Capítulo 7 Son solo mis tormentos...


"La mayoría de los días, mis demonios están en silencio. Pero cuando ellos empiezan a hablar, ¡Oh, Dios...! Como gritan."


—Es hora de dormir —mencionó la señora Hudson al entrar al living room.

Bell, en medio del caos de periódicos y archivos policíacos, alzó una mirada extrañada hacía ella.

—Es temprano —contestó, un poco sería.

—Son casi las once, necesitas descansar. Y tú, Sherlock —él quien aún seguía frente a su laptop, movió los ojos para observarle—, necesitas dormir. ¿Acaso ya viste las ojeras que tienes?

—Estoy ocupado —manifestó al regresar la vista al monitor.

—¡Oh, Sherlock Holmes! —exclamó mientras se acercaba a Bell—. Necesitas tomarte un descanso.

No le contestó, siguió con la vista a la laptop e hizo que la señora Hudson suspirara desganada. Llegó con Bell y vio qué se la había pasado coloreando, con plumas de tinta roja y azul, en todos los papeles que había tirados a su alrededor.

—Vamos Bell —llamó al estirar la mano—, te buscaremos un pijama.

Sin protestar la niña dejó de lado todas las hojas, se alzó y tomó la mano de la señora Hudson. Ambas salieron del living dejando al detective solo.

Sherlock alejó su mirada del monitor para levantarse de la silla, se acercó a la puerta y la cerró de un golpe. Caminó hacia la pared donde tenía pegados todos los informes sobre Samara Jones y entrecerrando sus ojos, los miró con demasiado análisis.

Mientras leía todo, trataba de unir los cabos sueltos, pero, por primera vez, en lo que llevaba resolviendo casos, se encontró con demasiadas interrogantes. Era increíble que un caso, que pareció ser tan simple y rápido, cayera en algo complicado.

—¿Qué escondes, Samara Jones? —se preguntó al momento que sus ojos distinguieron la fotografía de la mujer.


Bell y la señora Hudson se encontraban en la habitación de esta última y miraban el armario de la señora en busca de un pijama.

—Estoy muy segura de que tengo algo que pueda quedarte —la niña sonrió—. Espero que Mary y John te compren un pijama, porque si encuentro la que te digo, probablemente te dure poco.

—¿Por qué Sherlock tiene un cráneo? —preguntó súbitamente. La señora Hudson volteó a mirarle curiosa.

—¿Un cráneo? Bueno, Sherlock suele hablar con él, cuando John no está aquí.

—¿Y por qué tiene dedos en una olla en el refrigerador?

La señora Hudson abrió los ojos de par en par al ver como la niña preguntaba como si nada.

—¿De…? ¿Dedos?

—Si. Yo los vi.

—Bueno, en veces Sherlock trabaja en el hospital de St. Bartholomew —y notó como Bell le ponía demasiada atención—. Creo que en la morgue —dijo lo último algo seca—. Bien —continuó con una sonrisa—, seguimos buscando tu pijama, ¿sí?

Bell no le contesto, solo sonrió y la señora Hudson lo tomó como un sí. Pasando unos minutos la señora Hudson encontró un pijama color negro con demasiadas flores estampadas, lo sacudió y se lo enseñó a Bell.

—¿Qué te parece? —preguntó con una sonrisa.

Bell echó un extraño vistazo al pijama, pero trató de disimular su sorpresa, sonrió y cabeceó alegremente.

—Perfecto, será bueno que te lo pruebes y ver si tengo que hacer algunos ajustes.

—Si.


Sherlock caminaba de lado en lado del living room, intentando unir los cabos de este caso.

Samara Jones, Rupert Casey, Magnussen, Isabelle. ¿Qué más necesitaba para que este caso se enredará más? Entre más se adentraba en su mente algo lo detuvo de golpe y de nuevo miró todo lo pegado a la pared.

