BESOS SALVAJES
Sacrificio
El hombre nunca había tratado de seducirla realmente, decidió Hinata la siguiente mañana cuando corría a toda prisa bajando los escalones y chocaba repentinamente contra él mientras salía del cuarto de baño del primer piso, al pie de las escaleras.
Una seducción era eso: verlo desnudo excepto por una toalla.
De altura imponente, doscientas libras de brillante piel Azulada sobre músculo sólido, y una condenadamente pequeña toalla en torno a sus caderas, el torso esculpido, ondeadas abdominales, un pequeño corte estropeando su pecho musculoso, recuerdo de su escaramuza del día anterior, una estela sedosa y clara de vello desapareciendo bajo la tela blanca y suave de la toalla...
Y mojado. Con diminutas gotas de agua brillando tenuemente en su piel, y el grueso pelo rubio echado hacia atrás para apartarlo de su cara.
Y ella sabía que si decía una sola palabra, él cubriría con ese cuerpo increíble su propio cuerpo entero y...
Hinata lanzó un pequeño de resoplido, como si le hubieran extraído el aire de golpe.
—Buen día— pudo decir.
—Madainn mhath, —. Él ronroneó su respuesta en gaélico, sosteniéndola por los codos—. ¿Confío en que dormiste bien sin las ataduras?
Él podría no haberla atado, pero había dormido fuera de su puerta. Lo había oído ahí afuera, moviéndose de un lado a otro.
—Sí— respondió un poco jadeantemente. El hombre era simplemente demasiado hermoso para la tranquilidad de espíritu de cualquier mujer.
Él se quedó con la mirada fija en ella un largo momento.
—Tenemos mucho que hacer antes de marcharnos— dijo, soltando sus brazos—.Saldré apenas me vista.
La rodeó y subió las escaleras. Ella se volvió, aturdida, observándolo con los ojos muy abiertos. Ni siquiera había tratado de besarla, pensó, irritada con él porque no lo hubiera hecho, e irritada consigo misma por estar irritada. Córcholis, el hombre la llenaba de una dualidad imposible. Estaba resuelta a no ser seducida, pero disfrutaba su seducción. La hacía sentir completamente femenina y viva.
Cielo santo, pensó, observándolo. Con cada escalón que él ascendía, los músculos de sus piernas se flexionaban. Pantorrillas perfectas, muslos duros como la roca. Trasero apretado. Una cintura esbelta, abocinándose hasta sus hombros musculosos. Con sus músculos trabajados, se veía poderoso en una forma magra y hambrienta. El tiempo parecía desaparecer como en un sueño mientras lo observaba.
—¡Oh!—. Ella se quedó sin aliento repentinamente, rígida por la conmoción. ¿El tipo realmente había hecho eso? ¡Dios santo! ¿Cómo lograría alguna vez borrar esa visión de él de su mente?
En lo alto de las escaleras el maldito hombre había dejado caer su toalla, mientras subía ese último peldaño, con las piernas ligeramente divididas... dándole un breve vislumbre de... ¡oh!
Todavía estaba tratando de respirar, sin tener demasiado éxito, cuando oyó una risa suave, ronca y muy presumida.
¡Mujeriego desvergonzado!
Naruto se marchó del apartamento cuando Hinata entró en la ducha. La alternativa era salir o unirse a ella, y la joven no estaba aún en condiciones de permitir lo que él necesitaba. Era más sabio no imaginarse entrando en la ducha tras ella, tomando su cuerpo resbaladizo y mojado entre sus brazos y colocando sus manos en esos pechos desnudos y espléndidos. La llevaría a Escocia en poco tiempo, y allí, en su amada tierra, la reclamaría completamente.
Ella lo habría dejado besarla, lo había visto en la dilatación de sus ojos, en la exuberancia de esa boca suave como un pétalo.
Pero había mucho que hacer antes de partir, y un amante experto sabía que había momentos en que aumentar la anticipación de una mujer era mucho más seductor que satisfacerla. Entonces, con un provocativo distanciamiento, se había resistido a los besos que podría haber reclamado y le había mostrado, en cambio, qué se estaba negando a sí misma, lo que podría tener si solamente dijera una palabra.
Todo él, su deseo insaciable, su necesidad, su energía, su determinación para darle placer como ningún otro hombre podría hacerlo. Ser el esclavo de cada uno de sus sensuales deseos. Sabía que ella había visto la pesadez de sus testículos en medio de sus piernas y la cabeza gruesa de su miembro debajo de ellos mientras había subido el último escalón.
