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Capítulo 8.

—Vas a noquear a ese imbécil a mi señal, ¿sí? —Les dijo con voz segura, sin dejar de observar al guardia—. Solo si es necesario. —Reafirmó y tomó aire—. Bankotsu, tú irás conmigo mientras Koharu y Kanna distraen al tipo, ¿está entendido?

Todos asintieron.

Bankotsu habló por su radiotransmisor—. Ya pueden proseguir, estén atentas a la señal de Kagura.

Un auto blanco avanzó a la vista del guardia y de repente se apagó. Luego de unos segundos, un par de hermosas mujeres que llevaban vestidos bastante ligeros, se bajaron y pidiendo ayuda. Koharu cruzó la calle y le dijo que fuera a asistirla con un daño en su coche. No tardó demasiado para que el hombre fuera tras de ella sin dejar de mirar a todos lados.

—Vamos, vamos —Kagura se bajó inmediatamente junto a Bankotsu y tres hombres se quedaron en la camioneta.

La entrada a la desolada empresa fue sigilosa y rápida. Afortunadamente, no encontraron a ningún otro trabajador de camino a la presidencia, así que no pasó demasiado tiempo para que ambos, vestidos totalmente de negro, con cabellos sueltos, guantes y lentes oscuros, llegaran al sitio pactado.

—¿Estás segura de que entrarás sola? —Le susurró, tomándola de la cintura y hablándole casi contra los labios—. Puedo hacerlo yo si quieres.

—No quiero —le devolvió el susurró y le plantó un beso rapidísimo, sonriéndole picarona.

Caminó con pasos suaves hasta acercarse a la puerta y pudo escuchar por fin unos suspiros algo extraños. Agudizó el oído y desde su ángulo, Bankotsu seguía vigilando el pasillo, con su arma preparada y mirando por si había cámaras.

—Oh…, sí, Kikyō, eso… —oyó y abrió los ojos con desmesura— di que eres mi perra, dímelo.

Abrió la manija con brusquedad y encontró un panorama bastante desagradable: el tipo estaba masturbándose frenéticamente y, al verse descubierto de esa forma, había cerrado la pantalla de su laptop inmediatamente, con los ojos casi saltando de sus cuencas. Kagura apuntó el arma con silenciador a la cabeza, haciendo una mueca para tragarse el rato tan vomitivo.

A Naraku no le gustaría saber eso, definitivamente.

»—¡¿Q-quién demonios eres tú?! —Se horrorizó ante la mujer misteriosa que lo estaba apuntando directamente y de arreglarse ponerse los pantalones.

—Si te hubieras portado bien —le dijo con voz escalofriante y clara. Hiten no conectó con la ironía en aquellas palabras, porque el miedo aumentaba con cada paso que daba aquella persona—, nada de esto estuviera pasando. —Ladeó el rostro—. Tú lo decidiste así.

No lo dejó reaccionar y disparó certera a la cabeza cuatro veces seguidas, cerciorándose de haber acabado con la escoria. El cuerpo cayó sobre la silla y acto seguido, Kagura se guardó el arma en la parte trasera, abrió el pc y cerró el visualizador de imágenes, en donde estaba una foto de Kikyō —y borrándola de paso— con la que, efectivamente, el tipo se había estado masturbando segundos antes. Hizo lo propio y se retiró de la estancia sin mirar atrás. Fue un trabajo limpio como siempre. No importaba quién quedara detrás de ella, simplemente seguía. Sonrió a su amante y ambos emprendieron la salida de aquel lugar. Dispararon un par de cámaras en el proceso.

Afuera, la noche estaba cubriendo Nerima.


De acuerdo, la tarde no le había salido tan bien como esperaba. Se mordió los labios mientras su prima Sango platicaba amenamente sobre su luna de miel en la isla Oshima, mostrando los recuerdos que habían comprado y demás. Ayame y Kōga también comentaban sobre su reciente viaje —al que ella también había asistido, anécdota a la que Kikyō alzó una ceja y no pudo evitar una sonrisa extrañada cuando mencionaron lo bien que parecía haberla pasado junto a InuYasha—. Ella se puso roja como un tomate.

