Era un día gris, hace mucho tiempo. Los peatones se apresuraban por la acera abarrotada de gente, evitando la figura indefensa de pie en medio de los adoquines. Esta se encorvaba sobre sí misma, con las manos cubiertas de sangre y la mirada perdida en la nada.
Oía a la gente a su alrededor, porque hablaban como si no estuviera allí.
"Alguien hará algo…"
"¿Llamamos a la policía?"
"Nosotros no podemos hacer nada…"
No debía superar los cinco años. La sangre pegajosa entre sus dedos le chorreaba por los antebrazos tiernos y se le metía en las uñas desgastadas.
"Seguro que alguien viene a ayudar…"
—¿Estás bien?
La criatura levantó la mirada a una mujer que se encorvaba sobre ella. Su melena amarilla le caía en un enorme rizo sobre la espalda, y la forma de una estrella brillaba como un lucero en medio de su frente. Su rostro de formas redondeadas transmitía la calma sosegada de una madre.
—Debes estar muy asustada, pequeña… ¿Cómo te llamas?
La niña levantó los ojos violetas a los de la desconocida. La gente los seguía evitando, pero aquella mujer, sonriente como un espejismo, se iluminaba suavemente para parecer más tranquilizadora. La pequeña levantó una manita…
Y atravesó el torso de la mujer con ella.
Eleonora soltó un gemido de dolor. Miró el brazo deformado de la niña, cuya punta negruzca había formado una cuchilla y atravesado su costado de lado a lado.
—N-no…
Entonces cundió el pánico en la acera. Los peatones echaron a correr, gritaban, se empujaban, y aquello estresó visiblemente a la niña. que giró violentamente a un lado. Eleonora, ciega de dolor, levantó desesperadamente ambos brazos: a su orden, varias imágenes de ella aparecieron alrededor del pequeño monstruo que, lentamente, perdía su forma.
—V-ven… —jadeaba. Aun así, su voz se mantuvo dulce—. Ven, hija mía, no pasa nada… Estás bien…
De la garganta de la niña nació entonces un chillido agudo, un grito roto que le abrió la boca tal vez más de lo que debería: una boca negra, llena de dientes, que le contaminó y descompuso el resto de la cara como una enfermedad.
La criatura negra lanzó un brazo como un tentáculo a uno de los espejismos de Eleonora y lo atravesó con garras como cuchillas. Luego el siguiente, y el siguiente, entre gritos chirriantes, y posturas rotas, sin apartar la espina del vientre de la mujer. Cuando hubo terminado de asesinar a aquellas falsas víctimas, la forma indefinida volvió a solidificarse: piel translúcida, media melena negra, ojos violetas. El joven miró de arriba abajo a la persona arrodillada frente a él, doblada sobre sí de dolor. La mujer trataba en vano de mantenerle la mirada, pero uno de sus ojos había perdido color, se había ennegrecido, y de él nacían grietas profundas que le partían el rostro como si fuera de porcelana.
—Tengo más… —suspiró—. ¿Quieres más?
La única respuesta del desconocido fue el silencio. Pero ella lo entendió. Entendió que él tenía hambre, mucha hambre, y quería seguir matando. ¿Ella podía darle más?
Así que, con un gemido de esfuerzo, Eleonora creó más espejismos, y las grietas de su rostro le hundieron la mejilla con un crujido. El joven cambiaformas abrió la boca de tal forma que el cráneo le cayó hacia atrás, su cuello doblado de formas imposibles, y de ella surgieron tentáculos negros que se solidificaron en cuchillas y se lanzaron vorazmente contra las ilusiones.
Cuando terminó de asesinar, las luces de los coches de policía bañaban las calles. Las autoridades los rodeaban. Eleonora llevó una mano cuidadosa a la espina que le atravesaba el torso e inspiró profundamente. Levantó la mirada al joven, que jadeaba con la expresión impasbile ligeramente perturbada por la preocupación.
—¿Te sientes mejor? —susurró. Él se volvió hacia ella—. Te daré más… si vienes conmigo. No hagas daño a nadie más.
De vuelta al presente, Morpher, en su forma de loro, descansaba sobre el hombro de Eleonora. Ella paseaba junto a Aizawa, comentando el estado de los alumnos en su usual charla nocturna. El profesor se llevaba las manos a los bolsillos, algo más callado de lo normal, mientras la joven se iluminaba cada vez más, emocionada al hablar de sus estudiantes. El profesor, sin embargo, acabó interrumpiéndola.
