Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y a la Saga Crepúsculo.
.
¡HOOOOOOOOOOOOOOLA DE NUEVO!
Aquí estamos una semana más y una vez más me tenéis muy emocionada con vuestra acogida. Daros las gracias, en especial a AnnaLau que desde que apareció por mi primera historia siempre ha confiado en mis FF y con este, desinteresadamente, ha hecho de gran hada madrina. Mil Gracias siempre a todas por tener siempre palabras tan bonitas, para mi es un lujo.
Sin más, os dejo con Bella
.
RECUERDOS Y NUEVOS PACTOS
BPOV
.
Estaba emocionada.
Y guapa.
¡Dios! Qué prepotente sonaba, pero estaba realmente guapa. Después de tantos meses por fin tenía una excusa para arreglarme y me sentía diferente.
Me sentía bien.
Había recuperado mi vestido de flores preferido, afortunadamente era una de las cosas que Edward había metido en mi destartalada maleta el día que me recogió del hospital. Era bastante largo y cubría mis vendajes. Intenté negociar con Jacob para que me dejara quitármelas un rato, pero se mantuvo intransigente así que las cubrí lo mejor que pude.
Era emocionante hacer algo diferente después de tanto tiempo entre estas paredes. Aun me cansaba mucho cuando me esforzaba, pero Jake me había prometido que esta salida sería respetuosa con mi recuperación y si él lo decía debería creerlo, al fin y al cabo, era el experto.
Con el paso de los días, y de las horas de sesiones compartidas, Jake y yo habíamos compartido muchas conversaciones. Al principio eran puros formalismos, pero descubrí en Jacob a alguien simpático, fácil de tratar y que no tenía nada que ver con mi vida anterior, lo que era aún más refrescante.
Hasta que un día descubrí su sorprendente amistad con Rogers y sin saber cómo había acabado teniendo con él el primer acercamiento a la vida real en muchos meses. La exposición estaba situada en un callejón que servía para que los artistas urbanos pudieran expresar sus ideas sin miedo a que quedaran destrozadas o los multaran. Seguía siendo efímero, pero al menos podíamos disfrutar de ellos.
-Esto es una pasada. – alabé alucinada por los colores y el tamaño de las pinturas. – Edward debería estar viendo esto. –
-¿Edward? No me lo imaginaba como un aficionado a los grafittis. – respondió Jake.
Jocob había pasado a buscarme por casa. Bueno, por casa de Edward y habíamos venido hasta aquí en su furgoneta. Era nueva y casi supersónica. Su amistad con Rogers y mi carrera habían centrado nuestra conversación. Era una buena persona y aunque nuestra relación profesional había sido algo complicada al inicio, poco a poco, me fui acostumbrando a él, a su tacto y a su particular humor.
-Considera que el nombre no le pega para el tipo de arte que crea. – expliqué rodando los ojos por la lógica de Edward.
-Suerte que es cirujano. – bromeó. - ¿le cuentas a Edward todos tus planes? – comentó despreocupadamente mientras daba un trago a un refresco que habíamos cogido.
-Hablamos bastante…. La verdad es que estaba muy emocionada por venir. – expliqué algo nerviosa por las implicaciones de su pregunta. Para ser justa, Jake no había sonado como si me estuviera juzgando, pero mi mente sí lo había hecho.
-Siempre me he preguntado de qué os conocíais. – comentó mientras continuábamos rodeando el lugar.
-Su sobrina, Rose, y yo éramos muy amigas. Crecimos en el mismo pueblo. – dicho así parecía tan simple que me hacía desear que hubiera sido así.
A veces deseaba que nuestra amistad no se hubiera sido tan importante para mi. Quizás si hubiese sido alguien a quien no hubiese querido con todo mi corazón, dolería menos.
-¿Estás bien? – Enfoqué mi atención en el rostro preocupado de Jake.
-Recuerdos. – me excusé avanzándome unos pasos dando por zanjado el tema.
Estaba ilusionada por estar rodeada de nuevo de mi ambiente. Daba igual a dónde miraras, todo a mi alrededor era arte. Incluso podido hablar un buen rato con Rogers y otros artistas avivando la pasión que siempre había sentido por mi carrera.