—Hemos vuelto a ser amigos para llevar mejor esta situación —apuntó a su hermana con el pulgar y los recién casados abrieron la boca por el asombro. Se hizo un silencio incómodo—. Ya les contará.

—Sigamos disfrutando de este pastel —intervino Naomi, pasándole un platillo con un trozo de dulce a Miroku—. Ten, hijo.

—Muchas gracias, Naomi-sama.

Mientras Sango le decía a su esposo que dejara de ser un glotón, Kōga trataba de meter su cucharilla en la nueva porción de su amigo y su papá traía más flan de la cocina, Kagome sacó distraídamente el celular para enviarle un WhatsApp a Hōjō… el pobre muchacho que le había hecho tan hermoso detalle: una cadena de oro, enormes rosas, una invitación a un café finísimo y, efectivamente, una habitación con jacuzzi en un hotel muy bonito.

Sin embargo, ahí, en la cama, no podía siquiera cerrar los ojos, ni responder a sus besos en el cuello. Todo se había ido a la mierda, simplemente no podía tener sexo. Y se frustró muchísimo porque era la primera vez que le pasaba, que le pasaba con Hōjō que era tan bueno en lo que le hacía. Claro que él le había dicho que no se preocupara, aunque era obvio que se sintió algo decepcionado, trató de mostrarse relajado y despreocupado. Realmente habría querido disfrutar esa tarde de él, necesitaba relajarse y pasarla bien, pero no supo en qué momento su cerebro no podía conectar con su cuerpo.

"¿Estás bien? Fue una tarde maravillosa y quiero agradecerte"

Se lo decía de forma sincera. Rio ante un comentario que hicieron sus amigos y comió pastel. Kikyō también miraba el celular distraídamente.

"No me agradezcas, sabes que me gusta pasar tiempo contigo. Hoy, una persona muy sabia me aconsejó para que no desistiera hasta que agotara todos mis recursos y creo que aún hay esperanzas para mí, ¿no?"

Le sorprendió que el texto fuera tan extenso, pero le asustó saber que le había platicado a alguien sobre sus derechos especiales en la relación de amistad que tenían.

"Espera, ¿le dijiste a alguien que tú y yo…? Ya sabes"

Se mordió los labios esperando una respuesta.

"No, no te preocupes"

Ella respiró como si un gran peso se le hubiera salido de encima. Pasó los dedos distraídamente por la pantalla táctil del móvil y vio los chats de WhatsApp ir y venir, hasta que se detuvo en el de «Tutor fastidioso de matemáticas» y no supo por qué entró a él, con una expresión plana. Cuando lo vio «en línea» sintió la cara arder. No había aceptado que InuYasha la acercara a su casa porque tenía la cita con su amigo y, de nuevo, no entendió por qué no quiso decirle eso si es que no tenía nada de malo.


Abrió el chat de WhatsApp de «La imposible K Higurashi» —porque recordó que así le decía antes y que Kagome sí era imposible— y la vio «en línea». Dejó el celular de lado y observó el techo de su habitación, aunque oscura. No tenía nada de sueño y toda la tarde había pasado irritable. Y es que tenía que preparar un par de clases y sus estudiantes le habían pedido una extensión de tiempo por urgencia sobre su próximo trabajo ya que el maestro de estadística les había dejado más, entonces necesitaban 24 horas extras, así que se tuvo que ponerse a configurar la plataforma para cambiar la fecha de entrega y mover su planificación semanal. También se puso a organizar el horario de Kagome y todo parecía un bucle de trabajo asfixiante.

Y entre tanto trabajo, se preguntaba por qué demonios la gente no era sincera con él. Siempre le escondían las cosas, siempre a sus espaldas. Volvió a tomar el teléfono y ella seguía «en línea». No entendía por qué verla en ese estado le sonaba a mantenerle la mirada ceñuda en la vida real. Fue algo muy tonto y bufó por eso. Se quedó viendo la pantalla hasta que la chica despareció de la conexión y por su propio bien, intentó dejar de pensar estupideces y dormirse, porque al día siguiente tenía trabajo temprano.


