VIII
Invité a pasar a Amelia en casa y dejé que se instalara en la habitación que aún me quedaba libre. Había cenado de camino a Bon Temps, pero me aceptó una taza de té. Empezaba a hacer bastante frío, así que encendí la chimenea. Fui a por la leña que tenía guardada y regresé en seguida. Amelia se acomodó en el sofá con la taza de té entre las manos y yo intentaba no leerle los pensamientos. Si algo no había cambiado en ella era lo alto y claro que lo hacía, y no me era difícil saber el motivo por el que estaba aquí.
—Cuéntame qué es lo que ha pasado exactamente, porque no paras de pensar cosas cortadas y no lo tengo claro.
Amelia me miró avergonzada. Dio un sorbo a su té, soltó un largo suspiro y se aclaró la garganta.
—¿Recuerdas que hace unos meses te llamé diciendo que nos mudábamos aquí, a Bon Temps?
—Sí, me comentaste después que una amiga tuya y tú ibais a abrir una tienda esotérica y que habíais encontrado un local y todo. La última vez que hablé contigo estabais buscando piso.
—Sí, lo teníamos todo preparado. Teníamos a los proveedores listos para venir en unos días, encontramos una casita encantadora no muy lejos de aquí, a unos quince kilómetros más al sur… —Meneó la cabeza porque sabía que se estaba yendo por las ramas y odiaba que hiciera eso—. El caso es que cuando estábamos preparando la mudanza para venirnos, recibí una llamada del Sr Butcher diciéndome que se cancelaba el alquiler del local porque se había enterado de que Natasha y yo éramos brujas y no quería nada de eso en su local… ni en su pueblo. Nos lo dejó muy claro.
—Vaya… ¿pero no firmaste un contrato de alquiler?
—Sí, sí que lo hice, lo teníamos todo, pero no quiere saber nada de eso y nos devolvió el dinero de la fianza por el alquiler.
—Pero no puede hacer eso. Puedes denunciarle por incumplimiento de contrato.
—Es que, si hago eso, puedo tirarme meses o un año entero y al final acabo perdiendo más de lo que gano.
—Tampoco puedes dejarlo estar. Ni que se salga con la suya.
—Por el momento, he venido a hablar con él. Puede que cuando me conozca mejor y le explique que no queremos hacer nada de lo que él piensa…
—Te deseo mucha suerte. Tienes mucha labia, por lo que seguro que le haces cambiar de opinión.
—Eso espero… —Fijó la mirada al suelo y la noté bastante triste; y sabía qué era.
—A ver, cuéntame qué ha pasado con Bob antes de que lo averigüe por otros medios.
Dio otro largo suspiro.
—Que es un cabezota insensible, eso es lo que pasa.
—¿Tan malo ha sido?
—Llevamos discutiendo dos días por este tema y cree que yo debería hacer otra cosa con el señor Butcher.
—¿El qué?
—Piensa que con un hechizo de los nuestros, le podemos hacer cambiar de opinión y solucionaríamos nuestro problema. Pero no me puedo creer que quiera que haga eso, porque es precisamente lo que quiero evitar. Yo me he dejado esas cosas para lo personal, no lo profesional. Oh, Sookie —dijo mirándome con ojos tristes—, dime que no estoy equivocada y hago lo correcto.
—Haces lo correcto, cariño. Yo haría lo mismo.
—Así que, por no coger un hacha y cortarle la cabeza a Bob, llené una maleta y me vine para aquí. Espero que no te importe haber sido tan impulsiva y venir sin avisarte.
—No te preocupes, Amelia. Ya sabes que siempre serás bien recibida. Y seguro que esto días que estés aquí te vendrán bien. Pero a Bob le pienso dar un cogotazo en cuanto le vea. No puede estar hablando en serio.
—Está estresado porque ha tenido que dejar su trabajo por mudarnos aquí.
—¿Y no habéis pensado en montar la tienda en Shreveport? Allá seguro que hará más locales disponibles y dudo de que os pongan pegas.
—No. Natasha no quiere hacerlo en la ciudad. Tuvo que cerrar su tienda después de más de diez años por culpa de la competencia y me comentó que lo quería hacer en un pueblo, a ser posible pequeño, porque no tendría problemas de este tipo. Me pidió que le echara una mano, por lo que no le supe decir que no, ya sabes cómo soy. Y a Bob no le pareció mala idea, pero ahora…
—Esperemos que todo salga bien.
—Si no, he hablado con Cataliades. Me ha dicho que hago bien en venir y hablar con el señor Butcher por las buenas. Y si no da su brazo a torcer, recurriremos a la justicia, pero si lo podemos evitar, mejor.
—Cataliades sabe lo que se hace. Sigue todos sus consejos y os irá bien.
—Sí, confío en él. Pero no deja de ser estresante todo por lo que estamos pasando.
—¿Y qué piensa Natasha de todo esto?
—De momento, me ha dicho que le mantenga al día con lo que ocurre con Butcher. No queremos precipitarnos, y primero es mejor hacer las cosas bien. Aunque a ella estas cosas le dan malas vibraciones.
—Conozco al señor Butcher y es un rato cascarrabias, pero no creo que ponga muchas pegas cuando razones con él personalmente.
—Sí, espero que me puedas ayudar cuando vaya a visitarle mañana.
—Pues va a ser difícil. Mañana tengo la inauguración del Nyx, que sustituyo a Eric, que ahora mismo va camino a Seattle.
—¿Y te llevará todo el día?
—No. estaré solo una media hora, luego iré a ver a mi hermano un rato, que le darán el alta; y cuando termine, me voy derecha al aeropuerto, camino a Seattle.
—¿Te vas a Seattle? ¿Con Eric?
—Tenemos un asunto que resolver allí y estaré allí un par de días.
—Suena importante.
—Lo es.
—¿Y la niña? Me puedo quedar aquí con ella, si lo deseas.
—No, no tienes que quedarte con ella si no quieres. De eso ya se encargará Klaus.
—¿Klaus?
—Sí, mi amigo noruego que conocí en Vancouver.
—Vaya… no me habías halado de él… —Me dedicó media sonrisa pícara.
—Hace como dos semanas que no hablamos, Amelia.
—¿Y es un amigo o… —carraspeó— 'amigo'? —hizo mucho énfasis en la segunda mención, sin quitar la sonrisa maliciosa.
—De momento, solo amigos. Luego, no lo sé.
Amelia me sonrió ampliamente, con una ceja levantada.
—¿Y dónde está Klaus, tu amigo noruego de Vancouver?
—Arriba, con Adele. Tal vez se haya ido a dormir, porque no ha bajado desde que has llegado.
—La verdad es que sentía una presencia distinta, pero no estaba segura de si era de alguien más o era por la niña. Normalmente los bebés transmiten una energía muy suave, pero hay algunos que son más fuertes y pensé que Adele era de esas. Ahora veo que no. que no me equivocaba. Siento curiosidad por conocer a tu 'amigo' que solo es amigo. —Me guiñó un ojo.
—Mañana lo harás. Se encargará de la peque mientras esté afuera. Además, es médico y me deja eso mucho más tranquila.
Amelia dio un respingo y se llevó una mano en el pecho.
—¿Que es médico? —exclamó, ahogando un grito—. ¿Y está soltero?
—Viaja mucho, así que sí, lo está. Al menos nunca me ha hablado de ninguna pareja.
—¿Y se lleva bien con los niños?
—Es pediatra.
Volvió a dar un respingo. Estaba anonadada por todo lo que le estaba informando.
—Pues algún defecto ha de tener para que siga sin pareja, ¿no?
—Nunca me he querido meter en su vida privada; sus motivos tendrá. Puede que sea que no le duren porque trabaja mucho.
—Ya veo. Pero está aquí, contigo. Por algo será, ¿no?
—No me quiero hacer ilusiones. —Di un largo suspiro, sonriente—. No pienso negar que he fantaseado más de una vez con hacer cosas muy poco ortodoxas.
Amelia y yo nos miramos y nos echamos a reír.
—Deseando estoy de que llegue mañana para conocerle, mi querida Sookie.
—A ver lo que haces estos dos días que me ausento, ¿eh?
—No haré nada que tu no hayas hecho antes, querida.
—Me ha sorprendido esta noche enterarme de que conoce a Eric de hace unos años y me he quedado de piedra, porque ambos se han alegrado mucho de verse…
—¿Eric ha estado esta noche aquí?
—Sí, se ha marchado justo cuando has llegado.
—¿Y cómo se miraban?
—Muy sonrientes. Eric le miraba con una mirada muy… no sé cómo explicarlo, ¿especial?
Amelia levantó ambas cejas.
—¿Crees que Eric y Klaus…? —Juntó sus dedos índices, queriendo decir que había algo más.
—No lo sé, la verdad. Ya no sé ni lo que pensar. Ha sido todo muy extraño y ambos tenían una sonrisa que daba la sensación de que eran algo más que amigos.
