Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Judy Christenberry, yo solo hago la adaptación. Pueden encontrar disponible todos los libros de Judy en línea (Amazon principalmente) o librerías. ¡Es autora de historias maravillosas! Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
Isabella se dio cuenta de las excelentes condiciones de la propiedad de Edward. Las vallas y los pastos estaban en perfecto estado, igual que el camino de grava que conducía a los diversos edificios del rancho.
Como también se había criado en un rancho, sabía lo mucho que costaba mantenerlo así.
La casa llamó su atención en el momento en que paró el coche. Era un edificio de estilo Victoriano, rodeada por un porche cubierto. De repente, se imaginó a sí misma sentada en el porche, en una mecedora, por la tarde, hablando con Edward de los acontecimientos del día. Edward diciéndole...
Un movimiento llamó su atención; entonces, vio a Edward saliendo del establo camino a su coche. El corazón le dio un vuelco. Cuando cerró la puerta después de salir del automóvil, lo encontró a su lado, mirándole los labios.
«¡Va a besarme!»
Isabella se quedó sin respiración, se inclinó hacia él, esperando... Entonces, Edward le ofreció la mano. Isabella se la quedó mirando.
—Isabella, bienvenida a mi rancho.
Con las mejillas encendidas, Isabella rezó porque Edward no pudiera leerle el pensamiento. Le estrechó la mano, dio un paso atrás y se chocó contra su coche.
—Ah, gracias. Has sido muy amable al invitarme.
Edward le puso las manos en los brazos para sostenerla.
—Eh, no te caigas. Me alegro de que lleves vaque ros porque se me ha ocurrido que vayamos a dar un paseo a caballo.
—Estupendo —dijo ella con calma, su entusiasmo desvaneciéndose por momentos.
—Ven, quiero presentarte a Carlisle.
Edward la tomó del brazo y la condujo al establo. El contacto la dejó temblando. No era una buena señal.
—¿Está trabajando en el establo? Ahí estaba mi padre también.
—¿Has hablado con tu padre esta mañana?
A Edward pareció sorprenderlo que se hubiera comportado como una persona adulta, no como una niña. En cierto modo, era comprensible dada su reacción infantil la noche anterior. No obstante, la actitud de él la irritó.
—Sí, por supuesto. Los dos nos hemos disculpado. Anoche perdí el control; supongo que, en parte, con tribuyó el cansancio del viaje, el hambre...
—Sí, todos estábamos cansados. Espero que comieras algo antes de acostarte. Carlisle me preparó un sándwich y, mientras charlábamos, tomamos café.
Al parecer, Edward había tenido mejor recibimiento que ella. Se alegraba por él. Carlisle parecía un hombre especial, estaba deseando conocerlo.
En el establo, un hombre salió de las sombras y le ofreció la mano. Su rostro tenía rasgos de mezcla de razas: en parte, americano; en parte, indio. Pero era un vaquero.
Tras una breve charla, Edward la llevó hasta el corral donde había dos caballos ya ensillados.
—Tienes razón, ha sido una suerte que me haya puesto pantalones vaqueros. —dijo ella.
—Si prefieres ir en furgoneta...
—¡No, en absoluto! Me encanta montar a caballo, lo echo mucho de menos… A veces, en Chicago, voy a unos establos que conozco y alquilo un caballo por una hora, pero no es lo mismo.
—Sí, lo sé —Edward sonrió—. Yo hacía lo mismo en Central Park.
El mismo tono amistoso acompañó el paseo a caballo, y Isabella disfrutó cada segundo. Al cabo de unas horas, cuando regresaron, se sentía feliz. Quizá, nunca se había sentido tan feliz.
—Estoy muerto de hambre —declaró Edward mientras desensillaban a los caballos—. Yo me encargaré de tu silla, Isabella, no te molestes.
—Si ayudo, comeremos antes. —respondió ella con calma.
No quería que la trataran como a un figurín de porcelana.
