Capítulo 8
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No tenía amigos en aquella ciudad, lo cual era de esperarse dada la naturaleza de su trabajo, y aquello solo significaba que las posibilidades de que echara raíces, o dejara los rastros que la gente solía dejar detrás, se minimizaran bastante. Fuera de los contactos y conocidos que existían en la red que le daba su trabajo, no tenía ningún otro tipo de contacto humano durante sus trabajos más allá de las interacciones con las personas a quienes debía cazar o algún vendedor en alguna tienda de conveniencia.
Y a pesar de su personalidad, era experto en ser inmemorable… un humano sin rostro, sin características que se diferenciaran del resto.
Caminó lentamente a lo largo de los muros de aquella reducida habitación a las afueras de la ciudad, si es que podía llamársele de esa manera, sentía la madera seca y las astillas en la punta de sus dedos. Inhaló al detenerse en una esquina donde se encontraban arrumbados un sinfín de herramientas que seguramente se habían encontrado en aquel cuartucho de utilería desde antes y tomó una pala, observando la punta en silencio, era difícil decir cuando la tierra estaba seca el tiempo que llevaba pegada a las cosas, pero sabía que aquella suciedad estaba ahí desde hacía años.
Dando brinquillos cruzó la habitación, deteniéndose junto al trozo de espejo manchado que se mantenía recargado contra un muro y husmeó unos momentos en la bolsa negra que se mantenía perfectamente acomodada en el rincón, percibiendo el aroma de Hidan al abrirla y encontrarse con un futón.
Pasó la mano suavemente por la tela, extendiendo las arrugas.
La puerta se abrió.
Los ojos violetas la miraron fijamente, el rostro estupefacto demostró por completo la sorpresa y confusión que su presencia habían provocado y no pudo evitar agachar el rostro, sonrojada, ante el mutismo y la inacción.
Hidan estaba congelado en su sitio.
Hacía días que no había salido de viaje y por lo tanto no había vuelto a verla, ni a sentir que le pisaban los talones, pero la sorpresa había sido tal que no pudo sentir furia al encontrársela echada en el futón y leyendo una revista, moviendo sus pies de arriba abajo, de manera intercalada, pintando el cuadro perfecto de una colegiala sonrojada, que dejaba cartas en el casillero de su amado y hacía chocolates el día de San Valentín.
Algo que claramente no era.
—¿Cómo encontraste este lugar?
—… es un secreto —murmuró risueña, pasando la hoja.
—¿Qué haces aquí?
—No estuviste… te extrañaba.
Exhaló. —… sigues con eso.
—Quiero tener una cita.
—Felicidades —arrastró, cerrando la puerta y dejando caer su bolso de viaje pesadamente al suelo.
Cruzó a la esquina donde momentos antes había estado el futón acomodado y abrió la única llave que surtía agua a aquel cuartucho, enjuagándose las manos, la cara y el cuello; mientras secaba su piel con una toalla algo sucia miró la madera frente a él con el odio que no le dedicaría aún a aquella chiquilla inestable, haciéndole caso a aquel instinto animal que cada día le pedía con más alarma que se alejara de ella.
Se miró en el trozo de espejo roto unos momentos y luego arrastró la mirada hacia Himiko.
—Ya volví, ya puedes irte.
—Dije que quiero una cita —repitió, enfatizando cada palabra y sentándose sobre el futón.
Se miraron en un silencio calculador que no develó las intenciones de cada uno.
Himiko hizo un pequeño gesto infantil antes de volver a mirar su revista y luego su mano se extendió, arrojando algo al suelo que emitió un sonido seco. Sus pupilas seguían clavadas en el rostro de Hidan, pero su vista periférica notó como se deslizaban algunos de los cuadros por el suelo, en todas direcciones, algunos deteniéndose a centímetros de los pies del muchacho.
—¿Qué significa esto? —murmuró, sin levantar las fotografías.