—Quién sabe. Pam me contó una vez que él no olía decirle que no a algunos hombres, así que no me sorprendería que Klaus y él…
Se me erizó el vello de la nuca cuando mencionó a Pam. Le cambié de tema en cuanto tuve la oportunidad.
—Por cierto, tenemos una conversación pendiente. Lo recuerdas, ¿no?
Amelia dio un largo sorbo a su té y miró hacia otro lado. Estaba canturreando. Mentalmente.
—Oh, Dios, Amelia… ¿por qué tengo la sensación de que no me vas a contra nada bueno?
—No, no es que sea malo, pero es muy posible que no te guste nada lo que tengo que contarte.
Respiré hondo y la miré con tranquilidad. Realmente no quería ponerme dura con ella, por el mero hecho de que no estaba pasando por un buen momento y estaba algo alterada. Cerré los ojos un segundo y me concentré en bloquear mi don, dirigiéndome a ella lo más relajada que pude:
—¿Sabes qué, Amelia? No me importa. Es decir, ahora mismo he de centrarme en todo lo que tengo que hacer mañana. Y prefiero no tener una preocupación más de las que tengo. Cuando regrese, por favor, cuéntame todo lo que tengas que decirme. Suficiente que he esperado más de tres meses.
Amelia asintió, aliviada de que no tuviera que darme explicaciones.
La acompañé hasta su dormitorio y me marché al mío. Klaus estaba en el de Adele, sentado en la mecedora leyendo un libro. No sé qué le diría Eric cuando estuvo hablando en su idioma con él, pero ahora no se separaba de ella. Al menos sabía que podía confiar con él si Eric lo hacía. Claro que ahora me preguntaba muchas cosas precisamente porque se conocían.
Me metí en la cama tras lavarme los dientes y asearme un poco. Me dormí en seguida y lo agradecí, porque menudo día más extraño había tenido. Solo deseaba no tener que soñar con mi vampiro favorito.
Por suerte, estaba tan cansada que no me enteré de si había soñado o no. Pero me desperté bien descansada. Y era necesario, porque me esperaba un larguísimo día. Cuando me desperté, me sorprendió no ver a Eric en mi dormitorio. Lo busqué con la mirada por mi cuarto, pero nada. No me atrevía a llamarle, porque tendría que dar explicaciones —evidentemente—, así que me limité a pensar que a lo mejor lo de ayer fue una excepción. Me asustaba ligeramente la idea de que no le volviese a ver en ese estado, ya que nuestro plan se iría al traste. Si ese fuese el caso, entonces tendría que pensar en una alternativa, pero ya lo haría en el avión de camino a Seattle.
Hice la maleta con todo lo que necesitaba para el viaje. No quería llevarme mucha cosa, pero tenía algunas en mente y debía ir bien vestida. Esperaba no quedarme corta, pero si fuese necesario, me pasaría por alguna tienda y listo.
Bajé para desayunar. Como cada mañana, Klaus estaba con la pequeña, que se la veía feliz con su estómago lleno —vi el bote de la papilla vacío en el fregadero—, así que un asunto menos.
Había preparado el desayuno —huevos revueltos, beicon, salchichas, pan tostado, zumo recién exprimido de naranja y café— y yo que se lo agradecí. Me sentía mal teniendo que aprovecharme de él estando de vacaciones, pero ya se lo recompensaría más adelante. Si es que se dejaba. Por el momento, le dije que podía pasarse todo lo que quisiera —como cliente, no como ayudante— por el Merlotte's. No se me ocurría otra forma mejor para ello. También le hablé algo de Amelia y de quién era. Le encantó la idea de tener una bruja cerca, porque le resultaban interesantes. ¿Habrá alguien en este mundo al que Klaus no le encuentre interesante? Seguro que sí, pero hasta ahora no había encontrado a nadie.
Me despedí de él y le pedí que se disculpara con Amelia de mi parte. Aún estaba dormida, por lo que no quise ir a molestarla.
Me estaba preocupando no ver a Eric en todo este rato, pero me duró poco, porque nada más entrar en el coche, allí lo tenía, a mi lado, sentado en el asiento del copiloto. Al menos me hizo caso y esta vez iba bien vestido. Eso quería decir que se había ido a dormir con la ropa puesta.
—¿Has conseguido averiguar cómo aparecer y desaparecer?
No contestó en seguida. Pensé que le pasaba algo.
—¿Desde cuándo está Amelia aquí?
Arranqué el coche y me encaminé hacia el Merlotte's.
—Desde anoche. Era quien venía en coche.
No estaba nada contento con la noticia. Amelia y él no eran muy amigos que digamos.
—Ni se te ocurra pedirle que venga con nosotros porque abortamos el plan.
—No. No le he contado nada. Ni siquiera sabe para qué voy a Seattle.
—¿Sabe que vamos allí?
—Solo eso. Por un asunto importante, nada más.
Se relajó al escuchar la noticia.
—No podemos poner en riesgo todo el plan. Y ella es una bocazas. No confío en ella.
—No lo es. Pero no la quiero meter en este asunto porque no tiene nada que ver y cuanta menos gente se meta, mejor.
—Eso es.
—Tampoco me gusta la idea de que venga Bill, pero tal vez tengas razón. Él es mucho mejor rastreando a la gente. En cuanto llegue, te mando algo mío a tu hotel para que podáis usarlo como objetivo.
Me miró ceñudo y con cara de que le estuviera tomando el pelo.
—¿Me estás hablando en serio?
—Sí, os será más fácil así.
—Sookie, no somos perros sabuesos. No funcionamos así.
—Era solo una idea.
Meneó la cabeza. Estaba enfadado y no sabía si era por mí, por la idea del regreso de Amelia o porque en Seattle las cosas no estén yendo tan bien como pensaba.
—¿Qué tal vuestra llegada? ¿Habéis tenido problemas para poder estar allí estos días?
Negó con la cabeza.
—Es poco tiempo, por lo que nunca hay problema, pero el protocolo es el protocolo y no es aconsejable saltárselo. Por muy rey de Luisiana que uno sea.
Llegamos pronto a la posada. No había aún gente, porque hasta dentro de una hora no empezaba todo, pero a mí me gustaba llegar pronto. Además, así podía escaquearme antes y no tendría que dar explicaciones de nada. Como iba en nombre de Eric, nadie me puso objeciones cuando entré en el despacho. Además, ese lugar era casi mío también, aunque no llevara mi nombre.
La gente empezó a llegar poco a poco. Muchos se acercaban al Merlotte's con el cupón de descuento que se estuvo repartiendo durante la semana pasada.
En la puerta de la entrada al Nyx habían colocado un enorme lazo que recorría toda la puerta. Menos mal que ya lo había visto por dentro, porque ahora mismo no se podía entrar debido que, de hacerlo, tendrían que poner de nuevo el lazo y lo estropearía todo.
No me preparé ningún discurso, por lo que cuando llegó el momento, improvisé lo que se me ocurrió. No quería decir nada del otro mundo, tan solo agradecí a todos los presentes el haber acudido al evento. La mayoría de la gente estaba entretenida comiendo lo que se regalaba durante la primera hora de la inauguración. Me parecía curiosa la imagen, puesto que seguramente ninguno de los que allí estaban se alojaría en este lugar, pero bueno, quién sabe.
Me marché a los cinco minutos de haber cortado el lazo y echarme las fotos pertinentes para el periódico local. Odiaba tener que estar en este tipo de eventos y ser la protagonista, pero debía redimir el hecho de no haber ido a la reinauguración del Merlotte's. Fue lo que más me preguntaron cuando recibí a los periodistas para el reportaje del Nyx. Evité responder preguntas personales y me fui en cuanto empezaron con las más turbias.
Pasé un momento por casa de Jason. Michele me había mandado un rato antes un mensaje avisándome de su llegada, por lo que fui a decirle que me marcharía un par de días. Le di un beso en la frente a Jason, que se encontraba mucho mejor que el día anterior, y le pedí a mi cuñada que me mantuviera informada de todo lo que fuese necesario.
Sentí demasiado la ausencia de Eric en todo momento. Se había quedado en el coche —no estaba a más de quince metros de donde estaba. Tenía la necesidad de preguntarle qué le pasaba, pero me dio igual. No tenía ganas de aguantar su mal humor, por lo que mejor seguir a lo mío.
Regresé a casa para dejar el coche y Klaus se ofreció voluntario para llevarme hasta el aeropuerto. No estaba lejos, pero no le pude decir que no. Amelia ya se había despertado, así que se quedó con la pequeña en sustitución de Klaus.
Eric se sentó a regañadientes en el asiento de atrás del copiloto. No paraba de refunfuñar y murmurar que estaba encogido ahí detrás, y tuve que pellizcarle la pierna para que dejara de darme patadas en la espalda.
—¿Estás segura de lo que estás haciendo? —me preguntó Klaus, con un hilo de preocupación en sus ojos.
—Sí. Pam es una buena amiga y si algo le pasara, no sé qué haría. Realmente no me puedo ni imaginar cómo se sentirá Eric, pero me lo puedo hacer una idea. Es como si la secuestrada fuese Adele. Y es por eso que te pido que no le quites ojo en todo momento.