Era mejor que ella se familiarizara con su cuerpo desde entonces, con lentitud. Sonrió, mientras el taxi se paraba en seco en medio del tráfico, recordando su suave, pequeño y horrorizado jadeo. El conocimiento de que nunca había sido tocada por otro hombre lo inflamaba. Tragó, con la boca seca de anticipación.
Ella le había dado una lista de cosas que necesitaba, y le había dicho que su pasaporte estaba en su joyero. Ella le había dicho que sí: había prometido ir con él. No le había gustado el pensamiento de tener que obligarla.
Podría no haberla seducido para entrar en su cama, pero había logrado seducirla para entrar en su vida en otras incontables formas, cada manera, cada situación, un nudo, invisible y sedoso, que la amarraba a él a medida que la introducía más profundamente en su mundo.
Estaba obsesionado con ella, como nunca lo había estado con ninguna otra mujer. Quería contarle más de su propia historia. Había estado probando las aguas la noche anterior, sondándola, tratando de determinar cuánto podría llegar a comprender.
Nunca había considerado contarle a una mujer algo sobre sí mismo, particularmente no a una con la que no se había acostado, pero la posibilidad de que una mujer como Hinata supiera lo que él era y escogiera ser su mujer de todos modos, hacía que su sangre se sintiera como fuego en sus venas. Una parte de él quería gritar su propia realidad, forzándola a aceptarlo, sin ofrecer excusas. Una parte más sabia, el hombre que había sido, lo había prevenido contra semejante crueldad.
Lentamente. Necesitaba utilizar cautela y cuidado extremo si esperaba lograr su objetivo.
Tarde la noche anterior, al observarla titubear sobre cuáles artefactos escoger, se había percatado con claridad sorprendente, de que no era solamente su cuerpo lo que quería en su cama: lo quería todo de ella, ofrecido sin reservas. La quería cerca tanto como quería ser libre del mal dentro de sí, como si los dos estuvieran en cierta forma entrelazados.
Y el animal interior sintió su debilidad aniquiladora: Hinata era una que podría ser atrapada por el hombre que conquistase su corazón, para ganarlo y conservarlo durante toda la vida. Su estrategia ya no era una simple seducción: él luchaba por el corazón de la muchacha, su misma alma.
¿Una mujer como ella te confiaría su corazón?, se burló su honor. ¿Has perdido el juicio como también tus almas?
—Haud you wheesht— gruñó suavemente.
El conductor del taxi le echó una mirada en el espejo retrovisor.
—¿Eh? ¿Qué?
—No le hablaba a usted.
Y si de alguna manera logras conquistarla, ¿qué harás con ella? , continuó su honor. ¿Prometerle un futuro?
—No trates de robarme el presente— gruñó Naruto—. Es todo lo que poseo—. Y desde que ella había llegado a su vida, el presente albergaba más interés para él de lo que lo había hecho en un largo tiempo. Era un hombre que había logrado sobrevivir desde la noche que se había vuelto oscuro, sólo haciéndolo hora por hora.
Encogiéndose de hombros hacia taxista, que ahora lo observaba con ansiedad patente, revolvió su bolsillo, haciendo una doble comprobación para estar seguro de que la lista y las llaves de Hinata estaban allí. Las llaves no estaban. Recordando, se percató de que las había dejado en el mueble de la cocina.
Aunque nadie era más experto en el allanamiento de morada que él, lo hacía sólo cuando era necesario. Y nunca a plena luz del día. Miró el lento tráfico impacientemente. Para cuando el conductor del taxi pudiera sacarlos de esa maraña, a lo mejor, podría regresar al penthouse más rápido a pie. Empujó el monto de la tarifa a través de la ranura y salió a la lluvia.
Hinata se depiló las piernas con una de las hojas de afeitar de Naruto (ignorando porfiadamente la pequeña voz descarada que ofrecía voluntariamente la opinión totalmente no solicitada de que una chica no necesitaba depilarse cuando hacía tanto frío afuera, a menos que planeara quitarse los pantalones por alguna razón), luego salió de la ducha y se embadurnó en loción.
Se dirigió al dormitorio, se puso las bragas y el sostén, y luego empacó algunas cosas en la maleta que él le había traído mientras la loción era absorbida por su piel.
Iba a ir a Escocia.
No podía creer de qué modo había cambiado su vida en sólo unos pocos días. Cuánto había cambiado ella. En cuatro días, para ser exactos. Cuatro días atrás, había entrado en el penthouse, y hoy se alistaba para volar a través del océano con él, sin tener idea de lo que podría suceder.