Había querido pintar desde que era pequeña. Mi casa, bueno mi habitación, siempre había estado llena de pinturas. Cualquier lugar era bueno para crear arte, paredes, puertas, ventanas… Puede parecer algo desordenado, incluso sucio, pero era bonito y único. Mi padre, Charlie Swan, presidente de una de las empresas de logísticas más fructíferas en Port Angels, y Reneé Swan, alcaldesa de Port Angels, al contrario de lo que pudiera parecer, siempre me habían dejado explorar mi vena artística. Siempre había sospechado que era por la influencia de mi abuela Marie. Había sido una artista bohemia que me había enseñado a mirar a la vida con otras gafas. Unas llenas de colores y luz. Murió cuando tenía trece años. Pintar me permitía mantenerla viva en mi corazón.
Aunque me hubiera encantando vivir simplemente de mi arte siempre supe que era un mundo difícil, así que decidí estudiar Bellas Artes. No me arrepentía, quizás un poco cuando tenía que pagar el crédito universitario.
Estar rodeada de gente que tenía la misma sensibilidad que yo era revitalizador.
Un pequeño tropezón me devolvió a la exposición dejando el pasado donde debía estar.
Después de hacerle prometer cien veces a Jake que no pagaría mi cena, acepté ir a un restaurante con él. Quizás estaba obsesionada pero no quería que esto se pareciera, en absolutamente nada, a una cita. Jake siempre me había tratado como una amiga más, pero era fácil cruzar la línea y no lo quería ni para él ni para mí.
Cenamos tranquilamente, conversando con la misma facilidad con la que lo llevábamos haciendo toda la noche. Era tarde y el restaurante estaba casi desierto pero, al menos, los camareros no nos habían echado ni mirado mal por estar ocupando una mesa a estas horas.
-Antes he tenido la sensación que estabas triste cuando hablabas de tu amiga, Rose… ¿no? – preguntó tranquilo mientras acababa su brownie.
Miré a Jacob fijamente antes de responder. Me inspiraba confianza. Siempre había elegido muy bien con quien compartía mi pasado, pero nunca había tenido miedo de contarlo. Esa era mi fortaleza.
-Tuvimos una gran discusión y no hemos vuelto a hablar o vernos desde entonces. Dijimos cosas muy dolorosas. Fue los últimos días del último año de instituto, así que cuando tocó ir a la universidad me fui de allí dejándolo todo atrás. – comencé a explicarle.
Jacob asintió en silencio sin interrumpirme. Dejándome mi espacio para compartir lo que quisiera con él.
Apoyé mi cabeza en mi mano y soltando el aire que retenía dentro por los nervios, me aventuré a la parte más dura.
-Éramos muy amigas, casi inseparables. –aun a día de hoy una sonrisa me acompañaba cuando pensaba en esos años de amistad pura y verdadera. - Mi novio en el instituto, Mike Newton, se unió a nosotras cuando se mudó a Forks con diez años. Éramos muy buenos amigos. En el baile de fin de curso… Ambos habíamos bebido bastante… yo estaba triste por tener que dejar Forks y separarme de Rose y mi familia…- conseguí decir después de tantos años. Cogí aire antes de continuar.- No quería tener sexo con él esa noche, pero él no lo respetó y me forzó. – paré un segundo, siempre acababa con la boca seca cuando lo explicaba. Deshice mis puños y bebí de un trago el vaso de agua. –
-Joder. – exclamó Jacob con rabia.
-No me creyó. Nadie lo hizo. Decían que Mike era incapaz de hacerme eso y además era mi pareja… Es un tema algo delicado. Hay gente que piensa que porque mantengas una relación con otra persona las relaciones siempre son consentidas… - expliqué como tantas veces había hecho en las charlas que hacíamos con las asociaciones con las que solía colaborar.
Había intentado ayudar a muchas chicas y mujeres desde que llegué a la ciudad gracias a mi colaboración con una pequeña asociación de mujeres de mi barrio. Ellas me habían ayudado a sanar.
- Imagino que debió ser muy duro. – añadió
-Lo fue. No tener su apoyo fue una de las peores cosas. – confesé encogiéndome de hombros. – Me enteré algunos días más tarde que ella ayudó a Mike a preparar el lugar… Era nuestra primera vez. Obviamente no fue su intención… Con los años he querido pensar que su negativa a creerme era en parte culpa por haber colaborado de alguna manera en las ansias de Mike.
