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VIII

Una Familiar Forma de Tortura

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Kougyoku abrió los ojos suavemente, sintiendo que los labios le sabían a melocotones. Aún estaba algo oscuro, pero la pequeña luz de la vela en la entrada iluminaba sólo lo suficiente para percatarse que alguien dormía junto a ella. Entonces lo recordó; Judar. Era él a quien le había pedido que la acompañara esa noche, como si fuese la última vez que lo iban a hacer. Finalmente habían dejado atrás su infancia. Y quizás, también tendrían que dejarse atrás uno al otro.

Suspiró observándolo dormir, rememorando la última vez que lo había visto así.

Cuando crecían en el palacio era común que despertara con algo picándole la mejilla. Cuando abría los ojos en medio de la noche para saber qué ocurría, se encontraba con un par de ojos rojizos observándola con una astuta sonrisa. Si Judar quería jugar, ir de paseo o meterse en problemas, iba a buscarla para que ella fuese con él. Cuando Judar aún no manejaba muy bien la levitación, era ella quien tenía que servir como apoyo para que él robara las galletas de la cocina, pues Judar nunca había sido muy fuerte que digamos. Y tampoco se habría esforzado en cargarla a ella en ese tipo de juegos.

A veces sólo buscaba compañía cuando robaba de las cocinas imperiales bandejas llenas de fruta dirigidas al Emperador y que deseaba compartir mientras se contaban historias. Muchas veces se enfermaron de melocotones en almíbar y cerezas, sólo por el gusto de saberse dignos de un festín ya que no estaba permitido que ellos se sentaran con los adultos. En su habitación había espacio para cualquier cosa dulce, frutal y deliciosa... ¡Y las verduras estaban prohibidas! Eran sus peores enemigas.

En otras noches, cuando todos dormían, se dedicaban a hacer tiendas con las sábanas y construían laberintos por todo el cuarto, en los cuales hacer volar su imaginación. A veces, Judar le decía que ella era patética por no poder hacer emerger un laberinto verdadero, como él, pero de igual forma se dedicaban a jugar persiguiéndose entre las sábanas que colgaban entre las sillas, escondiendo monedas de oro, juguetes y otros elementos metálicos debajo de los cojines y fingiendo que encontraban los tesoros del laberinto. Ahora que lo pensaba, parecía que Judar estaba bastante desesperado por impresionarla aduciendo lo grandioso que él era al ser un bendecido por le Rukh.

Cuando se cansaban de jugar, se recostaban sobre la cama y Judar le contaba lo que había visto en los verdaderos laberintos, soñando que un día encontraría un Rey digno de él que pudiese conquistar todos los peligros dentro de ellos. En otras, Kougyoku se dedicaba a jugar con su cabello, maquillarlo e incluso ponerle faciales de frutas y bolsas de té en los ojos. Era muy divertido jugar a tener en él una muñeca de pruebas para todos sus productos cosméticos.

Y cuando ya habían dicho todo lo que podían, comido todas las golosinas y corrido hasta desfallecer, se quedaban dormidos uno junto al otro, acurrucados si hacía frío, tan lejos como podían si hacía calor. Nunca hubo malicia en ello, excepto cuando Kougyoku se despertaba y se daba cuenta que había un sapo en su almohada, o que tenía miel por el cuerpo. En una oportunidad, incluso le faltaba toda su cabellera.

Sonrió con los ojos llenos de lágrimas al pensarlo. ¿Por qué las cosas no podían ser tan simples como entonces?

―Judar-chan ―susurró mientras apoyaba su frente en el brazo del joven.

Todo eso se había acabado cuando un día Ka Koubun dijo que era una señorita y que el Oráculo estaba demasiado mayorcito para meterse en su habitación a cualquier hora. Le prohibió tajantemente que Judar y ella estuviesen a solas en su cuarto, y ni hablar sobre pasar la noche juntos como antes, Ka Koubun detestaba cuando los encontraba durmiendo en la misma cama.