—De acuerdo. —dijo él sonriendo.
Al dirigirse a la casa, Edward la sorprendió al tomarle la mano. Tras varias horas de cabalgar, de verle el fuerte cuerpo controlando al animal en el que iba sentado, se sentía más que consciente de él. Con la mano en la suya, sintió escalofríos recorrerle el cuerpo.
—¿Tienes frío? No hace mucho calor, ¿verdad?
—Hace más calor que en Chicago. —le aseguró ella, esperando que Edward no se diera cuenta del motivo de su reacción.
—Estoy seguro de que Carlisle tiene la cocina caliente. Me ha dicho que empezaría a preparar los sándwiches al mediodía.
—¿Es el único empleado que tienes? —preguntó ella.
No habían recorrido todo el rancho, pero ella no había visto a nadie más.
—No. En invierno, empleo a menos gente, pero tengo dos más. Hoy están en la parte norte de la propiedad arreglando unas vallas.
Se acercaron a la casa que había llamado su atención al llegar. El establo era completamente nuevo y la maquinaria era moderna. Sin embargo, la casa mantenía su carácter antiguo.
—Me alegro de que no derribaras la casa para construir una nueva. —comentó Isabella mientras ad miraba los ornamentos del porche.
—¿Te gusta?
—Sí, es preciosa. Estoy deseando verla por dentro.
Ella le lanzó una sonrisa, pero Edward evitó su mirada.
—Es solo una casa. —murmuró él.
Subieron al porche. Edward abrió la puerta y la sujetó para cederle el paso.
Isabella comprendió la reacción de Edward inmediatamente. Por fuera, la casa estaba en perfecto orden, la fachada recién pintada. Por dentro, las paredes estaban sucias, y el suelo desnivelado y manchado.
Isabella, después de haber visto la perfección de la propiedad, no lograba comprender el estado de dejadez del interior de la casa.
—¿Qué tal el paseo? —preguntó Carlisle, que estaba preparando sándwiches en la cocina.
Isabella se lo quedó mirando, aún haciendo un es fuerzo por recuperarse de la sorpresa.
—Bien. Muy bien.
—Ya te he dicho que solo es una casa —murmuró Edward mientras se acercaba al fregadero para lavarse las manos—. El baño está en el pasillo, si necesitas ir.
Inmediatamente, Isabella fue al baño, necesitaba recuperar la compostura.
—Te he dicho mil veces que tienes que arreglar esta casa —murmuró Carlisle—. ¿No le habías avisado? Se ha quedado perpleja.
Edward se secó las manos.
—Ha dicho que le gustaba la casa, que se alegraba de que no la hubiera tirado.
—¿Te lo ha dicho antes o después de entrar?
Sin querer responder a la pregunta, Edward inquirió:
—¿Están preparados los sándwiches?
—Sí. Nuestras habilidades culinarias le van a impresionar tanto como nuestra decoración.
Edward prefirió ignorar a Carlisle. Al ir a vivir al rancho, había tomado una decisión: invertir el dinero que fuera necesario en la tierra, comprar el equipo más moderno, contratar a hombres capacitados y profesionales que los ayudaran a Carlisle y a él, comprar ganado y caballos, y no gastar ni un céntimo en el interior de la casa.
Aún recordaba, durante el primer año, la discusión que tuvo con Carlisle:
—Pero Edward, esta casa está muy fría y ni siquiera el agua caliente funciona a veces. ¡Las duchas frías son mortales en invierno!
—Te estás haciendo un blando con la edad, Carlisle.
Carlisle se lo había quedado mirando.
—No creo que querer evitar convertirme en un témpano de hielo tenga nada que ver con la edad.
—Me gusta la casa tal y como está.
Carlisle frunció el ceño.
—¿Estás arrumado, Edward?
—¡No! No, en absoluto. Pero no voy a hacer nada en la casa. No quiero una casa de exposición, esto es un rancho productivo.
Y el tema se zanjó de esa manera.