—¿Qué has hecho tú?
Ella parpadeó varias veces, sorprendida, y atenuó la luz de su piel.
—¿Qué?
Él se detuvo. La miró a los ojos, tal vez demasiado serio.
—Morpher se alimenta de matar. Sheziss era una asesina, Percyval un maltratador e Irwin un luchador clandestino. Y tú no apareces en ningún registro. ¿Qué has hecho?
Eleonora suspiró al detenerse junto a él. Esbozó una sonrisa amplia de las suyas, de aquellas que se le reflejaban en los ojos, iluminándose ligeramente para parecer más tranquilizadora. Llevó una mano a la del profesor, que se dejó mirándole los dedos entrelazados con expresión cansada. Todavía no le dejaba acariciarle la frente como a los alumnos, pero habían encontrado un punto medio en las manos.
—Shouta —murmuró—. No estoy aquí para hacer daño a nadie. Sé muy bien que nada de lo que te diga va a cambiar lo que piensas sobre mí, sea bueno o malo, porque quieres proteger a tus alumnos, pero no puedo hacer nada sobre eso. Confiar o no en mí es solamente decisión tuya. Y creo que mis acciones ya han hablado en mi nombre.
Él bajó la mirada y se escondió en su bufanda con un soplido. Quería desconfiar de ella. Realmente quería. Porque la había visto reír con Kirishima, y abrazar a Kaminari, y acariciarle el pelo a Mina el día en que se había dormido sobre ella. Porque había visto la forma en la que Sero se animaba cuando hablaba de ella, cómo Shoji relajaba los hombros a su alrededor, cómo Koda le susurraba cuando quería pedirle acariciar a Morpher.
Porque, tal vez, tenía miedo cada vez que la veía desayunar con sus alumnos por las mañanas y se iluminaba todo el comedor con su presencia. Porque, tal vez, se le encallaba el corazón en el pecho cuando ella se sentaba a su lado en la cantina y le sonreía así, y eso lo aterraba.
Porque sabía que había algo, tenía que haber algo…
Un estruendo ensordecedor lo distrajo de sus pensamientos. Inmediatamente apartó la mano de la de Eleonora y se la llevó al arma de captura, su cuerpo tenso y listo para atacar. La chica, extrañamente, reaccionó exactamente igual. Morpher abrió las alas.
De varias calles más allá resonaban gritos. Los peatones inundaron repentinamente las calles, empujándose entre ellos, chillando de terror y suplicando la aparición de los héroes mientras huían de una nube de humo que crecía entre los edificios junto a la ribera del río. Aizawa miró fugazmente a Eleonora.
—Volved a los dormitorios.
Ella le clavó la mirada.
—No irás solo. Voy contigo.
Eraser Head no tenía tiempo para discutir. De todas formas, la singularidad de su compañera podía serle de lo más útil, así que se lanzó a la carrera con la chica pisándole los talones. Con un gesto del brazo, Eleonora lanzó a Morpher frente a ella para que se les adelantara y pudiera supervisar la situación.
A medida que se acercaban al origen del caos, los gritos se hacían más claros. Hasta que giraron finalmente la esquina junto al río, y ambos se detuvieron en seco. Eleonora contuvo el aliento.
—Nomu.
Como invocada por su llamada, una mano gigantesca surgió del agua e hizo estallar su superficie en mil pedazos. Las garras buscaron suelo firme, se agarraron a él, y la enorme criatura emergió lentamente del río. Las gotas le resbalaban por el casco que le protegía el cerebro al descubierto, pero no los orificios nasales que resoplaban en busca del aire que le había estado faltando.
Tan centrada en aquella criatura, Eleonora apenas reaccionó a tiempo cuando otro nomu en uno de sus flancos dejó escapar un estridente chillido; con un crujido desagradable, la mandíbula inferior se le desencajó de su articulación, cargada de babas, y el monstruo vomitó sobre ella una implacable cortina de fuego. La mujer se apartó de un salto, pero chasqueó la lengua al darse cuenta de que había perdido a Eraser Head en el proceso. Bueno, no había tiempo para preocuparse por eso ahora.
Retrocedió, buscando a Morpher con la mirada entre las llamas, hasta que el nomu cerró la boca. Entonces, con un jadeo de esfuerzo, lanzó ambas manos hacia adelante y disparó por ellas dos implacables rayos de luz. Con el crujido de la tierra seca, una grieta le apareció en la frente, que empezó a brillarle sin control cuando la joven dirigió las poderosas fuentes de luz a los ojos de los nomu. Con un giro de los dedos, concentró su poder alrededor de sus cabezas, y la luz se abrazó a ellas antes de aumentar de intensidad.