Me había costado mucho llegar a tener esa llama efímera de esperanza en Rose, pero algo en mí se negaba a pensar que pudiera ser tan desalmada con su mejor amiga. Con quien había llegado a considerar casi una hermana.
-¿Y tus padres? – dijo aun asimilando lo que le había explicado.
Suspiré.
– Mis padres son personas importantes en la zona y estaban bastante más preocupados en evitar el escándalo y esconder lo que me había pasado que en ayudarme. Me hicieron sentir vergüenza…. – acabé sin poder evitar las lágrimas en mis ojos.
Jacob sujeto mi mano fuerte. Un pequeño gesto de apoyo y fuerza que necesitaba en estos momentos.
-¿Edward lo sabe? - preguntó sin parecer chismoso. Simplemente interesado en la conversación como podría estarlo en cualquier otra.
-Seguramente, pero no por mí. – respondí segura.
Había visto la comprensión en su mirada cuando, precisamente, habíamos estado buscando un fisioterapeuta. Forks era un pueblo pequeño y su sobrina mi mejor amiga, era imposible que no lo supiera. Ni él ni yo nos habíamos molestado en hablar del tema como tampoco nos hacíamos los tontos ignorando que estaba al tanto de lo que me había ocurrido hace tanto tiempo. Quizás por eso estuviera ayudándome tanto ahora.
Había tenido la tentación de preguntarle varias veces si le había contado a su familia que vivía con él, pero nunca me había atrevido a sacar el tema. Temía que todo saltara por los aires si lo hacía. Tampoco quería que sintiera que tenía que ocultarle nada a su hermano o su sobrina. Si se lo había contado, lo entendía. Desde el primer día que Edward se marchó a trabajar dejándome sola en su casa me preparé para que la puerta se abriera y apareciera algún Cullen o que alguna llamada trajera sus voces de vuelta a mi vida.
-Notaba como tu cuerpo se tensaba los primeros días. Ahora lo entiendo. – atinó a decir Jacob. Seguía siendo una respuesta instintiva, sobre todo, al conocer a alguien. – Te pido disculpas si te he hecho sentir incomoda. –
-No lo hagas. – le dije consternada. – A veces reacciono así, es algo que me ha quedado, pero en ningún momento has hecho nada para incomodarme. Al contrario. – le respondí impregnando seguridad en mis palabras. – Edward me dijo que eras el mejor y no se ha equivocado.
-¿Edward te convenció? – preguntó con la misma mirada que me había dirigido antes.
-Más bien fue un pacto. Me pidió que te diera una oportunidad, sabía que no me arrepentiría y no lo he hecho. – expliqué justo a tiempo para girarme a pedir la cuenta a nuestro joven camarero. Me recordaba a mí cuando me estaba sacando a carrera y trabajaba los veranos en un restaurante del puerto de San Francisco en el que servían sopa dentro de un gran pan.
-Le daré las gracias un día de estos. – comentó haciéndome reír. Jacob Black era el mejor, no necesitaba que Edward le consiguiera ningún paciente.
De camino a casa no pude evitar sonreír como una niña pequeña después de la noche que había pasado. Me sentía llena de energía y vitalidad a pesar del duro momento de confesión que había tenido con Jacob.
Estaba a punto de bajarme del coche cuando me animé a preguntarle a Jake algo que llevaba tiempo rondándome por la cabeza.
-Jacob… - no giró la cabeza hacia mí hasta que estuvo bien aparcado delante de la casa de Edward. Cuando lo hizo vi en sus ojos la bondad que me había demostrado durante toda la noche. - ¿Crees que puedo subir escaleras? –
La sorpresa cubrió su rostro. Parpadeo un par de veces confuso por mi repentina pregunta.
-Creo que intentas correr antes de caminar. Literalmente. – contestó después de meditarlo. Tenía la sensación que estaba midiendo más sus palabras que no el contenido de su respuesta. – Bella, tienes que tener paciencia y hacer las cosas bien. Está bien que trabajes y estés motivada, pero si fuerzas los ritmos acabarás empeorando la situación… Y créeme, sé que estás rodeada del Dream Team de los rehabilitadores, pero ni un genio como Edward podrá hacer nada si intentas hacer algo para lo que no estás preparada. – me explicó serio.