Klaus asintió. Hasta parecía incómodo el tener que haberla dejado con Amelia.
—Ten mucho cuidado, ¿de acuerdo? —dijo cuando se despidió de mí en el aeropuerto. Me recordó a cuando me dejó aquel aeropuerto de Canadá, hace tan solo unos días atrás. Y estábamos despidiéndonos de nuevo, solo que las circunstancias eran totalmente distintas.
—Tú también.
Nos dimos un gran abrazo y me estaba muy cerca de su rostro. Nos quedamos mirando unos segundos y sentí el impulso de hacer una locura allí, con la mirada penetrante de Eric fija en nosotros.
Lo hice. No sé por qué, pero lo hice. Me puse de puntillas, le sujeté de la nuca y le di un beso en los labios. Fue un beso breve, pero intenso, y pude apreciar una chispa destellando en sus ojos.
Por su gesto, no se lo esperaba, pero no pude esperar a que me dijera nada porque tenía que irme. Le dejé con la palabra en la boca —nunca mejor dicho— y con la conversación pendiente cuando regresara.
Junto con la de Amelia.
A mi vuelta, iba a tener muchas conversaciones.
Pensé que Eric se pasaría todo el vuelo quejándose por lo que acababa de hacer con Klaus, pero no dijo ni media palabra. Ni siquiera comentó nada cuando le di las gracias por haberme conseguido un billete en la primera clase. Se limitó a quedarse a mi lado, en silencio, viendo la película que puse —le pasé un auricular de forma muy estratégica para que la azafata no lo viera extraño cuando pasara por mi lado— o leyendo una revista que había en el asiento. Tampoco se inmutó cuando me quedé dormida en su hombro mientras estaba viendo la película. Ni me apartó, ni nada. Al menos estuve tranquila todo el trayecto hasta el hotel.
Le abrí la puerta del taxi y le susurré que subiera primero mientras colocaba mi maleta detrás. Me senté detrás del conductor —para que no le diera patadas por estar 'encogido'— y no tardamos mucho en llegar hasta el hotel.
—Bienvenida al Hotel El nuevo mundo —dijo la recepcionista—, ¿me puede decir su nombre, por favor?
—Sookie Stackhouse. —La muchacha, cuyo nombre pude leer Simone Hamm, tecleó en el ordenador el nombre que le había dado.
—Sí, aquí está la reserva. ¿Me da su documentación para que lo pueda tramitar? —Rebusqué en mi bolso y saqué mi monedero, donde extraje el carné de conducir y se lo entregué. Más tecleo—. Dos noches. —afirmé; serían suficientes. Sacó una pantalla táctil y me lo entregó—. Si me echa una firma aquí —señaló el sitio exacto—, le doy su llave.
Garabateé mi firma con el diminuto lápiz que llevaba colgado la pantalla y se lo devolví. Me dio mi llave, que era en verdad una tarjeta. Nunca me gustan los que son de ese estilo, ya que muchas veces no funcionan y he de bajar a que me lo solucionen. No, no era la primera vez que me pasaba.
Eric se empeñó en llevar mi maleta hasta la habitación, pero solo le dejé durante el trayecto en el ascensor, porque no había nadie que nos pudiera ver. El botones estaba ocupado en otros huéspedes que llevaba varias maletas, y la mía era pequeña y pesaba muy poco.
Al llegar, abrí la puerta a la primera —era un mérito para mí, teniendo los antecedentes que he tenido con estas cosas— y encendí las luces. La habitación no era muy grande, pero tampoco pequeña. Era mucho más amplia de lo que pensaba y me gustaba. Además, la decoración era muy bonita.
Descubrí que la cama tenía doble función: no solo era una cama como otra cualquiera, sino que se abría por debajo y se convertía en un ataúd. Era una mezcla de ambas cosas. Lo curioso era que alguien podía dormir en el ataúd y en la cama —la parte del colchón— porque tenía esa opción. De todos modos, el cristal de la ventana era opaco —aunque se podía abrir—, pero imaginé que era por el hecho de que no a todos los vampiros les gusta dormir en ataúdes. Como a Eric.
Menos mal que no tenía que dormir conmigo, porque si no, derechito al ataúd que iba.
Coloqué mi ropa en el armario y guardé mis cosas de aseo en el cuarto de baño. Me apetecía darme una ducha, porque con los nervios nunca me gusta hacerlo antes de salir de viaje —cosas mías, nunca sé por qué lo hago—, así que en cuanto ordené todo lo que debía, me metí bajo el chorro de agua caliente.
Me sentó de maravilla. Además, lo tenía en modo sauna y se estaba la mar de relajante. Eric seguía en sus trece de no dirigirme la palabra. Me estaba cansando tanto silencio, porque ahora de verdad que parecía un verdadero fantasma.
Ni siquiera me gastó la broma de frotarme la espalda mientras me duchaba. Ya hablaría con él cuando terminara. Me di cuenta de que tenía secador de pelo. Me gustaba que lo tuviera, porque no me había traído el mío y no me gusta llevarlo húmedo con el frío que hacía afuera. Me lo sequé y me puse el albornoz con las zapatillas a juego. Me sentía importante de esa guisa. Como una empresaria que está alojada allí por negocios importantes y estaba a la espera de poder reunirme con mis compañeros.
Técnicamente, soy una empresaria, y me iba a reunir con mi compañero, pero no era sobre temas de negocios.
Había cosas que no me cuadraban. No comprendo por qué tienen que hacer esto sin dejar ninguna nota ni nada, como que se las han llevado y que si no hace lo que ellos dicen las torturarán o les cortarán poco a poco algunas de sus extremidades o cosas peores como no darles de comer, por lo que esperemos poder llegar al fondo de todo este asunto. Y sobre todo, deseo que estén bien. Prefiero no pensar en ello, ero no puedo evitarlo.
—Bueno, es hora de que hablemos —comencé a decirle, sentándome en la cama, aún con el albornoz puesto; todavía quedaban un rato para que anocheciera, y no me apetecía empezar con mal pie nada más llegar—. A ver, dime, ¿qué te pasa?
—¿Por qué crees que me pasa algo?
—Pues porque llevas todo el santo día sin decir absolutamente nada y, teniendo en cuenta que no sueles hacer eso habitualmente, menos cuando estás en este nuevo estado, me parece cuando menos anormal en ti. Y no me vengas con que ayer te dije que eras un grano en el cuelo porque ya te aclaré que no era mi intención que te lo tomaras así.
—¿Tanto te molesta que esté en silencio?
—No, no es eso, pero…
—Si hablo porque hablo, si me callo porque me callo… A ver si te aclaras.
Había cogido de mi maleta el libro que había traído para el viaje y lo estaba hojeando.
—Me gusta que me digas las cosas en el momento, ya lo sabes.
—¿Y qué es lo que quieres que te diga?
—Lo que te pasa ahora mismo. Llevas de morros todo este rato y se te nota enfadado.
—No estoy enfadado. ¿contenta? —gruñó entre dientes.
—No.
—Pues tú misma.
Pasaba las páginas demasiado deprisa y de manera brusca.
—¿Ves? Una muestra de ello… —dije señalando el libro.
Se puso en pie y se metió en el armario.
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Meterme en el armario, ¿es que no lo ves?
—Sí, sí que lo veo, pero no sé por qué.
—Porque me parece bonito —respondió cerrando las puertas una vez dentro—. ¿No puedo quedarme aquí o es que todo lo que haga lo tienes que cuestionar?
—Pareces un crío.
Me levanté y abrí el armario. Estaba sentado en el suelo y le ayudé a levantarse.
—Sí, ese soy yo.
—O me dices qué te pasa o te pateo el culo, tú decides.
—Y si no me pasa nada, ¿qué me harás? ¿Me clavarás una estaca solo porque no me pase nada?
—No, te conozco y sé que hay algo.
Se quedó en silencio. Le costó hablar, pero al final lo soltó:
—¿Tenías que besarlo delante de todo el mundo?
Bufé. Así que era eso.
—¿Estás celoso?
Negó con la cabeza y miró hacia otro lado.
—No.
—Eso no te lo crees ni tú.
—No es eso. No es lo que tú estás pensando.
—Bueno, pues explícate. ¿Por qué te molesta que besara a Klaus?
—No es que me moleste, pero… no creo que haya sido buena idea que lo hicieras, eso es todo…
—¿Y eso por qué?
—Pues porque conozco a Klaus y es un hombre muy complicado.
—Pues entonces háblame de él. Dime por qué no es buena idea estar con él. ¿No es un buen partido?
—Sí, sí que lo es, pero no para ti
—¿Nadie es bueno para mí o es que nadie puede estar conmigo porque ese puesto lo quieres tú?
Me miró con enfado, pero por otro lado, parecía como si quisiera darme la razón. Porque sabía que la tenía. Vaya que si la tenía.
Iba a replicar, pero alguien llamó a la puerta. Le hice una señal para que se estuviera quieto y que esto no iba a quedar así.
