Jamás podría olvidar ese olor a fermento ni el cuarto de muros blancos con mosaicos, así como tampoco a los hombres y mujeres que caminaban vestidos con ambos de diferentes colores de un lado para el otro, trayendo enfermos en sillas de ruedas, tirando de las camillas, o simplemente llevando un bloc de notas. Aquella experiencia la vivió tantas semanas, que imposible es afirmar que no podría recordar todos y cada uno de los pequeños detalles que formaban su habitación, el trato que las enfermeras y doctores le daban, como también, el calvario vivido sin una respuesta al porqué del fallecimiento de su prometida; sólo tenía una conclusión clara: Hades se había enterado que él rompió las reglas y cumplió con el protocolo para resguardar la agencia.
Mientras luchaba entre la vida y la muerte después de aquél accidente, planeaba la mejor estrategia para cumplir con su venganza, demostrar que renacería de las cenizas y destruir a aquél que le arrebató lo que más quería.
Ahora se veía a sí mismo tras el vidrio, nuevamente en esa habitación del hospital, en estado de coma. Escuchó la voz desesperada de esa mujer, la misma que encontró muerta en su departamento. Decidió seguirla, curioso al escucharla quejarse y gritar llena de dolor.
Los médicos llevaron a la mujer hacia la sala de urgencia, nadie podía entrar; sin embargo, él lo hizo. Abrió la puerta como amo y señor de la habitación, observando a la rubia con pavor, casi sintiendo su mismo padecer. Él intentaba tomarle la mano, pero ella no podía sostenérsela. El doctor se colocó delante de la mujer, de tal forma que cuando ella pujó con todas sus fuerzas y anhelos posibles, él recibiera aquél producto de un amor consumado, interrumpido, y al mismo tiempo asesinado...
Cuando intentó conocerlo, enternecido hasta la más diminuta de sus células, la sorpresa fue tal, que lo devolvió al mundo real.
Su brazo diestro aún le servía de almohada a Milo, el zurdo se mantenía centinela, casi protegiéndole; la barbilla gala ya no reposaba en la frente, se había levantado escasos centímetros, mientras las pupilas le ardían y algo cristalino pendía por su mentón...
- Mi hijo... - Musitaba escuchándole llorar, en su mente, cuando le vio nacer. - Mi hijo... - No lo podía creer. Era demasiada felicidad y tristeza a la par. - Mi hijo... - Repitió por última vez, embriagado hasta lo más hondo por el dolor de ni siquiera haberlo conocido, de que muriera sin saber que su padre lo esperaba con ansias...
Después de todo, el vivir toda tu vida en un orfanato te hace pensar en que al crecer, tendrás tu propia familia y podrás brindarle todo lo que a ti te fue negado. Y esa era la ilusión muerta de Camus.
Dos pequeñas gotas mojaron la cabellara dorada de Milo, el cual se encontraba durmiendo tan apacible que nada parecía despertarle. Lentamente el galo retiró sus extremidades, teniendo cuidado en no perturbar esa envidiable paz de la que ahora él no gozaba. Se deslizó fuera de la cama y caminó hasta el baño, donde se encerró como si no quisiera que el mundo conociera su debilidad, agonía, calvario; tantos nombres para una sola pena.
Solo, dentro del cuarto, donde cualquier sonido en el interior repicaba en todas las paredes y lo amplificaba de una manera anormal; similar a su cabeza, donde cada vez que algo malo pasaba, todo se removía y hacía tanto ruido que, aunque se tapara los oídos y cerrara los ojos, las imágenes, recuerdos, todo el daño que llevaba por dentro le hacía enloquecer...
- Estoy embarazada... - Más de un año de eso... Cómo podía seguir su voz presente?
- Mi hijo... - Todo el sistema nervioso parecía colapsar, representándose en un Camus tembloroso, pegado a la pared, de cuclillas, con las manos en los oídos, y observando todo el cuarto de baño como si buscara a quién le hablaba.
- No lo puedo creer! - Gritaba ella, con sus zafiros llenos de lágrimas. – ... me has engañado todo este tiempo?
