Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.

Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.

Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.

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CAPÍTULO 8

Excusas. 1ra. Parte.

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Quizá, una de las razones por las que Ochako era tan buena mentirosa se debía a su padre que le había enseñado lo de las mentiras piadosas y la facilidad que hallaba en evitar que las personas salieran lastimadas. O quizá, fue su madre a quien nunca le hizo gracia las verdades a medias que su padre le decía y por momentos, era la razón de las discusiones entre ambos; ver a su madre molesta era razón suficiente para no decir del todo la verdad. O quizá, la verdadera razón del por qué Uraraka Ochako buscaba con ahínco la posibilidad de una tercera opción, de una salida limpia o de un escape de los problemas era su adicción a las excusas, a esas palabras dulces que se decía a sí misma para no enfrentar sus problemas.

Esas excusas fueron, por mucho, su escudo para contra el mundo. Su modo de huír de los momentos duros de la vida que, bien sabía, fueron muchos; desde la muerte de su padre, ella no hizo más que huir.

Pero esa noche de domingo, se halló en una calle sin salida y en cuyo muro, la fortaleza Bakugo se erigía frente a ella como la muralla que le recordaba que toda mentira, que todo recorrido, tenía un fin.

Ochako tragó saliva como se traga un brebaje amargo: con inquietud y ansiedad.

Ajustó la pequeña maceta con dos diminutos cactus asomándose sobre la tierra recién trasplantada al recipiente cerámico que cargaba en sus manos. El frío comenzó a hacer mella en su cuerpo, principalmente en sus piernas recubiertas por una fina media oscura, por debajo de su vestido holgado y su abrigo ligero de tono rosa viejo. Cerró los ojos, volvió a aspirar profundo una vez que su dedo tocó el botón de llamada a la puerta principal del complejo Bakugo.

Una de las porteras la reconoció y la hizo pasar de inmediato; Mahoro no tardó en llegar hasta ella para saludarla como siempre, abrazádola con ánimo e instándola a subir, sin dejar de admirar el detalle que traía entre sus manos.

―Has hecho bien en traerle un cactus porque mi padre no es muy atento con las plantas ―comentó Mahoro una vez estuvieron dentro de la cabina del elevador―. Me sorprende el detalle pero es muy dulce de tu parte.

―El primer día que llegué, no les traje nada ni a tu madre o a tu padre. Ha quedado mal.

―¿De qué mierda hablas? ―Preguntó Mahoro con gracia―. Eres mi invitada, no necesitas traer nada, de verdad.

―De todas formas, tengo muchas plantas en mi departamento. Creí que sería un buen presente.

Mahoro volvió a insistir en que un regalo no debía ser prioridad para ella, pero quedó allí, suspendido en el aire para Ochako cuando las hojas metálicas de la cabina en donde viajaban, se abrieron de par en par para enseñarle la única puerta que restaba en el pasillo frente a ellas. La electricidad de su cuerpo aumentaba a medida que sus latidos palpitaban en su interior, haciéndose sonoros para sí misma.

Mahoro la instó a entrar y Ochako no tuvo mucho por objetar, más que un balbuceo sin fuerza.

Con el mismo ímpetu que un silencio abrupto posterior a un golpe de lleno contra el piso, las voces dentro del departamento de Bakugo Katsuki se detuvieron cuando la imagen de su hija como de la amiga de ésta fueron motivo de atención en el par de adultos bebiendo dos copas de vino.

Ochako pudo sentir que el silencio en la sala y la tensión en la misma fueron tan densas que, de tener la posibilidad de cortarlo con un filo mediocre, lo hubiese conseguido de igual forma. Bakugo Katsuki, quien yacía con la copa de vino en mano y una sonrisa más relajada nunca antes vista por Ochako, pareció recomponerse al notarla llegar; lo vio dejando la copa sobre la mesa para mirar a su amiga junto a él. Por su parte, la mujer de cabello rosa y de rulos prominentes se aclaró la garganta con poca naturalidad y clara incomodidad por el repentino quiebre al buen ambiente que tenían.

Ochako contuvo el aliento y a su pequeña maceta con mayor fuerza. Las excusas cruzaban su mente como caballos salvajes luchando por huír de alguna trampa próxima, mientras ella luchaba por mantenerse de pie ante ellos.

―¿Por qué esas caras? ―Preguntó Mahoro estirando de la manga a Ochako para acercarse a la cocina en donde se encontraban tanto su padre como su tía―. Parece que hemos interrumpido algo.