—Algo, debe haber algo... —susurró desesperado.

Miró ansioso todos los papeles, detuvo sus ojos en un pequeño papel que estaba pegado en la esquina superior izquierda. Curioso Sherlock se acercó hacía el sofá, se subió a este y miró ese papel.

—¿Sherlock? —escuchó a sus espaldas, volteó a mirar a la señora Hudson y a la niña, quien llevaba un horrible pijama—. Iré arropar a Bell.

No les contestó, retomó la vista aquel papel y lo arrancó de la pared. Dio un leve brinco para bajar del sillón y observó a las dos damas.

—Yo lo hago —indicó formalmente.

—¿Hacer qué? —inquirió curiosa la señora Hudson.

—Eso que dijo.

—¿Arropar a Bell? —cuestionó sin creérselo—. ¿Seguro?

—¿Cree que no pueda hacerlo? —sugirió molesto.

—¡No, no, para nada! —exclamó con una sonrisita juguetona.

—Si lo cree —respondió al momento—. Pero lo haré. Si la necesito le llamaré.

No muy segura de ello, la señora Hudson suspiró y soltó la mano de la pequeña quedando susceptible de lo que estaba haciendo. Quedó ahí parada y Sherlock frunció el ceño.

—¿Se quedará ahí? —preguntó extrañado.

—No, solo que... —paró y apretó sus labios— ¿Quieres que te diga como arropar a un niño?

—No. Gracias. —advirtió.

—De acuerdo. Bell descansa y hasta mañana —se despidió con una ligera sonrisa mientras acariciaba su mejilla. Bell sonrió y cabeceó dando a entender que le deseaba lo mismo.

La señora Hudson se dirigió hacia la puerta, Sherlock la seguía con su mirada hasta que por fin desapareció por las escaleras y movió su cabeza hacía con la niña y ambos se miraron.

—¿Y bien? —preguntó extrañado. Bell, un poco asustada, alzó su mano hacia el detective—. ¿Qué haces? —preguntó confundido y ella se limitó a verle.

—Llévame a dormir —ordenó. Sherlock observó curioso a la niña y ella no dejó de mirarle. Aún mantenía su brazo extendido y movía sus deditos a manera de llamado, sin embargo, él no le comprendía—. Toma mi mano —demandó algo desesperada.

Al oír sus palabras y que estás tuvieran razón en su cabeza, Sherlock miró perplejo.

—¿Qué? —cuestionó sorprendido.

—Toma mi mano —repitió mientras la movía en círculos.

—¿Por qué tengo que hacer eso?

Bell detuvo los movimientos para ver al detective y este notó como los párpados de la niña se abrían y cerraban con rapidez.

—Mi mamá lo hacía.

—Bueno, yo no soy tu madre —respondió taciturno—. Era más conveniente que le dijeras eso a la señora Hudson, no a mí.

Bell bajó la mano y a la par su cabeza. Confundido Sherlock miró a la niña, para luego escuchar unos leves sollozos; está vez, algo más preocupado, se acercó a ella para descubrir como lagrimeaba.

—¡Espera! —llamó alterado—. ¡Pero...! ¡¿Pero por qué lloras?!

Bell no le respondió. Puso sus manos sobre sus ojos para apretarlos y que las lágrimas no siguieran brotando, sin embargo, no contuvo el gemir de tristeza.

Sherlock no sabía qué hacer, jamás en su vida había vivido esto y no sabía qué hacer ante ello. Sabía que, si aumentaba el volumen de su llorar, la señora Hudson escucharía, subiría y le regañaría por provocarle el hecho llorar, así que tenía que evitar que los quejidos de Bell aumentaran, sin embargo, parecía imposible, seguían a tal grado que el detective comenzó a sentir una terrible ansiedad. Era tan horrible que, sin ni siquiera meditarlo a su modo, tomó la mano de Bell y ella, al sentir como pasaba eso, miró a Sherlock aún con sus ojos llenos en lágrimas.