Tras sendos chillidos de dolor, ambos monstruos retrocedieron. El que había emergido del agua sacudió las manos enormes, llevándose con sus garras coches, papeleras, bancos, pero no osó avanzar. Como el otro se había quedado peligrosamente cerca de su compañera, Morpher voló hasta allí sorteando el incendio, tomó forma humana y cayó pesadamente al suelo frente a ella, dispuesto a protegerla.
Aizawa tenía sus propios problemas. Había logrado acercarse al nomu de manos grandes, pero llegaba a un punto donde no podía avanzar más. Aquellas garras, incluso con la singularidad desactivada, eran un peligro; y no solo eso, sino que…
Un momento, ¿qué era eso?
Había algo extraño en el aire. Un… Un sonido. ¿Se habría dejado alguien la música puesta? Eraser Head sacudió la cabeza y parpadeó, desorientado. No lograba controlar su singularidad, y no podía permitirse un error como aquel en aquella situación. Si no hubiera sido por la protección de Eleonora, el nomu podría… Mientras la luz envolvía las cabezas de las dos criaturas, el héroe se apartó de su objetivo y se volvió hacia el río. Sí, definitivamente se oía algo…
Con un tropiezo, se dirigió hacia allí. Sentía las piernas pesadas, los ojos secos, la boca pastosa… Sí, era música. Sonaba música desde dentro del agua. ¿Qué sería aquello, para qué? Tenía que acercarse a ver, solo le quedaban unos pasos…
Cuando un gruñido se sobrepuso a la canción, Aizawa cayó de rodillas. La visión le daba vueltas. Un tercer nomu, más grande que los demás, salió del agua con un rugido triunfante. De los dientes afilados le chorreaba un líquido espeso que, a su paso, calcinaba la hierba. Cuatro enormes brazos lo ayudaban a subir a la acera. Tras un grito desesperado de Eleonora, un poderoso haz de luz le golpeó la cara.
—¡Shouta!
Pero la chica se dio cuenta demasiado tarde de que este Nomu no tenía ojos. El monstruo levantó los puños, terrible, grandioso, frente a un Aizawa arrodillado a su merced. El sollozo de Eleonora se sobrepuso a la canción en el río.
—¡Es una trampa! —vociferó entonces una voz masculina—. ¡No escuches!
Aizawa parpadeó, confundido, a tiempo de ver una sombra cruzar las llamaradas y estrellarse contra la boca abierta del Nomu. Le crujió violentamente el cuello hacia atrás, lo desvió y le hizo dar manotazos de sus cuatro brazos al aire. Morpher, que se había agarrado a aquella horrenda cabeza sin ojos, le rodeó el cuello con las piernas, le abrió la mandíbula con las manos y lanzó un puño dentro.
El cambiaformas se convulsionó. Sufrió una arcada, luego soltó un grito: el brazo que había metido en la garganta del Nomu cambió de color, luego se hizo más grande a marchas forzadas. La espalda se le dobó en un ángulo imposible, y de la piel junto a su columna erupcionó un segundo par de brazos; la mandíbula se le echó adelante con un crujido y empezó a babear ácido espeso entre los dientes afilados.
Con sus dos nuevos brazos y mientras su cuerpo entero cambiaba, Morpher agarró la boca del Nomu y la abrió de par en par. Empujó con un rugido de esfuerzo, jadeando de dolor mientras los colmillos se le clavaban en los dedos, hasta que el hueso se separó de su articulación con un crujido, la carne cedió bajo su fuerza y los músculos se desgarraron. Arrancó de un tirón la boca de aquella molesta criatura, produciendo un chorro caliente de ácido y sangre que le roció el cuello y el torso y se le metió en la boca. Ignorando los escalofriantes gorjeos del nomu, Morpher lanzó la mandíbula arrancada al río, donde un brillo irisado se escurrió hasta el fondo para evitar los retazos de carne y hueso.
Ambos Nomu cayeron al suelo, el primero descolocado y chillando de dolor, Morpher lentamente acostumbrándose a sus nuevos cuatro brazos para inmovilizar a su oponente contra el suelo.
—Ayuda a Eleonora —gorjeó. Aizawa, aún desorientado, retrocedió a trompicones. Los héroes tenían que estar al llegar… pero, hasta entonces, la tutora iba a necesitar ayuda con aquel monstruo escupe fuego. Así que se volvió hacia ella, y la respiración se le encalló en el pecho.