- Lo siento... Perdóname...- Se pasaba las manos por la cara, por la frente.
- No quiero estar sin ti... Te amo y no me importa si trabajas para el gobierno, quiero estar contigo siempre...
- Yo también... - Fue lo mismo que respondió al escuchar los mensajes en la grabadora. Y sonrió como aquella vez, como si el tiempo hubiera retrocedido y ella siguiera ahí.
Pero todo se revolvió. La voz de ella hablando con un sujeto de la KGB, lo que Hades le había dicho sobre esa maldita traidora, la conversación con Kanon, los meses que pasó sin hablar, el día que le entregaron su misión secundaria... ¡Todo!... Como ola, como el más feroz de los huracanes, de las crisis nerviosas que Camus alguna vez hubiera presentado.
El dolor de cabeza era penetrante, casi sentía que el cerebro iba a explotarle o que la tapa del cráneo se abriría...
Se puso de pie, intentado mitigar ese dolor que no se iba...
Tiró algunas cosas al piso, cuando caminó en círculos por el baño, deteniéndose delante del tocador, donde un muchacho pelirrojo, pálido y ojeroso le devolvió la mirada mancillada; mismo que apretó los dientes y los puños, dirigiendo uno de ellos hacia aquél estúpido reflejo para desaparecerlo, para ya no verlo más... sin importar lo que pudiera pasar con su mano, con él, cuando este rompiera en mil pedazos...
- Te quiero tanto, que no se que haría sin ti...
Su piel estuvo apunto de tocar la superficie lisa, frenada por aquellas palabras que lo revelaban todo; una devoción inexplicable. Fueron sus dedos los que tocaron el espejo, la parte donde aparecían sus propios ojos, sus mejillas, labios, el mentón; cada lugar a la vista por donde la boca del rubio se hubiera situado con anterioridad.
- No entiendo porque me quiere tanto - Se dijo para sí mismo - Tampoco el porque me siento así cuando estoy con él...
Por un momento olvidó que estaba llorando y lo hizo para sonreír al recordar como se quedó congelado por un beso. Eso le hizo pensar que Milo sí estaba cumpliendo con su objetivo, que le defendía a capa y espada, aún cuando se encontrara plácidamente dormido sin haberse percatado de su ausencia. Apoyó las manos en el lavabo, todavía mirándose en el espejo, contemplando como recuperaba el color y la vitalidad en sus ojos.
- Tengo que olvidarme del pasado. Ni él, ni mucho menos yo, nos merecemos seguir viviendo con el fantasma de mi hijo... y de ella... - Entonces se hizo una promesa: Mariah no volvería a lastimarlo.
— —
Por alguna razón sabía que estaba despierto, aunque no tenía abiertos los ojos y no veía nada, era consciente que el cuerpo de Camus ya no estaba a su lado, así que estiró el brazo, despacio, intentando tocar su silueta con la punta de los dedos; pero lo único que palpó fue el lugar donde permaneció recostado toda la noche el galo.
El rubio abrió los ojos para incorporarse pausadamente en la cama y quedarse sentado en ésta, examinando con sus pupilas cada uno de los rincones de su habitación.
El pelirrojo no estaba y aunque le hubiera gustado la oportunidad de verle dormir, no se sentía molesto ni triste, al contrario; el saber que el Camus había dejado sus complejos de lado para compartir la cama una noche con él, le bastaba y le sobraba para perdonarle eso y más. Además, había logrado una reacción que le daba ánimos para continuar su plan de conquista...
Fue su corazón el que le dió una señal afirmativa para continuar, fue él quien le dijo que no debería rendirse cuando apoyó la frente en el pecho del francés y le escuchó latir de forma acelerada. El propio latió al unísono, como si hubiese querido saludar al del galo o de alguna forma hacerle saber que estaba igual de nervioso y emocionado que él.
Milo no esperaba causar esa reacción; pero algo le decía que era el principio de cosas mucho mejores, que no tardarían en llegar.
Aquello alumbraba esperanza y le decía que no tendría que renunciar a sus sentimientos por el guardaespaldas; puesto que sin que él hablara, aludía no serle del todo indiferente.