Al comienzo no entendió muy bien el motivo para algo así. No sabía qué había cambiado para que de un momento a otro esa cercanía con Judar-chan fuese algo tan impensable y su mayordomo la alejase de él como si le fuese a pegar piojos.

Sólo lo entendió cuando el Magi volvió de uno de sus viajes y lo vio con esa ropa escandalosa y oriental, portando gruesas joyas de oro con rubíes en su cuello y brazos, que dejaba a la vista partes de su cuerpo que antes habían estado oculto bajo sus ropajes ceremoniales imperiales. Se sintió tan incómoda con la visión de su abdomen definido ―preguntándose en qué momento Judar-chan había crecido tanto― que se odió a sí misma por seguir siendo una niñita tonta que no podía crecer igual que él. Lo odio cada vez que él le decía "Una niña tonta como tú no puede participar de esto", o "Una niña tonta como tú no lo entendería", o "Soy demasiado adulto para juntarme con una niña tonta como tú". Judar era apenas un año mayor que ella, pero ese año comenzó a sentirse como si fuesen diez cuando él volvió con esa nueva actitud, alejándola en el proceso.

Por ello, Kougyoku comenzó a resentir no haber tenido su primer sangrado para también ser una mujer y estaba tan frustrada con su pecho plano que empezó a rellenar su vestido con algodón para sentirse más femenina y hermosa. Claro, cuando Judar la vio con el pecho abultado lo primero que hizo fue picarlo con su dedo índice y morirse de la risa al descubrir que había algodón allí. Cuando llegó la primavera y descubrió al picarlo que Kougyoku había florecido... la observó con una ceja levantada y comenzó a reír diciendo que estaba gorda.

Fue alrededor de esa época en que supo que Judar y ella no podían seguir teniendo la misma relación. Si bien él se negaba a llamarla su amiga, ella siempre tuvo un lugar especial para el Magi en su vida. Pero ahora lo comprendía un poco mejor, el motivo por el cual los habían alejado... un hombre y una mujer no podían pasar la noche juntos. Y quizás de haber descubierto que su relación podía evolucionar hasta encontrar esa vergonzosa intimidad... se habrían emprendido mucho antes en descubrir todo lo que podían vivir y sentir juntos. ¿Quién lo sabría aparte de ellos dentro del palacio?

Deja de pensar en eso ―recapacitó hundiendo un poco su rostro en la almohada―. Una dama no piensa así.

Enfocó su mirar en Judar, cuyo rostro descansaba en una de las almohadas que se había salvado de su pelea. Estaba tan cerca de él que podía sentir su suave y calmada respiración. Parecía otra persona mientras reposaba, con sus facciones relajadas y el cuerpo cálido. Parecía ser alguien tan indefenso e inocente, como un niño que se había perdido para encontrar su refugio en ella.

El deseo de acariciarlo la invadió y el pecho se le llenó de ternura. Era como recordaba despertar a veces en medio de la oscuridad, buscándolo porque tenía miedo. ¿Cuándo habían dejado de buscarse en la oscuridad? ¿Cuándo había dejado de querer estar todo el tiempo con él?

―¿Podrías dejar de observarme mientras duermo? ―todo su rostro se descompuso en espanto cuando lo escuchó, haciéndola respingar―. Es bastante patético.

―N-no lo hacía―dijo moviéndose lejos de él sobre el colchón.

Judar abrió lentamente los ojos, que le brillaron rojizos en la oscuridad. Ambos permanecieron en silencio, observándose uno al otro, en esa cercanía en la cual las palabras no fluían. Judar le miró fijamente los labios y por un momento, Kougyoku de verdad creyó que la iba a besar; lo más extraño fue que deseó que lo hiciera y por ello le regaló un esbozo de sonrisa, acurrucándose cerca de él.

