Capítulo 8: Acercamiento

...

Los días continuaron pasando y la confianza fue creciendo. Dormíamos juntos cada noche y cada vez nos esforzábamos menos por mantener esa línea de aire que nos separaba de sentir el cuerpo del otro. De todos modos, en cuanto Anna se dormía invadía toda la cama y yo me llevaba un aluvión de manotazos, codazos y patadas que me hacían plantearme si de verdad ahí descansaba mejor.

Cada mañana después del desayuno, veíamos alguna película cada vez más acomodados y entrelazados en el sofá. Después de las comidas, leíamos un poco y luego jugábamos a algún juego de mesa, a los que seguía sin ganarle ni una sola partida y empezaba a sospechar que me hacía trampas. Cuando nos cansábamos, cenábamos y nos íbamos a dormir de nuevo, y el ciclo continuaba prácticamente intacto al día siguiente.

Habían cumplido ya las dos primeras semanas de confinamiento y lo habían extendido otras dos semanas más, pero ninguno de los dos parecía especialmente afectado por el encierro. Si bien, no se podía decir lo mismo sobre las cifras de fallecidos que seguían creciendo y creciendo de una forma que nunca creíamos que llegaríamos a ver. Aquella catástrofe estaba arrasando por todo el planeta y no parecía verse el final.

Una mañana, a mitad de película, Anna cogió el mando y pausó la reproducción. Entonces, se giró hacia mí con lágrimas en los ojos y se lanzó a mis brazos.

No tenía ni idea de qué hacer, así que simplemente me dejé llevar y la abracé firmemente.

—Ey, ¿qué te pasa? ¿Estás bien? —Intenté averiguar qué era lo que la afligía pero con un tono suave que no supusiese una gran intromisión en su privacidad.
—¿Qué debería hacer, Kristoff? —preguntó ella sin despegar la cara de mi hombro.
—¿Sobre qué?
—¿Y si mis padres enferman? ¡O Elsa! Y yo no estoy allí para estar con ellos. ¿Y si no les vuelvo a ver y lo último que hice fue huir de su lado?
—Vamos, eso no tiene por qué pasar.

—Pero tampoco es imposible, ¿verdad? Estás viendo cómo cada día es más y más gente. Podría tocarnos incluso a nosotros. ¿Y si pierden a su hija sin poder ni acercarse a ella? ¿Y si tú te lo coges por tener que hacer más compra porque estoy yo aquí?

Entendía su preocupación y en parte la compartía, pero hundirse no ayudaría en nada. No podía dejarla caer en ese pozo.

—Tienes razón, no es imposible. Sólo podemos tener todo el cuidado del mundo para procurar que eso no ocurra.

Anna me apretó aún más fuerte y sentí que aquello no bastaba.

—Anna. Tu familia y la mía son noruegas. ¿Sabes lo estrictos que son los noruegos? Lo más probable es que se tomen esto tan en serio que lo controlen en seguida. —Eso podría ser verdad —dijo retirándose despacio y mirándome mientras hacía un pucherito con los labios.
—Apuesto a que lo es —dije sin poder evitar reír levemente ante su expresión—. Y respecto a nosotros… somos jóvenes, estamos sanos, y nos quedaremos aquí encerrados el tiempo que haga falta para que nuestras familias puedan volver a vernos, ¿vale?
—¿No te molesto aquí?
—En absoluto.

No volvió a decir nada más, sólo le dio al play y continuó viendo la película abrazada a mí y con la cabeza apoyada en mi pecho. No sabía si el temible virus llegaría a mí algún día, pero si seguía acercándose tanto a mí, mi corazón no le iba a dar tiempo.

Desde aquel día la distancia entre nosotros se redujo aún más; tanto la emocional como la física. Y cada día me costaba más lidiar con el imperioso deseo de poseerla en un sentido menos amistoso, más profundo y mucho más carnal.

Los días se hacían difíciles de gestionar, las noches interminables, y las duchas matutinas cada vez más frecuentes. Empecé a temer perder el control.

Ella era dulce conmigo, nos divertíamos juntos y parecía sentirse a gusto. Muy a gusto. Tanto como lo estaría con un buen amigo. Y eso era en lo que me había convertido. Para bien y para mal. Y no sabía durante cuánto tiempo podría soportar viviendo al margen de mis propios sentimientos.

Ya rayábamos las cuatro semanas de confinamiento cuando una noche, nada más meternos en la cama, se giró hacia mí y se abrazó a mi brazo.

Aquel fue el momento. Si quería seguir cuerdo, aquello debía terminar.