- Sé que prometí ir despacio... - Hablaba consigo en lo que se levantaba de la cama - Pero no puedo aguantar más. Tengo que decirle que yo lo... - Estaba por tomar la perilla en la puerta del cuarto de baño, cuando ésta se abrió, dejando salir al custodio con el cabello mojado y la mirada... apagada. Ambos se sorprendieron por la presencia del otro, pero aún más Milo al notar que otra vez sus pupilas se encontraban envueltas por la oscuridad.
- Buenos días! - Exclamó el colorado estrechándolo entre sus brazos, antes de que cuestionara lo que no podía ocultarle.
Parecería que los papeles se habían invertido, ya que era el rubio quien ahora se mantenía estático. Cuando volvió en sí, supo que Camus no quería ser interrogado; quizás se lo contaría después o quizás terminaría siendo uno de los tantos misterios de su vida...
Por otro lado, el francés recuperó su sonrisa y las ganas de decirle al mundo que no importaba nada, que podía girar en sentido contrario y que en él no causaba ningún efecto, porque estaba Milo a su lado. Extraño, pero cierto. Siempre que el rubio lo acompañaba se sentía protegido, como si él le proporcionara un escudo contra la palabra más terrible y dolorosa del diccionario: Soledad.
El griego colocó las manos en la espalda del galo, alrededor de su cintura, justo a tiempo antes de que éste decidiera romper el abrazo. Cuando se separó le sonrió, como si no pasara nada, como si el otro no hubiera notado aquella tristeza que ya no existía.
- Te quedaste... - le susurró.
Camus no prestó atención a la extrañeza del rubio, las pupilas sólo se concentraban en su aspecto despeinado, en sus labios rosas tenuemente entreabiertos, los zafiros que le observaban con ese brillo revelador.
El francés ladeó un poco el rostro, conservando su gesto afable en los labios; aumentando la incertidumbre y las reacciones que él mismo debía tener y no Milo. Y Camus tenía sed, una necesidad más fuerte que su razón o prejuicio, una que ansiaba calmar con un beso. Lentamente la sonrisa se borró, mientras los dos pares de pupilas miraban por turnos, observando los labios, los ojos, y regresando nuevamente a las carnosidades que pausadamente se separaban para tomar el par que tenían enfrente.
Fue un momento tan devastador en el baño que su corazón aún dolía, y por ello necesitaba alimentarse del amor que el rubio decía profesarle, absorbiendo todo ese sentimiento con el beso que él mismo encendió. Milo no entendía porque Camus le besaba de esa forma tan apasionada, desesperada en el sentido más exacto de la palabra; sabía que el colorado recientemente cedía a las caricias que le proporcionaba, entonces... por qué ahora daba un paso tan largo hacia adelante? Y si se arrepentía de apurar las cosas?
Milo era consiente sabiendo perfectamente lo que él sentía y lo que Camus no. Porque mientras más pegados estuvieran sus cuerpos, mientras más veces los labios se reclamaran, una onda de calor crecía en el cuerpo del rubio, y sabía exactamente que de no detenerse, las cosas podrían ir a un ritmo demasiado rápido para el guardaespaldas. Casi podría jurar que la mayoría de las veces el galo veía a su difunta novia en él. Quizá por eso se había acostumbrado a lo que antes pudo considerar impropio...
Las manos del custodio estaban situadas en su pecho, en el momento que las envolvió con las suyas y retrocedió un paso, contrayendo los labios como si guardara el sabor del francés. La respiración de Camus era entrecortada, al igual que la de Milo. Los labios de ambos estaban más rojos de lo normal. El rubio se encontraba azorado, el pelirrojo no entendía que había sucedido.
- Pero por qué? - Preguntó. Había estado dispuesto a entregársele 'completamente' - Pensé que tú...
Pero el millonario no lo dejó terminar al colocar las palmas sobre cada una de sus mejillas y acercarse tanto a su cara, que un centímetro era la única distancia interpuesta entre la nariz de ambos.
- Te quiero y te quiero mucho. Te deseo, si; pero no en esa forma...
Un te amo hubiera estado mejor; aunque quizás demasiado fuerte para la situación.