-¿Nada de escaleras entonces? – pregunté con una dulce sonrisa intentando ablandar su duro corazón.
-Nada de escaleras, de momento. – matizó con una sonrisa tranquilizadora.
-Tú eres el experto… - me encogí de hombros divertida. – Te animo a que me dejes bajar del coche sola para que veas lo magnifica paciente que soy y vayas introduciendo en ese plan tuyo algún que otro escalón. – le advertí antes de bajar del coche y caminar hasta la puerta de casa.
Me giré antes de abrirla.
Seguía allí, esperando a que entrara sana y salvo. Ondeé mi mano para decirle adiós antes de entrar al refugio que se habían convertido estas paredes para mí.
Entré dejando tiradas las llaves en la gran mesa de la entrada. Era mi pequeño acto de rebeldía en esta casa y su impoluto orden. La primera vez que vi la cocina pensé que si me caía y me destrozaba la pierna de nuevo, Edward podría operarme sin miedo a contraer ninguna infección. Reí ante la absurdidad de mis pensamientos.
Me dirigí hasta la cocina, pero la escalera robó mi atención.
Había sido una tontería preguntarle eso a Jacob, pero esas escaleras significaban mucho para mí, especialmente los días como estos. Los que Edward tenía guardia.
La casa estaba en silencio y era como vivir en un hotel extraño para mí.
Me había costado no sentirme como un huésped, una intrusa. Solo cuando Edward estaba en casa era diferente. Era casi como un hogar, pero cuando él no estaba todo se volvía frío de nuevo y la necesidad de volver a recuperar las riendas de mi vida crecía en mí casi como un monstruo que me obligaba a huir y dejar de ser la obra de caridad de Edward Cullen. Pero para eso necesitaba ser capaz que mi rodilla se doblara lo suficiente como para subir los sesenta escalones que tenía hasta mi casa.
No debería hacerlo.
Sin darme cuenta mi mano se apretaba contra la fina baranda y mis pies aguardaban tensos delante del primer desafío.
El primer escalón.
Comencé con la pierna sana. Si hacía la fuerza con ella ni Jacob ni Edward podrían decirme que estaba forzando mi rodilla. Después levanté mi pierna derecha intentando no doblarla. Así conseguí subir casi medio tramo. Decidí probar suerte y doblar con mimo mi estúpida rodilla rota. Me dolió más de lo que esperaba, pero continué con los escalones que me quedaban.
Habían sido solo diez miserables escalones, pero los sentía como si fuera el maldito Everest.
Miré hacia abajo y supe que no era capaz de hacerlo. Casi me faltaba el aire por el esfuerzo que había hecho.
Giré mi vista derrotada una vez más ante mi debilidad.
Era la primera vez que estaba en este piso de la casa. Era igual que la primera planta. Blanco y con puertas a juego. Estaban cerradas. Me sentía fatal por invadir el espacio de Edward. Este lugar era solo suyo y no era justo que yo también hubiera subido aquí a arrebatarle su privacidad por un capricho.
Como si fuera un imán me dirigí a la puerta tenía detrás de mí. Me conformaría con que tuviera una simple silla. Descansaría un rato y bajaría hasta mi habitación para aceptar que Jacob tenía razón y aún no estaba preparada.
La habitación estaba a oscuras. Intuía que de día debía tener mucha claridad y una luz espectacular. Tenía un gran ventanal en forma de puertas que daban a una terraza. Esto podría ser un estudio de pintura magnifico. No necesitaba nada más, la orientación y la luz de las que disponía lo hacían perfecto. Caminé un poco más. Me iría bien un poco de aire para despejar mis ideas y librarme de los absurdos pájaros que acababan de anidar en ella.
¡Dios! ¡Hasta la vista era perfecta!
Me recordaba tanto a mi pequeña habitación en Brooklyn que mi corazón se agitó. Odiaba un poco a Edward por tener este lugar solo para él y desperdiciarlo. Debería estar en la planta baja para que yo pudiera entrar todos los días sin los remordimientos que estaba sintiendo ahora mismo.
Un pinchazo cruzó mi pierna. No quería mirar hacia abajo temiendo lo que pudiera encontrarme.