Negó con la cabeza, preguntándose si había perdido el juicio completamente. Se rehusó a considerar cuidadosamente ese pensamiento. Cuando pensaba en ello, todo parecía equivocado.
Pero se sentía correcto.
Se marcharía, y eso era todo. No estaba dispuesta a dejarlo salir de su vida esa tarde y para siempre. Se sentía atraída hacia él tan irresistiblemente como por las antigüedades. La lógica no tenía ninguna maldita cosa que hacer al respecto.
Su mente se concentró en los detalles de último momento y decidió que tenía que avisar a Shino. Él estaría, probablemente, enfermo de preocupación y si no escuchaba nada de ella por un mes, tendría al departamento de policía entero buscando su rastro. Pero no quería hablar con él por teléfono, porque le haría demasiadas preguntas, y las respuestas no eran completamente convincentes, incluso para ella.
¡El correo electrónico! Eso era. Le podría enviar una pequeña nota a través de la computadora del estudio.
Buscó con la mirada su reloj. Naruto debería estar ausente por lo menos una hora más. Se puso rápidamente sus pantalones vaqueros, se metió una camiseta por la cabeza, y se apresuró a bajar las escaleras, deseando quitarse esa obligación de encima de inmediato.
¿Qué diría? ¿Qué excusa podía darle?
Conocí al Fantasma Celta y no es exactamente un criminal. Realmente, es el hombre más sexy, más intrigante, más listo que alguna vez he conocido y va a llevarme a Escocia; me paga con artefactos antiguos por ayudarlo a traducir textos porque piensa que está, en cierta forma, maldito.
Sí. Correcto. Eso viniendo de la mujer que interminablemente había recriminado a Shino por tener una ética menos blanca que un lirio. Pero incluso si le dijera la verdad, no la creería viniendo de su parte. Ella no la creería.
Entró en el estudio y se distrajo brevemente con las antigüedades esparcidas alrededor. Nunca se acostumbraría al modo casual de tratar reliquias sin precio. Recogiendo rápidamente un manojo de monedas, buscó desordenadamente en ellas. Dos tenían grabadas caballos. Depositando las demás sobre el escritorio, estudió las dos monedas con curiosidad.
Los antiguos celtas continentales grababan caballos en sus monedas. Los caballos habían sido criaturas valiosas, que representaban la riqueza y la libertad, mereciendo su propia diosa, Epona, que había sido conmemorada en más estatuas e inscripciones supervivientes que cualquier otra diosa.
—Nah— dijo, bufando—. No hay forma de que sean tan antiguas—. Estaban en una condición tan óptima que parecían haber sido acuñadas sólo unos cuantos años atrás.
Pero también, meditó, todas sus propiedades lo parecían. Se veían nuevas, eso era.
Imposiblemente nuevas. Tan nuevas que había contemplado la posibilidad de que pudieran ser falsificaciones brillantes. Muy pocos artefactos sobrevivían el paso de los siglos en una condición tan impecable. Sin la manera adecuada de autenticarlos, tenía que confiar en su propio juicio. Y su juicio decía —imposible, aunque cierto— que sus artefactos eran genuinos.
Una imagen repentina se dibujó en su mente: Naruto, vestido con un tartán escocés y la regalia completa, una melena salvaje, unas trenzas de guerra en sus sienes, meciendo el claymore que pendía por encima de la chimenea. El hombre evocaba la imagen del guerrero céltico, como si hubiera sido trasplantado en el tiempo.
—Eres una soñadora, Hyûga— se regañó a sí misma. Negando con la cabeza para dispersar sus pensamientos caprichosos, devolvió las monedas a su montón, y volvió su atención a la tarea entre manos. Encendió la computadora, y taconeó con el pie con impaciencia, esperando que se cargara.
Mientras zumbaba y zumbaba, salió del living room y miró el contestador automático, girando en espiral un rizo de pelo mojado alrededor de un dedo. El teléfono había timbrado muchas veces desde que él había bajado el volumen.
Ella lo miró fijamente. Había nueve mensajes.
Su mano gravitó sobre el botón de play por varios instantes, indecisa. No se enorgullecía de su propensión a fisgonear, pero por muy malo que fuera su pecado, no estaba cincelado en piedra con los Diez Mandamientos. Después de todo, una chica tenía derecho a armarse a sí misma con todo el conocimiento que pudiera obtener, ¿verdad?
