―ra?

Kagome pensó rápido en una profesión. Normalmente cuando la cuestionaban no dudaba en responder que era restauradora de arte y que trabajaba en el Museo Metropolitano. Era su orgullo pasar horas enteras delante de un cuadro e irle dando colores que había perdido. A Hoyo se le hacía aburrido y muy a menudo se lo dejaba claro, diciendo que eso no era una profesión. Pero era lo que más le fascinaba en la vida y él no lo entendería nunca.

Así como a Kikyo, si bien no estaba casada y ni hijos quería tener, disfrutaba como ginecóloga obstetra traerlos al mundo. En cambio, Ayame se pasaba horas enteras haciendo declaraciones ante hacienda y sufría cuando era cierre de mes. Rin, por el contrario, era un poco parecida a ella, solo que se encargaba de diseñar y remodelar interiores. Y por último estaba Sango, dueña de una cafetería, podría entrar a la hora que deseaba y tomarse unas vacaciones. Pero siempre estaba al frente de su negocio y próximamente abriría otro.

Pero en esta ocasión no revelaría ni su nombre, ni su profesión. Mucho menos su edad. Seguiría con el plan de juego.

―Trabajó en un club nocturno como DJ.

Tuvo que morderse el labio inferior para no reír cuando "Inuyasha" alzó una ceja y la miraba curioso.

―Ahora te toca a ti.

Él se encogió de hombros, antes de responder notó que Kagome sacaba la botella y le rellenan a la copa, asintió ese gesto como muestra de gratitud y al final, ya que la veía tan impaciente por saber a qué se dedicaba, respondió:

―Arquitecto, genio, billonario, mujeriego y filántropo.

Si ella podía jugar, él también.

No hubo más preguntas que hacer, ya que justo en ese momento ella se disculpaba para ir al tocador. Mientras él seguía conduciendo a mar adentro el yate. Su móvil sonó, lo sacó del bolsillo de su Bermuda e hizo una mueca al ver quien era.

Era el idiota de Koga quien le hacía una video llamada. Dudó unos segundos y al final contestó.

En la video llamada estaban él y Naraku, atrás de ellos se podían ver los Alpes y los dos iban con trajes especiales para esquiar.

― ¿Qué tal Cancún, Bestia? – preguntó Koga.

Naraku le había arrebatado el móvil a Koga y enfocaba a un par de rubias para que su amigo pudiera verlas.

―Saca tu trasero de esa playa y ven aquí. No es por nada, pero te estas perdiendo de unas vistas espectaculares.

De pronto vio salir a "Gamora" que ahora contemplaba el mar. Se le quedó viendo un momento. Su diminuto traje de baño negro dejaban poco a su retorcida imaginación.

Imaginaba como deshacía esos nudos con los dientes y cada pieza resbalaba por su esbelto cuerpo.

―Ya tengo mi propia vista espectacular, gracias.

―Uyuyuy – canturrio Koga divertido – Eso me dice que la bestia anda suelta.

Inuyasha entorno los ojos hacia el móvil.

―Imbécil.

―Preséntala – dijo emocionado Naraku ― ¿Tiene amigas?

― ¿Son guapas? – preguntó interesado Koga. ― ¿Alguna pelirroja?

―No tengo deseos de desperdiciar mi tiempo con ustedes. – hizo un gesto de despedida – Los veo luego.

―Oye no nos puedes dejar…

No dejó terminar la frase de Koga cuando ya había cortado la comunicación con sus amigos. Siempre tan inoportunos como oportunos.

Kagome contemplaba como la popa del yate rompía las olas. A lo lejos vio saltar a dos delfines, lo que daba por hecho que ya se encontraban en mar adentro. Todo era tan pacifico. Tan tranquilo que por un momento olvidó que estaba ahí por una despedida de soltera. Que por cierto era la suya y que además no había vuelto a usar el anillo de compromiso.

Tal vez estos días estando lejos de Hoyo la estaban ayudando para encontrarse consigo mismo, para saber que era lo que más deseaba. En estos momentos deseaba volver a repetir lo de aquella noche con su vecino de asiento.

El motor se apagó y por consiguiente el yate se detuvo. Todo lo que observaba era el mar y como el cielo sol se preparaba para ocultarse.

Inuyasha se detuvo, sacó su móvil y abrió la cama. La vista era hermosa. Ella parada en la popa, mientras el viento hacia flotar su melena y tenía la vista clavada en el infinito océano. No lo dudó ni un segundo e igual que en el club la noche anterior. Le sacó otra foto.

Se acercó a ella y por detrás le susurro al oído.

― ¿Cenar o nadar?