―¿De qué podríamos estar hablando que se tan interesante? ―Preguntó Mina con gracia―. Con lo profundo y filósofo que puede ser tu padre.

―Sigue hablando así y te dejo sin comer ―respondió Katsuki mirándola retadoramente. Mina aligeró el ambiente con un revoleo de ojos para centrar su atención en Ochako.

―Oh, hola de nuevo. Nos hemos visto antes pero aún no tuve el gusto ―dijo acercándose a la joven, dediándole una reverencia de respeto que Ochako respondió con torpeza―. Me llamo Sero Mina. ¡Oh, has traido un presente! Y vaya que conoces al padre de tu amiga, sin duda es un cactus rubio y malhumorado.

―Mina, deja de decir estupideces.

―Vamos, te ha traído a tu "yo" planta. ¿Ha que no? ―Preguntó mirando a Mahoro, su hija sólo echó a reír y Ochako deseaba meterse dentro de la maceta a ahogarse en tierra abonada.

Katsuki ignoró las bromas entre su hija y su amiga para observar a Ochako sosteniendo la maceta cerámica. El hombre dejó escapar un suspiro sonoro y contra todo pronóstico, caminó hasta donde se encontraba la muchacha de cabellera castaña y ojos expectantes en el caminar marcado del hombre; Katsuki extendió su mano a Ochako y a la joven le tomó unos segundos entender qué esperaba que ella hiciera, sus mejillas se colorearon al darse cuenta de que tenía esperando demasiado al hombre frente a ella así que le entregó con rapidez la maceta con los dos cáctus.

―Imagino que regalar cactus tiene un significado interesante, si me lo vienes a traer ―dijo el hombre sin mirarla a los ojos, tenía la atención puesta en el detalle de las pequeñas cactáceas en su mano derecha.

―Fortaleza ―respondió Ochako, llamando su atención. Katsuki la miró un momento en silencio, estudió su rostro, su expresión por el periodo de un par de segundos que hicieron que Ochako se mordiera el interior de su boca buscando no explotar en su mismo lugar; por el contrario, recibió una pequeña sonrisa de parte del dueño de casa que ella no supo cómo interpretar.

―Ya saben lo que dicen ―inició Mina para apaciguar el ambiente―, regalar libros o plantas son detalles que no puedes pasar por alto.

Ochako se limitó a asentir mientras la imponente presencia de Katsuki se alejaba de ella. Aún con la espalda dada a la muchacha, Katsuki le dirigió un ligero gracias para invitarla a sentarse en la mesa del comedor junto con Mina y Mahoro mientras él servía los platos para esa noche.

La ansiedad inicial pareció volverse más y más débil a medida que pasaban los minutos dentro de la casa Bakugo y el buen ambiente inicial fue retomado por la mujer de cabellos rosas y su sobrina, Mahoro. Sentada junto a su amiga, Ochako las escuchaba hablar con ánimo, luciendo como dos adolescentes en plena piyamada cuando en realidad, la mujer tenía la misma edad que el dueño de casa.

Ochako se encontraba atenta a las expresiones de la llamada Sero Mina, la mujer de cuarenta y tantos con el cabello colorido y algunos tatuajes visibles en sus muñecas, muestras de una juventud bien aprovechada. Las palabras de Eijiro con respecto a Mina seguían presentes porque no podía sencillamente obviar el hecho de que tanto ella como Katsuki reconocieron al bartender de Dollhouse porque, efectivamente, los dos habían estado presentes el día que ella recibió al millonario empresario en la Golden Room por lo que fueron contados minutos.

Eijiro fue muy claro con ella una vez que dejaron el mini mercado, con Bakugo Katsuki, Mahoro y Sero Mina atrás.

―No olvido un rostro cuando lo veo ―inició su pelirrojo amigo, hablando con clara advertencia en su voz, mirándola con urgencia―. Esa mujer estuvo el mismo día que el padre de tu amiga en dollhouse. Apenas lo vio dejando a toda prisa la Golden Room, ella y el dueño de Kaminari's bar dejaron la barra para ir tras él.

Y con esa frase aguijoneando su mente, Ochako observaba con cautela a la mujer de rizos rosas hablando animadamente con su amiga. Pero claro, no debía de ser muy intuitiva para sentir la mirada de Ochako sobre sí. Los ojos oscuros de Mina fueron a los castaños de Ochako, haciéndola detener su propia respiración.