Mi rodilla estaba hinchada. Mucho más inflamada de lo que había estado en muchos días.
¡Mierda!
Me apoyé en el cristal que hacía de baranda y dejé que la gravedad hiciera su efecto. Sentí mi espalda resbalar por el frío material.
Respiré hondo intentando relajarme concentrándome en todo lo que había vivido esta noche. Lamentablemente, no podía. Todo era cada vez más duro. Había superado muchos problemas en mi vida, pero esta situación era cada vez más asfixiante.
Mi teléfono interrumpió mis depresivos pensamientos.
-¿Eres Isabella? – preguntaron sin molestarse ni en presentarse.
¿Qué clase de persona llamaba a alguien sin presentarse a las dos de la mañana un sábado?
-Soy yo. ¿Quién es usted? ¿Y cómo tiene mi teléfono? – me obligué a responder y no colgar directamente.
-Oye tía, corta el rollo ni que tuviera cien años… - me interrumpió ese ser que supongo no apreciaba la educación. – Soy Boris, tu compañero de piso. ¿Piensas volver? Porque tu habitación es mejor que la mía… -
-Voy a volver. – le interrumpí antes que me desalojara si no respondía a tiempo. –
-Vale. Si cambias de idea podrías avisarme antes. – insistió. –
-Lo haré… Ahora me dices como tienes mi número y por qué me llamas. – le pregunté de nuevo intentando sacar algo de luz.
-El guaperas alto aquel lo dejó apuntado en la nevera para que te llamara para tu correo y esas mierdas. – explicó y recordé que Edward me lo comentó el día que me trajo aquí.–
-¿Me llamas para que vaya a buscar el correo? – le dije perpleja.
-Eso estaría bien. Además, hay una mujer que lleva llamándote toda la semana. Tiene el contestador lleno de mensajes. Dice que es de una aseguradora. Quizás deberías llamarle. En un mensaje dice que saldrás beneficiada, que no debes asustarte. – comentó.
¿Había escuchado mis mensajes? ¡Esto era el colmo!
-Iré. ¿Si llama antes que vaya le puedes dar mi número? – tenté a mi suerte en fiarle algo a este ser con el que la conversación más larga que había tenido hasta ahora era ésta.
-Porque no. – fue su simple respuesta.
-Vale… Pues gracias por llamar y buenas noches. – me despedí con una sonrisa esta vez no era triste sino alucinada por la situación tan inverosímil que acababa de vivir.
Cerré los ojos.
Le daría cinco minutos más a mi rodilla y volvería a mi habitación. Estaba abusando de la confianza de Edward.
…
Mi cabeza cayó del duro lugar en el que estaba apoyada despertándome de golpe.
Abrí los ojos asustada para comprobar que había dormido en la terraza y el lugar del que me había caído no era otro que el hombro de mi particular casero.
Edward estaba sentado a mi lado. Con su cabeza en un ángulo extraño que juraba le daría más de un dolor esta mañana. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Por qué no me había despertado?
Me di el lujo de espiarle ahora que dormía.
Su rostro era anguloso. Por lo que recordaba de él, siempre lo había sido. Tenía barba de dos días resultado de todas las horas que había pasado encerrado en el hospital este fin de semana. Su pelo caía por todos lados. Era la primera vez que lo veía dormir. Hasta recién despertado tenía esa aura de deidad que acompañaba a todos los Cullen.
Edward abrió sus ojos cazándome en el acto. Sus ojos verdes oscuros estaban desenfocados, aun adormilado.
-¿Tengo baba colgando? – fue lo único que dijo con esa voz pastosa que al menos lo hacía un poco menos perfecto.
-Un poco. – respondí cogiéndole el guante que me acababa de echar. Era prometedor que no pensara que era una loca que lo acosaba mientras dormía.
Edward negó con la cabeza mientras se reía, pero la diversión acabó cuando intentó enderezar su espalda.
Sin duda, dormir sentados en el suelo, a la intemperie y apoyados en una baranda acristalada no era lo mejor para nadie.
-¿Todo bien por ahí? – intenté controlar mi risa.
-No intentes convencerme que no te duele hasta el pelo porque no te creeré. – me advirtió moviendo su cabeza a ambos lados para estirarse.