"Sal. Traje un regalo para tu hermana"

A Kikyō, el rostro se le puso tan pálido como un papel. Casi se atraganta con el flan y las manos le comenzaron a temblar. Buscó rápidamente en las configuraciones el tono que tenía escogido para simular una llamada.

—Lo siento, es algo del trabajo. —Se disculpó mientras fingía salir de la estancia a contestar. La gente le cedió el permiso sin más.

Caminó hacia la puerta y la abrió despacio, sin dejarle el seguro. Llegó al portón con todo el cuerpo helado y temblando, lo corrió lentamente y al salir, se encontró con un ostentoso auto convertible color negro que estaba parqueado justo en frente de su casa. El carro tenía un enorme lazo celeste de regalo y una tarjeta adjunta que Kikyō corrió a leer y decía «Felicidades, Kagome». Quiso morirse y empezó a respirar fuerte, a punto de colapsar por los nervios y la presión. Intentó buscar con la mirada a Naraku y por fin, una cuadra antes, vio una de las camionetas que siempre sacaba.

Sintió el odio recorrerla y con pasos firmes se dirigió hacia el auto, con los tacones de sus botines resonando por el pavimento. Llegó hasta la parte de atrás y tocó la ventana con fuerza, pidiendo que la abrieran.

—¿No te gustó el regalo? —Preguntó Naraku cínicamente, apenas el vidrio le dejó ver la cara.

—¿Qué diablos haces aquí? —Le reclamó entre dientes. Kikyō estaba aterrada por si la descubrían—. ¿Qué es ese auto? Llévatelo.

—Estoy aquí por dos cosas —la encaró. Aún con la oscuridad de la noche y las luces lejanas de su casa, podía ver los ojos avellana brillar—: dejarle este pequeño regalo a tu hermana y arreglar un problema personal del que, seguramente, mañana muy temprano tendrás noticias.

Naraku sabía perfectamente a lo que se estaba refiriendo y le causaba placer saberla tan confundida, siempre en sus manos. La vio negar, como incrédula.

—No tengo mucho tiempo, necesito que te lleves eso de aquí, por favor —no pudo evitar rogar. Tenía miedo, mucho miedo.

Miedo de que descubrieran al maleante.

Eso era malo y ella lo sabía.

Pero no le importó.

—¿Acaso no quieres verme? —Le acarició la mejilla caliente y ella pareció un gato recibiendo amor, cerrando los ojos y ladeando el rostro sutilmente.

—Es peligroso… —susurró en un hilo de voz—. No voy a poder justificar esto, por favor… no me hagas las cosas más difíciles.

Su corazón parecía querer salirse del pecho. Tomó aire de nuevo cuando dejó de sentir la caricia y abrió los ojos… no sabía qué podría conseguir, pero Naraku miraba fijamente el convertible, con expresión plana.

—Mueve el auto a casa —dijo después de un rato, dándole las llaves a uno de sus hombres dentro de la camioneta.

—Sí, señor.

Kikyō sonrió, sin poder creer que él le hubiera hecho caso por primera vez. En su mente hubo esperanza de que al fin él pudiera estar cambiando gracias a ella y eso la reconfortó a tal punto, que quiso besarlo, pero se detuvo.

—Te veré mañana de todos modos.

—Sí y… —se obligó a detener lo que sea que fuera a decir porque Naraku subió el vidrio y la camioneta arrancó sin más, justo detrás del supuesto regalo de Kagome.

Nuevamente se había quedado con la palabra en la boca y eso la frustró demasiado.


Caminó rápidamente mirando su reloj y notando que estaba a tiempo. Se había despedido como siempre de sus animados padres que desayunaban rápido para salir a trabajar en su pequeña fábrica de papel, de una adormilada Kagome que aún se restregaba los ojos y usaba pijama antes de arreglarse para ir a sus clases en la universidad, y había salido de su casa.