―Debes de ser una chica maravillosa para que Katsuki haya terminado preparando una cena para ti ―fueron sus palabras cargadas de gracia y mucha mofa hacia el dueño de casa; claro que, al decirlo en ese tono tan pícaro, no sólo Ochako dejó de comer con tranquilidad, el propio Bakugo detuvo el trayecto de su tenedor hacia sus labios para mirar con excesiva dureza a su amiga―. Mahoro me ha dicho sólo cosas bonitas de ti. No me extraña que Katsuki te tomara cariño también.

El palpitar de una vena fue notorio en la frente del mencionado hombre que se aclaró la garganta con recelo y malhumor, dándole a Mina lo que quería.

―De hecho, papá aceptó preparar la cena para Ochako tras mucha insistencia mía ―respondió Mahoro defendiendo a su padre, sorprendiéndolo.

―Estoy muy agradecida por el detalle de invitarme nuevamente, Bakugo-san ―habló Ochako entonces.

Katsuki asintió sencillamente para continuar comiendo en silencio.

―¿Cómo fue para que te hicieras amiga de Mahoro, Ochako-chan? ―Preguntó Mina, sirviéndose más vino a su copa.

―Nos encontramos el primer día por casualidades de la vida ―respondió la castaña. Mina le hizo un gesto para que acercara su copa y así servirle de igual forma el líquido rojizo; Ochako no se hizo del rogar y terminó aceptando el gesto de la mujer―. Sé que muchas personas tratan de acercarse a Mahoro por intereses de por medio, quizá fue ese el temor de Bakugo-san en un principio ―siguió hablando sin mirarlo, no podía hacerlo pero era fácil sentir la fuerza en esos iris color vino―. No había reconocido el apellido Bakugo cuando Mahoro se presentó, no hasta pasados unos días de continuar hablando. Nos llevamos bien desde el primer día.

―Vaya, eso es muy dulce ―dijo Mina sonriéndole.

―Si quieres pedir mi mano, Ocha, sabes que te diré que sí ―añadió la muchacha rubia, sacando risas en las otras dos mujeres.

Para sorpresa de Ochako, el resto de la cena se desarrolló con total afinidad y simpatía que perdió la cuenta de sus copas de vino, aunque siendo justas, Mahoro ya había entrado en una fase etílica más evidente; con voz elevada, mejillas enrojecidas y risas escandalosas, Mahoro se encargaba de ser el centro de atención tanto de su padre como de su tía. En ese lapsus de tiempo, Ochako pudo apreciar cómo la intimidante e impenetrable mirada de Bakugo Katsuki, se ablandaba notoriamente al observar a su hija, como todo padre parece perder el interés en el mundo cuando, ante sus ojos, yace su hija encantando con su carisma y su calidez.

Un atisbo de tristeza se conformó en los ojos castaños de la joven invitada de aquella cena del domingo.

Una frase que iniciaba con mi padre también y terminaba en el recuerdo catastrófico de una noche de lluvia, las luces cegadoras y el sonido lastimero de un llanto sin origen aparente. Ochako cerró los ojos y contuvo el aliento un momento. Se sentía mal, sentía que su cuerpo temblaba contra su voluntad, como si aún fuese la niña que vio morir a su padre.

Se puso de pie abruptamente. No se percató de ello, no hasta que el silencio reinó la sala y la mirada de todos los comensales fueron a ella. Ochako abrió los ojos y apreció con vergüenza cómo todos mantenían miradas sorpresivas al estarla mirando de pie ante ellos.

Una excusa barata. Una disculpa a medias. Palabras poco entendibles finalmente, acabaron por poner a Ochako de pie y caminando hacia el baño social que contaba la vasta habitación. La joven castaña cerró tras ella la puerta y aplicando el seguro a ésta, apoyó la espalda contra su fría superficie, intentando recuperar la compostura. Con ambas manos temblorosas, acunó su rostro como cuando era niña, como cada vez que una tormenta violenta la despertaba a mitad de la noche porque todo la hacía recordar a ese día.

No supo con exactitud cuánto tiempo transcurrió desde que ella ingresó al baño y consiguió serenar su respiración, sus latidos y darle forma al pánico que se inmiscuyó en su rostro. Pero cuando escuchó los golpes contra la madera que la separaba del resto del área de estar, la voz de Mahoro le hizo ser consciente que quizá se tomó más tiempo del que imaginó y acabó preocupándola.

Ocha, ¿sucede algo? ―Preguntó su amiga con sincero interés. Ochako aspiró profundo, se maldijo un poco y con toda la amabilidad que cargaba consigo en esos momentos respondió.

―Sí, disculpen. Salgo en un momento.