Ahora, se sentía culpable, se había dado cuenta de que no debía haber sido fácil para Carlisle durante los dos últimos años. Su viejo amigo soportaba con paciencia su obstinación.
Pero tras la ruptura con Jessica, estaba furioso con las mujeres, con sus ambiciones, con sus sueños de gran ciudad, con todo lo que no fuera absolutamente esencial en la vida. Y Carlisle sufría las consecuencias.
La entrada de Isabella le sacó de su ensimisma miento.
—¿Tienes hambre? —preguntó él.
—Sí. El paseo a caballo me ha abierto el apetito. —dijo ella con una carcajada que disipó los oscuros pensamientos de Edward y le hizo sonreír.
—Estupendo. Carlisle lo tiene todo preparado.
Isabella sonrió a Carlisle y a Edward le sorprendió sentir una punzada de celos. ¡Cómo podía ser eso! No quería a una mujer en su vida.
Unos minutos más tarde, con el hambre satisfecha, Carlisle se recostó en el respaldo de su asiento.
—Edward me ha dicho que te gusta la casa.
—Es un edificio antiguo precioso. —contestó ella sonriendo.
A Edward le satisfizo la pregunta... hasta que Isabella añadió:
—Claro que necesita muchos arreglos, pero merecería la pena el esfuerzo. Es el ejemplo de arquitectura victoriana más impresionante que he visto nunca. Si se restaurase, como negocio, valdría más que los caballos. A la gente le encanta estas casas antiguas.
— ¡No! —protestó Edward, incapaz de disimular el de sagrado que estaba sintiendo. Isabella se inclinó hacia él.
—No me refiero a que tengas que decorar la casa con porcelana y cosas así —dijo ella con una carca jada— . Tienes miedo a que parezca demasiado femenina, ¿verdad? No, no tendría por qué serlo. Es más, una buena limpieza la mejoraría bastante. Y luego, si pusieras tuberías nuevas y cambiases la electricidad...
—No quiero hacer nada de eso. —declaró Edward con firmeza.
—Bien. —dijo ella. Edward lanzó un suspiro.
—Eso costaría bastante. Podrías empezar quitan do el papel de las paredes y pintando. Y eso podéis hacerlo vosotros mismos hasta que tengáis dinero para...
Edward se puso en pie bruscamente.
—¡No! ¡He dicho que no! No voy a hacer nada en la casa. Está bien como está y te agradecería que no intentaras imponer en mi vida tus ideas ni tu sentido de la moda.
Se hizo un espeso silencio. Edward miró a Isabella y luego a Carlisle; de nuevo, a Isabella.
—No he querido decir... —Edward se dio cuenta de que se había excedido.
Isabella se levantó y miró a Carlisle.
—Muchas gracias por el almuerzo, Carlisle. Estaba todo buenísimo.
Entonces, salió de la casa sin dirigirle la palabra a Edward.
Una vez en el coche, con las ventanillas bien cerradas, Isabella estalló:
—¡Hombres! Están completamente locos, pero completamente convencidos de que siempre tienen razón. Estoy absolutamente segura de que el motivo por el que se ha puesto así es por su ex esposa. Cada vez que sale a relucir el tema de la moda, piensa en ella... y, de paso, en mí.
Con un suspiro, se reafirmó en lo que ya sabía: no había futuro para ella allí. Había esperado que las cosas hubieran cambiado con el fin de poder volver a la vida que le gustaba, pero era imposible. ¿Cómo podía ganarse la vida allí? ¿Y cómo podría aguantar la vigilancia de sus hermanos?
Y lo peor sería vivir cerca de Edward, ya que no quería tener nada que ver con él.
Impulsivamente, decidió ir a su casa dando un rodeo.
Fue hasta Lawton, un pueblo más grande que Duncan y Apache, y al pasar por la calle principal, vio una tienda de ropa de mujer cuyo nombre le sonaba. Entonces, de repente, aparcó el coche.