—¡Para! —demandó desesperado—. ¡Ya tomé tu mano! Así que ahora deja de llorar —Bell notó como Sherlock le mostraba que sostenía su mano y no ocultó su sorprendente expresión—. ¿Ya? —preguntó muy molesto y Bell, sin poder asimilar lo que pasaba, asentó—. Bien… vamos a que duermas.

Sherlock bajó las manos y así ambos caminaron para dirigirse a su habitación.

Al llegar Bell empezó analizar el lugar con todo detalle; la habitación estaba muy cuidada, se notaba que Sherlock no pasaba por aquí más que para sacar su ropa. Distinguió que en la pared había un gran cuadro de la tabla periódica de los elementos y, mientras ella observaba sin disimular, Sherlock volteó a mirarle con una ceja arqueada, descubriendo lo concentrada que estaba en su recamara.

—De acuerdo, a dormir —interrumpió mientras soltaba su mano y Bell volteó en ese momento. Ambos se miraron y Sherlock colocó sus manos detrás de él—. ¿Bien? —preguntó—. Ahí está la cama —extrañada la niña apreció el enorme mueble, el cual estaba perfectamente arreglado, y retomó la mirada a Sherlock quien se extrañó por su actitud—. ¿Ahora qué? —preguntó molesto.

—Las sábanas —habló—, tenemos que moverlas.

—Hazlo tú —dijo mientras se encogía los hombros.

Bell frunció el ceño, miró al detective a los ojos y este también le observó con su molestia. Ambos se retaban, pero la mirada de la pequeña era demasiado poderosa incluso para el mismísimo Sherlock Holmes.

—Está bien —se rindió mientras rodaba sus ojos y suspiraba molesto.

Él caminó hacia la cama, movió las sábanas para que la niña pudiera acostarse y al terminar la miró y movió su cabeza en señal de que podía ya entrar en la cama. Bell borró su mirada molesta y le sonrió, subió a la cama, metió los pies bajo las sábanas y recostó la cabeza en las almohadas, siendo estas demasiado suaves.

—¡Listo! —exclamó Sherlock con una falsa sonrisa—. Ahora, cierra los ojos, cuenta borreguitos, ovejitas o lo que quieras, y no molestes hasta que salga el sol.

El detective caminó hacía la puerta mientras Bell lo seguía con su sorpresiva mirada.

—Sherlock —llamó con suavidad y este se detuvo extrañado.

—¿Ahora qué? —preguntó con su típica molestia mientras cerraba sus ojos.

—Cúbreme, con las sábanas —dijo mientras estiraba sus brazos.

—¿Pero por qué demo...? —se detuvo y suspiró amargamente—. Bien... —se dio la media vuelta, y la descubrió como estiraba sus brazos junto a esos ojos marrones que se clavaban en él. Se acercó a la cama, tomó las sábanas para cubrirla completamente, dejando su cabeza libre—. ¡Listo! —exclamó con un canto entre divertido y hartado—. Duérmete ya.

—¡Espera! —le detuvo al ver como retornaba a la puerta. Este volvió a detenerse y suspiró con más amargura de la normal.

—¿Y ahora qué? —preguntó a regañadientes.

Bell alzó de nuevo su mirada.

—Un cuento.

—¿Perdón? —cuestionó sin creérselo.

—Un cuento para dormir.

—¿Un cuento? —susurró aún sin creerlo—. ¿Es en serio? —y volteó a verla muy curioso.

Bell cabeceó y Sherlock aún no lo asimilaba—. No me se ningún cuento —respondió molesto y la niña le miró un poco triste.

—¿Ninguno?

—Ninguno —mencionó serio—. Buenas noches.

Sherlock se dio la media vuelta, apagó la luz, salió de la habitación y al cerrar la puerta de nuevo la escuchó.

—¡Sherlock! —gritó asustada.