Escuchó a Mahoro responder con tranquilidad y para aliviar su tensión, añadió.

Hey, el vino ha estado pesado, ¿no? ―Comentó con gracia―. Yo estoy a una copa de no sentir mis manos ―rio bajito. Ochako también lo hizo y eso pareció ser lo que necesitaba para quitarle el seguro a la puerta y hallar la imagen de su amiga―. Aún queda una botella, ¿continuamos?

―Mañana tienes clases ―escucharon decir desde la cocina con la severidad en la voz de su padre. Mahoro rodó los ojos.

―Mañana será otro día. Deja que la Mahoro de mañana afronte la resaca, papá ―Ochako observó la cara de fastidio del padre de su amiga al escucharla responder así. La gracia no se fue de sus labios―. ¿Acaso nunca te has pasado de copas y faltado a clases? ―Preguntó Mahoro regresando a la mesa del comedor junto con Ochako.

―Lamento decir que no ―intervino Mina―. Tu padre era el nerd del grupo, se acostaba a las ocho en punto de la noche, hacía sus quehaceres y no faltaba a clases por nada del mundo. Era un inepto con los nuevos y todo aquel que intentara preguntarle algo pero de que era un cerebrito, lo era.

―¿Le dirás que fue gracias a mí que tanto tú como los demás acabaron bien la universidad? ―Preguntó Katsuki―. Manga de flojos idiotas.

Mahoro y Ochako echaron a reír. Una vez sentados todos en la mesa como hacía un momento, las historias de juventud del grupo de amigos conocido como el Bakusquad fueron relatos que se hicieron escuchar esa noche de domingo, con copas de vino yendo y viniendo, tiñendo las mejillas de todos en un rosa notorio.

Mahoro escuchaba con gracia las historias que Mina relataba como si no hubiese transcurrido ni un día, imaginándose la juvetud de sus padres al formar parte del grupo de amigos de antaño. La pregunta cruzó tan rápido por su mente como sus palabras a través de sus labios.

―¿Por qué ya no hacen sus reuniones como antes?

La gracia en la sonrisa de Mina y Katsuki fue cediendo al tiempo de escuchar la pregunta de Mahoro. Ochako pudo notar cómo el ambiente tambaleó por momentos y no supo si culpar al vino o a la pregunta repentina de su amiga. Los factores variaban pero sin duda, la reacción obtenida no era la esperada, ni por ella y mucho menos por Mahoro.

Mina se acomodó un mechón de cabello rosa tras la oreja sin dejar de observar su copa de vino. Ochako intuyó tristeza pero también una sonrisa amarga colándose en la comisura de sus labios.

―Los tiempos pasan, las personas cambian ―dijo Mina, mirándola finalmente―. Después que Hanta nos dejó, las cosas ya no fueron las mismas.

―Pero si ya no veía a la tía Kyo con ustedes desde mucho antes ―respondió Mahoro inocentemente. Una mirada compartida entre los adultos bastó para que Mina se aclarara la garganta―. ¿Fue porque la tía Kyo y Denki se separaron, no? Vaya, es una pena.

―Pasaron muchas cosas, no sólo eso ―añadió Katsuki.

―Fue porque la tía Kyo engañó a Denki. ―Sentenció Mahoro mirándolos con insistencia.

Mina y Katsuki detuvieron sus palabras un momento. Un resquebrajamiento invisible entre ellos, un incómodo silencio y recuerdos frescos los hicieron sentirse como los adultos que son respondiendo preguntas complicadas por parte de niños que no dejaban de cuestionarse el por qué de las cosas.

―¿Cómo es posible que las personas engañen? Lo odio ―dijo Mahoro dando un sorbo a su copa―. La infidelidad es la cosa más desagradable del mundo.

Silencio.

Ni siquiera Ochako se atrevía a decir nada más, porque aunque nadie lo sospechara, ella sabía más de lo que aparentaba. Katsuki se relamió los labios sabor a vino para levantarse de la mesa e ir a traer una botella más de vino. Mina, cambió de tema al darse cuenta que la situación no mejoraría si las cosas continuaban el mismo camino.

Con el paso de los minutos, la ebriedad alcanzó su máximo nivel en Mahoro y ésta ya no hacía más que bostezar y tambalearse sobre su propio asiento. Ochako supo que su estadía en la casa Bakugo había llegado a su fin y con la excusa del horario y el ocupar su viaje en tren, se puso de pie con intenciones de marcharse.

Y de entre todas los posibles escenarios siguientes, nunca esperó oír lo que acabó saliendo de los labios del dueño de casa.