Había dormido tan plácidamente, a pesar de todo, por el repentino cambio de Naraku, que respiró hondo y dejó a su familia tranquila acerca de su humor. Quizás les parecía que su ruptura con InuYasha había pasado rápido y la verdad era que sí, no tenía cabeza para pensar en que lo había dejado y aunque a veces se sintiera mal por eso y quisiera llamarlo para hablar de forma más amena y explicarle todo con detalles, no flaquearía ni le daría falsas esperanzas. Esperaba que algún día se olvidara de todo eso y encontrara a alguien que lo amara en la forma en la que él amaba.

Lo merecía y, repetía: ella jamás le podría brindar eso y tampoco quería hacerlo. No cuando Naraku había entrado de nuevo a su vida, llenando cualquier espacio en blanco.

—¡Tan temprano como siempre, Higurashi-sama!

—Gracias a usted por estar siempre a tiempo, Saitō-sama. —Hizo una reverencia y se subió al taxi que la recogía religiosamente cada mañana para llevarla al trabajo.

El trayecto fue completamente tranquilo y ella revisaba algunas cosas en su celular, mails y demás, ganando tiempo. Siempre llegaba a la empresa al menos veinte minutos antes y en esos tiempos más que nunca por evitar el acoso laboral y hostigamiento de su jefe Hiten, que desde hacía un par de meses no paraba de mirarla mal por no haberle aceptado la famosa cita. Nadie más que Kagome lo sabía y ella le había jurado que saldría pronto de ese trabajo, así que debía cumplirle la promesa a su hermana antes de que volviera a preguntarle si ya había hecho efectiva su palabra.

—Creo que hubo una tragedia en la empresa, Kikyō-sama —escuchó decir al conductor y ella apenas se percató de que ya habían llegado.

La aludida alzó la cabeza rápidamente y le asustó ver a la gente fuera, un par de patrullas, la ambulancia y una cinta amarilla de esas que te indica que hay un muerto cerca y que debes mantenerte lejos. Se le heló la sangre con esa idea y no supo de qué podía tratarse. Pagó su pasaje y se bajó rápido, sin dejar de ver hacia la entrada del edificio, con las manos sudando, pálida y asombradísima.

—¿Qué sucede? —Inquirió a una de sus compañeras, que miraba atenta hacia el lugar.

—Oh, Kikyō-sama —con mucho respeto, se dirigió a Higurashi y entendió perfectamente su semblante—. Una tragedia, asesinaron al señor Hiten.

Kikyō abrió ligeramente la boca, petrificándose y pensando en aquel momento en que respondía la llamada de Naraku, la entrada de su jefe diciéndole cosas mientras ella no colgaba y luego sus gritos y demás, todo con, probablemente, su «novio» escuchando todo a través de la bocina. Negó lentamente, no podía ser… ¡No podía ser!

«[…] arreglar un problema personal del que, seguramente, mañana muy temprano tendrás noticias»

¡Él había dicho que se trataba de un problema personal! Sintió que se mareaba y se le secó la garganta. Tenía que salir de ese lugar lo más rápido que pudiera.

—No puede ser, Korudon-sama —comentó después de mucho, con la mirada perdida en la nada y un escalofrío recorriéndole todo el cuerpo.

La hermosa joven castaña asintió y volvió su cuerpo y vista al frente, esperando a que el cuerpo fuera sacado por fin. Kikyō, por su parte, no pudo dar un segundo de crédito y su mundo se vino abajo, sin dejarla pensar bien, llenándola de pánico e ira.

«—Te veré mañana de todos modos».

Maldito fuera Naraku, maldito mil veces.


De entre todas las cosas que Kagura podía ser en la vida, la más ridícula que Naraku le había encomendado era ser la guardiana de Kikyō, que desde que había llegado de nuevo a la vida de su jefe, esa mujer no había hecho más que cambiar de opinión cada cinco minutos. No lo parecía con lo seria que era. Los primeros días se había reusado a responder sus llamadas —porque Naraku nunca lo hacía, la delegaba a ella para es trabajo—, ni los mensajes a WhatsApp… se sentía como una completa estúpida, incluso parecía ser ella la que estaba seduciéndola y no Tatewaki. Frunció en entrecejo ante los recuerdos.