-Tengo el cupo de dolor cubierto. – dije encogiéndome de hombros sabiéndome ganadora.
-Hablando de eso… ¿Tienes la habilidad de volar y no me habías dicho nada? – me comentó después de mirar mi rodilla de reojo. Ya no estaba tan inflada como anoche, lo que era una suerte para mí o nadie me libraría del enfado de Edward.
-Subí por las escaleras. – expliqué como si estuviera desvelando el misterio de la vida.
-¿De verdad? Increíble. – exclamó burlándose de mí.
Rodé los ojos sin contestarle. No iba a meterme en este charco porque tenía todas las cartas para perder.
-Bella… - Edward cogió mi mano para que lo mirara. – Me prometiste que cuidarías de mi rodilla… No me hagas quitarte la custodia. – me advirtió. Estaba haciendo un esfuerzo para no advertirme duramente. Lo notaba porque tenía la frente arrugada como siempre que algo le preocupaba o enfadaba y en sus ojos se marcaban algunas líneas de expresión por la manía de estrecharlos para mirar a quien tenía delante de tal manera que podría descubrir hasta el peor de sus pecados.
-Siento haber invadido tu espacio. – me disculpé olvidando su insana preocupación por mi rodilla.
Edward me miró atentamente antes de responder.
-No lo hagas. – dijo finalmente. – Lo que no te permitía venir aquí eran las escaleras, no yo. – declaró con tanta seguridad que casi estuve a punto de suplicarle que me dejara quedarme aquí para poder pintar un poco. Podía dormir en un colchón en el suelo si era necesario.
-No he entrado a tu habitación ni nada eso. Te lo prometo. – aclaré rápidamente. -
-¿Te gusta? – señaló la habitación a través de las ventanas ignorando mi comentario.
-Está vacía. – apunté haciéndolo reír por la redundancia. –
-Nunca la he necesitado, pero me gustan las vistas. – explicó. - ¿A ti?
Asentí.
-¿Por qué te compraste una casa tan grande si no querías tantas habitaciones? – pregunté intrigada.
-Me gustó el lugar y está cerca del hospital. Además, cuando mi hermano viene a la ciudad prefiere quedarse aquí que en casa de papá. –
-Oh… qué bien… - balbuceé nerviosa al tener la afirmación a mis sospechas. Cualquier día podría abrir la puerta a algún Cullen directo de mi pasado. –
-No has contestado mi pregunta. – redirigió la conversación no dejando que mi incomodidad acabara con nuestra conversación. – Me recuerda a tu balcón. – apuntó.
-¿Cómo sabes cómo era mi balcón? – le interrumpí antes que pudiera decir nada.
-Cuando recogí tu ropa. – explicó brevemente.
-Era diminuto y esto es enorme. – puntualicé por su descaro. Lo único que tenían en común era que los dos te permitían ver diferentes caras de Nueva York.
-No has respondido mi pregunta. – insistió.
-Mucho. – admití. – ¡Por favor, mira qué luz! Mataría por esta luz y tú lo tienes vacío y desaprovechado. ¡Hombre de ciencias! – le dije pegándole suavemente en el hombro.
-Lo puedes usar cuando quieras… - puso un dedo en mi boca antes que pudiera interrumpirle y decirle un par de cositas sobre su manía de no dejarme acabar de hablar. – Permíteme rectificarme, para mi paz mental, cuando sea prudente que subas las escaleras. – especificó con esa maldita sonrisa de lado.
-Ayer Jake me dijo que aún no podía hacerlo. – confesé antes que lo hablaran entre ellos. Con mi suerte Edward llamaría a Jake gritándole por haberme dado permiso para subir escaleras sin ser el momento adecuado.
-Y tú decidiste subir. – rebatió después de pasarse las manos por la cara.
-Me arrepentí en cuanto lo hice, pero después no me atrevía a bajar estando sola así que entré en esa habitación intentando encontrar una silla para descansar, pero no la encontré así que salí aquí y no sé cómo acabé teniendo una bizarra conversación con Boris, mi compañero de piso, y... Me dormí, en resumen. – divagué casi sin coger aire.
- ¿Boris? ¿El ruso con tatuajes? – asentí en silencio. – ¿Qué quería? – preguntó acomodándose mientras pasaba sus manos despreocupadamente por mi pelo peinándolo.