―Uraraka ―llamó su atención con esa voz grave e imponente. Ochako lo miró, deteniendo el movimiento de su mano al cargar su pequeña cartera contra su hombro―. Deja que te lleve a casa. Se ha hecho tarde.

―No es necesario, no quiero incomodar.

―No es molestia ―dijo Mina ayudando a Mahoro a ponerse de pie de su asiento―. Acepta la amabilidad de Katsuki, tómalo como si fuese una estrella fugaz ―añadió con gracia―. No lo ves todos los días.

―Sigue diciendo lo mismo y cambiaré de opinión con respecto a que te quedes a dormir hoy aquí ―amenazó Katsuki.

―Sí, bueno, trata de lidiar con los malestares de Mahoro a mitad de la noche ―sentenció Mina y tras un tira y afloje de parte de ambos, Mina acabó llevándose a una muy ebria Mahoro a su habitación, no sin antes despedirse de Ochako con el carisma que caracterizaba a la mujer.

Finalmente, la sala contuvo sólo a Katsuki y a Ochako en un silencio que puso en alerta a la muchacha, sujetándose con fuerza la muñeca, en un intento por no sentirse presa del pánico que conllevaba estar en un mismo espacio que Bakugo Katsuki. Él la trajo a la realidad cuando se acercó a ella para hacerle un gesto con la mano, invitándola a caminar hacia la salida. Muy torpemente, Ochako asintió e inició su trayecto fuera de la casa de su amiga, dirigiéndose al elevador privado que respondía sólo a la familia Bakugo.

Dentro de la cabina, la conversación no fue mucha. Ochako prefería observar los números digitales cambiando en la diminuta pantalla del comando del elevador a medida que bajaban los pisos. Para sorpresa suya, fue Katsuki quien se dignó a hablar.

―Mahoro no me perdonaría si no te invitaba a ésta cena ―inició la conversación el hombre, sin mirarla, sólo hablando con la vista al frente. Ochako, por su parte, la tomó por sorpresa que no pudo sino mirarlo con curiosidad―. Te aprecia de sobremanera, no entendía por qué guarda tanto cariño por alguien a quien acabó de conocer. Supongo que me equivoqué contigo.

―No busco sacar provecho de Mahoro, Bakugo-san ―intervino Ochako con prudencia, volviendo la vista al frente―. Llegué a Tokyo sin conocer a nadie, me costó tiempo adaptarme así que encontré en Mahoro una amiga que me hizo sentir menos sola.

Sintió entonces la mirada de Katsuki encima de su hombro, lo miró de soslayo hallando el rubí intenso en los ojos ajenos. ¿Cómo, los ojos de alguien, podían mostrar tanta calidez y frialdad al mismo tiempo? La sangre en Ochako corría a toda velocidad, sentía sus mejillas enrojecidas pero cualquiera podría atribuir al vino bebido de esa noche.

Las puertas del elevador se abrieron finalmente en planta baja. Ambos dejaron la cabina y Ochako siguió los pasos del hombre que la precedía, le tomó un momento alcanzar el ritmo de los pasos en Katsuki, después de todo, era un hombre alto y su ritmo al caminar era amplio y marcado.

Algunos empleados los aguardaban cerca del vehículo en donde se encontraba aparcado, le tendieron las llaves para alistar todo y que, de esa manera, el auto pudiese dejar las instalaciones del predio habitacional. Ochako iba a subir en el asiento trasero pero Katsuki le dijo que tomara asiento junto a él; ella no pensaba contrariarlo, sólo lo hizo y el temblor en sus manos al deslizar el cinturón de seguridad hasta su seguro era evidente.

Aspiró profundo. Se concentró en el simple hecho de respirar para sopesar la ansiedad de estar cerca del hombre junto a ella. El auto encendió su motor y la marcha de éste no tardó en desfilar sobre el asfalto de la carretera que los llevaría hacia donde ella vivía. El trayecto se desarrolló casi en silencio, aunque siendo francos, Ochako no sabía qué era peor, el silencio incómodo o una plática incómoda. Con Bakugo Katsuki nunca estaba segura.

Vio cómo la mano del hombre fue hacia su teléfono móvil y tras apretar algunos botones en su pantalla, la música comenzó a sonar en la estéreo del vehículo. Dogs of war de Blues Saraceno comenzó a escucharse, consiguiendo que el silencio pasase a ser uno incómodo para convertirse en un espacio dedicado a la ronca e imponente voz de Blues Saraceno.