Las cejas galas se ciñeron; no obstante, el enojo no era su mecanismo.
- No entiendo.
- Sé que algo te preocupa. Cuando te veo a los ojos ellos me lo dicen todo...
Camus rehuyó la mirada volteando el rostro. Liberó sus manos del agarre y giró sobre sí, caminando hacia la puerta para abandonar la habitación. Milo fue tras él, logrando retenerlo al tomarle una mano
- Oye, no te estoy pidiendo que te abras conmigo; lo único que quiero es verte feliz. - El colorado escuchó con atención, aún con el rostro fuera de la vista del rubio. - Si yo no soy la fuente de ese sentimiento, dímelo, no quiero que te sientas comprometido u obligado. Quiero que me a... quieras sin perjuicios y sin dudas. Y cuando quieras hablar, de lo que sea, yo estaré ahí, para ti.
- Gracias. - Por fin le dio la cara. - Pero digamos que ahora no estoy listo para hablar de ello; y aunque lo estuviera, quizá ya no me querrías como ahora - Por un momento la tristeza lo invadió al pensar en aquella posibilidad.
- Bromeas? - Preguntó con una sonrisa. El galo movió la cabeza en signo negativo. La mano de Milo aún sujetaba la de Camus, y sus pupilas azuladas no dejaban de contemplar ni perder detalle a las facciones del ser que lo representaba todo para él, cuando formuló en un susurro un pensamiento: "Eres la persona que he amado toda mi vida..."
Y era cierto, aunque el custodio no lo supiera.
- Cómo? Por qué me miras así? - Preguntó el francés al sentirse incómodo por esa mirada. - Te gusta ponerme nervioso, no? - El rubio seguía sin responder, demasiado ocupado en admirar la tonalidad carmín que se adueñaba de los pómulos galos. - Milo? - Le llamó dudoso, retrocediendo un paso; pero el nombrado le tomó la otra mano y lo retuvo.
- Desayunemos juntos... quieres? - Propuso. Camus se mostró sorprendido primero, para después, cambiar la mueca por una insegura.
- No creo que a tu primo le haga la menor gracia
- Además de hacerlo por el placer de tu compañía, lo haría por el gusto de molestarle
- Pobre Shaka... - Comentó divertido el pelirrojo, pensando en la relación 'te quiero y a la vez te odio', de ambos familiares. Milo volvió a contemplarlo con embelesamiento, apretando un poco más sus manos.
- Así me gustas más... cuando ríes. - Reveló. Las mejillas del francés volvieron a colorearse mientras bajaba la vista y no podía contener su sonrisa. Entonces lo miró a los ojos para confesarle...
- Pues tú a mí cuando estas dormido... - Milo también sintió que su rostro comenzaba a calentarse - vamos a comer algo, quieres?
- Bien. Entonces voy a vestirme y nos vemos en el comedor...
- No. Cuando dije que desayunáramos juntos me refería a hacerlo fuera de la mansión. Eso quiere decir que te quiero a ti sin ese traje. - Explicó, diciendo lo último con cierto desagrado. No es que el pelirrojo se viera mal vistiéndolo, si no que prefería verlo con otra clase de ropa; quizá una que lo hiciera ver más sexy y no tan formal.
- No comprendo porque te resulta tan desagradable el traje; además, Shaka tiene que ir hoy al tribunal y...
- Lo sé. Aunque no lo creas, soy rubio; pero de tonto no tengo un solo pelo
- De acuerdo. - contestó divertido - Cuál es tu plan?
- No creo que a mi querido primo le importe que cambiemos de guardaespaldas por un día. De cualquier forma le conviene a él y sobre todo a mí; de esa forma no me quedo pensando que ese resbaloso trata de conquistarte - Frunció el ceño a modo de molestia y celos mezclados, recordando lo mucho que le gustaba a su primo pasarse de listo con Camus.
Soltó una carcajada al ver su reacción. Por muy atractivo que fuera su jefe y todas las artimañas que se ideara para seducirle, él no podría mirarlo de la misma forma en como miraba a Milo... aunque debería, teniendo en cuenta la misión que ya no pensaba llevar a cabo.