-Alguien, de una aseguradora, lleva unos días llamándome y dejando mensajes en el contestador. Y te preguntarás por qué lo sabe, pues porque se dedica a escucharlos. Todos. – expliqué haciéndole reír, pero no genuinamente como siempre hacia cuando divagaba. Había algo detrás que no supe identificar.
-Tiene sentido… La policía debió hacer la denuncia y como fuiste tú la que acabó debajo del coche supongo que te llaman para algún tipo de indemnización o algo por el estilo. – aclaró.
-¿Eso crees? – pregunté algo esperanzada, por poco dinero que fuera, me ayudaría a poder pagarle a Edward lo que le debía, aunque solo fuera una parte.
Asintió.
-Tendré que ir… - le expliqué para que supiera que estaba intentando buscar un plan para subir seis pisos de mi apartamento. – Aprovecharé para coger ropa.
Edward levantó la mirada que parecía perdida en un punto invisible.
-Iré contigo. Idearemos algo. – dijo estirando su mano para que la estrechara.
-¿Un nuevo pacto? – pregunté esperanzada.
Asintió.
-Pero si te parece comenzaremos pensando cómo bajar de aquí porque necesito desayunar algo más que un donut y un café de máquina. – dijo levantándose de un salto del suelo.
¡Maldito Edward Cullen!
Incluso con todos mis huesos en su mejor momento sería incapaz de hacer ese movimiento tan grácil.
-Arriba escaladora. – me animó mientras me ayudaba pasándome mi muleta y situándose en el otro lado para impulsarme.
Su toque era electrizante pero no de una manera que rechazara sino como algo que me dejaba deseando más y eso no estaba bien.
Quizás llevaba mucho tiempo viviendo con él, sin ver a más hombres a parte de Jacob. Estaba casi segura que podría sentir algo por Jasper. El otro día cuando me llamó me sentí ilusionada y esperanzada. Casi me temblaban las manos al responder. Eso debía significar más que ese calor que sentía al habar con Edward durante horas, los escalofríos por su toque o la calidez que envolvía cada vez que él estaba en casa.
-¿Cómo bajaremos? – le pregunté una vez llegamos a las amenazantes escaleras.
-Yo te empujo y tú finges que ha sido un accidente. – bromeó mientras yo reía.
-Puedo intentar apoyar primero la buena así… - comencé a teorizar, pero Edward no estaba por la labor de escucharme.
-Tonterías. – sentenció antes de cogerme en brazos.
-¡Edward te haré daño! – grité pero no me hizo caso. Continuó bajando pagado de sí mismo.
-Una bonita manera de llamarme viejo. – dijo antes fingir que me soltaba.
-¡AHHHHHHH! – chillé asustada aferrándome más fuerte a él.
-Ves. Aún tengo fuerzas. – anunció salvando el último escalón.
No me soltó.
-¿Dónde vamos? ¿Me estás raptando? – me quejé mientras me movía para que me dejara en el suelo.
-La última vez que lo comprobé la comida la guardamos en la cocina. – me recordó dirigiéndose hasta los taburetes de la cocina.
-Puedo caminar, lo que no puedo es bajar las escaleras. – le recordé intentando parecer enfadada con él, pero su cara no me lo permitía. Irradiaba alegría.
-¿Tortitas o tostadas? – preguntó ignorándome.
-Tortitas con chocolate y sirope. – contesté.
-¿Qué clase de persona prefiere el sirope a un rico aguacate? – rodó sus ojos pero aun así sacó la caja azul de la estantería.
Sonreí victoriosa.
.
[**]
.
NA:
Pues ya tenemos la confesión de Bella. Sí, a Jacob. Sabemos bastante de lo que pasó en Forks. No me podéis negar que hoy sí os he contestado bastantes interrogantes. Muchas de vosotras lo habíais adivinado, especialmente después de esa primera sesión con Jacob. Dudé mucho sobre qué podría haberle pasado a Bella, pero, lamentablemente, es un tema que sigue sin tener fin en nuestra sociedad. Y me pareció una manera de darle visibilidad.
Hoy no tengo mucho tiempo para responder, es de noche aquí así que en la actualización del fin de semana intentaré responder algunas dudas más.
Nos leemos en el próximo :)