Sus ojos barrieron cuanta imagen podían ver, grabándolas en su memoria, y la desconfianza que había sentido todos esos días, por culpa de esa chiquilla, solo terminó gritándole en los oídos que la matara.
Inclinó ligeramente la cabeza al costado, sonriendo ampliamente. —Que no puedes decir que no.
Las manos le escocieron ante aquella respuesta y se odió por no haberla tomado enserio desde un principio. Chasqueó la lengua.
—Tengo copias de todo… de las fotos y los videos y mapas de las redes de alcantarillado que usas —murmuró, juguetona, levantándose del futón y caminando hacia él.
El éxtasis que normalmente mostraba al vaciar a sus víctimas se reflejó en su rostro en esos momentos, mareando a Hidan.
—Si te rehúsas se los mostraré a la policía —amenazó, recargando las manos en el pecho del muchacho, su tono de voz jadeante.
—¿Ah? ¿La calentura te estropeó el cerebro? —espetó, alejándola de él. —Se te olvida que a ti también te buscan.
La mirada brilló con la perspicacia que se había asomado siempre que estaba a punto de darle una mala noticia y apretó los dientes, alejándose de ella. Himiko acortó la distancia de nuevo, mientras su cuerpo se convertía lentamente, en una de sus tantas víctimas.
—… hace dos semanas salimos a caminar luego de tomar un café y no han vuelto a verme, me tuviste en este cuarto desde entonces, y logré escapar porque te fuiste de viaje…
—¿Cómo supiste…? —balbuceó, sin poder terminar su pregunta.
Su cuerpo se movió más rápido de lo que nunca antes había hecho y sus manos se lanzaron hacia ella, temblando, provocadas por la furia, y a pesar de las ganas que tenía de partirla por la mitad se contentó con apretarle el cuello con fuerza para cortarle la circulación y la respiración lo suficiente.
El rostro no tardó en volver a la normalidad y los ojillos dorados ya lagrimeaban entonces, y a pesar de que el sonrojo que iba oscureciéndose a cada momento era normal, la sonrisa que se extendía a través de los labios esclareció que aquel cambio de color no solo se debía a la presión en su cuello y la falta de oxígeno.
Un silbido escapó, como todo intento de risilla, de su garganta, y los sonidos roncos que le precedieron le retumbaron en los oídos a Hidan.
—¿Vas a matarme, Hidan? —susurró apenas su voz ronca.
Sonrojada, los ojos perdidos en la emoción.
—Asquerosa rata de alcantarilla —siseó.
—Anda… rómpeme el cuello… mátame —pidió, su mirada perdiéndose un poco más.
Las manos se apretaron con más fuerza y la lengua salió entre sus labios, la presión en su cabeza aumentó, provocándole un embotamiento en los oídos y la sensación de que los ojos se saldrían de sus cuencas. Su mano mostró entonces un pequeño aparato y los ojos violetas observaron en silencio la cuenta regresiva que se mostraba.
Soltó el agarre, pero sus manos se mantuvieron sobre la piel del cuello.
Himiko tosió con fuerza durante unos minutos y, una vez se encontró más tranquila, miró fijamente a Hidan a los ojos. Su cuerpo temblaba, quizá por la adrenalina de haber estado a punto de morir, quizá por la afirmativa que estaba a punto de recibir.
—Solo yo puedo desactivarlo… y si no lo hago, la policía recibirá mi denuncia anónima…
Hidan la soltó entonces, dándole la espalda y llevándose una de las manos a la cabeza, rascando con desesperación.
Maldijo.
—¿Me estás invitando a salir? —insistió.
La mano se deslizó hasta su rostro, tirando ligeramente de la piel de sus mejillas, miró la madera frente a él y se tragó la amargura.
—Sí.
Sonrió emocionada y se cubrió el rostro con ambas manos, sin dejar de regodearse y hablar sobre las ideas románticas que tenía. Hidan la observó con los dientes bien apretados.
… encontraría la manera de deshacerse de ella.
Viernes, 09 de abril de 2021