Judar frunció el ceño con algo parecido a recelo para luego estudiarla con seriedad. Era como una animalito salvaje que no sabe si la mano que se le acerca es para golpearlo o hacerle cariño, como si de verdad no tuviese idea de cómo reaccionar con un simple gesto de cercanía o afecto.

De pronto su mirada se volvió cansada, lejana y aburrida; la forma en que la traspasó le heló la sangre. Lo último que Kougyoku recordaba antes de irse a dormir era haberle acariciado la cabeza hasta que él se durmió entre sus brazos, en un gesto íntimo que ambos deseaban en el silencio de la oscuridad. Ahora, esa misma cercanía parecía hastiarlo, irritarlo y ponerlo de mal humor.

Kougyoku tragó pesado experimentando un repentino pánico al no saber realmente qué decir o hacer. ¿Acaso le iba a decir que se arrepentía de besarla? ¿Volvería a pretender que nada había sucedido? ¿La presionaría para que volviesen a Kou? No lo sabía. Nunca estaba demasiado segura de lo que Judar diría cuando abría la boca. Porque generalmente mentía, la engañaba y luego se reía por su ingenuidad al seguir confiando en él.

―Luces horrible ―dijo finalmente para luego sentarse sobre el colchón y rascarse el cuello. Ni si quiera la veía mientras bostezaba y se estiraba―. Había olvidado lo horrible que luces en la mañana antes de ponerte todas esas capas de cremas y maquillaje, Solterona. Tus criadas deberían cobrar una fortuna por dejarte presentable cuando terminan de arreglarte.

―¡Tú no tienes nada admirable en las mañanas tampoco! ―infló las mejillas haciendo que Judar suspirara metiendo su meñique en uno de sus oídos―. Además, tu aliento apesta ―dijo la joven sentándose sobre el colchón para luego ponerse de pie, sintiendo que algo punzaba en su pecho con sus palabras―. ¡Vete de mi cuarto!

―Bien. No es como si quisiera quedarme con alguien que ronca como un marinero borracho ―le dijo mientras se levantaba del colchón rodando los ojos―. Al menos cuando éramos niños solías dormir en silencio.

―¡Ni yo con alguien que-que le huelen los pies! ―se puso un chal encima de su camisón y se dio la vuelta para dejar de verlo―. Estás todo sudado y tienes un olor repugnante a alcohol fermentando en tu piel.

―¡Prefiero eso que tener toda la cara babeada porque no puedo cerrar la boca mientras ronco como un animal agonizante! ―gruñó Judar frunciendo el ceño mientras ambos se miraban con antipatía.

Meditó un momento en lo que diría, pues sabía que una vez saliera de su boca, iba a hacer explotar a Judar como un volcán. Era algo que sólo utilizaba cuando realmente estaba irritada con él.

―Por lo menos mi cabello no está maltratado y sucio ―dijo con un leve aire de indiferencia mientras sonreía.

Los ojos de Judar se afilaron y Kougyoku sonrió completamente triunfante.

Acababa de usar su As ganador en esa temprana discusión, que no era ninguna novedad entre ellos; quizás la novedad habría sido no iniciar una discusión por cualquier tontería. El asunto era que Kougyoku sabía el punto débil de Judar en cuanto a los insultos que usualmente se lanzaban cuando ambos estaban irritados uno con el otro. Mientras que ella detestaba con todo su corazón cada vez que le decía "vieja", Judar no soportaba cuando alguien criticaba su cabello. No había mayor orgullo en Judar que ese largo y hermoso cabello negro que poseía, el cual nunca en su vida había cortado. Era tanta su obsesión por su cabello que lo lavaba dos veces al día, lo secaba y utilizaba magia para que su trenza luciera de esa manera. Lo trataba con tantos cuidados que muchas veces al crecer se encontró queriendo saber qué usaría Judar en su cabello para que se viera tan bonito. Insultar su larga melena era algo que siempre se tomaba de forma personal.