Oklahoma Chic. Su madre, en una carta, le había contado que Rosalie Hale había abierto una tienda de ropa en Lawton.
Observó el escaparate con ojo crítico. Estaba bien decorado, pero podía mejorar mucho. Cuando entró, la tienda estaba casi vacía, lo que le facilitó sorprender a su vieja amiga con un enorme abrazo.
Una hora más tarde, Isabella se sentía mucho mejor. Rose respetaba su opinión y, después de hablar de los viejos tiempos, le pidió consejo. Ella sabía que la tienda tenía muchas posibilidades, pero sus sugerencias costaban dinero.
—Lo sé, para ganar dinero hay que gastar dinero —declaró Rosalie con voz cansada—. Pero cuando no se tiene nada de dinero, el resto no importa.
—¿Tan mala es tu situación?
—Tras la muerte de Dave, he tenido que pagar mu chas cosas yo sola; y luego, durante el embarazo de Andrew, me encontraba bastante mal. Por fin, después de que Andrew naciera y de que yo empezara a levantar cabeza, es cuando tuve que enfrentarme a problemas de verdad, el negocio sufrió un bajón. Ahora estoy empezando a salir adelante otra vez, pero no tengo dinero para invertir.
—Lo siento, Rose. En mi opinión, la tienda está en un lugar magnífico. Estoy segura de que, con el tiempo, saldrás adelante —dijo Isabella animando a su amiga con una sonrisa. .
Eran amigas desde pequeñas, a pesar de haberse criado en clases sociales diferentes. Ella venía de una familia rica de granjeros; Rosalie se había criado sin padre, su madre había tenido que trabajar dos turnos al día para poder sacarla adelante.
—Sí, nos las arreglaremos —dijo Rosalie—. ¿Vas a tener tiempo para ver a Andrew?
—¿Estás libre esta tarde? —preguntó Isabella—. Ya sé que es viernes, pero me marcho mañana alrededor del mediodía.
—Para mí, los viernes son como cualquier otro día, Isabella. No olvides que tengo un hijo de dos años —respondió Rosalie con una débil sonrisa.
—De acuerdo. ¿Te parece que compre una pizza por el camino y nos la tomemos en tu casa?
—Estupendo.
Después de rechazar la oferta de Rosalie de darle dinero para pagar la mitad de la pizza, Isabella se despidió de ella.
En el coche, Isabella pensó que, en comparación con Rosalie, ella no tenía ningún problema.
—Isabella, ¿eres tú? —preguntó su madre cuando ella entró en la casa.
—Sí, mamá.
Isabella fue a la cocina, el lugar de a la sala donde se reunían todos.
—Estaba preocupada por ti.
—Te dije que iba a volver por la tarde.
Isabella miró el reloj, ni siquiera eran las tres.
—Sí, pero Edward ha dicho que te has marchado de su casa a la una. —respondió Renne con una mirada interrogante.
—¿Qué Edward ha llamado? ¿Por qué?
—No me lo ha dicho, hija. Pero me ha dado la impresión de que tenía algo importante que decirte. Así que le he invitado a cenar —su madre le sonrió, convencida de que le alegraría la noticia.
—Vaya. ¿Y ha aceptado la invitación?
—Por supuesto. Ha dicho que llegará a eso de las seis. Voy a preparar carne asada, verduras al vapor, puré de patatas y tarta de manzana —Renne guiñó un ojo—. La señora Brown ya ha preparado la tarta de manzana. He tenido que echar a tus hermanos de aquí para que no se la comieran.
—No me cabe la menor duda. Como es viernes, supongo que los chicos no van a cenar en casa.
—Sí, el único que va a salir es Ben, que había quedado con unos amigos. Pero Jasper, Emmett y Garrett van a estar en casa, y se han alegrado de que Edward venga. Parece que les cae bien.
—Me alegro por ellos. Ah, espero que lo paséis bien.