Le tomó por sorpresa que alguien como Bakugo Katsuki escuchara ese estilo de música aunque por momentos, desechó tal pensamiento porque si lo recordaba en el dollhouse, con su vaso de whisky en mano, sus trajes oscuros yendo a la perfección con la golden room y su mirada triste mientras la observaba, el blues no estaba lejos de definirlo a la perfección. La tentación de mirarlo aguijoneaba con dureza, deseaba verlo con aquel semblante con el que lo conoció en dollhouse, aunque estaba segura que esa fachada no se la mostraría a la amiga de su hija, no, no a ella pero sin duda sí se la mostró a la desconocida con traje de ángel.

―El hombre pelirrojo de ésta tarde ―comenzó a escuchar cómo la voz de Katsuki rompió el silencio que la música no pudo y al momento de comprender sus palabras, Ochako se tensó en su sitio. Evitó mirarlo―, ¿qué es de tí?

―Oh ―soltó de primera instancia sin tener noción alguna del por qué. Buscar tiempo, buscar palabras que definieran su relación con Kirishima Eijiro sin comprometerse a sí misma. Se mordió el interior de sus labios y apretó entre sus manos el pliego de su falda―. Es un amigo.

―¿De dónde lo conoces? ―Continuó. Ochako lo comprendió entonces, Katsuki nunca se ofrecería a algo sin un motivo que lo beneficiera de algún modo; si se ofreció para llevarla a su casa fue para poder hablar a solas con ella, tomándola desprevenida.

―Nos cruzamos un par de veces en mi trabajo ―soltó tan de prisa, no lo pensó muho y halló su error en eso. Katsuki la miró entonces con el semblante claro: algo no cuadraba en su historia―. Es amigo de una compañera mía.

―Pero él no trabaja allí, ¿o sí? ―Volvió a preguntar. Había urgencia en su voz, tanta que hasta a Ochako puso en apuros.

―No ―dijo entonces.

―¿Sabes dónde trabaja? ―Mierda. Ochako estaba perdiendo la paciencia y el propio temor a Bakugo con tantas preguntas al estilo policial.

―Sé que trabaja en un bar pero lo demás es detalle.

―¿No lo sabes? ―Preguntó de vuelta. Ochako lo miró sin temor alguno.

―¿Por qué habría de saberlo? ¿Lo conoce de algún lugar, acaso? ―Ochako perdió el temor a Katsuki tan rápido como llegó y ya no se molestaba en intentar evitar su mirada. No soportaba que la acorralen de ese modo, ni que fingieron ser atentos con ella para sacar beneficio alguno. Lo detestaba.

El auto se detuvo en un semáforo. Katsuki también observó a Ochako, detuvo su atención en su semblante serio, en la forma en la que sus pequeñas cejas se unían, en el cómo su pequeña nariz se fruncía o sus labios parecían formar un puchero infantil. Katsuki la observó planteándose frente a él con esa pregunta y por alguna razón, el gran Bakugo Katsuki tuvo miedo: Miedo a ser descubierto.

―No ―se apresuró a aclarar el hombre que manejaba. Fue un lapsus, una pequeña grieta en la gran muralla que Katsuki plasmaba con todos pero Ochako logró agrietar un poco con esa pregunta. Pero fue sólo un segundo, un pequeño momento en donde Ochako pudo poner en jaque al hombre mayor junto a ella pero ese segundo pasó y él volvió a fruncir su entrecejo, volvió a mirarla como miras a un niño que acababa de hacer un berrinche y volvió a mirarla como la amiga de su hija, la que tenía mucho que no le gustaba―. Seré directo, Uraraka. No me agradas, no me agradan tus amistades pero Mahoro te aprecia, así que trata de poner a raya tus círculos en cuanto a mi hija. Al menos si dices quererla con la sinceridad que profesas.

Las mejillas de Ochako se encendieron pero de la rabia, de la vergüenza, por sentirse de vuelta como una extraña, como alguien que no merecía ser reconocida por nadie.

―Me alegra que Mahoro no sea tan prejuiciosa ―comentó Ochako entonces.

―Dale tiempo ―respondió el hombre retomando su marcha y convirtiendo el resto del viaje en un conteo de segundos incómodos.

Ochako no volvió a decir nada. Katsuki no se molestó en pedirle algo más, siguió conduciendo hasta pasado unos minutos en donde Ochako le indicó que habían llegado a su pequeño edificio de departamentos. No había mucho por acotar del sitio, porque no había letreros gigantescos y brillantes que anunciaran el nombre del edificio, tampoco había una cola de empleados ordenados frente a su vehículo para recibirla, ni mucho menos la aguardaba alguien en casa que la hiciese sentir menos sola en esos momentos.