―¿Qué dijiste? Creo que escuché mal ―le preguntó mientras la observaba completamente molesto.

―Que tu pelo se ve horrible. Parece que el mar no te viene muy bien. Tus puntas están secas y opacas.

―Retráctate.

―¿Por qué haría tal cosa? Tu cabello luce terrible. Está sucio, desordenado y... y grasiento ―dijo ella volteándose sobre el hombro haciendo que Judar apretaba la mandíbula de la indignación―. Repugnante.

―Bien. Con que así quieres jugar ―se paró derecho, frente a ella y la miró con una mueca rígida en los labios. Kougyoku permaneció firme en su posición sabiendo que lo que le diría sería algo horrible, quizás nuevamente hablaría de su madre―. Luces gorda con ese camisón.

―¿Qué? ―hubiese sido mejor que insultada a su madre―. ¿Gorda? ―exclamó ahogandose en la palabra con ojos llorosos, a lo cual Judar sonrió con malicia―. Eso no es... ―un nudo se formó en su garganta y sus mejillas ardieron en humillación.

―Gorda ―Judar movió su mano y le apretó la piel en las caderas―. ¿Ves? Grasa. Has subido bastante de peso últimamente. Debe ser por todos esos dulces que comes cuando crees que nadie te ve. O quizás estás descuidando el ejercicio con esto de...

―Estás mintiendo. ¿Verdad?

―¿Lo estoy? ―le preguntó fingiendo una mirada inocente, mientras apuntaba con su índice a las caderas de Kougyoku―. Y tu trasero... ―inclinó su rostro hacia atrás por el costado de la joven, para luego silbar―. Bueno. Ya sabemos donde terminan los caramelos de miel que comes.

―¿En qué momento engordé? ―exclamó mientras corría al espejo apretando la tela del camisón y mirándose la figura―. ¡Yo siempre cuido todo lo que como! ―dijo horrorizada mientras las lágrimas brotaban en sus ojos y ella misma se pellizcaba sus caderas intentando descifrar en dónde estaba esa repugnante grasa―. ¿Qué tal si no me entra el vestido de novia? ¿Y si Sinbad-sama cree que luzco como un puerco?

―Sinbad odia a la gente gorda. ¿Sabías?

―Tengo que llamar al sastre imperial de inmediato para que haga los ajustes necesarios ¡Dios! ¿Qué es lo que haré?

De pronto, la risa estruendosa de Judar resonó en su habitación haciéndola apretar sus puños. ¿Cómo se atrevía a disfrutar de su sufrimiento? ¿Es que no sabía que el peso era el tema más delicado para una mujer que busca marido? ¡Prefería arrugarse que volverse gorda como una ballena! ¡Y su vestido! Su hermoso vestido de novia. ¿Qué haría si no le cabía? Habían pasado días y días en arreglar su atuendo. No tenía tiempo para arreglar algo nuevo.

―Eres tan patética ―dijo finalmente mientras caminaba hacia la puerta―. Buena suerte en que quepas en ese vestido. Si le ponemos manchas negras a la seda blanca, de seguro lucirás como una vaca.

―¡Ya vete de mi cuarto! ―le gritó tomando la jarra vacía de su velador y arrojándosela. Su borg se activó evitando que lo golpeara―. ¿De todas las personas que Kouen nii-sama podría haber mandado para hacer mi vida un infierno, por qué tuvo que mandarte a ti?

―Deja de quejarte, Solterona. Te vas a llenar de arrugas antes de tiempo ―se burló mientras salía al pasillo―. ¿Y quién te va a desear si además de gorda, te pones vieja?―subió su mano y se despidió de ella de forma melodiosa―. Hasta pronto.

Kougyoku supo que Judar había ganado ese encuentro en la mañana, dejándola entre lágrimas mientras iba por su vestido de novia e intentaba ver si aún le quedaba.