Murmuró algo que no entendí. Me fastidiaba aquello, porque parecía un niño pequeño.
—Viaja mucho. ¿Realmente quieres estar con alguien que va de aquí para allá sin saber en qué país va a irse a vivir?
—Tal vez quiera irme con él a donde se vaya…
Eric meneó la cabeza. No era la respuesta que quería escuchar.
—Está bien. Juguemos a tu juego. —Me tomé unos instantes para pensar bien lo que quería preguntarle—. ¿Esto tiene que ver con nuestra charla de anoche? Con eso de que él se metía en problemas.
Se encogió de hombros y se sentó en la cama.
—No. Klaus es un chico muy especial. Siempre me llamó la atención el entusiasmo que le pone a las cosas y el carisma que siempre envidié. Cuando le conocí, causaba sensación precisamente por eso. No se metía en problemas, más bien le metían por envidia.
—¿Y tú le sacabas de esos embrollos?
—Sí. Él solo no sabía. Solo era un crío.
Fruncí el ceño, preguntándome cuántos años haría de eso.
—Anoche te miraba de un modo bastante extraño.
—¿Extraño?
—Sí, como si… no sé. Estuviera enamorado de ti o algo.
Eric se carcajeó.
—No sé si lo estaría o no, pero sé que me idolatraba mucho. A tal punto que me quería imitar en algunos aspectos, como dejarse la melena, por ejemplo.
—¿Se dejó el pelo largo por ti?
—Y lo llegó a tener más largo que yo.
—¿De verdad?
—Sí. Y no veas lo que triunfaba.
Iba a preguntarle más cosas, pero llamaron a la puerta.
Abrí la puerta y vi que había un chico con un pequeño sobre en la mano. Me dijo que era para mí. Le di diez dólares de propina y se marchó con una sonrisa enorme en los labios.
Abrí el sobre y extraje el papel doblado que llevaba dentro. En él ponía algo escrito a mano, con un trazo perfecto:
«Nos vemos a las 8.
Hotel William Pratt, habitación 511.
No tardes».
No llevaba firma, pero imaginé que sería de Eric. Tal vez me lo mandara porque tenía a Bill delante y tenía que disimular.
Le miré. Le pregunté si era cosa suya.
Se encogió de hombros.
—Puede ser. Es mi hotel, ¿no?
Ahora estaba con la duda.
—Aún queda un rato, así que, si quieres, podemos hacer algo… —sugerí.
—¿Cómo qué? Solo se me ocurre una cosa y prefiero que no.
—Prueba a ver.
Se quedó callado.
—Algo que te haría gritar mi nombre hasta quedarte afónica y dejar atónitos a nuestros vecinos de hotel.
Ahora la que estaba en silencio era yo. Le miré con los ojos entrecerrados. Siempre pensaba en esa cosas. Aunque con su sangre corriendo en mis venas, no me parecía mala idea. No, no, no, de eso nada. No pienses en eso, Sookie. Quítatelo.
Me puse algo más cómodo. Me eché en la cama. No tenía ganas de discutir con él. Por mí podía hacer lo que le diera la gana. Me reuniría con él en cuanto anocheciera, y le dejaría las cosas claras en persona, cara a cara. Y si quería seguir en esa actitud, pues bien, me daba igual.
Se recostó conmigo en la cama, a mi lado. No dijo nada más. Quería descansar un rato antes de reunirme con él y con Bill. Yo tampoco dije nada. Cerré los ojos y sentí cómo me abrazaba y me quedé dormida sin pretenderlo.
Cuando desperté cuarenta y cinco minutos después, Eric no estaba a mi lado. Miré la hora. Había anochecido. Me levanté y me vestí. Me puse jersey blanco de cuello alto, vaqueros y botines marrón claro. Me hice una coleta como pude —me la podía hacer, pero necesitaba unas cuantas horquillas para que no se deshiciera por algunas zonas— y me maquillé. Me miré en el espejo del armario un momento y salí en dirección al hotel de Eric.
No entendía para qué me quería ver, si nos pasábamos el día juntos. Supongo que para hacerlo delante de Bill y así no se perdía todos los detalles necesarios del plan. Tenía pensado empezar todo mañana, porque ahora necesitaba centrarme en otra cosa.
De camino al hotel, hice una llamada a Klaus. No me lo cogió. Podría llamar a Amelia, pero tampoco quería ponerme en modo madre obsesiva histérica, por lo que le mandé mejor un mensaje.
«Hace rato que llegué. Estoy bien. ¿Todo bien por ahí?», varios emojis de besos y abrazos. Enviar.
Encontré el hotel mucho más rápido de lo que pensaba. Fui directamente al ascensor. Subí con una pareja donde ambos estaban casadas, pero no entre ellos. Ella tenía remordimientos porque amaba a ese hombre, pero su marido había quedado tetrapléjico por un accidente laboral; él también tenía sentimiento de culpa porque era el mejor amigo del tetrapléjico. Esto era mejor que las telenovelas que veía mi abuela. Las puertas del ascensor se abrieron justo cuando iba a enterarme del motivo por el que estaban aquí, pero me sentí demasiado chismosa.
Caminé por los pasillos del hotel hasta dar con la habitación de Eric. Llamé con los nudillos a la puerta y esperé a que me abriera. Cuando lo hizo, me llevé la grata sorpresa de que no era Eric quien me recibió.
—¡Bill! —exclamé, dándole un abrazo.
—Hola, Sookie —dijo, respondiendo a mi abrazo de buena manera.
Cuando pasé, miré por todos lados y no encontré por ninguna parte a Eric.
—¿Dónde está Eric?
—En su habitación, supongo.
—Creía que había sido él quien me citó aquí.
—¿Te he decepcionado?
—En absoluto. La verdad es que me alegro de que no seas él por una vez…
—No sabes lo feliz que me hace escuchar eso de ti.
Me eché a reír. No lo pude evitar.
—Te veo demasiado sonriente.
—Sí… —Me invitó a sentarme en donde quisiera; lo hice en la cama y él, en una silla que había junto al escritorio que había al lado de la cama—, es que tengo muchas cosas que contarte y todas muy buenas.
—Vaya, vaya… Pues con tantas malas noticias, que haya aunque sea solo una buena, me parece maravilloso.
Hizo una pequeña pausa, con la sonrisa aún presente en la cara.
—No sé por dónde empezar, pero supongo que debería hacerlo por decirte regreso a casa.
—¿A Bon Temps?
—Sí, ya he terminado mi contrato con Eric y puedo regresar a donde quiera.
—¡Eso es genial! Recuerdo que no estabas muy contento con ese trabajo.
—No mucho. Pero ahora no me arrepiento de haberlo hecho.
—¿Y ahora qué vas a hacer?
—Me han ofrecido un nuevo trabajo. Y tras consultarlo con Eric, ese trabajo me permite hacerlo desde casa.
—Suena interesante, ¿de qué se trata?
—Podcasts.
—¿En serio? Me encanta la idea. ¿Y sobre qué vas a hablar?
—Sobre la vida de los vampiros: cómo nos sentimos, cuáles son los mitos infundados por la cultura popular y ese tipo de cosas.
—Pues me parece una idea maravillosa. Además, te voy a confesar que más de una, y de uno, se va a enamorar de tu voz.
Si pudiera sonrojarse, ahora mismo lo estaría hasta las orejas.
—Gracias. Eso mismo me ha dicho quien me lo ha propuesto.
—Y qué razón tiene. Vas a conquistar a la audiencia solo con tu voz.
—Me estás sacando los colores.
—No soy la única que lo ha hecho.
Su sonrisa le delataba algo más que no me había dicho.
—No. No lo eres. —Apartó la mirada, intentando ocultar una chispa que le brillaba en los ojos.
—¿Hay algo que me quieras decir y no te atrevas? —inquirí con una ceja levantada y media sonrisa en la cara.
—Sí, bueno… —se tapó la cara con una mano, pero era evidente que había algo más—. Es muy posible.
—Si me lo quieres contar…
Carraspeó, algo avergonzado, pero sin perder la sonrisa en ningún momento.
—No me andaré con rodeos: voy a casarme.
Alcé tanto las cejas y abrí tanto los ojos por el asombro, que me dio la sensación de que se me iban a salir de la cara como si fuera una caricatura. Pestañeé varias veces inconscientemente.
—Vas a casarte —conseguí decir tras varios segundos intentando digerir la noticia.
—Sé que es impactante, pero… es cierto. —Me miró muy serio y tal vez preocupado por mi reacción—. ¿Te molesta?
—No, no, cariño, es solo que me ha sorprendido mucho. Hace tan solo tres meses que no nos vemos y ahora me vienes con que te casas. Solo me esperaría esto de Jason, pero no de ti.
—¿Me estás comparando con tu hermano?
—No, no es esa mi intención, de verdad, solo me ha pillado de imprevisto. No quiero parecer lo que no es. Me alegro mucho por ti —le sonreí, tranquilizándole para que no viera lo que parecía—. Pero a ver, cuéntame, ¿cómo es? ¿cómo se llama? No sé, todo.