Bakugo Katsuki era un padre preocupado pero un hombre desagradable por donde lo mires. Era prejuicioso y además, un maldito hipócrita. Sonrió al recordar tal detalle.

Los dedos de Ochako fueron a la perilla del vehículo para quitar el seguro de la puerta y antes de bajar, volteó a mirarlo con una sonrisa sencilla que llamó la atención en el hombre mayor.

―Gracias por la cena, Bakugo-san. Todo fue delicioso. ―Los ojos de Ochako se aguzaron para añadir―. Entiendo que esté preocupado pero Mahoro ya es mayor; lo extraño es que parece que tiene miedo de algo… ―dejó la oración a medias y negó con inocencia―. Ahora que recuerdo, mi amigo pareció reconocerlo de algún lado. Quizá usted no teme por Mahoro.

―Niña ―inició Katsuki con el rostro infundido de vergüenza y rabia.

―No se preocupe, "mantendré a raya" mis amistades con Mahoro pero no creo que usted esté siendo del todo honesto ―finalizó y antes de que Katsuki pudiese decir algo más, Ochako cerró la puerta del vehículo y caminó a paso acelerado hacia la entrada del edificio de departamentos.

Con la sensación de victoria en los labios, su sonrisa no ameritaba descenso alguno. Era la primera vez que se dirigía a alguien de ese modo, quizá fue un error pero estaba cansada de ser menospreciada por personas como Bakugo Katsuki. Lo único que poseía, lo único que la hacía despertar aquel lado suyo para protegerse y defenderse era su orgullo.

O al menos, era la excusa dicha a sí misma.

Quizá lo lamentase. Quizá se arrepienta. Pero estaba segura de que, después de aquellas palabras, el padre de su amiga ya no volvería a pisar Dollhouse. El miedo y el orgullo eran dos condicionantes que podrían hacer que personas como Bakugo Katsuki pensara dos veces en hacer algo.

Cruzó las puertas de entrada de su edificio con la seguridad de que el guardia del sitio la reconocía y la saludaría como las veces que volvía tarde a casa, pero muy por el contrario, no halló al hombre en su habitual puesto de trabajo. De pie, en la entrada principal del edificio el hombre que se encargaba de resguardar el sitio y a sus inquilinos se encontraba de pie frente a una mujer que gritaba y amenazaba con cosas insólitas, hecha un mar de lágrimas.

Los pies de Ochako se detuvieron al instante en el que reconoció esa voz, ese llanto y esas maldiciones. La sonrisa triunfal de Ochako desapareció al momento en el que sus ojos se fijaron en la mujer que le gritaba al guardia como si no le interesaba que fuese de noche y hubiera personas durmiendo.

Y cuando la idea de regresar por donde vino sonó con fuerza en su cabeza, la mirada de la mujer histérica se hizo con su imagen de pie en la entrada. Los recuerdos de antaño, los gritos, las maldiciones, los llantos regresaron a Ochako en fragmentos de memoria, de pesadillas.

Sintió entonces cómo jalaban de su muñeca para atrás, haciéndola retroceder unos pasos que no supo qué fuerza la alejó de la mirada de su madre pero por momentos, sintió alivio. Vio entonces el rostro de Katsuki, percibió su enojo y reconoció que la mano que tomó su muñeca y la hizo voltear a sus espaldas era él. Perdió la noción de la realidad por momentos, escuchaba su voz pero como si hubiese un muro de vidrio entre ella y él, imposibilitando escuchar con nitidez lo que decía. Estaba enfrascada entre el pasado y el presente y sólo quería desaparecer.

―¿Eh? ¿No piensas decir nada? ―Preguntó Katsuki después de instarla a responder por qué había dicho todas esas cosas, con la intranquilidad palpable en su mirada y en su voz.

―Yo… ―Katsuki reconoció que la fortaleza de Ochako había desaparecido con tanta velocidad que temió que se desvaneciera ante él. Su movimiento fue involuntario, dejó de tomarla por la muñeca para aferrar su fuerza en sus brazos, intentando estabilizarla porque la sentía caer en cualquier momento.

―¿Uraraka?

―Ochako ―se escuchó entonces y sólo entonces, Katsuki fue consciente de que, quizá, la razón por la que Ochako había perdido toda fuerza en su cuerpo fue por la mujer que se acercaba a ellos.