Sería ingenuo y tonto no hacerlo
Su dedo bajó poco a poco hacia el botón play. Vaciló, y avanzó lentamente otra vez. Justo cuando estaba a punto de presionarlo, el teléfono timbró ruidosamente, sobresaltándola y haciéndola lanzar un pequeño chillido. Con el corazón martillando, se dirigió rápidamente de vuelta al estudio sintiéndose extrañamente atrapada y culpable.
Luego, con un bufido exasperado, regresó corriendo y elevó el volumen Shizuka otra vez. Con su voz ardiente y ronroneante. Ugh.
Con el ceño fruncido, Hinata bajó el volumen de nuevo, decidiendo que había oído suficiente. No necesitaba más recordatorios de que ella era una de tantas.
Unos pocos minutos más tarde, accedía a Internet, introducía la contraseña de su cuenta de Yahoo! y mecanografiaba velozmente:
Shino, mi tía Irene (que Dios la perdonara, no tenía ninguna tía Irene) fue llevada repentinamente al hospital y tuve que irme inmediatamente a Kansas. Lamento mucho no haberme comunicado contigo antes, pero ella está en condición crítica y he estado quedándome en el hospital. No estoy segura de cuándo regresaré. Puede ser en algunas semanas o más tiempo. Trataré de llamarte pronto. Hinata.
Qué elegantemente mentía, pensó con curiosidad. Estaba fumando cigarros, aceptando sobornos y mintiendo. ¿Qué le había ocurrido?
Naruto MacNamikaze, eso era lo que le había ocurrido.
Releyó varias veces el e-mail antes de teclear el botón de enviar. Todavía estaba clavando los ojos en la notificación —tu mensaje ha sido enviado—, sintiéndose un poco aturdida por lo que acababa de hacer, que parecía ser un paso absolutamente definitivo, cuando oyó la puerta abrirse y cerrarse.
¡Él ya estaba de regreso!
Tecleó el botón de apagado, rezando para que también desconectara Internet.
Aunque no tenía nada de qué sentirse culpable, prefería eludir una disputa potencial. Especialmente después de casi escuchar sus mensajes. ¡Dios, él podría haber entrado y la habría atrapado haciéndolo! ¡Qué humillante habría sido!
Aspirando profundamente, empastó una expresión inocente en su cara.
—¿Qué estás haciendo de regreso ya?— gritó mientras salía del estudio.
Luego se quedó sin aliento, alarmada, y se paró en seco cerca del portal de la cocina. Un hombre, ataviado con un traje oscuro, estaba de pie en la sala de estar, examinando rápidamente los libros en la mesa de café. De altura común, constitución alta y delgada, con el pelo naranja en puntas corto, estaba bien vestido y tenía un aire culto.
Aparentemente, ella no era la única que se paseaba a voluntad en el penthouse que Naruto nunca cerraba con llave. Realmente debería comenzar a hacerlo, pensó ella.
¿Qué hubiera ocurrido si todavía hubiera estado en la ducha, o hubiera bajado las escaleras sólo con una toalla para encontrar a un desconocido allí? Se habría pegado un susto de los mil demonios.
El hombre se dio vuelta al oír su jadeo.
—Lamento haberla sobresaltado, señora— se disculpó él amablemente—. ¿Se encuentra Naruto MacNamikaze?
Acento británico, notó la joven. Y un tatuaje curioso en el cuello. No parecía realmente adecuado para él. No parecía del tipo que se hacen tatuajes.
—No lo oí golpear la puerta— respondió Hinata. No creía que lo hubiera hecho. Tal vez los amigos de Naruto no lo hacían—. ¿Es amigo suyo?
—Sí. Soy Pain Jones— dijo el hombre—. ¿Está él aquí?
—No por el momento, pero estaré encantada de decirle que usted pasó de visita—. Ella lo miró fijamente, su curiosidad nunca inactiva. Allí estaba uno de los amigos de Naruto. ¿Qué podría contarle de él?—. ¿Es un amigo íntimo?— preguntó.
—Sí—. Él sonrió—. ¿Y quién puede ser usted? No puedo creer que no me haya mencionado a una mujer tan hermosa.
—Hinata Hyûga.
—Ah, él tiene un gusto exquisito— dijo Pain suavemente.
Ella se sonrojó.
—Gracias.
—¿Dónde ha ido Naruto? ¿Regresará pronto? ¿Puedo esperarlo?
—Probablemente tardará una hora más o menos. ¿Puedo darle un mensaje de su parte?