- Señor Belafonte, aunque el señor Everett intentara roer mis huesitos, sépase que yo no mezclo los negocios con el placer...
- Y entonces por qué estas conmigo? - Inquirió extrañado, a lo que el colorado respondió
- Porque yo no trabajo para ti... y porque tú me gustas más... - Le guiñó un ojo, apretó las manos que aún sostenían las suyas y rozando sus labios fugazmente, le dijo: nos vemos abajo. Dio media vuelta y abandonó la habitación, dejando al rubio con una sonrisa y un sabor en los labios aún más exquisito que cualquier manjar divino.
Detalles como esos eran los que hacían que la relación valiera más que cualquier otra cosa en el mundo.
Milo se quedó un momento mirando la puerta, entrelazando sus propias manos como si aún tuviera entre ellas las del francés
- Te amo. - Susurró, sabiendo que aún no podía decírselo a Camus; a menos que éste recordara un poco de lo que habían vivido en el pasado, hacía ya muchos años...
— —
Luego de que Milo convenciera a Shaka del cambio de guardaespaldas por un día, Camus y él salieron a desayunar juntos a un sitio de la ciudad. El francés se aseguraba de parecer lo más normal posible y evitaba todo tipo de contacto con el rubio en público.
La tercera vez que Milo intentó agarrarle la mano y Camus lo rechazó, sus zafiros lo miraron con dolor, ya no podía evitar que el galo lo hiriese con sus acciones, hasta que se le desbordaron las lágrimas, se dió media vuelta y se dirigió hacia el otro lado.
- No fue mi intención... - Se disculpaba el guardaespaldas caminando detrás de él. - Milo, por favor, lo siento. - El mencionado se paró en seco, girando bruscamente sobre su propio eje para mirar al galo con aprensión.
Camus se quedó paralizado, como si esperara recibir una bofetada. Al final el rubio ladeó el rostro y expulsó aire por sus labios con un gesto dolido.
- No puedo obligarte a quererme - Dijo. Cerró los ojos y de nuevo dio la vuelta, ahora sí con la intención de escapar. El pelirrojo entendió que le estaba dando libertad.
- No hay necesidad de hacerlo... - le contestó en su mismo lugar, sin seguirle - yo ya te quiero.
El rubio ya estaba a un par de metros y entre el bullicio y la distancia interpuesta, el sonido se perdía.
- Milo, si te quiero! - Le gritó.
Todo se detuvo y el silencio fundó su reinado en aquél momento. Algunas jóvenes los miraban, lamentando la perdida por tan buenos partidos; otras señoras cuchicheaban sobre su inmoralidad, mientras que Milo volteaba a ver a Camus, allí parado y notaba como el color rojo se acentuaba en sus mejillas, pero le sostenía fuertemente la mirada con una media sonrisa en sus labios.
Caminó hacia el custodio, riendo como no lo hacía en mucho tiempo, en tanto Camus se cruzaba de brazos y le recriminaba con la mirada por burlarse de él.
- No le veo la gracia... Acabo de hacer el ridículo! - Le amonestó, sintiéndose aún más tonto que antes. Milo se detuvo frente a él, sin importar que aún tuvieran público.
- Parece que no entiendes. Mi risa no refleja burla, si no felicidad - Era cierto, lo manifestaba cada parte de su rostro. El pelirrojo pareció más tranquilo, aunque aún se sentía abochornado.
- Bueno... Me perdonas o no?
- Creo que aún no te lo has ganado - Negó cruzándose de brazos y mirándose las uñas con insistencia, como si esperara alguna otra acción. Camus entendió lo que deseaba y aunque sabía que aún había espectadores a su alrededor, le levantó la barbilla con su dedo índice y lo miró serio a los ojos:
- Antes de otra cosa... necesito aclararte algo. Yo de verdad siento algo por ti pero mi corazón aún está lastimado por una experiencia del pasado; así que será muy difícil si puedo llegar a corresponderte en la forma que tú esperas... No estoy seguro de poder hacerlo. Debes tenerlo presente si quieres perdonarme y seguir conmigo - Sus ojos parpadeaban velozmente. Tenía miedo de que el el rubio optara por darle una respuesta negativa.