Sin creérselo abrió la puerta y con la luz proveniente del living room, observó a la pequeña.

—¡¿Qué?! —soltó desesperado.

—¡La oscuridad!

—¿Qué tiene?

—Me aterra —susurró casi a llanto.

Con una fuerte presión en su cabeza, Sherlock se acercó a la pequeña mesa que había a lado de cama y encendió la lámpara que estaba ahí. Al ver la habitación iluminada Bell vio al detective con una leve sonrisa para así cerrar sus ojos. Sherlock, sintiéndose muy estresado por toda esta situación, observó a Bell por un minuto por si alguna otra cosa sucedía, y apreció que ya había caído en los brazos del sueño. Con lentitud, Sherlock se dio la media vuelta y caminó para salir del cuarto cuando:

—Sherlock —llamó otra vez y este se detuvo en seco y suspiró, más no respondió—. Buenas noches.

Al oír a la pequeña decir con tranquilidad aquellas palabras, aseguró que Bell dormiría sin ninguna otra interrupción. Salió de la habitación y cerró la puerta con ligereza, cuando se oyó el sonido de la puerta, Sherlock suspiró con calma, no había hecho gran cosa y se había agotado mental y físicamente. Caminó hacia el living para tomar asiento en la silla y volver a su laptop. Apretó las teclas con cierta desesperación y el monitor volvió a encenderse para ver los archivos que había leído con anterioridad y luego mover su cabeza a la pared.

Al quedarse fijo a ella, Sherlock recordó el papel que había quitado de ahí, metió su mano al bolsillo de su saco, tomó el papel y en ello sintió algo más. Puso todo sobre la mesa y observó el papel que había arrancado junto a la jeringa que había utilizado la noche anterior. Cerró sus ojos y sintió fluir la culpa, aún que él se negará, la sentía. Y no lo hacía sentirse del todo bien. Para poder evitar aquella sensación, tomó el papel para leerlo, sabiendo que lo haría distraerse de esos pensamientos algo tontos. Aquel papel era un informe redactado por su hermano, Mycroft.

«¡Qué interesante!» Pensó.

"10 de abril del 2004.

Interrogatorio a Jones, Samara (sospechosa 1).

Arrestada el 31 de marzo del 2004,

Cargos en su contra: ser cómplice de Casey, Rupert (culpable).

El interrogatorio inició las 10horas con 00minutos.

Negó todo vínculo a la bomba en metro londinense.

12horas con 33minutos.

Se le ejerció presión para declarar los actos del culpable.

Continuó negando sus vínculos.

14horas con 12minutos.

Aceptó conocer al culpable.

Confesó que vivía con el culpable junto a un tercero. Se le preguntó quién era aquel tercero. Negó dar el nombre.

16horas 08minutos.

Sospechosa 1 ha hablado sobre el culpable. Lo delata como un maníaco depresivo. Se le vuelve a preguntar por el tercero, negó dar el nombre.

17horas 00minutos.

Llega abogado de sospechosa 1. El interrogatorio termina"

Sherlock tomó un plumón y subrayó las palabras "junto a un tercero" y "maníaco depresivo." Tomó la hoja, se alzó de la silla para ir hacia la pared y ponerla en aquel lugar donde estaba. Al colocarla donde debía, suspiró y dio un leve brinco para recostarse en el sofá; junto sus manos para acomodarlas cerca de sus labios y cerró los ojos para meditar aquello que había leído. Con lentitud Sherlock se inundó en su palacio mental; su respiración se había vuelto muy pausada e inhalaba profundo, reteniendo el aire para finalmente exhalarlo con prisa. Sus párpados con dificultad se abrieron, miró todo a su alrededor y se alzó; debido aquellas respiraciones irregulares, y al dirigir su mirada en medio del living, distinguió la figura de Samara Jones. Sin ningún tipo de emoción, Sherlock se levantó para acercarse aquella mujer y al tenerse frente a frente, se observaron.