El jefe reía complacido cuando ella le informaba que «su dulzura» no había respondido nuevamente, como si le divirtiera que ella fuera así y Kagura no lo entendía; no lo entendía porque él era muy impaciente, prepotente y tenía mal carácter, por lo que era imposible que de verdad soportara los desplantes de Kikyō más de una vez. Después de unos días, le dijo que accedía a volver a hablar con Naraku y que fuera por ella y así lo hizo. Luego de una conversación de miradas entre Higurashi y Tatewaki —que ella presenció—, este dijo que la lleve a una carísima tienda por un vestido de gala para que lo acompañe a un evento importante esa misma noche.

Todo había sido una travesía hasta que le preguntó si se acostaba con Naraku. Había sido la peor conversación de su vida.

Kikyō no le desagradaba para nada, debía aceptarlo, pero no le gustaba ni un poco ser su guardiana. Ella era la mano derecha de un mafioso importante, no la niñera de una mujer que no sabía cuándo decir no.

La vio venir con los ojos inyectados de furia a paso rápido hacia la camioneta y alzó una ceja al tratar de descifrar esa expresión. El conductor quitó los seguros del carro mientras Kagura observaba de nuevo la cafetería en donde la había citado por primera vez hacía un par de semanas. El tiempo pasaba volando.

—¿Por qué la urgencia? —Inquirió con tono casi divertido mientras Kikyō se sentaba en el maldito asiento y esperaba callada a que le pusieran su bolsa negra en la cabeza y le esposaran las manos—. Bien, vinimos de malas.

—Cállate, Kagura. —Soltó agria, con ganas de lanzarse sobre ella y arrancarle los ojos. A ella y a todos.

—Insolente. —Comentó automáticamente la otra. El chófer arrancó a andar en lo que su jefe le hacía una señal con la cabeza. Miró por el retrovisor y Renkotsu se mantenía en silencio y con expresión inmutable, como un robot—. Debes aprender a respetarme, niña tonta.

—No me trates como una imbécil. —Había odio en sus palabras y Kagura no quiso entender por qué.

—Lo eres.

Se hizo un silencio que nadie quiso romper. Los hombres siguieron con sus expresiones serias mientras ambas chicas se sumieron en sus pensamientos. Por otro lado, Kikyō, aun con la cabeza dentro de la bolsa y las manos esposadas, podía ver la cara de su «novio» —¿eran realmente algo?—, y pensar en cómo destrozarla a puros golpes. Respiraba fuerte y quería tener un ataque de nervios en el que pudiera descargar toda su ira y frustración. No entendía nada, no le veía razón a ese asesinato y, por sobre todo, no entendía por qué Naraku le había dicho que era un tema personal.

No pasó demasiado tiempo para que el carro se detuviera y le abrieran la puerta. Como de costumbre, caminó con Kagura agarrándole un brazo con brusquedad para que no se tropezara y al escuchar las enormes puertas de metal abrirse frente a ella, la bolsa y las esposas les eran quitadas. Alzó el mentón y se arregló los cabellos pegados a la cara y ante la impasible mirada de los guardias, caminó a paso rápido y agitado, dejando que sus tacones se escuchen con más fuerza que de costumbre.

Se adentró hacia la gran caseta y buscó la conocida oficina. Sentía el corazón latirle con más fuerza a medida que se acercaba a ese lugar. Inspiró hondo y, sin permitirse tocar, abrió la puerta.

Lo encontró ahí, alzando la cabeza después de haberla tenido concentrada en su computador. Naraku achicó los ojos con furia contenida al verla irrumpir de esa forma en su espacio y cerró su laptop, puteándola con la mirada. Se imaginó por qué estaba ahí, así que iba a esperar a que Kikyō hablara.

—¡Eres un asesino! —Soltó la puerta y se cerró de golpe, haciendo un ruido infernal para los oídos de ambos—. ¿Cómo fuiste capaz, Naraku? —Reguló la voz e intentó hacerlo también con su respiración, aunque, claro, de forma inútil.

—¿Cómo fui capaz de matar a tu acosador, dices? —Le soltó con voz suave, levantándose para tomar un trago, como de costumbre—. ¿Te estás quejando de eso, Kikyō? —Tomó, viéndola a los ojos directamente.