Isabella se movió por la cocina, haciendo un es fuerzo por contener el enfado. Le había molestado que su madre le organizara la vida sin consultarle antes.
—Y yo espero que lo pasemos todos bien. —dijo Renne con expresión dudosa.
—Yo, desde luego, sí lo voy a pasar bien porque tengo mis propios planes para esta tarde.
Isabella ya había llegado a la puerta cuando su madre le ordenó que se detuviera.
—¿Sí?
—¿Qué quieres decir? Edward va a venir a cenar por que quiere verte. Estarás aquí, ¿verdad?
—Mamá, has hecho planes que me conciernen sin consultarme antes. Y yo he quedado ya con Rosalie, voy a ir a su casa a cenar. Si antes de invitar a Edward me hubieras preguntado, te lo habría dicho. Lo siento.
—Pero... ¿qué voy a decirle a Edward?
—Dile que tienes tarta de manzana. Es más, creo que deberías llamarlo para invitar también a Carlisle, es un hombre muy agradable.
—Isabella, no puedo creer que seas tan grosera. Por favor, llama a Edward para decirle que no vas a estar escasa.
—No, mamá, yo no lo he invitado. Además, no quiero hablar con él.
Isabella volvió a intentar salir de allí; pero, en esta ocasión, fue la entrada de su padre lo que se lo impidió.
—¿Qué le pasa a Bells?
—A Bells no le pasa nada —respondió ella con calma, sonriendo a su padre—. Me iba a mi habitación, eso es todo.
—¿Lo has pasado bien en el rancho de Edward? ¿Cómo es?
—Maravilloso. Deberías ir a verlo, te gustaría mucho. —respondió Isabella con una sonrisa.
—¿Qué debería ir? ¿Estás insinuando algo, hija? ¿Quieres que le pregunte esta noche cuáles son sus in tenciones respecto a ti?
Isabella ya no pudo seguir controlándose.
—¡Papá, ni se te ocurra! Para que lo sepas, no hay nada entre Edward y yo. ¿Me oyes? ¡Absolutamente nada! Ese hombre no tiene intención de volver a casarse y, aunque quisiera hacerlo, no sería conmigo, eso te lo aseguro.
—Bella no va a cenar en casa esta noche. —dijo Renne mirando a su hija.
—¡Mamá!—protestó Isabella. Sabía que debía escapar antes de que su padre la sometiera a un interrogatorio.
—¿Qué? ¿Qué se va a marchar cuando Edward viene aquí para verla? Eh, pequeña, esa no es forma de...
—Papá, no sabía que Edward iba a venir y he quedado ya. Mamá no debería haberlo invitado sin consultarme antes.
—¿No podrías cancelar tus planes? —le preguntó su padre.
—No, no puedo.
Por fin, Isabella logró escapar de la cocina.
¡ESO! Un poco infantil de su parte pero estoy totalmente de acuerdo, por favorrrrr, no están en la era medieval para que intenten arreglarle un matrimonio como en los viejos tiempos. ¿Qué son esas cosas?¿Y Edward? Esta como para darle una patada, Bella no es Jessica y lo tiene que entender. No puede juzgarla solo porque le gusta la "moda". Dios, los hombres de esta historia necesitan tomarse un xanax y relajarse. Como ven, Bella si quería beso pero Edward le tuvo miedo al éxito. ¿Y Rosalie? Me dio muchísima pena su historia, ser madre soltera no es fácil, ojala Bella pudiera encontrar una manera de ayudarla.
Por cierto, no olviden usar el #ActualizacionesDeSemanaVacacional en cada review y comentarme que les pareció esta dinámica de hacer actualizaciones masivas por la semana que me voy de vacaciones. De cualquier modo, estoy al pendiente de ustedes por medio de mi celular.
Pasen al siguiente capítulo y disfruten.
Déjenme sus comentarios, ideas, preguntas, en los reviews, me encanta leerlas. Y recuerden: #DejarUnReviewNoCuestaNada.
—Ariam. R.
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