Probablemente ella, en su concentración, no lo supiera: pero una de sus mejillas se había agrietado, como si fuera de porcelana, y su ojo había perdido el color hasta adquirir un tinte negruzco. En su esfuerzo por mantener las ilusiones frente a los monstruos, sus pies se habían separado del suelo, y ahora la mujer levitaba a varios metros en el aire.
Aizawa no quiso permitir que aquello, fuera lo que fuese, lo detuviera. Se abrió paso junto al Nomu de manos grandes, a quien Eleonora se había ocupado de producirle ilusiones por encima de la cabeza para que dejara de causar daños al sacudir las garras; luego se deslizó junto al escupe fuego, que lanzaba llamaradas a diestro y siniestro, y usó su singularidad para bloquearlo. El fuego murió en su garganta, y la criatura cayó hacia adelante en un intento por librarse de las ilusiones frente a sus ojos. Aizawa aprovechó para lanzarse sobre él y apresarlo con su arma de captura.
Y, justo entonces, llegaron los refuerzos.
No eran muchos, pero, con un grito triunfal, los héroes locales se abalanzaron sin dudarlo contra los atacantes. Kamui Woods, al frente del pelotón, atacó al último nomu libre con sus ramas para apresarlo antes de que causara más daños. Death Arms se apresuró a asistir a Eraser Head para mantener al escupe fuego bajo control y dejó a cargo del incendio a Backdraft, que organizó una partida de evacuación. Liberada de su carga, Eleonora bajó al suelo con un gemido y suspiró: su pelo, lentamente, volvió a trenzarse tras ella mientras las grietas de su rostro recedían.
De vuelta a las aguas del río, un rostro translúcido asomó por la superficie. Su dueña, al ver el estado de la pelea, frunció el ceño y arrugó la nariz. Con los héroes allí, los nomu no podrían hacer mucho más; se les había acabado la excursión. Además, uno de ellos sangraba copiosamente por el agujero de su mandíbula arrancada, aún resistiéndose en vano contra los brazos de Morpher. La sirena chasqueó la lengua.
—Spite, Hexcavator, Firebreather —llamó en un susurro. Aun así, su voz resonó por encima del rugido del incendio e hizo levantar la cabeza a los nomu—. Nos vamos. Bloodlust.
Antes de que Eleonora pudiera reaccionar a aquel eco, la pesada sombra de metal de Bloodlust surgió de la nada y se abalanzó sobre Morpher. Con un chirrido ensordecedor, agarró al cambiaformas y lo lanzó violentamente contra los edificios. Levantó de un tirón al nomu mutilado y lo empujó al agua. Con pasos agigantados y sacudiendo la cola amenazadoramente tras ella, se dirigió después hasta Kamui Woods. Con un espadazo limpio cortó sus ramas y liberó a Hexcavator, al que agarró del brazo para devolverlo también al río. El héroe, doblado de dolor, retrocedió a trompicones, pero ella ni siquiera lo miró.
Al ver que se dirigía hacia ellos, Death Arms cargó contra el robot enarbolando sus enormes puños, pero ella lo apartó de su camino con un coletazo y se llevó también a Firebreather.
Con los tres nomu liberados, Bloodlust se volvió hacia Eleonora. La tutora, agotada, encogida y con el rostro sembrado de grietas, había perdido el aliento. Sus ojos, ya más claros y desencajados de sus cuencas, se habían clavado en el robot con el mismo pavor con el que alguien vería a los muertos levantarse de sus tumbas.
—¿...Rhyonna?
Bloodlust estiró la boca y le mostró una sonrisa de dientes negruzcos. La luz anaranjada del fuego se le reflejaba en el rostro torcido.
—Hola, madre.
Morpher
Edad: ?
Don: Cambiaformas
Morpher puede modificar su imagen a voluntad, pero solamente con formas orgánicas; para copiar un cuerpo entero, sin embargo, tiene que explorarlo primero, lo que implica meterse dentro de él de alguna forma (como metiéndole un brazo por la boca, o la mano en la cara. Un beso serviría, pero no es agradable). Estas transformaciones copian también las singularidades de sus huéspedes. Nadie sabe si tiene una forma verdadera.
Altura: variable. Su forma humana masculina mide 1,58m; su forma de loro alcanza los 60cm de alto, y su nueva forma de nomu llega a los 2,5m.