Ella sintió flaquear con aquello, llena de pánico al comprobar que sus sospechas eran ciertas y él sí había matado a Hiten porque lo escuchó decir algo comprometedor por el teléfono. Quitó la vista de inmediato.

—N-no sé de qué hablas.

Se odió mucho por titubear.

—Oh —alzó una ceja. Dejó el vaso de cristal sobre el escritorio y caminó hasta ella de forma peligrosa, tomándola por la quijada y viéndola casi asesino—, ¿vas a negar que él quería cogerte? ¿Es que estás feliz con la idea? —Le movió la cara con violencia, haciéndola gemir incómoda—. ¡Dímelo!

—¡Suéltame! —Le sacó la mano y sacudió la cabeza—. ¿Qué te pasa? ¡Claro que no estoy contenta con eso!

—¿Entonces? —Alzó el mentón.

—No era —negó, cerrando los ojos y sintiendo las manos temblar—, no era necesario que lo hicieras… —el peso de la muerte de su ex jefe le estaba poniendo los nervios de punta—, no era necesario que lo mataras, Naraku —lo miró a los ojos y sintió ganas de llorar—. ¿Por qué?

—Sí era necesario —le respondió estoico.

—Pero —volvió a negar, achicando los ojos y tratando de entenderlo— dijiste que era algo personal. —Le dijo en un hilo de voz.

Tatewaki, entonces, desvió la mirada y volvió al resto de su bebida alcohólica, sin ser capaz de verla de nuevo. Kikyō se ponía muy intensa cuando quería y, en ocasiones, no sabía si le molestaba demasiado o le excitaba. En ese caso, sentía ambas. Ella volvía a respirar con dificultad detrás de él y la escuchó acercarse rápido para tomarlo de la manga de su finísima camisa negra.

»—¡Responde! —Con un movimiento ágil, lo obligó a ponerle atención de nuevo.

Le temblaron las piernas cuando notó ese brillo en su ojos que le decía que una bomba estaba a punto de explotar. Ella negó, indignada por no saberse capaz de ignorarlo y pasar por alto la muerte de un hombre. Su mente no podía funcionar de esa forma, ¡no podía poner a Naraku por encima de la vida de otro ser humano! —incluso si este ser humano la hubiera acosado en alguna ocasión—. Se perdió de nuevo en el mar de sensaciones que le provocaba la reciente cercanía de ese hombre y le miró la boca de forma instintiva.

—Tú eres mi tema personal. —Le acarició los labios con suavidad y notó que estos temblaban.

—No tenías que matarlo… —susurró, a punto de perder la cordura. ¡Lo había hecho por ella! ¡Solo por ella! Todo el cuerpo le llevaba la sangre con brío por las venas y ella no sabía cómo detener aquel cúmulo de emociones—. No tenías…

—Sí, sí tenía —la atrajo por la cintura, pegándola a él como si la cercanía no fuera suficiente.

Y entonces Kikyō perdió la razón.

Continuará…


Sí, este capítulo no es para InuKag (¿?) pero el próximo… sí, creo. Y así hasta 14, así que tengan paciencia, mis hermosas. Disfruto mucho escribir de esta pareja, qué les puedo decir. Me he vuelto adicta a destruir a Kikyō [no se crean, pero es muy interesante trabajar con ella].

¿Quién es Korudon-sama? Pues, mi Bogaboo, Gabriela Cordón. Ama tanto a esta Kikyō que no sabía cómo conectarlas, así que la metí en la historia para que interactúe con su querida Kikyō. ¡Espero que te guste el detalle!

Amor eterno a mis bebés: yancyarguetaf, veliuslaoculta, Marlenis Samudio, angieejp, Ichibancat, GabyO13, Ferchis-chan, Daneza19, Laurita herrera, Paulina Hayase, Dubbhe, Lullaby, Katys Camui, Iseul y Lis-Sama.

No saben lo feliz que me hacen con sus comentarios.

Esta actualización es porque estoy de cumpleaños, ¿ok?