—Samara Jones —habló seriamente al momento que comenzaba a caminar alrededor de ella—. Intrépida, inteligente, hermosa. Tenías todos los arquetipos de una adolescente rebelde, nada que pueda impresionarme, pero... —se detuvo frente a Samara, la cual le miró y sonrió— Pero con un secreto, uno tan grande que provocó tu muerte —Samara desvaneció su sonrisa a la vez que agachaba su mirada. Descubriendo aquella expresión, Sherlock arqueó su ceja y le observó con una sonrisa victoriosa—. Tu secreto no influye en lo que pasó en las estaciones del metro londinense, para nada. Tu gran secreto Samara, es aquel, que has cuidado por nueve años. Ese secreto es tu hija, ¿o me equivoco? —Samara se mantuvo agachada y el detective sonrió aún más—. Huir no siempre es la mejor solución —continuó—, estar siempre de un extremo de Londres a otro, incluso tratar de cambiar tus apellidos…. Sin embargo, Mycroft siempre te vigiló, qué lástima... —ella se mantuvo cabizbaja—. ¡Oh, casi uno todos los cabos! —chilló con mucho orgullo—. Sabías que irían por ti, no el gobierno, ellos te importaban poco. Alguien de tu pasado, de tu vida con Casey.

«¡Oh, señor Holmes!» percibió detrás de él y dejándolo completamente aturdido. «Me sorprende que, siendo usted, no tenga ya la respuesta.»

Lentamente el detective giró su cabeza para poder observar a Magnussen acomodándose sus anteojos.

—No puede ser...

«Mi antigua secretaria y yo teníamos dos cosas en común. Una, morimos por un disparo a la cabeza. Dos, ella escondía muchos secretos, como cualquier persona, o como yo, ocultando Appledore. Pero todo lo que ella escondía...» Magnussen comenzó a mover sus manos, como si leyera un libro. «¡Oh, si supiera señor Holmes!» aun sorprendido por la presencia de Magnussen, Sherlock comenzó a caminar hacia atrás, buscando alejarse de él. «¿Pero a dónde cree que va, señor Holmes?» Inquirió con una sonrisa maliciosa. «Usted quería este caso, para despejar su mente de su verdadera misión, ahora resuélvalo.»

—No... —repetía entre respiraciones pausadas.

Magnussen colocó sus manos detrás de él y le contempló.

«Vamos, lo estoy esperando.» Sherlock movió la cabeza para observar a Samara y descubrió como un enorme hoyo apareció en su frente, emanando sangre por montón. Los ojos marrones de la mujer estaban inundados en lágrimas, las cuales se entremezclaban con la sangre. Sherlock quedó en shock. «¿Y bien señor, Holmes?»

—¡Sal de mi palacio mental! —gritó mientras le apuntaba con su dedo índice.

Magnussen comenzó a reírse.

«Lo siento señor Holmes, yo ya soy parte de este lugar. Estaré aquí... por siempre.» Aludió con una sonrisa cínica.

Sherlock caminó en círculos sobre el mismo lugar, poniendo sus manos sobre su cabellera azabache.

«Señor Holmes, ¿no continuará con el caso?»

El detective se detuvo en seco y retomó a Samara Jones.

—El día de tu asesinato a... a Isabelle... ese día, la escondiste del asesino. Sabías que llegaría por ti y ella. Pero tú la escondiste, bajo el suelo de la casa. En Northampton, existen casas que están construidas sobre desniveles. Pudiste ocultarla bien, es por lo que su suéter tenía tierra, no solo de las semanas que vagó por Londres, si no del suelo de la casa. La tierra en Northampton es húmeda y color pardo. Isabelle no pudo ver a tu asesinato, sólo escuchó todo; las gotas de sangre que tenía eran porque tu cuerpo estaba sobre ella —y escuchó como Magnussen aplaudía.