—¿Una hora?— repitió él—. ¿Está segura? Quizá podría esperarlo; él podría estar de regreso más pronto—. La miró inquisitivamente.
Hinata negó con la cabeza.
—Me temo que no, señor Jones. Fue a conseguir algunas cosas para mí; partiremos con destino a Escocia más tarde y...
Ella dejó de hablar a medida que la conducta del hombre cambiaba abruptamente. Se había ido la sonrisa encantadora. Había desaparecido la mirada apreciativa, reemplazada por una expresión fría y calculadora. Y —su cerebro pareció resistirse a tramitar ese hecho— repentinamente, sobrecogedoramente, había un cuchillo en su mano.
Ella negó con la cabeza con fuerza, incapaz de comprender el giro bizarro de los acontecimientos.
Con una sonrisa amenazadora, él se movió hacia ella.
Todavía tratando de lograr una especie de oscura comprensión de la situación, ella dijo estúpidamente.
—Usted n-no es su a-amigo—. Oh, córcholis, ¿acaso no tiene un cuchillo, Hyûga? , se increpó silenciosamente. Consigue un escudo. Encuentra una maldita arma.
Retrocedió lentamente hacia la cocina, asustada de hacer un movimiento repentino.
—Todavía no— fue la extraña respuesta del hombre mientras él se acercaba a pasos lentos.
—¿Qué quiere? Si es dinero, él tiene mucho dinero. Toneladas de dinero. Y se lo dará con todo gusto. Y hay antigüedades— balbuceó. Estaba en la recta final. Seguramente habría un cuchillo descansando sobre el mueble en alguna parte—. Valen una fortuna. Lo ayudaré a empacarlas. Hay montones de cosas aquí que puede tomar. No interferiré en su camino para nada. Lo prometo, simplemente...
—No es dinero lo que busco.
Oh, Dios Santo. Una docena de escenarios horribles, cada uno peor que el anterior, relampagueó a través de su mente. Él la había embaucado para que admitiera por propia voluntad que estaba sola durante una hora, fingiendo conocer a Naruto. ¡Qué ingenua había sido! Puedes sacar a la chica de campo, pero no puedes sacar el campo de la chica, pensó, la histeria burbujeando en su interior.
—¡Oh, mire eso! ¡He equivocado el tiempo! Él debe estar por llegar de un momento a otro.
Un ladrido bien definido de risa.
—Buen intento.
Cuando él se abalanzó para atraparla, ella retrocedió, con la adrenalina inundándola.
Frenéticamente, con manos torpes por el miedo, aferró cosas del mueble y las arrojó hacia él. La cafetera termal rebotó de lado contra su hombro, arrojando café en todas direcciones; la tabla de picar carne lo golpeó directamente en el pecho.
Volcándolo todo tras de sí, agarró una copa Baccarat después de otra del fregadero y las arrojó a su cabeza. Él se agachó rápidamente y las esquivó, y vaso tras vaso estalló contra la pared detrás de él, cayendo como lluvia de vidrio en el piso.
Él siseó de furia y siguió avanzando.
Abriendo la boca para respirar, peligrosamente cerca de hiperventilar, Hinata buscó a tientas más arsenal. Una cazuela, un colador, algunas llaves, un cronómetro, una sartén, frascos de especias, más vasos. ¡Necesitaba una condenada arma! ¡En medio de ese maldito museo, seguramente podría poner sus manos en un jodido cuchillo! Pero sus pies desnudos continuaban resbalándose en el café mientras trataba de evitar al mismo tiempo a su asaltante y los vidrios rotos.
Asustada de apartar la vista de él, tanteó un cajón tras de sí y lo manoseó frenéticamente: toallas. El siguiente cajón: bolsas de basura y envolturas Reynolds. Le tiró ambos cajones. Con los vidrios crujiendo bajo sus zapatos, él avanzó, acorralándola contra el mueble.
Una botella de vino. Llena. Gracias, Dios mío. La mantuvo detrás de su espalda y se quedó inmóvil.
Él hizo exactamente lo que ella había esperado. Se abalanzó sobre ella silenciosamente, y la joven estrelló la botella en su cabeza con todas sus fuerzas, empapándolos a ambos con vino y astillas de vidrio.
Él la agarró por la cintura mientras caía, arrastrándola consigo. Ella no era rival para la fuerza del hombre mientras él forcejeaba contra ella, tendida sobre su espalda, bajo él.