Se tomó unos instantes para pensarlo bien. Tal vez no quisiera contarme nada que pudiera hacer que lo viera mal.
—Se llama Chiara Biancardi y es italiana.
—Vaya… italiana nada menos.
—También tiene una hija.
—¿En serio? ¿Vas a ser su padrastro?
—Algo así. Aunque no pienso ejercer como tal.
—Caray, qué de cosas te están pasando en todo este tiempo que estamos separados.
—Hay algo más.
—¿La has dejado embarazada?
Bill puso los ojos en blanco.
—Una vampira no puede embarazarse.
—Espera, ¿qué? ¿Ella es vampiro? Creía que…
—Tiene diez años más que yo. —Ladeé la cabeza.
—Así que ahora te van las maduritas, ¿eh? —bromeé y se rió.
—Es difícil encontrar a alguien como yo, que quiera tener una vida tranquila sin molestar a nadie, pero cuando la conocí, supe que sería alguien especial. Chiara es como yo, en ese aspecto. Es muy buena y… —volvió a hacer otra pausa, para sonreír más ampliamente—. No hay nada de ella que no me guste.
—Pues me alegro mucho por ti, de corazón te lo digo. Porque te lo mereces. Y espero que seáis muy felices.
—Gracias. Hacía mucho que no me sentía así… —Me miró con cierta melancolía y pude percibir a qué se refería.
—Pues con más motivo, entonces. Ahora siento curiosidad por conocerla. ¿Cuándo es la boda?
—En una semana, cuando regrese a Bon Temps. Está todo organizado.
—¿Tan pronto? Creía que sería en unos meses.
—Sí, es que ahora que regreso a Bon Temps nos va a resultar difícil vernos, por lo que si vivimos juntos…
—¿Y tenéis que casaros para eso?
—No, pero lo dijimos de broma y al final nos pareció buena idea.
—Pues si estás tan seguro de querer hacerlo, tienes mi bendición.
Aquello sonó como si me hubiese pedido mi opinión o que yo le diese mi aprobación y esa no era lo que pretendía.
—Gracias, Sookie. Me dejas más tranquilo, porque no sabía cómo ibas a reaccionar ante la noticia.
—Yo hubiese esperado un poco, pero si lo tenéis tan claro, quién soy yo para impedirlo. ¿Será en tu casa?
—Sí, con Kara como dama de honor y Eric como mi padrino.
—¿No va a ser por el ritual vampírico?
—Sí y no. Como aún no están legalizada las bodas entre vampiros aquí en Luisiana, lo haremos así, pero habrá una ceremonia de forma tradicional.
—Pues suena precioso.
—¿Vas a ir?
—¿Acaso lo dudas? Tú fuiste a la mía, me ofendería si no me invitases a la tuya.
—No, pero yo conocía a Sam mucho antes de que te casaras con él, así que la situación era distinta.
—Bueno, no te preocupes porque yo no voy a oponerme, de verdad que no.
Me acerqué a él y le di un abrazo.
—¿Y cómo está Adele? —preguntó, tal vez para cambiar de tema.
—Muy grande. Cuando quieras, te pasas por casa y la ves.
—Eso está hecho. ¿Dónde está ahora mismo? O mejor dicho, ¿con quién está?
—En mi casa con Klaus y Amelia.
—¿Amelia ha regresado a Bon Temps?
—Sí, bueno, está solucionando un asunto un tanto… peliagudo. Pero de momento es temporal. Así que he aprovechado y le he pedido el favor mientras estoy fuera.
—¿Y quién es Klaus?
—Un amigo que hice en Vancouver. Y que resulta ser amigo de Eric.
Bill soltó una carcajada.
—Eric conoce gente hasta en el infierno.
—Eso no siempre es malo.
Hubiésemos seguido con la conversación de no haber sido interrumpidos por una llamada a mi teléfono.
Hablando del rey de Roma…
Contesté rápido. Me comentó que estaba bañando a la pequeña y que por eso no pudo cogerme el móvil. Ya había cenado y en brazos de Morfeo.
Colgué más calmada sabiendo que mi hija estaba bien cuidada. Con Klaus y Amelia pendientes de ella —tenía fe en que mi amiga bruja le lanzara un hechizo de protección— nada podía salir mal.
Eric llamó a la puerta. Estaba muy serio, pero consciente de la conversación que habíamos tenido Bill y yo.
—¿Ya se lo has contado? —comentó mirando a Bill, que afirmó indiferente—. Entonces, que comience esta reunión.
Bill regresó a su asiento. Eric se dirigió al minibar y se sirvió una bebida, que se tomó directamente de la botella. Le dio un largo sorbo y se quedó pensativo. Miró por la ventana de cristal opaco, que por la noche se podía ver las luces de las casas.
—¿Alguna novedad? —preguntó el rey de Luisiana—. ¿Algo que deba saber?
Bill y yo negamos con la cabeza.
—Solo nos hemos puesto al día —le comuniqué.
—¿Alguna idea de por dónde deberíamos empezar? —me sugirió Eric.
—Mañana después de desayunar, iré a ver al director del hotel.
—¿Con qué fin? —quiso saber Bill—. ¿Crees que él sabe algo?
—Ni idea, pero tal vez pueda convencerle de que que me enseñe los videos de seguridad.
—No va a ser tarea fácil, porque no es familiar tuyo ni tienes una orden judicial para ello —comentó Bill.
—Lo sé, pero por intentarlo no pierdo nada. Además —me erguí y miré de reojo a Eric, sabiendo que lo que iba a decir a continuación iba más o menos por él—, tengo un as en la manga que seguramente podrá ser convincente.
—¿Tu telepatía? —inquirió Eric, aunque sabía de qué estaba hablando.
—Sí. Intentaré no usarla mucho, pero si es necesario… recurriré a ella.
—Bueno, ten cuidado, Sookie —dijo Bill con cierta preocupación en los ojos—. No sabemos si está detrás de todo este asunto, pero si lo está y te ocurre algo, no podemos estar ahí para ayudarte.
—Soy consciente de ello. Es bastante arriesgado y sé que estoy sola hasta que anochezca, pero… —miré a Eric y no estaba segura de si debía confesar lo que habíamos hecho. Eric me devolvió la mirada del mismo modo.
Bill pasó la mirada de Eric a mí varias veces. No hizo falta que le explicara nada, porque era evidente.
—¿He de pensar mal o me vais a contar qué está pasando?
—Sookie tomó de mi sangre para que la pueda localizar —le informó Eric.
—Ya veo.
No sé por qué, pero, el hecho de que Eric le contase sin preámbulo nuestro nuevo vínculo sanguíneo, me hizo recordar mis sospechas sobre Bill. Sé que él no es capaz de hacer todo esto, pero ahora que él lo sabía, si algo me pasara y se cortara ese vínculo, Bill sería el sospechoso número uno en estos momentos.
—Sookie —comenzó a decir Bill muy serio—, ¿has comprobado si hay micrófonos en tu habitación?
—No los hay —respondió Eric sin pensar y miró a Bill, que le devolvió la mirada sin entender nada.
—Creo que lo que Eric quiere decir es que no creo que nadie sospeche del motivo por el que estoy aquí, por lo que no es probable que haya nada. Igualmente, lo comprobaré.
—Mejor cerciorarse de ello.
Eric se tomó otro largo trago de su botella y la vació casi en su totalidad.
—¿Y no hay rey o reina en este estado?
—Nicoleta Ardelean, la reina de Washington, no está al tanto del verdadero motivo por el que estoy aquí —me informó Eric—. Le comenté que estábamos buscando a mis hijas, pero no detallé los motivos exactos. Ni mis sospechas. No se suelen inmiscuir en asuntos del Consejo.
—¿Y en el caso de que el Consejo no tenga nada que ver con esto? —quise saber.
—En ese caso —contestó Eric, terminándose lo poco que le quedaba a su bebida—, tendría que informarle de lo que está pasando y debe ayudarme si se lo pido.
—Porque esto también es asunto de ella —intervino Bill.
—Pero primero habrá que esperar a que el plan de Sookie de que la secuestren funcione —sentenció Eric.
—¿Qué vamos a hacer después de que se la lleven? Si es que lo hacen… —preguntó Bill.
—Yo estaré pendiente de Sookie en todo momento —respondió Eric—. No me resulta fácil durante mi letargo, pero puedo hacerlo si me concentro mucho.
—Por Pam —le hice saber.
—Y por las demás —terminó Eric.
—¿Sabéis si Sabrina estará con ellas? —inquirió Bill—. Por las circunstancias en las que ella desapareció.
—Eso mismo nos preguntamos nosotros —respondió Eric con melancolía—. Creo que después de esto, debería alejarla de mí. Solo deseo encontrarla con vida.
Observé a Eric, que tenía la mirada fija en un punto del suelo. Pude percibir su culpabilidad por lo de su novia.