«¡Señor Holmes! Esta tan lejos y tan cercas.»

Alterado el detective volteó con Magnussen y la rabia cubría sus ojos.

—¡Cállate!

«Pero señor Holmes, es que no ve lo que es tan obvio...»

«¡Oh, él ya no ve las cosas obvias!» Cantó otra voz muy familiar. «Sherly, Sherly, ésta perdiendo el toque.»

Sintiendo como colapsaba todo a su alrededor, vislumbró detrás de Samara Jones la figura de Moriarty, quien caminaba y deslumbraba una sonrisa llena de locura en su rostro. Tomó los hombros de Samara Jones y la empujó al suelo como un sí de una muñeca se tratase.

«Sherly, Sherly le gusta jugar al detective. Sherly, Sherly, suele observar. Pero Sherly, Sherly no ve lo evidente.»

Sherlock alzó sus manos hacia su cara y cerró sus ojos.

—Esto... Esto no puede estar pasando... —se decía con agonía.

«Sherlock, Sherlock» llamó Moriarty mientras se acercaba a él, «¿Por qué te molestas en sufrir? Si sabes perfectamente que aquí estaremos. Siempre y cuando nos necesites, como ahora.»

«Así es señor Holmes» continuó Magnussen, «usted ahora nos necesita. Necesita de alguien que le recuerde sus malas acciones, sus más horribles pecados...»

«Alguien que te recuerde que no puedes huir de tus miedos. ¿Crees que, con este caso, o más que hagas, te olvidarás de mí?»

«¿O de mí, señor Holmes?»

Sherlock se hincó y cubrió su cabeza de aquellas voces que lo martirizaban. Eran horribles escucharlos, inundaban por completo su palacio mental, haciendo que quisiera arrancarse los oídos, para ver si así podría callarlos, pero era imposible. Él sabía que no había una manera de huir de Moriarty y ahora también de Magnussen.

Estarían con él siempre.

«Sherlock» oyó. No era la voz de sus dos verdugos, era una voz dulce e inocente que lo hizo tranquilizarse. El detective alzó la mirada, sobre el seguían Moriarty y Magnussen diciéndole todos sus pecados y miedos. «¡Sherlock!» exclamó.

El detective se armó de coraje, se alzó y logró salir de ese espacio que lo contaminaba a cada segundo. Corrió dejando atrás a Magnussen y Moriarty que lo contemplaban huir.

«¡No podrás correr siempre, Sherlock!» advirtió Moriarty con asqueroso odio.

Sherlock llegó a la puerta principal y con su respiración agitada tomó la perilla, la abrió con brusquedad y una luz blanca lo cegó. Esperando a que la luz dejará de calarle en los ojos, percibió un sonido relajante. Su visión se recuperaba para que, con sorpresa, mirará una enorme playa. Impactado ante lo azul que el mar estaba y el sonido de las olas lo hacían calmarse un poco, supo que esto, no era parte de su palacio mental.

«Sherlock» llamaron a sus espaldas, volteó y quedó sorprendido al ver quien le llamaba. «Se han ido, Sherlock» mencionó la pequeña Isabelle.

—¡Pero...! ¿Cómo es...? —se cuestionó entre balbuceos.

«Es hora de volver.»

Sherlock cerró sus ojos, apretándolos con gran fuerza, y segundos después les abrió de golpe. Esta vez vislumbró el techo de su apartamento y su respiración no dejaba de ser agitada.

—¿Sherlock? —llamaron y este movió sus ojos para descubrir a la niña a su lado. No le respondió, sólo la observó con una ligereza de miedo—. Sherlock —insistió nerviosa—, tuve una pesadilla.

El detective siguió mirando a la niña y ella apreció como el pecho del detective se alzaba y se encogía bruscamente. De repente Bell se dio cuenta como a Sherlock le temblaban sus labios.

—Yo también.


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