- Cuando te confesé mis sentimientos aquella noche, sabía a lo que me arriesgaba contigo. Pudiste decirme enseguida que no querías nada más, que no podrías amarme, porque eso es lo que yo quiero que hagas... que me ames. Si tú ahora me dices que jamás vas a superarle y que sigues enamorado de... esa otra persona, con todo el dolor de mi corazón te dejo ir para cumplir lo que te dije esta mañana. Quiero ser yo tu fuente de paz, no aquél que te flagele y te haga conocer el infierno. - El pelirrojo sintió la necesidad de abrirse, de ser sincero con Milo; pero si no deseaba que algo malo le pasara, lo mejor era guardar silencio
- Yo... - Centró la mirada en esos zafiros esperando encontrar un valor que no llegaría. Los labios le temblaban, y los puños se cerraban con fuerza a cada lado de sus piernas. Por último desvió todo contacto con sus ojos, antes de responder - Sólo te puedo decir que yo la amé como a nadie. Es un amor que se transformó en fuego y arrasó con todo lo que llevo por dentro. Las brasas lentamente se comen mi corazón... - Se llevó un puño al pecho, como si deseara estrujar ese órgano palpitante. Milo conocía el horror de esa historia, aunque el custodio no tuviera ni la menor idea.
- Te hace tanto daño? - Le preguntó colocando una mano en su mejilla, de tal forma que sus caobas volvieron a mirarlo.
- No sabes cuanto... - Respondió fúnebre. Ahora Milo sentía que las cosas estaban mal, que el día perfecto que había planeado terminó por ser el peor en la vida del pelirrojo. Para su asombro, el guardaespaldas tomó la mano que se ubicaba en su pómulo, se la llevó a los labios y la besó con afecto
- Camus... - Musitó un sonrojado rubio
- Te quiero porque tú eres luz y calma. No hay otro ser en el mundo que pueda controlar mis demonios ni quitarme tantos dolores con tan dulces besos. Te quiero porque para mí eres como... una aspirina... - Manifestó jovial, elocuente, provocando que el otro soltara una carcajada.
- Que lindo! - Exclamó risueño. Camus tosió, abochornado.
- Soy malo para estas cosas... - Colocó una mano entre el espacio de la barbilla y el hombro del millonario, antes de decir - Pero puedo ser bueno para otras... - Y dicha tal cosa, sin importar que aún fueran objetos de crítica, se aproximó lentamente al rostro del rubio, dejando de lado aquél complejo y el que dirán, para deleitarse con un dulce beso reconciliador.
Al menos, por ese momento, Camus consiguió olvidarse de la SD-6, de sus misiones, y que por esa noche le diría adiós, para viajar a alguna parte del mundo y encontrar algo que sin sospecharlo, cambiaría el transcurso de su vida y de sus sentimientos...
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Había una fuente de ángel fuera de un restaurante donde servían comida italiana; el sitio que ambos habían elegido para tomar su almuerzo.
Cuando el mesero les llevó el menú, un mensaje se encontraba pegado en la carta del galo:
Colibrí: Es muy importante que vengas para recibir órdenes directas de Hades. Aseos de hombres.
El nombre de avecilla era su seudónimo dentro de la SD-6, por lo que Camus se puso tenso al saber que 'alguien' lo estaba espiando... Eso significaba que la vida de Milo corría peligro...
- Mmm a ver qué quieres... - Comentó el rubio mirando su carta, sin percatarse de la reacción del colorado, o al menos, sin darse cuenta. - Por fin lo miró
- Qué te parece si ordenas por mí? - Le preguntó con una media sonrisa. El mesero, que seguramente era un agente, llegó para tomar su orden y recoger ambos menús.
- Los señores van a ordenar? - Inquirió, listo para anotar en su libreta de mano.
- Sí, por favor. Me gustaría...
- Este... Milo, tengo que ir a refrescarme un poco, te molesta? - Se disculpó poniéndose de pie.