En parte, sentía lástima por Eric. Él pretendiendo querer partir desde cero y no se lo permitían. Solo deseo que algún día pueda librarse de toda esta mierda y pueda ser feliz. Como sea, pero que lo sea. Solo me consolaba la idea de que Bill lo estaba siendo, como hace años llevaba deseándolo.
—Pondremos los cinco sentidos en cuanto eso ocurra —comentó Bill.
Todos asentimos.
—Sookie —dijo Eric, mirándome muy serio—, si no tienes nada más que decirnos, creo que sobro en esta reunión. Os dejo para que sigáis… —hizo una pausa, pensando en algo suave que decir—, poniéndoos al día.
Abandonó la habitación, y Bill y yo nos quedamos a solas de nuevo.
Yo no tenía mucho más que decirle a Bill, pero igual me quedé un rato más. Tres meses era mucho tiempo sin verle y no había prisa por regresar a mi hotel. Me pidió algo de cenar —no lo había hecho, así que tuve excusa para quedarme— y le estuve hablando sobre lo que hice en Vancouver, cómo llegué hasta allí y cómo conocí a Klaus.
Después de contarme todo acerca de su nueva pareja, Chiara, me di cuenta de que realmente estaba haciendo lo correcto en empezar una nueva vida con ella. Yo no sé si me atrevería a tanto como él, pero mientras sea feliz, he de respetarlo.
Me marché sobre las once de la noche. Bill se empeñó en acompañarme hasta la la esquina más cercana del hotel.
Me alegré mucho haber hablado con él. Me gusta tenerlo como amigo, porque sé que le cuente lo que le cuente, no me va a juzgar y siempre me suele dar buenos consejos. Recuerdo que al principio, cuando empecé a salir con Sam, tuve algunas dudas que él me ayudó sin pensarlo.
Al regresar a mi cuarto, me sentí extraña no ver allí a Eric. Sí, sé que no iba a estar, pero me sentía más protegida teniéndolo cerca. Por otro lado, también me gustaba tener algo de intimidad.
Al final Eric iba a tener razón y no me aclaro ni yo misma.
Puede que fuese por los nervios. Así que me fui a dormir pronto. Mañana sería un día muy largo. Solo deseaba que saliera todo bien y encontrásemos a Pam y las demás sin problema. No soporto la idea de fracasar. Y, por lo que puedo percibir, Eric tampoco.
Me desperté abrazada a Eric. Estaba mirándome y esta vez no me sentí mal por ello. No sabía cuánto estaría ahí, pero me dio igual.
—¿Qué hora es?
—Las ocho y cuarto.
Metí mi cabeza bajo su brazo. Aún tenía sueño y quería vaguear un rato más. Sabía que tenía muchas cosas que hacer, pero mi cuerpo no me respondía aún. Los viajes siempre me sentaban mal.
Eric me acarició el pelo y me apartó un mechón detrás de la oreja.
—Te he pedido el desayuno.
Alcé la cabeza, ceñuda y medio grogui, intentando comprender lo que me acababa de escuchar.
—¿Que has hecho qué?
—Cuando hice la reserva programé que te trajeran a la habitación a las ocho y media el desayuno. Qué menos que empieces el día con buen pie.
Me puse bocarriba en la cama y alargué los brazos cuán larga era la cama. Eric me cogió de una mano y me la apretó.
—Estaré bien, de verdad.
—Me da pánico que algo salga mal —murmuró, acariciando distraídamente mi mano con el pulgar.
—Lo sé. Pero hay que intentarlo.
Se me acercó y me abrazó. Lo hizo tan fuerte que casi me hizo daño.
—Cuando todo esto acabe, quiero que te marches con Klaus a Vancouver una temporada.
—¿Qué? ¿Por qué? Si se supone que ha terminado…
—Puede que esto solo sea el comienzo. No me fío de lo que pase después.
—¿Ahora quieres que esté con Klaus? Ayer no me decías lo mismo.
—Confío en él y lo he pensado mejor. Sé que él te protegerá mucho mejor que yo.
Elevé una ceja, confundida.
—¿Más que tú?
—Él podrá estar noche y día y seguro que si se lo pido…
Puse los ojos en blanco.
—Eric, sé que lo haces por mi bien, pero no pienso huir. Si me tiene que ocurrir algo, va a suceder aquí, en Bon Temps, en Vancouver o en Pekín. No tengo intención de darle el gusto a quienes estén detrás de todo esto de que ganen tan fácilmente.
Eric suspiró larga y amargamente. Era extraño que hiciera ese gesto, cuando normalmente no lo puede hacer.
—Detesto que seas tan cabezota —murmuró entre dientes—, pero por otro lado es lo que más me gusta de ti. Otra en tu lugar ya estaría en la otra punta del mundo, asustada.
—Estoy aterrada, pero más por lo que le pueda ocurrir a Pam y las demás. Por mí… bueno, no me preocupa tanto, porque sé que no me vais a dejar sola.
—Esperemos que haya alguien a quien le puedas leer la mente y nos sirva de algo.
—No creo que haya otro caso como Klaus…
Eric se quedó en silencio y se me quedó mirando con media sonrisa en los labios. Tenía la mirada fija en mis pechos. Fruncí el ceño porque a descarado no le gana nadie.
—¿Te diviertes?
—Sí, pero no es eso… —Me señaló con un dedo la zona del pecho. Bajó la sábana y me di cuenta de a qué se estaba refiriendo. Me incorporé de golpe.
—¡Oh, mierda! —Miré a la sábana, que estaba empapada—. ¡Oh, mierda! No me acordaba de esto. Es la primera vez que me pasa… —Me llevé las manos a la cabeza, viendo el desastre que había formado—. ¡Ains, qué vergüenza! Llevo desde ayer sin… ya sabes, vaciarlas. No pensé que me pasara. —Me levanté de un salto y comencé a quitar las sábanas; estaba todo empapado, hasta el colchó parecía un poco húmedo. No soportaba este tipo de cosas fuera de mi casa, aunque estuviera en un hotel. Miré el reloj de mi móvil—. Aún quedan diez minutos, me daré una ducha…
Me deshice de la camisa del pijama, que estaba bastante empapado. Eric aprovechó y me limpió una gota con el dedo directamente desde uno de mis pezones.
—¿Qué haces? —pregunté ceñuda.
—Comprobar una cosa. —Se llevó el dedo a la boca y lo lamió. Sonrió al hacerlo y se relamió, cerrando los ojos y emitiendo un gemido de satisfacción—. Qué curioso.
—¿El qué?
—La manzana no me supo a nada pero esto… —Otro gemido—. Está dulce. Nunca lo había probado, pero quiero más.
Alargó la mano para repetir la hazaña, pero le di un manotazo antes.
—Estate quieto, idiota.
Se echó a reír.
—¿Por qué te enfadas? Al menos alguien podría aprovecharla…
—No pienso darte nada.
—Oh, venga, solo un chorrito pequeño.
Puse los ojos en blanco y le ignoré. Me terminé de quitar el resto de la ropa.
—Vigila por si viene la camarera con el desayuno. No tardaré mucho.
Me metí en la ducha con Eric gruñendo porque le di un portazo en las narices. No quería que me molestara mientras estaba dentro. Además, fue algo rápido. Ni siquiera había llegado la camarera aún. Aunque sí que acabé con mi querido vampiro espectro dentro del baño, pasándome gentilmente el albornoz. Cuando salí, escuché la puerta y la abrí de inmediato.
Un chico con una bonita sonrisa estaba detrás de ella, con el carrito de mi desayuno a su lado. Lo dejó en mitad de la habitación, cerca de la cama y se quedó de pie, frente a mí. Le di veinte dólares de propina. No tenía nada más pequeño, pero había sido puntual, qué menos que darle una buena recompensa.
El desayuno era bastante amplio: huevos, beicon, tortitas, tostadas, mermelada y algo de bollería —un cruasán, una ensaimada, un dónut y un trozo de bizcocho—, zumo de naranja y café. La verdad es que no sé si Eric quería alimentarme bien o hacerme engordar. O ambas cosas. Iba a salir rodando de la habitación como me comiera todo eso.
De todos modos, estaba hambrienta. La noche anterior no cené demasiado —nervios del viaje—, así que me lo comí casi todo —me dejé la bollería, a excepción del cruasán— y me tomé el café. Eric tenía razón: era de los mejores desayunos que había comido en mucho tiempo.
Cuando terminé, me dispuse a vestirme. Me llevé de lo mejor de mi armario, porque tenía planeado todo esto desde un principio, así que saqué del ropero el traje de chaqueta y pantalón morado que me compré un año antes de quedarme embarazada de Adele. Apenas lo había usado, solo esperaba que me quedara bien. Si es que tras el desayuno conseguía abrocharme el pantalón, claro.
—Estás muy elegante —comentó Eric, que jugueteaba con uno de mis sujetadores (se lo había puesto) y me miró de arriba abajo—. Pareces una empresaria de éxito.
—También tengo cosas así en mi vestuario. Solo lo saco cuando la ocasión lo requiere y esta es una de ellas.