Dos segundos. A Katsuki le tomó dos segundos reconocer a la mujer que miraba a Ochako con una amalgama de emociones y al parecer, pasó lo mismo cuando volteó a verlo a él; aunque claro, la sorpresa no fue partícipe en los ojos de su contraria.

―Ochako, aléjate de ese hombre ―dijo la mujer, intentando apartarla de Katsuki―. ¿Cómo te atreves a acercarte a mi familia después de tantos años, Bakugo? ―Inquirió con desagrado.

―Ya basta ―pidió Ochako en un hilo de voz. Katsuki pudo sentir cómo la piel de Ochako se tornó helada y su rostro pareció palidecer de un segundo a otro.

―¡¿Qué haces con este hombre, Ochako?! Cuando tu padre me dijo qué has vuelto a caer en lo mismo, no quise creerlo ―siguió hablando, levantando la voz, alarmando a las personas que vivían allí y haciéndolas reunirse en torno a la recepción del edificio, intentando entender por qué había tanto alboroto un domingo de noche―. ¡¿Sabes cuánto tiempo te he estado buscando?! ¡¿Me dirás algo?! ¡¿Qué haces con este hombre?!

Ochako miró a su madre con urgencia y también observó a Katsuki, observó el modo en el que la sujetaba, una fusión entre el deseo por no dejarla ir y sostenerla de la caída, y el hombre lo notó, esa mirada cargada de hastío, frustración y vergüenza por tener que demostrarle que sí, tenía razón sobre ella, era todo lo que él pensaba y peor.

Por alguna razón, la forma en la que ella lo miró, la fuerza con la que lo hizo, lo enmudeció y no supo qué pensar al respecto, porque la información era apabullante, la realidad golpeaba con fuerza y el recuerdo de la mujer que no dejaba de gritar lo ponía al tanto de que sí, quizá las coincidencias no existían.

―Mamá ―llamó Ochako, interrumpiéndola―. Deja de gritar.

―¿Qué haces con éste hombre, Ochako? ¿Te acuestas con él? ¿También planeas quitarle dinero como a…?

―¡Cállate! ―vociferó Ochako con rabia y lo que obtuvo a cambio, lo que su madre terminó por darle fue una bofetada que lo empujó contra Bakugo Katsuki. El cuerpo del hombre actuó por sí solo y volvió a sostenerla, volvió a recibirla con esas manos grandes y casi por instinto, la puso detrás suyo, enfrentando a la mujer que acabó por agredirla.

―¿Qué mierda intenta hacer? ―Preguntó el hombre―. ¿Acaso cree que son horas de estar haciendo semejante espectáculo?

―Ni siquiera trate de sermonearme. No usted, Bakugo ―ladró la mujer con rabia―. Es mi hija. Lo sabías, ¿no es así? ¿También tratas de arruinarla como lo has hecho con mi esposo?

―¿De qué mierda…?

―Basta ―habló Ochako entonces. Katsuki sintió que jalaban de su abrigo, llamando su atención. Volteó a sus espaldas y vio el rostro sonrojado y palpitante de la muchacha. Parecía luchar contra las ganas de llorar y no pudo culparla, no con tantas personas observando la escena―. Bakugo-san, retírese.

―¿Es en serio? ―Preguntó con claro enojo en su voz. Ella levantó sus humedecidos ojos al hombre y pudo ver que no estaba equivocado, ella luchaba por no llorar.

―Por favor.

Volvió a mirar a la mujer que decía llamarse madre de la joven y el recuerdo del hombre que alguna vez trabajó para él, regresó a su mente. No, no podía continuar allí aunque algo en su pecho le dijese que no debía dejar sola a la muchacha. Él no podía hacer mucho en esa situación.

Su atención regresó a la de la joven castaña. No dijo nada, sólo la miró y se retiró. Cada paso que daba, la sensación de estar equivocándose se escuchaban con fuerza rasguñando su interior, como una jauría de perros que le decían que no busque excusas.

Finalmente, la vida le terminaría enfrentando con los errores del pasado, con los tropiezos de antaño y qué mejor forma de recordarle que en la figura de una asustada y dolorida muchacha de veintidós años.


Notas de la autora

¡Buenas buenas!

Muchas gracias por continuar ésta historia y por darle siempre el cariño que le dan con sus bellos comentarios. ¡Me hacen muy feliz!

La segunda parte del capítulo lo tendré en unas semanas, porque el trabajo cada día se me hace más pesado pero no se preocupen, que la historia continuará su marcha con éste remolino de emociones.

Gracias por tanto.

Un beso enorme a todxs 3