- No, no, adelante - Sonrió. – Yo ordenaré por ti. - El pelirrojo asintió, se retiró de la mesa, y en cuanto le dió la espalda se puso totalmente tenso y serio. Caminó por entre las mesas del restaurante, con el destino fijo.
Fuera del cuarto de baño había un letrero que decía 'No disponible', y un señor vestido completamente de azul marino que limpiaba el piso. No había que ser un genio para saber que ese era otro agente haciéndose pasar por conserje. Exhaló con cansancio. Siguió directo hasta el baño sin siquiera saludar a su camarada y se encerró ahí con el que solicitaba su presencia.
- Agente Noiret, que placer tenerlo por aquí.
Le dijo un hombre un par de centímetros más alto, de cabello blanco, que se encontraba parado junto a los lavabos con los brazos cruzados.
- Bien, Minos, cuál es el mensaje TAN importante que tengo que recibir del 'señor' Hades? - Preguntó en forma de burla despreciativa.
- Camus, Camus, Camus. - Dijo de forma desdeñosa - El señor Hades se encuentra preocupado porque no has cumplido con tu trabajo.
- Él sabe perfectamente que Shaka Everett me impuso un castigo por un mes; así que recuérdale que si no he buscado los zafiros es por cumplir con el segundo trabajo que se me asignó - Manifestó de forma molesta, fría. El otro comenzó a reír, como si el galo acabara de contar el más gracioso de los chistes.
- Tal vez, pero acaso ya se te olvidó el propósito por el que te fue asignado ese trabajo? - Las pupilas del colorado temblaron. - O quizás lo estas haciendo de otra forma... te vi llegar al restaurante de la mano con Milo Belafonte, el primo de tu 'jefe'. Dime... pretendes seducirlos a ambos? - Camus apretó los puños.
- Lo que haga o deje de hacer no es cosa que les incumba ni a ti, ni a tu 'señor' Hades...
- De verdad? Vaya, parece que al colibrí se le ha olvidado que con una orden de Hades pueden relevarlo de su misión y dársela a alguien más capacitado, como yo, por ejemplo. Después de todo, Shaka Everett no es tan mal parecido; aunque si sigo el mismo plano que tú, puedo tener otro premio mucho más apetitoso...
El galo llegó al límite de su paciencia, por lo que arremetió contra el albino tomándole por el cuello de la camisa y provocando que su espalda golpeara contra el mosaico del baño.
- A Milo no lo toques! Me escuchaste?... Mantenlo al margen! No te atrevas a tocarlo - Minos tomó las manos que lo capturaban, sonriendo mordazmente
- Vaya, Camus, qué es este repentino interés por otro hombre? No me digas que ya te gustan... - El pelirrojo le soltó, limitándose a sonreír fríamente; ocultando su verdad bajo una mascara de hipocresía.
- No seas estúpido, Minos. Mi intención es acercarme a él para ganarme la confianza de su primo; pero claro, unas personas con tan poco cerebro como tú, y como el 'señor' Hades, no pueden comprender las estrategias de alguien con mi coeficiente intelectual tan elevado - Le dio la espalda, aún sintiendo que las piernas le temblaban. - Vuelve a los Ángeles y dile a nuestro jefe que verá resultados. Esta noche viajaré para encontrar el zafiro. Supongo que mis indicaciones ya las tiene Kanon.
- Correcto.
- Entonces espero no volver a verte. - Abandonó el baño, apoyándose en la pared para tomar un poco de fuerza y algo de calma, para que Milo no notara que había un problema. De lejos pudo verlo, sentado en la mesa que escogieron al llegar. Bebía un poco de agua mientras revisaba los mensajes en su celular.
Camus lo había visto sufrir por su tía, por la muerte de sus padres hacía tanto años; ahora lo visualizaba derramando gruesas lágrimas por su culpa cuando tuviera que cumplir con su misión y hacer que Shaka se enamorara de él...
"No quiero lastimarlo..." Pensó sintiéndose culpable y al mismo tiempo molesto por tener, en el futuro, que actuar de una forma que odiaba; a menos que un milagro cambiara su vida...
Pero acaso podría existir algo que evitara el que tuviera que seguir bajo las órdenes de Hades?