—Pues mejor no te digo qué te haría ahora mismo con ese traje puesto. —Me dedicó una sonrisa más pícara.
Me recogí el pelo con las manos y lo solté.
—¿Recogido —volví a sujetarlo con las manos— o suelto? —Y solté de nuevo.
Cruzó las piernas y se echó la melena exageradamente hacia atrás, imitando a una chica.
—Suelto, por favor —dijo con voz afeminada, ajustándose el sujetador como si fuese una chica—. Así estás más divina, cariño.
—Me lo vas a agrandar —le regañé con una ceja levantada.
—Pero a mí me queda mejor, ¿no crees? —Puso morritos.
Meneé la cabeza, ignorándole una vez más. Finalmente le hice caso y me lo dejé suelto. La verdad es que me queda mucho mejor con este traje. Me maquillé un poco. Este traje lo pedía a gritos.
Me puse los zapatos de tacón, el bolso y algo de perfume. Había que estar perfecta para la ocasión. Eric se me acercó una vez que se desprendió de mi sostén —que lo dejó por ahí tirado y le dediqué una mirada reprendedora— y me rodeó con sus brazos por detrás.
—Es una lástima que no me pueda ver reflejado en el espejo, porque estaríamos los dos de pasarela…
Le di un codazo.
—Presumido.
—¿Qué? Es la verdad.
Retoqué mis labios una vez más y comprobé que no llevaba carmín entre los dientes. Me quité el exceso con un trozo de papel higiénico, me miré una última vez y, una vez que me vi perfecta, salí por la puerta.
Caminé por los pasillos lo más sensual posible. No sé por qué lo estaba haciendo, pero me sentía seductora. No había mucha gente a estas horas de la mañana, por lo que tenía el ascensor para mí sola.
—¿Vas a ligar con el director del hotel o qué? —insinuó Eric.
—Solo si está soltero.
—¿Con qué fin?
—Si me lo gano con mis dotes femeninas, probablemente me deje hacer lo que quiera.
—Menuda caradura eres.
—Le dijo la sartén al cazo.
Me dedicó una amplia sonrisa.
—Y eso es lo que siempre te ha gustado de mí.
—Eso no es verdad. Siempre he odiado que fueses tan vanidoso.
—¡Eh! Yo no soy vanidoso… Bueno, solo un poco.
Sacudí la cabeza poniendo los ojos en blanco. Llegué a la planta baja y me dirigí a la recepción. No quería ponerme a buscar sin más, porque tampoco sabía si tenía permiso para entrar en algunas zonas. La recepcionista que me recibió el día anterior —Simone Hamm—, me recibió con una amplia sonrisa. Sus dientes eran tan blancos que resaltaban con el tono tostado de su piel.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?
—Buenos días, ¿podría hablar con el director del hotel? Tengo que hablar con él de algo importante.
—En estos momentos no se encuentra disponible, pero si yo le puedo ayudar, estaré encantada de atenderla.
—Es que es algo más… —carraspeé y me acerqué—, personal.
—¿Ha tenido algún problema con su habitación?
—No.
—¿Desea que le cambien las sábanas?
—Sí, pero no es ese el asunto.
Simone no parecía darse por vencida, así que insistió un poco más.
—¿La calefacción está a su gusto?
—Está todo perfecto. Es solo un asunto personal, que no creo que pueda usted ayudarme.
Simone tomó una gran bocanada de aire sin perder su preciosa sonrisa en ningún momento, Desde luego, estaba bien preparada para este trabajo. Me caía bien solo por eso. Menuda paciencia estaba teniendo. Y, como alguien que constantemente tiene que estar de cara al público —algunas veces un tanto difícil de tratar—, esto es algo muy positivo. Le daré una buena puntuación solo por este detalle. Si es que conseguía hablar con el director del hotel, claro.
—Muy bien, señorita… —Arrugó el ceño, intentando recordar mi nombre; no podía recordarlo solo de una sola vez.
—Stackhouse. Sookie Stackhouse.
Asintió y cogió el teléfono, donde marcó un número de solo tres cifras, luego marcó una tecla y volvió a marcar otro número, esta vez de dos solamente.
—Señor Gibson… ¿Le pillo ocupado? Ah, vale. Tengo aquí a una huésped que desea hablar con usted… Sí, ya se lo he comunicado, pero dice que necesita hacerlo… No lo sé, no me lo quiere decir… —Esto último lo dijo mirándome y sonriendo exageradamente, como disimulando la bronca que parecía estar echándole su jefe—. Muy bien, se lo haré saber. —Tomó algo de aire y regresó a mí, con su eterna sonrisa en la cara—: Señorita Stackhouse, si me acompaña, el señor Gibson estará encantado de recibirle en cuanto termine que hacer unos asuntos importantes.
Salió desde detrás del mostrador y le dijo algo al oído a su compañera: «en seguida vuelvo, no tardo», y me hizo una señal para que la siguiera. Caminamos por un pasillo bastante estrecho y varias puertas. La cocina… el cuarto de lavado… una salita que parecía la de descanso de los empleados… Y por fin, la del director del hotel. Había una placa en la puerta con su nombre en mayúsculas: «GROVE GIBSON». Simone golpeó la puerta con los nudillos y, sin esperar respuesta, se asomó por ella.
—La señorita Stackhouse está aquí.
—Deme un minuto —se escuchó al señor Gibson desde dentro—, aún sigo al teléfono, Simone.
La joven asintió y se dirigió hacia mí, de nuevo.
—Espere aquí, que la atenderá en seguida.
Me quedé en la puerta esperando más de lo que pensaba. Por lo menos diez minutos. Tal vez más. Eric estaba dando vuelas, investigando por su cuenta. Me venía bien que inspeccionara todo lo que pudiera. Ventajas de que nadie le viera, supongo. Negaba con la cabeza cada vez que salía de algún cuarto. Aunque se frustraba cuando encontraba alguna puerta cerrada con llave.
La puerta del señor Gibson se abrió de repente y de ella salió la cabeza pelona del director del hotel.
—Perdone, señorita Stackhouse. —se disculpó—. No he podido atenderla antes. Pase.
—No se preocupe.
Me hizo una señal para que entrara y cerré la puerta una vez dentro. Me senté en la silla que había frente a su escritorio, todo lleno de papeles y carpetas importantes.
—Pues usted dirá, señorita Stackhouse.
—Verá, este es un asunto peliagudo, por lo que me gustaría que lo tratara con toda la seriedad posible.
—Soy un hombre serio, señorita Stackhouse. No se preocupe que así será.
—Bien, resulta que, hace un par de semanas, una amiga desapareció en este hotel.
—¿Aquí? —preguntó ceñudo—. ¿En El nuevo mundo?
—Sí. Una vampira llamada Karin.
—¿Karin? —Se quedó pensativo unos instantes, intentando recordar algo—. No me suena de nada. ¿Karin qué más?
—Solo Karin —soltó Eric de repente.
—Nunca me dijo su apellido y yo tampoco se lo pregunté.
—Pues, con esos datos, poco le puedo ayudar. Ni siquiera he recibido noticias del asunto. ¿Lo ha denunciado a la policía?
Eric bufó y puso los ojos en blanco. Estaba detrás del director, curioseando.
—La policía pasa de estos asuntos vampíricos —murmuró entre dientes, cruzándose de brazos.
—A la policía no le interesan estas cosas —le informé al director, basándome en lo que me estaba diciendo Eric—. No suelen saber qué hacer casi nunca. Normalmente, los vampiros se hacen cargo de rastrearlos en estos casos.
—Entonces, que se encarguen ellos de eso.
—Ya lo han hecho. —proseguí, irguiéndome en mi asiento—. Hace una semana, su hermana vino a buscar pistas sobre su paradero, y le dieron sus pertenencias sin problemas.
—¿Y encontró algo?
—No lo sé, porque también desapareció en este hotel, señor Gibson.
El señor Gibson me miraba atónito, sin entender nada. Basándome en lo que sus pensamientos me estaban revelando, realmente no estaba al tanto de lo que le estaba comentando. Me daba la sensación de que aquí se cometían delitos que él ignoraba por completo.
—De verdad, señorita Stackhouse, me gustaría ayudarla, pero no sé cómo.
—Yo sí —me aclaré la garganta, que la tenía ligeramente seca, y miré al director del hotel a los ojos todo lo seria que pude; Eric me observaba con admiración desde detrás del señor Gibson—. Me sería de gran ayuda si me dejara ver los vídeos de seguridad de las últimas dos semanas. Más en concreto, de los días 29 de octubre y 5 de noviembre.
El señor Gibson se echó hacia atrás en su asiento para mirarme mejor. Entrelazó los dedos y los apoyó en el escritorio. Me miró tan serio como lo estaba haciendo yo.
—Señorita Stackhouse, me encantaría poder ayudarla, pero necesito una orden judicial para eso. La política de la empresa es la que manda…
—Sé cuáles son las políticas de la empresa, pero… seguro que podemos hacer una excepción.