Hinata divisó un destello de plata peligrosamente cerca de su cara. Se quedó floja por un momento, sólo lo suficiente como para sorprenderlo, luego se retorció y levantó la rodilla contra su ingle y le clavó los pulgares en los ojos, murmurando un agradecimiento silencioso a Jon Stanton en Kansas, que le había enseñado los diez trucos sucios cuando habían salido en la escuela secundaria.
—¡Ay, maldita perra!— Cuando él se agitó violentamente de manera refleja, Hinata lo golpeó con los puños, intentando desesperadamente salir de debajo de él.
La mano del hombre se cerró en su tobillo. Ella agarró un pedazo de vidrio, sin prestar atención a sus numerosos cortes y se volvió contra él, siseando y escupiendo como un gato. Y cuando acuchilló con el vidrio la mano que sujetaba su tobillo, un triunfo agudo la llenó. Podía estar en el piso, ensangrentada y llorando, pero no iba a morir sin una maldita pelea.
Naruto entró en la antecámara, preguntándose si Hinata todavía podría estar en la ducha. Imaginó una breve visión de ella, gloriosamente desnuda y mojada con todo ese cabello precioso cayendo sobre su espalda. Con la mano en el picaporte de la puerta, sonrió, y luego se sobresaltó cuando oyó un choque, seguido por una maldición.
Empujando la puerta para abrirla, se quedó con la boca abierta, la incredulidad y la conmoción paralizándolo por un precioso momento.
Hinata, chorreando un líquido rojo que su mente se negó a aceptar que pudiera ser sangre, estaba parada en la sala de estar, mirando hacia la cocina, dándole la espalda, agarrando firmemente el claymore de arriba de la chimenea con ambas manos, llorando e hipando violentamente.
Un hombre salió de la cocina, su mirada asesina fija en Hinata, con un cuchillo en la mano.
Ninguno de los dos había notado aún su presencia.
—Hinata, pequeña, retrocede— siseó Naruto. Instintivamente, usó la Voz de Poder, enlazando la orden con un hechizo de compulsión druida, por si ella estaba demasiado asustada para moverse por su propia voluntad.
El hombre se sobresaltó y lo vio entonces, su cara registrando conmoción y... algo más, algo que Naruto realmente no pudo definir. Una expresión que tenía poco sentido para él. ¿Reconocimiento? ¿Temor? La mirada del intruso pasó de la puerta tras Naruto, hasta las puertas abiertas que conducían a la terraza mojada por la lluvia.
Gruñendo, Naruto empezó a avanzar, como un felino al acecho. No tenía necesidad de apresurarse, ya que el hombre no tenía ningún lugar a dónde ir. Hinata había respondido a su orden y había retrocedido hacia la chimenea, donde estaba parada agarrando firmemente el claymore, blanca como un fantasma.
Estaba todavía de pie. Esa era una buena señal. Seguramente todas las manchas rojas no podrían ser de sangre.
—¿Estás bien?—. Naruto mantuvo la mirada fija en el intruso. El poder se agitaba dentro de él. El poder antiguo, el poder que no era el suyo, el poder que era poco fiable y estaba sediento de sangre, incitándolo a destruir al hombre usando maleficios arcaicos, prohibidos. Para hacerlo morir una muerte lenta y horrífica por atreverse a tocar a su mujer.
Convirtiendo en puños sus manos, Naruto luchó por cerrar su mente a ese poder. Él era un hombre, no un mal antiguo. Lo suficientemente hombre para manejar eso por sí mismo. Sabía, aunque no entendía cómo, que usar el poder oscuro dentro de sí para matar sellaría su condena.
Hipo.
—Ajá, creo que sí—. Más sollozos.
—Hijo de puta. Lastimaste a mi mujer— gruñó Naruto, avanzando inexorablemente, acorralando al hombre hacia la terraza, cuarenta y tres pisos por encima de la calle.
El intruso miró por encima de su hombro la baja pared de piedra que rodeaba la terraza, como midiendo la distancia, luego miró a Naruto otra vez.
Lo que hizo después fue tan extraño e inesperado que Naruto no pudo reaccionar a tiempo para detenerlo. Con los ojos resplandeciendo de celo fanático, el hombre inclinó de modo respetuoso su cabeza.
—Puede que sirva a los Bijuu con mi muerte, como fallé con mi vida.
Naruto todavía trataba de procesar el hecho de que él había dicho "los Bijuu" cuando el hombre giró, se encaramó encima de la pared, y dio un salto de cisne de cuarenta y tres pisos hacia la nada.
Continuará...