Pero antes de que ella pudiera reaccionar, él la cargaba entre sus brazos y saltaba con ella al mar

El agua estaba fresca, a pesar de que poco a poco iba atardeciendo. Salió del agua y respiró una gran cantidad de aire. Pero su vecino de asientos aún no salía a la superficie. Temía que algo le hubiese pasado y antes de que se sumergiera para ir en su búsqueda. Algo la tomó por las caderas y la impulsó hacia arriba.

Inuyasha fue bajándola poco a poco hasta que estuviera a la altura de sus labios.

―Hola. Gamora.

Ella esbozó una sonrisa, deleitándose en sus pupilas doradas.

―Sabes que ese no es mi nombre.

―Lo sé – asintió – Así como tampoco eres DJ. Y que mi nombre es en…

Pero ella lo hizo callar, poniendo un dedo en sus labios y cuando él silencio reino entre ellos dos. Kagome fue quien dio la iniciativa y devoró sus labios con frenesí.

Entraron a trompicones en el camarote, luchando por quitar la prenda de uno del otro. Mientras que sus labios encontraban su otro par. Lejos les importó si estaban empapados y mojaban la cama. Lo único que deseaban era estar unidos y así fue.

Solo que esta vez los movimientos eran lentos, como el ritmo de las olas.

Inuyasha explotaba y conocía cada parte de su anatomía. Besaba su cuello, su vientre. Y ella no se quedaba atrás.

Jadeaba cada vez que él entraba con cuidado. Cada vez que sus manos o su lengua acariciaban su cremosa piel y ella, se entregaba habadamente a aquel placer infinito.

Luego de cenar, aquella noche lo hicieron prácticamente en casi todo el yate arriba, en la popa y terminaron donde iniciaron, en el camarote. Tumbados en la cama se miraban el uno al otro, mientras sus dedos jugaban con la mano del otro. Ella esbozó una sonrisa.

― ¿Cómo te llamas? – insistió Inuyasha.

―Wanda.

Él negó y soltó una pequeña risa que se hizo eco en toda la habitación. Porque sabía una vez más que ese no era su nombre real.

― ¿A qué te dedicas, Wanda? – preguntó una vez más, a ver si tenía suerte.

―Soy…

Kagome roló los ojos, buscando ahora otra profesión que dar.

―Soy astrologa…― hizo una pausa, se mordió el labio inferior mientras contemplaba sus ojos dorados ― ¿Y tú?

―Me llamo Inuyasha y soy arquitecto.

La contemplaba ahí, tenida sobre la cama y desnuda. Dormía plácidamente y esbozó una sonrisa. Después de hacerlo la primera vez habían ido a cenar y poco les importó que la comida estuviese fría o incluso que la champán nadaba en el agua, ya que los hielos se habían derretido.

Pero el tiempo para conocerse se había terminado y en tres horas debía regresar a New York. Por lo que puso en marcha el yate y emprendió el regreso. La dejó descansar en el trayecto y cuando tocó puerto no sabía si despertarla o alquilar una habitación para ella sola.

Así que escribió algo en un pedazo de papel, lo dejó sobre la encimera. Antes de salir le acarició las mejillas, el cabello y por último le dio un beso en la frente.

La cubrió con la sabana y salió del camarote, cerrando la puerta tras de él.

Miró su reloj, eran las cuatro de la mañana. Su vuelo salía en tres horas y debía estar temprano en el aeropuerto.

Le entregó las llaves al capitán

―Que nadie la moleste

―Así será señor Taisho – aquel hombre asintió – Cuidaremos bien de la señorita

No deseaba dejarla ahí, si bien la había llevado a mar adentro con la única intención de retenerla, ahora era él quien lo hacía y se sentía prácticamente un cobarde por no despedirse de ella.

Por más contactos que tuviera en aquel hotel, no pudo lograr que le dieran su nombre y eso era tremendamente frustrante. Más porque ella nunca le dio su nombre real, ante eso no podía hacer nada.

Estaba a punto de darse media vuelta, despertarla, de pedirle que se fuera con él. Pero no, seguramente ella tenía una vida y sus destinos sólo se habían cruzado una única vez y eso, lo iba a atesorar el resto de su vida.


Hola, chicas.

Lamento la demora de la semana pasada, lo que pasa es que tuve mucho trabajo con las tareas de la bendi…. 10 reportes de lectura le encargaron y solo nos faltaban cinco, así que nos pusimos al corriente.

Hasta aquí todo va a dar un giro de 360, veamos si la boda se realzara, si las chicas le dirán a Kagome.

No me agradó del todo la forma en que Inuyasha se apartó de ella, pero así debió ser. Disculpen si soy muy mala.

Gracias por seguir esta historia, espero haya sido de su agrado el capítulo.

Nos vemos en otro.

Besos.

N/A: Lamento si se me fue una letra de más o una letra no esta bien acomodada, es difícil editar desde el celular.

BPB