—Ojalá pudiera, pero si hago eso… tendría que hacerlo con todos. No sé si me entiende.
—Entiendo. —Parecía que mi plan no estaba resultando como esperaba; tendría que recurrir a mi plan B—. En ese caso… —crucé mi pierna derecha encima de la izquierda, y le sonreí; me concentré en sus pensamientos más profundos, hurgando en algún lugar donde más le doliera; vi la foto de su esposa y su hijo que tenía en el escritorio y la cogí. La observé durante un instante y regresé la vista al señor Gibson—. ¿Qué tal están Anya y Rupert?
El señor Gibson me miró sin entender nada. «¿Quién le ha hablado de mi familia?».
—Bien, ¿les conoce?
Negué con la cabeza.
—No tengo el placer.
—¿Alguien le ha hablado de ellos? —Negué de nuevo, aún con la sonrisa en la cara, que se tornaba siniestra. Se estaba poniendo nervioso, como quería.
—Ha sido usted mismo.
—¿Qué? Yo no le he dicho nada.
—Claro que sí, Grover Gibson. Al igual que también me ha dicho que usted tiene una amante desde hace un año con una tal Jewel.
La cara de asombros del señor Gibson era todo un poema. Eric se estaba relamiendo del gusto viendo la escena. Escuché cómo el señor Gibson tragaba saliva, incómodo por todo lo que estaba confesándole.
—¿C-cómo sabe todo eso?
—Ya se lo he dicho. Ha sido usted.
Cogí el lapicero que había sobre su mesa y empecé a rebuscar un lápiz.
—Además, no sé si se lo habré mencionado, pero… —cogí un lápiz y lo lancé al aire; Eric captó la indirecta y lo cogió al vuelo—, soy bruja.
El director del hotel estaba cada vez más y más tenso, y se podía ver una enorme gota de sudor perlándole la frente. Eric hizo muy bien su trabajo, ya que después de soltar el lápiz, esturreó los papeles y carpetas que había encima del escritorio. Yo no me movía de mi sitio, por lo que todo aquello cada vez más creíble.
—Realmente no puedo ayudarla, señorita Stackhouse…
—Claro que puede, señor Gibson. Usted es el director de este hotel. Pero no quiere hacerlo.
Cerré los ojos y fingí que estaba absorbiendo energía. En cuanto los abrí, le miré con una sonrisa ladeada y una ceja alzada. Eric se lo estaba pasando en grande.
—N-no puedo, de verdad que no…
Me puse en pie, cerré una vez más los ojos y alcé los brazos.
—Draco dormiens nunquam titillandus —recité con voz serena y escalofriante; en verdad era el lema de Hogwarts, y significaba algo así como «no le hagas cosquillas a un dragón dormido», pero dudo mucho que el señor Gibson fuese fan de Harry Potter ni mucho menos que supiera hablar latín.
Eric encendió el ventilador que había justo detrás del señor Gibson, haciendo que los papeles que ahora estaban en el suelo se levantaran, mientras daba saltitos de emoción; estaba eufórico por el numerito que estábamos formando en aquel despacho. El señor Gibson estaba respirando con dificultad y agarrando fuertemente los reposabrazos de su sillón.
—E-e-está bien —balbuceó—. Veré lo que puedo hacer… —Cogió el teléfono y marcó un número de tres cifras. Esperó unos segundos y al fin habló—. ¿Francine? Sí, soy Gibson. Sí… Oye, ¿estás en la sala de videovigilancia? Sí… necesito que me consigas los vídeos de los días 29 de octubre y 5 de noviembre… Sí, exacto. ¿Cuánto vas a tardar? Oh, está bien. Gracias, Francine. —Colgó y se soltó la corbata, que le estaba agobiando—. No será posible tenerlo ahora mismo, porque, como ya le he dicho, no es tarea fácil, pero en una hora aproximadamente lo tendrá disponible en la sala de videovigilancia. Puede regresar a su habitación, si lo desea, y yo mismo personalmente la aviso para que se dirija hacia allá.
Asentí, complacida por haber conseguido mi propósito, aunque aún estaba por ver. Pude apreciar el miedo en sus ojos, en su mente, en su cuerpo. Sabía perfectamente que, si hacía un movimiento en falso, sería capaz de cualquier cosa.
—Ha sido un placer, señor Gibson.
De regreso a la habitación, tenía a Eric emocionado aún, riéndose y recordando todo lo que había hecho.
—No sabes lo orgulloso que estoy de ti, Sookie —comenzó a decir una vez que las puertas del ascensor nos dejaron a solas.
—No lo hubiese podido conseguir sin ti, mi querido Eric.
—Esto ya lo tenías pensando, ¿verdad?
Le puse una cara fingiendo inocencia.
—Supongo que aprendí del mejor maestro.
—Me has puesto a cien, que lo sepas…
Media sonrisa se asomó por mi rostro antes de que las puertas del ascensor se abrieran en nuestro piso. Eric me comía con la mirada a cada paso que daba.
—De verdad, no te veía capaz de hacer algo así.
—Por Pam haría cualquier cosa. Y si no fuera porque estás en modo aspectro… no creo que hubiese podido hacer nada. Seguramente saldría de ese despacho con las manos vacías y sin ninguna pista.
—Ahora toca esperar a que nos llame el señor Gibson. Eso si es que lo hace.
—¿Crees que pasará del tema?
—No lo sé, pero estaba bastante acojonado. No creo ni que se atreva llamar a la policía.
—¿Lo ves capaz?
—No lo sé, tú eres la telépata psicópata.
No pude evitar echarme a reír. Nunca había hecho nada parecido, por lo que aquello me había subido un montón la adrenalina. Me recosté en la cama, estirando mucho los brazos. Me quité los zapatos. Eran nuevos y me estaban destrozando los pies. Debí haberme traído los otros más viejos, que eran más cómodos, pero no quería parecer desaliñada.
Mi hazaña me había dejado algo agitada, por lo que podía relajarme hasta que recibiera noticias del señor Gibson. Eric se acurrucó a mi lado y me dio un beso en la frente.
—Ojalá estuviera aquí Pam para verlo.
Sonreí con cierta tristeza.
—Lo estará. Ya lo verás.
Alcé la cabeza para mirarlo y estaba cada vez más convencida de que todo saldría bien. Me acarició la mejilla con suavidad. Se acercó cada vez más y finalmente me besó. Y yo me dejé llevar por el beso. Sus labios juguetearon suavemente con mi labio inferior y yo emití un gemido. Recordaba que me encantaba que me hiciera eso…
Llamaron a la puerta, interrumpiéndonos, y me incorporé de golpe. Menos mal, porque no sé qué hubiera pasado de no haberlo hecho. Me sorprendió, porque no era la hora todavía; apenas habían pasado diez minutos desde que me fui del despacho del director del hotel.
Cuando abrí, había una chica de la limpieza con unos auriculares enormes y un chicle de menta en la boca. Me miró con parsimonia.
—Me han dicho que tengo que cambiar unas sábanas en esta habitación —comentó, arrastrando las palabras y sin dejar de masticar exageradamente el chicle que llevaba en la boca; tal vez la mandase Simone, la recepcionista.
—Adelante. —La dejé pasar y se metió con el enorme carrito de la limpieza incluido. Le indiqué la cama, donde las sábanas estaban dispuestas en el suelo; las cogí para ayudarla—. Aunque no veo necesario tanta cosa. Solo son las sábanas, que verá, he tenido un problema, porque…
—¡Sookie! —gritó Eric detrás de mí. Pero cuando me giré era demasiado tarde.
—Dulces sueños, amiga… —Y me inyectó una jeringa en el cuello.
Unos segundos después, todo se volvió negro y confuso.
NDA: Madre mía. Nadie sabe lo que he disfrutado escribiendo este capítulo. Que, además, le tenía muchas ganas porque llevo desde que tenía este fic en proyecto con esto en la mente. Y me ha salido mucho mejor de lo que me esperaba. Aunque también me ha dado muchos dolores de cabeza, porque he acabado quitando y poniendo algunas cosas para pulirlo bien. Y lo dejo así. Como lo vuelva a tocar... xD
Cada vez estoy más cerca de donde quiero llegar. :3 Spoiler: el siguiente capítulo será más interesante aún que este. :D
Agradecimientos: Cari1973 (Todavía te queda para que seas un grano en el culo -al menos para mí xD-, por lo que puedes hacerme todas las correcciones que quieras; eso sí, no sabes lo que me pude reír con tu corrección. Probablemente, debí verlo antes y me empeñé en que era ese apellido. xDDD Gracias una vez más por tu review aka grano en el culo :P); Perfecta999 (thank you very much; I hope you like this new chapter. :3); ciasteczko (I WAS SMILING A LOT AFTER YOUR LAST REVIEW! Thank you very much. You're so sweet like your words. n.n)
Y eso es todo por ahora. Espero que hayais disfrutado leyendo este capítulo como yo escribiéndolo.
Un saludo a todos y hasta la próxima.
~Miss Lefroy~
06/04/2021
